Encuentran las fichas y el dado de un juego de principios de la Edad del Hierro en Noruega

Algunas de las fichas y el dado que se han encontrado / foto Museo de la Universidad de Bergen.

Un equipo de arqueólogos ha encontrado las fichas y un dado de un juego de principios de la Edad del Hierro en Noruega. Aparecieron en una tumba en el distrito de Nordhordland (al oeste del país y al norte de la ciudad de Bergen), datada hacia el año 300 d.C. (hay que tener en cuenta que las fechas de la Edad del Hierro no son las mismas para el Mediterráneo y el norte de Europa) y situada en un túmulo en Ytre Fosse, cerca de la localidad de Alversund.

El hallazgo consta de un total de 13 fichas enteras y 5 rotas, así como un dado, tal y como confirmó el director de la sección de antigüedades del Museo Universitario de Bergen, Morten Ramstad (izquierda), a la emisora nacional NRK: "Este tipo de descubrimientos en Escandinavia es raro, lo especial en este caso es que hemos encontrado casi todo el conjunto y no solo una pieza", dijo.

Las fichas están marcadas con números en forma de puntos, y tienen un valor de cero, tres, cuatro y seis. En total, menos de 15 artefactos de esta tipología han sido encontrados anteriormente en Noruega.

Así es como se ven los lados de la ficha dado. Los valores numéricos son cero, tres, cuatro y seis / foto Museo de la Universidad de Bergen

"Este hallazgo conecta a Noruega con una amplia red de comunicación y comercio en Escandinavia. Al mismo tiempo puede ayudarnos a entender los comienzos de la Edad de Hierro en Noruega", dijo la arqueóloga Louise Bjerre (derecha), también del Museo Universitario de Bergen.

Junto con el juego, se encontraron los restos de lo que se cree que es un noble o una persona poderosa. Los restos óseos, la cerámica ornamentada y el vidrio quemado hallados indican que la persona en la tumba fue quemada en una pira funeraria. También se encontró una aguja de bronce en el túmulo.
Según Ramstad, son las piezas de juego las que hacen que la tumba sea diferente a las demás: "Son objetos de estatus que testifican el contacto con el Imperio Romano, donde la gente se divertía con juegos de mesa. La gente que jugaba a juegos como este pertenecía a la aristocracia local o a la clase alta. El juego indica que se disponía del tiempo y dinero, y de la capacidad de pensar estratégicamente".

El hombre de la tumba era presumiblemente muy rico y tenía el control del estrecho de Alverstraumen, por el que debían transitar los bienes hacia y desde el continente.
Lugar del hallazgo / foto Museo de la Universidad de Bergen

"Si controlabas estos lugares por donde pasaba la gente y las mercancias, podías conseguir grandes fortunas a través de los impuestos y las aduanas", dice Ramstad.

Los juegos de mesa de finales del Imperio Romano eran juegos de estrategia similares al ajedrez y al backgammon (uno de los más conocidos lleva el nombre Ludus latrunculorum), que más tarde fueron adoptados por los pueblos germánicos y llegaron a Escandinavia, donde el Hnefatafl se convirtió en un éxito durante la era vikinga, antes de que fuera finalmente suplantado por el ajedrez.

"Encontrar un juego de casi dos mil años de antigüedad es increíblemente fascinante. Nos dice que la gente de entonces no era tan diferente de nosotros", concluye Ramstad.

Vista aérea de yacimiento de la tumba donde se halló el juego.

Fuentes: labrujulaverde.com | nrk.no | 9 de mayo de 2020

Las dos rutas migratorias que llevaron la agricultura al sur de Europa

Reproducción de una hoz aserrada neolítica (Plos ONE)

Desde el Mar Egeo hasta las costas atlánticas de Portugal. Herramientas como las primeras hoces de siega que se utilizaron durante la cosecha son la clave que ha permitido descubrir que, hace unos 9.000 años, la agricultura se transmitió por el sur de Europa a través de dos grandes rutas migratorias.

Durante su expansión, las sociedades neolíticas sufrieron cambios importantes a los que tuvieron que hacer frente. Retos demográficos, sociales, ambientales, climáticos y también vinculados a la disponibilidad de recursos y materias primas. Por eso su tecnología no fue uniforme, sino que se fue modificando mientras los grupos de migrantes ocupaban nuevos territorios en la costa mediterránea, según explican los investigadores de la Institución Milà i Fontanals de Barcelona en un estudio publicado en la revista Plos ONE.

