Un vecino de Fuerteventura halla un pequeño ídolo y una cuenta de collar de posible factura aborigen

Juan José Alonso muestra el pequeño ídolo antropomorfo. / Javier Melián (Acfi Press)

Juan José Alonso iba caminando tranquilamente por un barranco de Fuerteventura cuando observó algo que llamó su atención en el suelo. Era como una pequeña piedra de arenisca de silueta antropomorfa. Muy cerca del primer hallazgo vio otro objeto que, en este caso, se asemejaba a la pieza de un collar por el pequeño agujero en su centro y que, por el aspecto del material, podría haber sido fabricado a partir de algún tipo de molusco marino. Ambos elementos se hallaban sobre el lecho del barranco y, con toda probabilidad, habían sido arrastrados desde algún otro lugar cercano por las escorrentías en días de lluvia.

En principio, no creyó que fuera a tener mayor transcendencia, pero lo cierto es que ambos objetos le recordaban a otros que había visto anteriormente. Y es que Alonso, empleado del Cabildo, ha estado trabajando en el montaje del nuevo museo arqueológico de Fuerteventura, situado en Betancuria y de próxima apertura, donde había observado algunas piezas de similar apariencia en los expositores. Así que, para salir de dudas, se puso en contacto con los técnicos de Patrimonio del Cabildo, quienes apuntaron a la posibilidad de que una de las piezas podría ser un ídolo y que la otra podría haber formado parte de un collar. Además, ambos objetos podrían haberse elaborado en época prehispánica, aunque, de momento, no se han determinado datos más concretos sobre su datación.

El presidente del Cabildo de Fuerteventura, Marcial Morales, el consejero insular de Cultura y Patrimonio Histórico, Juan Jiménez, el director del nuevo museo arqueológico de Fuerteventura, Luis Lorenzo Mata, así como dos agentes del Seprona en la Guardia Civil, daban cuenta recientemente del descubrimiento de ambas piezas. Una vez sean sometidas a un estudio más profundo por parte de expertos para confirmar su autenticidad y origen aborigen, pasarían a exhibirse en el citado museo arqueológico de Fuerteventura, cuya apertura en el pueblo de Betancuria se ha previsto para próximas fechas.


Luis Lorenzo Mata, que también es técnico de patrimonio histórico y ha sido asesor del Gobierno en este mismo campo, incidió en «la importancia de proteger e investigar el patrimonio arqueológico de la isla, siendo fundamental para ello la próxima apertura del museo insular arqueológico de Betancuria, que será esencial tanto en el campo de la educación de los jóvenes como para favorecer el estudio científico por parte de los profesionales».

Mata explicó que el papel de los ciudadanos puede ser importante a la hora de localizar material arqueológico. «En este caso se trata de un hallazgo casual, como muchas veces se produce; los ciudadanos, a veces, se preocupan y nos los traen. Tenemos bastantes piezas en los fondos del museo arqueológico como resultado de hallazgos casuales por parte de personas que, dando un paseo, ven algo, por ejemplo una cerámica, y nos la hacen llegar», explica. En todo caso, Mata aclara que «no se debe tocar nada porque se descontextualiza el valor cultural una vez que extraes una pieza de cualquier lugar». Por tanto, en caso de hallazgos, lo correcto es dar aviso al Cabildo o al Seprona para que se personen en el lugar.


Marcial Morales aseguró que «ambas piezas se someterán a investigación», y añadió que «con este hallazgo se ratifica el potencial arqueológico que tiene la zona donde fue encontrado, sumándose así al rico patrimonio con que cuenta la isla majorera».

Con respecto a la zona en que se han localizado ambas piezas, de momento se mantiene bajo secreto ante la posibilidad de que pudiera albergar más material arqueológico de valor y para evitar posibles expolios como los que se han dado en el pasado en otros yacimientos de la isla. Juan Jiménez, por su parte, destacó que, «ante cualquier hallazgo de este tipo, se debe seguir el protocolo establecido y avisar inmediatamente a los agentes del Seprona o de Medio Ambiente del Cabildo majorero, quienes darán traslado de dichas piezas a los técnicos de Patrimonio Histórico para establecer su valor histórico, cultural y etnográfico».

Hallados cerca de cuevas

Aunque todavía debe confirmarse si efectivamente se trata de un ídolo aborigen, los indicios apuntan a que sí. Entre ellos el hecho de que se haya localizado cerca de la cuenta de collar y, además, que en las proximidades del barranco donde se hallaron ambos objetos existen cuevas y yacimientos arqueológicos de época aborigen.

