Europa, un continente sembrado de tesoros ocultos

Este enorme collar de oro de la Edad de Bronce data de 1300-1100 a.C. Fue descubierto por un ciudadano en Cambridgeshire (Inglaterra) y presentado en noviembre de 2016. Estaba enterrado en el campo. Imagen: EFE

Los museos del Reino Unido, Alemania, Francia, Países Bajos y Rumania no dan abasto; del subsuelo afloran sin cesar espadas, dagas, brazaletes, collares, pendientes, hachas, diademas y lingotes de oro y bronce. Son los vestigios de la frenética acumulación de objetos preciosos ocurrida entre los siglos XV y VII a.C., bienes de los que nuestros antepasados luego se deshacían enterrándolos o arrojándolos a lagos y ríos.

¿Cuál era el sentido de esta desconcertante costumbre? Los arqueólogos barajan variadas hipótesis acerca del significado de los fascinantes hallazgos que están cambiando nuestra visión de la prehistoria europea.

Remontémonos a la Edad de Bronce, el tiempo de la orfebrería del oro y la metalurgia de la aleación de cobre y estaño. Estos metales, que permitían modelar formas sofisticadas, dinamizan los centros urbanos y las redes comerciales, y propician el surgimiento de élites ávidas de adornos para carros y caballos, polainas, cascos, cuencos, alfileres y espadas.

Réplica del tesoro de Eberswalde (el original fue saqueado durante la Segunda Guerra Mundial y se encuentra actualmente en un museo en Moscú) Colección: Museo für Vor- und Frühgeschichte Berlín

De ese período data el impresionante tesoro de Villena, una vajilla de 59 artículos de oro, plata, ámbar y hierro descubierta en 1963 y expuesta en el museo de esa localidad alicantina. También el tesoro de Eberswalde: 81 objetos de oro hallados dentro de una vasija al norte de Berlín en 1913, actualmente en el Museo ruso del Ermitage, adonde fueron llevados como botín de guerra. La lista de hallazgos es demasiado larga para resumirla en este reportaje.

Esos enterramientos llevados a cabo por familias y clanes no guardan relación con los ajuares funerarios, y se les denomina ‘depósitos comunitarios’. Algunos constan de unas pocas piezas; otros están formados por más de 6.500, como el hallado en Isleham (Inglaterra) en 1959. A veces se componen de adornos, joyas, monedas, lingotes; en ocasiones, de armas, obras de arte y herramientas; y abarcan desde utensilios prácticos a artículos destruidos a posta.

Se diseminan a lo largo y ancho de Europa, en lugares deshabitados, concentrados en la zona del Danubio y en el valle del Loira. En la península ibérica los encontramos en las proximidades de las costas atlánticas, tanto en la región de Huelva como en Galicia, indica a Sinc Gabriel García Atienzar, prehistoriador de la Universidad de Alicante. “Se localizan en zonas de paso: vados, cruces de ríos, desembocaduras”, precisa Eduardo Galán Domingo, conservador del Museo Arqueológico Nacional, “o al lado de montículos o en zonas de relieve llamativo”.


El tesoro de Villena es uno de los más impresionantes de la Edad de Bronce europea. Pesa casi diez kilos repartidos en 59 objetos de oro, plata, hierro y ámbar. Esta es una reproducción que se guarda en el Museo Arqueológico Nacional (Madrid). © MAN. M.A. Otero

Una armería en el lecho del río

Muchos eran lanzados al agua sin intención de recuperarlos. “Esos pueblos poseían un concepto especial del paisaje y de la naturaleza, y conferían un valor sagrado a los arroyos y estuarios”, explica Galán a Sinc. Por esa razón, “los lechos del Támesis, el Sena y el Loira están sembrados de espadas, dagas y escudos”, añade.

Del Guadalquivir y el río Ulla también se extrajeron armas. “En 1923, en la ría de Huelva se rescataron 400 piezas –apunta el conservador–. Los hallazgos ocurren cuando se draga un cauce o se vacía durante la construcción de una presa”.

Holanda e Inglaterra destacan por el número de afloramientos registrados. Solo en el segundo país se producen entre 30 y 40 descubrimientos anuales, estima Neil Wilkin, el conservador de la colección de la Edad de Bronce del Museo Británico. Algunos son tan espectaculares como el de Langton Matravers: 373 hachas forjadas en el siglo VI a.C.; o el de Malherbe (Kent), integrado por 352 objetos del siglo IX a.C.

Tesoro de Langton Matravers

En septiembre de 2016, en Lancashire, se encontró un conjunto de puntas de lanza, hachas, brazaletes, pulseras y otros ornamentos enterrados presuntamente por una comunidad de agricultores. Y solo dos meses después, el British Museum presentaba en sociedad un espectacular torques de oro, un collar rígido de enormes dimensiones que un buscador de metales había desenterrado en Cambridgeshire (ver foto que encabeza el artículo).

En su mayoría, dichos descubrimientos corren por cuenta de aficionados que peinan las islas británicas y los Países Bajos con sus detectores de metales. “La iniciativa privada tiene respaldo legal en esas naciones –explica García Atienzar–. Afortunadamente los buscadores son personas formadas, de buena voluntad, que cuidan los hallazgos y enseguida los comunican a las autoridades”.

