Así se forjó el primer cuchillo de hierro de la Península

Un arqueólogo trabaja en las excavaciones de Castillejos de Alcorrín (Málaga). INSTITUTO ARQUEOLÓGICO ALEMÁN.


A principios del primer milenio antes de Cristo, la flotilla fenicia de grandes velas rojas navegaba cautelosa hacia la desembocadura del río Guadiaro, en el término de San Roque (Cádiz), lo que entonces era un frondoso y verde abrigo próximo al estrecho de Gibraltar. En este lugar (hoy colmatado y ubicado varios kilómetros tierra adentro), los fenicios entraron en contacto con las poblaciones autóctonas, cuyo asentamiento principal era el actual Los Castillejos de Alcorrín (Manilva, Málaga).

Allí habitaba una comunidad de finales de la Edad del Bronce que se mostraba dispuesta a entablar relaciones con aquellos recién llegados que portaban un valioso secreto: la forja del hierro. Los lazos entre ambos grupos —que se alargaron casi medio siglo— permitieron la creación de la primera metalurgia férrica de la península Ibérica. Entre los objetos que elaboraron con la nueva tecnología se encontraban pequeños cuchillos ceremoniales, antecesores de lo que, varios siglos más tarde, serían las famosas falcatas íberas que provocaban el terror entre las tropas romanas. Los especialistas del Instituto Arqueológico Alemán (IAA) han encontrado ahora en el impresionante yacimiento de Alcorrín, —una ciudad fortificada de 11,3 hectáreas— las escorias que dejó aquella inicial metalurgia.

Cerro sobre el que se levantaba la ciudad de la Edad del Bronce de Castillejos de Alcorrín. INSTITUTO ARQUEOLÓGICO ALEMÁN

Los Castillejos de Alcorrín fue descubierto a finales de los ochenta del siglo pasado por el arqueólogo Fernando Villaseca. En 2004, José Suárez Padilla, profesor de Prehistoria de la Universidad e Málaga, llevó a cabo nuevas excavaciones que permitieron comenzar a desentrañar el pasado de una población que con el paso del tiempo llegó a levantar dos murallas defensivas (una exterior y otra interior rodeada por un foso) de hasta cinco metros de ancho.

Entre 2006 y 2019, el IAA, el Centro de Estudios Fenicios y Púnicos, la Junta de Andalucía y un equipo de geofísicos, topógrafos, arquitectos, restauradores, químicos y dibujantes realizaron dos proyectos de investigación que permiten afirmar que el asentamiento destacaba por sus enormes dimensiones comparado con los otros coetáneos fenicios del Mediterráneo y las costas de Marruecos y Portugal.

Dirce Marzoli (izquierda), directora del IAA y coordinadora de las excavaciones, explica que "Las intervenciones atestiguan el potencial del sitio para estudiar dinámicas sociales, políticas, económicas y tecnológicas de la primera presencia fenicia en el sur peninsular.. La fortificación no tiene paralelo en su entorno”, al tiempo que recuerda que "el asentamiento se ha estudiado mediante una excavación sistemática, lo que no ocurre en la mayoría de los de la época”. Este hecho permite adquirir más datos, más precisos y en menor tiempo.


El prehistoriador José Suárez Padilla (derecha) añade, por ejemplo, que "los dos trozos de escoria de hierro hallados evidencian la extracción y reducción del material férrico arrancado de las montañas próximas y su posterior forja, lo que supuso una auténtica revolución tecnológica para pueblos de finales de la Edad del Bronce". Se ha descubierto, además, una minúscula cuenta azul de dos milímetros que deja claro que las conexiones comerciales alcanzaban hasta Egipto.

Conchas protectoras contra el mal colocadas frente a una de las viviendas del yacimiento de Castillejos de Alcorrín. INSTITUTO ARQUEOLÓGICO ALEMÁN

La llegada de los fenicios modificó también el urbanismo local, cuyo resultado fue la asunción de nuevas tradiciones arquitectónicas siguiendo los modelos traídos de Oriente Próximo: casas de planta rectangular y pavimentadas con conchas a su alrededor. “Las colocaban para protegerse de lo maligno. Su valor apotropaico [de defensa del mal] es muy claro en determinados edificios de gran valor hallados en la zona alta o acrópolis”, dice Suárez.

El IAA se enorgullece, además, de la “exitosa cooperación con la Junta de la Andalucía”, lo que ha permitido “analizar un caso de contacto entre unas poblaciones autóctonas y la primera generación de fenicios occidentales en el estrecho de Gibraltar”. Y eso que solo se ha excavado el 1% de un yacimiento que fusionó dos pueblos y permitió el cambio de era: del Bronce al Hierro. Y un puñal.

Fuente: elpais.com | 6 de marzo de 2019

De trinos y trompetas: a la caza del sonido milenario de los mayas

Francisca Zalaquett toca una flauta maya en el Museo Nacional de Antropología en Ciudad de México. FOTO: PABLO FLORES.


