Historias de nuestros naufragios. ‘Un puente de mar azul’ rescata tesoros de la arqueología subacuática en el Museo de Almería


Un pecio es la fotografía de un instante detenido para siempre en el fondo del mar. Y no de un instante cualquiera. El instante de un naufragio. Los restos de un barco se acaban descomponiendo pero, una vez perdida la parte orgánica, la arena protege la carga y la guarda tal y como se situó en el momento exacto en el que las maderas cedieron y el agua con su lengua salada lo engulló todo. De ahí que se conserven tantas ánforas. Ánforas que como envases de Coca-Cola de su tiempo sirvieron para transportar vinos, aceites y salazones con los que se comerciaba a lo largo de un mar, el Mediterráneo, en el que Almería ha ocupado una posición estratégica a lo largo de la historia.

“El tráfico marítimo en el Mediterráneo occidental estaba obligado a doblar el Cabo de Gata”, asegura el conservador del Museo de Almería y comisario de la muestra ‘Un puente de mar azul’, Manuel Ramos. Y justifica así la riqueza de nuestros fondos. Los 217 kilómetros del litoral de la provincia y la proximidad de la costa africana también han sido claves en esa circunstancia. “Esto ha sido así desde que se empezó a navegar, sabemos de cerámica de Los Millares hallada en las islas Chafarinas”, añade.

A través de una selección de 250 piezas de los fondos del Arqueológico, la exposición sigue la huella de esa actividad comercial. Una huella en forma de tesoros de la arqueología subacuática que son un auténtico tratado de historia de la navegación que ha llegado a nuestras manos como un mensaje en una botella porque, como apunta Ramos, “estas piezas no han sido encontradas como fruto de una prospección sistemática, más bien forman parte de hallazgos puntuales”.



1. Ánfora globular
Las ánforas tienen gran presencia en la muestra por su buena conservación y ésta esconde una historia interesante. “Servía para transportar aceite de la zona de la Bética que luego se distribuía por el imperio pasando por el Cabo de Gata. Cuando llegaban a Roma, los envases no eran retornables y, como tenían que darles algún uso, hicieron un montículo de más de 40 metros almacenándolos”, señala el comisario.

2. Cerámica corintia
La cerámica constituía una carga secundaria en comparación con los productos agropecuarios y pesqueros. Aun así, cuenta con su representación en ‘Un puente de mar azul’, donde se expone una muestra de lo que traían los fenicios que era material egipcio, así como cerámica griega, romana, medieval, moderna y hasta contemporánea.
La pieza seleccionada forma parte de la colección de Juan Cuadrado y es de origen corintio. “Es bastante interesante porque habla de la historia de Grecia, de las ciudades que tenían una pujanza mercantil y esas producciones son las que llegaban aquí”.

3. Sello de tampón de cuero
En la muestra hay una vitrina dedicada a las piezas recuperadas por la Guardia Civil en el pecio del navío Arna, de principios del siglo XX. “Tenemos el sello del barco que era de un armador checo que matriculó la nave en Dubrovnik”.

4. Lingote de plomo
Los lingotes de plomo también formaban parte de la carga. Éste se remonta a los siglos I-II d. C. y se encontró en Cabo de Gata, donde hay una plataforma de piedra a pocos metros de profundidad en la que muchos barcos encallaban.

5. Cepo de ancla
‘Un puente de mar azul’ cuenta con una parte dedicada a los efectos navales que quedaban en las naves naufragadas, entre ellos las anclas que resistían el paso del tiempo. Un ejemplo es este cepo de plomo romano.

6. Ánfora con inscripciones
Esta ánfora fue encontrada en el pecio Gandolfo. Un barco modesto cuya grandeza reside en que casi todas sus ánforas conservan la información comercial pintada a pincel en latín. “Sabemos quiénes eran los comerciantes implicados, qué mercancías llevaban (atunes y caballas) y de dónde venían: de la ciudad romana de Lixus, en Marruecos, y de la fábrica de salazón de Almuñecar”, añade.

Fuente: lavozdealmeria.es 1 9 de septiembre de 2016

Unas monjas de Huesca ocultaron piezas de arte de gran valor catalogadas

Relicario de San Juan Bautista de plata, siglo XIX, procedente del monasterio de Sijena.

