La misteriosa muerte de una muchacha hace 13.000 años da las claves del México prehistórico

Fotografía cedida por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) que muestra el cráneo de una joven de 15 a 16 años bautizada "Naia", en una cueva inundada de la Península de Yucatán, Quintana Roo (México). Científicos y buzos de México y Estados Unidos descubrieron los restos humanos más antiguos de América, una joven de 15 a 16 años a la que han llamado "Naia", en una cueva inundada de la Península de Yucatán, informó hoy el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). EFE/ROBERTO CHÁVEZ ARCE SAS/INAH/

Casi 13.000 años después de haber perdido la vida al caerse en un pozo, una muchacha que poco antes había dado a luz cuenta la historia de una ardua existencia en el México prehistórico, según la arqueóloga Pilar Luna Erreguerena.

Naia, como fue bautizada la joven en alusión a las náyades -ninfas acuáticas de la mitología griega- por haber sido encontrada en una cueva inundada, se hizo célebre en 2014 como el esqueleto humano más antiguo, completo y genéticamente intacto hallado en el continente americano.

Al cabo de años de estudios científicos en México, EEUU y Canadá se determinó que Naia, descubierta en 2007 en un sitio bautizado como Hoyo Negro en Tulum (Quintana Roo), era una adolescente de 15 o 16 años que vivió hace entre 12.000 y 13.000 años.

Pero más significativamente, análisis de ADN mitocondrial la sitúan como el eslabón que vincula a los más antiguos pobladores de América con los grupos indígenas contemporáneos del continente.

Esos estudios se efectuaron a partir de muestras o fotografías tomadas en la caverna subacuática, pero la intromisión de personas ajenas a la investigación persuadió a los científicos de retirar cuidadosamente los frágiles restos, lo que a su vez les brindó acceso directo a las mismas.

Una época de carencia extrema

Los nuevos análisis revelan que Naia medía 152 centímetros y pesaba un máximo de 50,4 kilos, en condiciones óptimas.

Óptimo, sin embargo, no es el concepto que viene a la mente al considerar que el estudio de sus dientes y huesos largos demostró que a menudo pasaba épocas de carencia extrema.

Luna, titular de la Subdirección de Arqueología Subacuática del Instituto Nacional de Antropología e Historia y directora del proyecto Hoyo Negro, explicó a Efe que Naia tiene en sus huesos varias líneas de Harris, que “se marcan cuando hay periodos de hambruna”.

“Sufrió escasez de comida en varias ocasiones a lo largo de su larga o corta vida, como se quiera ver, porque aunque para nosotros es una joven para esos tiempos Naia realmente estaba en la mitad de su vida”, refirió.

También tenía gingivitis, inferida por la pérdida de algunos dientes, y anomalías en el crecimiento de las raíces dentales, lo que refuerza los indicios de una nutrición deficiente.

Asimismo, tenía una fractura del radio izquierdo “que sufrió en vida y que sanó” antes de morir, lo que ocurrió al caer en el pozo presuntamente mientras buscaba agua, indicó Luna, pionera en arqueología subacuática.

Uno de los hallazgos más reveladores deriva de múltiples evidencias, incluyendo el interior de su hueso púbico, que sugieren que la joven muy probablemente dio a luz meses antes de fallecer.

“Es la hipótesis que se plantea con una inspección muy meticulosa con rayos X y de manera directa de los huesos. No podemos decir que es rotunda la afirmación, pero sí se acerca más a que sea ya no solo una hipótesis lejana sino una posibilidad cercana”, expuso.

Por otro lado, los estudios indican, según Luna, que Naia caminaba grandes distancias pero no trabajaba demasiado con la parte superior del cuerpo, dadas las marcadas zonas de inserción muscular de los huesos de las piernas así como la tersura y extrema delgadez de los pertenecientes a los brazos.

