¿Pudo la vida de la Tierra llegar a otros planetas?

Simulaciones científicas demuestran que, tras la colisión de un asteroide contra nuestro planeta, partículas cargadas de elementos biológicos pudieron salir disparadas y alcanzar la Luna, Marte y Júpiter

Según la teoría de la Panspermia, los elementos básicos para desarrollar la vida en la Tierra pudieron haber llegado a nuestro planeta por el impacto de un asteroide o un cometa, una hipótesis polémica, pero que se refuerza cada vez que los científicos descubren compuestos biológicos esenciales en las rocas caídas del espacio. Sin embargo, ¿pudo haber ocurrido lo contrario? ¿Pudo haber sido la Tierra una gran «madre» que haya expulsado la vida fuera de ella? Durante estos impactos, trozos de la corteza terrestre que contenían organismos biológicos pudieron haber sido lanzados al espacio y, si hubieran sido expulsados a la velocidad correcta, podrían haber alcanzado otro planeta y, por qué no, sembrado la vida en algún lejano lugar del Sistema Solar. Aunque la idea, así simplificada, pueda resultar algo fantasiosa, un grupo de científicos de la Universidad Nacional Autónoma de México la considera posible. El equipo ha realizado nuevas simulaciones más sofisticadas para analizar la dinámica de estas partículas expulsadas y ha llegado a la conclusión de que las partículas no solo podrían llegar a Venus, la Luna y Marte, sino que también podrían haber alcanzado Júpiter.
El estudio, dirigido por el investigador Mauricio Reyes Ruiz y publicado en arXiv.org, ha analizado las probabilidades de colisión de las partículas expulsadas desde la Tierra con otros planetas cercanos, triplicando el número de material en comparación con estudios previos. Los científicos analizaron 10.242 partículas con con una velocidad de eyección mínima de 11,2 km/s, necesario para escapar de la órbita terrestre. Los investigadores siguieron a las partículas simuladas expulsadas durante 30.000 años -lógicamente también simuladas- que es el tiempo máximo estimado de supervivencia del material biológico en el espacio.
Los cálculos han demostrado que se necesita una velocidad de eyección de 11,62 km/s para llegar a Marte y de 14,28 km/s para llegar a la órbita de Júpiter. Las partículas con velocidades de expulsión de alrededor de 11,2 km/s tienen más probabilidades de volver a caer a la Tierra, mientras que las que tienen velocidades de expulsión de más de 16,4 km/s saldrían fuera del Sistema Solar. En este último caso, también es muy difícil que colisionen con otros planetas también es despreciable.

Vida en Ganímedes

Las simulaciones muestran que las partículas expulsadas de la Tierra podrían llegar a Júpiter y que las que chocan con Marte son dos órdenes de magnitud mayor que las vistas en estudios anteriores. Los investigadores creen que ambos resultados tienen una importancia astrobiológica, especialmente debido a la búsqueda de evidencias de entornos capaces de sustentar vida en Marte y las lunas de Júpiter Europa y Ganímedes.
Los investigadores matizan que la probabilidad de que las partículas alcancen algún objetivo atractivo también depende del lugar de la Tierra desde donde han sido expulsadas. En general, las probabilidades, aunque existan, son siempre pequeñas, según reconocen los investigadores. Nuevas simulaciones aún más precisas serán necesarias para determinar, con mayor seguridad, si la vida terrestre pudo haber alcanzado otro mundo. Si una vez allí consiguió aferrarse y expandirse, ya es otra historia.

El sexo con neandertales favoreció a los humanos modernos

Reforzó nuestro sistema inmunológico y nos hizo más fuertes, al introducir un gen fundamental contra los virus

Neandertales y seres humanos modernos cruzaron algo más que miradas. Es bien sabido que mantuvieron relaciones sexuales, unos encuentros que dejaron como fruto una huella genética imborrable y que consiste en el 2% del genoma de todos los homo sapiens del planeta, con la excepción de los africanos. El cruce entre las dos especies humanas inteligentes ya había sido confirmada el pasado año por Svante Pääbo, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, pero lo que hasta ahora no se conocía es que ese sexo de las cavernas favoreció nuestra evolución.... y nos hizo más fuertes.
El sexo con neandertales favoreció a los humanos modernos
Distribución de estos genes HLA en humanos modernos
Según investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford, cuyo estudio se publica en la revista Science, las relaciones sexuales con neandertales y otros parientes cercanos -en concreto, el homínido de Denisova, cuya existencia salió a la luz con el descubrimiento en 2008 de un hueso de un dedo y un diente en una cueva de Siberia- introdujeron por primera vez en el genoma humano unas formas de los genes HLA, famosos por su papel contra los patógenos, que reforzaron el sistema inmune que disfrutamos hoy día.
Aunque los humanos modernos, los neandertales y los homínidos de Denisova comparten un antepasado común en África, los grupos se dividieron en poblaciones separadas y distintas hace unos 400.000 años. El linaje neandertal emigró hacia Europa y el oeste asiático, mientras que el Denisova se trasladó al este de Asia. Los ancestros del hombre moderno permanecieron en África hasta hace unos 65.000 años, cuando se expandieron hacia Euroasia y se mezclaron con los otros grupos humanos. En algunos casos, los encuentros fueron de índole amorosa.

Destruir patógenos

El pasado año, una secuencia del genoma de los neandertales, que se extinguieron aproximadamente hace 30.000 años, reveló que de un 2 a un 4% del ADN de este grupo está presente en el mapa genético de cualquiera de nosotros. En el caso del homínido de Denivosa, la huella genética puede alcanzar el 6%. Estas parejas tuvieron un efecto positivo sobre la salud de los humanos modernos.
Este regalo útil fue la introducción de nuevas variantes de genes del sistema inmunológico, esenciales para que el cuerpo pueda reconocer y destruir los patógenos. Estos genes, los HLA, son algunos de los más variables y flexibles de nuestro «código de barras», en parte debido a que la rápida evolución de los virus demanda una flexibilidad de nuestro sistema inmunológico. Los antígenos se extendieron entre los descendientes de las poblaciones mezcladas en Europa y Asia. Hoy en día, las nuevas formas y combinaciones de estos antiguos HLA se pueden ver en más de la mitad de los genomas de los euroasiáticos modernos. Es una de las causas de que podamos sobreponernos con facilidad de, por ejemplo, un vulgar catarro.

La mítica mesa redonda del Rey Arturo podría estar en Escocia

Los misterios que envuelven a la famosa historia de El Rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda parece que se empiezan a desvelar. Unos arqueólogos han descubierto en los famosos jardines 'King´s Knot' ubicados en los alrededores del Castillo de Stirling en Escocia, lo que podría ser la célebre mesa redonda.
Un elemento con 'forma circular' hallado en los trabajos realizados entre mayo y junio y que arroja algo de luz a la leyenda, data de 1620, aunque el montículo es anterior.

El grupo de arqueólogos pertence a la Universidad de Glasgow, a la Sociedad de Historia de Stirling y al la Sociedad Arqueológica de Stirling. Y llevan realizando el estudio no invasivo desde mayo para sacar a la luz los datos no revelados durante seis siglos, momento en el cuál los historiadores sitúan la leyenda del rey Arturo." El área ubicada alrededor del Catillo de Stirling, guarda algunos de los últimos vestigios de los paisajes medievales en Europa" declaró para el diario británico 'The Telegraph', Stephen Digney, el coordinador del proyecto.