En España, por el contrario, el Estado detenta el monopolio de las excavaciones y prohíbe a los particulares el uso de detectores con propósitos arqueológicos.

Espadas de la Edad de Bronce encontradas en la ría de Huelva. © MAN. M.A. Otero.

Pero la prohibición es burlada a menudo. En Celtiberia abundaban las minas de cobre, oro y plata, en el sur, y de estaño en el noroeste, el origen de un patrimonio muy tentador para los saqueadores. Recientemente, un brazalete áureo del Algarve se subastó en Christie's por 600.000 euros. “Hay joyas de hasta dos kilos de oro puro, como la torques de Sagrajas (abajo), ejemplifica Galán. “Se trata de bienes más difíciles de proteger que una necrópolis o una ciudad amurallada, por lo que apenas conocemos una pequeña parte de lo exhumado”, se lamenta.

Torques de Sagrajas. ©MAN

Estrategia antiinflacionaria

¿Por qué razón tantas generaciones de antiguos europeos se afanaron por esconder sus activos metálicos? “Un tesoro de cien cabezas de hachas de bronce representaba una enorme riqueza en una época en la que existía una gran demanda de metal para fabricar armas y herramientas”, comenta Galán. Es difícil comprender por qué se desprendían de semejantes fortunas.

Una hipótesis lo atribuye a fines utilitarios. La tierra era vista como la mejor caja fuerte, los ricos le confiaban sus bienes, los comerciantes enterraban las piezas que más tarde distribuirían entre sus clientes, los fundidores escondían chatarra para su reciclado. Las circunstancias les impidieron recuperarlos y permanecieron en el subsuelo hasta nuestros días.

Pero eso no explica los tesoros arrojados al agua y otros ocultamientos sin utilidad concreta. Aquí entran en juego interpretaciones más complejas. “Algunos tenían una intención ritual: retornar a la tierra los metales arrancados de su seno; otros eran sacrificios a los dioses”, sostiene Wilkin. “Los depósitos subacuáticos eran posiblemente ofrendas votivas”, conjetura Galán.

En la leyenda del rey Arturo, apunta el arqueólogo británico Richard Bradley, “Excalibur debe entregarse a las aguas para que sus poderes especiales se extingan al morir Arturo”. Una suerte similar corre el oro de los Nibelungos, que acaba en el fondo del Rin: “Iba a ser la dote de Krimilda, y hubiera jugado un papel en el ciclo de intercambio de regalos típico de la sociedad heroica”, añade. “No había intención de sacarlo de circulación permanentemente, y sin embargo establece la misma conexión entre la riqueza y el agua”.

En el fondo se perfila otra razón más o menos consciente. Bradley defiende la hipótesis de un despilfarro institucional a la manera del potlatch, la destrucción ceremonial de riquezas practicada por los indios norteamericanos.

Invitación a un Potlatch en 1912. Fuente Wikipedia

En la Edad del Bronce, argumenta, la incesante producción y acumulación de metales preciosos generaba una espiral inflacionaria que obligaba periódicamente a retirar una parte de la circulación. ¿Cómo? Sepultándolos en las tumbas, ofrendándolos a las divinidades u ocultándolos bajo tierra. Con este proceder las élites mataban dos pájaros de un tiro: evitaban la depreciación del metal cuyo flujo controlaban, a la vez que se prestigiaban a ojos de sus congéneres mostrándose desprendidas y dadivosas.

Esas especulaciones cobran sentido en tiempos donde los metales cumplían funciones simbólicas que trascendían su utilidad práctica. Testimonio de las primeras desigualdades sociales, eran insignias de jerarquía cargadas de connotaciones místicas.

Al oro, en concreto, se le consideraba una sustancia más sobrenatural que económica. Su aura portentosa se contagiaba a los objetos metálicos: la fuente de los mitos de espadas invencibles, cálices milagrosos, martillos divinos y demás artilugios fantásticos, presididos por la figura casi mágica del herrero. “Es probable que muchas de esas teorías sean relevantes y que ningún factor individual explique la formación de tesoros en la Edad del Bronce”, recapitula Wilkin.

Los tesoros, que constituyen la mayor fuente de conocimiento sobre la protohistoria de nuestro continente, han inspirado sagas literarias como la de ‘El señor de los anillos’ de Tolkien. Imagen: WingNut Films.

El nacimiento del lujo europeo

Los europeos continuaron depositando bronce y oro hasta los comienzos de la Edad de Hierro y dejaron de hacerlo hacia los siglos VII y VI a.C. En el norte de Europa, más aislada, los vikingos mantuvieron la práctica en vigor hasta bien entrado el medievo, apunta Galán.

¿Por qué desapareció? Una causa probable fue la abundancia de hierro, que dificultaba el control de su producción y circulación, explica García Atienzar. Como consecuencia, los metales en su conjunto perdieron parte de su valor y sus connotaciones mágicas y prestigiosas. Otra razón estriba en la formación de estructuras estatales que canalizaron los excedentes metálicos a los grandes mausoleos y templos. En Escandinavia, la difusión del cristianismo posiblemente dio la puntilla a una costumbre juzgada pagana.

