El antisemitismo en tiempos de la Peste Negra

Quema de judíos en la hoguera

El horror a la Peste Negra provocó matanzas de judíos por toda la Europa medieval.

A finales del siglo XIV tuvo lugar en toda Europa una brutal epidemia de peste que acabó, en muchas zonas, con más del 50% de la población. Las gentes de aquella época creyeron que había llegado el Apocalipsis y que la Providencia castigaba así a los hombres por todos sus pecados. El infierno se hacía realidad sobre la Tierra sembrando de cadáveres y apestados las sucias y abarrotadas calles de las grandes ciudades y de los pequeños pueblos de un extremo al otro del continente…
 
El hombre medieval estaba sin duda acostumbrado a los contratiempos del destino. Los periodos de hambrunas, carestías de todo tipo y guerras eran algo habitual. Sin embargo, nadie podía imaginarse que la muerte, aquella figura tenebrosa que comenzó a partir de entonces a representarse embozada, siempre acechante entre las sombras, se llevaría por delante a millones de almas como consecuencia del mayor desastre epidémico de la historia: la peste negra.
Todo comenzó en el año 1348, cuando la misteriosa enfermedad, como si de una plaga apocalíptica se tratara, se cebó con la indefensa población de casi todo el continente europeo, asolando ciudades y pueblos enteros y sembrando de cadáveres los campos y las calles de las grandes urbes. La muerte negra, como empezó a conocerse, acabó con casi la tercera parte de la población europea. Los cuatro jinetes del Apocalipsis se abatían contra los hombres como nunca antes lo habían hecho. Para las supersticiosas mentalidades de la época era el comienzo del fin del mundo, y la sensación de pánico generalizado sólo era comparable, salvando las distancias, a la que se vivió en el umbral del año 1000.

Orígenes inciertos

Occidente no se enfrentaba a una epidemia completamente nueva, pues ya en el siglo VI un brote de la enfermedad, conocido como “Peste de Justiniano” asoló gran parte del Imperio Bizantino. Y aunque causó numerosos estragos, no fue comparable, en cuanto a virulencia y catastrofismo, con la pandemia vivida entre 1348 y 1351.
Existen discrepancias entre los historiadores sobre cuál fue realmente el punto de origen de la peste medieval, aunque la mayoría coincide en aceptar que pudo partir de la región de Yunnan, en el sudeste de China, transmitida a través de las caravanas asiáticas que recorrían el Imperio mongol en parte de la Ruta de la Seda. En 1387, millones de personas estaban muriendo en China, la India y en gran parte de las tierras del Islam. A Europa llegaban rumores sobre una terrible enfermedad acompañados de descripciones apocalípticas sobre el origen de la epidemia, como lluvias de ranas y serpientes, tormentas con fuertes granizadas y rayos y finalmente un humo hediondo y truenos espantosos.

Ese mismo año, el mal debió de entrar en contacto con los europeos en el puerto de Caffa –hoy Teodosia–, entonces colonia de Génova en el Mar Negro, hacia donde acudían las numerosas caravanas citadas. Poco después, la ciudad fue asediada por elkhan tártaro Djani Beck, quien se vio obligado a levantar el sitio cuando una misteriosa plaga –la temible peste negra– comenzó a matar sin miramientos a sus tropas. Al general se le ocurrió entonces la brillante y terrible idea de lanzar al interior de la ciudad mediante catapultas los cadáveres pestilentes de centenares de sus soldados, treta mediante la cual pretendía “envenenar a los cristianos” y, como si de una pionera guerra bacteriológica se tratara, logró que la muerte negra penetrara en Caffa. Después, doce galeras ocupadas por genoveses que habían contraído la enfermedad arribaron al puerto de Mesina (Italia) en octubre de 1387 y propagaron la peste de forma increíblemente rápida, mientras otros barcos, también infectados, llegaban desde Oriente a Génova y Venecia. Cuando las autoridades genovesas reaccionaron ya era demasiado tarde. Nada ni nadie podía detener ya a la peste.

Comienza la plaga

Los primeros síntomas de la enfermedad consistían en fiebre elevada y escalofríos, que en ocasiones se confundían con los de otras enfermedades. Poco después hacían acto de presencia angustia y ansiedad, unidas a un aumento de la fiebre, mareos y vómitos. El paciente, que vivía en una estado de postración constante, perdía en ocasiones el conocimiento, todo ello en medio de fuertes sudores que desprendían un profundo y particular olor, según los cronistas “similar al de la paja podrida”. A ello se unían terribles dolores de cabeza, desnutrición, sensación de asfixia, grandes temblores y una lengua pastosa y blanquecina.

Pero, aunque desagradable, aquello no era lo peor: pronto aparecían hinchazones en las ingles, bajo las axilas o detrás de las orejas –allí donde se encontraban los ganglios linfáticos–, signos inequívocos de que la letal enfermedad estaba actuando. En ocasiones alcanzaban el tamaño de una manzana o un huevo, por lo que el vulgo comenzó a llamarlos “bubones”, palabra derivada del griego boubon –bulto, tumor–, que dio origen a la denominación de “peste bubónica”, también conocida como “peste negra”, pues los bultos, manchas y úlceras adquirían un color negruzco. No era extraño que los bubones supurasen, generando un horrible hedor y, si llegaban a romperse, producían en el paciente un dolor prácticamente indescriptible. Cuando la infección derivaba en infección pulmonar –la conocida como variante neumónica–, el paciente tenía pocas posibilidades de salir con vida, además de convertirse en peligroso foco de contagio, al poder transmitir la enfermedad por el aire, a través de la tos, de forma similar a la gripe. Cuando esto sucedía el enfermo presentaba bronquitis aguda, dolor en el tórax e incluso broncopulmonía de tipo hemorrágico que provocaba que expulsara esputos sanguinolentos.

