El cambio climático que hundió parte del norte de Europa en el periodo Mesolítico

Recreación de un asentamiento mesolítico que sufre el crecimiento de las aguas del mar. Laura Spinney

Cuando empezaron a encontrarse vestigios de un mundo perdido en el fondo del mar del Norte, nadie podía creerlo. Aparecieron por primera vez hace un siglo y medio, cuando la pesca de arrastre se extendió por toda la costa neerlandesa. Los pescadores barrían el lecho marino con sus redes y las subían llenas de lenguados, platijas y otros peces que viven en el fondo del mar. Pero a veces caía también sobre la cubierta algún colmillo enorme, o los restos de un uro, de un rinoceronte lanudo o de alguna otra bestia extinguida. Estas pistas de que las cosas no siempre habían sido como eran ahora inquietaban a los pescadores, quienes devolvían al mar todo aquello para lo que no tenían explicación.

Generaciones después, Dick Mol, un hábil aficionado a la paleontología, convenció a los pescadores para que le facilitasen esos huesos y tomasen nota de las coordenadas exactas del lugar donde los habían encontrado. En 1985 un capitán le entregó una mandíbula humana completa, perfectamente conservada, con los molares desgastados. Mol y su amigo Jan Glimmerveen, otro paleontólogo aficionado, hicieron datar el hueso mediante radiocarbono. Resultó que tenía 9.500 años de antigüedad, lo cual quiere decir que el individuo a quien perteneció aquella mandíbula vivió durante el Mesolítico, período que en el norte de Europa comenzó al final de la última glaciación, hace unos 12.000 años, y se prolongó hasta la llegada de la agricultura, unos 6.000 años más tarde. "Creemos que proviene de un enterramiento que ha permanecido intacto desde que aquel mundo desapareció bajo las olas, hace unos 8.000 años", dice Glimmerveen.

La historia de esta tierra desaparecida empieza con la retirada de los hielos. Hace unos 18.000 años, el nivel del mar en el norte de Europa era unos 122 metros más bajo que el actual. Gran Bretaña no era una isla, sino la deshabitada esquina noroccidental de Europa, y entre ella y el resto del continente se extendía una tundra helada. A medida que el planeta se calentaba y el hielo retrocedía, los ciervos, uros y jabalíes empezaron a dirigirse hacia el norte y hacia el oeste, seguidos de los hombres que los cazaban. Procedentes de las regiones montañosas de lo que hoy es la Europa continental, los cazadores se encontraron ante una vasta llanura de escasa altitud.

Jan Glimmerveen exhibe en su casa de La Haya algunos de los huesos fósiles y herramientas que a lo largo de los años le han hecho llegar los pescadores de arrastre del mar del Norte provenientes del desaparecido mundo de Doggerland. Foto: Robert Clarck (www.robertclarkphoto.com).

UN LUGAR LLAMADO DOGGERLAND

Los arqueólogos denominan ese terreno desa­parecido Doggerland, por el banco de arena del mar del Norte conocido como Dogger. Antes considerado como un puente de tierra entre la actual Europa continental y Gran Bretaña, un lugar de paso en su mayor parte deshabitado, hoy se cree que Doggerland estuvo poblado du­­rante miles de años por gentes del Mesolítico, hasta que fueron expulsadas por la crecida im­­placable del mar. A ese período le sucedió otro de convulsiones climáticas y sociales hasta que, a fines del Mesolítico, Europa ya había perdido una parte importante de su masa continental y su aspecto era más o menos el que tiene hoy.

Muchos expertos ven en Doggerland la clave para entender el Mesolítico en el norte de Europa, así como un referente que debemos tener en cuenta en una época de cambio climáti­co como la actual. Gracias a un equipo de arqueólogos de la Universidad de Birmingham dirigido por Vince Gaffney (izquierda), tenemos una idea del aspecto que debió de tener ese territorio. Basándose en datos sísmicos del subsuelo del mar del Norte, ellos han reconstruido digitalmente 46.620 kilómetros cuadrados del paisaje sumergido.

En el Centro de Tecnología Visual y Espacial IBM de la universidad, Gaffney proyecta imágenes de esta tierra ignota sobre inmensas pantallas en color. En una esquina del mapa, el Rin y el Támesis se unían y fluían hacia el sur hasta lo que actualmente es el canal de la Mancha. Habría otros sistemas fluviales para los cuales no tenemos nombre. En el clima de aquella época –quizás un par de grados más cálido que el de hoy– los contornos de la pantalla se traducirían en suaves colinas onduladas, valles arbolados, exuberantes pantanos y lagunas. "Era un paraíso para los cazadores-recolectores", dice.

Este mapa recrea las tierras emergidas del océano hace miles de años en el norte de Europa. La línea roja señala el límte de la costa en la actualidad. Foto: Olav Odé / Museo Nacional de Antigüedades.

PESCADORES DE TESOROS

La publicación en 2007 de la primera parte del mapa permitió a los arqueólogos "ver" por prime­ra vez el mundo mesolítico, e identificar la probable ubicación de algunos asentamientos con vistas a una posible excavación. El elevado coste de la arqueología submarina y la escasa visibilidad del mar del Norte han mantenido esos yacimientos fuera de nuestro alcance. Pero los arqueólogos también disponen de otros medios para desvelar quiénes fueron los habitantes de Doggerland y cómo respondieron al inexorable avance del mar sobre sus tierras.

En primer lugar están los tesoros atrapados en las redes de los pescadores. Además de la mandíbula humana, Glimmerveen ha acumulado más de 100 piezas: huesos de animales con marcas de despiece y herramientas de hueso y de asta, entre ellas un hacha con un motivo en zigzag. Al conocer las coordenadas de estos descubrimientos, y, dado que los objetos no suelen desplazarse demasiado sobre el lecho marino, puede determinar que muchos provienen de la zona meridional del mar del Norte que los neerlandeses llaman De Stekels (las espinas), caracterizada por sus abruptas crestas del fondo marino. "El yacimiento o yacimientos debían de estar cerca de un sistema fluvial –dice–. Quizá vivían en dunas fluviales."

Otra línea de investigación sobre Doggerland son las excavaciones en aguas someras o en zonas intermareales cercanas de una antigüedad similar. En las décadas de 1970 y 1980, en un ya­­cimiento llamado Tybrind Vig, a pocos cientos de metros de la costa de una isla danesa del mar Báltico, se hallaron indicios de una cultura pesquera del Mesolítico tardío sorprendentemente avanzada. Entre los objetos figuran remos decorados con elegancia y varias canoas largas y estrechas, una de ellas de más de nueve metros.

Cráneo de mamut lanudo descubierto por pescadores en el Mar del Norte, en el Museo Celta y Prehistórico de Irlanda. (crédito: Wikimedia Commons).

