Roban la escena central del mosaico romano de Baños de Valdearados (Burgos)
La escena central del mosaico romano de Baños de Valdearados ha desaparecido hoy después de que uno o varios individuos entrasen al templo consagrado al dios Baco en la localidad burgalesa para llevarse una parte importante de uno de los mosaicos mejor conservados del país.Publicado en Antena3.com
Más información en: www.historiayarqueologia.com
La magia de 'despertar' el pasado de los egipcios
Jesús Vicioso Hoyo /JaénLa quinta campaña de la Universidad de Jaén en la necrópolis Qubbet el-Hawa tiene tanta magia como la primera. O quizá, mucha más, por aquello de que las respuestas a las preguntas al pasado están amenazadas por tijeras que no entienden lo suficiente de Historia y es, entonces, cuando la ilusión de los investigadores crece sin límites —Hacienda denegó una ayuda del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes lo que hizo 'renunciar' algunos objetivos—.
El caso es que la ciencia habla por sí sola y que los hallazgos continuaron saliendo in situ, en esta zona de Asuán, a mil kilómetros de la capital egipcia, El Cairo. Hoy, tras seis semanas, el equipo hace las maletas para regresar a casa. Ya aquí continuará el “viaje”, pero ya examinando al milímetro los hallazgos cosechados durante estos días.
Los integrantes del proyecto, capitaneado por el profesor Alejandro Jiménez Serrano, emprendieron la nueva expedición arqueológica el pasado 19 de enero, cuando los investigadores partieron, desde varias ciudades, hasta Egipto. Una vez allí, el “reloj” del encuentro con el pasado que se detuvo el pasado curso volvió a andar en las tumbas de los nobles de Elefantina para, así, despertarlas de su letargo de varios miles de años. En concreto, han “llamado a la puerta” de un grupo de tumbas de 1800 antes de Cristo.
Y ha habido sorpresas. Gratas y variadas, lo que incrementó la curiosidad y, por tanto, las ganas de saber. A pesar, incluso, de que se ha tenido que “luchar” contra varios frentes: las inclemencias propias del paso del tiempo, las violaciones producidas por rateros que a lo largo de los siglos acudieron para profanar, de manera inmisericorde, el lugar, o “metodología arcaica” de egiptólogos que, como el alemán Elmar Edel, estuvieron allí hace más de cinco décadas. También hubo incómodos cortes de electricidad que provocaron algunos retrasos y temperaturas altas incomparables a los días de frío que estos días pasa la provincia jiennense. Los arqueólogos lograron descubrimientos significativos a base de tesón, como el de que en la tumba de culto QH33 que investigan hay enterradas más de doscientas personas desde la época del Reino Nuevo, o perfiles de nuevas sepulturas. Y ha costado lo suyo, sobre todo porque, en algunos casos, tras cada poco de excavar había que parar para consolidar. Algunas de las maravillas conseguidas fue ver una momia de un difunto con una “impresionante máscara de cartonaje con la misma policromía que el ataúd que la cubre”, como indica el equipo en el diario escrito durante la presente campaña arqueológica.
En este capítulo, del pasado 19 de febrero, se relata cómo se pudo especificar que esta tumba respondía a la de un miembro de la familia gobernante de Elefantina. Su nombre, Heqaib. Otra sorpresa, más que grata, llegó cuando se toparon con la continuación de una máscara de cartonaje que cubrió una momia hasta las piernas La necrópolis aguarda desde hace milenios y los científicos de la expedición de la UJA también, aunque desde hace menos. Pero hay “sueños” imaginados que tuvieron su principio de desenlace. Como el de la apertura de la cámara intacta que se descubrió en 2010, lo que alteró, y con creces, la “dulce rutina” de la indagación arqueológica. “Nadie quería perderse el momento: se iba a presenciar la apertura de una cámara intacta que no ha visto la luz desde hace casi cuatro mil años”, escribió el equipo después de retirar la gran losa de piedra que cerraba el espacio que guardaba celosamente el ataúd, cuyo lateral conservaba una inscripción jeroglífica y un panel con dos grandes ojos “udyat” (símbolos mágicos). Esto ocurrió el sábado. Al día siguiente se desveló que se trataba de un varón enterrado en una caja funeraria con inscripciones para una mujer. El hombre, de entre veinte y treinta años, tuvo que morir inesperadamente y no dio tiempo a preparar la urna. Tuvo que tener una vida cómoda, porque, según se descifró, su musculatura no estuvo muy desarrollada, según se comprobó.
años de espera. Detrás de este féretro hay una historia que desvelar y a ella, y a muchas otras, se dedicarán próximamente los investigadores, que, después de finalizar sus trabajos de excavación, ahora tienen ante sí más tareas de búsqueda por delante con toda la información recogida en esta quinta campaña.
El equipo del Proyecto de Qubbet el-Hawa, liderado por el doctor Alejandro Jiménez Serrano, regresa a casa con parte de los deberes hechos. Ahora toca la otra parte científica, la de desgranar más misterios para que, al regresar en el futuro, el pasado dé buena cuenta de aquello que encerró para que milenios después fuesen desvelados por los investigaciones de la Universidad de Jaén.
