La búsqueda del Edén: en pos de los orígenes de la humanidad

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Un bosquimano de la comunidad Khomani San adopta una pose tradicional en el desierto del sur de Kalahari, Sudáfrica. Los San todavía cazan animales como lo hacían nuestros antepasados. Fotografía: Dan Kitwood / Getty Images.

Por debajo de la piel todos somos africanos. Esa es la reciente y simple conclusión de los científicos que estudian los orígenes de nuestra especie. Los genes, las herramientas antiguas de piedra y los huesos fósiles, analizados durante las últimas décadas, dejan en claro que los hombres y las mujeres de hoy en día son descendientes directos de los cazadores-recolectores que evolucionaron en algún lugar de África y se apoderaron de dicho continente antes de que un grupo partiera desde el mismo para conquistar el resto del mundo hace decenas de miles de años.

Sin embargo, nunca se ha establecido exactamente en qué lugar de África aparecimos por primera vez. Algunos investigadores han argumentado que la cuna de la humanidad se encuentra en el este, en Etiopía o Kenia. Otros han apostado por Sudáfrica. Pero la mayoría estaban seguros de que solo sería cuestión de tiempo que se identificara el lugar de nacimiento de nuestra especie: tal vez en una tierra que englobaba un enorme estuario que una vez contuvo peces o cerca de una vasta porción de sabana rica en caza. Y fue aquí, en algún paraíso de la Edad de Piedra, donde nuestros predecesores más primitivos perfeccionaron sus habilidades intelectuales y culturales y se transformaron en Homo sapiens, una especie de primate notable por su cráneo redondeado, rostro pequeño, mentón prominente, herramientas avanzadas, alta inteligencia y cultura sofisticada.


Es una imagen atractiva. Sin embargo, en los últimos años han comenzado a aparecer grietas en esta simple representación de nuestro pasado lejano, principalmente porque ha resultado difícil encontrar candidatos plausibles para nuestro lugar de nacimiento. Como resultado, un número creciente de investigadores se está alejando de la idea de que existía tal Arcadia. Como dijo el genetista de Harvard, David Reich (izquierda): "Cuando se trata de la ascendencia humana, no existe el Jardín del Edén".

En cambio, arqueólogos, expertos en fósiles y genetistas están respaldando una nueva idea trascendental para explicar la evolución del Homo sapiens. Dicen que una multitud de lugares diferentes en África actuaron como la cuna de la humanidad moderna. No aparecimos en un solo lugar y luego nos expandimos, sino que hemos evolucionado constantemente durante casi 500.000 años a través de la vastedad del continente africano.

Chris Stringer (derecha), del Museo de Historia Natural de Londres, explica: "Los predecesores inmediatos de los humanos modernos probablemente surgieron en África hace unos 500.000 años y evolucionaron en poblaciones separadas".
“Cuando los tiempos fueron malos, por ejemplo, cuando el Sahara era árido, tal como lo es ahora, se veían pequeños grupos aislados de humanos aferrados a su existencia. Algunas de estos individuos se habrían extinguido, pero otros lograron aguantar".

Más tarde, cuando las condiciones mejoraron, por ejemplo, cuando el Sahara se volvió verde nuevamente y se formaron lagos y ríos, las poblaciones sobrevivientes se expandieron y entraron en contacto entre sí. Cuando lo hicieran, habrían intercambiado ideas y genes. Posteriormente, el clima se habría vuelto sombrío de nuevo y se habrían separado.

“Esto sucedió una y otra vez en diferentes lugares y por distintas razones durante los siguientes 400.000 años”, agrega Stringer. “El producto final fue el 'Homo sapiens', la especie que es más o menos la versión de la humanidad moderna y que ahora habita en todos los continentes de la Tierra”.

El papel de la socialización

Este planteamiento está respaldado por Eleanor Scerri (izquierda), de la Universidad de Oxford. “El 'Homo sapiens' probablemente desciende de un conjunto de grupos de personas interrelacionadas, que estaban separadas y conectadas en diferentes momentos. Cada uno tenía diferentes combinaciones de características físicas, con su propia mezcla de rasgos ancestrales y modernos".

Normalmente, los animales que se despliegan por un continente tienden a dividirse en diferentes subespecies y, eventualmente, evolucionan hacia especies completamente nuevas. Sin embargo, en el caso del Homo sapiens sucedió algo muy diferente. Mantuvimos conexiones probablemente debido a la propensión de nuestra especie a las redes sociales de largo alcance, al tiempo que evolucionábamos lentamente pero en masa a través de toda África.

En otras palabras, nuestra socialización influyó fuertemente en el curso de nuestra evolución, un punto que ha sido enfatizado por el genetista Mark Thomas (dereecha), del University College London. Él sostiene que la cultura, la acumulación de conocimientos, de creencias y valores en una sociedad o tribu, ha sido vital para nuestra supervivencia. “Sin la cultura estaríamos muertos”, dice. “Hoy sabemos cosas que fueron resueltas por nuestros antepasados ​​hace decenas de miles de años y que se han transmitido de generación en generación. La cultura es nuestro sistema de soporte vital”.