BOSQUES HUNDIDOS

Más recientemente, Harald Lübke, del Centro de Arqueología Báltica y Escandinava en Schleswig, Alemania, y sus colegas han excavado una serie de yacimientos submarinos en la bahía de Wismar, en la costa alemana del Báltico, de entre 8.800 y 5.500 años de antigüedad. Los yacimientos documentan de manera ostensible un cambio en la dieta de sus habitantes, que pasaron de comer pescado de agua dulce a consumir especies marinas a medida que la subida del nivel del mar transformaba sus tierras; con el paso de los siglos, los lagos interiores rodeados de bosques se transformaron en marismas cubiertas de juncos, más tarde, en fiordos y finalmente, en la bahía abierta que hay en la actualidad.

Una transformación similar tuvo lugar en Goldcliff, en el estuario galés del Severn, donde el arqueólogo Martin Bell, de la Universidad de Reading, y su equipo llevan excavando 21 años. Durante el Mesolítico el Severn estaba encajado en un valle estrecho, pero a medida que el mar fue subiendo, se desbordó sobre los lados del valle y se extendió, creando el actual estuario.

Un día de agosto, durante una marea excepcionalmente baja en Goldcliff, seguí a Bell y sus colaboradores por la fangosa llanura mareal hasta dejar atrás enormes troncos negros de robles prehistóricos que el lodo ha preservado. Teníamos menos de dos horas antes de que la marea volviese a subir. Llegamos a una pequeña elevación que 8.000 años atrás era el litoral de una isla. Un miembro del equipo echó agua a presión, y de pronto surgió el relieve de 39 huellas dejadas por tres o cuatro individuos en ambas direcciones a lo largo de la orilla. "Debían de salir de su campamento para examinar las trampas para peces en un canal cercano", dice Bell.

Arqueólogos en el estuario galés de Severn trabajando en la recuperación de huellas humanas fósiles.

En el estuario del Severn, en Goldcliff, Gales, la bajamar revela la huella de un cazador de hace 7.500 años, cuando el nivel del mar registraba una subida gradual. Foto: Robert Clarck (www.robertclarkphoto.com).

CAMBIOS EXCEPCIONALES

El arqueólogo opina que en algún momento hubo numerosos campamentos en el estuario, y que cada uno de ellos estuvo poblado por un grupo familiar de unos diez individuos. Segura­mente no estaban habitados de forma permanen­te. El más antiguo habría quedado sumergido durante las mareas más altas, por lo que está claro que sus ocupantes eran estacionales, y cada vez que regresaban construían el campamento un poco más arriba en la ladera. Lo asombroso es que siguieran volviendo durante siglos, quizá milenios, y que cada vez encontrasen el camino a través de un paisaje siempre cambiante. Esta población fue testigo de la desaparición del bosque de robles, tras quedar anegado por el mar. "En algún momento los árboles colosales asomarían, muertos, a través de la marisma. Debió de ser un paisaje extraño", imagina Bell.

El verano y el otoño habrían sido épocas de bonanza en toda la costa, con buena caza gracias a los animales salvajes que llegaban atraídos por los extensos pastizales de las marismas, el mar lleno de peces, y avellanas y bayas en abundancia. Durante las otras estaciones los grupos se trasladaban a tierras más altas, probablemente siguiendo los valles de los afluentes del Severn. Puesto que se trataría de culturas de transmisión oral, los individuos de mayor edad serían los guardianes del conocimiento medioambiental, capaces de interpretar, por ejemplo, el patrón de las migraciones de las aves y poder así informar a su grupo sobre el momento adecuado para abandonar la costa y migrar a las tierras altas, decisiones de las que dependía su supervivencia.

El hallazgo de grandes concentraciones de objetos sugiere que los pueblos del Mesolítico, al igual que los posteriores cazadores-recolectores de América del Norte, se reunían en grandes grupos para celebraciones anuales de tipo social, posiblemente a principios del otoño, cuando llegaban las focas y los salmones. En el oeste de Gran Bretaña, estos encuentros tenían lugar en las cimas de las colinas, con vistas a los cazaderos de focas. Habría sido el momento ideal para que los jóvenes encontrasen pareja y para el intercambio de información sobre otros sistemas fluviales más allá del territorio de cada grupo, una información cada vez más crucial conforme el mar iba alterando el paisaje.

Restos de un roble prehistórico en el estuario del Severn (Gales) durante la marea baja. Testimonio del avance del mar en lo que en tiempos fue tierra firme. Foto: Robert Clarck (www.robertclarkphoto.com)

HUÍDA PRECIPITADA

La subida más drástica del nivel del mar se produjo a un ritmo de uno o dos metros por siglo, pero dada la variada topografía del terreno, las inundaciones no debieron de ser uniformes. En los territorios bajos, como Doggerland, el avance del mar convirtió los lagos en estuarios. La reconstrucción digital de Gaffney muestra que uno en particular, el Outer Silver Pit, contiene inmensos bancos de arena que solo se podrían haber creado por fuertes corrientes mareales. En algún momento esas corrientes habrían dificultado enormemente el paso en canoa, y a la larga habrían creado una barrera permanente a lo que antes habían sido territorios de caza.

¿Cómo se adaptaron los cazadores del Mesolítico, cuya existencia estaba determinada por el ritmo de las estaciones, a la progresiva desaparición de su mundo? Jim Leary (izquierda), arqueólogo de English Heritage, ha buscado en la litera­tura etnográfica paralelismos con los inuit y otros cazadores-recolectores actuales que se enfrentan al cambio climático.

Para quienes aprendieron a explotar ese mar en ascenso, convirtiéndose en expertos fabricantes de canoas y pescadores, la nueva situación debió de ser una bendición, pero solo por un tiempo. Al final la pérdida de territorio llegaría a contrarrestar esos beneficios.

Los ancianos del Mesolítico, los «depositarios del conocimiento» como los llama Leary, ya no habrían sido capaces de interpretar por más tiempo las sutiles variaciones estacionales del paisaje para aconsejar al grupo. Aislados de sus territorios de caza y pesca ancestrales, y de sus cementerios, las poblaciones humanas debieron de sentirse profundamente desarraigadas, dice Leary, «como los inuit, aislados de sus tierras por la fusión de los témpanos de hielo».

«Debieron de producirse enormes flujos mi­­gratorios –añade Clive Waddington (derecha) de Archaeological Research Services Ltd., una consultora de Derbyshire–. Es probable que los pueblos que vivían en lo que hoy es el mar del Norte tuvieran que marcharse con gran rapidez». Algunos se dirigieron a Gran Bretaña. En Howick, Northumberland, en los acantilados que recorren la costa nordeste de Gran Bretaña, y que por tanto debieron de ser las primeras colinas que vieron, el equipo de Waddington ha encontrado los restos de una vivienda que había sido reconstruida tres veces en un período de 150 años. La cabaña data de hacia 7900 a.C., una de las evidencias más antiguas de asentamiento en Gran Bretaña. Waddington interpreta su repetida ocupación como señal de un creciente sentimiento de territorialidad: sus residentes tuvieron que defenderse de las oleadas de desplazados de Doggerland.