Fuente: http://www.diariojaen.es
Arqueología de una batalla: Roma contra Cartago
El campo de la batalla de Baécula donde se enfrentaron 15.000 hombres al mando de Escipión y Asdrúbal, en el 208 aC, sale a la luz en Jaén
Alicia Rivera / Madrid
Año 208 aC. Los ejércitos romano y cartaginés, a las órdenes de Escipión el Africano y Asdrúbal Barca (hermano de Aníbal), están a punto de entablar batalla. Asdrúbal domina un cerro estratégico en el que se ha instalado ante la llegada de su enemigo. Las tropas de Escipión, que han acampado a unos cuatro kilómetros, atacan a los cartagineses: primero con la infantería ligera y luego con el grueso de su ejército, desplegando una maniobra de tenaza para rodear al ejército enemigo. Asdrúbal pierde el combate y huye, llevándose, eso sí, el tesoro y los elefantes. “Es la batalla de Baécula, una de las importantes de la Segunda Guerra Púnica, que enfrenta a las dos potencias del momento por el dominio del Mediterráneo, casi una guerra mundial”, apunta el arqueólogo Arturo Ruiz.
La historia, los detalles de esta batalla, la cuentan los historiadores romanos Polibio y Tito Livio. Pero, ¿dónde se libró exactamente? ¿Qué cerro era ese en el que se defendió Asdrúbal y atacó Escipión? ¿Por dónde avanzó uno y huyó el otro? Un equipo de arqueólogos de la Universidad de Jaén afirma haber descubierto el lugar del combate y encontrado el rastro de las tropas en sus movimientos sobre el terreno. Los investigadores están leyendo los vestigios directos para entender qué pasó. Lanzas, puntas de flecha y de jabalina, tachuelas de las sandalias, proyectiles de los honderos baleares que lucharon en las filas cartaginesas, broches de los ropajes, espuelas… incluso piquetas de las tiendas de acampada o los agujeros donde clavaron los de Asdrúbal la empalizada de protección, han salido a la luz en los últimos años. En total, estos arqueólogos han recuperado ya más de 6.000 objetos, dos tercios de ellos asociados al acontecimiento del 208 a C. Los ejércitos de las dos potencias, afirman, se enfrentaron en el cerro de Las Albahacas cerca de la actual localidad de Santo Tomé (Jaén), un lugar estratégico de acceso a la cuenca del Guadalquivir desde Cartago Nova (Cartagena) que Escipión había conquistado el año anterior. Asdrúbal estaba a tiro de las minas de cobre y plata de Cástulo. Una región importante para unos y para otros.
Es arqueología de una batalla, de un acontecimiento efímero, algo insólito en la tradición de unas investigaciones que suelen ocuparse de ciudades, templos, tumbas o infraestructuras que perduran durante siglos. “Hasta ahora solo se había excavado así una batalla de la antigüedad, la de Teotoburgo, en Alemania, de romanos contra los germanos, y es muy posterior, del año 9 aC.”, recalca Juan Pedro Bellón, del Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica (Universidad de Jaén). “Hay alguna batalla excavada con una metodología similar, pero del siglo XIX, en concreto la de tropas estadounidenses contra indios en Little Big Horn, y algunos campamentos militares, pero nada más”, añade su colega Manuel Molinos. Por ejemplo, las batallas de Aníbal en Italia se sabe que fueron en Tesino, Trebia, Trasimeno y Cannas, pero no en qué sitio exactamente, dice Bellón, ni hay restos arqueológicos de ellas.
Con las detalladas descripciones de los historiadores romanos, los investigadores del Instituto de Jaén se plantearon, hace una década, encontrar los vestigios de la batalla de Baécula. “El general cartaginés recorría entonces los parajes de Cástulo, alrededor de la ciudad de Bécula, no lejos de las minas de plata. Informado de la proximidad de los romanos cambió de lugar su campamento y se procuró seguridad por un río que fluía a sus espaldas”, escribió Polibio. Y Tito Livio: “El ejército de Asdrúbal estaba cerca de la ciudad de Bécula y por la noche Asdrúbal replegó sus tropas a una altura. Por detrás había un río. La altura, que tenía una explanada en la parte más alta, por delante y por los lados ceñía todo su contorno una especie de ribazo abrupto”.
Los arqueólogos emprendieron una labor casi detectivesca para dar con el lugar de los hechos, con la ayuda de los textos clásicos y técnicas topográficas avanzadas, además de la observación directa sobre el terreno. “Schulten, en 1925, situó la batalla de Baécula al sur de Bailén, pero lo descartamos, porque la geografía no se ajustaba a las descripciones de Polibio y Tito Livio”, cuenta Arturo Ruiz, arqueólogo de la Universidad de Jaén que puso en marcha el proyecto de Baécula. También se habían propuesto otras localizaciones. Poco a poco, el equipo fue identificando posibles cerros y haciendo catas arqueológicas con detectores de metales, hasta que en el cerro de Las Albahacas empezaron a aparecer restos acordes con un enfrentamiento entre dos ejércitos. Desde 2006, realizan excavaciones en el lugar y participan en los estudios una veintena de expertos: topógrafos, numismáticos, conocedores de armamento antiguo, especialistas en paleoclima y en análisis químicos.
