Que en el Neolítico te enterraran en un dolmen o en una cueva no dependía de tu estatus social, sino de la cultura

Tumba megalítica Chabola de la Hechicera, uno de los yacimientos empleados en el estudio (Teresa Fernández-Crespo / UPV/EHU)

La coexistencia de diferentes identidades culturales y su interacción es un tema fundamental en las ciencias sociales. Pero supone una cuestión nada fácil de abordar en la prehistoria. Si bien en estudios actuales los científicos pueden realizar trabajos de campo y observar directamente la realidad, para épocas pasadas se sirven muchas veces de las diferencias en cómo enterraban a los muertos.
Según una nueva investigación, la presencia de comunidades con distintos estilos de vida y orígenes culturales son la razón principal de la variabilidad en la ubicación de las tumbas durante el Neolítico tardío en Europa Occidental.

Estos resultados proporcionan una evidencia temprana de la distinción entre “ellos” y “nosotros”. Tal diferenciación podría haber desempeñado un papel en el desarrollo de estructuras de desigualdad socioeconómica y, en ocasiones, de conflictos violentos.

Las muestras para el estudio, publicado en la revista Science Advances, se obtuvieron de yacimientos ubicados en la Rioja Alavesa, en el País Vasco. Se sabe que en esta región el uso de cuevas como lugares emplazamientos funerarios durante el Neolítico tardío, hace entre 5.500 años y 4.900, se solapó con el de tumbas megalíticas, que comenzó unos siglos antes y continuó unos siglos después.


Ubicación de los sitios de entierro del Neolítico tardío de la región de Rioja Alavesa y distribuciones de probabilidad sumadas de las fechas disponibles de radiocarbono del Neolítico tardío / Calcolítico temprano de los sitios funerarios en estudio, agrupados por la ubicación del entierro.
Ubicaciones (arriba): 1, Las Yurdinas II; 2, Los Husos I; 3, Los Husos II; 4, Peña Larga; 5, La Peña de Maranón; 6, La Cascaja; 7, El Montecillo; 8, Layaza; 9, El Sotillo; 10, San Martín; 11, Alto de la Huesera; 12, Chabola de la Hechicera; 13, El Encinal; 14, Los Llanos; 15, Longar. Las fechas de radiocarbono (abajo) se modelan utilizando OxCal 4.2.2.

Tal entorno espacio-temporal es excepcional en el registro europeo, donde existen pocas oportunidades para hacer una comparación entre los individuos enterrados en tumbas megalíticas y no megalíticas. Además, la evidencia de conflictos interpersonales regulares hace de la región incluso un mejor “laboratorio” para el estudio de las enmarañadas relaciones socioeconómicas, culturales y, tal vez, étnicas basadas en comunidades con diferentes prácticas funerarias.

Para explorar si los adultos enterrados en tumbas de piedra eran simplemente miembros más privilegiados de la misma comunidad que los enterrados en cuevas, o si estos representan dos grupos culturales distintos, la autora principal Teresa Fernández-Crespo (izquierda), de la Universidad de Oxford (Inglaterra), y sus colegas partieron datos de isótopos prehistóricos de la zona.

El equipo midió estos átomos con diferentes carga de neutrones de varios elementos, entre ellos de nitrógeno y carbono, de la dentina de los molares de 32 adultos coetáneos. Con ello los investigadores querían rastrear tanto la dieta como la historia de vida de los antiguos pobladores y determinar la edad a la que los grupos comenzaron a exhibir diferencias.

Según explican en el artículo, aunque 32 individuos pueda parecer una muestra pequeña, es importante enfatizar que la diferencia entre cuevas y megalitos ya ha sido demostrada con un gran número de individuos adultos y adolescentes. “Estamos buscando la razón detrás de esta diferencia”, apuntan los autores.

Los resultados muestran diferencias significativas en las prácticas de crianza de bebés y niños, y en las estrategias de subsistencia en función de los emplazamientos para el entierro. Los individuos hallados en tumbas de piedra parecían comer más plantas cuando eran niños y también tenían más caries, tal vez por consumir estos alimentos pegajosos y azucarados. Los enterrados en cuevas parecían haber sido destetados antes, pues tenían más calcio en el esmalte de sus dientes.


Tumba megalítica del Alto de la Huesera (País Vasco), uno de los sitios analizados en el estudio (Javier Ordoño).