Migración

Las conclusiones del equipo liderado por Niccolò Mazzucco (izquierda) han permitido identificar dos rutas principales a través de las cuales se fue expandiendo la agricultura y la ganadería desde que la primera ola de cultivadores se trasladó a Chipre durante los siglos X-IX a. C.
La primera de ellas, que comenzó a utilizarse alrededor del 6.700 a.C., era marítima y se extendía desde los Balcanes hasta la Península Ibérica.
El segundo camino por el que se movieron los grupos de población es menos conocido y más septentrional. Cruzaba el Adriático y se puso de moda hacia el 5.500 a.C. “Con sus viajes, estas personas llevaban consigo nuevas tecnologías y nuevas ideas”, explican los especialistas.

Los investigadores han estudiado, en los últimos diez años, alrededor de 50.000 piezas líticas de 80 yacimientos de Grecia, Italia, Francia, España y Portugal -algunos muy destacados como el de Knossos (Creta), el asentamiento lacustre de La Draga (Banyoles/Girona) y el subacuático de la Marmotta (Roma)- datados entre los años 7.000 y 5.000 a. C.

A principios del VII milenio a. C., coexistieron varios tipos de instrumentos de cosecha entre Anatolia, la Media Luna Fértil y Chipre, incluidas las hoces curvas con filos de corte rectos o los cuchillos. Pero las hoces aserradas -que han aparecido tanto en el Egeo como en Andalucía, pasando por el valle del Po (norte de Italia)- fueron el principal utensilio al comienzo de la expansión agrícola debido a su mayor adaptabilidad y facilidad de mantenimiento.

Marco geográfico del estudio y enclaves estudiados

Expansión agrícola

El excepcional estado de conservación de muchas de las hoces encontradas ha permitido analizar las partes de madera e incluso las resinas empleadas para fijar las piedras. El análisis de las huellas microscópicas de estas herramientas ha permitido descubrir de qué forma fueron elaboradas y utilizadas, así como la gestión de la siega dependiendo de la madurez de los cereales o del uso que se le iba a dar a las semillas y los tallos.

“La ruta marítima iba desde los Balcanes, pasaba por el sur de Italia y el golfo de León, y llegó hasta el sur de la península ibérica hacia el 5.300 a. C.”, apunta Mazzucco en un comunicado. En esta vía, los grupos de agricultores utilizaban unas hoces curvas, con pequeños pedernales de sílex insertados en un mango de madera, formando un filo dentado que se iban sustituyendo con el uso.

A) Hoces de madera de La Marmotta; B) Cuchillos cosechadores de La Draga; C) Cuchillos de cosecha de La Draga (madera) y de Costamar (Castellón); D) Cuchillos de cosecha de Egolzwil 3 (Suiza) (Plos ONE)

El segunda itinerario, hasta ahora muy poco estudiado, salía de los Balcanes y pasaba sucesivamente por el Adriático, el norte de Italia y el sur de Francia hasta llegar a la península ibérica. “En esta segunda vía, las herramientas de siega que se difundieron se caracterizaban por tener láminas de sílex más anchas y largas. Este tipo de hojas se producían a través de procesos de manufactura más complejos y, a medida que se desgastaban, se afilaban con pequeños golpes”, completa Niccolò Mazzucco.

El trabajo revela, pues, cuáles fueron las primeras hoces que los colonos neolíticos difundieron en el Mediterráneo, su distribución geográfica y cómo evolucionaron a lo largo del tiempo, como resultado de las adaptaciones de los grupos de migrantes a los territorios recientemente ocupados. “A partir de una pieza lítica, podemos reconstruir cómo eran, qué forma tenían, cómo habían sido usadas y para qué tipo de cultivo, normalmente trigo o cebada”, detalla el investigador Juan Gibaja (izquierda).

La cosecha es una operación clave dentro de la producción agrícola. Es una tarea de trabajo intensivo y tiempo crítico; realizarla en el momento adecuado maximiza el rendimiento y minimiza la pérdida y el deterioro del grano.

