Los humanos evolucionaron para beber menos que otros primates

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Un mono bebe agua en Ubud, Indonesia. SHUTTERSTOCK

Cuando piensas en lo que separa a los humanos de los chimpancés y otros simios, podrías pensar en nuestros grandes cerebros o en el hecho de que nos movemos sobre dos piernas en lugar de cuatro. Pero tenemos otra característica distintiva: la eficiencia del agua.

Esa es la conclusión de un nuevo estudio que, por primera vez, mide con precisión la cantidad de agua que los humanos pierden y reemplazan cada día en comparación con nuestros parientes animales vivos más cercanos.

Nuestros cuerpos están perdiendo agua constantemente: cuando sudamos, cuando vamos al baño, incluso cuando respiramos. Esa agua debe reponerse para mantener el volumen de sangre y otros fluidos corporales dentro de los rangos normales.

Y, sin embargo, una investigación publicada el 5 de marzo en la revista Current Biology muestra que el cuerpo humano usa entre un 30% y un 50% menos de agua por día que nuestros primos animales más cercanos. En otras palabras, entre los primates, los humanos evolucionaron para convertirse en el modelo de bajo flujo.

Un antiguo cambio en la capacidad de nuestro cuerpo para conservar agua puede haber permitido a nuestros ancestros cazadores-recolectores aventurarse más lejos de los arroyos y abrevaderos en busca de alimento, dijo el autor principal Herman Pontzer (izquierda), profesor asociado de antropología evolutiva en la Universidad de Duke (Carolina del Norte, USA).

"Incluso el simple hecho de poder pasar un poco más de tiempo sin agua habría sido una gran ventaja cuando los primeros humanos comenzaron a ganarse la vida en los paisajes secos de la sabana", dice Pontzer.

El estudio comparó la rotación de agua de 309 personas con una variedad de estilos de vida, desde agricultores y cazadores-recolectores hasta trabajadores de oficina con la de 72 simios que viven en zoológicos y santuarios.

Para mantener el equilibrio de líquidos dentro de un rango saludable, el cuerpo de un ser humano o de cualquier otro animal es un poco como una bañera: "el agua que entra tiene que ser igual al agua que sale", advierte Pontzer.

Cuando perdemos agua sudando, por ejemplo, las señales de sed del cuerpo entran en acción y nos dicen que bebamos. Si se bebe más agua de la que el cuerpo necesita los riñones eliminan el exceso de líquido.

Para cada individuo en el estudio, los investigadores calcularon la ingesta de agua a través de los alimentos y las bebidas, por un lado, y el agua perdida a través del sudor, la orina y el tracto gastrointestinal, por otro lado.

Cuando sumaron todas las entradas y salidas, encontraron que la persona promedio procesa unos tres litros, o 12 tazas, de agua por día. Un chimpancé o un gorila que vive en un zoológico consume el doble.

Pontzer dice que los investigadores se sorprendieron con los resultados porque, entre los primates, los humanos tienen una capacidad asombrosa para sudar. Por pulgada cuadrada de piel, "los humanos tienen 10 veces más glándulas sudoríparas que los chimpancés", dice Pontzer. "Eso hace posible que una persona sude unos dos litros durante un entrenamiento de una hora, equivalente a dos Big Gulp de 7-Eleven".

Añádase a eso el hecho de que los grandes simios (chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes) llevan vidas perezosas. "La mayoría de los simios pasan de 10 a 12 horas al día descansando o alimentándose, y luego duermen durante 10 horas. En realidad, solo se mueven un par de horas al día", recuerda Pontzer.

Los investigadores controlaron las diferencias en el clima, el tamaño corporal y factores como el nivel de actividad y las calorías quemadas por día. Así que llegaron a la conclusión de que el ahorro de agua para los seres humanos era real, y no estaba solo en función de dónde vivían las personas o de su nivel de actividad física.

Los hallazgos sugieren que algo cambió a lo largo de la evolución humana que redujo la cantidad de agua que nuestro cuerpo necesita cada día para mantenerse saludable.

"En aquel entonces, como ahora, probablemente solo podríamos sobrevivir unos pocos días sin beber", dice Pontzer. "Probablemente no puedes romper esa correa ecológica, pero al menos obtienes una más larga si puedes pasar más tiempo sin agua".

El siguiente paso, dice Pontzer, es señalar cómo ocurrió este cambio fisiológico.

Una hipótesis, sugerida por los datos, es que la respuesta de sed de nuestro cuerpo se reajustó para que, en general, anhelemos menos agua por caloría en comparación con nuestros parientes simios. Incluso cuando somos bebés, mucho antes de nuestro primer alimento sólido, la proporción de agua y calorías de la leche materna humana es un 25% menor que la de otros grandes simios.

Otra posibilidad se encuentra frente a nuestra cara: la evidencia fósil sugiere que, hace aproximadamente 1,6 millones de años, con el inicio del Homo erectus, los humanos comenzaron a desarrollar una nariz más prominente. Nuestros primos los gorilas y los chimpancés tienen narices mucho más planas.

Nuestros conductos nasales ayudan a conservar el agua al enfriar y condensar el vapor de agua del aire exhalado, convirtiéndolo nuevamente en líquido en el interior de nuestra nariz, donde puede ser reabsorbido.

Tener una nariz que sobresale más puede haber ayudado a los primeros humanos a retener más humedad con cada respiración.

"Todavía hay un misterio por resolver, pero resulta claro que los humanos ahorran agua", concluye Pontzer. "Averiguar exactamente cómo lo hacemos es el siguiente paso, y eso va a ser muy divertido".

Fuente: Universidad Duke | 5 de marzo de 2021

Aníbal Clemente

Historia y Arqueología. Divulgando la Historia desde 1998. Bienvenidos a la Cultura.

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