Por otro lado, se observa un uso diferente del paisaje entre ambos grupos, con una mayor movilidad entre los varones enterrados en cuevas que sugiere la explotación de un paisaje más diverso. Mientras, los varones enterrados en los megalitos muestran una movilidad realmente restringida, generalmente asociada con un sistema de residencia patrilocal y, quizá, derechos sobre la tierra, continúa Fernández-Crespo.

Esto sugiere que el uso de según qué lugar para los enterramientos no dependía del estatus social de un individuo dentro de una misma comunidad que empleaba tanto las cuevas como los megalitos. Más bien se trató de comunidades culturalmente distintas que usaron diferentes lugares para enterrar a sus muertos. Los autores sugieren que las diferentes creencias y estilos de vida podría haber sido una fuente de tensión y competencia, en ocasiones estallando en episodios violentos.

Para la investigadora de Oxford, este trabajo apunta a la existencia de un nivel de complejidad social y división cultural no previamente apreciado en el registro europeo, "dando respuesta a más de un siglo de debate sobre el motivo detrás del uso diferencial de cuevas y de tumbas megalíticas como lugares funerarios durante el Neolítico final".

Fuentes: lavanguardia.com | eldiario.es | 22 de enero de 2019

Los excepcionales hallazgos en Córdoba de la guerra civil romana en la que combatió Julio César

Vista aérea del Cerro de la Merced. Grupo Investigación Polemos


En el año 46 a.C., una de las terribles guerras civiles del final de la República romana se libraba también en el sur de Hispania. El imbatible Julio César, triunfador en la decisiva batalla de Farsalos (Farsalia), después de asegurar el trono egipcio para Cleopatra, tenía que abatir el último reducto de fuerzas leales a Pompeyo, su gran némesis y a quien le habían cortado la cabeza en Alejandría dos años antes. Estas tropas estaban ahora lideradas por sus hijos Cneo y Sexto. Antes de vencerlos definitivamente en Munda en mayo del 45 a.C., el dictador se enfrentó a sus enemigos en varios puntos de la actual provincia de Córdoba.

Uno de estos choques se registró en Ulia, lo que hoy en día es Montemayor. La ciudad fue asediada por las tropas de Cneo Pompeyo mientras Julio César sitiaba la localidad de Córdoba, en poder de Sexto, el hermano menor. Pero el poderoso militar envió un efectivo contingente al mando de Lucio Vibio Pacieco para socorrer la plaza que desde el principio se había aliado con su causa. De la batalla de Ulia dan testimonio las fuentes clásicas —que relatan, asimismo, otro asedio previo en el año 48 a.C.—, pero ahora también los excepcionales hallazgos arqueológicos realizados por un proyecto de investigación sobre la Cultura Ibérica y su integración en el mundo romano.

"Hemos encontrado más de un centenar de proyectiles de honda, numerosas puntas de flecha, la lengüeta de hierro de una jabalina pesada romana (pilum), proyectiles de artillería para lanzar con la balista, un arma para los asedios, clavos de botas militares e incluso monedas, entre las que destaca un quinario de plata acuñado entre 80-40 a.C.", explica el arqueólogo Javier Moralejo (izquierda), director de las prospecciones en Montemayor. "Todos estos elementos testimonian la dureza de los combates y las vías de ataque a la ciudad que estamos localizando al norte y al sur", añade.

No obstante, el hallazgo más espectacular se registró en el Cerro de la Horca: los restos de un carro ibérico del siglo IV a.C. Se trata de "un espectacular depósito ritual" formado por un lote de cuatro ruedas de hierro y originalmente madera, dos de ellas más grandes y de más de un metro de diámetro, que fueron apiladas sobre un yugo con apliques y pasarriendas de bronce y dos bocados de caballo. El conjunto estaba mezclado con cenizas y huesos de animal que probablemente procedían de un banquete celebrado en las inmediaciones, y se rellenó con cantos rodados.

Los arqueólogos excavando el carro ibérico de Ulia. Grupo Investigación Polemos

En el área cercana de Las Cabezas del Rey también se han hallado puntas de flecha tipo Alesia, las características de las tropas cesarianas que emplearon en el asedio de la Galia, o la punta de una lanza. Sigue siendo una incógnita la localización exacta de los campamentos de los dos contingentes enfrentados. Y eso es lo que tratarán de desenterrar los investigadores en la próxima fase de actuación.