Asesinadas y luego enterradas juntas en una tumba adornada con cornamentas, estas dos mujeres de un cementerio mesolítico de la isla Téviec, en Bretaña, Francia, son el testimonio de una era violenta. La pérdida de territorio debido a la subida del nivel del mar pudo provocar conflictos entre poblaciones vecinas. Foto: Robert Clarck (www.robertclarckphoto.com).

SÍNTOMAS QUE RESULTAN FAMILIARES

«Sabemos lo importantes que fueron las zonas de pesca para la subsistencia de aquellos pueblos –dice Anders Fischer (izquierda) arqueólogo de la Agencia Danesa para la Cultura, en Copenhague–. Si cada generación veía desaparecer sus mejores calade­ros, sin duda debían de verse obligadas a encontrar unos nuevos, y eso los llevaría repetidamente a entrar en competición con grupos vecinos. En sociedades con una organización social de escasa complejidad, eso seguramente derivaba en conflictos y violencia.»

Migración, territorialidad, conflicto: modos diversos y difíciles de adaptarse a las nuevas circunstancias, pero adaptaciones al fin y al cabo. Hubo un tiempo, sin embargo, en que el mar agotó por completo la capacidad de supervivencia de los habitantes de Doggerland. Hace unos 8.200 años, tras milenios de una ininterrumpida crecida del mar, una inmensa descarga de agua de deshielo procedente de un gigantesco lago glaciar norteamericano, el Agassiz, causó una subida del nivel del mar de más de 0,6 metros.

Esta entrada de agua helada ralentizó la circulación de agua caliente en el Atlántico Norte, lo que provocó una bajada brusca de la temperatura e hizo que las costas de Doggerland –si es que aún quedaba algún trozo de tierra emergida– fueran azotadas por vientos gélidos. Por si el panorama no fuese bastante dramático, casi al mismo tiempo un deslizamiento submarino cerca de la costa de Noruega conocido como el deslizamiento de Storegga provocó un tsunami que inundó todo el litoral del norte de Europa.

¿Fue el tsunami de Storegga el golpe de gracia, o ya había desaparecido Doggerland bajo el mar? Los científicos no están seguros, pero lo que sí saben es que a partir de ese momento el ritmo de la subida del nivel del mar se ralentizó. Después, hace unos 6.000 años, un nuevo pueblo procedente del sur arribó a las costas de las islas Britá­nicas, por entonces cubiertas de bosques densos. Llegaron en barcos, con ovejas, ganado y cereales. Hoy, los descendientes de aquellos primeros agricultores neolíticos, aunque equipados con una tecnología mucho más sofisticada que la de sus congéneres mesolíticos, se enfrentaron una vez más a un futuro con un mar en ascenso.

Fuente: nationalgeographic.com | 23 de marzo de 2023

Arqueólogos demuestran la celebración del solsticio de invierno en la Menorca talayótica

Hierofanía en So na Caçana. La luz del sol entra por la ventana del recinto durante el día del solsticio de invierno, el 21 de diciembre de 2020 a las 14:13 h (GMT+1). Imagen de Nurarq Menorca.

Esta semana se ha publicado un artículo científico que describe un evento arqueoastronómico, no detectado hasta ahora, en un edificio talayótico de Menorca. El hecho se ha documentado en el recinto de taula oeste del poblado de So na Caçana (Alaior, Menorca). Durante el solsticio de invierno, los rayos del sol entran en el edificio a través de una pequeña ventana, iluminando un lugar especial en el interior del recinto. Los autores del artículo proponen que este hecho representaría, para los menorquines de época talayótica, una hierofanía. Es decir, que el sol constituiría una de las divinidades principales del panteón talayótico y que la penetración de sus rayos dentro del recinto de taula representaría una manifestación de esta entidad divina.

Los recintos de taula son espacios religiosos exclusivos de Menorca, que estuvieron en uso durante el período talayótico final, entre el 600/500 a. C. y el siglo I a. Aunque el elemento más conocido de estos edificios es la taula propiamente dicha, un gran elemento en forma de T formado por dos grandes losas, se trata de estructuras complejas, que siguen siempre un mismo esquema constructivo. Presentan una planta en forma de herradura, con una fachada ligeramente cóncava, en cuyo centro se sitúa la puerta de acceso. En una posición más o menos central encarada con la puerta encontramos la taula. En el espacio que queda delante de la taula, a mano derecha, aparecen normalmente los restos de un hogar. A la izquierda, algo más atrás de la taula y empotrada en la pared del recinto, hay por lo general una pilastra construida con una gran losa. Es delante de esta pilastra donde han encontrado, en algunos recintos de taula, representaciones de divinidades. Es el caso de Torre d’en Galmés, donde se encontró una figurita que representa al dios egipcio Imhotep, o Torralba d’en Salort, donde se recuperaron una figurita de un toro, tres pies de un caballo y dos quemadores de sustancias aromáticas que representan a la diosa púnica Tanit.

Planimetría de dos recintos de taula. 1: Torralba d’en Salort (reelaborada a partir de Fernández-Miranda 2009). 2: Torre d’en Galmés (reelaborada a partir de Plantalamor 1991). En ambas planimetrías: e) Taula. f) Ubi-cación de las evidencias de combustión. g) Entrada al edificio. h) Ubicación de las representaciones figurativas. i) Pilastra iconostática.

Planimetría (reelaborada a partir de Plantalamor 1991) del Monumento 5 de So na Caçana. a) Nichos. b) Abertura en la fachada del edificio. c) Pilastra inter-na más próxima a la fachada del lado oeste del edificio. d-d') Recorrido del haz de luz solar por el suelo interior del edificio, entre las 13:58 h (GMT +1) (d) y las 14:55 h (GMT+1) (d') del día del solsticio de invierno. e) Taula. f) Ubicación de las evidencias de combustión. g) Entrada al edificio. i) Pilastra iconostática. j) Posición de la cámara fotográfica con la que se registró el fenómeno.

Cuando se excavó el recinto de taula oeste de Son Na Caçana, en los años ochenta del siglo XX, se constató que no se había conservado ninguna representación de divinidades en el interior del recinto. Sin embargo, se puede apreciar una pilastra plana, a la izquierda de la taula. Para el equipo de arqueólogos, sus características y ubicación permiten asimilarla en el lugar donde se colocaron las divinidades en los recintos de Torre d’en Galmés y Torralba d’en Salort. Es lógico pensar, por tanto, que si en el recinto hubo en algún momento figuras de dioses, se colocaran en este lugar.