Quizás el enigma lo aclaren las punteras técnicas de análisis químico. “Con su aplicación podemos obtener la ‘huella dactilar’ de cada objeto y así seguir el rastro de la materia prima hasta su origen y reconstruir sus redes de distribución e intercambio”, detalla el especialista de Alicante. Los datos del contexto también son reveladores: el entorno de los hallazgos, su posible simbolismo, las formas de su disposición o la clase de objetos elegidos “nos aproximan a una comprensión más matizada del comportamiento de los pueblos del pasado, tan complejos y difíciles de entender como lo somos nosotros”, reflexiona Wilkin.

Junto con las tumbas, los tesoros constituyen la mayor fuente de conocimiento sobre esa fase de la protohistoria de nuestro continente. Su estudio va trazando el panorama de una Europa salpicada de minas, depósitos metálicos, megalitos y túmulos, integrada en una incipiente economía global a través de rutas por donde los caballos acarreaban mercancías y regalos diplomáticos. Una Europa testigo del nacimiento del lujo y de un estilo decorativo de líneas onduladas dirigido a las élites ostentosas, apunta el historiador danés Kristian Kristiansen.

Ese mundo pervive en el legado arqueológico que aflora y en sus huellas impresas en el folklore. Lo vemos en las leyendas sobre riquezas custodiadas por dragones y duendes –como Alberich de los nibelungos o los enanos de Blancanieves– y tesoros morunos, porque “en el imaginario popular los moros representan el pasado remoto”, aclara Galán.

Materia prima de ficciones como la saga de J. R. Tolkien y sus anillos, el acervo de la Edad de Bronce sigue alimentando nuestra fantasía así como los sueños de quienes, mientras usted, lector, termina este reportaje, barren Europa con sus detectores en pos de la olla de oro al final del arco iris.

Fuente: SINC | Pablo Francescutti | 4 de abril de 2017

Misteriosas ánforas de la antigua Judea revelan la historia del campo magnético de la Tierra

Varias ánforas de arcilla de la antigua Judea, de miles de años de antigüedad, demuestran que el campo geomagnético de la Tierra ha estado fluctuando durante cientos de años y que no existen motivos para preocuparse por su estado actual, aunque está disminuyendo y algunos científicos sospechan que está a punto de cambiar.

En un nuevo estudio publicado por la Academia Nacional de Ciencias, investigadores de las universidades de Tel Aviv, Hebrea y de California-San Diego citan datos obtenidos del análisis de 67 ánforas, que llevan impresos sellos reales de los siglos octavo al segundo antes de esta era.
El impacto térmico a que han estado expuestas ofrece pruebas de cambios en la fuerza del campo geomagnético a través del tiempo.

“La antigüedad de las ánforas nos ha permitido obtener información del campo magnético de la Tierra, entre la Edad del Hierro y el Período Helenístico en Judea, cuando fueron hechas”, dijo Erez Ben-Yosef (izquierda), del Instituto de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv y director del estudio.

Judea fue uno de los reinos de Israel, y es en la actualidad una región administrativa que abarca el sur de Jerusalén.

Los científicos no entienden por completo la función del campo geomagnético, pero algunos creen que hay una correlación entre los cambios de los polos magnéticos, que dejan vulnerable al planeta a la radiación cósmica, y extinciones masivas.

“Estos nuevos resultados ponen en contexto la disminución en la fuerza del campo magnético. Al parecer, no es un fenómeno aislado, pues a lo largo del último milenio se ha debilitado con frecuencia, pero ha vuelto a recuperar su fuerza”, dijo Ben-Yosef. “La tipología de los sellos impresos en las ánforas, que reflejan los cambios en las entidades políticas que gobernaban en la zona, ofrecen una excelente aproximación a la fecha cuando fueron hechas”.

El campo magnético mostró apogeo durante el siglo octavo antes de esta era que, según Ben-Yosef “corrobora las observaciones previas hechas por nuestro grupo, publicadas por primera vez en 2009, que mostraban que éste fue excepcionalmente fuerte durante la temprana Edad del Hierro. Lo llamamos el ‘pico de la Edad del Hierro’, y es el de más fuerza que se ha registrado en los últimos 10.000 años”.

La Edad del Hierro se refiere al período cuando la humanidad empezó a usar este metal en armas y herramientas, y se estima que empezó entre los años 1200 y 1300 antes de esta era. Sigue a la Edad de Bronce.

Para medir con precisión la intensidad geomagnética, los investigadores —Ben-Yosef, Oded Lipschits y Michael Millman, de la Universidad de Tel Aviv; Ron Shaar, de la Universidad Hebrea; y Lisa Tauxe, de la Universidad de California-San Diego— realizaron experimentos en el Laboratorio de Paleomagnetismo de la Institución Oceanográfica Scripps de ésta última con hornos paleomagnéticos hehos en laboratorio y un magnetómetro superconductor.