“Generalmente el estudio de la difusión de la agricultura se ha abordado a través del análisis de las semillas de los cereales cultivado, puesto que en los yacimientos arqueológicos se recupera una amplia variedad de semillas de cereales. Pero esta gran variabilidad es producto de factores muy diversos, como las condiciones ambientales y la adaptación del cereal cultivado a una zona climática, por lo que resulta más difícil identificar rutas de dispersión a partir de su estudio. En cambio, el análisis de las piezas líticas permite aportar nueva información, dado que, por su naturaleza mineral, estas piezas suelen conservarse mejor y habitualmente son fáciles de encontrar y detectar en una excavación arqueológica. Su estudio nos ha permitido seguir el camino de las comunidades neolíticas desde una perspectiva diferente”, añade Gibaja.

Fuentes: lavanguardia.com | noticiasdelaciencia.com | 4 de mayo de 2020

Equipo español realiza nuevos descubrimientos en la necrópolis bizantina de Tell es-Sin, en Siria

Escaleras de acceso a un hipogeo.

Un estudio publicado en la revista Bioarchaeology of the Near East revela las características de la población que fue enterrada en la necrópolis de Tell es-Sin, un yacimiento bizantino datado entre los siglos V y VII d. C. que se encuentra en Siria, en la margen izquierda del río Éufrates. Los autores principales del nuevo trabajo antropológico sobre este yacimiento son los investigadores Laura Mónica Martínez, de la Facultad de Biología de la UB, y Ferran Estebaranz Sánchez, de la Facultad de Biociencias de la UAB.

También participan en el trabajo el investigador Juan Luis Montero Fenollós, profesor de la Universidad de La Coruña y director del proyecto de excavación del yacimiento de Tell es-Sin, así como otros expertos de la Casa del Oriente y el Mediterráneo (Francia), la Universidad de Yarmouk (Jordania) y la Universidad Mykolas Romeris (Lituania).

Foto: Vista interior de un hipogeo y detalle a la izquierda de un nicho funerario.

El Monte del Diente en la Siria antigua

El yacimiento de Tell es-Sin —del árabe, ‘Monte del Diente’— ocupa una extensión de veinticinco hectáreas situadas en medio de una zona de paso de los antiguos ejércitos bizantinos y persas sasánidas. Está dividido en la acrópolis, la ciudad baja y la necrópolis, que ocupa siete hectáreas. Se encuentra cerca del sudeste de la actual ciudad de Deir ez-Zor —en la frontera entra Siria e Irak— y se considera un kastron, es decir, un puesto de avanzada con funciones tanto administrativas como militares. El tamaño del yacimiento, su estructura urbana y su naturaleza fortificada sugieren que se trataría de una antigua polis cuyo nombre se desconoce todavía.

Tell es-Sin es una de las necrópolis más importantes del Creciente Fértil en Oriente Próximo, «pero todavía se sabe muy poco de ella», apuntan los autores. El nuevo trabajo quiere profundizar en el conocimiento de las poblaciones de la frontera del Imperio Bizantino durante los siglos VI y VII, un periodo del que escasean las necrópolis y los restos esqueléticos.

Foto: Nichos funerarios de una tumba hipogeo (E. Taboada).

Una fortificación en medio del mapa militar de Oriente Próximo
«Mesopotamia era una región defensiva estratégica frente a las incursiones e invasiones tanto persas como árabes. En este contexto, Tell es-Sin podría haber sido afectada por la reorganización territorial y militar que realizó el emperador Justiniano, quien promocionó la fortificación de las poblaciones del limes a mitad del siglo VI de nuestra era», detalla Laura Mónica Martínez (izquierda), profesora del Departamento de Biología Evolutiva, Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Biología y primera autora del estudio.
Las primeras excavaciones arqueológicas de la necrópolis bizantina de Tell as-Sin datan de 1978 y fueron dirigidas por Asad Mahmoud, director general de Antigüedades y Museos en Deir ez-Zor en aquel momento. En 2005, el trabajo investigador de la primera misión arqueológica sirio-española —coordinada por la Universidad de La Coruña— en la zona puso de relieve la relevancia de la necrópolis del yacimiento de Tell es-Sin, que formó parte del limes Diocletianus en Oriente junto con los de Tell es-Kasr y Circesium (actual ciudad de Buseira). En total, los expertos han identificado 170 hipogeos en una necrópolis que podría contener hasta mil tumbas.