Por otra parte, algunos autores habían descrito hacía tiempo la existencia de una pequeña ventana en la fachada del recinto de taula oeste de Son Na Caçana, aunque no se había propuesto ninguna hipótesis concreta sobre su función. Esta apertura tiene unos 20 cm de alto y 15 cm de ancho, y está ubicada a unos 2 m de altura. Se encuentra en el lado izquierdo de la fachada, mirando hacia la pilastra donde se sabe que se colocaban las representaciones de las divinidades en algunos recintos de taula.

Fachada del recinto de taula oeste de So na Caçana. a) Abertura en la fachada. b) Posible figura esquemática de la diosa Tanit (resaltada en gris oscuro en la imagen).

Vista interior de la abertura en la fachada del edificio.

“Durante el 2020, en una visita al sitio, vimos que la orientación y la inclinación de esta apertura podía estar relacionada con la posición del sol durante el solsticio de invierno”, comenta Irene Riudavets (izquierda), investigadora principal del artículo. Así, se hizo una primera prueba con la aplicación para dispositivos móviles Photopills, que se utiliza para planificar fotografías de eventos astronómicos, con resultados positivos: se comprobó que hacia el mediodía del solsticio de invierno, los rayos del sol penetraban dentro de el edificio e iluminaban la zona delantera de la pilastra donde se ubicaban las representaciones de las divinidades.

Sin embargo, fue necesario comprobar que este hecho también ocurría más de dos mil años atrás, ya que los cambios en la inclinación del eje de rotación de la tierra, a lo largo de milenios, podrían haber marcado una diferencia entre la actualidad y la época talayótica.

Para realizar esta comprobación se hizo un levantamiento en 3D del edificio a través de la técnica de la fotogrametría. A continuación, utilizando este modelo digital del recinto, se realizaron simulaciones mediante el programa informático Stellarium 0.21.2, que permite calcular la ubicación de los astros en cualquier momento concreto, a lo largo de los últimos milenios.

Ortoimagen cenital del recinto de taula de So na Caçana oeste con los ángulos máximos de abertura desde el centroide de la ventana. A la derecha, imagen ampliada con la distancia desde el centroide.Figura 8. Ortoimagen sagital con los cálculos de distancia y ángulo hasta el suelo y muros internos del recinto desde el centroide.

Ortoimagen sagital con los cálculos de distancia y ángulo hasta el suelo y muros internos del recinto desde el centroide.

A través de estas aproximaciones se pudo comprobar que el fenómeno también se producía en época talayótica. Durante las semanas anteriores al solsticio de invierno, el sol empezaba a entrar por la apertura durante las horas centrales del día. A medida que se acercaba la fecha del solsticio, los rayos de luz penetraban más profundamente dentro del edificio. Así, durante los días más cortos del año, los rayos solares llegaban a iluminar la zona situada frente a la pilastra donde se colocaban las representaciones de las divinidades.

En la actualidad, el fenómeno es perfectamente observable, afirma Irene Riudavets, “lo constatamos durante el solsticio de invierno de 2020, durante el cual se tapó con plástico opaco esta parte del edificio, recreando el techo que habría tenido originalmente el recinto, para generar la oscuridad necesaria. El rayo de luz se hizo visible de forma muy clara, tal y como se puede observar en las grabaciones realizadas en time-lapse”.

Vista frontal actual de la taula del recinto oeste de So na Caçana.

En el trabajo publicado se plantea que la capacidad de situar en el tiempo el solsticio de invierno debía ser especialmente importante para las comunidades talayóticas menorquinas, ya que una de las bases de su subsistencia era, junto con la ganadería, la agricultura de los cereales. En época histórica, el solsticio de invierno ha marcado en la isla el final del período de siembra del trigo, y posiblemente en época talayótica el ciclo agrícola era similar.

“Estudios como este demuestran que, desde la antigüedad, el ser humano ha alzado la vista al cielo, admirando su belleza, su inmensidad y su utilidad”, dice el astrofísico Sebastià Barceló Forteza (izquierda), coautor del estudio. Este investigador es también el responsable del equipo “Es nostro cel” que se encuentra a las puertas de bautizar un sistema estelar con nombres de la cultura balear. “En todo el mundo, en el cielo se han plasmado historias, mitos y leyendas. También en las islas Baleares, tal y como podemos ver en su herencia cultural y arqueológica.”

Este trabajo ha sido publicado en Spal. Revista de Historia y Arqueología, de la Universidad de Sevilla por Irene Riudavets González (Doctoranda en la Universitat de Barcelona/ NURARQ SC/Institut Menorquí d’Estudis), Antoni Ferrer Rotger (Institut Menorquí d’Estudis), Sebastià Barceló Forteza (Dpto. de Física Teórica y Cosmología, Universidad de Granada), Gerard Remolins Zamora (Università di Bari/ReGiraRocs SLU), Antoni Cladera Barceló (PhotoPills SL) i Cristina Bravo Asensio (Institut Menorquí d’Estudis/NURARQ SC).

Fuentes: menorcaaldia.com | revistascientificas.us.es | 28 de marzo de 2023

Hallan grabados, conchas de adorno y herramientas líticas, de la misma época que los de la cueva de Lascaux en Bellegarde (Francia)

Un grupo de arqueólogos anunció ayer jueves el descubrimiento de pequeñas placas de piedra caliza en las que fueron grabados perfiles de caballos y una vulva, de más de 16.000 años de antigüedad, en un yacimiento del sureste de Francia.

Los especialistas del Instituto Nacional de Investigaciones Arqueológicas Preventivas (Inrap, por sus siglas en francés) trabajan desde 2015 en ese sitio antes de su transformación en un vertedero de la región de Nîmes, en Bellegarde.

Los objetos encontrados abarcan desde los 20.000 hasta los 16.000 años antes de nuestra era, un periodo similar al del arte rupestre de la famosa cueva de Lascaux, en el suroeste de Francia. Pero según los expertos, en ese lugar hubo presencia humana hasta el siglo XVI.

A los pies de las Costières de Nîmes, a las puertas de la Camarga, el sitio de Bellegarde (Gard). © Rémi Benali, Inrap.

El yacimiento de Bellegarde, ligeramente elevado, fue probablemente elegido como punto de parada por las poblaciones nómadas, puesto que contaba con un manantial y ofrecía una buena vista de las manadas de caballos salvajes que cruzaban la llanura.

En 2016, tras once meses de excavaciones, los arqueólogos descubrieron 100.000 objetos de sílex tallado (armas y herramientas), huesos de animales y conchas utilizadas como adornos, algunos de los cuales datan de principios del periodo Magdaleniense, hace más de 22.000 años.

Cabeza de caballo con pequeñas orejas "antenas" del Magdaleniense Inferior inicial (20.000 años) comparable a los motivos visibles en las cuevas de Cosquer en Marsella y Lascaux en el Dordoña. Estudio: Oscar Fuentes, Centro Nacional de Prehistoria (CNP). © Denis Gliksman, Inrap.