Glandes de honda y puntas de flecha romanas desenterradas en Montemayor. Grupo Investigación Polemos

Tres yacimientos

Pero las excavaciones en Ulia/Montemayor son solo una de las tres patas del proyecto que el Grupo de Investigación Polemos de la Universidad Autónoma de Madrid desarrolla en el sur de la provincia de Córdoba, y aúna los esfuerzos de medio centenar de expertos de varias universidades. Bajo el nombre de 'Ciudades y complejos aristocráticos ibéricos en la conquista romana de la Alta Andalucía', los trabajos están aportando "una ingente documentación nueva" sobre la cultura ibérica, su arquitectura y vida diaria, su violenta etapa final y las guerras civiles de Roma. Un periodo que abarca desde el siglo V al I a.C.

De gran importancia son también los descubrimientos realizados en el Cerro de la Cruz, en el municipio de Almedinilla: un oppidum de urbanismo complejo, fechable entre los siglos III y II a.C., con anchas calles rectilíneas, casas de doble planta y azoteas, almacenes, cisternas y una plaza central. La salvaje destrucción a la que fue sometido en torno a 140 a.C., en época de las guerras de Viriato, ha permitido una espléndida conservación de la mayoría de los vestigios.

Estancia con las ánforas del Cerro de la Cruz. Grupo Investigación Polemos


En una de las estancias, de poco más de doce metros cuadrados, ha salido a la luz un almacén con 42 ánforas destinadas a la conservación de cereales como la cebada o el trigo, y más de un centenar de otros objetos en el piso alto como platos, cuencos, vasos de beber, telares, instrumentos agrícolas, cuchillos y recipientes de plomo. El masivo derrumbe de la estructura, provocada por un incendio, y su consecuente sellado, ha favorecido su preservación.

"Este cerro proporciona el mayor y más completo repertorio de cultura material conocido en un hábitat en toda Andalucía", según señala el arqueólogo Fernando Quesada (izquierda), director del proyecto.

Sin embargo, lo más llamativo que los investigadores han encontrado en este yacimiento son hasta siete esqueletos humanos o partes de ellos, salvajemente mutilados, con tajos en tibias, peronés, omoplatos o fémures, abandonados sobre el suelo de las calles o entre los escombros de las viviendas. La matanza se habría desarrollado durante las campañas del cónsul romano Serviliano en la zona.

Cadáveres mutilados del Cerro de la Cruz.


El tercer ámbito de actuación del proyecto se ha llevado a cabo en el Cerro de la Merced, ubicado sobre el paso natural que une la Campiña cordobesa y la cordillera Subbética, una antigua ruta que todavía en la actualidad conecta la localidad de Cabra con Carcabuey y Priego. Sobre la cima de este cerrete, cuya cumbre es bañada por el sol naciente, se edificó inicialmente, entre el siglo V y el IV a.C. un santuario o monumento conmemorativo decorado con relieves y sillares de cornisa de gola. Este primer monumento fue sustituido en el siglo III a.C, por orden de algún reyezuelo o señor ibérico, por un complejo palacial aristocrático.

El gran edificio de planta cuadrada y dos alturas contaba con muros ciclópeos exteriores de hasta cuatro metros de espesor y una decena de habitaciones de medidas muy precisas. Y también tenía una pequeña capilla, almacenes y suelos enlosados con grandes losas de piedra. El palacio estaba además rodeado por una terraza perimetral contenida por otro muro masivo. La comunicación entre ambas zonas se hacía mediante una escalinata monumental de piedra.

La cubierta recién instalada en el Cerro de la Merced. Mateo Olaya


Este complejo fue destruido de forma sistemática y cuidadosa —las cuatro esquinas quedaron demolidas, lo que impedía su reconstrucción— durante la época del general cartaginés Aníbal, a finales del siglo III a.C., en un saqueo probablemente enmarcado en la segunda guerra púnica. En la actualidad, el cerro ha sido protegido con una cubierta para cuya colocación se ha necesitado una grúa de más de cien metros de largo y se hará visitable próximamente.

"Los tres yacimientos forman un todo único para la comprensión del iberismo y romanización en la Alta Andalucía", concluye Quesada. "Todas las actuaciones se integran en un plan coherente que abarca desde el siglo V al I a.C., y casi todo lo aportado es nuevo e inédito, por lo que estamos multiplicando exponencialmente la información sobre esta región".