Fuentes: canarias7.es | fuerteventuradigital.net| 15 de abril de 2019

El MEH presenta la exposición ‘El Mono Asesino’ que habla del año 1968 y de las teorías de la violencia en el origen de la humanidad

El paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga en la presentación de la exposición.

La muestra está relacionada con la exposición 'Más allá de 2001. Odiseas de la inteligencia', inaugurada en la Sala de Exposiciones Temporales del Museo hace una semana y se podrá visitar de forma gratuita hasta finales de año en la Sala de Pieza Única

El Museo de la Evolución Humana (MEH) ha presentado esta mañana la exposición 'El Mono Asesino' que se puede visitar en la Sala de Pieza Única de la planta 1 del Museo de forma gratuita. La exposición, que permanecerá hasta finales de año abierta, está relacionada con la muestra 'Más allá de 2001. Odiseas de la inteligencia' de la Sala de Exposiciones Temporales del MEH, inaugurada hace una semana, ya que habla del año 1968, año en el que se estrenó la película '2001. Una odisea en el espacio', película que sirve de hilo conductor de la citada exposición.

Imagen de la exposición ‘Más allá de 2001. Odiseas de la inteligencia’, de la Fundación Telefónica. -ECB

Ese año estuvo lleno de acontecimientos en el planeta; el mundo vivía bajo el temor a un holocausto nuclear con el apogeo de la guerra fría. La Sala de Pieza Única del MEH se ha recubierto con un gran mural que muestra un collage con carteles y fotos de todos los grandes momentos de ese icónico 1968 y que refleja todo el contenido cultural de aquella época en la que se sucedieron cosas tan importantes como la carrera espacial, la lucha por la igualdad racial, las movilizaciones contra la guerra del Vietnam, las distintas revoluciones culturales o la guerra fría.

'2001. Una odisea del espacio' escenificó dramáticamente el "despertar" de la inteligencia en la Tierra. Aunque se trataba de una película de ciencia ficción, el planteamiento se corresponde con los descubrimientos que se estaban produciendo en su época en el campo de la paleontología humana, así como con algunas de las teorías más aceptadas del momento sobre el comportamiento animal y humano. La película mostró una teoría científica que estaba de moda en el año en el que se estrenó: 1968. Esto es, que la evolución humana comenzó cuando nuestros primeros antepasados aprendieron a matar a sus presas y a matarse entre sí. Esta hipótesis fue reforzada por los descubrimientos que se estaban produciendo en su época en el campo de la paleontología humana, así como con algunas de las teorías más aceptadas del momento sobre el comportamiento animal y humano.

El MEH reflexiona:¿Somos biológicamente asesinos o sociales? - Foto: J.J.M

En la exposición se muestran las teorías científicas que acuñaron la idea del 'Mono Asesino'. Esta hipótesis, planteada por el paleontólogo Raymond Dart, descubridor del australopithecus africanus, fue publicada en 1953. Planteaba que lo que nos ha hecho humanos ha sido la violencia, ejercida sobre los animales en la caza y sobre los miembros de la propia especie en la lucha por el poder y por el territorio. El segundo en reforzar esta idea fue Konrad Lorenz, que estudió el comportamiento animal y recibió el Premio Nobel. Esa teoría de que la violencia está en nuestros genes parecía encajar a la perfección con el clima del año 1968 en el que se vivía bajo el temor de un holocausto.

En los años cuarenta y cincuenta del siglo XX Raymond Dart excavó en uno de los yacimientos de Makapansgat donde encontró numerosos restos fósiles que asignó a una especie nueva a la que llamó Australopithecus prometheus, aunque hoy se considera de la misma especie que el Australopithecus africanus. Fue durante estas excavaciones cuando a Raymond Dart se le ocurrió la teoría del "mono asesino", según cuenta él mismo. En apoyo de su tesis, Dart interpreta como signos de violencia el que la mayor parte de los fósiles de australopitecos, y demás especies de los yacimientos, están rotos, aunque esas fracturas se deban en realidad a la acción de carroñeros como las hienas o a procesos geológicos.

