El caballo de Troya era un barco de origen fenicio, según una nueva teoría

Fotograma de película ‘Troya’, protagonizada por Brad Pitt (LV)

“Mis ojos jamás pudieron dar con un hombre que tuviera el corazón de Odiseo, de ánimo paciente, ¡Qué no hizo y sufrió aquel fuerte varón en el caballo de pulimentada madera, cuyo interior ocupábamos los mejores argivos para llevar a los troyanos la carnicería y la muerte! Viniste tú en persona -pues debió de moverte algún numen que anhelaba dar gloria a los troyanos- y te seguía Deífobo, semejante a los dioses. Tres veces anduviste alrededor de la hueca emboscada tocándola y llamando por su nombre a los más valientes y, al hacerlo, remedabas la voz de las esposas de cada uno de los argivos”.

Esta es la primera mención sobre el caballo de Troya que hace Homero en la Odisea, escrita alrededor del siglo VIII antes de Cristo. Mientras en el palacio de Menelao (legendario rey de Esparta) se celebraba un banquete de bodas aparece Telémaco, hijo de Odiseo y Penélope. Poco después llega Helena, que había sido raptada por Paris y originó la guerra de Troya. Es el propio Menelao el que cuenta el pasaje.

La leyenda del caballo de Troya aparece en la Odisea de Homero

El cerco de la ciudad de Troya, según cuenta la leyenda, duró 10 años. Hasta que los generales de los ejércitos aqueos (surgidos de la unión de todos los griegos) idearon una estratagema: introducir un caballo (hippos, en griego) de madera con soldados escondidos en su interior mientras el resto de la armada fingía partir. Los troyanos se fueron a celebrar la supuesta victoria y, de noche, los griegos salieron de su escondite, abrieron las puertas de la muralla y se lanzaron a saquear la plaza sin piedad.

Detalle del Vaso de Mikonos (Museo Arqueológico de Mikonos, Grecia), del siglo VII a. C. Se trata de una de las más antiguas representaciones del caballo de Troya.

Durante siglos se interpretó este suceso mitológico como una gran demostración del ingenio humano, una trampa que finiquitó de un plumazo una guerra enquistada. Pero, ¿qué pasaría si todo lo que creímos saber a partir de este episodio no fuera cierto? ¿Y si la leyenda no dice realmente lo que siempre se ha interpretado?
El profesor Francesco Tiboni (izquierda) de la Universidad Aix Marsella, ha puesto en duda que el caballo de Troya fuera realmente un caballo. En un artículo publicado en la revista Archaeologia Maritima Mediterranea, Tiboni considera que el caballo de madera construido por el soldado Epeo “fue en realidad uno de los barcos que los antiguos griegos solían llamar Hippoi”.

“(El caballo) no es un recipiente sagrado, sino un mercante con una cabeza de caballo en el mascarón de proa comúnmente utilizado por los marineros fenicios y levantinos para comerciar y pagar tributos a reyes extranjeros reyes. Un barco conocido por los autores griegos de la era clásica y posiblemente también por Homero”, apunta.
El profesor Francesco Tiboni pone en duda que el caballo de Troya fuera realmente un caballo
No es este profesor universitario el primero que plantea una revisión del mito, el geógrafo e historiados Pausanias (siglo II a.C.) ya planteó dudas en su libro Descripción de Grecia. El trabajo de Epeo era una invención para hacer una brecha en la pared de Troya“, escribió para, más adelante, añadir que “la leyenda dice que era un caballo”.

Pausanias no fue el único autor antiguo que negó el mito del caballo de Troya. A esa teoría se apuntaron el dramaturgo Eurípides (Las Troyanas), el poeta épico egipcio Trifiodoro (La toma de Ilión) o Quintus Smyrnaeus (su Posthomerica continúa la narración de la guerra de Troya).
“A pesar de su importancia cultural, las evidencias arqueológicas de este episodio, tanto textuales como iconográficas, son extremadamente pobres en la antigua Grecia. Solo aumentan durante las épocas romana y moderna, posiblemente debido al papel jugado por la Eneida de Virgilio”, explica Francesco Tiboni.

Su conclusión es que, analizando el episodio desde el punto de vista naval, "la arqueología sí permite dar una respuesta a la duda de Pausanias”. Los hippoi fenicios eran embarcaciones ligeras, rápidas y maniobrables que se propulsaban gracias a las velas y los remos. Sus mástiles eran fácilmente desmontables.