La debilidad de Francisca Zalaquett es una trompeta de cerámica de unos 1.500 años de antigüedad. Está exhibida en una vitrina del Museo Nacional de Antropología en la capital mexicana, pero viene de la isla de Jaina, en Campeche, uno de los Estados del sur de México por los que se expandió la civilización maya hace más de 2.000 años. Cuando hace un tiempo sacaron la trompeta de su vitrina para tocarla, Zalaquett se sorprendió: “Nunca pensé que fuera a sonar así de feo. Se me quedó grabado”. Al soplar vida dentro del instrumento milenario, este emitió un sonido similar al maullido de un jaguar. Aunque también parecía, dice, el llanto de un bebé.

Esta chilena de 42 años dirige a un equipo de arqueólogos, músicos, lingüistas e historiadores que recorre museos y paisajes para rescatar el ecosistema sonoro de la civilización mesoamericana. Graban los instrumentos que forman parte de las colecciones, pero también los paisajes donde todavía viven las comunidades mayas. Después, almacenan los sonidos en Universos Sonoros Mayas, una plataforma impulsada por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) que ya contiene más de 300 grabaciones.

El interés de Zalaquett empezó hace 15 años cuando se lanzó a cazar sonidos en Palenque, la imponente ciudad que alcanzó su esplendor entre los siglos V y IX en la selva del sur de México. Como parte de su tesis doctoral, la joven arqueóloga se propuso investigar cómo el sonido influía en la planificación de plazas y templos. Cada día, durante dos semanas, visitaba el yacimiento, después de que cerrara para los turistas y antes de que empezaran a agitarse los monos aulladores en las copas de los árboles. Con una bocina emitía música tradicional y con un micrófono grababa cómo esta rebotaba en las paredes de las construcciones. Comprobó que la vibración era mayor en ciertas plazas y templos y dedujo que allí era donde los antiguos mayas solían tocar sus instrumentos para las celebraciones.

Trompeta de la isla de Jaina, Campeche, perteneciente al periodo Clásico Tardío (650-850 d.C.) Museo Nacional de Antropología, México.

Lo que empezó como una tesis doctoral centrada en la música ahora se ha ampliado a la grabación de todo tipo de registros, desde instrumentos que imitan el ulular de un búho o el croar de un sapo al murmullo del agua en las lagunas de Campeche. En 2011, descubrió la trompeta de la isla de Jaina. El Museo Nacional de Antropología le dio un permiso especial y se acordonó la Sala Maya donde se exhibe para poderla tocar. “No había escuchado nada parecido”, dice. “El sonido te choca por lo raro que es”.

El objetivo del proyecto es rescatar un aspecto poco estudiado de este pueblo mesoamericano, el que va más allá de las piedras. “La arqueología se ha centrado mucho en la parte visual. La parte sonora, que va más allá de la música, la tenemos olvidada, aunque para los mayas fuera fundamental”, explica Zalaquett, una de las pioneras en México de la arqueoacústica, la rama que investiga los sonidos. “Antes se decía que era demasiado subjetivo, que no se podía estudiar. Pero sí hay formas de hacerlo de manera sistemática”.

Sin pentagramas ni escalas

El trabajo de campo se hace, en la mayoría de casos, en las bodegas de los museos o en las mismas salas de exposición. Allí, entre estela y estela, el equipo planta una cabina de grabación insonorizada de dos metros de alto y 70 centímetros de ancho, desmontable y con rueditas (izquierda). El músico entra a la cabina, que está forrada de espuma, con la misión de extraer del instrumento la mayor variedad de tonos posible. El intérprete ajusta el micrófono a su altura, se pone unos guantes de látex para evitar dañar estos objetos tan delicados y, a una señal del ingeniero acústico Pablo Flores, empieza a tocar.

Fuera de la cabina, Flores, que además es compositor, va dando instrucciones al de dentro: más suave, tapa un orificio, ahora los dos. La grabación se puede prolongar 30 minutos, en el caso de los cascabeles o los silbatos sencillos, o hasta dos horas, como sucede con las ocarinas trilobulares, un instrumento de viento de forma zoomorfa que tiene cavidades complejas y varios orificios. “Tiene sus bemoles”, señala Flores, de 55 años. “A veces grabamos en medio de la humedad de la selva y el músico sale hecho una sopa, sudado y deshidratado”.

Estrecheces aparte, una de las mayores dificultades que entraña la grabación viene de la inexistencia de pautas sobre cómo tocar. Para músicos formados en la música occidental, romper con las escalas a las que están acostumbrados no es fácil. Durante sus años de estudio, Flores asegura haber recibido “poca o nula” formación en estos instrumentos. “No hay técnica que conozcamos para poder interpretar. Nos dejamos llevar por la intuición, tratando de alejarnos de las formas occidentales”, explica. “Los sonidos se asemejan más a los patrones orientales por la relación tonal. Tienden más a la microtonalidad que a la dodecafonía”.

Para suplir las lagunas, han acudido a músicos mayas, si bien las tradiciones se han ido perdiendo con el paso del tiempo. “La conquista española arrasó con la musicalidad de estas tierras”, apunta Flores. Frente a la ausencia de pautas, los mejores consejos suelen venir de los alfareros, conocedores de las tripas de los objetos. Además, el equipo de Zalaquett a veces practica una radiografía a los instrumentos para así entender mejor los recovecos que moldean el sonido.