La investigación, financiada por el Plan Nacional de Investigación Científica, es una labor ardua y extensa. El teatro de operaciones se extiende por 400 hectáreas, aunque las prospecciones más intensas se centran en 20 hectáreas. Los arqueólogos han hecho decenas de transectos (líneas de prospección con los detectores de metales) y centenares de cuadrículas.
En el 209 a C los romanos han tomado Cartagena y, un año después entran en la zona del alto Guadalquivir, dominado por los cartagineses. Aníbal ha estado en ese territorio de importancia estratégica antes de dirigirse a Italia, recuerda Bellón. Y en la península Ibérica permanecen tres ejércitos cartagineses: dos de ellos al mando de los hermanos de Aníbal, Asdrúbal Barca y Magón Barca, y otro al mando de Asdrúbal Giscón. “La batalla de Baécula abre el control de la Bética a Roma y, en adelante, Andalucía será su almacén de aceite, trigo y minas de plata y plomo”, explica Ruiz. “Según una teoría, Escipión entra en Andalucía por Despeñaperros, pero nosotros sostenemos que lo hace por el valle del río Guadiana Menor”, apunta Bellón. Quiere evitar que Asdrúbal llegue a Italia para apoyar a su hermano Aníbal y, a la vez, evitar que se unan los otros dos ejércitos cartagineses.
La historia solo contaba con las fuentes de una de las partes en conflicto, explica Ruiz. “Y los romanos ensalzan a Escipión como gran estratega que planifica el movimiento envolvente de su ejército, que afronta la dificultad y dureza de la batalla de Baécula y que, al final, derrota a Asdrúbal”, comenta Bellón. Pero ahora los arqueólogos intentan leer directamente las pruebas para averiguar qué paso. Apenas aparecen en el cerro armas cortas, lo que indica que el enfrentamiento cuerpo a cuerpo fue limitado. Sin embargo, añade Bellón, hay muchas armas arrojadizas, como lanzas, flechas, proyectiles de los honderos baleáricos y dardos.
“Asdrúbal elige el cerro sabiendo que es un punto defensivo estratégico para defenderse y para preparar la huida”, continúa Bellón. “Los romanos establecen su campamento a unos cuatro kilómetros e, inmediatamente, fuerzan la batalla atacando a los cartagineses. Tienen desventaja teórica sobre el terreno ya que atacan cuesta arriba, pero tienen ventaja numérica”. No está claro cuántos hombres participaron en la batalla. Tito Livio habla de 70.000 (40.000 romanos y 30.000 cartagineses). Puede ser exagerado. Los arqueólogos de Jaén lo dejan en unos 15.000 en total.
“Ni Polibio ni Tito Livio son contemporáneos de los hechos, y escriben basándose en la abundante documentación romana, aunque el primero, que nació en 200 a C, se considera una fuente más fidedigna porque escucharía datos de primera mano. De los cartagineses no hay testimonios porque la ciudad de Cartago fue arrasada al final de la Tercera Guerra Púnica, cuando los romanos finalmente se hicieron con el poder absoluto del Mediterráneo”, apunta Molinos.
Después de Baécula, Escipión permanece poco tiempo en el campamento del cerro que ha tomado al enemigo. Asdrúbal huye y llega a Italia, en el 207 a C. Una vez allí, envía dos emisarios a Aníbal, pero los romanos los interceptan y atacan: Asdrúbal muere en la batalla de Metauro.
Reconstrucción de la batalla de Baécula:
Vía: www.elpais.com / www.historiayarqueologia.com
Año 208 aC. Los ejércitos romano y cartaginés, a las órdenes de Escipión el Africano y Asdrúbal Barca (hermano de Aníbal), están a punto de entablar batalla. Asdrúbal domina un cerro estratégico en el que se ha instalado ante la llegada de su enemigo. Las tropas de Escipión, que han acampado a unos cuatro kilómetros, atacan a los cartagineses: primero con la infantería ligera y luego con el grueso de su ejército, desplegando una maniobra de tenaza para rodear al ejército enemigo. Asdrúbal pierde el combate y huye, llevándose, eso sí, el tesoro y los elefantes. “Es la batalla de Baécula, una de las importantes de la Segunda Guerra Púnica, que enfrenta a las dos potencias del momento por el dominio del Mediterráneo, casi una guerra mundial”, apunta el arqueólogo Arturo Ruiz.
La historia, los detalles de esta batalla, la cuentan los historiadores romanos Polibio y Tito Livio. Pero, ¿dónde se libró exactamente? ¿Qué cerro era ese en el que se defendió Asdrúbal y atacó Escipión? ¿Por dónde avanzó uno y huyó el otro? Un equipo de arqueólogos de la Universidad de Jaén afirma haber descubierto el lugar del combate y encontrado el rastro de las tropas en sus movimientos sobre el terreno. Los investigadores están leyendo los vestigios directos para entender qué pasó. Lanzas, puntas de flecha y de jabalina, tachuelas de las sandalias, proyectiles de los honderos baleares que lucharon en las filas cartaginesas, broches de los ropajes, espuelas… incluso piquetas de las tiendas de acampada o los agujeros donde clavaron los de Asdrúbal la empalizada de protección, han salido a la luz en los últimos años. En total, estos arqueólogos han recuperado ya más de 6.000 objetos, dos tercios de ellos asociados al acontecimiento del 208 a C. Los ejércitos de las dos potencias, afirman, se enfrentaron en el cerro de Las Albahacas cerca de la actual localidad de Santo Tomé (Jaén), un lugar estratégico de acceso a la cuenca del Guadalquivir desde Cartago Nova (Cartagena) que Escipión había conquistado el año anterior. Asdrúbal estaba a tiro de las minas de cobre y plata de Cástulo. Una región importante para unos y para otros.