En la exposición se pueden ver réplicas de varios de estos fósiles,los cuales cuentan con una cronología de entre 2,8 y 2,5 millones de años. Son réplicas de los fósiles que inspiraron a Raymond Dart para construir la teoría del 'Mono asesino' como 'El Niño de Taung' (derecha) o 'La Señora Ples', ambos pertenecientes al género Australophitecus. Además, muestra el montaje de una réplica del esqueleto descubierto en la cueva de Malapa que dio lugar en 2008 a una especie nueva el Australopithecus sediba, que se considera próxima a Homo habilis.

Otros fósiles

Los restos pélvicos que encontró Dart en Makapansgat claramente indicaban que los australopitecos eran bípedos. Dart incorporó este dato a su teoría. Ponerse de pie fue útil para esgrimir armas y para lanzar proyectiles. La caza y la lucha armada no solo habrían producido nuestra inteligencia, sino también nuestro porte erguido. Como ejemplo se muestran estas réplicas de la especie Australopithecus africanus con una cronología estimada: en torno a los 2.5 millones de años.
También se exponen una réplica de una mano de chimpancé y otra de una hembra adulta de Australopithecus sediba y dos réplicas de moldes endocraneales: uno de australophitecus africanus y otra de un Homo sapiens actual.

Fuente: burgosnoticias.com | 12 de abril de 2019
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Juan Luis Arsuaga: "El mono asesino"

El año 1968 fue particularmente intenso. Yo empezaba la agitada edad de la adolescencia y recuerdo bien lo que se veía en la televisión. Tanques soviéticos en las calles de Praga, estudiantes levantando los adoquines de París, tiradores disparando a la multitud en Ciudad de México, Bob Kennedy en el suelo y Martin Luther King en un ataúd, la ofensiva del Tet en Vietnam, las protestas en el campus de la universidad de Berkeley, el muro de Berlín.

Aquel año fui al cine a ver una película que no fui capaz de entender, pero que me trastornó. Se llamaba 2001. Una odisea espacial y la había dirigido un tal Stanley Kubrick. El guion de la película lo había escrito un autor de ciencia ficción llamado Arthur C. Clarke.

El filme de Kubrick tenía tres partes. La primera se desarrollaba en una especie de desierto con cuevas, y unos monos eran sus protagonistas. Un extraño monolito de metal oscuro surgía de pronto ante ellos. Con mucho miedo se acercaban a tocarlo. Entendí que de alguna forma ese contacto había hecho brotar una idea en uno de los simios. En la novela de Clarke el mono se llama Moon-Watcher, el que mira la luna (de cría hasta se ponía de pie para intentar alcanzarla).

Sobre la tierra yacía el esqueleto de un animal. El mono cogió un hueso de una pata y aporreó el cráneo, que se partió como una nuez. La escena siguiente era ese mismo mono, Moon-Watcher, abatiendo a golpes al animal vivo. Luego se repartían su carne. El grupo ya no pasaría más hambre en aquel secarral.

Pero ¿y la sed? Se disputaban el agua de una charca con un grupo rival. Los dos machos alfa se enfrentan, como siempre, en la charca, pero esta vez ocurre algo. Un brazo se alza hacia el cielo, armado con un hueso, y una cabeza recibe un golpe que no se espera. El odiado enemigo ya no se levantará. Está muerto. Su grupo tendrá que abandonar la charca para perderse en el desierto.

Así empezó todo, viene a decir la película, con unos monos antes débiles y temerosos y ahora transformados en cazadores y asesinos. Millones de años después, aquí estamos nosotros, convertidos en la especie dominante, pero con los malditos genes de la violencia bien dentro. La siguiente imagen es una bomba atómica orbitando la Tierra.

Sin embargo, la idea de que somos monos asesinos, y de que esa es nuestra tragedia, no había nacido en las mentes de Kubrick y de Clarke, sino en las de un paleontólogo y un etólogo. El primero era Raymond Dart y había descubierto al australopiteco. El segundo estudiaba el comportamiento animal y recibió el Premio Nobel. Se llamaba Konrad Lorenz.
El día de Nochebuena de ese mismo año 1968 vi otra imagen en la televisión: la foto que el astronauta William Anders tomó desde la otra cara de la Luna. En ella se veía la Tierra amaneciendo sobre el horizonte. Por primera vez el ser humano contemplaba el planeta en su integridad y algo cambió en nosotros para siempre. Ese clic de la cámara de Anders alumbró una nueva conciencia.

Todos los seres humanos tenemos que beber de la misma charca.

Fuente: eldiariodevalladolid.com | 12 de abril de 2019

¿Por qué empezamos a cultivar?