Grabado medieval en el que se pueden apreciar los bubones en los afectados por la terrible epidemia.
Otra de las consecuencias de la peste bubónica era el delirio –delirium–, un estado alucinógeno generado por la fiebre que provocaba en muchos casos que algunos enfermos sufrieran accidentes e incluso se suicidaran. La arcaica medicina de los galenos de la época atribuía el contagio al aire viciado y a la falta de salubridad en las ciudades –lo cual no era del todo desacertado–, pero no sería hasta 1894 cuando se descubriera finalmente el mecanismo de contagio de la peste: la pulga de la rata negra –rata de cloaca– o xenopsylla cheopis. La enfermedad pasó a denominarse entonces Yersinia Pestis, en honor a su descubridor, el suizo Alexandre Yersis, discípulo de Pasteur, quien realizó sus investigaciones durante un brote epidémico que azotó Hong-Kong a finales del siglo XIX.

Sin embargo, en la Baja Edad Media se creía que el mal se debía, cuando no a la ira de Dios, a una descompensación de los humores del cuerpo, cuando no a un castigo divino. En una crónica de la ciudad de Mallorca se puede leer que “Las enfermedades que ahora hay vienen y proceden de la superabundancia de sangre, como los dichos médicos dicen y de eso tienen experiencia”. La extracción de esta sangre corrupta era uno de los remedios más utilizados por los galenos y las sangrías se convirtieron en algo común para aliviar los síntomas de los apestados, bien rajando con bisturí o aplicando sanguijuelas sobre la zona afectada, remedio bastante desagradable, pues éstas pueden aumentar hasta ocho veces su propio peso durante la succión. A la larga las sangrías eran una pésima solución, pues dejaban al enfermo más debilitado y por tanto con más riesgo de morir.

Un infierno se abate sobre la Tierra

Los roedores campaban a sus anchas por unas ciudades llenas de suciedad, donde la higiene personal dejaba mucho que desear y en una época en la que se llegó a aconsejar, por ejemplo, lo que recogía la siguiente receta: “Bañarse es cosa muy dañosa, pues el baño hace abrir las porosidades del cuerpo por las cuales el aire corrompido entra y produce fuerte impresión en nuestro cuerpo o en nuestros humores”.

En un escenario de tales características la enfermedad tuvo el campo libre para actuar impunemente, sembrando el caos, el terror y la muerte allí por donde pasaba. Nadie creía que las ratas eran en parte las culpables de su transmisión y el hombre estaba acostumbrado a convivir con estos roedores, que se hallaban por todas partes. En los barrios pobres y degradados se hacinaban las gentes humildes siendo un potencial foco de infección. Por si esto fuera poco, Europa estaba sumida en uno de los peores conflictos de la historia: la Guerra de los Cien Años (1339-1453) entre Francia e Inglaterra. Las bajas eran a veces muy numerosas y los campos quedaban regados de cadáveres mutilados y mal enterrados que, una vez corruptos, contribuían a expandir la pandemia.

La muerte negra sumió a reinos y ciudades enteras en la más absoluta ruina y decadencia, y sus efectos fueron atroces, como narró la pluma del genial escritor italiano Giovanni Boccaccio. Los cementerios eran insuficientes para enterrar a los miles de cadáveres que se hacinaban y la burocracia se paralizó casi por completo en las grandes urbes. Para muchos historiadores, la epidemia fue el comienzo del fin del feudalismo. La propagación de la peste provocó también el estallido de focos revolucionarios y grandes desórdenes en importantes núcleos urbanos –como en Flandes y en algunas ciudades italianas–. Las revueltas fueron constantes y en algunos casos llegaron a alcanzar cotas de gran dramatismo, como en la Ciudad Eterna.

Las cifras de defunciones hablan por sí solas. Los venecianos morían en la increíble proporción de 600 personas al día. Se estima que Inglaterra perdió el 25 por ciento de su población –en verano de 1348 eran enterrados casi 300 cadáveres al día– y Escocia prácticamente un 30 por ciento. El espectro de la peste fue aún más voraz en Francia y Alemania, donde acabó con la vida de nada menos que el 50 por ciento de su población. Muchas ciudades vieron impotentes cómo sus habitantes disminuían drásticamente. Florencia, con 100.000 habitantes, perdió a la mitad de su población. En Venecia falleció el 60 por ciento de la población –moría la increíble proporción de 600 personas al día– y en Avignon la mitad de sus habitantes. En la sede pontificia, en sólo 6 semanas, 11.000 personas fueron enterradas en un mismo cementerio. Se decidió entonces que el Papa, Clemente VI, bendijera el Ródano e incontables cadáveres se arrojaron al río, que sirvió como sepultura. Sin embargo, aquella precipitada y desesperada acción contribuyó a expandir también la epidemia.
La península Ibérica tampoco se libró del impacto epidémico y en algunas ciudades desapareció más de la mitad de la población, como en Barcelona, donde murieron 38.000 de sus 50.000 ciudadanos. En el Reino de Mallorca, fallecieron alrededor de 9.000 personas. Y la lista es interminable y realmente estremecedora.
 
Aunque muchos historiadores afirman que desapareció a causa de la plaga el 30% de la población europea, algunos creen que esta tasa llegó a alcanzar el 50%, algo que nunca sabremos con certeza pero que pone igualmente los pelos de punta. Nada a lo largo de la Historia, ni guerras, ni catástrofes naturales, ni siquiera armas de destrucción masiva, han provocado una mortandad tan alta como la peste negra del medievo.

Combatir la enfermedad

La mayor parte de los “médicos” que ayudaron a los apestados eran voluntarios, pues los doctores cualificados por lo general huían, sabedores del peligro que corrían. Para poder ayudar a los apestados y evitar contagiarse, los médicos con el tiempo se protegerían con una vestimenta realmente esperpéntica, que les daba un aspecto algo grotesco. Convencidos de que la enfermedad se transmitía a través del olfato, idearon una máscara que acababa en forma de largo pico de ave –quizá porque al comienzo de la enfermedad se creía que ésta era diseminada por los pájaros y dicha máscara ayudarían a espantarlos–, en cuyo interior introducían distintas hierbas aromáticas que servirían –o eso creían– para neutralizar el aire corrupto y que éste no se introdujera por sus fosas nasales.