Es arqueología de una batalla, de un acontecimiento efímero, algo insólito en la tradición de unas investigaciones que suelen ocuparse de ciudades, templos, tumbas o infraestructuras que perduran durante siglos. “Hasta ahora solo se había excavado así una batalla de la antigüedad, la de Teotoburgo, en Alemania, de romanos contra los germanos, y es muy posterior, del año 9 aC.”, recalca Juan Pedro Bellón, del Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica (Universidad de Jaén). “Hay alguna batalla excavada con una metodología similar, pero del siglo XIX, en concreto la de tropas estadounidenses contra indios en Little Big Horn, y algunos campamentos militares, pero nada más”, añade su colega Manuel Molinos. Por ejemplo, las batallas de Aníbal en Italia se sabe que fueron en Tesino, Trebia, Trasimeno y Cannas, pero no en qué sitio exactamente, dice Bellón, ni hay restos arqueológicos de ellas.
Con las detalladas descripciones de los historiadores romanos, los investigadores del Instituto de Jaén se plantearon, hace una década, encontrar los vestigios de la batalla de Baécula. “El general cartaginés recorría entonces los parajes de Cástulo, alrededor de la ciudad de Bécula, no lejos de las minas de plata. Informado de la proximidad de los romanos cambió de lugar su campamento y se procuró seguridad por un río que fluía a sus espaldas”, escribió Polibio. Y Tito Livio: “El ejército de Asdrúbal estaba cerca de la ciudad de Bécula y por la noche Asdrúbal replegó sus tropas a una altura. Por detrás había un río. La altura, que tenía una explanada en la parte más alta, por delante y por los lados ceñía todo su contorno una especie de ribazo abrupto”.
Los arqueólogos emprendieron una labor casi detectivesca para dar con el lugar de los hechos, con la ayuda de los textos clásicos y técnicas topográficas avanzadas, además de la observación directa sobre el terreno. “Schulten, en 1925, situó la batalla de Baécula al sur de Bailén, pero lo descartamos, porque la geografía no se ajustaba a las descripciones de Polibio y Tito Livio”, cuenta Arturo Ruiz, arqueólogo de la Universidad de Jaén que puso en marcha el proyecto de Baécula. También se habían propuesto otras localizaciones. Poco a poco, el equipo fue identificando posibles cerros y haciendo catas arqueológicas con detectores de metales, hasta que en el cerro de Las Albahacas empezaron a aparecer restos acordes con un enfrentamiento entre dos ejércitos. Desde 2006, realizan excavaciones en el lugar y participan en los estudios una veintena de expertos: topógrafos, numismáticos, conocedores de armamento antiguo, especialistas en paleoclima y en análisis químicos.
La investigación, financiada por el Plan Nacional de Investigación Científica, es una labor ardua y extensa. El teatro de operaciones se extiende por 400 hectáreas, aunque las prospecciones más intensas se centran en 20 hectáreas. Los arqueólogos han hecho decenas de transectos (líneas de prospección con los detectores de metales) y centenares de cuadrículas.
En el 209 a C los romanos han tomado Cartagena y, un año después entran en la zona del alto Guadalquivir, dominado por los cartagineses. Aníbal ha estado en ese territorio de importancia estratégica antes de dirigirse a Italia, recuerda Bellón. Y en la península Ibérica permanecen tres ejércitos cartagineses: dos de ellos al mando de los hermanos de Aníbal, Asdrúbal Barca y Magón Barca, y otro al mando de Asdrúbal Giscón. “La batalla de Baécula abre el control de la Bética a Roma y, en adelante, Andalucía será su almacén de aceite, trigo y minas de plata y plomo”, explica Ruiz. “Según una teoría, Escipión entra en Andalucía por Despeñaperros, pero nosotros sostenemos que lo hace por el valle del río Guadiana Menor”, apunta Bellón. Quiere evitar que Asdrúbal llegue a Italia para apoyar a su hermano Aníbal y, a la vez, evitar que se unan los otros dos ejércitos cartagineses.
La historia solo contaba con las fuentes de una de las partes en conflicto, explica Ruiz. “Y los romanos ensalzan a Escipión como gran estratega que planifica el movimiento envolvente de su ejército, que afronta la dificultad y dureza de la batalla de Baécula y que, al final, derrota a Asdrúbal”, comenta Bellón. Pero ahora los arqueólogos intentan leer directamente las pruebas para averiguar qué paso. Apenas aparecen en el cerro armas cortas, lo que indica que el enfrentamiento cuerpo a cuerpo fue limitado. Sin embargo, añade Bellón, hay muchas armas arrojadizas, como lanzas, flechas, proyectiles de los honderos baleáricos y dardos.