Foto: Barcos fenicios 'Hippoi' (detalle de un bajorrelieve del palacio de Khorsabad, antigua Dur Sharrukin, la 'Fortaleza de Sargón', capital del imperio asirio en el momento de Sargón II, 722-705 aC). (París, Louvre).

Los hippoi fenicios eran embarcaciones ligeras, rápidas y maniobrables

Los hippoi fueron ampliamente usados en el periodo precolonial (desde finales del segundo milenio a.C. hasta el siglo VIII antes de Cristo), cuando los marineros fenicios tenían como misión principal descubrir nuevos emplazamientos costeros. Estos barcos permitían huir con facilidad si las cosas se ponían feas durante alguna exploración.

Su calado era reducido, lo que facilitaba navegar ríos y acceder a zonas de poco fondo. Los tartesios utilizaron estas embarcaciones con asiduidad y hay indicios de varios viajes a la zona de Cádiz o a lo largo de las costas atlánticas. El propio Homero reconoce en su obra que el barco de Ulises sería una variante del hippoi.
“Examinando las evidencias textuales, iconográficas y arqueológicas consideramos -dice Tiboni- que estos hippos (barcos) se convirtieron en caballos después del período homérico. El barco fenicio rompiendo la pared de Troya pudo convertirse en un caballo como consecuencia de una posible malentendido que, en tiempos posteriores, ha sido ampliamente aceptado por los eruditos. El significado original de la palabra hippos, de hecho, se perdió en la traducción”.

Fuente: lavanguardia.com | 3 de noviembre de 2017

Un petroglifo palmero puede ser el primer mapa rupestre de Canarias

Es la interpretación que hacen los expertos de una estación rupestre localizada en el antiguo cantón de Tijarafe

El grabado está tallado sobre toba volcánica. Es un conjunto de cazoletas y canalillos que los expertos interpretan como un mapa rupestre de la antigua Benahore. Sería el primero conocido en Canarias y uno de los pocos ejemplos censados en la prehistoria mundial.


El petroglifo está localizado en el antiguo cantón de Tijarafe que era la zona más poblada del mundo aborigen.  Su forma se asemeja a un triángulo con con cuatro canales concéntricos. En su interior destacan varios oquedades que se atribuyen a hitos geográficos de la isla como la Caldera de Taburiente o el volcán de San Antonio. En exterior varias cazoletas y un soliforme, también con cuatro canales concéntricos, que coincide con la posición de la salida del sol.

Desde el sitio donde se encuentra el grabado es posible ver a simple vista la mitad oeste de la isla y para verla entera sólo hay que subirse a los puntos más altos de la cumbre.


Los científicos le dan un uso religioso. Dicen que es un ejemplo típico de magia simpática utilizado para rogar a su dios que mande lluvia a una isla donde el agua es fundamental para la supervivencia de ganado y personas.

Un grabado singular que se suma la particularidad de los grabados palmeros. En La Palma hay censadas más de 400 estaciones de petroglifos con una tipología muy diferente a los del resto del archipiélago.

Confirman dos nuevas cavidades ocultas en la Gran Pirámide de Jhufu (Keops) en Egipto

Cada minuto, cientos de partículas elementales atraviesan nuestros cerebros sin causarnos daño. Son muones que se producen cuando los rayos cósmicos chocan contra los átomos en las capas exteriores de la atmósfera y que llueven sobre la Tierra por millones.


Un equipo internacional de científicos ha usado ese flujo constante de partículas con la misma carga que los electrones pero unas 200 veces más pesadas para hacer una especie de radiografía al interior de la Gran Pirámide de Keops, en Guiza (Egipto). Esto ha permitido descubrir un "gran espacio vacío" que había permanecido oculto tras los espesos muros de la edificación.
Construida por orden del faraón Keops que reinó entre el 2509 y el 2483 antes de Cristo la pirámide se eleva hasta los 139 metros de altura y fue durante más de tres milenios el edificio más alto del planeta. Aún hoy no hay consenso sobre cómo se levantó, ni se sabe si hay estancias por descubrir en su interior. Los turistas acceden a ella por un túnel excavado a ras de suelo en el año 820 en tiempos del califa Al Mamún que permite acceder a sus tres cámaras: la subterránea, la de la reina y la del rey, estas dos últimas conectadas por la Gran Galería, un pasaje de 46 metros de largo y casi nueve metros de alto. Desde el siglo XIX no se ha descubierto ninguna nueva estancia, aunque hay indicios arquitectónicos de que podría haber más, especialmente unos grandes sillares en forma de cuña en la cara norte que podrían ser el techado de un pasillo o una gran sala.