“Los expertos notan ciertas huellas que van dejando las actividades que los seres humanos realizamos y que quedan en los huesos, donde van las inserciones musculares. Por ahí se plantea esto de su mucho caminar pero de su no mucho cargar”, abundó.

La especialista, quien recibió en 2016 el Premio al Mérito de la Sociedad para la Arqueología Histórica y el Consejo Asesor de Arqueología Subacuática de EEUU, reveló igualmente que por la dentadura de Naia “se ha determinado que fundamentalmente se nutría de semillas, de frutos, no así de productos del mar”, pese a que Hoyo Negro está a escasos 20 kilómetros del Caribe.

A decir de los científicos, estos hallazgos proponen que la vida de los pobladores ancestrales de América, o al menos de algunos de los grupos que llegaron desde Asia por el hoy desaparecido puente terrestre de Beringia, no fue idílica por encontrarse en una tierra nueva y abundante, sino al contrario; fue sumamente difícil y llena de carencias. “Era una vida muy dura”, aseveró Luna.

Finalmente, sostuvo que la posibilidad de estudiar con detenimiento los restos de la joven madre abre nuevas ventanas al conocimiento de la América y el México antiguos. “El hecho de poder trabajar directamente sobre los huesos nos permite avanzar en el conocimiento, en las propuestas que podemos ir planteando con cierto grado de seguridad”, puntualizó. Efefuturo

El santo grial en el ‘almacén del Arca Perdida’ de Israel

Una estudiante inspecciona unas vasijas en el Depósito de los Tesoros Nacionales. MENAHEM KAHANA (AFP)

El santo grial, la copa de la que bebió Jesús en la última cena, probablemente no era de cristal ni de metal, sino de piedra caliza, el material purificador preferido entre los judíos de la primera mitad del siglo I para su vajilla. Lo explicaba en tono profesoral Gideon Avni, jefe de la división arqueológica de la Autoridad de Antigüedades de Israel, durante una inusual visita de la prensa al sanctasanctórum de sus investigaciones, que alberga más de un millón de restos de la antigüedad localizados dentro del Estado hebreo desde su nacimiento en 1948.

No se trata de un inexpugnable búnker secreto ni de un recinto fortificado bajo la protección del Tsahal, el formidable Ejército israelí, sino de una nave industrial de Beit Semesh, en el distrito de Jerusalén. El edificio de anodina apariencia esconde un almacén misterioso, surcado de interminables hileras de estanterías con sarcófagos y ánforas, de cajas de madera de las que emergen capiteles. Un decorado apropiado para la escena final de la primera entrega de la saga cinematográfica de Indiana Jones: el misterioso depósito gubernamental donde queda oculta, precisamente, el Arca de la Alianza.

Calcáneo de un hombre traspasado por un grueso clavo.

Junto a la copa de las primeras décadas de la era cristiana se alinean platos y vasijas de piedra caliza a la vista de las cámaras de los informadores. También se muestra un pequeño osario que lleva inscrito el nombre de Jesús. En una tumba judía similar fue hallado el calcáneo (hueso del talón) de un hombre traspasado por un grueso clavo de unos 15 centímetros de largo. “Jesús, María, José… eran nombres hebreos comunes en aquella época”, puntualiza el profesor Avni. “Respecto a la crucifixión, se trata de un método de ejecución habitual bajo el Imperio Romano”, matiza junto a una réplica del tarso perforado, “aunque en estos restos, el clavo atraviesa de forma lateral el hueso, y no frontal, como en la iconografía clásica”.

“Hemos podido reconstruir como se desarrollaba la vida cotidiana durante el primer tercio del siglo I, que coincide con la vida de Jesús según la tradición cristiana, pero no probar su existencia”, precisa el jefe del servicio de arqueología israelí. “Había más de un millón de habitantes en la región, y es muy difícil identificar los restos de alguien que pudo vivir hace más de 2000 años".