"Los segadores", de Pieter Brueghel el Viejo (1565) / Wikimedia Commons

La razón por la que los humanos se alejaron de la caza y la recolección, y comenzó a cultivar -un proceso mucho más laborioso-, siempre ha sido un enigma. Y es particularmente más confuso porque el cambio ocurrió de manera independiente en una docena de áreas de todo el mundo.
"Una gran cantidad de evidencias sugiere que la domesticación y la agricultura no tienen mucho sentido", dice Elic Weitzel, estudiante de doctorado en el departamento de Antropología de la Universidad de Connecticut. "Los cazadores-recolectores a veces trabajan menos horas al día, su salud es mejor y sus dietas son más variadas, así que ¿por qué alguien cambiaría y comenzaría a cultivar?"

Weitzel ha intentado llegar a la raíz de este cambio, en su nuevo artículo en American Antiquity, observando una zona del mundo, el este de los Estados Unidos. En pocas palabras, buscó pruebas que respaldaran alguna de las dos teorías populares.
Una teoría plantea que en tiempos de abundancia pudo haber habido más tiempo para comenzar a experimentar en la domesticación de plantas como la calabaza y los girasoles, la última de las cuales fue domesticada por los pueblos nativos de Tennessee hace unos 4.500 años.

La otra teoría sostiene que la domesticación pudo haber ocurrido por necesidad de complementar la dieta cuando los tiempos no eran tan buenos. A medida que la población humana creció, tal vez los recursos cambiaron debido a razones como la sobreexplotación de los recursos o el cambio climático. "¿Hubo algún desequilibrio entre los recursos y las poblaciones humanas que llevara a la domesticación?", se pregunta Weitzel.

Elic Weitzel, examina algunos huesos en el laboratorio en Beach Hall de la Universidad de Connecticut. (Roxanne Lebenzon / UConn Photo).

Weitzel comprobó ambas hipótesis. Lo hizo analizando huesos de animales de los últimos 13.000 años de media docena de sitios arqueológicos del norte de Alabama y del valle del río Tennessee, donde los asentamientos humanos y sus detritos proporcionan pistas sobre cómo vivían, incluido lo que comían. A continuación, recogió datos sobre el polen en núcleos de sedimentos depositados en lagos y humedales, núcleos que sirven como registro de los tipos de plantas presentes en diferentes fases del tiempo. Los resultados fueron... mixtos.

Weitzel halló polen de roble y nogal, lo que le llevó a la conclusión de que los bosques compuestos de esas especies comenzaron a dominar en la región a medida que el clima se calentaba, pero que también condujeron a la disminución de los niveles de agua en lagos y humedales. Junto con la disminución de los lagos, los registros de restos óseos mostraron un cambio en las dietas ricas en aves acuáticas y peces grandes en favor de una subsistencia basada en mariscos pequeños.

Tomados en conjunto, estos datos proporcionan evidencias a la segunda hipótesis: se produjo algún tipo de desequilibrio entre la creciente población humana y su base de recursos, tal vez debido a la sobreexplotación y al cambio climático.


Obtención de núcleos de sedimentos para comprobar su composición. Imagen de vídeo.

Pero Weitzel también vio apoyos para la primera hipótesis, pues una abundancia de robles y de nogales sustentaba una población de especies de caza igualmente prevalentes. "Eso es lo que vemos en los datos obtenidos de los restos óseos de animales", dice. "Fundamentalmente, cuando los tiempos son buenos y hay muchos animales presentes, uno esperaría que la gente cazara presas que fueran más eficientes, y los ciervos lo son mucho más que las ardillas, por ejemplo, que son animales más pequeños, tienen menos carne y son más difíciles de atrapar".

Un solo ciervo o un ganso puede alimentar a varias personas, pero si son cazados en exceso, o el paisaje cambia a uno menos favorable para la población animal, los humanos deben subsistir con otras fuentes de alimentos más pequeñas y menos eficientes. La agricultura, a pesar de ser un trabajo duro, pudo haberse convertido en una opción necesaria para complementar la dieta cuando se producen desequilibrios como los que se apuntan.

A pesar de los resultados mixtos, los mismos respaldan que la domesticación acontece en momentos en los que baja la cantidad ideal de alimentos significativos, sostiene Weitzel.
"Creo que la existencia de una disminución de la eficiencia en determinado tipo de hábitat es suficiente para demostrarlo. La domesticación que se produce en tiempos de abundancia no es la mejor forma de entender la domesticación inicial".