En 2015 arrancó un proyecto de investigación impulsado por el Gobierno egipcio para explorar el interior del monumento con técnicas no invasivas. Tres equipos de físicos de Japón y Francia instalaron tantos otros detectores de muones en la pirámide, dos de ellos dentro y uno fuera. La piedra absorbe parte de los muones que caen del cielo, con lo que su concentración es mayor allí donde hay menor densidad, especialmente en los espacios vacíos. Los tres sistemas de detección identificaron correctamente las tres cámaras y las galerías conocidas, pero también mostraron una concentración de muones a 21 metros sobre el suelo concentrados en un “gran vacío” de más de 30 metros de largo y con un volumen, altura y anchura similar a la Gran Galería. Los resultados de los tres detectores, instalados por físicos de la Universidad de Nagoya y el laboratorio KEK, en Japón, y la Comisión de Energías Alternativas y Energía Atómica de Francia, son parte de un proyecto conocido como ScanPyramids y se han publicado hoy en la revista científica Nature.

La nueva estructura descubierta es aún un misterio. “Hay que considerar muchas hipótesis arquitectónicas. El gran vacío puede estar compuesto por una o varias estancias contiguas y estar inclinado o plano”, explican los autores del trabajo.

Los investigadores han seguido la estela de Luis Álvarez, un físico estadounidense de abuelo español. En 1970, este científico, ganador del Nobel de Física en 1968, fue el primero en usar la tomografía de muones para explorar el interior de otra pirámide egipcia, la de Kefrén, y demostrar que no había ninguna estancia por descubrir en su interior. Desde entonces, los muones llegados del espacio han permitido analizar también el interior de volcanes, las entrañas de la central nuclear de Fukushima, yacimientos arqueológicos en Roma y Nápoles y el interior de la pirámide del Sol en México.

Mehdi Tayoubi, codirector del proyecto, explica que sería muy difícil "llegar hasta el gran vacío sin hacer grandes agujeros en los muros de la pirámide", algo que no contemplan por el momento. En 2016 su equipo encontró otro espacio vacío de menor tamaño en el muro norte, justo al otro lado de los sillares en forma de cuña. El próximo objetivo es explorar ese corredor con pequeños robots y seguir radiografiando la pirámide con más detectores de muones. Tayoubi es muy cuidadoso de no hacer suposiciones sobre el contenido de los dos espacios descubiertos, que podrían o no estar conectadas. Este proyecto, dice, incluye científicos de muchas disciplinas, geógrafos, físicos, especialistas en robótica e inteligencia artificial, pero deja fuera a los egiptólogos adrede. "Si queremos entender mejor este monumento, necesitamos una mirada fresca", resalta.

"Los muones atmosféricos son partículas cargadas muy penetrantes que de desplazan en línea recta", explica el físico Arturo Menchaca-Rocha, de la Universidad Autónoma de México. "Su flujo natural está atenuado por la materia, de forma que tiene una relación de uno a uno con la cantidad de materia atravesada. En los espacios vacíos, lo que aparece es un exceso de muones en esa dirección que te ayudan a localizar y saber la forma del vacío", resalta este físico. Menchaca-Rocha usó esta misma técnica para escanear la pirámide del Sol, en México. Al igual que Álvarez no encontró nada en su interior, una decepción que no deja de ser todo un éxito científico para este tipo de técnica de imagen basada en la física de partículas, señala. El investigador, que no ha participado en el estudio, añade que los tres instrumentos usados están bien diseñados y han estado recogiendo muones durante el suficiente tiempo, lo que confirma en su opinión la existencia de la nueva cámara. Lo que por ahora es un misterio es si tiene "importancia arqueológica o es solo un pasillo abandonado", añade.


Fuente: Nuño Domínguez | El País, 2 de noviembre de 2017

El misterio de la peste que se alió con los guerreros espartanos para aniquilar a miles de hoplitas atenienses

Detalle de la "La peste de Atenas", (Michael Sweerts, 1652).