No es la primera vez que se realizan trabajos de arqueología. En el siglo XVII, Carlos I, ordenó realizar trabajos de investigación en los jardines reales y ya por aquel entonces, el montículo se cree que tomó la forma actual.
"Es un primer paso emocionante en un serio esfuerzo de exploración, explicación e interpretación de los descubrimientos. Los resultados insinúan que la monarquía escocesa ocultaba un 'elemento' en su jardín, algo que también pasa en otros países" puntualiza el arqueólogo en sus declaraciones al The Telegraph.
El proyecto de investigación se encuentra a la espera de realizar nuevos hallazgos, que segun afirman incluirá un estudio mediante la penetración de un radar en la superficie terrestre.
Además tienen previsto exhibir algunos de los hallazgos encontrados en un museo local.

Vía: http://www.elmundo.es/

Edgar Allan Poe: En peligro la casa museo del escritor

Las ficciones del autor de 'El cuervo' y de la moderna serie 'The wire' se mezclan en un barrio decrépito de Baltimore

Baltimore ha dejado de dar dinero a la Poe House: sólo quedan fondos para un año | Un policía hace guardia ante la casa para tranquilizar a los visitantes | En 'The wire', unos turistas preguntan por Poe, y un local entiende 'poor', pobre | Descampados, casas abandonadas, comercios tapiados, basura ardiendo

El teniente Samuel Hood III, de la policía de Baltimore, hace guardia todos los fines de semana frente a la casa donde entre 1832 o 1833 y 1835 vivió Edgar Allan Poe, en la esquina de las calles North Amity y West Lexington, en un barrio inhóspito y golpeado por décadas de miseria y delincuencia.
"Hago horas suplementarias para pagarle la universidad al chico", decía el sábado pasado.
El barrio donde el teniente Hood III hace guardia está ligado a dos de los iconos culturales de Baltimore (Maryland). Al más antiguo y al más reciente. A Edgar Allan Poe, que vivió en la casa que custodia Hood III, y a The wire, la serie de culto que retrata con aliento decimonónico la miseria y los bajos fondos de la ciudad.

Ningún turista se acerca a este barrio si no es para visitar la pequeña y modesta casa de Poe, la llamada Poe House. Hay descampados, casas abandonadas, comercios tapiados.
"La gente de fuera de la ciudad se pone nerviosa", dijo el teniente Hood III para justificar su presencia frente a la casa de Poe durante las horas de apertura. Su presencia les tranquiliza.
Cuando el sábado, en un descampado cercano, empezó a arder un montón de basura, el policía llamó a los bomberos. A dos manzanas, acababa de celebrarse un desfile de majorettes en el que participó un político local que hacía campaña con un coche descapotable.

Los turistas que se adentraban en el barrio de West Baltimore para visitar la casa de Poe eran todos blancos, como el teniente Samuel Hood III; los vecinos del barrio son negros. Cuando veían un coche con blancos desorientados, le señalaban con la mano su destino.
En el segundo capítulo de la tercera temporada de The wire, un joven le cuenta a un amigo que se ha topado con una pareja de blancos y que estos le han preguntado por la Poe House, la casa de Poe. La pronunciación de Poe y poor (pobre en inglés) es similar. Y el negro explica que a la pregunta de dónde está la casa del pobre, les contestó que en este barrio todas lo son.

También la casa de Edgar Allan Poe. Pegada a unos projects, viviendas para familias con ingresos bajos, es una casa modesta: tres pisos estrechos en la que el escritor vivió con cuatro familiares, entre ellos su prima Virginia, con la que se casaría cuando ella era una niña. Tenía 13 años; él, 27.
Y el museo es modesto. Por cuatro dólares, el visitante puede ver vajillas de época, un telescopio que Poe usó de pequeño e ilustraciones de Gustave Doré para su poema El cuervo.

Ahora la casa donde vivió el autor de La caída de la casa Usher está a punto de derrumbarse. No físicamente, pero sí como sede de un museo que se queda sin dinero. Son tiempos de crisis y recortes, y el Ayuntamiento de Baltimore la ha dejado por segundo año consecutivo sin subvenciones.
Las contribuciones privadas y los fondos recaudados durante la celebración del bicentenario de nacimiento de Poe han permitido mantener abierta la Poe House, cuyo presupuesto anual es de 85.000 dólares, según el diario local, The Baltimore Sun.

"Tenemos suficiente dinero para funcionar hasta julio del 2012", dijo Nicole Mooney, que trabaja en la casa-museo. Cuando llegue esta fecha, o encuentran el modo de ser autosuficientes, o algún mecenas les rescata, o tendrá que cerrar. "Los Baltimore Ravens, un equipo de fútbol bautizado con el poema más famoso del autor, parecería un candidato natural", ha escrito en un editorial del citado diario en alusión a El cuervo.
El tiempo que pasó aquí Edgar Allan Poe fue breve. Había nacido en Boston, también vivió en Filadelfia, y desarrolló buena parte de su carrera literaria en Richmond. Pero cuando vivía en esta casa, que por entonces se encontraba en el extrarradio de Baltimore, en una zona rural, publicó sus primeros cuentos. Los responsables de la casa-museo creen que aquí escribió, entre otros, Mensaje encontrado en una botella y Berenice.

El cementerio donde está enterrado se encuentra a poco más de un kilómetro. Frente a la tumba hay una placa de homenaje del consulado de Francia, país donde Poe, al que en Estados Unidos parte del establishment literario menospreciaba como un autor de literatura popular, entró en el panteón literario de la mano de lectores como Charles Baudelaire o Stéphane Mallarmé.
Según The New York Times, la casa de Poe ha contado con visitantes ilustres como el novelista Stephen King y el actor Vincent Price, protagonista de numerosas adaptaciones al cine de sus cuentos. Uno de los problemas, sin embargo, es la escasez de visitantes, que pueden ser en torno a 60 en un sábado, según Mooney. La localización, lejos del centro turístico, no ayuda.

El teniente Samuel Hood III hace lo posible para que los turistas se sientan seguros. Limpia las hojas que hay en el descampado de enfrente. Les indica cómo llegar al cementerio. Les da conversación.
Cuenta, por ejemplo, que él empezó a interesarse por Poe en la escuela cuando a los 12 años descubrió Un corazón delator. Y explica que en los últimos años las cosas han mejorado en estas calles, que el tráfico de drogas ha bajado, y que la cercanía de la universidad y la construcción de nuevas viviendas es un buen augurio.

"Será un gran barrio", dijo. "Odiaría que cerrasen la casa de Poe, porque es una maravilla".

Fuente: http://www.lavanguardia.es/

Las primeras uñas de los primates primitivos

Rosa M. Tristán | Madrid
Las uñas son, sin duda, un elemento fundamental para proteger la sensible piel de las puntas de los dedos, pero además permiten rascar y también hacer cosquillas y, por ello, también son un elemento fundamental del tacto, que es necesario cuidar y que hoy se decora con cuidado.
Sin embargo, hasta ahora estaba poco claro desde cuando existen en los primates, una cuestión a la que científicos de la Universidad de Florida han puesto fecha esta semana: según sus investigaciones, esas células endurecidas de los dedos aparecieron en nuestros ancestros hace 55 millones de años, en el Ecoceno, facilitando así un tacto más sensible y con más posibilidades.