“Asdrúbal elige el cerro sabiendo que es un punto defensivo estratégico para defenderse y para preparar la huida”, continúa Bellón. “Los romanos establecen su campamento a unos cuatro kilómetros e, inmediatamente, fuerzan la batalla atacando a los cartagineses. Tienen desventaja teórica sobre el terreno ya que atacan cuesta arriba, pero tienen ventaja numérica”. No está claro cuántos hombres participaron en la batalla. Tito Livio habla de 70.000 (40.000 romanos y 30.000 cartagineses). Puede ser exagerado. Los arqueólogos de Jaén lo dejan en unos 15.000 en total.
“Ni Polibio ni Tito Livio son contemporáneos de los hechos, y escriben basándose en la abundante documentación romana, aunque el primero, que nació en 200 a C, se considera una fuente más fidedigna porque escucharía datos de primera mano. De los cartagineses no hay testimonios porque la ciudad de Cartago fue arrasada al final de la Tercera Guerra Púnica, cuando los romanos finalmente se hicieron con el poder absoluto del Mediterráneo”, apunta Molinos.
Después de Baécula, Escipión permanece poco tiempo en el campamento del cerro que ha tomado al enemigo. Asdrúbal huye y llega a Italia, en el 207 a C. Una vez allí, envía dos emisarios a Aníbal, pero los romanos los interceptan y atacan: Asdrúbal muere en la batalla de Metauro.
El rastro de las tachuelas de sandalia
Las sandalias de los romanos, que no de los cartagineses, llevaban unos remaches de hierro en la suela de cuero, para proteger el material frente al deterioro del uso y para mejorar el agarre. Las tachuelas se desprendían. O el calzado quedaba abandonado por alguna causa. Entonces esas piezas, denominadas clavi caligarii, de un centímetro de diámetro aproximadamente y dos o tres milímetros de alto, con una punta curvada para sujetarlas al cuero, quedan sembradas por el campo. Para los expoliadores carecen de valor, así que permanecen en el lugar durante siglos, hasta convertirse en un tesoro para los arqueólogos.
“Hemos encontrado cientos de tachuelas en Baécula y, gracias a ellas hemos podido localizar no solo el campamento romano, su punto de partida, sino también el camino de unos cuatro kilómetros que recorrió el ejército de Escipión para atacar al enemigo en el cerro, así como la zona donde se desplegó y la batalla”, explica el arqueólogo Juan Pedro Bellón. Es una forma de arqueología dinámica importante, e incluso se han hecho estudios para estimar cuántas tachuelas perdería un soldado romano caminando, añade Bellón.
Las tachuelas salen ahora a la luz con los detectores de metales (apoyados con GPS para una localización exacta de cada pieza), y los arqueólogos de Baécula han analizado los resultados del barrido del territorio con ellos identificando las zonas de mayor densidad de tachuelas (campamentos y batalla) y piezas más dispersas en el camino. Cuando los investigadores han comparado la ruta que marca el rastro de las tachuelas con el mejor camino trazado sobre la topografía de la zona han visto que los romanos acertaron.
¿Y de los movimientos de los cartagineses? Puede haber un rastro de sus monedas, sus armas... El plan de investigación ahora es seguir a las tropas de Asdrúbal en la retirada y profundizar el conocimeinto del campo de batalla.
Reconstrucción de la batalla de Baécula:
Vía: www.elpais.com / www.historiayarqueologia.com
Josef Mengele: El Ángel de la Muerte
Desde hacer crueles pruebas con gemelos hasta usar a una familia con enanismo para su diversión personal, el «Ángel de la muerte» no conocía la compasión
El nombre de Josef Mengele siempre ha sido sinónimo de sadismo y crueldad. Conocido también por el apodo de «Ángel de la Muerte», este médico nazi realizó durante años despiadados experimentos en humanos con la firme intención no sólo de erradicar a los que consideraba «inferiores», sino también de buscar la perpetuación y proliferación de la raza aria
De esta forma, Mengele acabó fríamente con la vida de cientos de miles de personas en el campo de concentración de Auschwitz, donde también llevó a cabo multitud de pruebas en gemelos recién nacidos, sus preferidos para investigar. Durante años, este mal llamado doctor fue el terror de los judíos enviados a este centro de exterminio polaco.
Niñez: el «bueno» de Josef
«Josef Mengele nació en 1911 en Günzburg, Baviera, en el seno de una acomodada familia católica», explica el escritor y periodista Óscar Herradón en su libro «La orden negra: El ejército pagano del III Reich» editado por «Edaf». El joven Josef era conocido en su pequeño pueblo por su alegría, su inteligencia, y unas ansias terribles de superación. A su vez, destacaba por la gran pasión que sentía hacia la música y el arte –de hecho, llegó incluso a escribir una obra de teatro que fue representada en su juventud-.