Tumbas y arqueología bizantina en territorio sirio

Como explica Ferran Estebaranz Sánchez, «las muestras procedentes de Tell es-Sin constituyen un conjunto heterogéneo y sesgado de restos esqueléticos que corresponden a tumbas saqueadas durante el transcurso del tiempo; mediante métodos biométricos tradicionales, este estudio antropológico quería proporcionar información sobre el sexo, la edad de la muerte, la estatura y otras variables morfológicas de los individuos hallados en el yacimiento».
Las muestras analizadas —solo una pequeña parte del número total de enterramientos de Tell es-Sin— incluye los restos humanos procedentes de diez hipogeos excavados por la misión sirio-española. En total, se han analizado un total de 71 individuos (como mínimo, dieciocho corresponderían a hombres, y doce, a mujeres).
Según los expertos, no se ha observado sesgo respecto al sexo o la edad en los restos estudiados, y destaca la falta de niños en comparación con otros lugares (podrían haberse enterrado en otros nichos en la entrada de la tumba). Asimismo, hay como mínimo entre uno y cinco individuos enterrados dentro de cada nicho (la media es de tres cuerpos por nicho, incluyendo subadultos y adultos), de acuerdo con el modelo de sepultura colectiva típico de la Siria antigua.

Detalle de la cribra orbitalia en un fragmento orbital de un individuo

Pese al estado de fragmentación de los restos, el equipo pudo estimar la estatura de la mayoría de individuos. «La estatura media estimada a partir de los huesos largos de la extremidad superior fue de 174,5 cm para los hombres y de 159,1 cm para las mujeres. Estos valores son muy similares a los estimados a partir del diámetro de la cabeza del fémur: 176,1 cm para los individuos masculinos y 164,5 cm para los femeninos», comenta Estebaranz Sánchez. «En conclusión —continúa—, la estatura estimada para la población bizantina de Tell es-Sin es similar a la de otras poblaciones bizantinas contemporáneas».

Cerca del 25 % de los individuos presentaban cribra orbitalia (osteoporosis relacionada con anemia por déficit nutrional), y un 8,5 %, hiperostosis porótica por alteraciones de los huesos craneales tradicionalmente asociadas a cuadros igualmente de anemia por deficiencia de hierro o vitaminas, raquitismo, infección u otras condiciones inflamatorias.

La prevalencia de enfermedades articulares degenerativas también era baja, apunta el estudio. En cuanto a la muestra dental, solo un 2,8 % de los dientes presentaban caries, un valor claramente inferior al de otros yacimientos bizantinos contemporáneos de la región que se podría relacionar con la baja muestra analizada en el yacimiento de Tell es-Sin.

Según los expertos, no se ha observado sesgo respecto al sexo o la edad en los restos estudiados.

Tell es-Sin: el final de un asentamiento con la llegada del Islam

El final del asiento de Tell es-Sin —en el primer cuarto del siglo VII d. C.— coincidió con las guerras contra los persas sasánidas y las tribus árabes del Islam. A pesar de las condiciones del yacimiento de Tell es-Sin y la situación actual en la región —a raíz de la ocupación por parte del ISIS— el descubrimiento y la excavación de fosas no saqueadas en el futuro es crucial para profundizar en el conocimiento de esta población.

«Por eso, actualmente estamos analizando el patrón de microestriación bucal para poder inferir la dieta de la población y así completar el modelo biocultural de las poblaciones fronterizas con los grandes imperios de la antigüedad», concluyen Laura Martínez y Ferran Estebaranz Sánchez.

Fuente: Universidad de Barcelona | 5 de mayo de 2020

Descubren en el sur de Irán estelas talladas de hace 7.000 años

El Instituto de Investigación del Patrimonio Cultural y Turismo de Irán ha anunciado el descubrimiento de 71 estelas en forma cónica durante el curso de las excavaciones de la tercera temporada en Tall Chegah-e Sofla, uno de los sitios prehistóricos más grandes de Kuzestan de finales del V milenio a. C., y que se llevan a cabo como parte del Proyecto Prehistórico Zohreh.


Abbas Moghaddam, jefe de las excavaciones, dijo que el descubrimiento de las estelas se realizó en la parte suroeste del complejo santuario ubicado al oeste de la plataforma monumental. Las mismas se encontraron apiladas deliberadamente en dos filas unas encima de las otras en un pozo rectangular poco profundo, colocadas allí como un regalo en "plataforma de ofrendas".