El contexto más amplio de esta investigación es importante, señala Weitzel, porque mirar hacia el pasado y ver cómo estas poblaciones se enfrentaron y adaptaron a los cambios habidos puede ayudar a saber lo que debemos hacer a medida que el clima de hoy en día se caliente en las próximas décadas.

"Tener una voz arqueológica respaldada por una perspectiva de 'tiempo-profundo' es muy importante en la formulación de políticas al respecto".

Fuente: Universidad de Connecticut | 5 de abril de 2019

Un absceso dental mató a este humano hace dos millones de años

Cráneo parcial del hominino SK-847, en el que muestra signos de una infección mandibular que probablemente le llevó a la muerte - Ian Towle

La agonía debió de ser terrible. Hace dos millones de años, un lejano antepasado nuestro se vio afectado por algo muy común en nuestros días: un tremendo dolor de muelas. Solo que por aquel entonces no había dentistas que pudieran paliar su dolor, y su infección fue inevitablemente en aumento hasta llegar al punto, piensan los científicos, de costarle la vida.

Sus noches, sin duda, fueron un infierno. Años enteros padeciendo un sufrimiento que solo podía ir a peor. Muchos de sus dientes, por ejemplo, estaban tan desgastados que los conductos reticulares internos quedaban expuestos. Sobre sus incisivos superiores, además, había por lo menos un absceso dental: una masa de pus, consecuencia de una infección que crecía sin control dentro de la mandíbula. Los investigadores creen que la infección fue tan terrible que debió llegar a su riego sanguíneo, envenenándolo y produciéndole la muerte.

Esas son las conclusiones a las que llegaron Ian Towle (izquierda) y Joel D. Irish (derecha), de la Universidad John Moores, en Liverpool, tras el exhaustivo análisis de un raro espécimen de hominino, catalogado como SK-847, descubierto en Sudáfrica en 1969. Su trabajo se acaba de publicar en la revista bioRxiv.

Hasta 20 fósiles de mandíbulas humanas analizadas

«En este estudio se analizaron todos los fragmentos de maxilares y mandíbulas disponibles de las colecciones de homininos fósiles sudafricanos, incluidos los especímenes asignados a 'Homo naledi;'Paranthropus robustus','Australopithecus africanus','Australopithecus sediba'; y 'Homo temprano'», escriben los autores en su artículo.

En total, inspeccionaron cerca de 20 fósiles diferentes de mandíbulas humanas halladas en el sur de Africa. Y SK-847, cuya especie no está aún clara, fue el único que mostró un deterioro dental tan pronunciado. Podría tratarse del primer absceso dental hallado hasta ahora en el género Homo, aunque otro hueso de mandíbula de edad similar encontrado en Europa podría disputarle ese «título».
«Hay un absceso bien definido y probablemente al menos dos más con daño postmortem, todos en la cara anterior del maxilar y asociados con los incisivos. (...). Los abscesos resaltan que este individuo utilizó su dentición anterior extensivamente, hasta el punto de que las cámaras pulpares estaban expuestas en varios dientes. Se trata de uno de los primeros ejemplos de un absceso dental en homininos y demuestra que este individuo fue capaz de hacer frente a varios abscesos concurrentes, que claramente perduraron durante un período prolongado». dicen los investigadores.

Recreación facial de S-847.

SK-847 debió de pasarlo muy mal, asegura Towle. En su mandíbula superior, en efecto, se aprecia un agujero rodeado por un borde. «Ahí es donde el hueso comenzó a crecer de nuevo en el lugar en que había estado el absceso. Supe de inmediato que se había formado mientras el hominino aún estaba vivo», asegura el investigador.

Posibles razones de la infección

La falta de una higiene alimentaria básica pudo ser, para los investigadores, la causa de la infección. Con toda probabilidad, en efecto, el absceso fue causado por bacterias, que atacaron los dientes del individuo. Dientes que, por otra parte, estaban ya muy desgastados tras años enteros comiendo alimentos duros y sin cocer, muchos de ellos llenos de arena.
El desdichado hominino debió de hacer lo que pudo para combatir el intenso dolor. Puede incluso que masticara algunas plantas medicinales, como el jengibre o la mejorana, utilizados por otras culturas antiguas, aunque no hay prueba alguna de ello. Lo único cierto es que la infección, que arrastró durante años, terminó por ganarle la partida para, al final, terminar con su vida.