Para llegar a esta conclusión, los paleontólogos de Florida analizaron la más vieja evidencia fósil de las uñas de un primate que era de muy pequeño tamaño, lo que desmiente que las uñas surgieron al aumentar el tamaño del cuerpo. En total, estudiaron más de 25 ejemplares de la especie 'Teilhardina brandti', un primate extinto que se describió tras encontrarse un molar, pero del que ya se han encontrado otros dientes y huesos de sus tobillos que demuestran que era un mamífero y que vivía en los árboles.

Según el nuevo trabajo, publicado en la revista 'American Journal of Physical Anthropology', sus uñas permitieron a esta especie de lémur agarrarse en las ramas y moverse ágilmente de un árbol a otro.
Jonathan Bloch, del Museo de Historia Natural de Florida, lo explica con claridad: "Con el hallazgo de fósiles del esqueleto de este primitivo primate hemos probado que las uñas ya estaban presentes en un ancestro común a los lemures, los monos y los humanos".

En todo caso, el trabajo que firma permite comprender mejor las relaciones evolutivas de uno de los más antiguos primates modernos que se conocen, así como el medio ambiente en el que desarrolló las uñas en manos y pies, una característica única de este grupo.

Los restos de 'T. brandti' se encontraron en excavaciones, durante siete años, en la Base Wyoming Bighorn y se consideran la especie de primates norteamericanos más primitivos. Se sabe que vivieron hace 55,8 millones de años, en un momento de calentamiento de la Tierra que duró 200.000 años. Fue entonces cuando los mamíferos disminuyeron su tamaño y cuando los ungulados con una pezuña, relacionados con los ciervos y los caballos modernos, aparecen también en el registro fósil. En definitiva, fue el momento en el que se fijó buena parte de la biodiversidad de los mamíferos modernos.

Un primate pequeño

En el caso del primate 'T brandti' se sabe que medía no más de 15 centímetros y que eran omnívoros. Mientras que sus antepasados, los primates arcaicos, tenían garras, los de esta especie ya tenían, además de uñas en sus dígitos, los dos ojos en la cara frontal y un cerebro de mayor tamaño.
"Son las uñas más pequeñas que se conocen tanto en seres vivos como en fósiles", ha declarado Ken Rose, profesor en la Universidad John Hpokins, también coautor del trabajo.

Dado que se han encontrado los fósiles de las especies 'Teilhardina' en otras partes del mundo, y se conocen sus dataciones, los investigadores se cuestionan la hipótesis de que los mamíferos emigraron desde Asia a Norteamérica, como también lo hizo el 'Homo sapiens' y plantean que pudieron llegar desde Asia, pero después de cruzar Europa, dado que en ambos lugares hay especies relacionadas.

Fuente: http://www.elmundo.es/

Una plesiosaurio embarazada desvela un misterio de 200 años

El ejemplar de reptil acuático del cretácico, que se puede ver ya en Los Ángeles, aclara cómo se reproducían estos animales

Hace unos 80 millones de años, en la era de los dinosaurios, los grandes predadores de los mares eran los plesiosaurios, reptiles acuáticos carnívoros con cuatro aletas cuya forma de reproducirse ha sido un misterio desde que hace 200 años empezaron a identificarse los fósiles hallados, bastante numerosos. El estudio de una hembra de plesiosaurio embarazada ha empezado a desvelar el misterio.

Este fósil del cretácico fue encontrado en 1987 en el Estado de Kansas (EE UU) y estaba almacenado en un museo pero hasta ahora no había sido preparado para su análisis, que han realizado Robin O'Keefe y Louis Chiappe. Este último es el director del Instituto de Dinosaurios del Museo de Historia Natural de Los Ángeles (EE UU), donde el fósil ha quedado expuesto tras su estudio, que se publica en Science.
El animal fosilizado estudiado, de cinco metros de largo, es un ejemplar bastante completo de Polycotylus latippinus, una especie de plesiosaurio. El gran tamaño del feto que contiene indica que los plesiosaurios eran vivíparos y que, al contrario de lo que sucedía con otros reptiles acuáticos de la época, parían una sola cría en vez de una camada de crías menos desarrolladas.

"Hace mucho tiempo que los científicos sabían que los cuerpos de los plesiosaurios no estaban bien adaptados a salir del agua y poner huevos en un nido", dice O'Keefe. "La falta de pruebas de que dieran a luz ha resultado un misterio. Este fósil indica por primera vez que los plesiosaurios eran vivíparos y lo resuelve. Además, el embrión es de gran tamaño en comparación con la madre, mucho mayor de lo que se podría esperar si se compara con otros reptiles".

Otros animales marinos vivíparos actuales, como las ballenas y los delfines, cuidan de sus crías durante bastante tiempo. "Creemos que los plesiosaurios tuvieron un comportamiento social y de cuidado materno, con una vida social más parecida a la de los delfines modernos que otros reptiles", añade O'Keefe.
La presencia de plesiosaurios en lo que hoy es Kansas se explica porque en el mesozoico existía una enorme vía de agua que partía en dos el continente norteamericano y se formó por inundación al encontrarse las aguas del océano Ártico y el golfo de México.

Fuente: http://www.elpais.com/

La invasión que terminó con los neandertales

La llegada masiva de humanos modernos a Europa desde África puede explicar uno de los mayores enigmas de la historia de la evolución

Los neandertales vivieron con éxito durante 300.000 años en los entornos subglaciales de la Europa central y occidental. Sin embargo, hace 40.000 años, desaparecieron repentinamente, dando lugar a uno de los mayores misterios de la evolución humana. Entonces, fueron reemplazados por el Homo sapiens, el hombre moderno, anatómica y genéticamente diferente, que se estableció en el continente procedente de África. Ahora, investigadores de la Universidad de Cambridge creen tener la clave para explicar por qué los neandertales fueron borrados del mapa. Según su estudio, publicado en la revista Science, los humanos modernos invadieron la región de forma masiva hasta alcanzar diez veces la población de los neandertales ya establecidos. Simplemente, los avasallaron.

Los científicos, dirigidos por Sir Paul Mellars, profesor de prehistoria y evolución humana en Cambridge, realizaron un análisis estadístico de las evidencias arqueológicas de la región de Périgord, en el suroeste de Francia, que contiene la mayor concentración europea de yacimientos de neandertales y primeros humanos modernos. De esta forma, encontraron pruebas claras de que las primeras poblaciones humanas modernas penetraron en la región en un número al menos diez veces mayor que las comunidades locales de neandertales. Esto se refleja en un aumento en el número total de sitios ocupados, con densidades mucho más altas de residuos como herramientas de piedra o restos de animales de los que se alimentaban. Además, sus áreas de ocupación más extensas reflejan grupos sociales más grandes y aparentemente más integrados.

Frente a este aumento espectacular de visitantes, la capacidad de los grupos neandertales para competir por la misma gama de lugares donde vivir y de alimentos de origen animal (renos, caballos, bisontes y ciervos) se vio menguada. Los conflictos entre las dos poblaciones por ocupar las tierras más ricas en alimentos se repetían, pero el mayor número de individuos y su alta capacidad para coordinar actividades garantizaban el éxito de los humanos modernos.