La sanción por no informar del destino de los bienes catalogados puede sumar 138.000 euros. Una cuna apareció en una subasta

El caso Sijena, que enfrenta a Cataluña y Aragón en un litigio por unas pinturas murales románicas y 97 bienes del monasterio oscense de Santa María de Sijena que se conservan en la comunidad vecina, tiene un nuevo capítulo. Se trata ahora de otro lote de 23 piezas catalogadas por la Generalitat cuyo paradero se desconoce desde 1993 porque las monjas que las custodiaban no dan información sobre ello. Las religiosas pueden enfrentarse a una multa de 138.000 euros por esa razón.

Con este nuevo lote son, al menos, 120 las piezas que las monjas sacaron en 1970 del monasterio de Huesca y llevaron con ellas hasta Cataluña. Al cabo de unos años, en 1983 y 1992, vendieron 97 de las obras y adornos de aquel monasterio a la Generalitat, que acabaron depositadas en el Museo de Lleida y en 1994 al Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC). Todas, por casi 300.000 euros.
Una reciente sentencia del Juzgado de Instrucción número 1 de Huesca obligó a devolver a Aragón esas piezas y Cataluña ya ha entregado 53. Pero otras 44, consideradas las más destacadas, siguen expuestas en Lleida, pese a que la juez puede enviar a la policía a recogerlas y trasladarlas a Aragón a partir de este jueves, día en que se retoma la actividad judicial tras el mes de agosto.

A principios de los setenta, cuando las monjas llegaron a Cataluña, dejaron las piezas “para su custodia” en los museos de arte municipales de Barcelona con un acuerdo, firmado por la priora del monasterio, Angelita Opi, y el director de los museos, Joan Ainaud Lasarte, que permitía recuperarlas en cualquier momento. Esas 23 piezas, ahora en paradero desconocido, las reclamaron las monjas al museo en 1993 alegando razones sentimentales. La Generalitat cumplió y se las entregó, pero antes las catalogó como bienes culturales, una protección que obliga a informar del destino y situación en el que se encuentran las piezas, algo que ahora se desconoce, como aseguran en la Generalitat, a pesar de que el convento donde estaban se clausuró en 2007 y la Administración no ha intervenido desde entonces.

Una falta así puede suponer, según la Ley de Patrimonio, una sanción de hasta de 6.000 euros por cada pieza; sumadas todas, la cifra ascendería a 138.000 euros que deberían abonar las monjas si la Generalitat pone en marcha el proceso sancionador. Pero solo dicen: “Estamos estudiando el tema y la situación de las piezas y lo que ha pasado. Luego se tomará una decisión”.

No es este el único caso en el que objetos que pertenecen a patrimonio nacional o que están catalogados están en manos privadas. Entre los objetos recuperados por las monjas, según la relación a la que ha tenido EL PAÍS, había seis relicarios, uno de ellos con restos que pertenecen, según los católicos, a la cruz de Jesucristo, y otro de San Juan Bautista; dos portapaces de plata, uno con el Buen Pastor y dos ángeles y otro con un crucifijo, dos cajitas eucarísticas, tres platos de cerámica, dos cucharas, un jarro, una tapa de libro, un niño Jesús de marfil, su cuna y varios elementos de un pesebre de plata.

En la base de datos de la Generalitat consta que la entrega se hizo en marzo de 1993 a las monjas que residían en la calle Santjoanistes de Sant Cugat (Barcelona). Y desde entonces no se ha sabido nada más de ellas hasta que a comienzos de este año apareció en una subasta la ya famosa cuna de Sijena, que se vendía con un precio de salida de 10.000 a 12.000 euros. Para calibrar su importancia se aseguraba que la cuna estaba catalogada. Eso puso en alerta al Departamento de Cultura que mandó a los Mossos para que la retiraran de la venta, al no haberse notificado, tal y como establece la Ley de Patrimonio, que iba a cambiar de destino. Desde julio, la cuna está en posesión del Gobierno de Aragón (depositada en el Museo de Zaragoza) tras enviar en enero pasado un juez de Huesca a la policía judicial al domicilio barcelonés de sus dueños y llevársela, sin notificarlo a la Generalitat, algo que motivó la queja formal del consejero de Cultura, Santi Vila, al Ministerio del Interior, que aún no ha dado respuesta.