El fuerte influjo de las creencias supersticiosas de la época provocó que los doctores llevasen también unos anteojos negros sobre la máscara que creían eran un eficiente amuleto contra el “mal de ojo”, pues no obstante la muerte negra era considerada una plaga maldita. Además, una larga túnica también de color negro cubría su cuerpo, un enorme sombrero protegía su cabeza y portaban una larga vara o bastón de madera y guantes para no entrar en contacto directo con los apestados. Su aspecto grotesco advertía a los transeúntes, de forma indirecta, del peligro de contraer la enfermedad.
Con la intención de evitar la dispersión de la pandemia, los cadáveres eran sacados con carretillas fuera de las ciudades, donde se introducían en grandes fosas para ser quemados después. No obstante, durante el tiempo que permanecían a la espera de ser calcinados –varios días debido a la falta de enterradores–, la putrefacción contribuía a propagar aún más el mal. 

Procesiones, mártires y flagelos

Bastaron apenas dos o tres años para diezmar Europa, lo que generó dos tendencias realmente opuestas de asimilar lo ocurrido entre las gentes: muchos se dieron al libertinaje, a la bebida y al sexo desenfrenado –incluidos un gran número de clérigos–, que adoptaban esta actitud ante la brevedad de la vida y el acecho inevitable de la muerte; otros, por el contrario, se dedicaron a la existencia beatífica, a la contemplación espiritual, el pietismo y la penitencia.
 
Flagelantes en plena acción fustigadora

Creían que la peste bubónica no era sino una especie de plaga bíblica que se abatía sobre los hombres para castigarlos por sus pecados. Este clima de histeria y fanatismo religioso provocó que muchas personas comenzaran a automutilarse como forma de redención y penitencia. Se hicieron muy populares las llamadas procesiones de flagelantes, que recorrían ciudades y pueblos azotándose con varas y látigos cual si del mismísimo Juicio Final se tratase, desgarrando sus carnes e implorando el perdón entre charcos de sangre.

Los penitentes se fustigaban con látigos de cuero anudados con pinchos de hierro. Algunos sufrían graves heridas entre los omoplatos, y algunas mujeres, extasiadas, recogían la sangre con sus propios vestidos y se la pasaban por los ojos, al creer que era milagrosa. Creían que con esa durísima penitencia se conseguiría mitigar la ira de Dios y aplacar de esta forma la peste. En procesiones que reunían hasta 1.000 fieles, los flagelantes se imponían caminar durante 33 años y medio como los años que vivió Jesucristo. Sin bañarse, abandonando sus bienes y sin practicar sexo, marchaban de ciudad en ciudad realizando actos que hoy catalogaríamos de masoquistas, ante la muchedumbre enfervorecida.

Las gentes imploraban al cielo, sacaban las reliquias de las iglesias, se realizaban rituales eclesiásticos, se celebraban múltiples misas… Sin embargo, estos multitudinarios actos facilitaron en muchas ocasiones la expansión de la enfermedad.

Por su parte, los astrólogos y algunos médicos creían que la causa de la peste, de los “efluvios malignos del aire”, se encontraba en la influencia de los astros ¡siempre los astros! concretamente en la nefasta conjunción de los planetas Júpiter, Marte y Saturno y también al efecto negativo de eclipses y cometas –al menos esa fue la respuesta que dieron los físicos de la Sorbona al rey francés Felipe VI cuando planteó qué había provocado la corrupción del aire–. En medio de este catastrofismo cogieron fuerza las interpretaciones más descabelladas, como que el mal se producía “por malvados hijos del diablo que con ponzoñas y venenos diversos corrompen los alimentos”, según reza un escrito contemporáneo.

En 1348 la peste negra recorrió a toda velocidad –algo que no se explican algunos investigadores y estudiosos de la Medicina–, sembrando la muerte y la destrucción, un largo camino que iba de Sicilia a Inglaterra, hasta alcanzar su clímax. Fue entonces cuando en Italia las autoridades de la ciudad de Pistoia, convencidas de que Dios estaba castigando al mundo, creían que la ciudad debía purgar sus pecados. Se publicaron ordenanzas que prohibían el juego, la blasfemia y la prostitución. Normas que se empezaron a aplicar en diferentes ciudades y países.

En Alemania las brutales torturas de los flagelantes impactaron sobremanera a las gentes. Era creencia común que la sangre de los mártires era sagrada, por lo que poco a poco este movimiento heterodoxo fue sustituyendo en amplios lugares a la religión oficial, cuyas plegarias no evitaban la muerte de nadie. Miles de fieles seguían en masa a estos personajes, muchos de los cuales se creían dotados de gracia divina a través del sacrificio de su sangre y afirmaban ser capaces de realizar milagros en nombre de Cristo. Aseguraban que los niños fallecidos podían revivir en su seno y el pueblo creía que algunos animales hablaban gracias a su intercesión. Estas asombrosas “facultades”, fruto sin duda del fanatismo y la superstición, no evitaron sin embargo que los cadáveres siguieran amontonándose en las calles.

Los cristianos comunes creían que las procesiones de los flagelantes eran una especie de purificación espiritual que también los elevaba a ellos. El pueblo asociaba su llegada a la desaparición de la terrible enfermedad, por lo que el papa Clemente VI comenzaba a inquietarse. El fanatismo era cada vez más extremo y, para que el Todopoderoso perdonara al hombre, al pecador, en varios lugares se expulsó de las ciudades a las prostitutas y a los judíos –el colectivo más perseguido–, que en ocasiones eran quemados vivos, como si fueran brujas.