La «Peste de Atenas» para unos, la «Peste del Peloponeso» para otros. Si hay una enfermedad que aúna a la perfección misterio y crueldad, esa es la epidemia que se propagó entre los atenienses en el segundo año de la Guerra del Peloponeso (430 a.C.). Una dolencia de origen enigmático que se llevó la vida de aproximadamente 100.000 personas (entre ellas, más de cuatro millares de hoplitas y unos tres centenares de jinetes) y que impactó tanto a la sociedad de la época que sus efectos fueron narrados por el mismísimo historiador Tucídides en una de sus obras más famosas.
En siglo V a.C., así pues, los guerreros espartanos se vieron favorecidos por un mal que diezmó las filas de sus enemigos de forma mucho más eficaz que un gigantesco contingente versado en decenas de batallas.

Dos mentalidades

El origen de esta peste hay que buscarlo en el siglo V a.C. Por entonces el mundo griego se dividía entre dos potencias: Atenas y Esparta. Ciudades sumamente avanzadas y tradicionalmente enfrentadas debido a sus divergencias políticas y militares. «Esparta representaba la oligarquía gobernada por unos pocos, mientras que Atenas representaba la democracia, gobernada por la decisión de la mayoría. Además, y a nivel militar, Esparta representaba la lucha por tierra, mientras que Atenas representaba la lucha por mar», explica el historiador clásico J. B. Salmón en el reportaje «Las guerras del Peloponeso».

Ni siquiera la alianza que ambas ciudades mantuvieron durante las Guerras Médicas entre el 490 a.C. y el 478 a.C. (contienda en la que Atenas y Esparta expulsaron a los invasores persas y que se hizo famosa por la popular batalla de las Termópilas) logró apagar el fuego de su enemistad. De hecho, la tensión entre ambas ascendió a cotas tales que -apoyadas por sus respectivas aliadas- iniciaron en el año 461 a.C. la Primera Guerra del Peloponeso. Un enfrentamiento que se destacó más por pequeñas escaramuzas y asaltos a urbes clave del contrario, que por su carácter general. Hubo que esperar más de 15 años para que llegase la ansiada paz previa a la contienda que provocó la peste.
«Los hechos de guerra no terminaron hasta el 445 a.C., en que firmaron un pacto según el cual ni Esparta ni Atenas atacarían ciudades griegas», explican los autores de «Ideas y formas políticas. De la antigüedad al renacimiento».

El tratado resultó efectivo durante nada menos que veintisiete años. Sin embargo, todo cambió en el 431 a.C. Y es que, fue entonces cuando comenzó el que sería uno de los enfrentamientos más cruentos entre ambas potencias, la llamada Guerra del Peloponeso. «Esparta, que lideraba la liga del Peloponeso, invadió el Ática en el año 431 a.C., iniciando así una brutal lucha fraticida que duraría veintisiete años y que cambiaría con el mundo griego y la civilización antigua», destaca Jorge Dagnino en su dossier «¿Qué fue la plaga de Atenas?».


"The Plague At Ashdod" (Nicolas Poussin, 1631)

Aquella contienda no fue como las anteriores. No se basó en pequeñas batallas aisladas. Con su avance sobre territorio enemigo, la envidiosa Esparta (que ansiaba la gloria y el crecimiento económico de su enemiga Atenas) inició un período de conflicto masivo. Así lo explicó el historiador ateniense Tucídides (siglo V a.C.) en su popular obra «Historia de la Guerra del Peloponeso». Un texto en el que señala que todos los pueblos tomaron partido por uno u otro bando, ya que «ésta resultó ser la mayor convulsión que afectó a los helenos, a los bárbaros y, bien se podría decir, a la mayor parte de la Humanidad».

El historiador Donald Kagan es de la misma opinión en su obra «La Guerra del Peloponeso»: «Desde la perspectiva de los griegos del siglo V a. C., fue percibida en buena manera como una guerra mundial, a causa de la enorme destrucción de vidas y propiedades que conllevó, pero también porque intensificó la formación de facciones, la lucha de clases, la división interna de los Estados griegos y la desestabilización de las relaciones entre los mismos, razones que ulteriormente debilitaron la capacidad de Grecia». Como bien explica el autor, los gobernantes de la época desconocían que la contienda iba a provocar una de las plagas más enigmáticas y masivas de la historia antigua.