Más irregularidades

La cuna es la muestra de las irregularidades en que han incurrido las monjas de Sijena. Según las leyes de patrimonio, el poseedor de un bien catalogado debe de notificar a la Administración los actos jurídicos, los traslados y el cambio de propiedad que afecten a estos bienes. Las sanjuanistas no informaron de la salida de las piezas en 1970 desde el monasterio, ni de su venta en 1983, 1992 y 1994. Por eso, estas monjas eran parte demandada por el Gobierno aragonés y el Ayuntamiento de Sijena en el juicio que ha acabado obligando a Cataluña a devolver las 97 piezas. Aunque, finalmente, la jueza las exculpa.

Las monjas tampoco informaron a la Generalitat de que la cuna, y posiblemente todos los bienes entregados en 1993, había pasado a manos de Pilar Alcalde Bretón (madre de la persona que intentó subastarla), como agradecimiento, dijeron, por haberlas ayudado económicamente, o sea, a cambio de dinero. Sí consta en la base de datos de la Consejería de Cultura que Alcalde Bretón comunicó en 2001 (tal y como exige la ley) que la cuna, el niño Jesús y dos candelabros viajarían a Madrid para participar en una exposición de belenes españoles que organizaba la Fundación Germán Sánchez Ruipérez.

“Nada que decir al respecto”

Una de las incógnitas que planean sobre este asunto es si algunas de estas 23 piezas viajaron al convento que la orden tiene en Salinas de Añana, Álava, donde reside Virginia Calatayud, la superiora o presidenta federal de la orden, ya que María Antonia Doz Eri y Josefa Avellanas Ducons, las dos últimas monjas de Sijena que vivían en Valldoreix fallecieron en 1998 y 2000, respectivamente.

La superiora Calatayud declaró en el juicio de las pinturas murales que el convento que dirige en Añana es el heredero del de Sijena y que quieren levantar el depósito que hicieron en el MNAC de las pinturas. Por eso han cedido al Gobierno de Aragón las acciones legales para su recuperación. Calatayud ayer, tras la llamada de este diario, se limitó a responder: “No tengo que decir nada al respecto”. Y colgó.

Fuente: El País

Están locos estos romanos: una historiadora derriba los mitos del Imperio

Imagen del interior del Coliseo de Roma

Mary Beard, catedrática de Cambridge, afirma que el Imperio romano fue más "improvisación que planificación" y achaca la emergencia de su poder a la suerte y a una serie de inteligentes decisiones puntuales.

MADRID.- De los romanos creemos saber mucho. ¿Quién no tiene en la cabeza una panorámica que abarca desde la fundación de Roma por una versión latina de Caín y Abel hasta su decadencia entre despilfarros extravagantes y crímenes abominables, sin olvidar el magnicidio de Julio César?

¿Quién ignora ese relato de las hazañas de grandes hombres en toga, sumamente prácticos y poco amigos de las abstracciones? Esas versiones beben de fuentes variopintas: superproducciones de Hollywood sobre gladiadores y emperadores depravados, novelones acerca de cristianos perseguidos (Quo Vadis), cómics (Asterix), tragedias shakesperianas y mucha propaganda: los escritos de autobombo de los romanos y la mala prensa difundida por los padres de la Iglesia. En suma, un mosaico de piezas irregulares que configura una crónica con más de ficticio que de realidad histórica.

De ahí la conveniencia de expurgarse de pseudoconocimientos mediante una infusión a base de hallazgos arqueológicos recientes. Para ese cometido nada mejor que la lectura de SPQR, una historia de la antigua Roma.

El acrónimo SPQR significa “El Senado y el Pueblo de Roma”, el archiconocido emblema de la ciudad motivo de bromas como “Sono Pazzi Questi Romani” (“Están locos estos romanos”), acuñada en Italia en escarnio de los habitantes de su capital.

'El Senado y el Pueblo de Roma' de Mary Beard

Relatar el recorrido de Roma desde su fundación el mítico año 753 a. C. hasta la deposición del último emperador en 476 d. C. no es tarea sencilla; Mary Beard, catedrática de Cambridge, se la facilita un poco cerrando su libro el año 212, cuando Caracalla concedió la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del imperio, una medida que, a su juicio, trastocó de modo irreconocible la fisonomía del dominio de los césares.

Aun así, inevitablemente se deja cosas fuera; pero lo notable es lo mucho que cubre su conciso resumen de cientos de libros y artículos académicos.

De entrada, nos advierte que la Roma arcaica se pierde en las brumas de la leyenda. Durante largo tiempo, solo fue un aglomerado de cabañas y casas acaudillado por señores de la guerra y sus parentelas. Hay que esperar al siglo IV a. C. para contar con referencias fiables en pergaminos, papiros o piedra, aparte del tesoro informativo encerrado en los epitafios de las lápidas.