El almacén también cumple una función de trinchera frente a la pérdida sonora. Una de las últimas incorporaciones es la colección particular de José Díaz, un exsacerdote español de 77 años que en los años 60 y 70 trabajó como misionero en las tierras altas de Guatemala. En vísperas de la etapa más sangrienta de la guerra civil que azotó esa zona del país centroamericano, Díaz transcribió cantos tradicionales de los quichés y losm ixiles, dos de la veintena de subgrupos mayas que subsisten en la actualidad. Algunas de estas comunidades fueron exterminadas durante la dictadura del general Efraín Ríos Montt, a principios de los 80.

La violencia tuvo un impacto importante en las tradiciones de estos pueblos. “La pérdida ha sido más marcada en la música cantada, que está a la merced de la memoria y no va sustentada por un instrumento”, señala Díaz. Con una pequeña grabadora Phillips, el exsacerdote registraba dúos de tamborileros y chirimiteros en una sala de la parroquia, y también escenas de fiesta. “Al ponerme a grabar en medio de una celebración, a veces la voz de una señora mayor se levantaba por encima del ruido y su canto hacía callar a todos los demás”, recuerda.

Además de las 124 grabaciones recopiladas por José Díaz, la plataforma acaba de añadir un juego interactivo, en el que se puede componer música con lo registros almacenados y descargarla después para escuchar desde casa. Lo siguiente es dar el paso al mundo de las aves que viven en territorio maya. Para ello, Zalaquett quiere incorporar a ornitólogos al ya diverso equipo. “Lo maravilloso es cuando vas a la milpa y la gente te pregunta: ¿estás oyendo tal ave? Y te explican: esa ave viene en esta época del año porque la lluvia está al caer. Uno se siente muy ignorante”. Pronto, el trino que anuncia la temporada de lluvias encontrará un nuevo hábitat junto a la trompeta que suena como a un llanto de bebé.


Fuente: elpais.com | 18 de marzo de 2019

La humanidad no necesitó de dioses moralizantes para crear sociedades complejas

La primera religión que incorporó principios morales fue la del antiguo Egipto. Según la mitología, cuando una persona moría, el dios Anubis ponía el corazón del difunto en una balanza para compararlo con la pluma de Maat, la diosa que encarnaba el orden, la verdad y la justicia. Si el corazón pesaba lo mismo que la pluma, el fallecido podía continuar su viaje hacia el más allá (British Museum)

A finales del neolítico, la humanidad comenzó a organizarse en sociedades cada vez más y más complejas. Lo que habían sido pequeños pueblos aislados se convirtieron con los siglos en grandes civilizaciones, como los reinos faraónicos del antiguo Egipto, el Imperio Romano o las grandes dinastías de China. Hasta ahora, se pensaba que una pieza fundamental en este cambio podría haber sido la aparición de las religiones morales, que con sus principios habrían fomentado la convivencia. Sin embargo, una investigación internacional liderada desde la Universidad de Oxford prueba que no fue así.

Los resultados, publicados hoy en la revista Nature , indican que más bien ocurrió al revés: la adoración a dioses moralizantes comenzó justo después de que las sociedades ganaran complejidad. Después de su aparición, este tipo de religiones tampoco propiciaron un aumento aún mayor de la complejidad, aunque sí pudieron ayudar a mantener la estabilidad de los grandes imperios.

Muchas religiones antiguas imponían sacrificios a los dioses o tabúes, pero no intervenían en las relaciones entre personas. Sin embargo, a partir del III milenio a.C., algunas empezaron a incorporar principios morales en forma de grandes dioses que dictaban códigos de conducta, como en el caso del judaísmo, el cristianismo o el islam. Otras lo hicieron a través de elementos sobrenaturales que castigaban a quienes incumplían los valores considerados éticos, como el concepto de karma en el budismo.

La religión, en sus distintas manifestaciones, es un fenómeno universal LUCA BAGGIO

Ya que estos principios impulsan a las personas a adoptar conductas que benefician a la sociedad, como la cooperación o el altruismo, tradicionalmente se ha propuesto que las religiones morales fueron esenciales para que los seres humanos se empezasen a agrupar en grandes sociedades, donde debían aprender a convivir con individuos desconocidos.

Para comprobarlo, los investigadores liderados desde la Universidad de Oxford han realizado un análisis sistemático que ha abarcado datos de 30 regiones del mundo, desde el Neolítico hasta la época industrial. A partir de una de las bases de datos históricos más extensas y rigurosas –el proyecto Seshat–, han cuantificado el grado de complejidad social y de imposición moral de las religiones en más de 400 poblaciones.

Los dioses moralizantes aparecieron en algún momento del periodo analizado en 20 de las 30 regiones. El primero surgió en Egipto en alrededor del año 2.800 antes de Cristo: fue la diosa Maat, que personifica el concepto de orden, verdad y justicia. Según la mitología egipcia, cuando una persona moría, el dios Anubis ponía su corazón en una balanza junto con la pluma de Maat, que representaba la virtud. Si el corazón, símbolo de la conciencia, pesaba lo mismo que la pluma, el fallecido podía continuar su viaje hacia el más allá. Si pesaba más, su alma era devorada por el monstruo Ammut.