Minúsculos minerales que guardan información

“Cerámicas, arcilla cocida, ladrillos de barro quemado, objetos de cobre… prácticamente cualquier cosa que ha sido calentada y que después se ha enfriado puede registrar los componentes del campo magnético al momento que fueron fabricados aquellos”, dijo Ben-Yosef.
Agregó: “En las cerámicas hay minúsculos minerales —‘grabadores’ magnéticos— que almacenan información sobre el campo magnético del momento en el que la arcilla estuvo en el horno. El comportamiento del campo magnético en el pasado puede estudiarse al examinar objetos arqueológicos o materiales geológicos que estuvieron expuestos al calor y luego se enfriaron, como la lava”.

La arqueología y de las ciencias de la Tierra se beneficiarán de los nuevos hallazgos, según los investigadores.

En el estudio muestran también cómo los cambios en el campo geomagnético pueden usarse como método adicional para la datación por radiocarbono.

Un conocimiento más profundo de parámetros como el campo magnético, que alcanza profundidades de 2.900 kms en la parte líquida del núcleo externo de la Tierra, ofrecerá una visión más clara del planeta y de su estructura interna, dijeron los investigadores.

Fuente: cciu.org.uy | 27 de marzo de 2017

Tras las huellas de los guardianes del sur de Egipto

Escarbar entre legajos, recuerdos y sepulturas en busca de una retahíla de antepasados puede ser una aventura conmovedora, perturbadora o terriblemente estéril. Si el propósito es tejer el mapa de una familia ajena, que habitó hace 4.000 la tierra ardiente del sur de Egipto, resulta una misión aún más intrincada.

Una tarea de tintes novelescos a la que se dedica desde hace cerca de una década la expedición española que excava las entrañas de la colina de Qubbet el Hawa, una necrópolis de los reinos Antiguo y Medio donde hallaron el descanso eterno los gobernadores de Elefantina. Las pesquisas que tratan de desenmarañar el árbol genealógico se centran en la estirpe que administró la provincia durante la dinastía XII (1939-1760 a. C.) y que inició un vecino llamado Sarenput I.

"A esta familia la conozco casi mejor que a la mía", bromea Alejandro Jiménez, profesor de Historia Antigua de la Universidad de Jaén y director de uno de los proyectos con más solera de la Egiptología española. Es primera hora de la mañana -el reloj marca las 7.30 horas- y las cuadrillas de obreros, supervisadas por los miembros de la misión, escudriñan todos los rincones del paisaje. El cementerio que agujerea la árida montaña se halla a orillas del Nilo, frente al entramado urbano de Asuán, a unos 900 kilómetros al sur de El Cairo.

Uno de los frentes más cotizados de la excavación, el que ha arrojado el gran descubrimiento de esta campaña, se sitúa en la tumba QH34bb, una oquedad de dos metros y medio de profundidad a la que se accede por una escalera de madera. Al final del pozo, en una de sus paredes, se abre un nicho estrecho, con las proporciones justas para albergar un cuerpo. "En realidad, son dos ataúdes. El exterior está destrozado por las termitas y el interior se encuentra en buen estado. Por primera vez hemos hallado un enterramiento intacto", explica Jiménez mientras la linterna va desvelando los restos del tesoro.

Alejandro Jiménez, director de la excavación, desentierra una máscara funeraria de madera con restos de policromía. PATRICIA MORA

Sepultado bajo una capa de polvo y arena, el ajuar se camufla en los costados de la momia, envuelta en un cartonaje policromado en el que se distinguen máscara y collares. "Es un lujo. Hace 80 años que no se encuentra nada así. Eso que ves allí son maquetas de barcos y de escenas cotidianas. Es una práctica que va desapareciendo gradualmente en Egipto y que tenía un significado religioso en el tránsito hacia el más allá y de representación del funeral", comenta el experto, entusiasmado con la entrada en escena de un personaje hasta ahora desconocido. "Es el hermano de Sarenput II. Lo supimos por los jeroglíficos del ataúd. Al leerlos, nos dimos cuenta de que venían tres nombres: Shemai, seguido por los de su madre Satethotep y su padre Jema".

Dar con un nuevo pariente de la familia gobernante fue toda una sorpresa. "Cuando supimos que teníamos al hermano se me pusieron los pelos de punta y me emocioné. Llevas mucho tiempo detrás de esta familia, buscando paralelos, y de pronto te encuentras que tienes ante ti a un difunto que te va a proporcionar más información de la que no quedaba constancia", admite la egiptóloga Luisa García mientras dirige su excavación en las inmediaciones de la imponente tumba de Sarenput I.

Entre los misterios que aún guarda el finado, figura su función en los pasillos de Elefantina. "No sabemos a qué se dedicaban los segundones de la familia. Quizás era miembro del ejército o sacerdote", barrunta Jiménez. La hendidura desvelará sus secretos la próxima campaña. "La hemos cerrado y protegido con arena. Queremos hacer las cosas con tranquilidad", deja caer el mudir (director, en árabe).