Al abrigo de los muros

Cuando la guerra arribó a sus fronteras, los atenienses acababan de elegir por décimo tercera vez consecutiva al sexagenario Pericles como estratego (gobernador). Y este político, sabedor de la potencia de los hoplitas espartanos en combate terrestre, decidió optar por esconder a sus fuerzas en ciudades amuralladas y evitar la batalla en campo abierto. Así lo señala la catedrática en Historia Antigua María José Hidalgo de la Vega en su obra «Historia de la Grecia Antigua»: «Frente a las tropas enemigas, los efectivos que Atenas y sus aliados podían movilizar eran cuantitativamente inferiores. […] Por ello, el plan estratégico de Pericles era, pues, mantenerse a la defensiva en tierra contando con que la ciudad de Atenas y el Pireo estaban preparadas adecuadamente para resistir cualquier ataque».

Lo cierto es que no le faltaba razón a Pericles ya que, aunque los atenienses podían poner sobre el mar un total de 300 naves con tripulaciones más que versadas en la navegación, poco podían hacer ante la potencia militar espartana.

Esta teoría la corrobora el mismo Kagan en su extensa obra al afirmar que «los espartanos que tenían la ciudadanía no necesitaban ganarse el sustento, y se dedicaban exclusivamente al entrenamiento militar». El experto se atreve incluso a afirmar que, gracias a este sistema de entrenamiento, «pudieron desarrollar el mejor ejército del mundo heleno, una formación de ciudadanos-soldado con entrenamiento y habilidades profesionales sin parangón alguno».

"El rey Leónidas en la Termópilas" (Jacques Louis David. 1814)


De la misma opinión es el académico británico Paul Cartledge. Según afirma en su obra «Los espartanos, una historia épica», los ciudadanos de esta ciudad eran unos combatientes más que excepcionales: «Los varones espartanos adquirieron fama de ser los marines de todo el mundo griego, una fuerza de combate excepcionalmente profesional y motivada».
No obstante, para mantener esta casta guerrera recurrían a auténticas barbaridades. «Solo permitían vivir a las criaturas físicamente perfectas, y a los muchachos se les separaba del hogar a los siete años para que se entrenasen y se endurecieran en la academia militar hasta alcanzar los veinte años de edad. De los veinte a los treinta vivían en barracones y ayudaban, a su vez, a entrenar jóvenes reclutas», completa -en este caso- Kagan.

Así pues, y sabedor de que solo le esperaba la derrota en el campo de batalla, Pericles prefirió esconder a los ciudadanos tras los muros de Atenas para evitar que fuesen masacrados por los crueles espartanos. «Con su aplastante superioridad terrestre, su plan estratégico consistía ante todo en arrastrar a Atenas a una gran batalla en campo abierto. Y consideraron que el proceso para lograrlo era arrasar las cosechas y destruir las propiedades de los atenienses para forzarles a salir en su defensa», explica Hidalgo de la Vega.

La cruel peste

Mientras espartanos y atenienses dirimían sus diferencias a base de estrategia y lanzazos, una epidemia nació en los muros de Atenas. Una enfermedad que, según narra el propio Tucídides en su obra, «se originóen tierras de Etiopía, que están en lo alto de Egipto; y después ascendió de Egipto a Libia; se extendió largamente por las tierras y señoríos del rey de Persia; y de allí entró en la ciudad de Atenas».

El propio Tucídides afirma en su obra que la epidemia se contagió entre los ciudadanos debido a la falta de espacio en la ciudad. Teoría que, a día de hoy, corrobora el propio Dagnino: «La población de Atenas se había cuadriplicado con los refugiados, muchos de los cuales vivían hacinados en precarias chozas improvisadas».

Con todo, los historiadores coinciden en que el mejor testimonio para explicar esta epidemia es Tucídides, quien habitó la región por entonces y quien sufrió la enfermedad en su propia piel.
El historiador clásico empieza, de esta guisa, su descripción de la enfermedad (tan destacable que le dedica incluso un capítulo): «Sobrevino a los atenienses una epidemia muy grande, que primero sufrieron en la ciudad de Lemnos y otros muchos lugares. Jamás se vio en parte alguna del mundo tan grande pestilencia, ni que tanta gente matase. Los médicos no acertaban el remedio, porque al principio desconocían la enfermedad, y muchos de ellos morían los primeros al visitar a los enfermos. No aprovechaba el arte humano, ni los votos ni plegarias en los templos, ni adivinaciones, ni otros medios de que usaban, porque en efecto valían muy poco; y vencidos del mal, se dejaban morir».

