Un experto mundial en arte prehistórico califica de «excepcionales» las pinturas de la Cova del Comte de Pedreguer

Sauvet, en primer término, junto a los integrantes del equipo de investigación de la Cova del Comte a la entrada de la cavidad.

«Excepcionales». Eso es lo que opina de las pinturas y grabados de la Cova del Comte de Pedreguer George Sauvet, un experto de rango universal en arte prehistórico, perteneciente al Centre de Recherche et d’Etudes pour l’Art Préhistorique (CREAP) y que la semana pasada visitó la cavidad interesado por los descubrimientos que ha realizado en la misma desde hace ya tiempo un equipo de investigación impulsado por la Fundació Cirne de Xàbia.

Sauvet confirmó que los signos en espiral e ideomorfos de la cueva son paelolíticos, «lo que nos reafirma en que nuestras investigaciones van por el camino correcto», subrayó Josep Casabó, uno de los arqueólogos del equipo de la Cova del Comte. Casabó agregó que «nos interesaban mucho las impresiones de Sauvet ya que es una autoridad mundial en esta materia».
En este sentido, el experto francés subrayó el gran valor de las representaciones de la gruta, tanto las de animales (existen gravados de caballos y ciervos) como las de carácter más simbólico. Además, para Sauvet la cronología no ofrece debate: las representaciones en espiral están bajo de las de los animales –datadas hace más de 20.000 años– lo que quiere decir que las primeras son todavía más antiguas.

Así, el arte parietal de la Cova del Comte «triplica en antigüedad el arte macroesquemático levantino». La cueva de Pedreguer pertenece de esta forma al universo temporal paleolítico de la Cova dels Maravelles y el Parpalló, en Gandia, o a la Cova Fosca de la Vall d’Ebo.

Sauvet y Casabó, durante la inspección.

Sauvet había coincidido con el equipo de investigación de la Cova del Comte en congresos internacionales, donde les expresó su deseo de conocer de primera mano estas representaciones y pinturas del yacimiento de la Marina Alta. El citado equipo desarrollado por Cirne está integrado por los arqueólogos Josep A. Casabó Bernad, Joan de Déu Boronat Soler, Joaquim Bolufer Marqués, Marco Aurelio Esquembre Bevia y Pasqual Costa Cholbi.
El Ayuntamiento de Pedreguer también se ha implicado de forma imprescindible en las excavaciones, la protección del yacimiento y la difusión de sus impresionantes hallazgos.

Fuente: lamarinaplaza.com | 15 de junio de 20170

El arma secreta con la que el Faraón Tutmosis III humilló a su enemigo en la primera batalla de la Historia

«¡Sed firmes! ¡Estad atentos!». Las palabras que dirigió el faraón Tutmosis III a sus hombres antes de la batalla de Megido (siglo XV a. C., la primera de la que se tiene constancia en la Historia) fueron tan premonitorias que se ganaron un hueco en las inscripciones de Karnak. Una jornada después comenzó la contienda, y fue de las más reseñables de la época.

Se cuenta que en ella la imagen del egipcio subido en su carro de guerra de electrum (una aleación elaborada principalmente a base de oro y plata) fue tan impactante que hizo que sus enemigos se retiraran. Quizá fuera por ello, pero lo más probable es que los adversarios se sintiesen compungidos al observar que, junto a él, formaban los prodigios tecnológicos del Imperio Nuevo: decenas de carros ideados no tanto para cargar contra las formaciones de infantería, sino para acribillar a los combatientes desde la lejanía.

A pesar de que no fueron los egipcios los que introdujeron el carro de guerra en batalla (ese privilegio corresponde a las ciudades sumerias del sur de Mesopotamia, según desvela el autor Robin Cross en su obra «50 cosas que hay que saber sobre la guerra»), sí lograron hacer de él un arma definitiva. Y no solo eso, sino que los usaron contra los mismos pueblos que los habían creado. «Los egipcios de la XVIII Dinastía volvieron aquel éxito tecnológico contra sus propios inventores utilizando las unidades de carros para doblegar una provincia tras otra en todo Oriente Próximo», explica el egiptólogo Toby Wilkinson (izquierda) en su obra «Auge y caída del Antiguo Egipto».


El autor es tajante en su libro, y se atreve a afirmar que «sin el carro, resulta dudoso que Egipto hubiera logrado siquiera forjar un imperio».

Livianos como una pluma

La mayoría de autores coinciden en datar la aparición del carro de guerra entre los años 2600 y 2000 a. C. Así lo afirman el ya mencionado Robin Cross, el arqueólogo Fernando Quesada Sanz (derecha) en su dossier «Carros en el antiguo Mediterráneo: de los orígenes a Roma», y el autor José Miguel Bandeira en «El arma imperial egipcia». Quesada es uno de los que más se explaya en la explicación al afirmar que «las ciudades estado sumerias construyeron diferentes tipos de carros, de dos a cuatro ruedas, tirados por hemiones». Estos primitivos «tanques» de la antigüedad contaban con ruedas de madera macizas y ejes fijos.
En palabras del experto, la iconografía nos muestra que se empezaron a utilizar en la lid «tirados por asnos» y con una tripulación de dos hombres armados con jabalinas y hachas. Con todo, Cross hace hincapié en que, a día de hoy, se desconoce cuál era la verdadera función de estos artilugios en el frente. «Lo más probable es que proporcionaran un servicio de transporte hacia el campo de batalla», señala. Otras teorías determinan que es probable que también hicieran las veces de puesto de mando para los oficiales.