Los siguientes dioses morales emergieron en Mesopotamia (2.000 a.C.), en la Península de Anatolia (donde está buena parte de la actual Turquía, en el 1.500 a.C.) y en China (1.000 a.C). No fue hasta después del año 1.000 a.C. que surgieron las primeras grandes religiones morales que se extendieron a varios países, como el budismo, el cristianismo o el islam.

Sin embargo, al examinar los datos de las 12 de las 30 regiones de las que hay información de antes y después de la aparición de estas religiones, los investigadores han comprobado que el incremento de la complejidad social se produjo antes de que surgieran los elementos morales. “Los dioses moralizantes normalmente siguen, en lugar de preceder, al aumento de la complejidad social. Notablemente, la mayoría de sociedades que sobrepasaban un cierto umbral de complejidad desarrollaron un concepto de dioses moralizantes”, escriben los autores en Nature.

Tras la aparición de las religiones morales, estas sociedades no se volvieron significativamente más complejas, pero los investigadores señalan que los valores morales tal vez ayudaron a mantener la cohesión social y la estabilidad de los grandes imperios multiétnicos, como pudo ocurrir cuando el Imperio Romano convirtió el cristianismo en su religión oficial.

Fuente: lavanguardia.com | 20 de marzo de 2019

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Una niña a las puertas del santuario de Chak Chak, en el actual Irán, lugar de peregrinación para los zoroástricos. KAVEH KAZEMI GETTY IMAGES.

La idea de un dios todopoderoso que vigila desde arriba a los humanos y sanciona a los que se desvían de la norma surgió después de que estos dejaran la tribu por la sociedad. Esa es la principal conclusión de un amplio estudio que revisa la emergencia de las sociedades complejas y la idea del dios moral. Desde los antiguos egipcios hasta el Imperio Romano, pasando por los hititas, los dioses morales no entran en escena hasta que las sociedades no se hacen realmente grandes.
La creencia en lo sobrenatural es tan antigua como los humanos. Pero la idea de un ser omnisciente vigilante de la moral es más reciente. Antes de las revoluciones neolíticas, de la emergencia de la agricultura y las primeras sociedades, los humanos vivían en grupos relativamente pequeños basados en el parentesco. En la tribu todos se conocían y debía ser difícil tener una conducta antisocial sin que a uno lo pillaran. El riesgo de ser señalado, castigado o expulsado del grupo bastaba para controlarlo. Pero a medida que las sociedades se fueron haciendo más complejas, las relaciones con extraños al clan crecían y, a la par, las posibilidades de escapar a la sanción. Para muchos estudiosos de las religiones,la aparición de un dios moral que todo lo ve hizo de pegamento social, facilitando la emergencia de sociedades cada vez más grandes.

"Pero lo que hemos visto es que los dioses moralizantes no son nada necesarios para que se establezcan sociedades a gran escala", dice el director del Centro para el Estudio de la Cohesión Social de la Universidad de Oxford (Reino Unido) y coautor del estudio, Harvey Whitehouse (izquierda). "De hecho, solo aparecen después del fuerte aumento inicial de la complejidad social, una vez que las sociedades alcanzan una población de alrededor de un millón de personas", añade.

Junto a un amplio grupo de científicos, el antropólogo británico ha analizado 414 entidades políticas surgidas desde el Neolítico. En la base de datos, recogida en el proyecto Seshat, hay desde ciudades estado como Ur hasta la confederación vikinga de Islandia e imperios como el inca o el aqueménida. Para medir su complejidad, usaron hasta 55 variables diferentes, como la existencia de una estratificación y jerarquía social, si existían la propiedad privada y la capacidad de transferirla, desarrollo de la agricultura o de un ejército.

Sus resultados, publicados en la revista Nature, muestran que, para cuando aparecieron los dioses morales, la mayoría de las sociedades ya eran muy complejas. De hecho, las entidades políticas estudiadas muestran un aumento medio de su complejidad social hasta cinco veces mayor antes de la llegada de estos dioses que después. Es solo entonces cuando el dios moral cumple una función social: "Quizá se deba a que, llegados a este punto, las sociedades son tan grandes que se vuelven vulnerables a las tensiones internas y el conflicto. Los dioses moralizantes podrían ofrecer una vía para que las sociedades siguieran prosperando a pesar de tales tensiones, haciendo que todos cooperasen para evitar ofender a un poder superior atento a nuestro comportamiento hacia los demás y del que se pensaba que castigaba a los transgresores", apunta Whitehouse como posible explicación.

La diosa egipcia Maat. UNIVERSAL HISTORY ARCHIVE GETTY IMAGES

Las primeras ideas de un dios moral surgen en el antiguo Egipto, con la figura de Maat, la hija del dios Ra. Eso fue en torno al 2800 a.C., posterior varios siglos a que las primeras ciudades del valle del Nilo se unificaran. Le sigue en la lista temporal, Shamash, el dios sol que todo lo ve, del Imperio acadio, medio milenio posterior a que emergieran las civilizaciones mesopotámicas. El mismo patrón se observa con la deidad china Tian o los diversos dioses del reino de Hatti, en Anatolia. Ya en el primer milenio antes de esta era aparecieron el mazdeísmo o zoroastrismo, el judaísmo y, ya en la presente, el cristianismo o el islamismo. Todas son religiones con dioses morales surgidas o evolucionadas en sociedades ya consolidadas.