Un sarcófago del Depósito de los Tesoros Nacionales, en Israel. AMIR COHEN REUTERS / CORDON PRESS


En el Depósito de los Tesoros Nacionales de Beit Semesh —que en un futuro próximo está previsto que se traslade a las inmediaciones del Museo de Israel, en el centro de Jerusalén— conservadores y técnicos muestran a los fotógrafos monedas del siglo VII y cruces y relicarios también de la era bizantina. O señalan un capitel con una menorá (candelabro de siete brazos) grabada en un capitel con credenciales históricas judías.

Este gigantesco contenedor arqueológico no puede ser visitado por el público y solo abre sus puertas a los investigadores. Como en casi todos los aspectos de la vida en Oriente Próximo, la geopolítica también pesa sobre los restos antiguos que almacena. En sus instalaciones solo se custodian objetos localizados en territorio israelí desde su fundación como Estado, hace 69 años, y en Jerusalén Este (ocupado desde 1967 y anexionado en 1980).

Los hallazgos procedentes de excavaciones anteriores se encuentran, en términos generales, en el Museo Rockefeller, construido bajo el Mandato británico, en la zona oriental de la Ciudad Santa, frente al antiguo recinto amurallado. La conservadora Débora Ben Ami, de origen argentino, asegura que los restos arqueológicos procedentes en Cisjordania, bajo ocupación israelí desde hace casi medio siglo, se trasladan por ahora a un almacén próximo al asentamiento de Maale Adumin, situado a apenas cinco kilómetros al este de Jerusalén.

La arqueóloga Annette Landes-Nagar muestra unas monedas de época del Imperio Bizantino. MENAHEM KAHANA AFP


El recorrido recientemente efectuado por periodistas extranjeros acreditados en Israel por las instalaciones del Depósito de los Tesoros Nacionales estuvo apadrinado por el Ministerio de Turismo, en una iniciativa destinada a promocionar las visitas de peregrinos cristianos a Tierra Santa. Un negocio que representó la quinta parte de las 2,8 millones de entradas de viajeros en el país en 2015. En las mismas fechas se produjo también la presentación oficial de la rehabilitación del templete del Santo Sepulcro en Jerusalén, una obra costeada por las congregaciones religiosas del templo con ayuda de las autoridades jordanas y palestinas, que acaparó la atención de la prensa internacional.
Una tercera parte de los 40.000 objetos arqueológicos localizados cada año en unas 300 excavaciones en Israel están relacionados con el cristianismo. Por el momento, casi todos siguen empaquetados en un almacén con aires de película de Steven Spielberg. Como la copa de piedra caliza que bien pudo estar en manos de Cristo. Es la buena nueva que predican los arqueólogos.

Fuente: elpais.com | 1 de abril de 2017

Arqueólogos descubren el acueducto más antiguo del mundo en Roma

La excavación donde se ha encontrado parte de un acueducto romano (Reuters)

Los arqueólogos están que no salen de su asombro y es que se ha localizado en Roma lo que podría ser el acueducto romano más antiguo encontrado nunca, correspondiente ni más ni menos que al siglo III a.C.


Se cree que se podría tratar del denominado Acqua Appia, el primer acueducto que se edificó en Roma. “Se sabe que el Acqua Appia era profundísimo, y el que hemos encontrado también lo es”, ha explicado la arqueóloga Siomona Morretta al diario Corriere della Sera.


Este descubrimiento ha ocurrido por mera casualidad a pocos metros del Coliseo, concretamente a la altura de la actual plaza Celimontana. Hace más de dos años, un grupo de arqueólogos inició una excavación para explorar la zona, pero no ha sido hasta que se han empezado las obras para crear una nueva línea de metro que se ha permitido excavar a tal profundidad.


”Sólo gracias a las perforadoras de hormigón para la apertura del túnel del metro, hemos podido bajar a esa profundidad y estudiar por primera vez toda la estratigrafía de Roma”, ha destacado Morretta.