Pogromos y persecución religiosa

Para los cristianos medievales los hebreos eran quienes más ofendían a Dios, pues los consideraban los responsables de la crucifixión de Jesús –lo que había despertado la ira divina provocando la epidemia–, así que el odio popular, alimentada por los sermones de curas exaltados y de los flagelantes, se volcó contra ellos. Marcados desde sus orígenes con el estigma de pueblo maldito, el hecho de mantener sus costumbres, su lengua y religión, apartados del resto, les convertía en foco habitual de la ira de los cristianos. Además, practicaban el préstamo de dinero y recaudaban impuestos para la nobleza, lo que para una población que no admitía por principio religioso la usura, constituía toda una verdadera afrenta. Con la llegada de la muerte negra, el odio que se sentía hacia este colectivo desde hacía siglos se volcó contra ellos.

Miles de miembros de este colectivo fueron apaleados y masacrados, en brutalespogromos –persecuciones– por todo el continente. Se les acusaba de algo realmente pintoresco: los hebreos, en medio de un complot pergeñado al parecer por los judíos de Toledo, habían envenenado el agua de los pozos y fuentes de toda la Cristiandad y corrompido el aire, lo que había provocado la peste. Se les sometió a terribles torturas para que confesaran que todos los hebreos eran culpables de conspiración.

Esto provocó grandes matanzas en Carcasona y en Narbona, entre otros lugares. En los guetos millares de personas fueron descuartizadas, degolladas y quemadas vivas por los cristianos. En enero de 1348, 600 judíos fueron quemados vivos en Basilea, matanzas que se repitieron en Zurich y Chillon y que se avivaron en la Corona de Aragón, donde muchos miles fueron pasados a cuchillo. En mayo la aljama judía de Barcelona fue devastada por completo, extendiéndose el odio antisemita a ciudades como Cervera, Tárrega o Lérida.
 
A pesar de que el papa Clemente VI, desde Aviñón –entonces sede pontificia–, hizo un llamamiento a la población y mediante una bula prohibió las matanzas, los saqueos y la conversión forzosa de los judíos sin juicio previo, afirmando que éstos enfermaban igual que el resto de la población, lo que hacía improbable que fueran los responsables, las persecuciones continuaron, si cabe con más inquina.

El día de San Valentín de 1349, los ciudadanos de Estrasburgo reunieron a 2.000 judíos que acabaron ardiendo en la hoguera. El caos se apoderó de toda Europa, los saqueos fueron cada vez más frecuentes y la violencia se convirtió en una amenaza aún más terrible que la peste.
El principio del fin
 
Flagelantes

Aquellos judíos que no habían sido asesinados o muertos por la peste, tuvieron que abandonar su hogar y exiliarse. A finales del siglo XIV, en amplios territorios de Francia, Inglaterra y Alemania ya no había ninguno. Sin embargo, éstos fueron acogidos en Cracovia (Polonia), por el rey Casimiro el Grande. Nadie creía entonces que en pleno siglo XX la comunidad hebrea volvería a ser masacrada, esta vez por la ira de los nazis.

La terrible plaga había dejado su huella de muerte y destrucción a lo largo de miles de kilómetros, atormentando el alma de millones de personas y diezmando casi a la mitad la población europea. Con el tiempo los hombres volverían a tomar el control de la situación, pero ya nunca volverían a ser los mismos. Ahora conocían las llamas del infierno.

El poeta italiano Petrarca cantó como nadie el sufrimiento y la pena, la pérdida de los seres queridos que causó la peste bubónica: “Considera lo que hemos sido y lo que ahora somos… /¡Dónde estáis amigos queridos!/ ¡dónde los rostros amados!/ Éramos una multitud, ahora estamos casi solos…”.

Óscar Herradón. Artículo publicado en la revista ENIGMAS

El menor tamaño del cerebelo de los neandertales, respecto del Homo sapiens, pudo contribuir a su extinción

Comparación de la morfología de los cerebros de los neandertales (NT), los humanos modernos (MH) y los primeros H. sapiens (EH). Crédito: T. Kochiyama et al. Scientific Reports

La desaparición de los neandertales hace unos 40.000 años sigue siendo uno de los grandes misterios de la paleontología. Ahora, un estudio internacional concluye que las diferencias anatómicas entre el cerebro de estos hombres y de los primeros Homo sapiens podrían haber contribuido a su extinción.

Los neandertales vivieron en Europa desde hace al menos 200.000 años. Estos homínidos, con avanzadas capacidades organizativas, simbólicas e intelectuales, formaban sociedades complejas, rendían culto a los muertos, cuidaban de sus enfermos, fabricaban medicamentos naturales y hasta creaban arte abstracto. Físicamente muy robustos, fueron capaces de sobrevivir a épocas tan duras como la edad de hielo pero su extinción coincidió con la llegada de una nueva especie procedente de África, el Homo sapiens.

Un estudio publicado en Scientific Reports, liderado por científicos japoneses y en el que ha participado el investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN), Markus Bastir (izquierda) y la boliviana Marcia Ponce de León (derecha), del Instituto Antropológico de la Universidad de Zúrich (Suiza), propone que la forma del cerebro de los neandertales pudo influir en su desaparición como especie.