Más complejos y sofisticados

Los grupos de humanos modernos también poseían tecnologías y equipos de caza superiores, como lanzas más eficaces y de largo alcance y eran más eficientes almacenando alimentos de cara al frío invierno glacial. Que los humanos modernos disponían de cerebros y capacidades mentales más desarrollados respecto a los neandertales es aún un debate abierto, pero la repentina aparición de una amplia gama de formas de arte complejo y sofisticado como las pinturas rupestres, la producción a gran escala de artículos de decoración (piedra perforada y cuentas de marfil y de conchas del mar) y los sistemas simbólicos de las marcas en los huesos y en las herramientas de marfil -todo aspectos que no se habían visto en los neandertales-, apuntan a sistemas más elaborados de comunicación social entre grupos de Homo sapiens, probablemente acompañados de formas más avanzadas y complejas de la lengua.
Todos estos nuevos patrones de comportamiento, más sofisticados, se desarrollaron en primer lugar entre las poblaciones de Homo sapiens africanas al menos entre 20.000 y 30.000 años antes de su dispersión desde África. «Está claro que esta gama de innovaciones tecnológicas y de comportamiento permitió a las poblaciones humanas modernas invadir y sobrevivir» a los neandertales, indica Mellars. Frente a estas competencias, a los neandertales no les quedó más remedio que retroceder a regiones marginales y menos atractivas del continente hasta la extinción, que, según el profesor de Cambridge, quizás pudo haberse acelerado por un deterioro repentino del clima en todo el continente hace unos 40.000 años.

Descubren un mosaico y un baño ritual del siglo I d. C. en Magdala, Israel



Arqueólogos mexicanos hallaron en Magdala, lugar de nacimiento de María Magdalena, en Israel, un mosaico típico del siglo I d. C. y un baño ritual judío.

El mosaico de cuatro por cuatro metros, en forma de roseta con ocho pétalos en blanco y negro, fue localizado durante los trabajos de excavación que un grupo de arqueólogos de la Universidad Anáhuac del Sur y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) realizan a orillas del mar de Galilea, en Israel.
El grupo de especialistas encabezados por la arqueóloga Marcela Zapata, descubrió también un miqwe, una estructura en forma de piscina que funcionaba como baño de purificación ritual para acceder a la sinagoga. Esta estructura de 3,5 metros de profundidad tiene siete escalones, los cuales, según Zapata, “hacen referencia a los siete días de la creación y a siete momentos históricos de contacto entre Yahvé y el pueblo judío”.

“Este 'miqwe' nos ayudará a entender las costumbres religiosa del pueblo judío”, explicó en entrevista telefónica desde Israel, Marcela Zapata.

Este proyecto de arqueología bíblica, que asesora la arqueóloga Linda Manzanilla, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, tiene como objetivo comprender el desarrollo histórico-cultural del pueblo de Magdala.

El proyecto que inicio en 2010, a raíz del hallazgo de una sinagoga del Siglo I en un predio propiedad de los legionarios de Cristo, ha logrado excavar mil 250 metros cuadrados y continúa con la búsqueda de vestigios que permitan conocer la forma de vida de los habitantes de ese pueblo, considerado como centro de resistencia hacia los romanos.

Los resultados

Hasta ahora, indicó Zapata, se han encontrado varias piezas de cerámica como ánforas, jarras y platos; vasos de piedra caliza que utilizaban los judíos para purificarse en el miqwe, además de 700 monedas del siglo I, objetos de metal como campanas y anillos, algunos dados, así como algunas moliendas de basalto para hacer pan o para moler granos.

“Son hallazgos pequeños pero que nos ayudan a entender la grandeza de este pueblo”, dijo la arqueóloga. Pero el análisis de esos objetos comienzan a dar resultados. Ahora se sabe que el pueblo de Magdala fue abandonado y no destruido a raíz de alguna guerra contra los romanos o por un terremoto, como se había creído: “Después del año 60, cuando llegan los romanos rumbo a Jerusalén, los habitantes del pueblo comienzan a moverse hacia el sur de Magdala, llevándose sus cosas, eso explica porque no se han localizado muchos objetos en el sitio”, considera Marcela Zapata.

“La traza, la cerámica, todo nos indica que estamos hablando de un pueblo del siglo I y no tenemos indicios de ocupaciones posteriores”.

Sin embargo, Zapata advierte que falta mucho por explorar en ese predio de tres hectáreas, donde se planea la construcción del Magdala Center.

La siguente etapa del proyecto, que además se apoya de los métodos de la arqueología científica (arqueometría), a cargo del arqueólogo Luis Barba de del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, consistirá en la exploración del área del puerto, a orillas del mar de Galilea.

Esta etapa, indicó Zapata, permitirá conocer la parte económica de esa región, que durante el siglo I destacó por la pesca, la agricultura y la fabricación de objetos de vidrio.

“Hasta ahora hemos encontrado objetos de uso doméstico y fragmentos de vidrio, pero no se ha encontrado un taller de vidrio”, señaló.

El Proyecto Magdala representa el primer trabajo liderado por arqueólogos mexicanos en Israel y se trata de “la última oportunidad para comprender la vida de un pueblo del siglo I”, ya que los pueblos que existieron a las orillas del Mar de Galilea, la principal reserva de agua dulce de Israel, han sido excavados o urbanizados.




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Fuente: http://www.eluniversal.com.mx/

Göbekli Tepe: El Nacimiento de la Religión


Creíamos que la agricultura había dado origen a las ciudades y, más adelante, a la escritura, el arte y la religión. Ahora, el templo más antiguo del mundo sugiere que la conciencia de lo sagrado pudo encender la chispa de la civilización.

Por Charles C. Mann
Fotografías de Vincent J. Musi
Cada cierto tiempo, en lo alto de una colina remota del sur de turquía, se escenifica el despertar de la civilización.
Los actores son legiones de turistas, por lo general turcos, a veces europeos, llegados en autocares blancos con aire acondicionado y televisión, que suben dando tumbos por el firme irregular de la sinuosa carretera y aparcan ante el portal de piedra como acorazados en un puerto. Los visitantes se apean, con sus botellines de agua y sus reproductores de música, y los guías les gritan instrucciones y explicaciones. Sin prestarles atención, los turistas suben la cuesta. Cuando llegan a la cima, se quedan mudos de asombro.

Tienen ante sí decenas de enormes columnas de piedra dispuestas en una serie de círculos, apiladas unas encima de otras. El lugar, llamado Göbekli Tepe, recuerda vagamente Stonehenge, pero es mucho más antiguo y no está hecho de toscos bloques sino de pilares de piedra caliza finamente tallados y adornados con bajorrelieves de animales: un desfile de gacelas, serpientes, zorros, escorpiones y feroces jabalíes. El conjunto fue construido hace unos 11.600 años, siete milenios antes que la Gran Pirámide de Keops, y contiene el templo más antiguo conocido hasta ahora. De hecho, Göbekli Tepe es el ejemplo más antiguo conocido de arquitectura monumental, la primera estructura levantada por el ser humano con una envergadura y complejidad mayores que las de una choza. Hasta donde alcanzan nuestros conocimientos, cuando se erigieron esas columnas no había en el mundo ninguna otra construcción de tamaño comparable.

Cuando se edificó Göbekli Tepe, gran parte de la humanidad estaba organizada en pequeñas bandas nómadas que vivían de la recolección de plantas y de la caza de animales salvajes. Para construir el templo, probablemente fue necesario reunir en un solo lugar más personas de las que jamás se habían reunido hasta entonces. Asombrosamente, los constructores lograron extraer, tallar y transportar piedras de 16 toneladas a lo largo de cientos de metros, aunque no conocían la rueda ni disponían de animales de carga. Los peregrinos que acudían a Göbekli Tepe vivían en un mundo sin escritura, ni metales ni cerámica. A aquellos que se acercaron al templo subiendo la pendiente, los pilares debieron de parecerles gigantes petrificados, cubiertos de animales esculpidos que temblaban a la luz de las llamas, emisarios de un mundo espiritual que la mente humana apenas comenzaba a vislumbrar.