El estudio muestra, sin embargo, que puede haber sociedades altamente complejas sin un dios moral. Eso no significa que no castigaran a los humanos, pero lo hacían más por faltar a las obligaciones con las divinidades que por ofender a los otros humanos. La mayoría son americanas o del sudeste asiático.

"Los sacrificios y las normas de género de los aztecas parecen estar centradas más en el mantenimiento [de un orden] universal y la mejora individual que en el establecimiento de unas costumbres religiosamente controladas en el que unos dioses moralizantes amenazan con sanciones a las acciones interpersonales impropias", apunta el arqueólogo de la Universidad de Texas y coautor del estudio, Alan Covey (derecha). "Los textos mayas parecen mostrar, al menos en el ámbito de los reyes, que las razias y los sacrificios humanos eran eventos memorables más que actos por los que se pudiera temer una desaprobación moral sobrenatural", añade este arqueólogo experto en los imperios precolombinos, en particular el inca. "Esto encaja con los rasgos generales de la visión del mundo andino y las prácticas de sacrificios locales y estatales del Imperio inca", concluye.

El estudio va incluso más allá y cree encontrar una conexión entre la aparición de la escritura y la emergencia de los dioses morales. En nueve de las 12 regiones del planeta analizadas, los primeros registros escritos aparecen una media de 400 años antes que las primeras referencias a los dioses morales. "Combinado esto con la ausencia de la idea del dios moral en la mayoría de las culturas orales, sugiere que estas creencias no estaban muy extendidas antes de la invención de la escritura", opina Whitehouse.

Pero no todos opinan lo mismo. El director del Instituto para la Ciencia de la Historia Humana (Jena, Alemania), el biólogo evolutivo, Russell Gray (izquierda), mantiene: "Las pruebas de dioses moralizantes son difíciles de encontrar antes de la invención de la escritura, pero eso no significa que no haya ninguna. Los primeros escritos eran principalmente documentos sobre transacciones financieras, no sobre creencias religiosas", añade. Gray, que no ha participado en este estudio, es uno de los mayores defensores de que el castigo divino entendido en un sentido amplio es un precursor de la complejidad política y social. Sin embargo, reconoce, "que los dioses morales son una creación relativamente reciente".

Fuente: elpais.com | 20 de marzo de 2019

¿Cuál era la idea de felicidad de los aztecas y qué podemos aprender de ella?

Los aztecas elaboraron su propia ética de las virtudes, diferente a la de filósofos como Aristóteles o Confucio.


Había filósofos y sofistas, educación formal para enseñar valores e ideas profundas sobre la vida, todo lo cual fue plasmado en tratados, exhortaciones y diálogos. No se trata de la antigua Grecia, sino del imperio azteca.
Entre los siglos XV y principios del XVI, los aztecas montaron un imperio con una cultura de gran riqueza filosófica en lo que hoy es el centro y sur de México.

"Tenemos muchos volúmenes de sus textos grabados en su lenguaje nativo, el náhuatl", escribió Lynn Sebastian Purcell (izquierda), profesor asociado de filosofía en la Universidad Estatal de Nueva York (SUNY) en Cortland, EE.UU., en un artículo publicado el año pasado en la revista de divulgación científica Aeon.

"Si bien pocos de los libros pre coloniales de tipo jeroglífico sobrevivieron a las quemas españolas, nuestras principales fuentes de conocimiento derivan de los registros realizados por los sacerdotes católicos hasta principios del siglo XVII", agregó.

Purcell ha investigado extensivamente sobre filosofía y ética antigua, en particular de América Latina y, todavía más en concreto de los aztecas. "Encuentro fascinante que los nahuas (aztecas) fueran otra cultura pre moderna con una ética de las virtudes, aunque bastante diferente a la de Aristóteles y Confucio", contó a la Asociación Estadounidense de Filosofía (APA, por su siglas en inglés) en una entrevista de 2017.

Sin embargo, también reconoció que le resultaba atractivo ahondar en un campo donde, a lo largo de todos estos siglos, la academia había dejado un "evidente vacío".
Incluso agregó que los dos grandes estudiosos de la filosofía azteca, el antropólogo mexicano Miguel León-Portilla y el filósofo estadounidense James Maffie, hicieron un gran trabajo en analizar su metafísica, pero no su ética.

La buena vida

El famoso Códice Florentino, una recopilación de conocimientos de los aztecas realizada por el misionero franciscano español Bernardino de Sahagún, reproduce el discurso de un rey antes de asumir su puesto.


Una página del famoso Códice Florentino, recopilación hecha por el misionero franciscano español Bernardino de Sahagún. Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES.

Allí habla de cómo vive un hombre "venerado": es "defensor y sustentador", dice, "como el árbol de ciprés, en el cual las personas se refugian".

Pero ese mismo hombre también "llora y se aflige". El rey entonces se pregunta: "¿Hay alguien que no desee la felicidad?".

El texto, según Purcell, muestra una de las mayores diferencias entre la filosofía de la antigua Grecia y la del imperio azteca.