Fuente: elespañol.com | 16 de enero de 2020

La verdadera función de los verracos, las extrañas esculturas celtas únicas de la Península

Los Toros de Guisando. Luis Berrocal


Ni las crónicas romanas, ni las visigodas, ni las islámicas sobre la Península Ibérica repararon en unas extrañas esculturas de granito que representaban toros, cerdos o jabalíes y abundaban al oeste de la Meseta. Hubo que esperar hasta finales de la Edad Media para que un texto —el Fuero de Salamanca, redactado en torno al siglo XIII— hiciese referencia a una de estas figuras conocidas como verracos.

En dicha compilación de leyes, la talla de un toro de piedra, situada en el puente romano que salva el cauce del río Tormes a su paso por la ciudad salmantina, adquirió una función de carácter jurídico, de enclave delimitador. Si algún ladrón o delincuente lograba alcanzar aquel punto, sus perseguidores deberían abandonar la persecución bajo pena de pagar un maravedí de multa en caso de no hacerlo, a menos que fueran autoridades del concejo.

El problema es que esa competencia modernista del verraco no se correspondía en absoluto con su significado original. La génesis de estas esculturas —hay unas 400 documentadas en España y 20 más en Portugal—, talladas principalmente en la Segunda Edad del Hierro y halladas en la zona de la Meseta noroccidental, entre las cuencas del Duero y el Tajo, se circunscribe al pueblo celta de los vetones, quienes habrían adoptado esta tradición escultórica de los íberos del sureste peninsular, bien relacionados con los griegos y fenicios y que labraron imágenes de animales mitológicos en caliza y areniscas. No obstante, se trata de una cultura que se siguió desarrollando en época romana hasta el siglo II.

Al carecer prácticamente de contexto histórico y originario —muchas de las figuras han aparecido en espacios posteriores, como los famosos Toros de Guisando, que dan nombre al tratado que nombró a Isabel la Católica heredera al trono de Castilla— y elaborarse a lo largo de seis siglos, el estudio de los verracos ha sido uno de los grandes quebraderos de cabeza de historiadores y arqueólogos. Sobre todo la dificultad de dar respuesta a la pregunta de con qué misión crearon los celtas, y luego los romanos, estas figuras.

Verraco del puente romano de Salamanca. Luis Berrocal

Precisamente eso es lo que ha tratado de analizar durante seis años un proyecto de investigación de la Universidad Autónoma de Madrid dirigido por Luis Berrocal-Rangel y Gregorio Manglano, del Departamento de Prehistoria y Arqueología; y Rosario García-Giménez, del de Química y Geoquímica. Los resultados sobre lo que los expertos califican como "un 'unicum' del mundo celta porque no hay nada igual fuera de las fronteras de España y Portugal" —de hecho, reclaman a las autoridades una protección legal específica para evitar su destrucción y su reconocimiento como bienes Patrimonio de la Humanidad— son muy valiosos y aclaratorios.

Tres funciones protectoras

Teniendo en cuenta las interpretaciones previas que habían clasificado a los verracos en tres grupos según sus localizaciones, esta investigación se encaminó a abrir puertas hacia un análisis multidisciplinar para comprender los contextos hasta entonces desconocidos. "La primera aproximación fue de naturaleza morfoestuctural, con la que logramos identificar tres formas de tallar los verracos relacionadas con tres funciones", explica Luis Berrocal.

El primer grupo se caracterizaba por su mayor tamaño y realismo: eran fundamentalmente toros —en aquella época sus medidas reales eran sensiblemente inferiores a las actuales— y habían sido tallados en el lugar con mazas de canteros o cinceles.

Las esculturas de la segunda categoría, de envergadura media y formas más sencillas, representaban a jabalíes o suidos en actitud de ataque —el cerdo era un animal sagrado para los celtas— y algunos ya presentaban la peculiaridad de haber sido esculpidos en talleres distantes;
Los verracos de tercer tipo eran muy pequeños, contaban con inscripciones romanas y fueron labrados con instrumentos característicos de la romanización.

Y del mismo modo que sucede con su forma, las funciones de estos animales de piedra también son diferentes: los del grupo A se habrían tallado como protección del ganado y los recursos naturales de la zona; los del B como defensa de la comunidad y de sus valores étnicos —estos comienzan a aparecer a finales del siglo III a.C., en una época de conflictividad social muy fuerte por la amenaza de las guerras cartaginesas—; y los de clase C estarían destinados a un uso individual, a proteger las almas de los muertos.

Verraco hallado en Ávila y tallado en torno a los siglos IV-II a.C. Miguel Ángel Otero.