Fuente: abc.es | 9 de abril de 2019
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Los antepasados ​​humanos tenían los mismos problemas dentales que nosotros, incluso sin bebidas gaseosas y dulces

Dientes fósiles de un Australopithecus africanus con evidencia de lesiones dentales. Ian Towle.


La erosión dental es uno de los problemas más comunes en el mundo hoy en día. Las bebidas gaseosas, los jugos de frutas, el vino y otros alimentos y bebidas ácidos suelen ser los culpables, aunque quizás sorprendentemente la forma en que nos limpiamos los dientes también juega un papel importante. Todo esto lo hace parecer un problema bastante moderno. Pero la investigación sugiere que, en realidad, los humanos han estado sufriendo erosión dental durante millones de años.
Mis colegas y yo hemos descubierto lesiones dentales muy similares a las causadas por la erosión moderna en dos dientes frontales de 2,5 millones de años de antigüedad en uno de nuestros ancestros extintos: un Australopithecus africanus. Esto se suma a la evidencia de que los humanos prehistóricos y sus predecesores sufrieron sorprendentemente problemas dentales similares a nosotros mismos, a pesar de la diferencia de nuestras dietas.

La erosión en los dientes puede afectar a todo el tejido de los mismos y, por lo general, deja lesiones ligeras y brillantes en el esmalte y la superficie de la raíz. Si se cepillan los dientes con demasiada fuerza se puede debilitar el tejido dental, lo que, con el tiempo, permite que comidas y bebidas ácidas provoquen agujeros profundos conocidos como lesiones cervicales no cariosas.


Dientes 'australopithecus africanus' con lesiones. Ian Towle

Encontramos tales lesiones en los dientes fosilizados de una especie ancestral humana, el Australopithecus africanus. Dado el tamaño y la posición de las lesiones, este espécimen probablemente habría tenido dolor o sensibilidad en sus muelas. Entonces, ¿por qué este hominino prehistórico tuvo problemas dentales que parecen indistinguibles de los causados ​​por beber grandes cantidades de bebidas gaseosas hoy en día?

La respuesta puede venir de otro paralelo poco probable. El desgaste erosivo dental, en la actualidad, a menudo también se asocia con un cepillado agresivo. El Australopithecus africanus probablemente experimentó una abrasión dental similar al comer alimentos duros y fibrosos. Pero para que las lesiones se formen, aún habría necesitado realizar una dieta rica en alimentos ácidos. En lugar de bebidas gaseosas, tal circunstancia probablemente vino en forma de frutas cítricas y vegetales ácidos. Por ejemplo, los tubérculos (patatas y similares) son difíciles de comer y algunos pueden ser sorprendentemente ácidos, por lo que podrían haber sido la causa de las lesiones.

La erosión dental es extremadamente rara en el registro fósil, aunque esto podría deberse a que los investigadores no han pensado buscar evidencias de ello hasta ahora. Pero otro tipo de problemas, como lesiones cariosas o cavidades, se han encontrado con más frecuencia en los dientes fosilizados.

Lesiones por caries en el segundo premolar mandibular derecho y primer molar en 'Homo naledi' (UW 101-001). Ian Towle

Las caries son la causa más común de dolor de muelas en la actualidad y están provocadas por el consumo de alimentos y bebidas con almidón o azúcar, incluidos los cereales. A menudo se consideran un problema relativamente moderno relacionado con el hecho de que la invención de la agricultura introdujo en la dieta grandes cantidades de carbohidratos, y, más recientemente, azúcar refinada.

Pero investigaciones recientes sugieren que este no es el caso. De hecho, ahora se han encontrado caries en dientes fósiles de casi todas las especies prehistóricas de homínidos estudiadas. Probablemente fueron causadas ​​por comer ciertas frutas y vegetales, así como miel. Estas lesiones a menudo eran graves, como en el caso de las caries encontradas en los dientes de especies recién descubiertas como el Homo naledi. De hecho, estas caries son tan profundas que probablemente tardaron años en formarse y casi seguramente habrían causado un dolor de muelas severo.

Abrasión dental

Otro tipo notable de desgaste dental también es muy común en el registro fósil, y de nuevo podemos adivinar cómo y por qué se creó al observar los dientes de individuos actuales. Este proceso, llamado abrasión dental, está causado por frotar o sostener repetidamente un elemento duro contra un diente. Podría venir del hecho de morderse las uñas, fumar en pipa o sostener una aguja de coser entre los dientes. Estas actividades suelen tardar años en formar muescas y surcos notables, por lo que, cuando encontramos pequeños agujeros en los dientes fosilizados, nos ofrecen una información fascinante sobre el comportamiento y su cultura.