Las estelas de la fila superior están menos dañadas que las de la fila inferior, la mayoría de las cuales están rotas o fracturadas por el peso de los depósitos de las capas superiores y naturaleza delicada de la piedra caliza de la que están hechas. La fila inferior de las estelas estaba dispuesta en dirección este-oeste en el pozo, con las cabezas apuntando hacia el oeste y la parte baja hacia el este. También se encontraron rastros de mortero de arcilla entre ellas.



En total, se encontraron 73 estelas intactas y rotas de diferentes tamaños. De estas, 46 están intactas y 25 están rotas e incompletas. Todas menos dos de las estelas tenían forma de cono. La altura de la más alta es de 81 cm y la de la más corta es de 32,5 cm. La mayoría están talladas con rasgos humanos, cabras, ojos ovales y circulares, o con motivos simples como líneas o círculos sombreados, mientras que algunas no tienen ningún grabado.

Los estudios preliminares indican que estas estelas estaban en posición vertical cuando se colocaron por primera vez al lado de la plataforma de ladrillo estratificada. La evidencia de ello se observa en la decoloración existente entre las bases más oscuras y las cabezas de las estelas.


El proyecto prehistórico de Zohreh

El Proyecto Prehistórico de Zohreh (ZPP), un programa de investigación arqueológica a largo plazo centrado en el valle por el que discurre el río Zohreh, al sur de la moderna ciudad de Behbahan, en la provincia de Khuzestan, se inició en abril de 2015. El valle, que se encuentra muy cerca de la costa norte del Golfo Pérsico, fue estudiado ampliamente a principios de la década de 1970 por Hans Nissen, del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago.

El proyecto tiene como objetivo desarrollar un estudio arqueológico que cubra la totalidad del valle, centrándose en el paisaje humano a lo largo del tiempo, principalmente en relación con la jerarquía y la dinámica de los asentamientos, los modos de producción y la aparición de centros regionales al final del V y comienzos del IV milenio a. C.


A fines del V milenio a. C. se establecieron en lo que hoy es el sudoeste de Irán grandes cementerios junto a áreas residenciales. Algunos de estos cementerios se formaron alrededor de estructuras monumentales, mientras que otros aparecieron en territorios asociados con poblaciones trashumantes. El cementerio más grande descubierto hasta ahora se halla en el importante centro de Susa; en contraste, los cementerios de Hakalan y Parchineh, en el flanco sur de las montañas centrales de Zagros, no pueden asociarse actualmente con ningún asentamiento contemporáneo.


El valle de Zohreh es un área de gran interés arqueológico. Su ubicación entre el Golfo Pérsico y las montañas Zagros es significativa, y se conocen varios asentamientos de finales del V milenio a. C. ubicados a lo largo del río Zohreh. Entre ellos, Tol-e Chega Sofla fue el más importante, demostrando una clara evidencia de diferenciación social expresada en el gran cementerio ubicado al lado del área residencial. Los entierros excavados en la primera temporada muestran una amplia diversidad arquitectónica y cultural, dada la abundancia de individuos allí enterrados. El trabajo futuro sobre los restos esqueléticos, con base al ADNmt y el análisis de isótopos, ayudará a arrojar más luz sobre las diferencias socioculturales existentes entre los mismos.

En tal sentido, el yacimiento de Tol-e Chega Sofla contribuirá a una comprensión más amplia de los desarrollos culturales, sociales, políticos, económicos y religiosos durante la aparición inicial de las sociedades complejas en el Oriente Próximo.


Fuentes: archaeologynewsnetwork.blogspot.com | tnews.ir | 24 de abril de 2020

Este taller de momificación del antiguo Egipto era un proveedor integral de servicios funerarios

En una tumba en las profundidades del desierto, el egiptólogo Ramadaan Hussein (izq.) y la especialista en momias Salima Ikram (dcha.) examinan el ataúd de una mujer a quien enterraron dentro de un sarcófago de caliza que pesaba más de siete toneladas. FOTOGRAFÍA DE LINA ZILINSKAITE, NATIONAL GEOGRAPHIC

Cuando se anunció en julio de 2018, el descubrimiento figuró en titulares de todo el mundo: un equipo de arqueólogos había desenterrado una «funeraria» del antiguo Egipto bajo las arenas de Saqqara, una vasta necrópolis ubicada a orillas del Nilo a menos de 30 kilómetros al sur de El Cairo.
En los dos años que han transcurrido desde entonces, un análisis minucioso de los restos y nuevos hallazgos en un pozo cercano lleno de tumbas han revelado mucha información sobre el negocio de la muerte en el antiguo Egipto. Durante siglos, la arqueología en la tierra de los faraones se ha centrado en descubrir las inscripciones y los objetos de las tumbas reales en lugar de los detalles de la vida cotidiana. Es probable que existieran talleres de momificación en las necrópolis de todo Egipto, pero generaciones de excavadores ansiosos por llegar a las tumbas subyacentes los han pasado por alto.