Cronología detallada

El misterioso personaje que concita la atención va deshilvanando el embrollo. Con su cadáver son ya 14 los representantes de la estirpe que han surgido de las arenas. El año pasado fue desenterrada Sattjeni, madre de dos de los gobernantes de la región durante el reinado de Amenemhat III.
"Tenemos a dos generaciones de la familia, entre padres, hijos y primos, y cinco ataúdes de cedro llegado del Líbano. Vamos a estudiarlos y a obtener una cronología mucho más detallada de medio siglo", arguye el artífice de un proyecto coral que desempolva la memoria de un clan plagado de interrogantes en un emplazamiento estratégico durante el Egipto de los faraones.

El patriarca de la saga, Sarenput I, alcanzó inesperadamente el puesto de gobernador. Carecía de vínculos de sangre con quienes le precedieron. "Pertenecía a una familia poderosa que perdió el poder durante la guerra civil. Fue Sesostris I quien rescató a Sarenput", expone Jiménez.

A las órdenes del rey, el noble cumplió un papel central en la organización y logística de la conquista de Nubia. "Éste era un punto clave. Son las puertas del sur de Egipto hacia el África más profunda, el lugar de encuentro de Egipto y la baja Nubia", subraya García, que prepara una tesis doctoral sobre el precursor de una prole mestiza -nubio y saidi, oriundo del Alto Egipto- que gobernó la provincia durante 120 años. Una época de cierto esplendor que quedó registrada en los planos de sus enterramientos, esculpidos en piedra.

Fuente: elmundo.es | 3 de abril de 2017

Arqueólogos descubren nuevas pruebas de las misteriosas minas del rey Salomón en Jordania

Pedazos de mineral de cobre son fáciles de extraer en una remota región de Jordania donde el arqueólogo Thomas Levy excavó un antiguo centro minero. FOTO POR DMITRI KESSEL, THE LIFE PICTURE COLLECTION, GETTY IMAGES


Restos de estiércol preservados durante milenios gracias al clima árido del valle de Timna, en Israel, aportan nuevas evidencias a tener en cuenta en el largo debate sobre el rey bíblico, Salomón, y la fuente de su legendaria riqueza.
Un equipo de arqueólogos ha descubierto estos restos de 3.000 años de antigüedad en un antiguo campamento minero sobre una mesa de arenisca conocida como la "Colina de los Esclavos". El área se encuentra repleta de minas de cobre y campos de fundición, lugares donde se calentaba el mineral para convertirlo en metal.

El arqueólogo de la Universidad de Tel Aviv, Erez Ben-Yosef (izquierda), comenzó a trabajar en este yacimiento en 2013. El año pasado, junto con su equipo, descubrió lo que parecía excremento animal de origen relativamente reciente, mientras excavaban restos de varias estructuras amuralladas, entre las que se incluye una puerta fortificada.

“Pensamos que quizá un grupo de nómadas había acampado aquí con sus cabras hacía unas décadas”, dijo Ben-Yosef, quien también señala que los excrementos contenían todavía materia vegetal sin descomponer. “Pero cuando los resultados de la datación [por radiocarbono] volvieron del laboratorio, confirmaron que estábamos lidiando con asnos y otros animales de ganadería del siglo X a.C. Era algo difícil de creer”.

La gran antigüedad y las óptimas condiciones de conservación del estiércol eran impresionantes, pero las implicaciones que tienen los resultados del radiocarbono son todavía más destacables.

Los arqueólogos han encontrado excrementos de 3.000 años de antigüedad en un antiguo campamento minero sobre una mesa conocida como la 'Colina de los Esclavos', en el valle de Timna, Israel. FOTO POR EREZ BEN-YOSEF Y CTV PROJECT.

“Hasta el inicio del proyecto en 2013, se consideraba que este era un yacimiento de la Edad del Bronce tardía relacionado con el Imperio Nuevo de Egipto en todo el siglo XIII y a principios del siglo XII a.C.”, explica Ben-Yosef. Existen pruebas claras de la presencia egipcia durante esos siglos y, de hecho, los visitantes actuales del cercano parque del valle de Timna son recibidos con señales que muestran a los antiguos egipcios.

Sin embargo, la datación de alta precisión por radiocarbono de los restos de excrementos, así como de los restos textiles y de otra materia orgánica, demostró que el auge de este yacimiento minero tuvo lugar durante el siglo X a.C., época a la que pertenecen los reyes bíblicos David y Salomón.

Reconstrucción artística del campamento minero basada en las pruebas arqueológicas.
La larga búsqueda de las minas del rey Salomón

Según la biblia hebrea, el rey Salomón era célebre por su gran sabiduría y riqueza, además de por sus numerosos proyectos de construcción entre los que se incluían un templo en Jerusalén decorado de forma opulenta con objetos de oro y bronce. Una estructura tal hubiera requerido grandes cantidades de metal a partir de operaciones mineras de escala industrial en algún lugar de Oriente Medio, pero las escrituras no mencionan su localización.

En la década de 1930, el arqueólogo estadounidense Nelson Glueck anunció que había encontrado las famosas minas mientras exploraba el valle de Aravá, un rift geológico rico en cobre que se extiende desde el mar Muerto hasta el mar Rojo y actúa como frontera natural entre el actual Israel y la actual Jordania.