Pero el momento más emotivo se produjo cuando al limpiar los objetos descubrieron dos pequeños fragmentos de piedra caliza con perfiles de caballos. Uno presenta un perfil de caballo aislado, con muchos detalles anatómicos precisos: fosa nasal, boca, ganache, ojo, crin, orejas.

El otro lleva tres perfiles de caballos yuxtapuestos con ojos, mandíbulas y pelo en la frente. La representación de las orejas de uno de los caballos mediante pequeños segmentos rectilíneos "en antenas" es un rasgo estilístico que se puede encontrar en ciertas cavidades de Ardèche, pero también en la cueva de Cosquer en Marsella y en Lascaux en Dordoña.

Placa grabada con tres perfiles de caballos, de la inicial Magdaleniense Inferior (20.000 años), descubierta en Bellegarde (Gard). Estudio: Oscar Fuentes, Centro Nacional de Prehistoria (CNP). © Denis Gliksmann.

"Estos grabados figuran entre las obras más antiguas conocidas de esta cultura paleolítica, al igual que las pinturas y grabados rupestres de la cueva de Lascaux", afirmó Vincent Mourre, uno de los arqueólogos responsable de las excavaciones.

En otro fragmento más reciente (Magdaleniense Medio, 16.000 años), descubrieron un grabado que puede interpretarse como una vulva enmarcada por la parte superior de las piernas de forma exagerada y desproporcionada, sobre una losa de unos 50 cm. Se conocen representaciones de vulvas aisladas en losas y bloques en algunos sitios más antiguos (Auriñaciense) en Dordoña. En el Magdaleniense, los ejemplos documentados hasta entonces eran en su mayoría obras parietales, ya sea en España o en el suroeste de Francia. La disposición, que incluye un triángulo púbico unido a dos piernas, es excepcional y solo tiene un equivalente conocido en una pared de la cueva de Cazelle, en Dordoña.

En esta placa encontrada durante las excavaciones realizadas en Bellegarde (Gard), hay un motivo de una vulva, enmarcada por la parte superior de las piernas. Esta excepcional representación femenina data del Magdaleniense Medio (16.000 años). Estudio: Oscar Fuentes, Centro Nacional de Prehistoria (CNP). © Denis Gliksman, Inrap

También se observaron finas incisiones -más difíciles de interpretar- en una gran losa de unos cincuenta centímetros. Esta fue descubierta rota en el suelo de un hábitat, entre innumerables objetos de pedernal cortado. Supone una expresión artística extremadamente rara y poco documentada, ya que evoca una forma de arte sobre una losa elevada, dentro del propio espacio doméstico.

Losa grabada, rota en el sitio dentro de una ocupación del Magdaleniense Inferior inicial; algunos fragmentos presentan finas incisiones que siguen siendo difíciles de interpretar. Estudio: Oscar Fuentes, Centro Nacional de Prehistoria (CNP). © Denis Gliksman, Inrap.

Visible para todos, es muy diferente de las pinturas y grabados de las cuevas decoradas, que probablemente no sean de fácil acceso para el común de los mortales en el día a día. Difícil de transportar por su masa y sus imponentes dimensiones, tampoco es un arte portátil.

El Magdaleniense de Bellegarde

El yacimiento de Bellegarde es testigo de una sucesión excepcional de ocupaciones divididas en cinco grandes fases que abarcan aproximadamente 6.000 años y abarcan casi todo el Magdaleniense, desde hace 20.000 hasta 14.000 años. La secuencia se ha beneficiado de 17 dataciones por carbono 14, notablemente coherentes. Estos conjuntos homogéneos, representativos y bien fechados hacen que el sitio de Bellegarde se convierta en una referencia a escala regional y nacional.

Se han descubierto más 100.000 herramientas de silex (núcleos, microcuchillas, raspadores, etc.) que datan del periodo Magdaleniense.

En total, se tamizaron con agua 24.000 litros de sedimento, lo que permitió recolectar una gran proporción de herramientas y armas de pedernal, a veces fabricadas como navajas muy pequeñas. La excavación y la clasificación meticulosa de los sedimentos tamizados ha proporcionado información sobre el paleoambiente del lugar. Los huesos de reno se corresponden con un clima frío. Temperaturas más bajas que las actuales se confirman por la presencia de carbones de pino silvestre y abedul. Varios niveles de ocupación también han arrojado pequeñas conchas perforadas de las costas del mar Mediterráneo. En algunos, la presencia de rastros de uso indica que fueron usados ​​como cuentas, colgados o cosidos a la ropa.

Distintos tipos de conchas utilizadas como elementos de adorno.

Geográficamente, el yacimiento se encuentra cerca de la frontera entre dos regiones consideradas áreas culturales distintas, delimitadas por el curso inferior del Ródano y el Durance. Al oeste y al norte hay un área asociada con la sucesión clásica de culturas prehistóricas: auriñaciense / gravetiense / solutrense / magdaleniense / aziliense. Al sureste, el Epigravetiense sucede al Gravetiense y ve persistir un cierto número de sus especificidades técnicas y culturales hasta el final del Paleolítico reciente. Las industrias, los ornamentos y las obras grabadas de Bellegarde nos ofrecen la oportunidad de cuestionar la relevancia de esta bipartición geográfica ya que los elementos estilísticos permiten comparaciones con las obras de la segunda fase de ocupación de la cueva de Cosquer, en pleno territorio epigravetiense.

Un sitio regularmente ocupado

La operación arqueológica en Bellegarde tiene un total de cinco áreas de excavación en seis hectáreas. Además de las del Paleolítico Superior, se han excavado ocupaciones que datan de la Prehistoria Superior (Neolítico Inicial, Medio y Superior), Protohistoria (Edad del Bronce y del Hierro), Antigüedad, Edad Media y Época Moderna. Casi mil estructuras han sido exhumadas. Algunos definen unidades de vivienda, almacenamiento o artesanía, otros se relacionan con la explotación agraria de la tierra. Finalmente, a partir del V milenio antes de Cristo, los grupos humanos enterraron en ocasiones allí a sus difuntos.


Estas formas de ocupación discontinua, pero repetidas, atestiguan el atractivo del lugar: muy bien situado en las estribaciones de las Costières, cerca de una fuente, se abre a la Camarga y, según la época, a la orilla del Mediterráneo a pocos kilómetros. Allí se disponía de madera y agua, así como de las riquezas del subsuelo (arcillas, areniscas, calizas y cantos rodados), algunas de las cuales permitían crear herramientas o se transformaban in situ en materiales de construcción.

Fuentes: swissinfo.ch | inrap.fr | 30 de marzo de 2023

Descubren un anzuelo de cobre de hace 6.000 años en Ashkelon (Israel), uno de los más antiguos del mundo

El anzuelo de cobre hallado. Crédito: Emil Alajem/Autoridad de Antigüedades de Israel.