Esto ha cambiado gracias a los descubrimientos de Saqqara, donde se han desenterrado y documentado en detalle por primera vez las evidencias arqueológicas de una vasta industria funeraria.

Lugar del hallazgo, a los pies de la pirámide de Unas, en Saqara.

«Las evidencias que hemos descubierto demuestran que los embalsamadores tenían un buen sentido empresarial. Eran muy inteligentes a la hora de ofrecer alternativas», afirma Ramadan Hussein, egiptólogo de la Universidad de Tubinga, Alemania.

«¿Una máscara mortuoria de lujo elaborada con oro y plata es demasiado cara? Podrían haberle ofrecido el paquete «lámina de oro y yeso blanco», indica Hussein.
«¿No hay dinero suficiente para almacenar las vísceras en vasijas de lustroso alabastro egipcio? ¿Qué tal un conjunto de bonitas vasijas de arcilla pintada?»

«Hemos leído todo esto en los textos [antiguos], pero ahora podemos contextualizar el negocio de la muerte», afirma Hussein.

Ramadan Hussein echa un vistazo dentro de un sarcófago de piedra en busca de momias. El equipo descubrió más de 50. FOTOGRAFÍA DE PIERS LEIGH, NATIONAL GEOGRAPHIC.

Un descubrimiento inesperado

Hussein empezó a trabajar en Saqqara en 2016, cuando investigaba tumbas ocultas a gran profundidad que databan del 600 a.C. Los egiptólogos anteriores habían ignorado los profundos pozos para concentrarse en las tumbas de periodos más antiguos de la historia egipcia. Mientras exploraban un área examinada por última vez a finales del siglo XIX, Hussein y su equipo descubrieron un pozo lleno de arena y escombros excavado en el lecho de roca.

Tras retirar 42 toneladas de relleno, los arqueólogos llegaron al fondo de un pozo de 12 metros y descubrieron una cámara espaciosa de techos altos. También estaba hasta arriba de arena y rocas que tuvieron que sacar. Entre los escombros había miles de fragmentos de cerámica, cada uno de los cuales tuvieron que documentar y conservar detenidamente. La laboriosa excavación llevó meses.
Cuando acabaron de vaciar la cámara, el equipo descubrió con sorpresa que no había tumba. La sala tenía una zona elevada con una mesa y canales poco profundos tallados en el lecho de roca a lo largo de la base de una pared. En una esquina había un recipiente del tamaño de un barril lleno de carbón vegetal, ceniza y arena oscura. Un túnel más antiguo (que formaba parte de un laberinto de pasadizos tallados en la roca bajo Saqqara) movía el aire fresco por el espacio.

El yeso pintado decora el ataúd de madera de una mujer llamada Tadihor. Los jeroglíficos del yeso forman un hechizo del Libro de los Muertos que ayuda a los difuntos a sortear a los demonios del inframundo. FOTOGRAFÍA DE PIERS LEIGH, NATIONAL GEOGRAPHIC.

Según Hussein, las pistas apuntan a que la cámara había sido un taller de momificación que albergaba un quemador de incienso de potencia industrial, canales de drenaje para la sangre y un sistema de ventilación natural.

«Si practicabas la evisceración aquí abajo, habrías necesitado que el aire se moviera para deshacerte de los insectos. Quieres un movimiento constante del aire cuando manipulas cadáveres», explica Hussein.

Con poco margen de maniobra en una cámara funeraria claustrofóbica, los obreros usan gatos de acero e ingeniería para levantar la tapa de cinco toneladas de un sarcófago enorme. FOTOGRAFÍA DE BARNEY ROWE, NATIONAL GEOGRAPHIC.