Utilizando doce variables estadísticas, los expertos analizaron un total de 158 verracos. Gracias a un programa informático de la Universidad de Oslo, pudieron confirmar tres agrupamientos de las esculturas según su tipología morfoestructural. "La sorpresa fue mayúscula cuando vimos que los verracos de Guisando, de gran tamaño, no pertenecían a la serie A sino a la B", revela Berrocal. Entonces, para una mejor comprensión simbólica y funcional de este misterioso y característico arte, recurrieron a otra disciplina: la geoquímica.

Rosario García-Giménez, especialista de la UAM en dicho campo, condujo distintos análisis mineralógicos que identificaron varias clases de feldespato en los granitos utilizados para la elaboración de las figuras. Al mismo tiempo, se realizaron campañas de prospección de materiales en bruto en las inmediaciones del hábitat de los verracos, que llegarían a ser distribuidos a decenas de kilómetros de distancia, para tratar de establecer las canteras a las que recurrieron los artesanos celtas y sus sucesores romanos. Se han relacionado 84 verracos con 34 canteras.

Lo que sucedió en el castro de las Merchanas, situado en el municipio de las Lumbreras (Salamanca), ejemplifica a la perfección los rendimientos de esta metodología. Desde el siglo XIX, dos verracos, uno en actitud hierática con una base reconstruida de cemento, y otro en posición de ataque, ocupaban sendas plazas del pueblo. Durante las excavaciones en el oppidum se descubrió una peana que los trabajos de geoquímica relacionaron con la primera escultura. "Al restaurarla, el verraco cambió a posición de ataque como su compañero. Eran gemelos. Probablemente estuvieran situados a la entrada del poblado para protegerlo", expone Rosario García-Giménez.

"Gracias a la estadística pudimos confirmar que los tres tipos de verracos corresponden a distintas finalidades, desde los más naturalistas hasta los romanos", concluye Luis Berrocal. "Unos estaban destinados a la defensa de los recursos naturales, otros a la del 'oppidum' y otros a las almas de los difuntos, pero todos tenían la misma función: la de proteger". Misterio resuelto.

Fuente: elespanol.com | 20 de enero de 2020

Encuentran en Salamanca los mayores restos de un lavadero romano de oro en la península ibérica

Una de las piezas que formaban el lavadero romano de oro | CASAMAR


La Sierra de Camaces a pocos kilómetros de Ciudad Rodrigo conserva los restos de un lavadero romano de oro que ahora han salido a la luz gracias a la labor arqueológica realizada por el investigador mirobrigense José Luis Francisco sobre la explotación de yacimientos auríferos en la época romana en la comarca mirobrigense.

El estudio se centra en el descubrimiento de una serie de piezas que pertenecieron a un centro de tratamiento aurífero junto a una estructura que pudiera ser parte de un depósito para suministrar el agua necesaria al lavadero.

"La importancia de este hallazgo reside en que el yacimiento hallado en la Sierra de Camaces supera las dimensiones de los conservados en el yacimiento portugués de Jales, con unas medidas de 1,10x0,50x0,45 centímetros, lo que los convierte en los más grandes de la península ibérica”, destaca el arqueólogo José Luis Francisco.

Otro de los aspectos destacados de los restos romanos encontrados en la Sierra de Camaces está en el granito utilizado para su construcción, “que conlleva una planificación inicial, lo que da muestras de la magnitud que debieron representar las minas localizadas en esta sierra mirobrigense, con materiales procedentes de la cantera de Villa del Rey a kilómetros de distancia, la misma de donde se extrajo el granito para la Catedral de Ciudad Rodrigo”, afirma el investigador.

El lavadero romano se encuentra en una zona en la que existen según el estudio “una serie de cuevas, galerías y cortas a cielo abierto de donde pudo salir el mineral aurífero, algunos de estos lugares con importantes acumulaciones de murias de cuarzo visibles”.

La importancia que tiene este hallazgo de la Sierra de Camaces no sólo se manifiesta en el propio lavadero, sino que puede ayudar a comprender el poblamiento y auge de Ciudad Rodrigo a partir del primer siglo de nuestra Era y reescribir la historia local para ese periodo, ofreciendo explicaciones más sencillas sobre el territorio y la existencia de alguna villae romana en las cercanías, como la de Saelices el Chico, qué pudo pertenecer en palabras de José Luis Francisco, a algún procurador “Metallorum”.