"Los aztecas no creían que hubiese ningún vínculo conceptual entre llevar la mejor vida que podamos por un lado, y experimentar placer o 'felicidad' por el otro", escribió.

Es decir, para ellos tener una buena vida y ser feliz no estaban asociados, algo que puede resultar extraño dada la tradición filosófica de Occidente.

Tierra resbaladiza

En un artículo premiado por la APA como mejor ensayo sobre América Latina de 2016, Purcell explicó que esta disociación tiene su raíz en un problema existencial descrito por los filósofos o tlamatinime.
Existe un refrán azteca que resume este problema y que podría traducirse como "resbaladiza, escurridiza es la tierra".


Tenochtitlán era la capital del imperio azteca y se encontraba en donde hoy está Ciudad de México. Derechos de autor de la imagen GETTY IMAGES.

"Lo que querían decir es que, a pesar de tener las mejores intenciones, nuestra vida en la tierra es una en la que las personas son propensas al error, propensas al fracaso en sus objetivos y propensas a 'caer', como si estuvieran en el barro", detalló Purcell.
"Además, esta tierra es un lugar donde las alegrías solo llegan mezcladas con dolor y complicaciones".

Los aztecas creían que por más bueno, talentoso o inteligente que fueras, podrían pasarte cosas malas. O incluso podrías equivocarte, resbalarte y caer. Por eso, antes que buscar deliberadamente una felicidad que, en el mejor de los casos, sería pasajera y azarosa, el objetivo para los aztecas era llevar una vida digna de ser vivida.

Cuatro niveles

Para definir lo que es una vida que valga la pena ser vivida, los aztecas usaban la palabra neltiliztli, que puede traducirse como "arraigada" o "enraizada". Esta vida arraigada podía alcanzarse en cuatro niveles, escribió Purcell en un artículo también publicado en Aeon pero en 2016.

La comunidad era de crucial importancia para los aztecas. Derechos de autor de la imagen GETTY IMAGES.

"El primer nivel comienza con el propio cuerpo, algo que a menudo se pasa por alto en la tradición europea, preocupada por la razón y la mente", afirmó el filósofo. Para ello, los aztecas tenían un régimen de ejercicios diarios sorprendentemente similar al yoga.

El segundo nivel implica enraizarse con la psiquis propia, un concepto que igual no abarcaba solo la mente, sino también los sentimientos.

Tercero, estaba la comunidad, algo de crucial importancia para los aztecas.
A diferencia de Platón o Aristóteles, que planteaban una ética de las virtudes centrada en el individuo, esta civilización indígena ponía el eje en la sociedad. Una vida digna de ser vivida no era posible sin lazos familiares, con amigos y vecinos, esos que te ayudarán a levantarte tras las inevitables caídas en la tierra resbaladiza.

Por último estaba el arraigo a teotl, una deidad que no era otra cosa más que la naturaleza. Es así que este cuarto nivel se lograba con los tres anteriores, pero componiendo filosofía poética se lograba aún más rápido.

Los conquistadores españoles pueden haber derrocado al imperio azteca, pero sus ideas todavía persisten. Derechos de autor de la imagen GETTY IMAGES.

La decisión de Ulises

A veces, las ideas filosóficas de los aztecas son recibidas con cierto escepticismo. Es así que, en sus clases en SUNY, Purcell suele usar "La Odisea" de Homero para explicar por qué esta civilización indígena tenían razón en afirmar que la felicidad es un objetivo de vida malo.

En un pasaje del poema épico griego, el protagonista, Ulises, lleva siete años viviendo en una isla paradisíaca con la diosa Calipso. La diosa, entonces, le plantea una disyuntiva: puede quedarse con ella y gozar de la inmortalidad y juventud eterna en la isla, o volver al mundo real, lleno de dolores y sacrificios, pero donde también habita su familia.

"Ulises decide aventurarse en aguas abiertas en un barco desvencijado en busca de su esposa y su hijo", recapituló Purcell en el artículo de la APA.

Es entonces que le pregunta a sus alumnos qué hubiesen elegido: "Nunca tuve a nadie que estuviese en desacuerdo con Ulises".


Fuente: bbc.com | 17 de marzo de 2019

Deformidades y enanismo: ¿atributos venerados en la antigüedad?

A la izquierda, un esqueleto de una persona con acondroplasia; a la derecha, una persona sin esta patología - Samia A Temtamy.

En 2014 se descubrieron en el complejo funerario egipcio de Hieracómpolis los restos de dos personas que vivieron hace 4.900 años. Se trataba de un hombre y una mujer que fueron enterrados dentro de un grupo más numeroso -se hallaron en total 20 cuerpos-, previsiblemente en honor a la muerte de una personalidad de la época. La pareja sorprendió a la comunidad científica no solo porque el hombre llegó a vivir cerca de 40 años -mucho más de la media del Egipto prehistórico-, estaban bien alimentados y no mostraban signos de una vida extremadamente dura. Sino porque los análisis con rayos X confirmaron que ambos sufrían de pseudoacondroplasia (conocida como enanismo). Y no son los únicos descubiertos que dan pistas de que los egipcios veneraban a las personas con esta anomalía.