Estatua que representa a Tucídides

En palabras de Tucídides, los síntomas de la que actualmente es conocida como la «Peste del Peloponeso» o «Peste de Atenas» empezaban con «un fuerte y excesivo dolor de cabeza». Era lo menor de aquella dolencia ya que, posteriormente, a los enfermos «los ojos se les ponían colorados e hinchados; la lengua y la garganta sanguinolentas, y el aliento hediondo y difícil de salir, produciendo continuo estornudar».

La siguiente fase escalaba todavía más en peligrosidad: «La voz se enronquecía, y descendiendo el mal al pecho, producía gran tos, que causaba un dolor muy agudo; y cuando la materia venía a las partes del corazón, provocaba un vómito de cólera, que los médicos llamaban apocatarsis, por el cual con un dolor vehemente lanzaban por la boca humores hediondos y amargos; seguía en algunos un sollozo vano, produciéndoles un pasmo que se les pasaba pronto a unos, y a otros les duraba más».

El historiador señala además en «Historia de la Guerra del Peloponeso» que, a partir de entonces, a los enfermos les empezaban a salir unas pústulas pequeñas y «por dentro sentían un gran ardor» casi imposible de mitigar. «El mayor alivio era meterse en agua fría, de manera que muchos que no tenían guardas, se lanzaban dentro de los pozos, forzados por el calor y la sed», explica. Esta era la etapa clave de la enfermedad, pues era en la que más personas fallecían. «Algunos morían de aquel gran calor, que les abrasaba las entrañas a los siete días, y otros dentro de los nueve conservaban alguna fuerza y vigor. Si pasaban de este término, descendía el mal al vientre, causándoles flujo con dolor continuo, muriendo muchos de extenuación», completa el testigo.

No había remedio para tal mal. Tan solo cabía esperar que el cuerpo lo rechazase. Aunque, en palabras de Tucídides, aquellos que no morían podían sufrir otro tipo de consecuencias: «Algunos perdían [los brazos]; otros perdían los ojos, y otros, cuando les dejaba el mal, habían perdido la memoria de todas las cosas, y no conocían a sus deudos ni a sí mismos». Al parecer, la dolencia era tan grave que ni las aves carroñeras se acercaban a los cuerpos sin sepultar ya que, «si algunas los tocaban, morían».

La futura «Peste del Peloponeso» era, según el mismo historiador clásico, desesperante. No ya porque causara la muerte, sino porque aquellos que la padecían sabían que no había cura para acabar con ella.

Pericles, estratego de Atenas

«No se hallaba medicina segura, porque lo que aprovechaba a uno, hacía daño a otro. Quedaban los cuerpos muertos enteros, sin que apareciese en ellos diferencia de fuerza ni flaqueza; y no bastaba buena complexión, ni buen régimen para eximirse del mal», destaca en su obra el historiador clásico.

Atenas pronto se llenó de cadáveres que se amontonaban en casas, templos, estancias y albergues. Según Tucídides, esto provocó una falta de respeto por la muerte que jamás se había visto en la urbe. Así pues, no era raro ver cómo una familia arrojaba el cuerpo de un fallecido a una pira o un enterramiento ajeno. Algo impensable hasta entonces.

Y, por si todo esto fuera poco, «la desesperanza de los ciudadanos les llevó a actuar sin ninguna vergüenza» y como si el mundo estuviese a punto de acabar. Algo que provocó un caos terrible en la ciudad. «Los pobres que heredaban los bienes de los ricos, no pensaban sino en gastarlos pronto en pasatiempos y deleites, pareciéndoles que no podían hacer cosa mejor, no teniendo esperanza de gozarlos mucho tiempo, antes temiendo perderlos en seguida y con ellos la vida», finaliza Tucídides en su obra.

La cruel «Peste del Peloponeso» terminó extendiéndose durante cuatro años y llevándose consigo -según las estimaciones de Diagnino- unas 100.00 personas. Entre un cuarto y un tercio de la población de la región en la época.


Muerte de hoplitas

Ni siquiera el ejército se vio libre de la peste. El contagio masivo entre los hoplitas hay que buscarlo en el año 430. Por entonces, Pericles había decidido usar su potencia naval para atacar por mar Esparta mientras sus tierras eran arrasadas por el enemigo. Aquella feliz idea no le salió demasiado bien ya que, tras ser rechazados, se vieron abocados a regresar a la contagiada ciudad.