“Sabemos ahora que a lo largo de todo Wadi ‘Araba (el valle de Aravá) existen depósitos de cobre y hierro”, escribió Glueck en un artículo titulado “Tras la pista de las minas del rey Salomón” en el número de febrero de 1944 de la revista National Geographic. “Estas fueron intensamente explotadas en la antigüedad, especialmente durante la era del rey Salomón”.

Sin embargo, muchos arqueólogos que siguieron los pasos de Glueck argumentaron que David y Salomón no fueron los monarcas poderosos representados en la Biblia, sino que eran caciques a pequeña escala, incapaces de organizar grandes operaciones de minería o de orquestar una red de comercio a larga distancia.

El arqueólogo Nelson Glueck (segundo por la izquierda) creía haber encontrado las minas de Salomón en el valle de Aravá, rico en cobre, al sur de Israel y Jordania. FOTO POR KENNETH GARRETT, NATIONAL GEOGRAPHIC CREATIVE.


Las voces críticas también han cuestionado la cronología bíblica tradicional, que sitúa los reinos de David y Salomón en torno al siglo X a.C. Como resultado, “Glueck se convirtió en el hazmerreír del mundo académico”, cuenta Thomas Levy (derecha), profesor de arqueología en la Universidad de California, San Diego, y explorador de National Geographic.
Sin embargo, los descubrimientos realizados en las últimas décadas podrían volver las tornas y reivindicar la fe de Glueck en el registro bíblico de los acontecimientos.

En 1997, Levy comenzó una excavación de varios años en Khirbat en-Nahas, un yacimiento en el sur de Jordania que, según Glueck, era un antiguo centro de producción de cobre. Levy y su equipo excavaron a través de restos de escoria de cobre de más de 6 metros de profundidad hasta llegar al suelo virgen, algo que indicaba que el mineral había sido producido a gran escala. “Nuestras excavaciones respaldan muchas de las ideas de Glueck”, escribió Levy en 2006.

Trinchera en el 'Cerro de los esclavos". Los sedimentos negros son escoria de la fundición del cobre. Credit: TAU Timna Expedition

El reciente hallazgo en el valle de Timna, en Israel, podría sumar puntos a la teoría de Glueck, quien descubrió y dio nombre a la Colina de los Esclavos en 1934. La operación minera de este lugar todavía no ha sido vinculada al propio Salomón, aunque sí sugiere que la región era el hogar de una sociedad compleja, probablemente de los edomitas, antiguos antagonistas de los israelíes.
La precisión de los pasajes bíblicos que afirman que el rey David marchó con sus ejércitos hasta las profundidades del desierto para enfrentarse a los edomitas ha sido un tema largamente debatido. Pero Ben-Yosef declaró que los muros fortificados que ha descubierto en torno al campamento de fundición indican que probablemente se trataba de un objetivo militar.

Si el pasaje de la Biblia que afirma que David sometió a los edomitas es cierto, el monarca podría haberse encontrado en posición de demandar tributo, según explica Ben-Yosef. “Existe una posibilidad real de que Jerusalén obtuviera su riqueza mediante los impuestos sobre estas operaciones mineras”.


La reina de Saba visita la opulenta corte del rey Salomón en una escena imaginada por el pintor británico Edward Poynter. Art Gallery of New South Wales.

Pruebas de una red de comercio a larga distancia

En las muestras de excrementos se encontraron semillas y esporas de polen tan intactas que el equipo de Ben-Yosef fue capaz de determinar la dieta de los animales, lo que desveló otra sorpresa: su alimento se importaba de una zona a más de 160 kilómetros al norte, cerca de la costa mediterránea. La distancia hasta Jerusalén es de aproximadamente 300 kilómetros, un viaje que, en burro, llevaría dos semanas en aquellos tiempos.

El comercio a larga distancia era la clave para la supervivencia en este remoto paraje rodeado de desierto inhóspito. Cada una de las necesidades habría sido transportada en asnos o burros —la fuente de agua más próxima, por ejemplo, estaba a 19 kilómetros—, convirtiendo esta labor en una empresa compleja y costosa.

“El metal en este periodo era un producto esencial, del mismo modo que el petróleo hoy en día”, explica Ben-Yosef. “Así que a estas personas les valía la pena invertir tanto en esta operación en medio del desierto”.

Según Ben-Yosef, se han excavado más de 900 toneladas de escoria en la Colina de los Esclavos, lo que indicaría una producción a escala industrial digna de un estado o reino antiguo. Una cuestión que todavía supone un tema de debate candente es si el logro de tal nivel de desarrollo durante el siglo X a.C. se atribuiría a los israelitas o a los edomitas, pero Ben-Yosef se muestra entusiasmado por los nuevos hallazgos.

“Hasta hace poco, no teníamos prácticamente nada de este periodo en esta zona”, explica. “Pero ahora no solo sabemos que esta era una fuente de cobre, sino que también se remonta a los días del rey David y de su hijo Salomón”.