Independientemente de su objetivo primario, con el paso de las décadas aquellos ingenios fueron evolucionando en unos transportes mucho más móviles. Gracias al efectivo método de ensayo y error (además del continuo intercambio de conocimientos favorecido por el torrente de invasiones acaecidas en Oriente Próximo), entre los años 1900 a. C. y 1750 a. C. se apostó por la fabricación de un carro diferente. Un vehículo más liviano con capacidad para maniobrar frente a las tropas enemigas y desde el que diezmar al contrario disparando un alud de flechas desde la lejanía. Así nació el carro ligero.
Carro de Yuya, un alto comandante enterrado junto a un carro ligero

«Era, en esencia, un vehículo tirado por dos caballos unidos a un timón central, dotado de una plataforma cerrada al frente y lados y abierta por detrás, con espacio para dos o tres pasajeros en pie», añade Quesada. La tripulación habitual, a partir de entonces, fue siempre de un auriga, un combatiente y un portador de escudo.

A día de hoy este vehículo carece de un padre oficial. Se desconoce cuál fue la civilización que inventó como tal el concepto del carro ligero. Su creación se la disputan desde algunas regiones del Norte del Cáucaso, hasta pueblos ubicados en Anatolia Oriental. Bandeira ofrece, en este sentido, su particular teoría: «El carro con dos ruedas, ágil y veloz tirado por dos caballos, aparece por vez primera en el territorio entre Rusia y Kazajiastán». Con todo, la falta de un origen específico no impidió que su uso se terminara generalizando entre la nobleza, que los empezó a considerar un elemento de ostentación ideal. A partir de ese punto solo era cuestión de tiempo que estos ingenios rodasen sobre los campos de batalla. Aunque es probable que, anteriormente, fuesen utilizados también por la élite de la sociedad en la caza.

El carro egipcio

El carro que llegó hasta Egipto, allá por el año 1600 a. C., fue el modelo cananeo. Este contaba ya con una estructura bastante aligerada y unas ruedas con cuatro radios sostenidas sobre un eje ubicado en el centro de la caja. De él tiraban, tal y como explica Bandeira, dos caballos. Y por entonces los tripulantes se habían reducido hasta dos. Ya era letal, pero, ávidos de crear el arma perfecta, los ingenieros de los faraones lo perfeccionaron en las décadas siguientes hasta crear un vehículo sumamente rápido y maniobrable. Así lo afirma el arqueólogo Sergi Vich Sáez en su dossier «El carro de guerra en la Edad del Bronce»: «El carro egipcio era de construcción liviana, con una base de madera, reforzada en algunas partes con cuero y metal». Por si todo esto fuese poco, también retrasaron el eje hasta la parte trasera de la caja y añadieron -con el paso de los años- dos radios más a las ruedas (hasta un total de 6).

Estas características permitieron al vehículo adquirir una velocidad de hasta 40 kilómetros por hora (hasta ese momento la media se hallaba en poco más de 20 km/h) y hacer unos «giros muy cerrados sin perder la estabilidad». Wilkinson es partidario también de que los egipcios crearon así una perfecta plataforma de disparo capaz de atacar al contrario, y retirarse antes de recibir daños. «La ligereza del carro y la posición retrasada de las ruedas le proporcionaban la máxima velocidad y maniobrabilidad».


El faraón, sobre su carro de guerra (dibujo de Ippolito Rosellini)

No obstante y tan real como que poseía una movilidad crucial, el carro egipcio adolecía de una falta total de blindaje. Además, su escaso peso (apenas 50 kilogramos sin caballos) y su estructura hacían que no pudiese transitar por terrenos rocosos. Aunque habitualmente no le hacía falta, pues las batallas se libraban en la arena del desierto. Por descontado, su escasa resistencia le impedía cargar frontalmente contra la infantería enemiga o entablar combate contra los carros contrarios. Pero su objetivo jamás fue ese, sino debilitar al enemigo desde la lejanía antes del ataque de la infantería aliada, o acosar la retaguardia de los contrarios cuando estos se retirasen.

Un complemento perfecto

El carro de guerra egipcio no habría sido tan letal sino hubiese llegado de la mano de un arma más que revolucionaria para la época: el arco compuesto. Un objeto que -en combinación con el vehículo- otorgó a faraones como Tutmosis III una ventaja definitiva en el campo de batalla por su potencia. Amnon Ben-Tor (izquierda) arqueólogo especializado, define así este ingenio en su obra «La arqueología del antiguo Israel»: «Estaba hecho con varios tipos de madera y ligamentos y tenía un alcance efectivo de hasta 400 metros, el mayor alcance de ninguna arma antigua».
Era, en definitiva, «más fuerte y más eficaz que el arco simple» y «supuso un notable cambio en el equipamiento militar que sucedió al comienzo del Imperio Nuevo». Al menos, así lo explica Philip de Souza en su libro «La guerra en el mundo antiguo».