Curiosamente, Mengele fue miembro de la «Cruz Roja» en su infancia
«De niño, también hubo ocasiones en las que se escapó por los pelos de enfermedades y accidentes. A los 6 años (…) se cayó en un profundo barril de agua de lluvia y estuvo a punto de ahogarse. También padeció un terrible ataque de envenenamiento en sangre. En 1926 el médico de la familia le diagnosticó osteomielitis, una inflamación de la médula ósea (…) que (te) puede dejar tullido en casos graves, pero a él no le produjo ninguna discapacidad significativa», explican por su parte Gerald L. Posner y John Ware en su libro «Mengele. El médico de los experimentos de Hitler».
Primeros pensamientos asesinos
A los 20 años su interés por la medicina se hizo patente, aunque en una rama que no tenía tanto que ver con curar enfermedades. Concretamente, pronto se centraría en el estudio de los orígenes culturales y el desarrollo del ser humano, además de en la paleontología y la antropología.
«Es difícil concretar con precisión qué corrompió la mente de (…) Mengele. Probablemente fue la combinación entre el ambiente político y su interés real en la genética y la evolución la que coincidió con el concepto (…) de que algunos seres humanos con trastornos no eran aptos para reproducirse, ni siquiera para vivir», determinan los autores anglófonos.
A esas ideas Mengele sumó las del doctor Ernest Rudin, personaje al que admiraba, y cuya mentalidad era la de que los médicos debían apiadarse de aquellos cuya vida no tuviera valor matándolos. De hecho, este médico fue el que sentó las bases de la ley de esterilización obligatoria promovida por el nazismo. Según la misma, todos aquellos que tuvieran, entre otras dolencias, esquizofrenia, imbecilidad o deformidades físicas, debían ser asesinados para preservar la raza aria.
Seguidor oficial de Hitler
En todo caso, el «Ángel de la muerte» pronto se encontró tratando de conseguir el doctorado en antropología y el título de médico, estudios que compaginaba con actividades ligadas al partido nazi de Hitler. «En mayo de 1937 presentó la solicitud y a su debido tiempo se convirtió en el miembro número 5.574.974», determinan Posner y Ware.
Sus sujetos favoritos de estudio eran los bebés
Poco después, en 1942, fue enviado al frente, donde ejerció, entre otras cosas, de médico de campaña. En batalla, llegó incluso a conseguir varias medallas por la valentía mostrada en acto de servicio. De esta forma, Josef Mengele se convertiría en toda una leyenda viva para los miembros de las SS.
Auschwitz, campo de pruebas de Mengele
No obstante, este sádico doctor tuvo que esperar todavía un tiempo hasta que, ya con rango de capitán, se le concedió un puesto como médico en el campo de concentración de Auschwitz. Ser enviado a este lugar era un sueño hecho realidad para Mengele, pues significaba que podía llevar a cabo todos los crueles experimentos que deseara.
«El verdadero laboratorio de pruebas humanas de Mengele sería el campo de concentración de Auschwitz, a donde llegaría en calidad de médico oficial el 24 de mayo de 1943», determina por su parte Óscar Herradón.
Por aquel entonces, este campamento albergaba más de 140.000 prisioneros y podía acabar con casi 9.000 vidas humanas al día haciendo uso de sus cámaras de gas. De hecho, se calcula que en este centro de muerte murieron aproximadamente 2.000.000 de personas (el equivalente a la población total de Letonia).
Una sádica forma de eliminar el tifus
Nada más llegar al campo, el «Ángel de la muerte» consiguió hacerse famoso entre reclusos y soldados alemanes al solucionar de forma radical un problema que llevaba meses asolando Auschwitz: el tifus. «Unos días después de su llegada, cuando Auschwitz estaba en medio de la agonía de una de las muchas epidemias de tifus, Mengele se creó fama de ser eficaz de forma radical y despiadada», determinan Posner y Ware.
Este sádico doctor decidió que, para detener la epidemia, debía enviar a las cámaras de gas a 1.600 gitanos y judíos (tanto hombres como mujeres y niños) que tuvieran cualquier síntoma de tifus. Algo que, según narran algunos supervivientes, hizo con total frialdad.
Sin embargo, esta no fue la única medida que llevó a cabo el «Ángel de la muerte». «Según la doctora Ella Lingens, una médico austríaca enviada a Auschwitz, envió a la cámara de gas a todo un barracón de judías, 600 mujeres, y lo hizo limpiar. Luego lo hizo desinfectar de arriba abajo. Después, puso bañeras entre este barracón y el siguiente, sacó a las mujeres del siguiente para que las desinfectaran y las envió al barracón limpio. Allí les dieron un camisón limpio y nuevo. El barracón siguiente se limpió de la misma manera. Fin del tifus. Lo triste es que no pudieran meter en ningún lado a las 600 primeras», explican Posner y Ware en el texto.
Pruebas con gemelos
Pero lo que verdaderamente llamaba la atención de Mengele era la experimentación con gemelos. Concretamente, el interés por este tipo de sujetos se lo había suscitado uno de sus mentores: Eugen Fischer: «Para el citado Fischer, la experimentación con gemelos era el instrumento de investigación más importante en relación a la llamada “higiene racial”», determina Herradón.