Una de las razones de la creencia anterior, de que la humanidad tenía un solo lugar de origen, se remonta al trabajo de los primeros biólogos moleculares, como el ya fallecido Allan Wilson (izquierda) de la Universidad de California, Berkeley. En 1987, su equipo utilizó el análisis de genes para estudiar el ADN mitocondrial, una forma de material genético que se hereda únicamente de las madres.
Al comparar las variaciones en el ADN mitocondrial de individuos seleccionados en todo el mundo, Wilson pudo crear un árbol genealógico gigante de la humanidad, uno que echó raíces firmemente en África. Sin embargo, Wilson fue más allá. Argumentó que este árbol genético podría remontarse, no solo a un grupo de Homo sapiens, sino a una única madre, una matriarca mitocondrial que dio origen a toda nuestra especie.

La teoría de que hubo una Eva africana fue muy influyente. Si hubo una única madre para la humanidad, entonces debió haber vivido en algún lugar, y, por tanto surgió la idea de que tenía que existir un lugar específico que era nuestra tierra de origen. A lo largo de décadas, muchos posibles enclaves se presentaron como la cuna de la humanidad, incluida una sugerencia reciente de científicos que afirman que el análisis del ADN mitocondrial indica que las raíces de la humanidad se encuentra Botsuana.

Ahora bien, muchos investigadores ya no creen en estas simples explicaciones, y señalan a otros estudios que también parecen confundir. Por ejemplo, los análisis del cromosoma Y, que determina la masculinidad en los humanos y, por lo tanto, se hereda únicamente a través de la línea paterna, sugieren que la humanidad moderna probablemente se originó en África occidental porque allí se encuentra la mayor variación del cromosoma Y en el ADN humano, y las variaciones en el ADN tienden a aumentar a medida que pasa el tiempo.

De esta manera, surge la situación bastante extraña de que nuestra Eva africana habitó en una parte del continente, mientras que su Adán apareció en otra parte diferente y distante del continente. No es una buena forma de iniciar una dinastía, pensaría cualquiera.

Arroyos trenzados
Y luego está el cráneo humano. El cráneo más antiguo, redondeado, moderno y parecido a un humano se ha encontrado en Etiopía. Al mismo tiempo, la expresión simbólica más antigua en términos de grabado y manifestación artística se encuentra en la cueva de Blombos, en Sudáfrica, mientras que los entierros simbólicos más antiguos se encuentran en el otro extremo del continente, en las afueras de África, en Israel, donde se ha descubierto que una tumba de hace 100.000 años contiene un cuerpo adornado con astas de ciervo (izquierda).

"No hay ninguna evidencia de que en una sola parte de África se haya producido todo este comportamiento moderno", dice Stringer.
En cambio, se argumenta que durante gran parte de nuestra existencia diferentes grupos de humanos mostraron algunas, pero no todas, de estas características antes de que fueran compartidas paulatinamente, según nuestras redes sociales se iban ampliando. A medida que los pueblos se mezclaron, eligieron soluciones biológicas y de comportamiento que ya habían sido probadas por otras poblaciones.

Lentamente el éxito se construyó sobre el éxito, y la humanidad moderna emergió en todo su esplendor y sofisticación. No hubo un avance repentino entre un grupo de personas que adquiriera determinado pensamiento simbólico, ostentara falta de vello y realizara manifestaciones artísticas en un solo evento evolutivo. Fue más una cuestión de intercambio mutuo de atributos intelectuales y genéticos a grandes distancias y durante largos períodos de tiempo.

Un problema importante para comprender estas nociones proviene del hecho de que la ascendencia se explica muy a menudo en términos de árboles, ya sea como un árbol genealógico o como un árbol evolutivo que muestra cómo surgen las especies unas de otras. Estos árboles tienen troncos únicos que se dividen en ramas y enfocan los pensamientos hacia orígenes únicos.

“Son una metáfora poderosa, pero también resultan ser profundamente erróneas”, dice el antropólogo John Hawks (derecha), de la Universidad de Wisconsin-Madison, en un artículo para el boletín científico Aeon. En su lugar, él argumenta que nuestra historia evolutiva es más como un río trenzado, un conjunto de arroyos que se entrelazan entre sí durante cientos de miles de años antes de fusionarse en un mismo canal enorme.

Sin embargo, el genetista Pontus Skoglund (izquierda), del Instituto Francis Crick de Londres, hace sonar una nota de precaución. “Tenemos que ser cuidadosos, pues estamos hablando de eventos que ocurrieron hace cientos de miles de años. El problema es que solo tenemos ADN antiguo de fósiles que tienen unos pocos miles de años. Y eso hace que sea difícil estar completamente seguros de cómo interactuaron las poblaciones en aquellos días muy lejanos. Necesitamos más pruebas al respecto".