A nivel técnico, el arco compuesto se fabricaba utilizando como base un «núcleo» de madera. Este era reforzado en su parte frontal con una capa de cuerno y se cubría, posteriormente, con una funda protectora elaborada a base de ceniza o corteza de abedul. Todo ello daba como resultado un arma potente a pesar de su (relativamente) reducido tamaño.

Tripulación

Durante el Imperio Nuevo, la tripulación de los carros de guerra egipcios solía estar formada por dos hombres. A ellos se sumaba, según algunos teóricos, un combatiente más que acompañaba al vehículo a pie.

1 - Auriga o conductor. Su objetivo era, como es lógico, dirigir el carro. Sin embargo, también tenía otras tareas tales como portar la única defensa del vehículo contra los proyectiles enemigos: un escudo. Además, cargaba con un pequeño cuchillo para cortar las riendas si estas se entrelazaban.

2 - Guerrero. Esta figura es más que controvertida entre los expertos. Todos coinciden en que su objetivo principal era disparar su arco contra los enemigos del faraón. Sin embargo, cada fuente le atribuye un tipo de arma secundaria. Así pues, podía portar también desde una lanza larga, hasta varias jabalinas.

Batalla de Qadesh- ABC

En todo caso, y como afirma el egiptólogo Javier Martínez Babón en el dossier «Breve síntesis sobre el armamento en Egipto durante las dinastías ..., todas estas posibilidades eran plausibles. Y es que, el armamento básico que se cargaba en un carro era variado e incluía arcos, 80 flechas, venablos, lanzas, espadas y cotas.
3-Corredor. Este combatiente es mencionado en algunas inscripciones de difícil comprensión, según determina Juan Pablo-Vita (CSIC) en su obra «El ejército de Ugarit». Su trabajo en batalla consistía en seguir a pie al carro de guerra para defenderlo de los ataques enemigos. A su vez, se encargaba de rematar a los enemigos que caían a su paso. La velocidad de estos vehículos provocaba, no obstante, que acabase totalmente agotado.

Estructura

En Egipto, la guerra era una forma de vida y, atendiendo a la época, también de las altas esferas. Eso es precisamente lo que sucedía en el caso de las tripulaciones de estos vehículos. Como señala Wilkinson, «los carros eran prerrogativa de la clase de oficiales». Así pues, para que un combatiente tuviera el honor de subirse a uno de estos vehículos primero debía pasar por los escalones más bajos del ejército y, poco a poco, ir ascendiendo dentro del mundo militar. «No cabe duda de que el ejército ofrecía un pasaporte hacia el prestigio y el poder para los hombres decididos y ambiciosos», añade el experto.

A nivel práctico, las fuerzas armadas egipcias se dividían en dos grandes armas: la infantería y los carros de guerra. Las unidades básicas del ejército eran las compañías. Cada una de ellas estaba formada por 250 soldados a pie.

Unas 20 compañías (5.000 hombres) formaban una brigada. Finalmente, si a este gran número de combatiente se unía un escuadrón de 50 carros de guerra, se creaba una división. Por su parte, cada grupo de 50 carros se estructuraba en 5 unidades de 10 vehículos. «A partir del gobierno de Ramsés II hay constancia de la existencia de cuatro divisiones en activo que portaban los nombres de las divinidades principales de las ciudades que las albergaban: Amun de Tebas, Ptah de Menfis, Re de Heliópolis y Sutej de PiRamsés», determina el autor.

La construcción de los carros de guerra egipcios fue variando a lo largo de los años. Con todo, a día de hoy es posible saber cómo fueron ensamblados en algunas épocas concretas gracias a los restos arqueológicos. Uno de los períodos más documentados en este sentido es el que abarca desde el año 1336 a. C., hasta el 1327 a. C. (en los que vivió el faraón Tutankamón). Todo se debe a que, cuando Howard Carter descubrió su tumba en 1922 en Luxor, halló en ella seis de estos vehículos. Desde entonces, han sido estudiados pormenorizadamente y han ofrecido una retahíla de datos vitales para los expertos.

Carro de guerra de Tutankamón- ABC

De Souza, usando como base estas investigaciones, afirma que la mayoría de piezas se fabricaban en madera y eran unidas mediante piel, cuero sin curtir y cola. Uno de los componentes en los que más esmero ponían los ingenieros era en las ruedas del vehículo. «Se añadían tiras de cuero para ayudar a mantenerlas unidas y protegerlas, y el cuero crudo se usaba para reforzar las juntas, los cubos de las ruedas, y como soporte del eje», añade el experto en su obra. A su vez, se impermeabilizaban con recubrimientos elaborados a base de abedul para evitar que la humedad las dañase. Algo curioso en un clima como el egipcio.

Su cuidado era también habitual. Ejemplo de ello es que, para evitar que las ruedas se achataran por culpa del peso, solían retirarse cuando el vehículo estaba parado durante un largo período de tiempo. También era normal que se cambiasen cuando habían recorrido unas distancias muy largas. Así lo confirmó en 2010 la agencia Efe en una entrevista a los responsables de la exposición National Geographic de Nueva York (la cual exhibió durante varios meses el carro de Tutankamón): «Una de las ruedas de su carro fue reemplazada, lo que sugiere que el uso frecuente por parte del rey hizo necesaria su reparación».