Mezcla de azar y buenas decisiones

Con esos datos Beard afronta la cuestión clave: ¿por qué Roma, una insignificante aldea en medio de un territorio cenagoso, llegó a crear un imperio tan imponente? Los romanos lo atribuían a un destino decidido por los dioses. La historiadora británica, en cambio, parte de que esos latinos encaramados en sus colinas no eran tipos más belicosos que los demás europeos y ofrece una explicación más compleja, que toma en cuenta la pura suerte y una serie de inteligentes decisiones puntuales; por ejemplo, la incorporación al servicio militar de los pueblos conquistados, garantía de un flujo de tropas sin parangón. O sea: en su expansión hubo más improvisación que planificación.

De estas páginas aprendemos que Roma fue pionera en establecer el voto secreto para evitar coacciones, junto con el deber legal del Estado de alimentar a sus súbditos en apuros (una iniciativa revolucionaria en tiempos de sátrapas consagrados a exprimir a sus sometidos hasta la última gota).

Pero sobre todo se distinguió por una noción de ciudadanía extensible a extranjeros y exesclavos, a la que San Pablo le debió ser decapitado en vez de la crucifixión reservada a los foráneos. En esta norma, que rompía el estrecho derecho civil de la Antigüedad, Beard ve el instrumento que permitió a la metrópoli integrar a individuos de cualquier origen geográfico o social.
Los romanos fueron pioneros en el voto secreto, o en extender la noción de ciudadanía, pero también fueron brutales y genocidas
En contraste, nos refresca que su democracia se fundaba en un sistema censitario en virtud del cual los sufragios de los ricos contaban más que los de los pobres. Y que la otra cara de esos magníficos monumentos, el derecho romano y la retórica jurídica, era la ausencia de policía y un aparato judicial limitado a los poderosos, que abandonaba el resto de la sociedad a la ley de la selva.

“Los romanos hacen un desierto y le llaman paz”

En sus conquistas los romanos se mostraron brutales y a menudo genocidas. La columna de Marco Aurelio, el precursor de la autoayuda al que tenemos por un estoico estadista, celebra la ejecución masiva de sus cautivos germanos.

Los pecios rescatados del Mediterráneo nos cuentan que el Mare Nostrum fue el escenario de un intenso tráfico de seres humanos reducidos a la esclavitud por las huestes del imperio. Pero enseguida advertimos que los primeros críticos del imperialismo fueron sus propios ciudadanos, como Tácito, a quien debemos la frase “los romanos hacen un desierto y le llaman paz”, tan célebre que todavía se hacían eco de ella, muchos siglos más tarde, los muros de mi facultad en Argentina, en alusión a la paz pregonada por la dictadura militar.

Beard, locuaz cicerone, nos guía por las ruinas de la Ciudad Eterna. De la columna de Trajano, el Coliseo o el Panteón nos lleva a sitios menos conocidos: la tumba de los Escipiones, el sepulcro del panadero Eurisaces, la Cloaca Máxima o el monte Testaccio, el vertedero de las vajillas rotas, las sobras de comida y los bebés indeseados.

El libro es un recorrido por la Roma antigua sazonado con tacos, anécdotas crudas y cotilleos de alcoba

Un recorrido sazonado con tacos y obscenidades usadas por la plebe y los poetas de postín, cotilleos de alcoba provistos por los más ilustres cronistas y anécdotas crudas como la del cómico muerto a golpes en el escenario por el público enardecido por sus chistes políticos, sin que el crimen interrumpiera el espectáculo.

Y con toques de ironía como el comentario de que los higos eran el principal peligro en la corte, en relación a los asesinatos de emperadores con presuntos higos envenenados, sin ocultar que el problema real era la falta de mecanismos de sucesión. Al término del tour hemos presenciado un abigarrado tapiz de la vida cotidiana, desde las alturas senatoriales al proletariado expuesto al paludismo endémico.

Quedan en el tintero aspectos cruciales como la transición económica de la sociedad gentilicia a la urbe comercial y esclavista, la estructura administrativa de las provincias, o las razones de fondo por las cuales el pueblo y los senadores prefirieron soportar a los caprichosos emperadores en vez de restaurar la añorada república.

Es igualmente discutible el énfasis puesto en la agonía de la república y los inicios del imperio, en detrimento de los demás periodos.