A 2.500 kilómetros de distancia, en Hungría, y casi cinco milenios después -alrededor del año 900 d.C.- nació un hombre con el paladar hendido y espina bífida. A pesar de su discapacidad y de que la vida fue extremadamente difícil para él, consiguió vivir más allá de los 18 años, lo que es un logro para una época en la que no existían apenas cuidados médicos. Tras su muerte fue enterrado con un rico ajuar e incluso con un caballo que mostraba un hocico torcido.

«Su posición única podría haber sido una consecuencia de sus características físicas poco comunes», afirma Erika Molnár (izquierda), paleopatóloga de la Universidad de Szeged, en Hungría, quien fue la descubridora del esqueleto húngaro. La tesis de que las distintas capacidades podrían ser una ventaja dentro del estatus social y no una condena es el tema principal de una de las charlas impartidas en Berlín este mes en el primer taller sobre «Enfermedades raras antiguas». 130 paleopatólogos, bioarqueólogos, genetistas y expertos en enfermedades raras debaten acerca de esta posibilidad de forma oficial. «Esta es realmente la primera vez que las personas se enfrentan a este tema», aseguró Michael Schultz, paleopatólogo de la Universidad Georg August de Gotinga (Alemania), para Science.

También con enfermedades repentinas

Y aún existen más casos. La antropóloga Marla Toyne (derecha) de la Universidad de Florida Centra,l en Orlando, se extrañó cuando vio una momia del pueblo Chachapoya (Perú) parcialmente conservada enterrada alrededor del año 1.200. Había perdido la columna vertebral y la médula ósea, lo que supone que sufrió de leucemia tipo T tardía, y seguramente fuera la causa de su muerte.

«Tenía huesos frágiles, dolor en las articulaciones y no podía caminar mucho», explicó Torne durante la charla. Esta condición sería especialmente complicada en su época y su entorno, una tierra montañosa. Aún así, fue enterrada en una lujosa tumba en un acantilado y sus huesos carecían de signos de estrés, lo que sugiere que no tuvo trabajos demasiado duros. «Nunca vivían solos, y esto demuestra que la comunidad era consciente de su sufrimiento. Y muy probablemente tuvieron que hacer algunas adaptaciones para su cuidado y tratamiento», afirma Toyne. Una vez más, la enfermedad no fue sinónimo de estigma social, sino al contrario.

También existen múltiples evidencias de que en la antigüedad se aplicaban medidas curativas como trepanaciones en el cráneo o amputaciones. Por ejemplo: el conocido como el anciano desenterrado en la cueva de La Chapelle-aux-Saints (izquierda) (Francia) fue un neandertal que vivió hace 60.000 años con un avanzado estado de artritis grave. Tanto que probablemente necesitaría ayuda para comer. Y existen grabados en vasijas y pinturas en las que se aprecian personas con escoliosis, acondroplasia o con miembros amputados.

¿Ventaja evolutiva?

Estos hallazgos arqueológicos ofrecen no solo una visión de cómo eran las sociedades antiguas con sus congéneres, sino que pueden presentar una nueva perspectiva para las enfermedades raras actuales.

Por ejemplo, el año pasado, el genetista Dan Bradley (derecha), del Trinity College de Dublín, publicó un estudio acerca del ADN de cuatro irlandeses prehistóricos. Una era una mujer neolítica adulta enterrada entre 3.343 y 3.020 a.C., era en una tumba con enormes piedras cerca de Belfast; los otros tres eran hombres sepultados en un sepulcro en una isla frente a las costas de Irlanda del Norte entre el 2.000 y el 1.500 a.C. A pesar de que el ADN mostraba que los esqueletos eran de diferentes poblaciones, gracias a un drástico cambio genético, las cuatro personas portaban el gen que causa hemocromatosis, una afección poco común que causa la acumulación de exceso de hierro en la sangre. Sin embargo, Irlanda tiene hoy las tasas más altas del mundo de esta mutación.

Por ello, Bradley sugería que este gen podría haber tenido alguna ventaja como ayudar a proteger contra enfermedades bacterianas o aumentar la retención de hierro en ambientes con una dieta deficiente. «Comprender por qué aparecen condiciones raras en ciertos lugares puede ayudar a los investigadores de hoy a entender mejor esta carga genética», afirma Bradley.

Este hombre medieval húngaro que tenía paladar hendido severo recibió un entierro de héroe. LUCA KIS

Bioarqueología de la atención

Todos estos casos suponen que la vida de nuestros antepasados enfermos o diferentes podría no haber sido tan brutal y breve como en general se piensa. Y esta es la línea que sigue la llamada bioarqueología de la atención, por la que los científicos están descubriendo que las personas que padecieron alguna anomalía o enfermedad que les incapacitara de alguna manera a menudo disfrutaban de cuidados y apoyo de sus sociedades, no la marginación y el desprecio en todos los casos. Por ello, «la intención de esta nueva rama de la ciencia es usar al individuo como un prisma para mirar a toda una comunidad».

Así, estas jornadas han servido para que los organizadores de la conferencia, el bioarqueólogo Emmanuele Petiti y la paleopatóloga Julia Gresky, hayan puesto en marcha una base de datos centralizada para compartir los mismos sobre casos individuales antiguos. «Para observar patrones, necesitas datos que se puedan comparar», dice Petiti. Quién sabe qué nuevos estudios que rompan nuestros esquemas saldrán de esta nueva iniciativa.