Fuente: ABC.es | 19 de junio de 2017

La vieira que puso a Mula (Murcia) en el mapa mundial prehistórico

Las dos caras de la media vieira, usada como adorno personal, encontrada en Cueva Antón (Mula). / Joao Zilhao

La última ocupación neandertal de Cueva Antón (según el radiocarbono, hace unos 37.000 años) dejó una serie de vestigios, no muy numerosos, compuestos por una docena de útiles y restos de talla asociados a una treintena de huesos -casi todos de ciervo y muchos de ellos claramente fracturados por el hombre- pero entre las piezas recogidas, una llama la atención por su excepcionalidad: una concha de vieira rota por la mitad con una gran perforación central y cuya cara externa había sido pintada con un pigmento de color anaranjado obtenido mediante la mezcla de dos minerales de hierro, la hematita (roja) y la goetita (amarilla). Su descubrimiento y la información que de ella se desprende han llevado a que se hable de esta pieza por todo el mundo.

Según palabras de João Zilhão (izquierda), «la pérdida del color original de la cara que fue pintada y las múltiples microperforaciones producidas por esponjas indican que se trata de una concha arrojada desde los fondos marinos a la playa donde fue recogida; es decir, que procede de una distancia de por lo menos 60 km, que es la que separa Cueva Antón del punto más cercano de la costa de Murcia».
Atendiendo a esa distancia, al carácter esporádico de la ocupación y a la naturaleza relativamente frágil del material, la interpretación lógica de esta pieza es que cumpliera un rol no utilitario sino simbólico. «Con toda probabilidad, se trata de un objeto de adorno que circulaba por el territorio con la persona que lo portaba; al romperse cuando estaba por Cueva Antón, esa persona ahí mismo lo tiró; si no es que, más sencillamente, ahí es donde lo perdió», explica el arqueólogo.
Esta conclusión gana especial relevancia debido a que la tecnología de talla de la piedra que se desprende de los útiles y restos de talla en sílex asociados a esta concha pintada es idéntica a la observada en los niveles de base del yacimiento formados hace unos 75.000 años.

En esta tecnología, que los arqueólogos denominan como de tipo Paleolítico Medio o Musteriense, la intención del artesano es obtener lascas cuya forma viene predeterminada por el modo en que se desprenden del núcleo de piedra. «En Europa, solo los neandertales habían empleado esa tecnología, por lo que, en el caso de Cueva Antón, su presencia constituye prueba sólida, aunque indirecta, de la identidad del grupo humano al que pertenecía el propietario de la vieira».
A pesar de su número reducido, aparente sencillez y falta de espectacularidad, el investigador de la Universidad de Murcia, Ignacio Martín Lerma (derecha), asegura que «los hallazgos de esta cueva prueban que los neandertales practicaban la ornamentación personal y que, por lo menos en el Sureste peninsular, la desaparición de estos grupos hubo de darse hace menos de 37.000 años».

¿Y por qué son estas dos conclusiones de gran importancia? En el caso del uso de complementos, asegura que «la ornamentación del cuerpo es una forma de transmitir información sobre el estatus social de la persona, por ejemplo, sobre su identidad étnica, su grupo de edad, si tiene o no pareja, etc. Todo ello a través de la utilización de elementos como colgantes, anillos, brazaletes, botones, collares, tatuajes o pinturas, entre otros, cuyo significado deriva de unos códigos arbitrarios que son independientes de sus propiedades intrínsecas».

Se trata por lo tanto de cómo la utilización de símbolos constituye el fundamento mismo del pensamiento y del lenguaje humano. A modo de conclusión, la profesora de la Universidad de Murcia, Josefina Zapata (izquierda), señala que, «tanto estos aspectos culturales como los datos genéticos obtenidos en los últimos años, muestran que la relación entre las poblaciones de neandertales y modernos era más estrecha de lo que tradicionalmente se ha venido ofreciendo al presentarlos como especies diferentes».

En cuanto a la desaparición de los neandertales del Sureste español, el dato obtenido en Cueva Antón es importante porque, junto con informaciones recabadas de algunas áreas de Gibraltar y Portugal, se pone de manifiesto que mientras al Norte de la depresión del Ebro, la sustitución de los neandertales por los modernos se dio hace no menos de 41.000 años; los neandertales habrían persistido cuatro milenios más en el Sur y el Oeste de la Península Ibérica que en el resto de Europa.

Fuente: laverdad.es | 19 de junio de 2017


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¿Quiénes fueron los primeros murcianos?

La región ha sido lugar de paso y asentamiento de numerosas poblaciones a lo largo de la historia. El yacimiento de la Bastida (Totana), perteneciente a la cultura argárica, es uno de los poblados más extensos (4,5 hectáreas como estimación mínima) de los inicios de la Edad de Bronce en Europa continental y está considerado como uno de los asentamientos más importantes de la Prehistoria reciente europea. No es por tanto de extrañar que mucho antes de esa época, otros hubiesen ocupado la zona.