Imagen de los foros romanos, en Roma

Una mujer en el club de caballeros de la historia académica

Sacando estas comprensibles lagunas, la tarea realizada por la autora es formidable por su capacidad de síntesis y la calidad de su escritura amena, a ratos coloquial y siempre rigurosa. Se agradecen los mapas y las ilustraciones, y la bibliografía inteligentemente comentada. En definitiva: una lectura apasionante, un genuino modelo de divulgación histórica.

De Mary Beard cabe decir que ha sido una de las primeras mujeres en forzar la entrada del club de caballeros que era la historia clásica académica. Con su aire de hippie entrada en años, la clasicista es un icono mediático en su país debido a su labor divulgadora de la historia antigua. Le honra haber defendido públicamente a los inmigrantes de la xenofobia de sus compatriotas. Este año fue galardonada con el Premio Princesa de Asturias de Humanidades y Ciencias Sociales.

AGENCIA SINC

En busca de la tumba de Nefertiti

La tumba del faraón Tutankamón podría esconder "el mayor hallazgo arqueológico" de la historia: la tumba intacta de la bella y gran reina Nefertiti.

Nefertiti es uno de los personajes más legendarios del Antiguo Egipto y ahora un investigador de la Universidad de Arizona, Nicholas Reeves acepta el reto de demostrar al mundo de que la tumba de nefertiti se encuentra en la KV62, junto a la de su hijo Tutankamón.

La conquista musulmana de la Península Ibérica

La penetración y el control militar de la Península: campañas de Tariq, Musa, Abd al-Aziz:
  
Podemos comentar que todo este período plantea temibles problemas de interpretación, tanto por la ambigüedad de los textos cronísticos -latinos y árabes- como por las adherencias ideológicas que, de forma más o menos consciente, han configurado una determinada toma de posición ante el hecho de la conquista y de la consiguiente pérdida de España. No es de extrañar así que tanto los propios acontecimientos como sus protagonistas sean objeto de vivas polémicas: desde el carácter que revistieron los pactos con los hijos de Witiza hasta la ruta seguida por los contingentes árabo-beréberes, pasando por la ubicación exacta de la «batalla de Guadalete», el destino de Rodrigo, la enigmática personalidad del conde don Julián o la interpretación tradicional de lo que podríamos llamar onomástica de la conquista (Tarifa, Tariq, Guadarranque, AI-Andalus ... ).
   
Con anterioridad a noviembre del 709, el conde don Julián (jefe de los beréberes Gumara, de la región de Tánger, que supo mantener buenas relaciones con bizantinos y visigodos, gracias a su condición de mercader; si es que no cabe considerarlo de estirpe goda y gobernador de Cádiz, como postulan otros autores), realizó un pacto con Musa ibn Nusayr, wali de Ifriqiya y del Magrib, a quien describió la Península y estimuló a conquistarla tal y como lo relatan los Ajbar Maymua. Musa respondió al proyecto de Julián enviando, en julio del 710, al beréber Tarif ibn Malluk al frente de unos 400 hombres, que en cuatro navíos desembarcaron en Tarifa. Tras esta primera expedición, Tariq ibn Ziyad, mawla (cliente) de Musa y gobernador de Tánger, pasó el estrecho con unos 7.000 hombres (después, aumentados hasta 12.000), en su gran mayoría beréberes. De Gibraltar (jabal Tariq: monte de Tariq; aunque quizá sea esta expresión puramente literaria y no designe a la persona real del conquistador), este contingente de tropas pasó a Algeciras y, en julio del 711, tuvo lugar, junto a Wadi Lakka(tradicionalmente, y después reafirmado por Sánchez-Albornoz, río Guadalete; según E. Lévi-Provençal, río Barbate; según J. Vallvé, río Guadarranque), la batalla donde fue derrotado el ejército visigodo. Según Ibn al-Qutia, esta victoria fue posible por la defección de los hijos de Witiza, quienes, antes de la batalla, habían pactado con Tariq prestarle su ayuda, a cambio de que les fueran reconocidas las 3.000 aldeas que su padre poseía en Hispania.
  