Fuente: lagacetadesalamanca.es | 30 de diciembre de 2019

El ídolo de Pachacamac del antiguo Perú fue pintado simbólicamente

El ídolo de Pachacámac en el Museo de sitio arqueológico de la zona. ROMMEL ANGELES FALCON

Pachacámac, o “creador de la Tierra”, fue un dios capaz de predecir el futuro, venerado por el Imperio inca en los Andes (Perú). El amarillo, el rojo y el blanco son al menos tres colores con los que, entre el siglo VIII y IX, la civilización wari pintó una estatua de madera resistente de más de dos metros como símbolo de culto de este ídolo. La policromía identificada sobre este icono de la arqueología peruana constituye hoy el único ejemplo identificado con tal variedad de colores, según cuenta el estudio que se publica en la revista científica PLOS ONE.

En el pasado, varios investigadores pensaron que la figura tenía un solo color y que estaba hecha de la misma madera (Pouteria lucuma) que el resto de las obras del santuario arqueológico de Pachacámac, antiguo centro de devoción de 450 hectáreas ubicado a 30 kilómetros de Lima en la costa pacífica. La figura idolatrada desde hace más de 800 años sigue sin embargo unos patrones que se diferencian de los demás objetos.

Para empezar, esta estatua tendría que haber desaparecido durante la conquista de Hernando Pizarro en 1533. Los españoles negaron su importancia, compararon el oráculo sagrado con el diablo y quisieron destruir el vestigio. Marcela Sepúlveda (izquierda), investigadora en el laboratorio de arqueología molecular y estructural de la Universidad de La Sorbona (LAMS) y principal autora del proyecto, explica que "los conquistadores no entendían que se pudiese venerar un trozo de madera sucio en una sala oscura”. La científica indica que no se puede saber realmente lo qué ocurrió. “Lo que está claro es que este objeto fue preservado e idolatrado durante 800 años, lo que constituye un hecho increíble hoy confirmado”, añade.

¿Es realmente el Ídolo de Pachacámac? Los debates persisten y nuevas hipótesis se dibujan. En 1938, entre los escombros del Templo Pintado, una figura de madera tallada con motivos iconográficos asimilados a la divinidad fue hallada e inmediatamente identificada como este ídolo que se creía desaparecido.

Trazos inéditos de policromía

Rastros de pintura en el ídolo de Pachacamac (excepto el blanco, que se indica en gris, los otros, rojo y amarillo, están representados por sus propios colores).

La nueva investigación ha descubierto que este ídolo presenta características novedosas e inesperadas. Lo que fue inicialmente interpretado como sangre ha resultado corresponder a restos de pintura que siguen ahí. “Es increíble. Podemos decir que es el único caso de policromía sobre madera en un objeto sagrado de tal relevancia y de los descubiertos hasta ahora”, prosigue Sepúlveda. “Esta práctica polícroma fue más común en otros soportes como murales, metales o tejidos. Es escasamente conocido en iconos como estos”, asevera.

La datación por radiocarbono también es un avance para el estudio del patrimonio peruano y ha permitido confirmar las hipótesis sobre su antigüedad. Para ello, y a fin de realizar también su taxonomía, los arqueólogos han extraído una muestra de madera de un agujero de la parte inferior de la estatua. Por otro lado, las técnicas de análisis utilizadas por los investigadores del CNRS (el Centro Nacional para la Investigación Científica francés), de la Universidad de la Sorbona y otras instituciones francesas constituye un aporte metodológico novedoso al no ser invasiva y destructora. Con un microscopio y varias técnicas de fluorescencia de rayos X identificaron, además del rojo, los pigmentos empleados en los dientes blancos de un personaje y los trazos amarillos de unos tocados.

La historia de un mineral exclusivo

El blanco y el amarillo, unos colores también utilizados sobre los muros del Templo Pintado de Pachacámac, se producían con los pigmentos de minerales disponibles alrededor del lugar. Los pigmentos rojos vienen en parte del cinabrio, un mineral brillante que contiene un 85 % de mercurio y 15 % de azufre y se asocia al poder político y económico de quienes lo emplearon. “Nos sorprendió mucho encontrar este elemento ya que es un pigmento muy preciado y muy poco accesible, cuyo uso estuvo limitado a ciertos grupos de individuos”, comenta la experta. El cinabrio es poco común en la geología de los Andes y se encuentra a unos 380 kilómetros de Lima en la mina de Huancavelica.

Análisis in situ del ídolo de Pachacamac.