Era el año 2005 cuando el investigador portugués João Zilhão, del Instituto Catalán de Investigación y Estudios Avanzados (ICREA), comenzaba a excavar en el yacimiento de Cueva Antón (Mula). Allí, ubicado en el embalse de La Cierva y tras varias campañas, se descubriría uno de los hábitats de época neandertal más relevantes de la región. Este proyecto le sirvió para dar el salto a dos abrigos situados en Rambla Perea: Finca de Doña Martina y La Boja. Algo que, según el arqueólogo y profesor del Área de Prehistoria de la Universidad de Murcia, Ignacio Martín Lerma, sucedió «gracias a su gran intuición y a una enorme experiencia en excavaciones paleolíticas».

Excavación de uno de los hogares encontrados en el yacimiento de La Boja (Mula). / Joao Zilhao

Señala que «Zilhão es, sin duda, uno de los grandes investigadores de la Prehistoria del momento. La investigación del Paleolítico en Murcia es un referente gracias a sus estudios en la zona de Mula. Su visión innovadora y su indiscutible trayectoria en este campo está arrojando mucha luz a todas esas incógnitas que rodean a los grupos que habitaron nuestra Región en el Pleistoceno».

Hace más de diez años, pues, que se está trabajando en ese enclave, siempre con la colaboración de la Universidad de Valencia -donde se encuentra el catedrático de Prehistoria, Valentín Villaverde- y con la financiación de varios proyectos del Ministerio de Economía y Competitividad Español, de la Fundación Séneca y la Universidad de Murcia, así como con el respaldo del Ayuntamiento de Mula y el Museo El Cigarralejo. En el equipo, formado por especialistas de índole internacional, también se encuentran Josefa Zapata e Ignacio Martín, ambos de la UMU.

Estos yacimientos arrojan luz sobre un intervalo de tiempo durante el cual se dieron, de modo global, importantes transformaciones a nivel climático, geológico, biogeográfico y evolutivo que sentaron las bases del mundo actual. A lo largo de sus secuencias estratigráficas, se observa cómo las sociedades de cazadores-recolectores de tiempos no solo muy antiguos sino también muy diferentes se buscaban la vida: inicialmente, hasta hace unos 75.000 años, en el marco de climas y paisajes semejantes a los actuales (pero sin los cambios introducidos por la agricultura, la industria y la urbanización); después, en el contexto de los climas más fríos y secos y los paisajes consecuentemente más agrestes que caracterizaron la última época glacial, terminada hace unos 11.500 años.

Precisamente, Ignacio Martín Lerma destaca que «lo más importante de estos yacimientos es que si analizamos, en conjunto, las estratigrafías de Cueva Antón y de los yacimientos de Rambla Perea, tenemos ante nuestros ojos una secuencia temporal completa del Paleolítico Medio al Paleolítico Superior, y esto es algo único y excepcional. Por primera vez, de una manera tan detallada y en un mismo sitio, se obtienen datos de todo este gran periodo que abarca tantos miles de años».
Foto: Arriba: situación de la Cueva Antón, en las inmediaciones del embalse de La Cierva, Murcia. Abajo: Vista de las excavaciones en su interior.

Hacia las dos terceras partes de este recorrido, hace no más de 40.000 años y no menos de 35.000, se produjo un cambio en torno a la cultura material en relación con un evento de gran importancia como fue la desaparición de las poblaciones de neandertales. Teniendo en cuenta lo larga que había sido su trayectoria evolutiva -sus orígenes se remontan a los fósiles de hace medio millón de años encontrados en la Sima de los Huesos de Atapuerca- esa desaparición se muestra como un proceso repentino, algo misterioso, cuya explicación es desde hace más de un siglo objeto de interés persistente e inagotable.

Un interés más que justificado si se tiene en cuenta que las poblaciones que aparecen a continuación son aquellas que los científicos, por su parecido con la Humanidad actual en términos de morfología esquelética y fisonomía, han acordado designar como 'modernas', por ser las primeras que intuitivamente se reconocen como ancestros 'iguales a nosotros'. A ese respecto, «los yacimientos de la cuenca de Mula aportan un gran conocimiento sobre ambas poblaciones, la de los neandertales y la de los modernos», en palabras de Josefina Zapata, profesora de Antropología de la UMU.

Como explica Martín Lerma, «la excelente conservación de los vestigios arqueológicos se debe a dos circunstancias. Por una parte, el hecho de que los restos abandonados quedaban rápidamente enterrados bajo las arenas traídas por las crecidas (mecanismo que es fácil de entender recordando que las condiciones climáticas de la época eran parecidas a las actuales). Basta imaginar a la gente acampando en el lugar a principios de septiembre y, como suele pasar a día de hoy, una gota fría cayendo sobre la cuenca de Mula a finales de mes, trayendo consigo la inundación del abrigo y sepultando los restos dejados en el campamento abandonado días atrás».
«Por otra parte, está el hecho de que estos campamentos eran cosa de poca duración y poca gente, con lo que los vestigios no sufrían los efectos redistribuidores y homogeneizadores que, en un espacio restringido, son la inevitable consecuencia de la circulación de personas».