Los arqueólogos todavía están excavando en Göbekli Tepe y aún no se han puesto de acuerdo respecto a su significado. Pero lo que sí saben es que el yacimiento es el más notable de una serie de hallazgos inesperados que han cuestionado anteriores ideas sobre el pasado remoto de nuestra especie. Hace apenas 20 años la mayoría de los investigadores creía conocer el momento, el lugar y la secuencia aproximada de la revolución neolítica, la crucial transición que condujo al nacimiento de la agricultura, determinante para que Homo sapiens dejara atrás los grupos dispersos de cazadores-recolectores para empezar a formar poblados agrícolas y, a partir de ahí, sociedades tecnológicamente avanzadas con grandes templos, torres, reyes y sacerdotes que regían el trabajo de sus súbditos y registraban sus hazañas por escrito. Pero en los últimos años, nuevos descubrimientos, entre los que destaca Göbekli Tepe, han obligado a los arqueólogos a replantearse sus puntos de vista.

Al principio, la revolución neolítica se consideraba como un suceso único ocurrido en un único lugar, Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufrates (en lo que hoy es el sur de Iraq), que más tarde se extendió a la India, Europa y el resto del mundo. La mayoría de los arqueólogos creía que ese florecimiento súbito de la civilización había sido propiciado en gran medida por cambios climáticos: un calentamiento gradual al final de la última glaciación que permitió a algunos pueblos iniciar el cultivo de plantas y el pastoreo de animales. La reciente investigación sugiere que, en realidad, la «revolución» fue obra de muchas manos que actuaron en un área muy extensa y a lo largo de miles de años. Además, es posible que su motor no fuera el medio ambiente sino algo completamente diferente.

Tras un momento de silencio, los atónitos tu­­ristas que llegan al yacimiento se ponen a hacer fotos con sus cámaras y teléfonos móviles. Hace once milenios, nadie disponía de equipos digitales para captar imágenes, por supuesto, pero las cosas han cambiado menos de lo que uno podría suponer. La mayoría de los grandes centros religiosos del mundo, los del pasado y los que existen en la actualidad, son la meta de los peregrinos. Basta pensar en el Vaticano, La Meca, Jerusalén, o Bodh Gaya (donde Buda accedió a la iluminación). Son lugares monumentales para viajeros espirituales, que recorren a menudo grandes distancias para conmoverse y admirarse ante su grandeza. Göbekli Tepe es quizás el primero de todos esos lugares de peregrinaje. Lo que sugiere, al menos a los arqueólogos que trabajan allí, es que el sentido humano de lo sagrado, y quizá también el gusto del ser humano por la escenificación, pueden haber sido el motor de la civilización.
Klaus Schmidt supo casi de inmediato que iba a dedicarle muchas horas de trabajo a Göbekli Tepe. Actualmente investigador del Instituto Arqueológico Alemán (DAI), Schmidt había pasado el otoño de 1994 recorriendo el sudeste de Turquía. Tras varios años de trabajo en un yacimiento, estaba buscando otro lugar donde excavar. La ciudad más grande de la zona es Şanlıurfa. Comparada con jóvenes ciudades co­­mo Londres, Şanlıurfa es increíblemente antigua; de hecho, es el lugar donde se cree que nació el profeta Abraham. Schmidt había ido a la ciudad para localizar un yacimiento que le per­mitiera comprender mejor el neolítico, un lugar a cuyo lado incluso Şanlıurfa pareciera una adolescente. El paisaje se ondula al norte de Şanlıurfa para formar las primeras estribaciones de las montañas que atraviesan el sur de Turquía, donde nacen los ríos Tigris y Éufrates. A 14 kilómetros de la ciudad se yergue una cresta alargada, de cima redondeada, que los lugareños llaman Göbekli Tepe, es decir, «monte panzudo».

En la década de 1960, arqueólogos de la Universidad de Chicago estudiaron la región y llegaron a la conclusión de que Göbekli Tepe no tenía interés. Observaron signos evidentes de intervención humana en la cima del monte, pero los atribuyeron a la existencia de un puesto militar fronterizo de la época bizantina. Hallaron fragmentos dispersos de piedra caliza, que interpretaron como lápidas. Schmidt había leído la breve descripción que los investigadores de Chicago habían hecho del yacimiento y decidió ir a verlo con sus propios ojos. Sobre el terreno vio astillas de pedernal, grandes cantidades de ellas. A los pocos minutos de llegar, recuerda el propio Schmidt, se dio cuenta de que estaba en un lugar donde habían trabajado decenas o incluso centenares de personas varios milenios atrás. Las losas de piedra caliza no eran tumbas bizantinas sino algo mucho más antiguo. Al año siguiente empezó a trabajar en colaboración con el DAI y el Museo de Şanlıurfa.
Unos centímetros por debajo de la superficie el equipo encontró una piedra cuidadosamente esculpida. A ésta le siguió otra, y otra más, hasta sacar a la luz un círculo de pilares en pie. A lo largo de los meses y los años, el equipo de Schmidt, compuesto por estudiantes de posgrado alemanes y turcos, y más de medio centenar de habitantes de la zona, encontró un segundo círculo de piedras, después un tercero y a continuación varios más. En 2003 unas prospecciones geomagnéticas revelaron la existencia de al menos 20 círculos distribuidos desordenadamente bajo tierra, los bloques de piedra apilados unos encima de otros. Los pilares eran de gran tamaño (los más altos medían 5,4 metros de altura y pesaban unas 16 toneladas) y presentaban en la superficie toda una galería de bajorrelieves de animales en diferentes estilos, algunos toscos y otros, los menos, mucho más refinados y con un claro carácter simbólico. Otras partes de la colina estaban sembradas de antiguos utensilios tallados en pedernal, la mayor colección que Schmidt había visto en su vida: un auténtico almacén de cuchillos, azuelas y puntas de proyectil del neolítico. La piedra tuvo que ser transportada desde los valles próximos. «Había más piezas de pedernal aquí, en un área de uno o dos metros cuadrados –dice Schmidt–, que las que encuentran muchos arqueólogos en yacimientos enteros.»

Los círculos presentan un diseño común. Todos están hechos de pilares de caliza en forma de una enorme letra T mayúscula. Parecen cuchillos, miden cinco veces más de ancho que de fondo y se yerguen a un brazo de distancia unos de otros, interconectados por unos muros bajos de piedra. En el centro de cada círculo hay dos pilares más altos, cuyas bases aguzaron los constructores para poder hincarlos en unas ranuras poco profundas abiertas en el suelo. Le pregunté al arquitecto e ingeniero civil alemán Eduard Knoll, colaborador de Schmidt en los trabajos de conservación del yacimiento, si el sistema de anclaje de aquellos pilares centrales estaba bien diseñado. Me respondió que no. «Todavía no dominaban la ingeniería.» Knoll piensa que quizá las columnas estuvieran apuntaladas, tal vez con postes de madera.
Según Schmidt, los pilares en forma de T son figuras humanas estilizadas, como parecen confirmar los brazos esculpidos que parten de los «hombros» de algunos de ellos, con las manos dirigidas hacia el vientre cubierto con taparrabos. Todos miran al centro del círculo, «como en una reunión o una danza», dice Schmidt, en representación quizá de algún ritual religioso. En cuanto a las figuras animales que corren y brincan en las piedras, señala que se trata en su mayoría de bestias peligrosas: escorpiones venenosos, jabalíes en pleno ataque o leones feroces. Las figuras humanas representadas por los pilares podrían estar protegidas por esos animales, a los que pudieron atribuir un carácter totémico.