”A partir de las casas que existen en la actualidad, hemos ido descendiendo hacia abajo hasta localizar una tumba con objetos funerarios que datan de la Edad de Hierro, y otros del siglo X y principio del siglo IX antes de Cristo”, ha detallado.



La idea es desmontar el acueducto bloque por bloque y construirlo en otro lugar en superficie, con el objetivo de que se pueda visitar. “A veinte metros de profundidad, es imposible que nadie lo pueda ver. Sería necesario reubicarlo entero en otro lugar en un futuro”, ha opinado la arqueóloga.

Fuente:lavanguardia.com | 4 de abril de 2017

Descubren un ara dedicada a la "Señora Salud Salvadora" en Torreparedones

"Aquí está la fuente de la Diosa Salud salvadora". Esa es la inscripción que se puede leer en una pieza encontrada junto a las termas orientales del yacimiento arqueológico de Torreparedones y que según el doctor Ángel Ventura correspondía a un altar dedicado a la divinidad. El hallazgo confirma la existencia de otro edificio al sur del complejo termal, posiblemente un santuario, al que los enfermos acudían para sanar.

Foto por gentileza del Dr. D. Ángel Ventura en la página de Facebook de Torreparedones Parque Arqueológico

El profesor de Arqueología de la Universidad de Córdoba, experto en epigrafía, mantiene que esta pieza formaba parte del pilón de una fuente y que se trata de una muestra más del sincretismo de los romanos, que solían respetar las divinidades indígenas de los lugares que conquistaban y asimilarlas a las suyas.


Y es que cuando los romanos llegaron a Torreparedones en el año 30 a.C. no solo mantuvieron el ritual sanador ibérico, sino que lo completaron con el de la hidroterapia, de ahí que construyeran justo al lado unas termas aprovechando la presencia de un pozo con aguas mineromedicinales.


"Hace tiempo que sospechábamos que la antigua colonia Ituci Virtus Iulia estaba volcada en los cultos relacionados con la salud", ha recordado Ventura, quien ha calificado como "un prodigio" que este hallazgo se produjera el pasado jueves, día 30 de marzo, coincidiendo con la festividad de la Diosa Salud en el calendario romano.

La excavación de las termas orientales

Durante los últimos meses los trabajos de excavación del yacimiento se han centrado en las termas orientales, un edificio cuya planta no está definida al completo. Aunque se conocen sus tres estancias fundamentales –las salas de agua fría, templada y caliente–, falta por descubrir el vestuario, la entrada y la zona de servicios, donde los esclavos mantenían alta la temperatura. El objetivo de la excavación es buscar la entrada principal del edificio para restaurarlo y recuperar la visita, además de conocer las puertas y el recorrido original.

Una ciudad consagrada a la sanación

Ventura ha reiterado que Torreparedones era una ciudad consagrada a la sanación: "la gente venía a sanarse en un mundo en el que no había hospitales". En el mismo aspecto han incidido el alcalde y el arqueólogo municipal, Jesús Rojano y José Antonio Morena, quienes han destacado la importancia de conocer los hábitos de la época romana y "el agua como factor fundamental en el desarrollo de la ciudad".




Fuente: Baena Digital, 4 de abril de 2017
Fotos por gentileza de JESÚS ORDÓÑEZ / ANDALUCÍA DIGITAL

Europa, un continente sembrado de tesoros ocultos

Este enorme collar de oro de la Edad de Bronce data de 1300-1100 a.C. Fue descubierto por un ciudadano en Cambridgeshire (Inglaterra) y presentado en noviembre de 2016. Estaba enterrado en el campo. Imagen: EFE

Los museos del Reino Unido, Alemania, Francia, Países Bajos y Rumania no dan abasto; del subsuelo afloran sin cesar espadas, dagas, brazaletes, collares, pendientes, hachas, diademas y lingotes de oro y bronce. Son los vestigios de la frenética acumulación de objetos preciosos ocurrida entre los siglos XV y VII a.C., bienes de los que nuestros antepasados luego se deshacían enterrándolos o arrojándolos a lagos y ríos.