Comparación de cráneos

"Nos preguntamos qué pistas podría darnos la forma y tamaño del cerebro para aclarar esta cuestión y decidimos comparar la estructura cerebral de ambas especies", comenta Bastir.
A partir de fósiles de neandertales y de Homo sapiens del Pleistoceno, los autores del estudio recrearon virtualmente los cráneos de ambas especies.
Paralelamente, usaron los datos de 1.185 resonancias magnéticas de voluntarios para modelar "un cerebro promedio del humano actual", explica Ponce de León en declaraciones a Efe. Con todos estos elementos, los investigadores emplearon la técnica morphing, que, en este caso, permitió reconstruir en tres dimensiones la forma probable del cerebro de un fósil a partir de datos de humanos actuales, "una técnica compleja y laboriosa pero bastante fiable", afirma la científica boliviana.
Así, el cerebro virtual actual obtenido con las resonancias fue adaptado a las cavidades craneanas de los Homo neanderthalensis y los Homo sapiens primitivos,
"lo que permitió visualizar su morfología y analizar las diferencias entre ambas especies".
“Estas reconstrucciones, basadas en una muestra de comparación de cerebros muy grande, nos ha permitido hacer un análisis más detallado que no se limita a la capacidad craneal de cada especie”, explica el investigador Markus Bastir. “Hemos comprobado que los neandertales no tenían mayor capacidad craneal que los primeros Homo sapiens, pero que el cerebelo del Homo sapiens era mayor y la región occipital algo menor”, añade.

Cerebro reconstruido de Neanderthal. (a) Promedio de la población. (b) sujeto humano moderno representativo. (c) Los cerebros reconstruidos con las etiquetas neuroanatómicas.

El cerebelo tiene gran cantidad de haces nerviosos que lo conectan con otras estructuras del encéfalo. Es la parte del cerebro que se encarga de enviar las órdenes que la corteza cerebral manda al aparato locomotor. Está además relacionado con procesos cognitivos. Por su parte, el lóbulo occipital se encarga de procesar las imágenes que recibimos.

Tras conocer cómo eran las reconstrucciones de los cerebros de ambas especies, el equipo estudió sus posibles implicaciones funcionales: la relación del cerebelo con la atención, la flexibilidad cognitiva, el funcionamiento de la memoria y cómo procesamos el lenguaje.

El equipo pudo comprobar que estas funciones están directamente relacionadas con el tamaño del cerebelo. “Dado que los hemisferios del cerebelo están estructurados como una matriz de neuronas, cabe suponer que tener un cerebelo mayor nos proporciona más capacidad para procesar la información que recibimos”, aclara Bastir, que trabaja en el Grupo de Paleoantropología del MNCN.

“Llevamos tiempo usando métodos 3D computacionales para estudiar la evolución, el crecimiento y la forma del cerebro de los neandertales y otros homininos. Nos preguntamos hasta qué punto la diferencia anatómica en la forma y el tamaño de los cerebelos de ambas especies pudo marcar diferencias significativas en la capacidad cognitiva y el desarrollo de habilidades sociales, y si esto podría haber contribuido a que el Homo sapiens sustituyera al Homo neanderthalensis”, continúa.

Una pareja de mujer neandertal y hombre Homo sapiens. / José Antonio Peñas (SINC)

El misterio de la desaparición de los neandertales

Los neandertales tenían una gran capacidad craneal, formaban sociedades complejas, rendían culto a sus muertos y cuidaban de los enfermos. Fueron capaces de crear arte abstracto y sobrevivir a etapas tan duras como la edad del hielo. Sin embargo, desaparecieron del planeta.

Se sabe que esta especie vivió en Europa hace, como mínimo, 200.000 años y que despareció hace entre 40.000 y 30.000, poco después de la llegada de Homo sapiens al continente. El motivo de su desaparición sigue siendo una incógnita que paleoantropólogos de todo el mundo continúan investigando.

“Nos preguntamos qué pistas podría darnos la forma y tamaño del cerebro para aclarar esta cuestión y decidimos comparar la estructura cerebral de ambas especies”, concluye Bastir.

Fuentes: rtve.es | SINC | 26 de abril de 2018

Arqueólogos suecos revelan una BRUTAL masacre del siglo V en Sandby borg

Los restos de una de las víctimas encontradas en la isla de Öland (Kalmar County Museum)

El ataque sorpresa fue brutal y duró pocos minutos. La aldea estaba dormida. Desde el interior de la muralla alguien —un traidor, tal vez, con deseos de venganza— abrió la puerta para permitir el ingreso del centenar de atacantes. La acción fue tan rápida que algunos habitantes fueron sorprendidos mientras comían. En una de las casas aún quedaban los restos de una sardina que alguien nunca tuvo el tiempo de terminar.

La brutal masacre ocurrió hace mil quinientos años en el fuerte circular de Sandby borg, en la isla sueca de Öland, en el Mar Báltico. Hoy, quince siglos después y gracias al hallazgo en el lugar de unos esqueletos, es posible reconstruirlo casi en el mínimo detalle.

Vista aérea de Sandby borg. En la isla de Öland hay al menos 15 ciudades fortificadas similares a ésta (Daniel Lindskog).

Una reconstrucción de Sandy Borg (Kalmar County Museum)

Todo comenzó en 2010, cuando un grupo de arqueólogos encontraron los huesos de dos pies fuera del portón de acceso a la fortaleza. A los científicos les pareció insólito que un hombre hubiese sido sepultado afuera de la muralla del pueblo, que contaba entonces con unos 200 habitantes.

Pero cuando escavaron el resto del esqueleto, los arqueólogos descubrieron que el individuo había sido asesinado. A su lado, encontraron los restos de otro, con claros signos de violencia. Era sólo el comienzo del hallazgo: alrededor —en las que habían sido las calles y las casas de los habitantes de esa aldea— había muchos más. Todos mostraban los signos de heridas mortales de espadas, hachas y mazos.

"Es un momento que quedó congelado", explicó Helena Victor (izquierda), la arqueóloga jefa de las excavaciones, al diario New York Times. "Los cuerpos fueron dejados donde habían sido asesinados. Nadie los sepultó o los movió".

Tras el ataque, el fuerte fue abandonado y no volvió a ser habitado en los siglos posteriores.

"Fue una masacre", agregó la arqueóloga Clara Alfsdotter. "Básicamente fueron de puerta en puerta matándolos a todos, desde los niños hasta los ancianos".

