El Bronce de Lascuta: la joya gaditana que guarda el Louvre

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Es la inscripción en latín más antigua hallada en España, uno de los más importantes documentos escritos que atestiguan la presencia romana en la provincia de Cádiz. Miles de españoles visitan cada año el edificio que alberga esa joya arqueológica. Pero muy pocos reparan en ella. El Bronce de Lascuta ve pasar a su lado a cientos de personas procedentes de su tierra, de la tierra sobre la que habla. No le echan cuenta. Incluso gentes muy cercanas, que llegan a París desde Jerez y desde La Janda, recorren las salas del Museo del Louvre sin saber que en el ala Sully, en el primer piso, en la sala número 32, la Salle des Bronzes, en la vitrina M6, les espera esa pieza que alguien encontró hacia 1866 en la localidad gaditana de Alcalá de los Gazules.

El Bronce de Lascuta, una pequeña placa de 25 centímetros por 14, contiene un resumen de un decreto promulgado en el año 189 antes de Cristo por el general romano Lucio Emilio Paulo. El decreto libera a los habitantes de la Torre Lascutana, ubicada en Alcalá de los Gazules, de la servidumbre a la que estaban sometidos por Asta Regia, ciudad situada muy cerca de Jerez, en la actual Mesas de Asta. Es un gesto de agradecimiento a los lascutanos por su ayuda para aplastar la rebelión de los astenses contra la dominación romana.

Una interpretación muy abierta y actualizada vendría a explicar que el Bronce de Lascuta es como la carta fundacional como municipio independiente de Alcalá de los Gazules, el decreto por el que esa localidad se segrega de Jerez. Hace dos mil doscientos cinco años.

Cualquier pueblo querría conservar una joya así, un vestigio tan valioso de su pasado. Cualquier país querría recuperar esa pieza histórica. Por eso en los años ochenta, el Ayuntamiento de Alcalá de los Gazules trató de lograr que el bronce regresase a su tierra. Gabriel Almagro, que fue concejal de Alcalá y delegado de la Junta de Andalucía en Cádiz, era técnico municipal entonces, cuando desde la localidad jandeña se pusieron en contacto con el Museo del Louvre para reclamar el bronce. De aquello recuerda que no se encontraron con la negativa que preveían. Pero sí con una propuesta que no hubo modo de cumplir en ese momento.

Los responsables del museo les plantearon permutar esa pieza arqueológica por otro objeto francés que poseyese el Estado español. Los alcalaínos se dirigieron al ministerio de Cultura y explicaron la situación. Y la respuesta, si es que la hubo, sí que fue negativa. No obstante, algo sí que consiguió Alcalá en ese intento. Desde el Louvre les enviaron una réplica exacta del Bronce de Lascuta que desde entonces está expuesta en el salón de plenos del Ayuntamiento.

Quien posa para el fotógrafo con la reproducción del bronce es Ismael Almagro (izquierda), hermano de Gabriel y estudioso de la historia de Alcalá. Hace dos años, Ismael quiso saber por qué y cómo perdió su pueblo esa pieza arqueológica tan importante, cómo llegó a París. Espoleado por las contradictorias y erróneas versiones que leía acerca de esos hechos, decidió emprender una investigación de la que da cuenta detallada en tres entradas de su blog Historia de Alcalá de los Gazules.

Es un relato muy interesante porque además de despejar incógnitas y aportar datos inéditos y significativos sobre lo que sucedió cuando apareció el Bronce de Lascuta, muestra una vez más el buen resultado que da acudir a fuentes primarias, preguntar e hilar acontecimientos.

Lo que Ismael Almagro sostiene, tras investigar a fondo sobre el descubrimiento, es que el bronce no fue encontrado en la Mesa del Esparragal ni vendido por unos carboneros a un cónsul belga (y mucho menos en 1840), como señalan varios autores que han escrito sobre el hallazgo, sino que fue hallado en Alcalá durante unas obras en la iglesia parroquial: durante el ensanche de las capillas del baptisterio y del Santo Entierro en un terreno obtenido en 1863.