Un anzuelo de cobre de 6.000 años de antigüedad -uno de los más antiguos conocidos en el mundo-, posiblemente para pescar tiburones o peces muy grandes, fue descubierto en las excavaciones de la Autoridad de Antigüedades de Israel realizadas antes de la construcción del nuevo barrio de Agamim en Ashkelon en 2018.

El hallazgo, presentado aquí por primera vez, se exhibirá en abril en el 48º Congreso Arqueológico, organizado por la Autoridad de Antigüedades de Israel, la Sociedad de Exploración de Israel y la Asociación Arqueológica Israelí.

Según Yael Abadi-Reiss (izquierda), codirectora de la excavación junto con el Dr. Daniel Varga, ambos de la Autoridad para la Antigüedad de Israel, «este hallazgo único mide 6,5 centímetros de largo y cuatro centímetros de ancho, y sus grandes dimensiones lo hacen adecuado para cazar tiburones de dos o tres metros de longitud o grandes atunes. Otros anzuelos antiguos encontrados anteriormente eran de hueso y mucho más pequeños que éste. El uso del cobre comenzó en el periodo Calcolítico y es fascinante descubrir que esta innovación tecnológica se aplicó en la antigüedad en la fabricación de anzuelos para los pescadores de la costa mediterránea».

En el Calcolítico había grandes aldeas en los alrededores de Ashkelon cuya economía se basaba en labores de la agricultura y ganadería aún comunes hoy en día, como el pastoreo de ovejas, cabras y vacas, el cultivo de trigo, cebada y legumbres y el cuidado de huertos frutales.

El anzuelo de cobre no era para peces pequeños, precisamente. Crédito: Emil Alajem/Autoridad de Antigüedades de Israel.

«Conocemos los hábitos alimentarios de las gentes que vivieron aquí hace 6.000 años por los restos de huesos de animales hallados en antiguos vertederos, por los granos de trigo quemados encontrados en hornos y por las herramientas de caza, cocina y procesamiento de alimentos recuperadas, entre ellas hoces de sílex y una variedad de vasijas de cerámica que servían para almacenar, cocinar y conservar los alimentos mediante fermentación y salazón. El raro anzuelo cuenta la historia de los pescadores del pueblo que salían al mar en sus barcas y lanzaban al agua el anzuelo de cobre recién inventado, con la esperanza de añadir tiburones costeros al menú», dijo Abadi-Reiss.

El sitio de excavación en Ashkelon. Crédito: Yael Abadi-Reiss/Autoridad de Antigüedades de Israel.

La investigación sobre el anzuelo de cobre se lleva a cabo por Yotam Asscher, de la Autoridad de Antigüedades de Israel, y Magda Batiashvilli, y se espera nuevos descubrimientos sobre este fascinante artefacto. Los investigadores de hoy en día disponen de tecnologías avanzadas que abren un mundo de nuevas preguntas que antes no podían responderse.

El anzuelo no fue descubierto en algún muelle antiguo conocido, sino en una zona residencial antigua, lo que ayudó en su datación. “Era tan grande y hermoso que pensamos que podría ser de otro período, pero no lo era”, agrega Abadi-Reiss. En otras palabras, probablemente había más anzuelos de cobre en la Antigüedad, pero se han corroído hasta la nada. El lugar donde descansaba el anzuelo era una parte relativamente seca dentro de una casa (Ashkelon surgió junto a un lago estacional cuyo suelo se inundaba bastante en invierno pero se secaba mucho en verano) lo que creó las condiciones para que el anzuelo perdurara.

El pueblo calcolítico de Ashkelon surgió junto a un lago estacional que se inundaba cada invierno pero se secaba mucho en verano. Crédito: Yael Abadi-Reiss/Autoridad de Antigüedades de Israel.

Los anzuelos más antiguos que se conocen estaban hechos de concha y se remontan a más de 20.000 años; dos fueron encontrados en Japón y uno en Timor Oriental, donde los arqueólogos señalan que los restos hallados en la cueva asociada sugieren que la pesca se remonta a más de 40.000 años. Muchos otros anzuelos de hueso tienden a ser pequeños, pero este de cobre es bastante más grande. De cualquier modo, los aldeanos de Ashkelon del periodo Calcolítico muy presumiblemente usaron también anzuelos de hueso habituales. En Israel, el artefacto de cobre más antiguo que se conoce es un punzón de hace unos 7.000 años encontrado en Beit She'an en Tel Tsaf, en el valle del Jordán.

Punzón de cobre en el momento de su descubrimiento en Beit She'an en Tel Tsaf, en el valle del Jordán.

En Be'er Sheva, al sur de Israel, los arqueólogos encontraron un horno primitivo que creen fue utilizado en la metalurgia emergente hace 6.500 años. En el momento en que se fabricó este anzuelo, la fabricación de cobre se había convertido ya claramente en una actividad especializada.

Fuentes: aurora-israel.co.il | haaretz.com| 29 de marzo de 2023

Consiguen reconstruir el cráneo del hombre de Altamura (Italia), un neandertal de hace unos 150.000 años

Solo el cráneo y parte de un hombro son visibles en el Hombre de Altamura. El resto del cuerpo está cubierto por concreciones de calcita sobre la que se han formado coraloides. Crédito: Museo Archeologico di Altamura: Soprintendenza Archeologia della Puglia.

Los avances tecnológicos en el campo de la paleoantropología virtual han sido claves a la hora de describir, por primera vez, los restos humanos conocidos como el 'Hombre de Altamura', uno de los fósiles neandertales más increíbles y enigmáticos del mundo.

Los resultados de este estudio acaban de ser publicados en la prestigiosa revista Communications Biology del grupo Nature, en un trabajo liderado por el Dr. Antonio Profico, de la Universidad de Pisa, y que ha contado con la participación del Dr. Costantino Buzi, investigador postdoctoral Marie Curie Individual Fellowship en el IPHES-CERCAA.

La morfología del cráneo de Altamura encaja perfectamente dentro de la variabilidad neandertal, aunque conserva características que se producen en muestras europeas arcaicas. Algunas de estas características nunca se habían documentado antes, lo que permite a los investigadores plantear que los rasgos arcaicos que conserva este fósil podrían estar originados por el aislamiento geográfico de las primeras poblaciones de neandertales del sur de Italia.

Se utilizaron sondas fotográficas (a) para adquirir fotogramétricamente los componentes basales y posteriores (BP) del cráneo (b), expuestos en la Cámara Trasera. Sus partes frontal y facial (FF) fueron adquiridas por escáner láser del ábside (c), donde también la mandíbula y varios huesos largos son visibles directamente en el suelo de la cueva (c , d).

Una historia increíble para unos restos humanos excepcionales

Los restos neandertales de Altamura son posiblemente uno de los más famosos del mundo, tanto por las características del lugar en el que se encuentran como por el excelente estado de conservación. Son muy conocidas las imágenes de un cráneo humano rodeado de concreciones estalagmíticas. Su historia es muy sorprendente, lo que le confiere especial relevancia.