Por encima de circunstancias anecdóticas, los sucesos -seguramente cruciales- de los años 709-711 deben interpretarse en el contexto amplio de la expansión islámica (con su lógica interna y sus propios métodos) y de la crisis del Estado visigodo. En efecto, aunque la llamada de auxilio de los visigodos a una fuerza externa (en este caso los árabo-beréberes) fuese una práctica utilizada con frecuencia en Hispania, como han vuelto a subrayar recientemente A. Barbero y M. Vigil, no es menos cierto que, como ha mostrado M. Barceló, tres series de fulus (monedas de cobre o bronce), acuñados entre el 709 y la primavera del 711 en la zona más occidental del Magrib, parecen mostrar la intencionalidad inicial de la penetración. Desde este último punto de vista, Tariq no sería un simple auxiliar del bando witizano, sino el jefe de una expedición de conquista; y, por ello mismo, los primeros pactos de los árabo-beréberes con Julián y con los hijos de Witiza habría que entenderlos, no como un hecho accidental y fortuito, sino como la manifestación del método normal seguido por los musulmanes en sus conquistas, tanto en Oriente como en Ifriqiya y en el Magrib: la negociación con los poderes concretos que podrían ofrecer resistencias a la ocupación. Quizá una comparación más estricta entre lo que había ocurrido en Oriente y en el norte de Africa y los pormenores de la conquista de Hispania permitiría dejar de considerar este último acontecimiento como excepcional.

Tras la victoria de Wadi Lakka, Tariq se dirigió a Toledo siguiendo un itinerario harto discutido y últimamente precisado por E. Santiago, a la luz del texto de Ibn al-Sabbat. La ruta parece que fue la siguiente: Medina Sidonia, Morón, Carmona, Sevilla, Ecija, Córdoba y Toledo. Mientras esto ocurría, Musa ibn Nusayr desembarcaba en Algeciras con 18.000 hombres, en su mayoría árabes, en neto contraste con el contingente masivamente beréber que paso a Hispania con Tariq. Musa dedicó su actividad a la ocupación del suroeste peninsular: Niebla, Beja, Mérida ... hasta reunirse con Tariq cerca de Toledo. Entre los años 714 y 716 se ocuparon Zaragoza, Amaya, León, Astorga y, un poco más tarde (ya en la época de Abd al-Aziz, sucesor de Musa), Pamplona, Tarragona, Barcelona, Gerona y Narbona, así como las regiones de la actual Andalucía oriental (Málaga, Granada y, probablemente, Jaén). A los cinco años del desembarco de Tariq, gran parte de la Península Ibérica era controlada, aunque de manera desigual, por los árabe-beréberes.

Las capitulaciones

Como se ha subrayado recientemente, la rapidez de la conquista habría que explicarIa, en parte, por la habilidad de los musulmanes al ofrecer pactos y/o al aceptar una rendición condicional, cuando les era ventajoso hacer lo. En efecto, la política seguida por los árabo- beréberes se limitaba a aplicar, de forma rutinaria, las prácticas largamente experimentadas en Siria, Iraq, Mesopotamia, Egipto e Ifriqiya. M. Barceló ha subrayado el objetivo fiscal de aquellos tratados: su finalidad era afianzar el control de las tierras ocupadas, mediante la creación de dependencias fiscales, medida que se acompañaba de la acuñación de moneda para pagar a los contingentes tribales que habían llegado a la Península. Naturalmente, para completar el cuadro que explique la rapidez de la conquista, debemos añadir a las consideraciones anteriores el grado de descomposición del aparato estatal visigodo, que permitía la realización de pactos aislados con una aristocracia hispano-goda semi-independiente y, sobre todo, la desafección de importantes sectores sociales respecto a las clases dirigentes, lo que hacía viable la capitulación en las condiciones que ofrecían los musulmanes. Aunque es un tema no suficientemente investigado, existen indicios para pensar que la ocupación musulmana produjo, en sus inicios, una cierta nivelación social, que debemos poner en relación con los efectos desprivatizadores de la tierra que implica la propiedad superior de la umma o comunidad islámica. La pasividad, cómplice de la población indígena, puede explicarse si, como recuerda P. Chalmeta, la conquista supuso no sólo la desamortización total de los bienes de la Iglesia. sino también la redistribución de la propiedad de casi toda la aristocracia visigoda.