Stringer reconoce esta advertencia: “El problema con el ADN es que comienza a descomponerse después de la muerte, y cuanto más cálidas son las condiciones ambientales más rápido ocurre el proceso”. En diversas partes del mundo donde hace relativamente frío, por ejemplo en Europa o en cuevas profundas, eso no es un problema. En estos lugares se ha encontrado, extraído y estudiado, ADN que tiene cientos de miles de años. Pero en África el calor es un problema real.

“Tal circunstancia restringe el tipo de evidencias que podemos reunir”, agrega Stringer. “Somos como el proverbial borracho que ha dejado caer sus llaves en la calle, pero solo puede mirar hacia donde brilla la farola, porque ese es el único lugar donde puede ver, aunque sus llaves están más allá, en la oscuridad. Estamos restringidos al lugar donde podemos mirar. Tenemos que tener eso en cuenta".

No obstante, Stringer y otros partidarios de la teoría pan-africana de la evolución humana confían en que este novedoso modo de ver -completamente diferente- la aparición de nuestra especie en África aportará nuevos conocimientos sobre el desarrollo de las sociedades humanas, no solo de los últimos 500.000 años, sino también más allá, hace siete millones de años, cuando el linaje que dio lugar al Homo sapiens se separó de otros linajes de primates africanos.

“Lo que más inspira del concepto de arroyos de río trenzados sobre nuestros orígenes es lo que implica para futuros descubrimientos”, dice Hawks. “A lo largo de los siete millones de años -o más- de evolución de los homínidos, debieron existir docenas de poblaciones muy duraderas mezclándose y compartiendo adaptaciones entre sí. Hay mucho más ahí fuera esperando a que los antropólogos lo descubran".


Una de las pinturas halladas en isla indonesia de Sulawesi del Sur. Foto: Maxime Aubert/PA

El nacimiento del arte

El pasado año los investigadores anunciaron que habían hecho un descubrimiento sorprendente en la isla indonesia de Sulawesi del Sur: una pintura mural que representaba a humanos y animales. Mediante una técnica conocida como datación por uranio-torio, los científicos australianos e indonesios demostraron que el trabajo artístico tenía unos 43.900 años, el arte rupestre más antiguo que se conoce creado por nuestra especie.

El panel pictórico consta de seis mamíferos -dos cerdos verrugosos de Sulawesi y cuatro búfalos enanos- y varias figuras con apariencia humana, una con cabeza de pájaro y otra con cola. Las imágenes sugieren que un mito o leyenda se desarrolla en la pared de la cueva.

“Tiene todos los elementos clave de la cognición humana moderna: una escena narrativa y figuras similares a las humanas que realmente no existen en el mundo real”, dice el profesor Maxime Aubert (izquierda), de la Universidad Griffith de Australia. "Todo está allí desde hace unos 44.000 años".

El sur de Sulawesi está a miles de kilómetros de Europa, hogar de prácticamente todo el resto del arte rupestre paleolítico. Y esa formidable brecha geográfica es importante. En Europa, los mamuts, leones y rinocerontes, magníficamente representados de las cavernas de Lascaux, Chauvet y Altamira, muestran que algo especial estaba sucediendo en la cabeza de sus creadores. Pensaban simbólicamente al dejar que una cosa, como unas manchas de pintura, representara a otra: un animal. Estos artistas estaban infundiendo a sus vidas un significado que iba más allá de los impulsos básicos para sobrevivir.

Semejante sofisticación tan obvia ha llevado a algunos científicos a concluir que los primeros europeos eran, intelectualmente, más dotados que otros miembros originarios Homo sapiens. Quizás había ocurrido una mutación genética en sus cerebros cuando entraron por primera vez en el continente europeo desde África.

Un detalle de la escena de caza de hace unos 40.000 años. Adam Brumm

Esta noción, siempre controvertida, ha sido firmemente anulada por la datación de la cueva de Sulawesi. Su arte es unos 10.000 años más antiguo que el de Lascaux o Altamira, y es igual de sofisticado.

“Se ha demostrado claramente que la idea de que el arte rupestre comenzó en Europa es errónea”, dice Stringer.

En otras palabras, el Homo sapiens alcanzó su capacidad de pensamiento simbólico, de narración de historias y pensamiento abstracto, mucho antes de que llegáramos a Europa hace unos 40.000 años. Neurológicamente ya estábamos armados por completo, y lo habíamos estado durante mucho tiempo antes de que emergiéramos de una patria africana hace unos 70.000 años para conquistar el mundo. Estas eran habilidades que se habían perfeccionado durante cientos de miles de años a lo largo y ancho de África.

Fuente: theguardian.com | 5 de enero de 2020

Aníbal Clemente

Historia y Arqueología. Divulgando la Historia desde 1998. Bienvenidos a la Cultura.

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