De los habitantes de esta zona de la región se conoce que los grupos contaban con entre diez y quince miembros que buscaban lugares en los que resguardarse durante breves periodos de tiempo para posteriormente volver a moverse.

Por supuesto, el hecho de que ocuparan dichos lugares no era casualidad, sino que son vías de paso naturales ubicadas en lugares estratégicos, por su proximidad a fuentes de agua, acceso a fuentes de materias primas -sobre todo de sílex- o eran zonas de altura que ofrecían mucha visibilidad. El clima del momento era algo más cálido (dentro de los fríos paleolíticos) por lo que el Sureste, siempre se ha dicho, pudo ser el último refugio de los neandertales.

También cuenta Ignacio Martín que «las hogueras encontradas están aportando gran cantidad de información, ya que en otros yacimientos están alteradas y erosionadas, mientras que aquí se encuentran en muy buen estado de conservación. Datando los carbones que se encuentran en el interior de estas estructuras de combustión sabemos en qué momento cronológico nos encontramos y, por ejemplo, en el abrigo de la Boja hay más de 40 fechas radiocarbónicas».


Foto: Cueva del Arco (Cieza, Murcia).

En este momento también existe una gran expectativa en torno a otro yacimiento, emplazado en el Cañón de Almadenes, en la Cueva del Arco (Cieza), del que Ignacio Martín es codirector junto a Didac Román, de la Universidad de Barcelona. «Se trata de un lugar muy especial porque, tras un par de pequeñas campañas iniciales, podemos confirmar que se trata de un yacimiento único, ya que además de contener también una importante secuencia desde el Neolítico al Paleolítico Medio, en las paredes de la cavidad hay pintado arte paleolítico del Magdaleniense y del Solutrense. Aunque todavía no se sabe con exactitud lo que pueda aparecer en la próxima campaña (planificada para el próximo mes de septiembre), las expectativas son muy altas, ya que queda una gran potencia de sedimentos por excavar e, incluso, tenemos una cavidad completamente sellada que puede albergar más pinturas», apunta el profesor de la Universidad de Murcia.

A eso hay que añadirle el hecho de que ya se conoce que en este lugar existieron ocupaciones anteriores a la época de la que datan las pinturas, como por ejemplo del Gravetiense -con un hogar fechado que tiene 30.500 años- o piezas líticas que se asocian ya directamente a tecnología musteriense, propia de los neandertales.

Fuente: laverdad.es | 19 de junio de 2017

Tu gato desciende del gato salvaje africano

"El ser humano es civilizado en la medida en que comprende a un gato", afirma una cita atribuida habitualmente al escritor irlandés George Bernard Shaw, la primera persona que ganó un premio Nobel y un Oscar. La frase es presumiblemente apócrifa, pero sirve para resumir la historia común de humanos y felinos, detallada hoy por un equipo internacional de científicos.


Los investigadores han analizado el ADN de los restos de unos 200 gatos, tomados de momias egipcias, yacimientos vikingos y cuevas de la Edad de Piedra, entre otros lugares variopintos. Los indicios sugieren que todos los mininos domésticos actuales descienden del gato salvaje africano, una subespecie del gato montés euroasiático.

“Hemos detectado dos centros de domesticación independientes: uno en Próximo Oriente hace unos 10.000 años y otro posterior en Egipto”, explica Arturo Morales (izquierda), un biólogo de la Universidad Autónoma de Madrid implicado en la investigación.
Los científicos han dibujado la biografía del gato más exhaustiva hasta la fecha. Su amistad con los humanos habría surgido hace 10 milenios, cuando los gatos salvajes africanos se acercaron a los primeros asentamientos agrícolas, probablemente atraídos por los roedores que infestaban las cosechas. La convivencia durante el Neolítico en el Próximo Oriente habría dado lugar a una selección de los gatos más sociables, que acabaron saliendo de la península de Anatolia en un primer linaje que conquistó la actual Bulgaria hace más de 6.400 años.

Un segundo linaje posterior dominó el Antiguo Egipto, según muestra el análisis de ADN de las momias felinas egipcias. Los investigadores —dirigidos por los genetistas Eva-Maria Geigl y Thierry Grange, del CNRS francés— creen que estos gatos conquistaron el Mediterráneo hace unos 3.000 años a lomos de los barcos mercantes, en los que eran introducidos para acabar con ratas y ratones. El estudio constata la presencia de estos gatos de origen egipcio en el puerto vikingo de Ralswiek, en la actual costa alemana, en el siglo VII. También aparecen en el puerto persa de Siraf, en lo que hoy es Irán, en el siglo VIII.

El ADN analizado confirma lo que ya sugerían las pinturas del Antiguo Egipto: por entonces predominaban los gatos atigrados listados, con bandas en su pelaje, como sus hermanos salvajes. El patrón a manchas en los felinos domésticos no se hizo habitual hasta la Edad Media, tras aparecer en el siglo XIV en Turquía occidental.

En el estudio, publicado hoy en la revista especializada Nature Ecology & Evolution, también ha participado la paleontóloga española Laura Llorente (derecha), de la Universidad de York (Reino Unido). Llorente y Morales han aportado el análisis de restos de gatos prehistóricos hallados en Tabernas (Almería) y Cova Fosca (Ares del Maestrat, Castellón).