En 1993 un grupo de espeleólogos se encontraba explorando un sistema kárstico cerca de Altamura, una ciudad de unos 70.000 habitantes del sur de Italia. En una de estas cuevas, concretamente en la cueva de Lamalunga, y después de bajar por un conducto vertical de más de 15 metros, encontraron tres pasillos. El del centro tenía unos 20 metros de largo. Cuando iluminaron esta sala, se dieron cuenta de que en las paredes estaban llenas de huesos animales atrapados entre las estalactitas y estalagmitas. Al final del pasillo accedieron a un pequeña cámara donde, en medio de una gran columna de calcita llena de coraloides (pequeños espeleotemas con forma de coral), sobresalía un cráneo humano.

La Gruta de Lamalunga, donde se hallaron (al fondo de la misma) los restos del "Hombre de Altamura".

Los científicos que bajaron a la cueva siguiendo a los espeleólogos tomaron algunas fotografías y vídeos e interpretaron que se trataba de un hombre adulto que podría haber caído por el conducto vertical en el que se acumulaban gran cantidad de animales muertos. Lo más probable es que hubiera quedado atrapado y muriera de hambre. En ese momento no sabían de qué especie se trataba ni de qué época correspondía, pero sí vieron que, además del cráneo, entre las concreciones había muchos más huesos del propio individuo. Bautizaron estos restos como el Hombre de Altamura.

Durante muchos años, estos restos humanos habían quedado en el olvido ya que la dificultad de su extracción no hacía viable su estudio detallado. En un principio se consideró que estos restos humanos correspondían al Homo heidelbergensis, pero en 2015, investigadores de la Universidad de Sapienza de Roma pudieron acceder a la cavidad y con la ayuda de un brazo robotizado consiguieron extraer una muestra ósea de su escápula derecha. Los resultados de este estudio, incluido su ADN mitocondrial, fueron publicados en la revista Journal of Human Evolution y determinaron que se trataba en realidad de un Homo neanderthalensis. Su datación, entre los 172.000 y 130.000 años, le sitúa entre los neandertales más antiguos hasta ahora conocidos.

a Se adquirieron configuraciones de hitos homólogos en el FF y BP de Altamura y de un ejemplar de referencia, el Cráneo 5, casi completo, del yacimiento de la Sima de los Huesos (SH-5), Atauerca; b las coordenadas de los puntos de referencia se procesaron por separado mediante el análisis generalizado de Procrustes (GPA); c FF y BP se alinearon de acuerdo con la muestra de referencia que mostró la mayor afinidad morfológica; d - f varias vistas del modelo virtual de Altamura alineado en SH-5; g SH-5 vista lateral.

Arqueología virtual en una cápula del tiempo

El esqueleto neandertal de Altamura ha permanecido en esta cavidad durante todos estos años. El difícil acceso a la cavidad y los problemas técnicos derivados de su extracción física, han hecho que los investigadores desarrollen técnicas virtuales para analizar los restos sin producir problemas de conservación.

De hecho, gracias a los avances tecnológicos en el campo de la paleoantropología virtual, los investigadores han sido capaces de recuperar virtualmente el cráneo neandertal del Hombre de Altamura. Para ello, los investigadores adquirieron ambas partes expuestas del cráneo con técnicas digitales por separado: la parte frontal, visible directamente, con sensores láser, y la otra mitad mediante el uso combinado de fotogrametría, ya que sólo es accesible con sondas telescópicas a través de aberturas en la cortina de columnas más allá del esqueleto. Una vez obtenidas ambas partes, mediante un proceso computacional se pudieron volver a montar ambas partes basándose en otras muestras comparativas de referencia como es el caso del Cráneo 5 de la Sima de los Huesos de Atapuerca.

Juan Luis Arsuaga, codirector de Atapuerca, junto al 'Cráneo número 5', conocido popularmente como 'Miguelón'.

Según el Dr. Antonio Profico (izquierda), de la Universidad de Pisa :“Las partes digitalizadas en la cueva no tenían puntos de unión, lo que nos obligó a desarrollar un nuevo método para poder ensamblarlas. Así pues, decidimos combinar virtualmente las dos mitades como dos porciones inconexas de un mismo cráneo”.

El estado de conservación del cráneo de Altamura es tan excepcional que se han podido conservar partes tan delicadas como los huesos de la nariz. Según Costantino Buzi (derecha), Investigador del IPHES-CERCA: “El hombre de Altamura representa un ejemplo único: es un neandertal potencialmente completo (no sabemos de otros tan representativos). El esqueleto está desarticulado y cubierto de capas de calcita cuya formación ha favorecido su conservación excepcional, incluso de las estructuras esqueléticas más frágiles, como las del interior de la apertura nasal".

Luz en la evolución de los neandertales

El estudio descriptivo y cuantitativo del cráneo revela que la morfología de este importante hallazgo encaja con la variabilidad de los neandertales, al tiempo que muestra algunos rasgos menos típicos, es decir, más arcaicos que otros fósiles europeos datados entre 300.000 y 40.000 años atrás. Algunos de estos caracteres nunca se han observado en el Homo neanderthalensis, lo que sugiere que su origen puede remontarse a largas fases de aislamiento geográfico de las poblaciones humanas en refugios ecológicos representados por las regiones del sur de la península itálica.

Reconstrucción hiperrealista del rostro y el cuerpo del 'Hombre de Altamura'', realizada sobre la base de un análisis rigurosamente científico realizado por los holandeses Adrie y Alfons Kennis.

Según Giorgio Manzi, coordinador de la investigación "en base a nuestros datos, pensamos que el cráneo de Altamura puede dar luz al debate sobre la evolución de los neandertales. La forma del cráneo del hombre de Altamura entra dentro de la variabilidad de esta especie extinguida, compartiendo características con otros ejemplares clásicos, pero al mismo tiempo muestra afinidades con los antiguos neandertales –como los de Saccopastore, aquí en Roma– o con hallazgos aún más arcaicos, como el cráneo de Ceprano (sur del Lacio), que se remonta a hace unos 400 mil años".

En esta misma línea, el Dr. Fabio Di Vincenzo (izquierda) concluye: "La estrecha similitud encontrada con hallazgos anteriores a lo largo de la línea evolutiva de los neandertales, como el Cráneo 5 de la Sima de los Huesos, datado hace unos 430.000 años, es bastante inesperada. Observamos esta similitud en la expresión de diversas características craneales, así como en la morfología general del hueso occipital, cuya anatomía se puede evaluar con precisión en Altamura”.

Fuente: comunicio.iphes.com | 28 de marzo de 2023

El Museo Arqueológico Regional de Madrid inaugura la primera gran exposición sobre la cultura tartésica

Los griegos pensaban que Tarteso ―una más que enigmática civilización del suroeste peninsular ibérico, que floreció en el siglo VIII a. C y que desapareció cuatro siglos después.― estaba ubicado en el “fin del mundo”. Los helenos convirtieron así esta tan lejana tierra en el escenario perfecto para situar algunos de sus más populares mitos, como el de Gerión, un monstruo de tres cabezas al que Hércules robó su ganado y al que luego le dio muerte.