Antes de ello, el cinabrio se había encontrado en otros contextos arqueológicos en Pachacámac y sitios en Los Andes desde el año 1500 antes de Cristo, aproximadamente. Se empleó para decorar la madera, el metal y otras pinturas murales. Más tarde, durante la época de los incas se utilizó en ciertas ocasiones como pintura corporal por miembros de la élite y guerreros que querían parecer más terroríficos. En Pachacámac, este mineral ya se había observado en el interior de los textiles y sobre máscaras funerarias.
Peter Eeckhout (izquierda), profesor de arqueología precolombina en la Universidad Libre de Bruselas, asegura que los intercambios existen desde hace mucho tiempo entre las clases sociales más altas de diferentes localidades. "Es muy interesante que hayan utilizado cinabrio pero tampoco me extraña. Por ejemplo, nosotros ya hemos encontrado en Pachacámac plumas de pájaros provenientes de la Amazonia, es decir, de más de 1.000 kilómetros de distancia", relata.
Para Eeckhout, cualquier descubrimiento sobre las prácticas artísticas de esta época son esenciales para entender el pasado, porque hay pocos vestigios entre las manos de los arqueólogos. "El ídolo de Pachacámac es claramente excepcional y sus colores resplandecientes dan nueva información sobre el arte antiguo", concluye.

Fuentes: elpais.com | phys.org | 15 de enero de 2020

En el extremo norte de Rusia, en Byzovaya, un grupo solitario de neandertales pudo haber sido el último de su especie

En el norte de Siberia, un grupo de neandertales pudo haber resistido miles de años después de que el resto de su linaje se hubiera extinguido. Pero la evidencia es turbia. (Crédito: YURY TARANIK / Shutterstock)

Durante unos 200.000 años, los Homo sapiens y los neandertales coexistieron en la Tierra. Pero, posteriormente, hace unos 40.000 años, los neandertales desaparecen del registro fósil para nunca volver a ser vistos de nuevo.
Es ese entonces cuando la mayoría de los arqueólogos consideran que nuestros primos evolutivos se extinguieron, teniendo en cuenta las exhaustivas revisiones de fechas realizadas mediante radiocarbono asociadas con fósiles y artefactos neandertales. No hay ninguna evidencia probada de esta especie que persista más allá de ese tiempo.
Pero, ¿qué pasaría si algunas comunidades neandertales duraron más tiempo en zonas remotas de Eurasia?

Un equipo de investigadores dice que ha encontrado un caso así: el sitio de Byzovaya, en los Montes Urales de Rusia. Según su estudio de 2011 , los neandertales sobrevivieron allí hasta hace unos 31.000 años, 9.000 años después de la presunta fecha de su extinción. Estos pocos neandertales resistentes no solo constituirían los más duraderos, sino que también serían los situados más al norte, casi 700 millas más allá del límite norte conocido de esta especie. Este aislamiento podría haber protegido al grupo de la extinción, al menos por unos cuantos milenios más, y retrasado su descubrimiento por los arqueólogos modernos.

Ahora bien, otros investigadores rechazan esta noción y sostienen que los humanos modernos, no los neandertales, fueron los que habitaron el lugar, y hoy, casi una década después de que se desarrollara el debate en Science, el asunto sigue sin resolverse.

Repasemos el caso de la última posición de los neandertales en el extremo norte.

Localización de Byzovaya (Science)

Probar la persistencia de los neandertales

Cerca de unas 1.000 millas desde Moscú, Byzovaya se asienta en un escarpado río en las estribaciones de los Montes Urales, los cuales forman la frontera entre Europa y Asia. A 65 grados de latitud, este enclave está a unas 100 millas del Círculo Polar Ártico.

A partir de la década de 1960, Byzovaya ha sido excavado varias veces por diferentes grupos de investigación. Con los años, los arqueólogos han desenterrado más de 300 artefactos de piedra y 4.000 huesos de animales, en su mayoría de mamuts lanudos. Las herramientas hechas a mano y los huesos de los animales descuartizados demuestran que algún tipo de humanos (grupo que incluye a los neandertales) estuvieron una vez allí, pero no se puede responder al misterio de quiénes fueron estas personas.