Hace 10 años, un estudio pionero en el que participó el biólogo Miguel Delibes de Castro ya conectó el origen del gato doméstico con la revolución agrícola en Próximo Oriente. A juicio de Llorente, la fortaleza del nuevo trabajo deriva de los restos analizados, que cubren un periodo desde el siglo XIX hasta hace unos 9.000 años. "La información que proporcionan estas muestras es muy potente y más detallada que la que hasta ahora habían proporcionado estudios anteriores que habían utilizado muestras actuales o, en caso de ser de museos, muy recientes", opina la paleontóloga.

Cueva de la Victoria (Málaga), un refugio 'único' con 30.000 años de historia

Investigadores estudian la llamada galería de las Conchas de la cueva de la Victoria. RAQUEL GARRIDO


Hace sólo una semana saltó a la actualidad informativa por una desgraciada noticia relacionada con el progresivo abandono que ha sufrido y las pintadas realizadas en su interior. Pero enfrascados en la habitual batalla política y entre administraciones por buscar culpables, de lo que se ha hablado poco es de la necesidad de valorar y conservar el patrimonio único que atesora la Cueva de la Victoria por ser uno de los 400 yacimientos estudiados en todo el mundo con arte Paleolítico en sus paredes.

No es la única característica que lo convierte en un espacio digno de los mayores honores de protección. Lo sabe bien el arqueólogo Pedro Cantalejo (izquierda), que junto a su equipo fue el último investigador de esta cavidad de la que analizó y catalogó el arte que los prehistóricos de hace 30.000 años ya dejaron plasmado en sus paredes. "Su principal valor es que todo el proceso histórico de la bahía de Málaga está contado en su interior durante 30.000 años de uso, en los que se produjo la transformación de los dos grandes modos de vida de la prehistoria", aseguró el también técnico del área de Patrimonio del Ayuntamiento de Ardales.

Su primer uso como refugio data de hace 30.000 años. Las cuevas del Cantal -a la que pertenece la de la Victoria-, los acantilados y las grandes playas de la Cala y Rincón de la Victoria que durante los picos fríos constituían unas plataformas continentales con mayor superficie dado el bajo nivel del Mediterráneo en esos momentos, constituyeron el espacio vital idóneo de uno de los grupos humanos estables de la bahía de Málaga.

Según el estudio realizado por el equipo de Cantalejo, titulado Prehistoria en las cuevas del Cantal, las claves de la ocupación de un espacio como éste son que "los ecosistemas que se abren al aprovechamiento de sus recursos son extraordinarios y permitieron afrontar la vida con suficientes garantías de supervivencia, afrontando una movilidad estacional necesaria para el aprovisionamiento económico e imprescindible y evitar el aislamiento social".

Y es que los pobladores de la provincia de Málaga durante el Paleolítico superior se beneficiaban ya de las bondades de un tiempo tan benévolo como el de la Costa del Sol instalando en las cuevas de la bahía de Málaga su residencia invernal para únicamente ir al interior, donde el frío hacía muy difíciles las condiciones de vida, a cazar los grandes mamíferos y recolectar frutos, hierbas y todos los alimentos más difíciles de encontrar en la costa.

Los cazadores, recolectores y pescadores que vivieron en Málaga hace entre 40.000 y 10.000 años, periodo que abarca el Paleolítico superior, mantenían lo que se conoce como un nomadismo restringido al usar distintos territorios de la provincia en función de las estaciones del año para sacarle el máximo partido a los recursos y el clima de cada momento.

Eso hacía que durante la estación cálida, es decir, la mitad de la primavera, el verano y parte del otoño, los grupos humanos trasladaban sus campamentos a las sierras interiores, como es el caso detectado en la Cueva de Ardales, para aprovisionarse de cara al invierno. Cuando terminaban todas estas tareas y el sombrío invierno amenazaba con llegar, justo después de la berrea de los ciervos, estos grupos hacían el equipaje de vuelta a la Costa con el río Guadalhorce como guía.
A partir de recorrer los 40 kilómetros que separan uno y otro punto, cada grupo se distribuía entre las cuevas de La Araña, Torremolinos, Benalmádena y, por supuesto, Rincón de la Victoria. La gran ventaja que les daba su cercanía con el mar, cuyo nivel en ese momento estaba más lejos que el actual, era la pesca y el marisqueo.

El estudio del grupo d investigación de Cantalejo determinó que estos comportamientos vitales hicieron que los emplazamientos quedaran consolidados, lo que explica "la gran importancia que tiene la conservación y estudio de unos yacimientos que se encuentran en el origen de una relación de miles de años con los seres humanos".

La pintura rupestre esquemática es una de los singularidades de la Cueva de la Victoria. / SUR

Se cree que los primeros pobladores de las cuevas del Cantal, un complejo subterráneo de más de de dos kilómetros de recorrido que incluye también las cavidades llamadas del Tesoro y del Higuerón y donde se han encontrado 80 zonas pintadas durante la prehistoria, se adentraron primero en la cueva de la Victoria y con sus lámparas de grasa de tuétano exploraron su interior en busca de un refugio sin alejarse demasiado de la luz natural.