Es posible concluir, a la luz de las últimas investigaciones, que Hispania no fue conquistada por los musulmanes por la fuerza de las armas, sino que capituló. Entre otras cosas, ello quiere decir que, en los territorios sometidos mediante capitulación, los ocupantes de las tierras conservaron sus derechos, a cambio del pago de una contribución territorial (jaray). estipulada en las condiciones concretas del pacto. Así ocurrió en Sevilla, Ecija, Córdoba, Mérida, Lisboa, Toledo, Lérida, Pamplona, etcétera. El caso más conocido es el de la región de la futura Murcia; su jefe, Teodomiro, pactó con Abd al-Aziz un tratado cuyo texto se nos ha conservado. Dice así:

En el nombre de Dios. Clemente y Misericordioso. Este es el escrito que Abd al-Aziz ibn Musa dirige a Teodomiro ibn Gandaris, en virtud del cual queda convenido el estado de paz bajo promesa y juramento ante Dios, sus profetas y enviados, de que obtendrá la protección de Dios -alabado y ensalzado sea- y la protección de su profeta Muhammad -concédale Dios la paz-, que a él nadie se le impondrá ni a cualquiera de los suyos se les despojará de nada que posean, con maldad; no se les reducirá a ese/avitud, no serán separados de sus mujeres ni de sus hijos; se respetarán sus vidas, no se les dará muerte y no se quemarán sus iglesias, tampoco se les prohibirá el culto de su religión. Se les concederá la paz mediante la entrega de siete ciudades, a saber: Orihuela, Mula, Lorca, (Balantala», Alicante, He/lln y Elche, en tanto que no se quebrante ni se viole lo acordado. Todo aquel que tenga conocimiento de este tratado deberá cumplirlo, pues su validez requiere un previo conocimiento, sin ocultamos cualquier noticia que sepa. Sobre Teodomiro y los suyos pesará un impuesto de capitulación que deberá pagar; si su condición es libre; un dinar, cuatro almudes de trigo, cuatro almudes de cebada, cuatro «qist/s» de vinagre, dos de miel y uno de aceite; todo esclavo deberá pagar la mitad de todo esto ( ... ). (Según el texto de al-Udri, traducido por E. Molina López.) Entre los múltiples problemas que plantea este texto -y otros como él que debieron realizarse en AI-Andalus- no es el menor aquel que hace referencia a la posible continuidad o consolidación de un proceso de feudalización iniciado en la Península con anterioridad a la conquista islámica.
(714-h. 740)

Este periodo viene marcado esencialmente por la continuación de las conquistas en el norte de la Península, el afianzamiento de los procesos fiscales y los conflictos entre los árabo-beréberes en torno a las tierras ocupadas.

Por lo que respecta a las conquistas, en la época de Abd al-Aziz (714-716) continuó, como hemos visto, la ocupación de las regiones septentrionales y de Andalucía oriental. Más tarde, en tiempos del wali al-Hurr continuó la expansión por la Narbonense y la Hispania Ulterior. Sin embargo, el avance musulmán sufriría un primer revés cuando, en el año 732, el wali Abd al-Rahman al-Gafiqi encontró la muerte cerca de Poitiers luchando contra los francos de Carlos Martel.

El afianzamiento del control fiscal en esta oscura época ha sido investigado muy recientemente por M. Barceló. Aparece señalizado por ciertos hechos, tales como el establecimiento del registro fiscal de los cristianos de Córdoba por al-Hurr, la acuñación de dinares epigráficos en la época de al-Samh (720) o la propia consolidación de la capital en Córdoba ... Por otra parte, la reconstrucción del puente de esta ciudad, la reparación de sus muros y la erección del cementerio del Arrabal aparecen como signos inequívocos del progreso de la fiscalidad, como, por otra parte, afirma explicitamente el propio Ibn al-Qutyya.

Ahora bien, todos estos intentos de control fiscal repercutirían de una forma directa en los derechos contraídos por los primeros ocupantes de la Península, lo que nos conduce al tercer -y capital- problema del periodo: la lucha por la ocupación de las tierras. En el fondo se trata de una cuestión de correlación de fuerzas entre el Estado omeya de Damasco (que defiende el punto de vista según el cual las tierras y bienes inmuebles pasarian indivisos a la comunidad islámica) y los conquistadores, quienes consideran todo lo ocupado como botín, del que sólo abonarían el quinto (jums) al Estado. Al igual que había sucedido en el Jurasan, la lejanía del territorio respecto a Damasco y el débil control del Estado omeya sobre AI-Andalus impusieron la claudicación final de aquél. A partir de cierto momento, se inició una lucha sorda entre los conquistadores, que deseaban conservar unas tierras a todas luces ilegales y algunos walil es que, representando los intereses del Estado, pretendían privarlos de ellas. No otro es el intento de al-Samh cuando realizó una descripción catastral de AI-Andalus por orden del califa para conocer los derechos de cada uno de los ocupantes. Las protestas de éstos quedaron satisfechas cuando el propio califa ordenó a al-Samh que confirmase el usufructo de las aldeas a sus conquistadores (Ajbar Maymua). Las tierras quedaron, pues, en un estado de semilegalidad que habría de durar hasta la llegada de los sirios de Baly (741).