Ejemplo de un corte o rotura provocado por una pipa de fumar (conjunto dental del siglo XVII). Chip Clark, Instituto Smithsonian

Los mejores ejemplos de este tipo de desgaste dental prehistórico son los "surcos de palillos", que se cree que se producen por colocar repetidamente un objeto en la boca, generalmente en los espacios interdentales posteriores. La presencia de rasguños microscópicos alrededor de estas ranuras sugiere que son ejemplos de higiene dental prehistórica, donde los individuos han usado palillos u otros pequeños objetos para desalojar restos de alimentos. Algunos de estos surcos se encuentran en los mismos dientes en forma de caries y otros problemas dentales, lo que sugiere que pueden ser evidencia de personas que han intentado aliviar su dolor de muelas.

Estas lesiones se han encontrado en una variedad de especies de homínidos, incluidos los humanos prehistóricos anatómicamente modernos y los neandertales, pero solo en las especies más relacionadas con nosotros, no en nuestros ancestros más antiguos. Esto podría significar que el desgaste dental es el resultado de un comportamiento más complejo en las especies con cerebros más grandes. Pero lo más probable es que sea consecuencia de diferentes dietas y hábitos culturales.
Lo que sí sabemos con certeza es que los problemas dentales complejos y graves, y que a menudo asociamos con una dieta moderna de alimentos procesados ​​y azúcares refinados, en realidad existían hace mucho tiempo en nuestros ancestros, aunque con menos frecuencia. Investigaciones adicionales probablemente mostrarán que tales lesiones eran más comunes en nuestros antepasados de lo que se pensaba anteriormente, ​​y, en última instancia, proporcionarán más información sobre la dieta y las prácticas culturales de nuestros parientes lejanos fósiles.

Fuente: theconversation.com | 1 de marzo de 2018

Hallan evidencias de una mayor diversidad de homínidos en el Pleistoceno temprano-medio en Java, Indonesia

Fragmento de la mandíbula inferior de Meganthropus palaeojavanicus. Crédito: Senckenberg.

Una nueva especie de simio fósil del Pleistoceno originaria del sudeste de Asia ha sido documentada por un equipo internacional de científicos en la colección de homínidos del Instituto Senckenberg.
La nueva especie ya había sido descrita en 1950 como Meganthropus palaeojavanicus por Gustav Heinrich Ralph von Koenigswald, el fundador del departamento paleoantropológico de Senckenberg, pero en su momento fue interpretada como un ser humano prehistórico.

Los exámenes de las estructuras dentales anatómicas ahora revelan que hace aproximadamente un millón de años, al menos tres especies adicionales de homínidos compartían el hábitat del Homo erectus en Java. El estudio se publica en la revista científica Nature Ecology & Evolution’.

Más de 200 dientes fósiles y fragmentos de mandíbula se han descubierto hasta la fecha en la isla indonesia de Java. La mayoría de estos restos de homínidos se pueden atribuir a la especie extinta Homo erectus, el primer ser humano descubierto fuera de Europa. “Se sabe que el 'Homo erectus' vivió en Java durante el tiempo del Pleistoceno, hace aproximadamente un millón de años, en compañía de los antepasados de los orangutanes modernos", explica Ottmar Kullmer (izquierda), del Instituto de Investigación Senckenberg en Frankfurt. y continúa: “Ahora pudimos demostrar que existía otra especie de simio al mismo tiempo”.

Junto con el autor principal del estudio, Clément Zanolli (derecha) de la Universidad de Burdeos, Kullmer y un equipo internacional estudiaron los dientes de homínidos fósiles descubiertos en 1941 por Gustav Heinrich Ralph von Koenigswald, utilizando métodos de primera línea. “Nuestros estudios tomográficos con microprocesadores y el análisis del esmalte dental muestran que los dientes no pertenecen ni al 'Homo erectus' ni a los orangutanes”, explica Zanolli, y agrega: “Además, no hay indicios de que involucren a ancestros de los humanos modernos”.