Según la investigadora, varias personas compararon la masacre al "Casamiento rojo" del episodio "Las lluvias de Castamere" de "Games of Thrones". Entre los restos encontrados, había un adolescente decapitado y los huesos de un bebé de dos meses, contó Alfsdotter.

La arqueóloga Clara Alfsdotter inspecciona los restos de uno de los esqueletos (Daniel Lindskog)

Los científicos identificaron a 26 víctimas del suceso. Pero creen que hay muchos más: cientos, probablemente. Hasta ahora, excavaron menos del 10 por ciento del sitio. Aún quedan para explorar la mayoría de las 53 casas del fuerte.

Los resultados de la excavación fueron publicados el miércoles en la revista Antiquity.

La mayoría de los esqueletos mostró que los habitantes habían sido atacados por la espalda o por un lado. Las victimas, además, no tenían heridas en las manos, lo cual indicaría que, más que una batalla, se trató de una ejecución.

El hallazgo, además, proporcionó nuevos datos sobre la vida de esas poblaciones.

Un hombre, que los investigadores creen que fue el líder de la comunidad o un líder religioso, fue encontrado con la boca llena de dientes de oveja.

"Creemos que quisieron humillarlo hasta más allá de la muerte", dijo Victor. Según la investigadora, los atacantes quisieron asegurarse que nadie pudiera insertar monedas en la boca del difundo y permitirle así pagar el viaje al otro mundo.

Sin embargo, aún quedan tres misterios para resolver.

El primero: qué pasó con las mujeres, ya que los restos encontrados hasta ahora son todos de hombres. Los científicos piensan que podrían encontrar sus restos más adelante o que fueron raptadas por los agresores.

El segundo y el tercero: quiénes eran los atacantes y por qué lo hicieron.


Algunos de los objetos encontrados en el sitio (Daniel Lindskog).

Por las defensas costeras del pueblo, que lo hacían difícilmente atacable desde el mar, los arqueólogos tienden a excluir que los atacantes fueran piratas o un grupo rival llegado desde el océano.

Los más probable, creen, es que la masacre ocurrió por mano de habitantes de otro pueblo rival de la isla.

En cuanto a los motivos, los autores del estudio descartan que el ataque haya sido por dinero —en el lugar se encontraron joyas valiosas y monedas romanaso por poder.


Una moneda romana encontrada en el lugar (Max Jahrehorn Oxides).

Según los investigadores, la presencia de oro romano en el sitio indicaría que la masacre ocurrió después de la caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476 después de Cristo. En ese contexto, Escandinavia no quedó exenta de las turbulencias causadas por ese evento.

"Creo que la razón fue mostrarle a otras personas qué pasaría si se metían con ese grupo", dijo Ludvig Papmehl-Dufay (izquierda), otro de los arqueólogos autores de la investigación. "Fue más como un ataque terrorista, el uso de una masacre como arma política".

La última hipótesis es la de una venganza. Los habitantes de Sandby borg construyeron el pueblo sobre un antiguo cementerio. Es posible que los atacantes estuvieran enojados por su destrucción y, en represalia, destruyeron la fortaleza.

Fuente: infobaae.com | National Geographic | 26 de abril de 2018

Los pobladores neolíticos de Cataluña ya usaban hongos para hacer fuego

Ejemplar de 'Ganoderma adspersum' con señales de carbonización. / Equipo Draga.

Una investigación en la que ha participado la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) ha desvelado que las comunidades neolíticas del poblado de La Draga (Banyoles, Girona) usaban hongos como yesca para encender o transportar el fuego hace 7.300 años. El descubrimiento es fruto de las diversas intervenciones arqueológicas, que han permitido también poner al descubierto una singular colección de estos organismos, única en la prehistoria europea. El estudio se ha publicado en la revista PLOS ONE.
Según explica Raquel Piqué (izquierda), investigadora de Prehistoria de la UAB y una de las autoras, "aunque el uso del fuego está bien documentado en La Draga, hasta ahora no habíamos encontrado ningún indicio sobre los materiales que utilizaban para encenderlo o transportarlo. Los datos apuntan a que la mayoría de los hongos recuperados en el yacimiento fueron seleccionados, trasladados de los bosques de los alrededores del poblado, secados y almacenados para ser utilizados como yesca".
Además, añade, "dos de los ejemplares que hemos analizado presentan muestras evidentes de haber sido manipulados con esta finalidad, lo que avala nuestra hipótesis".
Las condiciones excepcionales de este yacimiento para la conservación de restos arqueológicos, que permanecen sumergidos en el nivel freático, han permitido a los investigadores recuperar hasta 86 restos de hongos –algunos completos– y realizar el estudio taxonómico, identificando la presencia de seis especies: Skeletocutis nivea, Coriolopsis gallica, Daedalea quercina, Daldinia concentrica, Ganoderma adspersum y Lenzites warnieri.

“Es un hecho excepcional que se hayan podido recuperar estos hongos, dado que su conservación como material arqueológico es muy difícil, al ser muy sensibles a la descomposición”, destaca Antoni Palomo (derecha), investigador del Museo de Arqueología de Cataluña y de la UAB y coautor del trabajo.

La mayoría de los ejemplares recuperados son políporos, pudiendo crecer sobre los troncos de árboles muertos o parasitar árboles vivos. Son especies no comestibles, que, sin embargo, han sido tradicionalmente utilizadas para encender fuego, por lo que se las conoce también como hongos yesqueros.

Altamente inflamables

Su estructura leñosa les hace altamente inflamables y, por tanto, ideales para iniciar y transportar el fuego. Entre las especies utilizadas para este fin, se encuentran Daedalea quercina, diversas especies de Ganoderma, Coriolopsis gallica y Daldinia concentrica, todas ellas documentadas en La Draga. El hongo yesquero se utilizaba para prender las chispas que se desprendían de golpear una roca silícea contra un mineral rico en sulfuro férrico, como la pirita o la marcasita.