Los enigmas se acumulaban a medida que avanzaba la excavación. Por razones aún desconocidas, parece ser que los círculos de Göbekli Tepe perdían su poder, o al menos sus cualidades mágicas, al cabo de cierto tiempo. Tras unas cuantas décadas, la gente del lugar enterraba las columnas y levantaba otras nuevas, que formaban un círculo más pequeño dentro del anterior. A veces construían un tercer anillo de piedras pasado un tiempo. Después los constructores rellenaban toda la estructura con escombros y levantaban un nuevo círculo en las proximidades del anterior. Es posible que este proceso se haya repetido muchas veces a lo largo de siglos.
Sorprendentemente, las técnicas de construcción empleadas en Göbekli Tepe fueron empeorando. Los primeros círculos son los más grandes y los de mayor complejidad técnica y artística. Con el paso del tiempo los pilares fueron haciéndose cada vez más pequeños y sencillos, y an­­clándose al suelo con menos habilidad. Parece ser que finalmente la actividad cesó por completo hacia el año 8200 a.C. Göbekli Tepe se desmoronó y no volvió a levantarse.

Tan importante es lo que han hallado los in­­vestigadores como lo que no han hallado: ningún indicio de asentamiento. Seguramente fueron necesarios cientos de personas para tallar y le­­vantar los pilares, pero no había agua en el lugar. La corriente más cercana estaba a unos cinco kilómetros de distancia. Los trabajadores debieron de necesitar un sitio donde vivir, pero las excavaciones no han sacado a la luz la menor señal de muros, hogueras o casas, ni ningún tipo de estructura que Schmidt haya interpretado como doméstica. También tuvieron que comer, pero no hay indicios de agricultura. Schmidt tampoco ha encontrado restos de cocinas, ni de fuegos donde se cocinara. Era un centro puramente ceremonial. Si alguna vez vivió alguien en ese lugar, debió de tratarse del personal del templo. A juzgar por los miles de huesos de gacelas y uros que se han hallado, los trabajadores debieron de alimentarse de remesas de carne de caza, enviadas con regularidad desde lugares distantes. Para canalizar con éxito todo ese complejo esfuerzo, debieron de ser necesarios organizadores y supervisores, pero hasta ahora no se han observado indicios de una jerarquía social: no se han descubierto zonas reservadas a los más ricos, ni tumbas llenas de ajuares funerarios propios de una élite, ni rastros de que la dieta de algunos fuera mejor que la de otros.

«Eran forrajeadores –dice Schmidt, refiriéndose a gente que recogía plantas y cazaba animales salvajes–. Nuestra imagen de los pueblos forrajeadores siempre ha sido de grupos pequeños y móviles, formados por algunas decenas de individuos. Creíamos que no podían construir grandes estructuras permanentes, porque tenían que desplazarse constantemente en pos de sus recursos. Pensábamos que no podían mantener castas separadas de sacerdotes y artesanos, porque no les era posible transportar los suministros adicionales necesarios para unos y otros. Pero aquí tenemos Göbekli Tepe, donde sí lo hicieron.»
Descubrir que unos cazadores-recolectores habían construido Göbekli Tepe fue como saber que alguien había fabricado un Boeing 747 con una navaja suiza. Paradójicamente, Göbekli Tepe se presenta a la vez como un heraldo del mundo civilizado que estaba por venir y el último símbolo de un pasado nómada a punto de desaparecer. La proeza fue asombrosa, pero es difícil comprender cómo la llevaron a cabo o lo que significaba. «Dentro de unos 10 o 15 años –afirma Schmidt–, Göbekli Tepe será más famoso que Stonehenge. Y con razón.»
Sobre Göbekli Tepe planea el espíritu de V. Gordon Childe. Australiano afincado en Gran Bretaña, Childe era un hombre expansivo y apasionado, un marxista convencido que solía vestir pantalones de golf y pajarita. También fue uno de los arqueólogos más influyentes del siglo pasado. Gracias a su gran capacidad de sínte-
sis, interrelacionaba los datos inconexos de sus co­legas proponiendo nuevos métodos de interpretación de la prehistoria basados en el materialismo histórico. También propuso nuevos conceptos, el más famoso de ellos, acuñado en la década de 1920, el de «revolución neolítica». Bajo su punto de vista, la revolución neolítica fue un acontecimiento de vital importancia: «el más grande en la historia de la humanidad, después del dominio del fuego».
Hoy, el pensamiento de Gordon Childe podría resumirse más o menos así: Homo sapiens apareció en escena hace alrededor de 200.000 años. Durante los milenios que siguieron hubo, por lo general, muy pocos cambios y la especie siguió organizada en pequeños grupos de forrajeadores nómadas. Entonces tuvo lugar la revolución neolítica, que según Childe supuso «un cambio radical, cargado de consecuencias revolucionarias para el conjunto de la especie». En un súbito destello de inspiración, parte de la humanidad dejó atrás el forrajeo y adoptó la agricultura. Este hecho, en opinión de Childe, trajo consigo nuevas transformaciones. Para cuidar los campos, nuestros ancestros tuvieron que dejar de desplazarse y se asentaron en poblados permanentes, donde desarrollaron nuevos utensilios e inventaron la cerámica.

De todos los aspectos de la revolución, la agricultura fue el más importante. Durante miles de años, hombres y mujeres provistos de útiles de piedra habían recorrido los campos en busca de espigas de gramíneas silvestres, que cortaban y se llevaban a casa. Aunque es posible que aquellos grupos cuidaran y protegieran los campos donde crecían esas espigas, las plantas seguían siendo silvestres. El trigo y la cebada silvestres, a diferencia de las variedades domésticas, producen semillas que caen de la planta en cuanto están maduras, lo que hace casi imposible la recolección del grano en su grado óptimo de maduración. Desde el punto de vista genético, la verdadera agricultura de los cereales comenzó sólo cuando el hombre empezó a plantar extensas áreas nuevas con variedades mutadas, que no dispersaban las semillas maduras. Así aparecieron campos de trigo y de cebada domésticos que, por decirlo de algún modo, «esperaban» a que los agricultores cosecharan el grano.
En lugar de recorrer el entorno en busca de alimento, nuestros antepasados ya podían producir todo lo que necesitaban donde les hacía falta, lo que les permitió vivir juntos en grupos más grandes. La población aumentó. «Sólo después de la revolución, pero de forma inmediata –escribió Childe–, nuestra especie empezó a multiplicarse con verdadera rapidez.» En esas sociedades repentinamente más numerosas, era más fácil intercambiar ideas, y las innovaciones tecnológicas y sociales empezaron a sucederse a ritmo acelerado. Florecieron la religión y el arte, signos distintivos de la civilización.