¿Cuál era el sentido de esta desconcertante costumbre? Los arqueólogos barajan variadas hipótesis acerca del significado de los fascinantes hallazgos que están cambiando nuestra visión de la prehistoria europea.

Remontémonos a la Edad de Bronce, el tiempo de la orfebrería del oro y la metalurgia de la aleación de cobre y estaño. Estos metales, que permitían modelar formas sofisticadas, dinamizan los centros urbanos y las redes comerciales, y propician el surgimiento de élites ávidas de adornos para carros y caballos, polainas, cascos, cuencos, alfileres y espadas.

Réplica del tesoro de Eberswalde (el original fue saqueado durante la Segunda Guerra Mundial y se encuentra actualmente en un museo en Moscú) Colección: Museo für Vor- und Frühgeschichte Berlín

De ese período data el impresionante tesoro de Villena, una vajilla de 59 artículos de oro, plata, ámbar y hierro descubierta en 1963 y expuesta en el museo de esa localidad alicantina. También el tesoro de Eberswalde: 81 objetos de oro hallados dentro de una vasija al norte de Berlín en 1913, actualmente en el Museo ruso del Ermitage, adonde fueron llevados como botín de guerra. La lista de hallazgos es demasiado larga para resumirla en este reportaje.

Esos enterramientos llevados a cabo por familias y clanes no guardan relación con los ajuares funerarios, y se les denomina ‘depósitos comunitarios’. Algunos constan de unas pocas piezas; otros están formados por más de 6.500, como el hallado en Isleham (Inglaterra) en 1959. A veces se componen de adornos, joyas, monedas, lingotes; en ocasiones, de armas, obras de arte y herramientas; y abarcan desde utensilios prácticos a artículos destruidos a posta.

Se diseminan a lo largo y ancho de Europa, en lugares deshabitados, concentrados en la zona del Danubio y en el valle del Loira. En la península ibérica los encontramos en las proximidades de las costas atlánticas, tanto en la región de Huelva como en Galicia, indica a Sinc Gabriel García Atienzar, prehistoriador de la Universidad de Alicante. “Se localizan en zonas de paso: vados, cruces de ríos, desembocaduras”, precisa Eduardo Galán Domingo, conservador del Museo Arqueológico Nacional, “o al lado de montículos o en zonas de relieve llamativo”.


El tesoro de Villena es uno de los más impresionantes de la Edad de Bronce europea. Pesa casi diez kilos repartidos en 59 objetos de oro, plata, hierro y ámbar. Esta es una reproducción que se guarda en el Museo Arqueológico Nacional (Madrid). © MAN. M.A. Otero

Una armería en el lecho del río

Muchos eran lanzados al agua sin intención de recuperarlos. “Esos pueblos poseían un concepto especial del paisaje y de la naturaleza, y conferían un valor sagrado a los arroyos y estuarios”, explica Galán a Sinc. Por esa razón, “los lechos del Támesis, el Sena y el Loira están sembrados de espadas, dagas y escudos”, añade.

Del Guadalquivir y el río Ulla también se extrajeron armas. “En 1923, en la ría de Huelva se rescataron 400 piezas –apunta el conservador–. Los hallazgos ocurren cuando se draga un cauce o se vacía durante la construcción de una presa”.

Holanda e Inglaterra destacan por el número de afloramientos registrados. Solo en el segundo país se producen entre 30 y 40 descubrimientos anuales, estima Neil Wilkin, el conservador de la colección de la Edad de Bronce del Museo Británico. Algunos son tan espectaculares como el de Langton Matravers: 373 hachas forjadas en el siglo VI a.C.; o el de Malherbe (Kent), integrado por 352 objetos del siglo IX a.C.