El lenguaje gráfico que estos primeros grupos de exploradores empleó consistió en tocar las paredes con las manos y los dedos manchados de pintura roja mediante la aplicación directa del polvo extraído del raspado de óxido de hierro. Con estos gestos, que estaban presentes en su cultura, el arqueólogo explicó que trataban de legitimar el uso de los territorios y constituían elementos de apropiación e identificación de los grupos humanos y los recursos de la zona. La cueva de la Victoria atesora, por tanto, una pequeña pero importante colección de arte rupestre paleolítico cuyo estado de conservación general es malo.

El legado artístico dejado por las poblaciones de cazadores que usaron la cueva como refugio hasta hace aproximadamente 10.000 años no es lo único que la hace distinta, sino el hecho de que se complemente con el arte esquemático posterior de los primeros pastores y cazadores del Neolítico. Según el arqueólogo, el final de la glaciación favoreció los primeros asentamientos humanos fuera de las cuevas con el desarrollo de la agricultura y la pesca, por lo que éstas se transformaron en un lugar de los antepasados y en lugares de enterramiento.


La cueva de la Victoria lo fue a partir de hace 6.000 años y en torno a ese depósito funerario se realizaron nuevas pinturas en las paredes. "La conocida como sala del Dosel representa el culmen artístico de aquel periodo, un espacio artístico-funerario en el que fueron dispuestos dos grandes frisos enfrentados de forma simétrica con motivos de arte esquemático que hacen de este lugar un conjunto extremadamente excepcional y donde radica la verdadera importancia de este enclave".

Los temas representados son fundamentalmente antropomorfos y signos, e incluso pudo querer representarse algún tipo de armamento. La mayoría de las figuras humanas se basan en un esquema simple que representa el tronco y las extremidades superiores. Sin embargo, aparece uno también con las extremidades inferiores, de mayor tamaño que el resto y el único caso en el que el sexo parece haberse representado de forma explícita.

Precisamente el mismo sitio donde aparecieron las pintadas vandálicas representa, aseguró Cantalejo, "el ejemplo estudiado más claro y evidente ritual de hacer un espacio subterráneo en un panteón decorado y que supone un modelo sepulcral que 3.000 años después fue usado por grandes civilizaciones mediterráneos como los egipcios". En definitiva, un lugar único.

Un museo de la Prehistoria en el absoluto olvido

El estudio del arquitecto Luis Machuca resultó en 2010 el ganador del concurso convocado por el Ayuntamiento de Rincón de la Victoria para construir el que sería el Centro de Interpretación de la Prehistoria de Andalucía y musealización de la Cueva del Tesoro, llamado a ser referente de la Prehistoria del litoral. El proyecto, que contaba para su ejecución fondos europeos, contemplaba el propio edificio del museo, la puesta en valor de las cuevas del Cantal, declaradas Bien de Interés Cultural (BIC), y el diseño de un parque arqueológico en torno al conjunto. El equipo de investigación de Pedro Cantalejo participó en la redacción de la parte expositiva del proyecto que nunca se ejecutó.

Fuente: malagahoy.es | 18 de junio de 2017

Científicos rusos descubren con qué herramienta tallaron 'la estatua más antigua del mundo'

El ídolo de Shiguir, con 11.000 años de antigüedad y con un mensaje codificado dejado por un antiguo hombre del Mesolítico, es casi tres veces más antiguo que las pirámides egipcias. Nuevos hallazgos científicos sugieren que las imágenes y los jeroglíficos de la estatua de madera se tallaron con… los dientes de un castor.


La estatua se descubrió mientras excavaban en un pantano de turba en una mina de oro en los montes Urales ya en 1890. Recientemente, los investigadores alemanes pusieron, por fin, la fecha para su creación: hace 11.000 años, informa Siberian Times.

​Según el profesor Mijaíl Zhilin, la estatua de madera, originalmente de 5,3 metros de altura, estaba hecha de alerce, con la base y la cabeza tallada con herramientas de facetas de silicio.

Según el experto, la superficie se pulió con un abrasivo de grano fino, después de lo cual el ornamento se talló con un cincel y representa información cifrada.
El ídolo se usaba para trasmitir conocimientos. Si bien los mensajes siguen siendo "un misterio absoluto para el hombre moderno", estaba claro que sus creadores "vivían en total armonía con el mundo, tenían un avanzado desarrollo intelectual y denotaban un complejo mundo espiritual".
​"Las siete caras del artefacto eran lo último que se tallaba porque aparte de los cinceles, se usaban algunas herramientas muy interesantes, hechas de mitades de mandíbulas inferiores de castor".
El ídolo no se sostenía enterrado en el suelo sino que lo colocaron sobre una base de piedra, dijo Zhilin. Se mantuvo así durante unos 50 años antes de caer a un estanque y posteriormente se cubrió de césped. La turba lo conservó como en una cápsula del tiempo.
El notable ídolo de siete caras está ahora expuesto en un sarcófago de cristal en un museo de Ekaterimburgo.
Fuente: mundo.sputniknews.com | 17 de junio de 2017