Hongo 'Ganoderma adspersum' con evidencias de manipulación

El hallazgo hace de La Draga un caso excepcional para el estudio del uso de hongos en la prehistoria, aseguran los científicos. Es uno de los yacimientos donde mayor cantidad y diversidad de especies se han recuperado hasta ahora.

Hasta el momento, los escasos hallazgos arqueológicos de hongos se restringían a yacimientos del norte y centro de Europa, aunque sólo en contadas ocasiones se había podido demostrar su uso tecnológico. Destacan los del yacimiento mesolítico de Starr Carr (Reino Unido), también interpretados como resultado de su transporte intencionado para ser usados como hongos yesqueros. Otro ejemplo notable, pero de cronología más reciente son los restos que transportaba Ötzi entre su equipo, la momia humana natural más antigua de Europa, hallada en los Alpes.

Vista general de la excavación del sector B de La Draga, donde han aparecido los hongos yesqueros. / Equipo Draga.

La importancia del yacimiento gerundense de La Draga

Los restos de hongos estudiados ahora forman parte del conjunto de hallazgos recuperados en el poblado neolítico de La Draga, situado en la orilla oriental del lago de Banyoles, en Girona. La importancia de este yacimiento prehistórico radica en que fue uno de los primeros lugares donde las sociedades campesinas neolíticas se establecieron en el noreste de la península Ibérica transformando el espacio que les rodeaba para desarrollar prácticas agrícolas y ganaderas para su subsistencia.
El rasgo más singular del yacimiento es la conservación de elementos elaborados en madera y otras materias orgánicas, hecho excepcional para cronologías tan antiguas que posibilita un acercamiento diferente y más completo a la comprensión de las primeras sociedades campesinas del Mediterráneo occidental.

La Draga se descubrió en 1990 y desde entonces se han sucedido las campañas de excavación bajo la coordinación del Museo Arqueológico de Banyoles y la participación de la Universidad Autónoma de Barcelona, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (IMF, Barcelona) y el Museo de Arqueología de Cataluña.

Las excavaciones de La Draga han sido financiadas por un proyecto del Departamento de Cultura de la Generalitat de Cataluña, mientras que la investigación ha recibido apoyo del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad mediante un proyecto coordinado entre el CSIC y la UAB, así como de Recercaixa.

Fuente: SINC| 25 de abril de 2018

¿Qué podemos saber de las capacidades cognitivas de Homo erectus?

Reproducción del cráneo de Mojokerto. Fuente: Smithsonian.

En alguna ocasión me han preguntado sobre la posibilidad de que los neandertales o quizá algún otro ancestro de la genealogía humana tuvieran suficientes capacidades (habilidades) cognitivas como para lograr cotas de conocimiento similares a las nuestras. En otras palabras, caso de haber vivido en el siglo XXI, ¿podría un neandertal estudiar en la universidad y llegar a ser médico, ingeniero…, por ejemplo? Sobre este tema he charlado en alguna ocasión con algún colega en plan distendido y no siempre hemos llegado a un acuerdo. Estamos en el resbaladizo terreno de la especulación. Los habitantes del Pleistoceno tendrían que viajar al futuro y nacer en el siglo XXI para comprobar nuestras ideas. Todo muy sugerente, aunque esa posibilidad cae en el ámbito de la ciencia ficción. Sin embargo, ¿podemos intentar conocer las posibilidades cognitivas de algún ancestro lejano? ¿es posible aproximarnos a este debate desde un punto de vista estrictamente científico? Vamos a verlo.
El llamado niño de Mojokerto consiste en una calvaria (zona del cráneo que protege el cerebro), recuperada en 1936 en la isla de Java (Indonesia) por el equipo que dirigía el paleontólogo y geólogo alemán Gustav Heinrich Ralph von Koenigswald. Este investigador utilizó inicialmente la denominación Pithecanthropus modjokertensis para este cráneo. Pero ya sabemos que desde 1950 todos los fósiles de Pleistoceno de Java terminaron por ser incluídos en la especie Homo erectus.

Por otro lado, La cronología de este fósil siempre ha sido muy controvertida. Durante muchos años se consideró que podría tener un millón de años de antigüedad, que era la máxima edad geológica admitida para los humanos fuera de África. Los expertos Carl Swisher y Garniss Curtis lanzaron hace algunos años las campanas al vuelo con su nueva datación del cráneo de Mojokerto. Sus resultados apuntaban a una fecha de 1,81 millones de años, que rompía con toda lógica. Su trabajo fue publicado por la revista Science en el inicio de la década de 1990 y causó una pequeña revolución en aquellos años. Cuando se dataron los restos fósiles del yacimiento de Dmanisi, en la República de Georgia (1,8 millones de años) todo el mundo quedó convencido de que los primeros homininos en salir de África lo hicieron hace unos dos millones de años. La fecha de Swisher y Curtis sonó entonces más convincente. No obstante, nuevos estudios más recientes han fijado la cronología del fósil de Mojokerto en un máximo de 1,5 millones de años.

El debate sobre este fósil no solo se limitó a la cronología, sino que se centró también en la edad de muerte del niño/a al que perteneció. Los expertos tampoco se pusieron de acuerdo. Tal era la controversia, que se han llegado a sugerir edades de muerte para este niño/a tan dispares como seis meses y nada menos seis años. Con unas discrepancias tan enormes es imposible obtener conclusiones sobre aspectos tan interesantes como el desarrollo cerebral en Homo erectus. Pero la ciencia avanza. Las investigaciones con técnicas más sofisticadas, como la tomografía computarizada, han permitido visualizar las posibles fontanelas del cráneo y la sutura metópica, que en los niños más pequeños separa el hueso frontal en dos mitades simétricas hasta los 15 meses, aproximadamente. En algunos casos, la sutura no se cierra (metopismo). En el caso del cráneo de Mojokerto, la sutura metópica ya estaba cerrada, pero la fontanela anterior todavía no se había cerrado. Así que todo apunta hacia una edad temprana para este niño/a de Homo erectus. Quizá falleció cuando tenía algo más de un año de vida.