La última investigación, realizada por un equipo franco-ruso, produjo 33 dataciones mediante radiocarbono a partir de los huesos de animales encontrados junto con los artefactos. Los nuevos datos sugieren que los hallazgos tienen entre 31.400 y 34.600 años de antigüedad. Por sí solos, estos resultados son muy interesantes, pero también están de acuerdo con las expectativas, pues otros sitios arqueológicos de entre 43.000 y 30.000 años salpican los Urales. Y algunos yacimientos de esta antigüedad, o incluso un poco mayor, se han encontrado aún más al norte, dentro del Círculo Polar Ártico. La mayoría de los investigadores suponen que los Homo sapiens ocuparon solos estos lugares, es decir, solo nuestra especie tenía la inteligencia y la tecnología (herramientas, ropa, calzado, etc.) necesarias para sobrevivir en latitudes tan altas.

Pero el estudio de Byzovaya causó revuelo debido a su otra conclusión más provocativa. Los artefactos fueron hechos por neandertales, los últimos y más septentrionales de su tipo.

Utillaje musteriense y núcleo discoide hallados en Byzovaya, norte de Rusia.

Herramientas reveladoras

El problema con dicha afirmación es que no se han encontrado fósiles de neandertales -o de ningún otro humano- en Byzovaya. Solo herramientas de piedra y huesos de animales. Para probar definitivamente una presencia neandertal en el lugar los investigadores necesitarían encontrar huesos con ADN de los mismos.

Al carecer de ello, la conclusión proviene del análisis de los 313 artefactos de piedra recuperados en Byzovaya. Según las comparaciones realizadas con otros yacimientos neandertales bien aceptados en Europa central y oriental, los científicos sostienen que los tipos de herramientas y el estilo de su artesanía son claramente neandertales. Sus posible contemporáneos, los Homo sapiens, no hicieron cosas así en Eurasia, argumentan.

El razonamiento puede sonar endeble, pero los arqueólogos usan habitualmente el estilo de los artefactos para inferir la presencia de especies o culturas humanas antiguas. Los fósiles humanos son realmente raros. La mayoría de los yacimientos solo tienen artefactos, y, para bien o para mal, los artefactos a menudo proporcionan nuestra mejor suposición de quién estuvo en determinados enclaves libres de fósiles. (Confíe en mí, escribí una tesis sobre este asunto).

Lo que nos lleva de vuelta a la situación estancada sobre Byzovaya, dado que diferentes investigadores, viendo el mismo material, llegaron a conclusiones diferentes. Un grupo de expertos en herramientas de piedra cree que los hallazgos se parecen más a artefactos de yacimientos de antigüedad similar en el oeste de Rusia, los cuales tienen, además, restos óseos de Homo sapiens. Desde este punto de vista, Byzovaya sería solo otro lugar donde se ubicaron los humanos modernos.

Foto de la excavación en Byzovaya, en la que se muestra la superficie del primer estrato con algunos huesos de mamut grandes que fueron cubiertos por arena eólica.

Actualización del ADN

Como se ha dicho, hasta la fecha, todavía no hay fósiles humanos con ADN en Byzovaya. Pero genomas antiguos se han recuperado de otros sitios que figuran en el debate. En la actualidad hay datos de ADN que confirman, sin lugar a dudas, restos óseos de Homo sapiens en dos yacimientos de Rusia occidental (Kostenki y Sungir) y en los que hay artefactos similares a los de Byzovaya. Tal circunstancia fortalece la suposición de que los Homo sapiens ocuparon Byzovaya.
Sin embargo, estos yacimientos no están nada cercanos: desde Byzovaya, hay más de 700 y 1.000 millas a Sungir y Kostenki, respectivamente. Son solo los sitios más cercanos a Byzovaya tanto en tiempo como en espacio, con fósiles y artefactos de aspecto similar.

Y los sitios más cercanos con neandertales confirmados por ADN están aproximadamente al doble de esta distancia, muy al sur (Okladnikov, Denisova y Mezmaiskaya).

Todavía no sabemos, pues, qué humanos dejaron artefactos y restos de animales descuartizados en Byzovaya. Es posible que hayan sido los últimos neandertales de la Tierra, o los humanos modernos, los que se aventuraron en esta zona polar. Y, alternativamente, semejante grupo de personas podría haber estado compuesto de una mezcla de neandertales y Homo sapiens , o incluso por otro tipo de humanos: los denisovanos.

En resolución, dada la inmensidad de la masa continental de Eurasia, es muy posible que algunos grupos de neandertales pudieron persistir en focos remotos, sin olvidar el hecho que su especie estaba destinada a la extinción.

Fuente: discovermagazine.com | Por Bridget Annelia Alex | 14 de enero de 2020