En el último año, los expertos en cerámica han logrado recomponer los fragmentos y han reconstruido cientos de jarrones y recipientes pequeños, cada uno con una etiqueta inscrita.
«Cada recipiente lleva el nombre de la sustancia que contenía y los días del procedimiento de embalsamamiento en que se usaba. Las instrucciones estaban inscritas directamente sobre los objetos», indica Hussein.

Más de 2500 años de calor y humedad han pasado factura a la momia descompuesta, pero decenas de cuentas y otras pistas indican que formaba parte de la élite. FOTOGRAFÍA DE PIERS LEIGH, NATIONAL GEOGRAPHIC.

Los ritos sagrados y la cruda realidad

El descubrimiento ha sido una bendición para los académicos que estudian las prácticas funerarias del antiguo Egipto, ya que aporta una información valiosísima sobre los ritos sagrados (y la cruda realidad) de la momificación. Aunque el complejo proceso está documentado ampliamente en fuentes antiguas e incluso en representaciones artísticas en las paredes de las tumbas egipcias, ha sido difícil conseguir pruebas arqueológicas.

«Muy pocos talleres dedicados a este proceso se han excavado propiamente. Esto ha dado pie a una gran brecha en nuestro conocimiento», afirma Dietrich Raue (izquierda), conservador del Museo Egipcio de la Universidad de Leipzig.

Según Hussein, los hallazgos de Saqqara están salvando esa brecha: «Por primera vez, podemos hablar de la arqueología del embalsamamiento».
Para los antiguos egipcios, que creían que el cuerpo debía permanecer intacto para albergar el alma en la vida eterna, el embalsamamiento era una mezcla de un rito sagrado y un procedimiento médico. El proceso era un ritual planeado de forma muy minuciosa, con ritos y oraciones específicos realizados en los 70 días que se tardaban en convertir a una persona fallecida en una momia.


Recipientes 'canopos' hallados en la sala de embalsamamiento.

En primer lugar, se retiraban los órganos internos y se colocaban en recipientes que los arqueólogos denominan canopos. A continuación, secaban el cuerpo con sales especiales como natrón. Después ungían al difunto con aceites aromáticos y lo envolvían en vendas de lino. Entre los pliegues de la tela introducían amuletos y hechizos. Finalmente, sepultaban a la momia en una tumba llena de provisiones para el más allá, tan lujosas como pudiera permitirse el difunto.

Las grandes pirámides de los faraones y el oro resplandeciente de la tumba de Tutankamón nos recuerdan los extremos a los que llegaban los egipcios más ricos para asegurarse de pasar la eternidad con estilo. «Era una industria enorme», afirma Hussein.

Con todo, el viaje de la momia (ni el flujo de ingresos) no terminaba con el embalsamamiento y la sepultura. Además de servir como sacerdotes y sepultureros, los embalsamadores del antiguo Egipto también eran agentes inmobiliarios.

Un sacerdote llamado Ayput fue enterrado en un sarcófago de piedra tallado en forma de humano, un estilo denominado antropoide. El vendaje de la momia estaba cubierto de brea o resina, que le proporcionan este color oscuro. FOTOGRAFÍA DE PIERS LEIGH, NATIONAL GEOGRAPHIC.

Cuidados (y beneficios) perpetuos

Aunque los faraones y la élite egipcia eran momificados y enterrados en ataúdes con decoraciones elaboradas y tumbas espaciosas con ajuares funerarios, la investigación de Hussein pone de manifiesto que los sepultureros de la antigüedad ofrecían paquetes con descuento para cada bolsillo. En la jerga empresarial actual, estaban integrados verticalmente, ya que ofrecían varios servicios (como la evisceración de los cadáveres, entierros o el cuidado y mantenimiento de las almas de los difuntos) a cambio de un precio, por supuesto.

Solo a unos pasos del taller de momificación de Saqqara, los arqueólogos descubrieron un segundo pozo que descendía hasta un complejo de seis tumbas. Dentro de esas tumbas había más de 50 momias.


Un modelo digital creado con un escáner 3D revela el pozo principal que conduce hasta un complejo de cámaras funerarias. Las tumbas más prestigiosas estaban ubicadas en la parte más profunda, que estaba más cerca del inframundo. FOTOGRAFÍA DE SHADOW INDUSTRIES, NATIONAL GEOGRAPHIC.