Childe, como la mayoría de los investigadores actuales, creía que la revolución se produjo por primera vez en el Creciente Fértil, el arco de territorio que se curva hacia el nordeste, desde Gaza hasta el sur de Turquía, y sigue hacia el sudeste, hasta el actual Iraq. Delimitado al sur por el desierto de Siria y al norte por las montañas de Turquía, es una franja de clima templado entre ambientes inhóspitos. Su extremo meridional es la confluencia de los ríos Tigris y Éufrates, en el sur de Iraq, el lugar donde floreció el reino de Sumer, hacia 4000 a.C. En la época de Childe, la mayoría de los investigadores consideraba que Sumer representaba el inicio de la civilización. El arqueólogo Samuel Noah Kramer recogió esa argumentación en la década de 1950 en su obra La historia empieza en Sumer. Pero incluso antes de que acabara el libro, la hipótesis ya estaba siendo cuestionada por nuevos hallazgos en el otro extremo del Creciente Fértil, el occidental. Allí, en el Levante mediterráneo (área que hoy abarca Israel, los territorios palestinos, Líbano, Jordania y el oeste de Siria), los arqueólogos habían descubierto asentamientos que se remontaban al año 13000 a.C. Aquellos poblados o aldeas, conocidas como natufienses (así llamadas por el lugar donde fue hallada la primera), se extendieron por todo el Levante hacia el final de la última glaciación, durante un período en que el clima de la región se volvió relativamente cálido y húmedo.

El descubrimiento de la cultura natufiense fue la primera objeción a la revolución neolítica de Childe. Para el arqueólogo, la agricultura había sido la chispa que permitió los asentamientos permanentes y prendió la llama de la civilización. Sin embargo, aunque los natufienses vivían en aldeas estables de varios centenares de personas, eran forrajeadores, no agricultores, ya que cazaban gacelas y recolectaban centeno, cebada y trigo silvestres. «Era un indicio importante de que debíamos revisar nuestras ideas», dice Ofer Bar-Yosef, arqueólogo de Harvard.
Las aldeas natufienses entraron en una época difícil hacia el año 10800 a.C., cuando las temperaturas de la región sufrieron un brusco descenso de unos 7 °C: una miniglaciación que duró 1.200 años y creó unas condiciones mucho más áridas en todo el Creciente Fértil. Con la disminución del hábitat de los animales y la reducción de los campos de cereales, varias aldeas resul­taron de pronto demasiado pobladas para los recursos alimentarios locales. Muchos de sus habitantes volvieron al forrajeo nómada.

Algunos asentamientos trataron de adaptarse a un entorno más árido. Abu Hureyra, en el actual norte de Siria, intentó al parecer cultivar centeno, tal vez replantando los granos recolectados. En 2000, tras examinar granos de centeno del yacimiento, Gordon Hillman, del University College de Londres, y Andrew Moore, del Instituto Tecnológico de Rochester, concluyeron que algunos eran más grandes que sus equivalentes silvestres, lo que podría ser un indicio de domesticación, ya que el cultivo mejora las cualidades del grano, como el tamaño del fruto y de las semillas. Bar-Yosef y otros investigadores se convencieron de que lugares cercanos, como Mureybet o Tell Qaramel, también tuvieron sociedades agrícolas.
Si estos arqueólogos están en lo cierto, aquellas protociudades ofrecen una nueva explicación para el inicio de las sociedades humanas complejas. Childe creía que primero fue la agricultura, considerada como la innovación que permitió al hombre aprovechar la oportunidad de un entorno nuevo y rico para extender su dominio sobre la naturaleza. Los yacimientos natufienses del Levante mediterráneo, en cambio, sugieren que lo primero fueron los asentamientos y que la agricultura llegó más tarde, como fruto de una crisis. Ante un clima cada vez más frío y seco, y una población en aumento, los habitantes de las pocas áreas fértiles que quedaban pensaron, según Bar-Yosef: «Si nos movemos, vendrán otros a aprovechar nuestros recursos. Lo mejor para sobrevivir es quedarnos donde estamos y explotar nuestro territorio». Entonces surgió la agricultura.

La idea de que la revolución neolítica fue im­­pulsada por el cambio climático tuvo mucho eco durante la década de 1990, una época en que aumentaba la preocupación por los efectos del actual calentamiento planetario. Pero los críticos adujeron que los indicios no eran concluyentes, entre otras cosas porque Abu Hureyra, Mureybet y otros muchos yacimientos del norte de Siria habían sido inundados por la construcción de presas antes de que pudieran excavarse a fondo. «Teníamos toda una teoría sobre el origen de la cultura humana basada, a grandes rasgos, en apenas media docena de semillas inusualmente grandes –comenta George Willcox, especialista en cereales antiguos del Centro Nacional de Investigación Científica, de Francia–. ¿No es más probable que los granos se hincharan al quemarse o que alguien en Abu Hureyra hallara un tipo de centeno silvestre poco corriente?»
Mientras el debate sobre los natufienses se intensificaba, Schmidt trabajaba a fondo en Gö­­bekli Tepe. Y lo que encontró obliga una vez más a los investigadores a replantearse sus ideas.
Los antropólogos han presupuesto que la religión organizada surgió como un medio para aliviar las tensiones que inevitablemente tuvieron que aparecer cuando los cazadores-recolectores se establecieron como agricultores y formaron grandes sociedades. En comparación con una banda nómada, el poblado tenía objetivos más complejos y a más largo plazo, por ejemplo, almacenar grano y mantener viviendas permanentes. Para cumplir sus objetivos, era conveniente que los miembros del poblado estuvieran involucrados en los fines colectivos. Aunque las prácticas religiosas primitivas (dar sepultura a los muertos, ejecutar pinturas rupestres y tallar estatuillas) habían surgido decenas de miles de años antes, la religión organizada sólo comenzó, según este punto de vista, cuando fue necesaria una visión común del orden celestial, una idea compartida por todos que cohesionara esos nuevos grupos más grandes y diversificados. También es posible que la religión ayudara a justificar la jerarquía social establecida en una sociedad más compleja. Los que ascendían al poder se presentaban a sí mismos como poseedores de una vinculación especial con los dioses. Las comunidades de fieles, unidos por una visión común del mundo y del lugar que ocupaban en él, tenían una mayor cohesión que un simple grupo de individuos propenso a las disputas.
En opinión de Schmidt, Göbekli Tepe representa una inversión de ese panorama. La construcción de un templo enorme por parte de un grupo de forrajeadores indica que la religión organizada pudo haber surgido antes que la agricultura y otros aspectos de la civilización, y sugiere que el impulso humano de congregarse para la práctica de rituales sagrados apareció cuando el ser humano dejó de verse como parte del mundo natural y empezó a tratar de dominarlo. Cuando los forrajeadores comenzaron a asentarse en poblados, trazaron una línea divisoria entre el ámbito humano (un grupo fijo de viviendas con cientos de habitantes) y el peligroso mundo poblado de bestias feroces que había más allá de sus hogares.