“En el pasado, hubo repetidas controversias sobre el misterioso homínido 'Meganthropus', pero no hubo pruebas confirmadas de su existencia”, dice Kullmer. Los nuevos datos ahora revelan que los dientes difieren claramente tanto de los dientes del Homo erectus como de los orangutanes en cuanto a la distribución del grosor del esmalte y la superficie y posición de las cúspides de la dentina en el interior de las coronas dentales.

Comparación de un fragmento de mandíbula inferior de 'Meganthropus' (abajo) con una mandíbula reconstruida de 'Homo erectus' (izquierda) y una mandúbula de orangután. Crédito: Senckenberg.

El patrón de desgaste de los molares del Meganthropus corresponde al de los orangutanes fósiles y modernos. Kullmer explica: “Por lo tanto, asumimos que las especies ‘renombradas’ se alimentaban principalmente de frutas y otras plantas que crecen en la superficie, similar a los orangutanes de hoy. Por otra parte, el 'Homo erectus' probablemente tenía una dieta más flexible debido a su capacidad para preparar alimentos de varias maneras. Sin embargo, no hay documentación que demuestre si una dieta unilateral o incluso el mismo 'Homo erectus' contribuyó a la extinción de Meganthropus”.

Según el estudio actual, ahora se considera un hecho que hace aproximadamente un millón de años, además del Homo erectus, al menos tres géneros de homínidos habitaban en los bosques de las islas indonesias actuales, una diversidad más alta de lo que se suponía anteriormente. “Y es posible que podamos agregar otro género, el mono gigante conocido como Gigantopithecus. Sin embargo, todavía no tenemos pruebas concluyentes a este respecto”, agrega el paleoantropólogo.

Fuentes: phys.org | 9 de abril de 2019

El cerebro humano se ha hecho más pequeño desde la Edad de Piedra

A pesar de que nuestros cerebros han evolucionado para volverse más grandes, lo cual es un rasgo obvio de los seres humanos, estos han reducido su volumen en al menos 10 por ciento desde hace 40.000 años.

Para llegar a esta conclusión, los investigadores se han dedicado a estudiar el volumen endocraneal de los cráneos fosilizados, puesto que el cerebro es un órgano que no dura demasiado tiempo después de la muerte. A modo de comparación, los científicos destacan que el volumen endocraneal de los homínidos era de aproximadamente 350 cm3 –similar al de los chimpancés–, mientras que, con la evolución, el cerebro del Australopithecus alcanzó las 450 cm3, seguido del Homo erectus, con unos 900-1000 cm3 de volumen endocraneal.

Desde entonces, los cerebros de los neandertales y del Homo sapiens alcanzaron unos 1600 cm3 de volumen endocraneal. Sin embargo, al alcanzar este pico, los cerebros de los humanos recientes tienen un promedio de 1450 cm3 de volumen endocraneal, un número igual al de sus predecesores desde la Edad de Piedra.

¿Por qué se han encogido nuestros cerebros?

Desde hace décadas, se han barajado muchas hipótesis que buscan explicar esta reducción cerebral en el ser humano, entre las que se manejan una reducción del volumen corporal como consecuencia del cambio climático durante la época del Holoceno, que trajo temperaturas más calientes. Otras apuntan a una optimización del uso de la energía con la ayuda de la tecnología, lo cual permitió reducir el tamaño del cerebro y su capacidad de consumo energético.

No obstante, una de las hipótesis que más ha convencido al mundo científico es la de la “autodomesticación” del ser humano. Siguiendo la ciencia detrás de los procesos de domesticación de animales, estos son ahora más dóciles en comparación con sus antecesores. Incluso sus características físicas también cambian, como el tamaño de sus cerebros, extremidades y dientes.
Esta hipótesis, también conocida como “la supervivencia del más amigable”, acuñada por el antropólogo Brian Hare, apunta a que, desde la Edad de Piedra, los seres humanos que tenían más probabilidades de sobrevivir eran aquellos que podían cooperar con sus pares, en lugar de aquellos que eran más agresivos. Esto explica por qué ahora tendemos a socializar y a cooperar con nuestros vecinos y no a pelear con ellos.

Dentro de esta misma hipótesis existe una explicación que destaca que, al haber alcanzado volúmenes endocraneales más altos, el ser humano se volvió menos agresivo. Igualmente, la influencia de los genes que nos hacen más o menos sociables también afectan nuestras hormonas y otros aspectos físicos, como el tamaño de nuestro cuerpo y de nuestro cerebro.

Fuente: tekcrispy.com | 9 de abril de 2019