Una cultura que, desde mediados del siglo XIX, atrajo a los mejores arqueólogos del mundo, pero que sigue recubierta de enormes interrogantes a pesar del empleo de las más innovadoras tecnologías. Ni siquiera se conoce cómo se denominaban ellos mismos, porque Tarteso ―en 2011 un congreso internacional acordó unificar su nombre y abandonar el tradicional Tartessos empleado hasta entonces― fue una cultura espectacular, con una orfebrería en oro difícil de imaginar en calidad y peso, una arquitectura de grandes edificios, que dominaba la escritura y cuyas costumbres rituales siguen asombrando a los especialistas.

Foto: La consejera de Cultura, Turismo y Deportes de la Junta de Extremadura, Nuria Flores Redondo, junto a la consejera de Cultura, Turismo y Deporte de la Comunidad de Madrid, Marta Rivera de la Cruz, ha inaugurado este martes, la exposición.

El Museo Arqueológico Regional, en Alcalá de Henares (Madrid), se convirtió ayer en el primero que celebra una exposición específica (Los últimos días de Tarteso) sobre este pueblo, que fue el resultado de la fusión de indígenas peninsulares, culturas atlánticas y fenicios. Unos 400 años después de su nacimiento, Tarteso acordó, nadie sabe por qué, celebrar grandes banquetes rituales (hecatombes), prendió fuego a sus edificaciones, las derrumbó y las selló con arcilla. Simplemente, desapareció.

Todo comenzó cuando en el siglo IX a. C. las primeras naves fenicias atracaron en las costas de Iberia para sondear las posibilidades que ofrecía un territorio rico en oro, plata, cobre y estaño. Los indígenas se mostraron interesados en comerciar con los recién llegados, ya que estos ofrecían innovadores productos, entre ellos hierro, animales como el asno y la gallina, el cultivo de la vid y el olivo, el bronce o el marfil.

La consejera de Cultura de Madrid, Marta Rivera de la Cruz, observa una vasija decorada de la exposición 'Los últimos días de Tarteso'. COMUNIDAD DE MADRID.

“La explotación de la plata y el estaño fue, sin duda, la causa de la colonización de los fenicios”, explica Enrique Baquedano, director del museo alcalaíno y comisario de la exposición. “Con el paso del tiempo, el comercio se fue ampliando a productos como las salazones, el vino o el aceite, lo que permitió desarrollar infraestructuras portuarias”. Baquedano admite, no obstante, que se ignora aún mucho de esta cultura: “Hay opiniones de todo tipo, por lo que nos hemos atrevido a lanzar una hipótesis: Tarteso vivió dos ciclos. El primero se desarrolló en torno al Guadalquivir, y un segundo, a partir del VI a. C., en el Guadiana”.

Las piezas proceden del Instituto Valencia de Don Juan, los museos Arqueológico Nacional, Provincial de Badajoz, Cáceres, Cádiz, Huelva, de la Ciudad de Carmona, Santa Cruz y Nacional de Arqueología (Lisboa). De hecho, la abundancia y calidad de las obras exhibidas permitió ayer a la consejera de Cultura, Turismo y Deporte, Marta Rivera de la Cruz, asegurar que “el Museo Arqueológico Regional sigue demostrando que es una referencia nacional en términos científicos y de divulgación de nuestro pasado”.

Según los griegos, el nombre de Tarteso se podía asociar a un río, a una montaña, a un territorio o a una ciudad, por lo que a mediados del siglo pasado se inició una loca carrera arqueológica para encontrar su mítica capital, que se buscó en Jerez, Huelva, Sevilla, Cádiz o en el parque de Doñana. Sin éxito. Esa búsqueda permitió, no obstante, descubrir importantísimos yacimientos por todo el suroeste. La conclusión de los expertos, tras décadas de investigaciones, es que "Tarteso estaba formado por comunidades independientes, pero interrelacionadas, y cada una tenía un núcleo urbano donde residía el rey o basileo”. El más famoso, por ser nombrado por Heródoto, fue Argantonio, que se dice que vivió cien años.

Copia del Tesoro del Carambolo, una de los grandes tesoros de la cultura tartésica, cuyo original se guarda en la caja fuerte de un banco por cuestiones de seguridad. PACO PUENTES

La crisis de Tarteso hacia mediados del siglo VI a. C. sirvió para potenciar el poblamiento de la zona del Guadiana, donde se produjo un importante aumento demográfico y un inusitado desarrollo tecnológico que se manifestó en la especial exuberancia y la calidad de su arquitectura y en la riqueza de los ajuares. Sin embargo, los primeros objetos de oro macizo decorados con incisiones geométricas fueron remplazados pronto por una orfebrería más liviana, en la que destacaban los granulados y las filigranas. Igualmente, se desarrolló una alfarería delicada, el grabado en placas, la fabricación de peines de marfil, braseros, quemaperfumes, bandejas, estatuillas de bronce...

El ritual de la muerte es bastante conocido por la excavación de las necrópolis que se han investigado en los últimos años. Los enterramientos se realizaban tras la cremación del cadáver en fosas denominadas ustrina, de donde se recuperaban los huesos limpios para luego depositarlos en urnas tapadas. Posteriormente, se colocaban en un hoyo. Su religión tenía raíces de carácter orientalizante, por influencia fenicia, por lo que asumieron a sus dioses Baal, Astarté y Melkart, que contaban con sus propios santuarios, con forma de piel de bóvido.

Zócalos de piedra y tejados de madera

Si bien las viviendas no se han conservado, no pasa lo mismo con los grandes edificios públicos. Poseían potentes zócalos de piedra para soportar muros y paredes de adobe. La techumbre era de vigas de madera y ramaje, mientras que las paredes lucían encaladas con suelos de arcillas rojas.

A finales del siglo V a. C., por razones que se desconocen, la cultura tartésica llegó a su fin. Todos los edificios del área del Guadiana fueron destruidos siguiendo un complejo ritual que consistió en la celebración de un gran banquete comunal, seguido del sacrificio masivo de animales, entre los que destacaban los équidos. Un incendio intencionado y la ocultación de las edificaciones bajo una capa de arcilla han permitido que hayan llegado a la actualidad en un magnífico estado de conservación. Los 250 sorprendentes objetos de la exposición de Alcalá ―transportados a Madrid entre fortísimas medidas de seguridad y que permanecerán hasta el 27 de septiembre― y una recreación a escala 1:1 del salón de sacrificios del Turuñuelo son la prueba más palpable de la cultura que se dejó morir y nadie sabe por qué.

Fuente: elpais.com | 29 de marzo de 2023