Fuente: National Geographic | 30 de marzo de 2017

Un nuevo análisis de ADN muestra la verdadera ruta de los primeros agricultores en Europa hace 8.000 años, corrigiendo teorías anteriores

Un reciente estudio realizado por expertos de la Universidad de Huddersfield (Inglaterra) refuerza la teoría de que la propagación de la agricultura en Europa fue producto de una migración acontecida desde el Mediterráneo, más concretamente en el Cercano Oriente, hace más de 13.000 años, miles de años antes de lo que se creía hasta ahora.

Tal proceso ocurrió durante el período glacial tardío e inicialmente los grupos migratorios fueron cazadores-recolectores. Sin embargo, más tarde desarrollaron el conocimiento de la agricultura de las poblaciones recién llegadas desde Oriente Próximo -donde comenzó la agricultura-, y durante el Neolítico, hace unos 8.000 años aproximadamente, comenzaron a asentarse y colonizar otras partes de Europa, llevando sus prácticas agrícolas con ellos.

La Universidad de Huddersfield es la sede del Grupo de Investigación Arqueogenética, el cual utiliza análisis de ADN para resolver diferentes cuestiones sobre Arqueología, Antropología e Historia. Está dirigido por el profesor Martin Richards (izquierda), y la cuestión de la ascendencia genética de los europeos ha sido una de sus principales áreas de investigación durante muchos años.

Es el principal autor del artículo que aparece en la revista Proceedings of the Royal Society B. En el mismo se describe cómo los investigadores utilizaron casi 1.500 linajes del genoma mitocondrial para datar la llegada de grupos de personas a distintas regiones de Europa.

Se descubrió que desde el centro de Europa e Iberia, estos linajes podrían ser rastreados principalmente desde el período Neolítico, pero en el Mediterráneo central y oriental, datan predominantemente mucho antes, en el período glacial tardío.

Los autores escriben que: “Esto es compatible con un escenario en el que la reserva genética de la Europa mediterránea fue en gran parte al resultado de las expansiones ocurridas durante el periodo glacial tardío procedentes desde Oriente Próximo, lo cual conformó una importante fuente-reserva genética para las posteriores expansiones del Neolítico hacia el resto de Europa”.

El profesor Richards explicó que él y sus colegas llevaron a cabo la investigación utilizando muestras modernas de ADN, ya que en Italia y Grecia hay una grave escasez de restos óseos pre-neolíticos de los cuales se puedan obtener datos antiguos. El clima cálido en estas zonas del Mediterráneo supone un serio problema para la conservación natural de los fósiles.

“Como no hemos sido capaces de llenar el vacío de ADN antiguo, hemos sorteado dicho problema mirando el nuestro más moderno. En lugar de datar los linajes de Europa en su conjunto, hemos datado en primer lugar el área mediterránea y hemos visto lo que sucedió, asumiendo que llegaron a esa zona y luego se trasladaron", dijo el profesor Richards.

Ahora se está a la espera de que sean descubiertas nuevas fuentes de ADN antiguo en Italia y Grecia, y el escenario migratorio señalado pueda ser probado de modo más directo.


“En el pasado,  recuperar el ADN es bastante difícil en este tipo de entornos, pero a día de hoy, ha habido muchos avances técnicos en la recuperación de ADN antiguo de los últimos años, así que creo que estamos muy cerca de obtenerlo”, De hecho, otro equipo de investigadores ya ha confirmado una de las principales teorías del trabajo que hemos estado realizando hace tan solo una semana, al observar ADN pre-neolítico de Cerdeña.

La investigación fue llevada a cabo principalmente por la Dra. Joana Pereira como parte de su proyecto de doctorado, supervisado conjuntamente por el profesor Richards y la Dra. Luisa Pereira, del Instituto de Patología Molecular e Inmunología de la Universidad de Oporto, junto con el Dr. Pedro Soares, de la Universidad de Minho, en Portugal. Entre los autores del nuevo artículo - titulado "Reconciling evidence from ancient and contemporary genomes: a major source for the European Neolithic within Mediterranean Europe" - también se incluye a a la Dra. Maria Pala, que es profesora titular de la Universidad de Huddersfield y miembro clave del Grupo de Arqueogenética.

Fuente: Universidad de Huddersfield | 21 de marzo de 2017

Arqueólogos egipcios descubren los restos de una nueva pirámide en Dahshur

Una misión de arqueólogos egipcios ha descubierto los restos de una pirámide de la dinastía XIII faraónica (1795-1650 a. C.), en una excavación en la necrópolis de Dahshur, situada al sur de El Cairo.

Según el director del Departamento de Antigüedades egipcio, Mahmud Afif, citado en un comunicado, el hallazgo ha sido realizado al norte de la pirámide del rey Seneferu, de la IV dinastía (2613-2494 a.C.).



La parte descubierta de la pirámide se encuentra en un buen estado de conservación, según el jefe de la administración central de Guiza y El Cairo, Alaa al Shahat, que mostró su convencimiento de que la excavación revelará "pronto" otras partes de la estructura.

La zona excavada hasta ahora muestra una zona del interior del mausoleo que consiste en un corredor que desciende hasta el fondo de la pirámide.