Para el arqueólogo francés Jacques Cauvin, ese cambio en la conciencia fue una «revolución de los símbolos», una transformación conceptual que permitió a la humanidad imaginar que existían dioses en un plano diferente del mundo físico. Para Schmidt, Göbekli Tepe confirma la teoría de Cauvin: «Los animales eran guardianes del mundo espiritual. Los relieves de los pilares en forma de T ilustran ese otro mundo».
Schmidt piensa que los forrajeadores que vi­­vían en un radio de menos de 160 kilómetros de Göbekli Tepe pudieron erigir el templo como lugar sagrado, donde se reunían y al que tal vez llevaban ofrendas y tributos para los sacerdotes y los artesanos. Debió de ser necesario establecer algún tipo de organización social, no sólo para construirlo sino también para manejar a las multitudes que atraía. Observándolo, es fácil imaginar cánticos y tambores, y a los animales de las columnas moviéndose a la luz temblorosa de las antorchas. Seguramente había festines. Schmidt ha encontrado piletas de piedra que quizá se usaron para la cerveza. El templo era un centro espiritual, un escenario para el rito.
Schmidt cree que, con el tiempo, la necesidad de conseguir suficiente alimento para quienes trabajaban en Göbekli Tepe y los que allí se reu­nían para celebrar ceremonias religiosas pudo conducir al cultivo intensivo de cereales silvestres y a la creación de algunas de las primeras variedades domésticas. De hecho, los científicos creen que uno de los centros donde surgió la agricultura fue el sur de Turquía, a una distancia que es posible cubrir a pie desde Göbekli Tepe, exactamente hacia la época en que el templo alcanzó su máximo esplendor. Actualmente, los antepasados silvestres más directos del trigo es­­caña cultivado se encuentran en las laderas del monte Karaca Da, a sólo 96 kilómetros al nordeste de Göbekli Tepe. En otras palabras, la adopción de la agricultura pudo ser el resultado de una necesidad profunda de la psique humana, un apetito que aún hoy impulsa a las personas a recorrer el mundo en una búsqueda espiritual.

Algunos de los primeros indicios de domesticación de plantas se sitúan en Nevalı Çori, un asentamiento en las montañas a apenas 30 kilómetros de Göbekli Tepe. Como éste, también surgió después de la miniglaciación, una época conocida por los arqueólogos como neolítico precerámico. La reciente construcción de una presa que proporciona agua de regadío y electricidad a la región ha inundado el yacimiento. Pero antes de que el agua impidiera la investigación, los arqueólogos hallaron en Nevalı Çori pilares en forma de T con imágenes de animales muy parecidas a las que más adelante Schmidt descubriría en Göbekli Tepe. Se han encontrado columnas e imágenes similares en yacimientos del neolítico precerámico a una distancia de hasta 160 kilómetros de Göbekli Tepe. Según Schmidt, las imágenes de esos yacimientos son la prueba de una religión común que se practicaba en torno a Göbekli Tepe y que fue quizá la primera confesión religiosa verdaderamente grande del mundo.

Naturalmente, algunos de sus colegas discrepan de sus ideas. La falta de indicios de viviendas, por ejemplo, no demuestra que no viviera nadie en Göbekli Tepe. Por otra parte, los arqueólogos que estudian los orígenes de la civilización en el Creciente Fértil miran cada vez con más recelo los intentos de hallar un solo factor desencadenante aplicable a la totalidad de los casos. En un lugar determinado, ese factor pudo ser la agricultura; en otro, el arte y la religión, y en otro, la presión demográfica o la organización social y la jerarquía. Al final todos llegaron al mismo punto. Quizá no hubo un único camino hacia la civilización, sino varios, que condujeron al mismo destino por diferentes rutas.
Este verano Schmidt cumplirá su decimo­séptimo año en el yacimiento. Los anales de la ar­queología están llenos de científicos que por actuar con precipitación dieron al traste con hallazgos importantes e hicieron que algunos conocimientos se perdieran para siempre. Schmidt está decidido a no añadir su nombre a la lista. Hoy se excava menos de la décima parte de un yacimiento que ocupa nueve hectáreas.
Schmidt cree que futuras investigaciones en Göbekli Tepe podrían cambiar sus actuales ideas acerca del yacimiento. Ni siquiera su antigüedad se conoce con certeza; Schmidt no está seguro de haber alcanzado el estrato más profundo. «Por cada enigma que resolvemos, aparecen misterios nuevos», afirma. Aun así, ha sacado algunas conclusiones. «Hace 20 años todos creían que la civilización había sido impulsada por causas de tipo ecológico –declara–. Creo que ahora estamos vislumbrando que la civilización es un producto de la mente humana.»

Vía: http://www.nationalgeographic.com.es/
Publicado en: http://www.historiayarqueologia.com/

¿Un OVNI en el fondo del Mar Báltico?

Al principio, el equipo no planeaba investigar más sobre el objeto debido a limitaciones de presupuesto, pero con tanto entusiasmo y donaciones que han surgido, el equipo dijo que pronto visitará el área de nuevo. El descubrimiento ha provocado una onda de especulaciónes entre los entusiastas de los OVNIS y bloggers. Y los periódicos suecos han puesto la historia en las primeras páginas y han preguntado a los lectores si esto es realmente el primer verdadero signo de vida extraterrestre.

Si el objeto misterioso resulta realmente ser un OVNI el descubrimiento sería muy valioso, pero si resulta ser sólo una formación rocosa, será algo sin valor. A pesar de esto, posiblemente los fanáticos ufólogos, tendrán algo más para sustentar sus teorías de que no estamos solos.
Meter Lindberg se transformó, de casualidad, en un cazador de OVNIS. Mientras realizaba su tarea buscando barcos hundidos, se topó con un objeto extraño que se encontraba a 285 metros de profundidad, con un rastro de 300 metros de recorrido.

La compañía de cazatesoros submarinos Ocean Explorer, dirigida por el sueco Peter Lindberg, descubrió un extraño objeto de forma circular en el fondo del mar Báltico, con un asombroso parecido con la nave de Han Solo y Chewbacca de la película.

El propio especialista explicó ante los medios: “Usted ve un montón de cosas raras en este trabajo, pero durante mis 18 años como profesional nunca he visto nada como esto. La forma es completamente redonda... un círculo",
El descubrimiento se produjo el pasado 19 de junio de 2011, bajo la superficie del Golfo de Botnia, en un plano intermedio entre Finlandia y Suecia en el mencionado mar Báltico.

Una extraña forma circular de unos 18 metros de diámetro en el fondo del mar Báltico está levantando todo tipo de especulaciones sobre su origen. Los encargados de descubrir este nuevo tesoro trabajan para la compañía Ocean Explorer, expertos en bucear en los bajos fondos del mar con el fin de hallar numerosos descubrimientos.

Pero en vez de restos de algún antiguo buque, esta vez, el hallazgo fue más sorprendente. Algunos de los investigadores observaron un extraño objeto cuya forma es muy similar al Halcón Milenario, la nave estelar de contrabandistas más famosa de Han Solo y Chewbacca en Star Wars.

El descubrimiento se sitúa en el fondo del golfo de Botnia, un estrecho brazo de mar de unos 700 kilómetros de longitud entre Finlandia y Suecia. El equipo liderado por Peter Lindberg, aseguró que nunca vio nada parecido. Nada más hallarlo creyeron que se trataba de un objeto artificial, sin embargo, no descartaron la posibilidad de que fuera un objeto natural.

Lindberg se hizo famoso en 1997 cuando descubrió los restos del Jönköping, un carguero sueco hundido durante la primera guerra mundial. En su interior había 2.500 botellas de champán champán Heidsieck&Co Monopole 1907 “Gout Americain” dedicadas a la Flota Imperial Rusa. Cientos de botellas se terminaron vendiendo al precio de 195.000 euros (275.000 dólares) cada una.

Fue el pasado 19 de junio cuando se descubrió el gran círculo. “Se pueden ver un montón de cosas raras en este trabajo, pero durante mis 18 años como profesional jamás había visto nada como esto. Su forma es completamente redonda”, asegura Lindberg.

A pesar de ello, el grupo de buscadores de tesoros aseguró que aunque el descubrimiento generó gran expectación, “desafortunadamente, no tenemos el dinero para investigar más allá.” Habrá que esperar entonces si los Jedi y los Sith se ponen de acuerdo por una vez, para que se termine la incógnita del nuevo descubrimiento.

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