Fuente: abc.es | 14 de marzo de 2019

La Península Ibérica, refugio de los últimos linajes europeos que sobrevivieron a la Edad de Hielo

Al final de la Edad de Hielo, hace unos 20.000 años, la Península Ibérica no solo fue un refugio que retuvo la diversidad de aves y plantas que se perdieron en otros territorios del norte de Europa. También conservó la diversidad genética de las poblaciones humanas del momento. Así lo desvela un estudio liderado por el Instituto Max Planck con participación de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) que demuestra la supervivencia de los dos linajes paleolíticos más antiguos en los últimos cazadores-recolectores y las primeras poblaciones del neolítico en la Península.

La investigación, publicada en Current Biology, ha analizado el genoma de los últimos cazadores-recolectores del final de la Edad de Hielo e individuos neolíticos que vivieron en la península Ibérica hace entre 13.000 y 6.000. En total, 11 individuos, dos de los más antiguos del abrigo Balma Guilanyà (Lérida, 12.000 años), que investiga un equipo de investigación del Centro de Patrimonio Arqueológico de la Prehistoria (CEPAP-UAB). El trabajo ha estudiado de nuevo el individuo de la Cueva de El Mirón (Cantabria, 19.000 años) y ha incorporado los datos genéticos del Paleolítico hasta el Neolítico medio publicados en Europa.

Estudios previos habían señalado que el final de la Edad de Hielo fue un periodo crítico para las poblaciones humanas. Solo dos linajes genéticos del Paleolítico Superior sobrevivieron en el oeste y centro de Europa. El primero, en individuos asociados al periodo cronocultural magdaleniense (20.000-15.000 años), el representante más antiguo de los cuales es el de El Mirón. El otro, relacionado con el epigravetiense (15.000-13.000 años), con el individuo más antiguo en el yacimiento de Villabruna, en Italia.


Trabajos de excavación en curso en el sitio de Balma Guilanyà (Lérida).

Después de un periodo de mejora climática ocurrido hace unos 14.500 años, el linaje magdaleniense desaparece y es reemplazado por el proveniente del grupo Villabruna -conocido a partir de entonces como Western Hunter Gatherers (WHG)-, que acabó extendiéndose por prácticamente toda Europa Occidental.

Sobre lo que sucedió en la Península Ibérica hace 13.000 años, sin embargo, había muy pocos datos. El estudio presentado ahora muestra que el linaje magdaleniense sobrevivió en este territorio mezclado con el del grupo Villabruna y sin ser reemplazado por este último. Ambos linajes estaban presentes ya hace unos 19.000 años, lo que sugiere una conexión entre dos potenciales refugios genéticos anterior al reemplazo que se produjo en el resto de Europa. Y esto resultó en un ancestro genético que sobrevivió en los últimos cazadores-recolectores ibéricos.

“Estos individuos tenían una mezcla de los dos tipos de linajes genéticos más antiguos: el que data del Último Máximo Glacial, atribuido a los individuos de la cultura magdaleniense, y el otro, que se hallaba en toda Europa central y occidental y que había reemplazado al primero después de la glaciación en todo el territorio excepto en la península Ibérica”, explica Vanessa Villalba-Mouco (izquierda), primera autora del estudio.
Los investigadores no saben cuándo se produjo esta mezcla, pero sugieren que podía haber sido poco después del Máximo Glacial, porque el individuo de El Mirón tiene las dos componentes, con una pequeña proporción del linaje Villabruna. Los de Balma Guilanyà son una mezcla al 50%.

“La secuenciación de la composición genética de los individuos de Balma Guilanyà han sido fundamentales en el estudio, porque confirma la pervivencia de linajes antiguos en los cazadores-recolectores de Europa Occidental en un periodo en que en otras partes de Europa, como el Norte de Italia o Francia, ya se ha producido el reemplazo genético del linaje magdaleniense”, señala Rafael Mora (derecha), director del CEPAP-UAB.

Sobre cómo se generó este linaje ibérico dual el equipo de investigación plantea tres hipótesis: que ya existiera en la Península un linaje magdaleniense que después fue complementado por el grupo Villabruna; que los dos linajes llegaran de Europa separados y se mezclaran aquí; o que existieran ya mezclados en Europa antes de llegar a la Península.


Restos humanos hallados en la cueva de El Mirón (Cantabria, España) correspondern al primer enterramiento del Magdaleniense encontrado en la Península Ibérica.

En cuanto a los individuos del Neolítico peninsular analizados, el estudio muestra que llevan trazas de este doble ancestro paleolítico ibérico. Esta señal genética indica que los últimos cazadores-recolectores locales y los primeros campesinos neolíticos llegados de Oriente Próximo hace unos 7.500 años, con una composición genética completamente diferente, se hibridaron, como lo hicieron también en el resto de Europa.

En el estudio han participado también investigadores de universidades y centros de investigación de Zaragoza, Valladolid, Vitoria, Santiago de Compostela y Madrid, así como de Estados Unidos, Francia, Austria y Suiza.

Fuentes: uab.cat | eurekaalert.org | 15 de marzo de 2019