La crisis de mediados del siglo VIII

Por tanto, en AI-Andalus, como antes en Oriente, también se produjo el inevitable conflicto entre Estado y conquistadores, así como el enfrentamiento entre los llegados en primer lugar y las, sucesivas olas de inmigrantes, Conflictos más agudos, si cabe, en AI-Andalus, ya que, dadas las peculiaridades de la conquista (la mayor parte de las tierras quedaron en poder de sus antiguos ocupantes mediante tratados de capitulación), hubo relativamente pocas tierras que repartir entre los árabo-beréberes, Este problema, ligado con otros de raíz étnica, provocarían la gran crisis de los años 740-755.

Pero veamos antes el número y la distribución geográfica de los contendientes, esto es, de los beréberes y de los árabes.

El número de inmigrantes árabes y norteafricanos a la Península ha sido objeto de polémica, teniendo siempre presente las limitaciones de las fuentes a nuestra disposición. Así, Claudio Sánchez-Albornoz admite un número no superior a 40.000 hombres, que, en consecuencia, serían pronto fagocitados por la masa indígena. P. Guichard, por su parte, propone una cifra de contingentes árabes en torno a 60.000 (incluyendo los sirios que desembarcarían en AI-Andalus en el 741), teniendo en cuenta, además, que los 400 notables que pasaron con al-Hurr, vendrían acompañados de su Qawm o grupo tribal. Dejando al margen los 12.000 beréberes que pasaron con Tariq, el número de norteafricanos es mucho más dificil de evaluar; sin embargo, parece que fue netamente superior al de árabes, como habría ocasión de comprobar durante la revuelta beréber del 740. Con todas las reservas que se quieran, nos parece verosímil registrar en la España del siglo VIII, un mínimo de ciento cincuenta mil a doscientos mil guerreros árabes y beréberes. reagrupados en su mayoría en conjuntos tribales y clánicos ... (P. Guichard).

Los grupos tribales árabes yemeníes -seguimos los recientes análisis de P. Guichard- ocuparon dos grandes zonas. Andalucía sudoccidental (desde Archidona y Málaga hasta Beja) y la Marca Superior, es decir, el valle del Ebro. La franja central de AI-Andalus (desde Mérida a las zonas montañosas de Levante) nos ofrece un poblamiento árabe menos abundante, pero con predominio qaysí (árabes del norte. Andalucía oriental (de Málaga a Tudmir o región murciana) fue también una zona de masiva ocupación árabe, aunque sin neto predominio de ninguno de los dos grandes grupos étnicos. Frente a la teoría tradicional, la región valenciana nos presenta el caso de un territorio casi vacío de poblamiento árabe.

Los beréberes, es decir, el grupo más numeroso de los conquistadores, procedían del Magrib occidental, pero también los había de Ifriqiya. Los grupos más representados eran los Magila, Miknasa, Zanata, Nafza, Hawwara, Masmuda y SinhaYa. Su concentración en diversas zonas de AI-Andalus es inversamente proporcional a la intensidad del poblamiento árabe: hubo pocos beréberes en el valle del Ebro, Andalucía Oriental, Sevilla, zona costera de Málaga, etcétera. En cambio, fueron zonas profundamente berberizadas la región levantina y el extremo occidental de la cordillera Bética y serranía de Ronda, así como ciertos islotes del valle del Guadalquivir (Carmona, Morón, Osuna, Ecija ... ). La tercera gran zona berberizada es la región central, excepto el paréntesis indígena de Toledo: abundan los beréberes en Guadalajara, Medinaceli, Ateca, Soria ... e incluso más al norte, en Castilla, nombre probablemente impuesto por beréberes de Túnez en recuerdo de su Qastilya natal (J. Oliver Asín). Al sur de Toledo, era importante la población beréber (representada por el grupo tribal de los Nafza), así como en el Fahs al-Ballut (o «Campo de las encinas», en Los Pedroches), donde era más numerosa que la población árabe.

Un artículo de Aitor Manuel Vacas Carrillo