Además, ha quedado al descubierto una cámara que se comunica con una rampa ubicada en el sur de la pirámide y con una habitación del oeste de la estructura, explicó el director general de necrópolis de Dahshur, Adel Okasha.

Okasha agregó que encontraron un bloque de alabastro blanco de 15 centímetros de ancho y 17 de alto en el que hay grabadas 10 líneas jeroglíficas verticales. Además se ha encontrado un dintel de granito y bloques de piedras que muestran el diseño interno de la pirámide.

Fuentes: EFE, El Cairo | La Vanguardia, 3 de abril de 2017
Fotos por gentileza del Ministerio de Antigüedades Egipcio

El estudio microscópico de las hogueras, una ventana al pasado neandertal

La geoarqueóloga Carolina Mallol lidera desde Canarias el proyecto europeo Paleochar.

¿Quiénes eran los Neandertales y qué causó su desaparición?. Para responder a estas cuestiones la geoarqueóloga Carolina Mallol lidera desde Canarias el proyecto europeo Paleochar: análisis microscópico y molecular del material carbonizado en hogueras arqueológicas, pues "el fuego es una ventana al pasado humano".

Mallol explica a EFE los pormenores de Paleochar, un proyecto financiado por el Consejo Europeo de Investigación con dos millones de euros para el que trabaja en el Ambi Lab, Laboratorio de Investigación de Biomarcadores y Micromorfología Arqueológica del Instituto Universitario de Bio-Orgánica Antonio González en Tenerife.

El enfoque clásico de la arqueología, detalla la geoarqueóloga, se basa en analizar las herramientas líticas y los restos óseos y aunque esta aproximación proporciona información importante acerca de las sociedades neandertales y su devenir, es también limitada pues sólo considera el material de naturaleza inorgánica.

"Aunque hoy en día hemos aprendido a exprimir este registro al máximo con técnicas como la paleogenética, en el sedimento arqueológico queda aún mucho por explorar", precisa.
Mallol se percató de este hecho al iniciar un doctorado en Prehistoria por la Universidad de Harvard y participar en excavaciones de yacimientos del Paleolítico en Israel, entre otros, y se dio cuenta de que "todo lo que se excava es tierra", que tiene información, y por ello indagó en la geoarqueología, el estudio del registro arqueológico encerrado en el sedimento.

Del Paleolítico queda muy poco material, apenas unos restos óseos y piedras y generalmente degradados por lo que se necesitan técnicas especiales para obtener información de ello, y la geoarqueóloga aplica el estudio microscópico y molecular del suelo arqueológico para encontrar residuos de actividad humana.

"Bajo el microscopio se pueden buscar pistas que proporciona el suelo sobre el clima y la vegetación, además de residuos de actividad humana, es como hacer de Sherlock Holmes del pasado, con todo en su contexto, como si hicieras zoom en un yacimiento y vieras todo en su sitio aunque a escala microscópica", señala.

Con el estudio del registro sedimentario orgánico a escala microscópica y molecular se puede extraer información sobre, por ejemplo, la comida, el modo en el que hacían fuego, la organización de espacios de ocupación, la vegetación circundante y las condiciones climáticas en las que vivieron, con lo que los investigadores del Ambi Lab aspiran a tener una visión más completa del mundo neandertal.
Pero además de la micromorfología y la geoquímica orgánica, el enfoque clave e innovador del proyecto es el estudio de los fuegos paleolíticos, que ha traído consigo el descubrimiento de las capas negras en hogares arqueológicos como inestimables contextos de materia orgánica conservada.
"El fuego deja tras de sí un montón de pistas escondidas, pues un hogar es cien por cien antrópico, un artefacto humano, una estructura circular de un metro cuadrado quemada es siempre evidencia directa de comportamiento humano, tan importante como encontrar un cráneo", puntualiza Mallol.

Las capas negras documentadas en hogares del Paleolítico Medio representan el suelo carbonizado bajo el fuego y son "como instantáneas" de la ocupación, ricas en residuos procedentes de las actividades humanas además de los procedentes de los suelos y la vegetación natural.
Los datos experimentales han mostrado que las temperaturas medias asociadas con las capas negras, por debajo de los 300 grados centígrados, no son lo suficientemente altas para carbonizar totalmente los componentes orgánicos, con lo cual "podemos aún identificarlos y sin embargo, al estar quemados son poco susceptibles a la biodegradación por parte de la fauna del suelo, con lo que su potencial de conservación es alto".

De ese modo, una vez carbonizados, los componentes orgánicos pueden conservarse bien contenidos en el sedimento durante periodos de tiempo indefinidos, siempre y cuando el entorno sedimentario no experimente una severa degradación.

Carolina Mallol ha estudiado de manera exhaustiva los restos de hogueras en los yacimientos neandertales de El Salt Y Abric del Pastor en Alcoy (Alicante), además de hogueras del Paleolítico medio de otros yacimientos ibéricos, Francia, Georgia, Armenia y Uzbekistán.

Fuente: eldiario.es | 3 de abril de 2017