Tesoro de Langton Matravers

En septiembre de 2016, en Lancashire, se encontró un conjunto de puntas de lanza, hachas, brazaletes, pulseras y otros ornamentos enterrados presuntamente por una comunidad de agricultores. Y solo dos meses después, el British Museum presentaba en sociedad un espectacular torques de oro, un collar rígido de enormes dimensiones que un buscador de metales había desenterrado en Cambridgeshire (ver foto que encabeza el artículo).

En su mayoría, dichos descubrimientos corren por cuenta de aficionados que peinan las islas británicas y los Países Bajos con sus detectores de metales. “La iniciativa privada tiene respaldo legal en esas naciones –explica García Atienzar–. Afortunadamente los buscadores son personas formadas, de buena voluntad, que cuidan los hallazgos y enseguida los comunican a las autoridades”.

En España, por el contrario, el Estado detenta el monopolio de las excavaciones y prohíbe a los particulares el uso de detectores con propósitos arqueológicos.

Espadas de la Edad de Bronce encontradas en la ría de Huelva. © MAN. M.A. Otero.

Pero la prohibición es burlada a menudo. En Celtiberia abundaban las minas de cobre, oro y plata, en el sur, y de estaño en el noroeste, el origen de un patrimonio muy tentador para los saqueadores. Recientemente, un brazalete áureo del Algarve se subastó en Christie's por 600.000 euros. “Hay joyas de hasta dos kilos de oro puro, como la torques de Sagrajas (abajo), ejemplifica Galán. “Se trata de bienes más difíciles de proteger que una necrópolis o una ciudad amurallada, por lo que apenas conocemos una pequeña parte de lo exhumado”, se lamenta.

Torques de Sagrajas. ©MAN

Estrategia antiinflacionaria

¿Por qué razón tantas generaciones de antiguos europeos se afanaron por esconder sus activos metálicos? “Un tesoro de cien cabezas de hachas de bronce representaba una enorme riqueza en una época en la que existía una gran demanda de metal para fabricar armas y herramientas”, comenta Galán. Es difícil comprender por qué se desprendían de semejantes fortunas.

Una hipótesis lo atribuye a fines utilitarios. La tierra era vista como la mejor caja fuerte, los ricos le confiaban sus bienes, los comerciantes enterraban las piezas que más tarde distribuirían entre sus clientes, los fundidores escondían chatarra para su reciclado. Las circunstancias les impidieron recuperarlos y permanecieron en el subsuelo hasta nuestros días.

Pero eso no explica los tesoros arrojados al agua y otros ocultamientos sin utilidad concreta. Aquí entran en juego interpretaciones más complejas. “Algunos tenían una intención ritual: retornar a la tierra los metales arrancados de su seno; otros eran sacrificios a los dioses”, sostiene Wilkin. “Los depósitos subacuáticos eran posiblemente ofrendas votivas”, conjetura Galán.

En la leyenda del rey Arturo, apunta el arqueólogo británico Richard Bradley, “Excalibur debe entregarse a las aguas para que sus poderes especiales se extingan al morir Arturo”. Una suerte similar corre el oro de los Nibelungos, que acaba en el fondo del Rin: “Iba a ser la dote de Krimilda, y hubiera jugado un papel en el ciclo de intercambio de regalos típico de la sociedad heroica”, añade. “No había intención de sacarlo de circulación permanentemente, y sin embargo establece la misma conexión entre la riqueza y el agua”.

En el fondo se perfila otra razón más o menos consciente. Bradley defiende la hipótesis de un despilfarro institucional a la manera del potlatch, la destrucción ceremonial de riquezas practicada por los indios norteamericanos.

Invitación a un Potlatch en 1912. Fuente Wikipedia

En la Edad del Bronce, argumenta, la incesante producción y acumulación de metales preciosos generaba una espiral inflacionaria que obligaba periódicamente a retirar una parte de la circulación. ¿Cómo? Sepultándolos en las tumbas, ofrendándolos a las divinidades u ocultándolos bajo tierra. Con este proceder las élites mataban dos pájaros de un tiro: evitaban la depreciación del metal cuyo flujo controlaban, a la vez que se prestigiaban a ojos de sus congéneres mostrándose desprendidas y dadivosas.

