Los problemas obstétricos de las australopitecas
El tamaño del cerebro de los recién nacidos y las dimensiones del canal de parto están íntimamente ligadas. La mayoría de las madres de hoy en día saben perfectamente las dificultades que ha supuesto dar a luz a sus hijos. El tamaño del cerebro y la anchura de los hombros de los recién nacidos están muy ajustados a las dimensiones del canal del parto. El hecho de ser bípedos nos ha llevado a esta situación. Las sociedades más avanzadas cuentan con la inestimable ayuda de las matronas y de la tecnología. Pero no todas las poblaciones disponen de hospitales equipados y el parto puede llegar a ser un evento fatal para muchas madres y sus recién nacidos a pesar de que las madres reciban ayuda de mujeres expertas. Pero, ¿qué sucedía en el pasado?, ¿qué sabemos de los australopitecos o de los miembros más antiguos del género Homo?
La lógica nos induce a pensar que el parto pudo ser mucho más sencillo en todas las especies de la genealogía humana, desde los ardipitecos hasta los neandertales, pasando por los australopitecos o los miembros de Homo erectus. Todos estos homininos (excepto los neandertales) tuvieron un cerebro más pequeño que el nuestro.
Puesto que existe una relación bien conocida entre el tamaño de los neonatos y el de los adultos, no es complicado averiguar el tamaño de la cabeza de los recién nacidos en las especies del pasado. En 2008 los investigadores Jeremy de Silva y Julie Lesnik publicaron sus estimaciones empleando datos de numerosas especies de primates catarrinos (entre los que nos encontramos). Ahora sabemos que tamaño podría tener el cerebro de los recién nacidos de todas las especies de homininos solo con saber el tamaño del cerebro de los adultos. Si disponemos de buenos datos sobre las pelvis de esas especies podremos hacernos una idea razonable tanto de las dificultades como de la modalidad del parto de los neonatos.
En los primates cuadrúpedos (como los simios antropoideos), el parto es muy holgado y los fetos orientan sus cerebros de manera sagital antes de comenzar su viaje a través del canal del parto. En estos primates la cabeza no tiene que girar en ese viaje, como podemos ver en la figura que acompaña al texto. La bipedestación ha modificado de manera drástica la morfología de la pelvis. Por ejemplo, la dimensión sagital del canal del parto se ha reducido de manera significativa. Es por ello que entramos en el canal del parto con la cabeza orientada de manera transversal (de perfil, para entendernos). Tras un giro de la cabeza y una verdadera contorsión de los hombros, podemos salir por el último tramo del canal de parto con la cara mirando hacia abajo. Todo lo contrario a lo que sucede en los simios antropoideos, que pueden mirar a su madre justo al salir del anillo óseo de la pelvis.
Los expertos en estas cuestiones han tratado de reproducir tanto la dificultad como la modalidad del parto (con o sin rotación de la cabeza) en nuestros ancestros. La última investigación ha sido publicada hace pocas semanas por un equipo liderado por Alexander G. Claxton (Universidad de Boston). Los autores implicados en este trabajo han conseguido reconstruir de manera virtual la pelvis Sts 65, asignada a Australopithecus africanus. La tecnología ha permitido este pequeño “milagro científico”, impensable hace tan solo una decena de años. La morfología de Sts 65, que conserva parte del íleon y el pubis, sugiere que perteneció a una hembra. Este es un hecho afortunado, porque todos conocemos las diferencias entre machos y hembras en la forma del hueso coxal. Como bien podemos suponer, estas diferencias tienen que ver con la maternidad.
Todos los homininos son bípedos y, en consecuencia, la pelvis adoptó una forma diferente a la de los simios antropoideos desde los inicios de nuestra genealogía. Por descontado, el tamaño de la pelvis en los pequeños australopitecos era mucho menor que en Homo sapiens. Todos los elementos del esqueleto de estos homininos tenían un tamaño proporcional al tamaño de sus cuerpos. En términos relativos, la pelvis era algo más ancha que la nuestra debido a la expansión lateral de hueso ilíaco. Pero cuando se miden las dimensiones del canal del parto en los australopitecos no se aprecia ninguna desproporción significativa con respecto al canal del parto de Homo sapiens. La cabeza de los recién nacidos de las especies del género Australopithecus (unos 180 centímetros cúbicos) era obviamente mucho más pequeña que la de nuestros hijos (unos 380 centímetros cúbicos). Pero las dimensiones del canal del parto de los australopitecos también era más pequeñas. En consecuencia, las conclusiones de Claxton y sus colaboradores no difieren de las obtenidas por otros expertos. Parece una contradicción a la lógica, pero los australopitecos habrían tenido las mismas dificultades que nosotros para dar a luz a sus crías. Y así ha podido ser durante toda la genealogía humana, desde sus inicios hace unos seis millones de años. En todas las especies anteriores a la nuestra, la cabeza del feto pudo orientarse de manera transversal, con la consiguiente rotación a medida que se movía por el canal del parto.
Los expertos en el estudio del tamaño corporal siempre han hipotetizado que el aumento del tamaño del cuerpo pudo estar relacionado con el estilo de vida de los cazadores recolectores, enfrentados a mil peligros. Para Claxton y sus colaboradores, el tamaño corporal (y en consecuencia el de la pelvis y el canal del parto) pudo ser una consecuencia secundaria del aumento del tamaño del cerebro. Cuanto mayor era el tamaño del cerebro de los recién nacidos, mayor habría de ser el canal del parto. La selección natural habría favorecido la presencia de cerebros cada más grandes y más complejos en el género Homo y el resto del cuerpo habría seguido las directrices impuestas por este aspecto tan sumamente importante de nuestra historia evolutiva.