Los obreros usan un cabrestante con manivela para bajar las herramientas al taller de momias y las tumbas a 30 metros de profundidad. El complejo funerario se encontraba en una ubicación privilegiada en Saqqara, ya que se veía la pirámide escalonada de Zoser, uno de los monumentos más antiguos y sagrados de Egipto. FOTOGRAFÍA DE PIERS LEIGH, NATIONAL GEOGRAPHIC.

Las tumbas del fondo del pozo (a casi 30 metros bajo la superficie, donde los espacios son más caros por su proximidad al inframundo) eran particularmente elaboradas y caras. Había una mujer sepultada dentro de un sarcófago de piedra caliza que pesaba siete toneladas y media. En una cámara cercana había una mujer con la cara cubierta con una máscara de plata y oro, la primera máscara de este tipo hallada en Egipto en más de medio siglo (izquierda).

Para llegar al taller de momificación y las cámaras funerarias, los arqueólogos tuvieron que retirar 42 toneladas de arena y escombros de este pozo vertical de 30 metros excavado en el lecho de roca arenisca. FOTOGRAFÍA DE WILL CHURCHILL, NATIONAL GEOGRAPHIC

El complejo también albergaba a egipcios de clase media y clase trabajadora enterrados en ataúdes de madera sencillos o simplemente envueltos en lino y colocados en fosos de arena.
Mediante herramientas de cartografía tridimensional, Hussein pudo recomponer la disposición de las tumbas. Sus hallazgos confirman que los documentos en papiro hallados en Saqqara hace más de un siglo sugieren que los embalsamadores emprendedores acumulaban decenas de cadáveres en el pozo y después recogían el pago o intercambiaban parcelas de tierra a cambio del mantenimiento espiritual de cada momia.
La sociedad del antiguo Egipto incluía a toda una clase de sacerdotes dedicados a cuidar de los espíritus de los difuntos. Las tareas de su oficio incluían mantener las tumbas y rezar por los fallecidos que albergaban. Algunos tenían decenas de tumbas con cientos de momias en cada una.

«La gente debía llevar ofrendas semanales a los muertos para mantenerlos con vida. Los muertos son dinero. Eso es lo básico», explica Koen Donker van Heel (izquierda), egiptólogo de la Universidad de Leiden que ha pasado años estudiando los contratos legales que firmaban los sacerdotes con las familias de los difuntos.

Por primera vez, las evidencias arqueológicas confirman lo que hasta ahora se había deducido de las inscripciones y los documentos legales de hace milenios. Estos datos hacen que la excavación de Saqqara sea especial. Forma parte de un giro en la egiptología: los investigadores están analizando más los detalles que esclarecen las vidas de los egipcios comunes en lugar de centrarse en las tumbas más lujosas.

«Ramadan está consiguiendo muchísima información que se había perdido en el pasado. Había toda una infraestructura en la superficie que se retiró sin documentarse», afirma Raue, el conservador de Leipzig.

Los arqueólogos Maysa Rabeeh (izq.) y Mohammed Refaat (dcha.) examinan el ataúd de madera deteriorado de un sacerdote llamado Ayawet a quien enterraron con los brazos cruzados, una posición divina que normalmente se reservaba a los faraones. FOTOGRAFÍA DE PIERS LEIGH, NATIONAL GEOGRAPHIC.

Eso quiere decir que el futuro nos depara muchos más descubrimientos como este si los excavadores tienen la paciencia suficiente para buscarlos. Mientras escrutaba informes de excavaciones pasadas, Hussein se percató de que el pozo que llevaba al taller de momificación estaba ubicado a menos de un metro de donde los excavadores franceses y egipcios dejaron de buscar en 1899. La arena había ocultado la cámara y su contenido.

«Quizá tengamos que volver a los sitios explorados en el siglo XIX y a principios del siglo XX y volver a excavarlos», señala Hussein.

La paleorradióloga Sahar Saleem (entre los dos técnicos) usa una unidad de rayos X para revelar los secretos que oculta el vendaje del sacerdote momificado Ayput. Su nombre es masculino, pero el tamaño y la forma de la pelvis de la momia, así como la redondez de su cráneo, sugieren a Saleem que el sacerdote podría ser en realidad una sacerdotisa. FOTOGRAFÍA DE BARNEY ROWE, NATIONAL GEOGRAPHIC.

Fuente: National Geographic | 4 de mayo de 2020