Esas especulaciones cobran sentido en tiempos donde los metales cumplían funciones simbólicas que trascendían su utilidad práctica. Testimonio de las primeras desigualdades sociales, eran insignias de jerarquía cargadas de connotaciones místicas.

Al oro, en concreto, se le consideraba una sustancia más sobrenatural que económica. Su aura portentosa se contagiaba a los objetos metálicos: la fuente de los mitos de espadas invencibles, cálices milagrosos, martillos divinos y demás artilugios fantásticos, presididos por la figura casi mágica del herrero. “Es probable que muchas de esas teorías sean relevantes y que ningún factor individual explique la formación de tesoros en la Edad del Bronce”, recapitula Wilkin.

Los tesoros, que constituyen la mayor fuente de conocimiento sobre la protohistoria de nuestro continente, han inspirado sagas literarias como la de ‘El señor de los anillos’ de Tolkien. Imagen: WingNut Films.

El nacimiento del lujo europeo

Los europeos continuaron depositando bronce y oro hasta los comienzos de la Edad de Hierro y dejaron de hacerlo hacia los siglos VII y VI a.C. En el norte de Europa, más aislada, los vikingos mantuvieron la práctica en vigor hasta bien entrado el medievo, apunta Galán.

¿Por qué desapareció? Una causa probable fue la abundancia de hierro, que dificultaba el control de su producción y circulación, explica García Atienzar. Como consecuencia, los metales en su conjunto perdieron parte de su valor y sus connotaciones mágicas y prestigiosas. Otra razón estriba en la formación de estructuras estatales que canalizaron los excedentes metálicos a los grandes mausoleos y templos. En Escandinavia, la difusión del cristianismo posiblemente dio la puntilla a una costumbre juzgada pagana.

Quizás el enigma lo aclaren las punteras técnicas de análisis químico. “Con su aplicación podemos obtener la ‘huella dactilar’ de cada objeto y así seguir el rastro de la materia prima hasta su origen y reconstruir sus redes de distribución e intercambio”, detalla el especialista de Alicante. Los datos del contexto también son reveladores: el entorno de los hallazgos, su posible simbolismo, las formas de su disposición o la clase de objetos elegidos “nos aproximan a una comprensión más matizada del comportamiento de los pueblos del pasado, tan complejos y difíciles de entender como lo somos nosotros”, reflexiona Wilkin.

Junto con las tumbas, los tesoros constituyen la mayor fuente de conocimiento sobre esa fase de la protohistoria de nuestro continente. Su estudio va trazando el panorama de una Europa salpicada de minas, depósitos metálicos, megalitos y túmulos, integrada en una incipiente economía global a través de rutas por donde los caballos acarreaban mercancías y regalos diplomáticos. Una Europa testigo del nacimiento del lujo y de un estilo decorativo de líneas onduladas dirigido a las élites ostentosas, apunta el historiador danés Kristian Kristiansen.

Ese mundo pervive en el legado arqueológico que aflora y en sus huellas impresas en el folklore. Lo vemos en las leyendas sobre riquezas custodiadas por dragones y duendes –como Alberich de los nibelungos o los enanos de Blancanieves– y tesoros morunos, porque “en el imaginario popular los moros representan el pasado remoto”, aclara Galán.

Materia prima de ficciones como la saga de J. R. Tolkien y sus anillos, el acervo de la Edad de Bronce sigue alimentando nuestra fantasía así como los sueños de quienes, mientras usted, lector, termina este reportaje, barren Europa con sus detectores en pos de la olla de oro al final del arco iris.

Fuente: SINC | Pablo Francescutti | 4 de abril de 2017