Los científicos Zachary Cofran, de la universidad de Astana (Kazajistán) y Jeremy DeSilva (Universidad de Boston), han colaborado en un estudio sobre la posible tasa de velocidad de crecimiento del cerebro del cráneo de Mojokerto, comparando con datos de humanos modernos, gorilas y chimpancés. El estudio considera todas las posibles edades de muerte asignadas a este niño/a, pero se centra sobre todo en la edad más probable de entre 1,5 y 2,5 años de edad. Si esta edad de muerte es la correcta, el niño/a de Mojokerto habría tenido una tasa de crecimiento cerebral intermedia entre la de los chimpancés y la de los humanos actuales. En cambio, si el niño/a falleció entre 0,5 y 1,5 años, como han sugerido otros autores, la tasa de crecimiento cerebral se encontraba ya en el rango de los humanos actuales.

Los datos de Cofran y DeSilva no son totalmente concluyentes debido a la imposibilidad de certificar la edad de muerte del niño/a de Mojokerto y nos deja todavía algunos interrogantes. Aquellos investigadores que defienden una similitud entre Homo erectus y Homo sapiens en muchos aspectos de su crecimiento y desarrollo se apuntarían a la posibilidad de un crecimiento cerebral similar, incluyendo la altricialidad secundaría; es decir, los bebés de Homo erectus habrían nacido tan desvalidos como nuestros hijos. Ello implicaría un cuidado de los hijos tan intenso como en la actualidad, con un gasto energético enorme por parte de los padres. Por el contrario, si el niño/a de Mojokerto tenía un desarrollo cerebral intermedio entre el de los humanos actuales y los chimpancés, implicaría que Homo erectus estaba a mitad de camino de conseguir un modelo cerebral como el nuestro. Como bien sabemos, la especie Homo erectus se quedó en la “cuneta de la evolución”, como otras especies de homininos.

Si se me pregunta mi opinión personal, pienso que Homo erectus nunca llegó al modelo de crecimiento y desarrollo del cerebro que tenemos en la actualidad. Sus bebés habrían nacido más espabilados que los nuestros y habrían alcanzado una cierta madurez mucho antes que nuestros hijos. Su capacidad para el aprendizaje habría concluido antes y, por tanto, sus posibilidades cognitivas habría sido menores. No creo que, de haber continuado su evolución, la especie Homo erectus hubiera llegado a las cotas de conocimiento cultural de Homo sapiens. Y lo digo sin ánimo de aseverar que nuestra especie haya alcanzado la culminación de las posibilidades del grupo de los homininos. Pienso que somos mucho menos “sapiens” de lo que nos hemos llegado a creer.

Fuente: quo.es | 19 de abril de 2018

La población mesolítica británica resistió cambios climáticos abruptos

Reconstrucción artística de Dominic Andrews del poblado de Star Carr, donde excavaciones recientes han descubierto evidencia de un próspero asentamiento mesolítico.

Las poblaciones mesolíticas de la isla de Gran Bretaña sobrevivieron a múltiples y abruptos cambios climáticos al comienzo del Holoceno, hace unos 11.000 años, según revela un estudio publicado hoy por la revista Nature.

La investigación, liderada por las Universidades de Londres y York, arroja luz sobre la capacidad de adaptación de estas comunidades de cazadores-recolectores a la vida en Europa después del último periodo glacial, así como su resistencia a eventos climatológicos extremos.

Foto: núcleos de sedimentos en capas conservan restos de plantas, insectos y vida silvestre acuática, lo que proporciona pistas del entorno climático en el Mesolítico.
Los expertos analizaron capas de sedimentos depositados en el lago Flixton próximo a Starr Carr, un yacimiento arqueológico del mesolítico situado en el norte del condado de Yorkshire (norte de Inglaterra) y muy apreciado por su alto grado de conservación.

De esos estratos extrajeron muestras de plantas y animales fosilizados y restos de ceniza de volcanes lejanos, al tiempo que estudiaron isótopos estables de carbono para establecer líneas de tiempo.

Después compararon esos datos con los obtenidos directamente de Starr Carr y lograron establecer, por primera vez, un registro de los diferentes medioambientes de aquella época y relacionarlos con las actividades de este asentamiento mesolítico.

En sus orígenes, los habitantes de Starr Carr, explican los autores, ya eran capaces de trabajar la madera y otros materiales duros, como las antenas de los ciervos, que creen que usaban para fabricar máscaras y ornamentos para decorar la cabeza en ceremonias rituales.

También se han descubierto estructuras elevadas de madera que podrían haber sido casas y plataformas construidas a lo largo de los humedales que rodean al "Paleolago Flixton".

Los expertos constataron que en ese periodo, durante apenas un siglo, hubo, al menos, dos eventos climáticos que provocaron que la temperatura descendiera bruscamente en torno a 10 y 4 grados centígrados, respectivamente.

Ese enfriamiento repentino, sostienen, afectó al crecimiento de los bosques de la zona, pero, a pesar de la inestabilidad climatológica, los habitantes del asentamiento lograron mantener su estilo de vida.

"Los pobladores de Starr Carr demostraron tener un alto nivel de resistencia al cambio climático, lo que sugiere que las poblaciones posglaciares no fueron necesariamente rehenes del interruptor del cambio climático", señalan los autores en el estudio.

Al contrario, subrayan, "los cambios locales e intrínsecos" detectados en este ecosistema de humedales tuvieron más influencia sobre la actividad humana que "los eventos climáticos abruptos ocurridos a gran escala en el Holoceno Temprano".

Esta conclusión, agregan, es clave para entender los "patrones de colonización de Europa" en aquella época.

Fuente: elpais.com.uy | 27 de marzo de 2018