El indicio más sólido que sustenta esa versión es una anotación en el libro que recoge los gastos e ingresos de la parroquia entre 1827 y 1909. Entre los ingresos del segundo semestre de 1866 figura una entrada de 500 reales "por la mitad del hallazgo que se encontró en la obra nueva que pertenece a esta Parroquia". ¿Qué objeto apareció entonces por el que alguien pagó 1.000 reales? ¿A quién le correspondió la otra mitad?, se preguntó Almagro. Él intuye que una parte del dinero se lo embolsaron los albañiles que encontraron el bronce y que el cura párroco, Francisco de Paula Castro y Moreno, se encargó de hacer de intermediario o de vendérselo a M. Ladislas Lazeski, un ingeniero polaco que andaba por la zona, ocupado con los planes de una carretera.

Cuando Almagro escribió al Louvre para recabar datos sobre el bronce, le respondieron que en los archivos había poca información: apenas que había sido descubierto en Alcalá de los Gazules, que había sido adquirido por el museo en 1868 a Lazeski y que éste lo había presentado un año antes a la Academia de las Inscripciones y Bellas Letras. Un rastreo por hemerotecas llevó al investigador a una noticia de 1867 en una revista: Lazeski donaba el bronce a la academia.

La noticia recoge un relato del ingeniero sobre el hallazgo que incurre en numerosas inexactitudes geográficas y errores al nombrar las localidades. Almagro comprobó que no hay ninguna prueba de que el bronce fue encontrado en la Mesa del Esparragal. Y expone una posible explicación: que Lazeski no mintió sino que, al comprar la pieza, recibió una información deliberadamente equivocada que trataba de despistar sobre el verdadero lugar del hallazgo. Probablemente el cura, dice Almagro, al ver que el bronce no tenía nada que ver con la iglesia ni con la religión católica, decidió venderlo, pero proporcionó datos erróneos para evitar cualquier complicación.

La teoría de Almagro viene a situar la Torre Lascutana, mencionada en el bronce, en Alcalá y no en la Mesa del Esparragal, como sostienen otros investigadores. En el Esparragal hay restos de una torre (izquierda) y otros vestigios que, con la disposición del terreno, indican que probablemente hubo allí una población: Lascuta. Lo que Almagro plantea es que pudieron existir ambas ciudades: que el lugar que ocupa Alcalá también fue una auténtica urbe romana, no una torre vigía. Se apoya en la cantidad de importantes restos romanos que siguen apareciendo en el casco urbano y que así lo indican. Al fin y al cabo, además, 'lascut' significa pedregal o peñascal. Torre Lascutana sería castillo de los pedregales, lo que enlaza con el topónimo árabe, ya que una de las acepciones de 'gazul' remite a pedregal o peñascal.

Alcalá de los Gazules, propone Almagro, sería la heredera de la Turris Lascutana, asentada sobre el gran monte rocoso de la Coracha. "Lo que sí está claro es que el Bronce de Lascuta, del que se conserva una réplica en el Ayuntamiento de Alcalá y otra en el Museo Arqueológico de Jerez, se ha convertido en nuestro auténtico DNI romano que nos legitima como pueblo con una antigüedad al menos dos mil doscientos cinco años".

La réplica del bronce expuesta en Jerez (derecha) la donó en 2012 la Asociación de Amigos del Museo. La placa comparte espacio desde entonces con otras piezas procedentes del otro lugar al que hace referencia la inscripción romana, Asta Regia.
A pocos kilómetros de Jerez, en dirección a Trebujena, el yacimiento arqueológico de Asta Regia, uno de los más importantes de Andalucía, esconde los restos de un enclave en el que se asentaron tartesios, turdetanos, romanos y árabes. Todo eso está bajo un campo de propiedad privada, oficialmente protegido, pero hasta hace no mucho un sitio del que han salido muchos objetos valiosos. En la época a la que remite el Bronce de Lascuta, cuando los romanos están colonizando la Península Ibérica, Asta Regia era una ciudad que resistía ante Roma, un reino turdetano que había dominado gran parte del territorio del Bajo Guadalquivir y del que dependían la ciudad, las tierras y los habitantes de la Torre Lascutana.

Más adelante, Asta Regia y Lascuta fueron ciudades romanas, la segunda en una ubicación estratégica, a mitad de camino con Carteia. Hoy, los lugares en los que se levantaron comparten la ausencia de un ambicioso plan de excavaciones que muestre lo que fueron; y que aporte cultura y empleo. No debe ser ajeno a ello que el Bronce de Lascuta, la joya arqueológica que las nombra, se encuentre en el Louvre y aquí haya que conformarse con réplicas.

Fuente: diariodecadiz.es | 18 de septiembre de 2016

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