«Los médicos nazis pretendían “clonar” una nueva raza muchas décadas antes de que se descubriera la secuencia completa del ADN humano. Creían que en los gemelos estaba la clave para la reproducción selectiva de la raza aria», señala el periodista español en su libro. Es decir, buscaban que las madres alemanas pudieran dar a luz a multitud de hijos arios que reemplazaran a las razas inferiores.
Al cruel doctor le encantaba realizar pruebas de radiación y resistencia del dolor en humanos. Para todos estos fines resultaban muy útiles los gemelos, pues multiplicaban las posibilidades de estudio, ya que, si uno fallecía durante los experimentos, se podía continuar la investigación con su hermano.
«Los médicos nazis pretendían “clonar” una nueva raza aria»
«En otra ocasión infectó a gemelos judíos y húngaros con bacterias de fiebre tifoidea y les extrajo sangre en varias etapas siguiendo el curso de la enfermedad hasta su muerte. Pretendía comprobar en ellos las similitudes anatómicas y sus reacciones a determinados experimentos. Tras ello, los diseccionaba», añade el experto.
Sin embargo, sus experimentos todavía podían llegar a ser más inhumanos, sobre todo los que realizaba en bebés (sus sujetos favoritos de estudio). «El culmen de su depravación llegó en el momento en que pretendió “crear” siameses: escogió a dos niños gemelos de cuatro años -uno de ellos jorobado-, que respondían al nombre de Guido y Nino. Cuando fueron devueltos a los barracones dos días después, estaban cosidos por la espalda hasta las muñecas, unidos incluso por las venas. La gangrena se había apoderado de sus cuerpos y el olor (…) era insoportable», señala el experto.
Mengele y los Ovitz
A su vez, y aunque este maléfico médico estaba obsesionado con la experimentación en gemelos, también llevó a cabo multitud de pruebas en personas con malformaciones genéticas. De ellas, pretendía averiguar si los problemas genéticos eran hereditarios o tenían alguna relación con la raza.
«Tristemente célebres entre las “cobayas” de Mengele fueron siete enanos de la familia Ovitz, judíos rumanos que trabajaban para una compañía circense llamada “Liliput Troupe” y que viajaban por los países del Este de Europa interpretando jazz y realizando espectáculos», determina el periodista español. Al parecer, el «Ángel de la muerte» sintió tanta curiosidad por ellos que les realizó todo tipo de pruebas entre las que se destacaron la extracción de médula ósea o la inserción de agua hirviendo a través de los oídos.
A pesar de todo, esta familia con enanismo logró salvarse y mantenerse viva entreteniendo a este loco doctor nazi. Para ello, cantaban en las ocasiones especiales canciones en alemán y actuaban para los oficiales del campo. Finalmente, y por suerte, lograron volver a su natal Transilvania una vez liberado el campo de Auschwitz.
Una curiosa huída y una misteriosa muerte
La suerte de Mengele, sin embargo, cambió en 1945, cuando los oficiales nazis del campo de concentración recibieron el aviso de que debían abandonar Auschwitz y destruir todas las pruebas incriminatorias de sus múltiples crímenes. Y es que los rusos se acercaban peligrosamente liberando a su paso todos los centros de exterminio que encontraban.
El 17 de enero el «Ángel de la muerte», el mismo que sólo 3 años antes habías hecho todo lo que estaba en su mano para ser destinado en Auschwitz, abandonó el campo de concentración para salvar su vida. Con unos escasos 10 días de ventaja sobre el ejército rojo, se trasladó a otro centro de exterminio a 300 kilómetros, sin embargo, tuvo que volver a huir al saber que los enemigos volvían a caer sobre él.
A partir de este momento la historia se torna algo confusa. Según la versión más extendida, Mengele huyó disfrazado de soldado de la Wehrmacht (fuerzas armadas alemanas) tras abandonar su uniforme de las SS. Sin embargo, fue capturado por los aliados que, al no conocer su identidad, le dejaron en libertad.
En este caso el destino le sonrió, pues pocos meses después, en abril de 1945, fue identificado como uno de los principales criminales de guerra nazis y se encontraba en las listas de la Comisión de Crímenes de Guerra de Naciones Unidas. A partir de ese momento, los aliados nunca detuvieron su búsqueda.
Tras su improvisada liberación habría partido hasta Argentina y Paraguay, siempre bajo la presión de estar perseguido por decenas de servicios secretos de todo el mundo. A partir de entonces, se cree que vivió bajo la protección de familias alemanas en Latinoamérica, para lo cual utilizaba un nombre y apellido falsos.
Su muerte, al igual que su huída, no pudo ser más misteriosa. Al parecer, se produjo a principios de 1979 cuando vivía junto a la familia Bossert, como bien explican Posner y Ware. Según los autores, el 7 de febrero a las 3 de la tarde Mengele salió a dar un paseo junto a la playa con varios de sus encubridores.
«Alrededor de las 4.30 de la tarde, para refrescarse del sol abrasador, Mengele decidió probar las suaves olas de Atlántico. Diez minutos después, se encontraba luchando por su vida. El joven Andreas Bossert fue el primero que lo vio (…) Alertado por su hijo, Wolfram Bossert levantó la vista y vio un movimiento violento del mar. Le preguntó a Mengele si se encontraba bien. La única respuesta fue una mueca de dolor. Bossert se metió en el mar y nadó a la mayor velocidad que pudo para rescatar a su amigo. Cuando llegó (…) la parálisis le había agarrotado el cuerpo», explican los autores anglófonos en su libro. Mengele, tras realizar miles de torturas y protagonizar una huída de película, había fallecido.
Cinco preguntas a Óscar Herradón
m. p. v.madrid
¿Cómo definiría a Mengele en un párrafo?
Lo definiría como la encarnación del mal absoluto. Mengele era un sádico que disfrutaba causando dolor a los otros; personaje absolutamente frío, sin empatía, calculador, representante impecable de la organización criminal a la que pertenecía, las SS de Heinrich Himmler. Entregado a su sanguinario trabajo con una devoción rayana en la locura. El apodo con el que se le conocía en Auschwitz no puede ser más acertado: el «Ángel de la Muerte».
¿Podría narrar brevemente en que consistieron sus experimentos con gemelos?
Su fascinación por los gemelos tuvo su origen en la colaboración que llevó a cabo junto al doctor Otmar von Verschuer, que en el Instituto de Biología Hereditaria de Fráncfort se decantó por una «especialidad» que ya había cautivado a Eugene Fischer. Todos ellos pensaban que en los gemelos se hallaba la clave para una más rápida reproducción de la raza aria, y para conseguirlo Mengele no dudó en utilizar a cientos de niños, incluso bebés, como cobayas, a los que sometían a radiación, provocaban heridas deliberadamente para comprobar el aguante del dolor o inoculaban enfermedades como la malaria o el tifus e inyecciones de cloroformo directamente en el corazón.
¿Cuál diría que fue su experimento más cruel?
Cometió verdaderas aberraciones, como extirpar los ojos a sus víctimas o inyectarles colorantes y sustancias químicas para cambiarles el color, pero el experimento que más me conmocionó a la hora de investigar al personaje fue uno que conocemos gracias al relato que dejó un médico judío que estuvo a su servicio para poder salvar la vida de su familia, Miklós Nyiszli. En una ocasión, Mengele pretendió crear «siameses»; para ello escogió a dos niños gemelos de cuatro años –uno de ellos jorobado-, que respondían al nombre de Guido y Nino. Cuando fueron devueltos a los barracones dos días después, estaban cosidos por la espalda hasta las muñecas, unidos incluso por algunas venas. La gangrena se había apoderado de sus cuerpos y el olor, en medio del llanto ahogado de los pequeños, era insoportable. ¿Qué clase de persona puede hacer eso?
Existen varias teorías sobre su huída y vida en Latinoamérica. ¿Qué cree usted que sucedió?
Por desgracia, uno de los nazis más terribles escapó de la justicia y no fue sometido a juicio en Núremberg como otros altos jerarcas del régimen. Su familia tenía un gran capital y pudo conseguir su evasión a Latinoamérica con una identidad falsa. Hoy se sabe, casi con certeza, que tras refugiarse primero en Günzburg y después en Baviera, huyó a Latinoamérica gracias a la organización ODESSA y se refugió en Buenos Aires, datos que conocemos gracias a la investigación que hizo de su paradero el «cazanazis» Simon Wiesenthal y el Mossad. A pesar de que fueron capaces de localizar a alguien tan influyente como Adolf Eichmann, responsable de la Solución Final, y juzgarle en Jerusalén, no pudieron detener a Mengele, quien vivió sin pagar por sus crímenes durante 35 años.
Su muerte, al igual que su verdadero paradero, está rodeada de misterio. Durante los últimos años de su vida parece ser que vivió en Paraguay y después en Brasil, a donde se trasladó obsesionado con que le capturasen. Murió en extrañas circunstancias, al parecer ahogado, de manera accidental, tras sufrir un paro cardíaco en una playa brasileña en 1979. Fue enterrado con un nombre falso pero en 1985 se exhumaron sus restos y se pudo corroborar su identidad.
¿Existe un número estimado de muertos a manos de este sádico doctor?
No existe, al menos oficialmente, una lista con el número total de muertes de las que fue directamente responsable Josef Mengele, en parte porque las autoridades nazis mandaron destruir todas las pruebas que se pudiera de los campos de concentración, aunque algunos autores hablan de hasta cuatrocientas mil. Durante los últimos años de la guerra, mes a mes, miles de prisioneros, en su mayoría judíos, llegaban en vagones de ganado hasta Auschwitz. En las mismas vías Mengele era uno de los responsables de decidir quién servía para sus experimentos y quién para trabajar. Él decidía, a dedo, el triste destino de miles de personas. Por lo general, las mujeres, los niños y los ancianos eran dirigidos al campo B, a Auschwitz- Birkenau, donde se encontraban las cámaras de gas y los hornos crematorios.
Para sus experimentos utilizó a cientos de niños y adolescentes, que sucumbieron entre terribles dolores a sus pruebas, al igual que numerosos adultos sometidos a las más brutales prácticas, pero como también enviaba a los prisioneros directamente a las cámaras de gas, no podemos dar una cifra exacta. Lo que es seguro es que fue el responsable directo de miles de muertes.
Fuente: www.abc.es
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