«La expedición llegó a la ciudad transcurrida la primera mitad de junio, cuando la peste ya llevaba más de un mes en Atenas», añade Kagan. En un intento de que el ejército no se contagiase, Pericles envió a la carrera a sus hombres en una nueva expedición. Un nuevo error.

«En este mismo verano, Hagnón, hijo de Nicias, y Cleopompo, hijo de Clinias, que eran compañeros de Pericles en el mando de la armada, partieron por mar con el mismo ejército que Pericles había llevado y traído, para ir contra los calcídeos, que moran en Tracia, y hallando en el camino la ciudad de Potidea, que aún estaba cercada por los suyos, hicieron llegar a la muralla sus aparatos y la combatieron con todas sus fuerzas para tomarla. Mas todo aquel nuevo socorro y el otro ejército que estaba antes sobre ella no pudieron hacer nada, a causa de la epidemia que se propagó entre ellos, traída por los que vinieron con Hagnón», añade Tucídides.

Cuando Hagnón regresó había perdido 1.050 hoplitas de los 4.000 que habían partido junto a él. Todos ellos víctimas de la epidemia. Desde entonces los militares se vieron atacados también por la epidemia hasta tal punto que, cuando la peste desapareció en el año 427 a.C., ya «habían muerto más de cuatro millares de hoplitas y trescientos jinetes», en palabras de Kagan.

Fuente:ABC.es| 2 de noviembre de 2017

Por fin abren al público en Egipto 5 tumbas del Cementerio de los Trabajadores de las pirámides en Guiza

Egipto ha abierto este miércoles al público por primera vez cinco tumbas ubicadas en el Cementerio de los Trabajadores, descubierto en 1990 y en el que están enterrados los obreros e ingenieros que levantaron las pirámides de Guiza, además de miembros de la familia reinante y siervos del faraón.
El Ministerio de Antigüedades ha informado de que los sepulcros que se podrán visitar a partir de ahora son los de Beti, Betah Shibsis, Nafar Ziz, Jufu Ha Ef y Sishem Nafar 4. Beti era el supervisor de los obreros que construyeron las pirámides y en su tumba hay textos para ahuyentar a posibles saqueadores, según un comunicado del departamento.


La tumba de Betah Shibsis es la primera que fue descubierta en la zona en los años 90, mientras que la de Nafar Ziz pertenece al supervisor del palacio real y sus pinturas están muy bien conservadas. El sepulcro de Jufu Ha Ef corresponde al hijo del rey Keops, que reinó entre 2605 a.C. y 2580 a.C. y da nombre a una de las tres pirámides.


La de Sishem Nafar 4 es de entre finales de la dinastía V y principios de la dinastía VI y su dueño fue apodado «el guardián de los secretos del rey».

El Cementerio de los Trabajadores

El jefe del Departamento de Antigüedades Egipcias, Ayman Ashmaui, ha detallado en la nota que las tumbas se abren al público tras haber sido restauradas y preparadas para las visitas con carteles explicativos en árabe e in...


El Cementerio de los Trabajadores, descubierto en 1990 por el arqueólogo egipcio Zahi Hawas, está junto a las pirámides de Guiza, ubicadas en una meseta donde se han encontrado otros monumentos funerarios, ya que en su momento era la principal necrópolis de la antigua Menfis.

Fuente: EFE | ABC, 1 de noviembre de 2017
Fotos por gentileza del Ministerio de Antigüedades Egipcio

Un nuevo estudio afirma que los neandertales estaban condenados por la entrada constante de humanos modernos desde África

Foto: Un grupo de visitantes toman fotos de modelos femeninos que representan al Homo floresiensis (Hobbit), al Homo neandertalensis y Homo sapiens en el "Musée des Confluences", un nuevo museo de ciencia y antropología abierto en Lyon, Francia, en 2014.

¿Qué causó la desaparición del Hombre de Neandertal? Es una gran discusión, pero un estudio nuevo dice que, cualquiera que fuese la causa, estaba condenado a desaparecer. Nuestros primos cercanos en la escala evolutiva habitaron Europa y Asia durante mucho tiempo, pero desaparecieron hace unos 40.000 años cuando arribaron los seres humanos modernos desde África.

La búsqueda de una explicación ha generado numerosas teorías, como el cambio climático, las epidemias o la incapacidad de competir con el ser humano moderno, que los aventajaba mental o culturalmente. El nuevo estudio no discute esos factores, sino que intenta demostrar que no son necesarios para explicar la extinción, dijo Oren Kolodny (izquierda), de la Universidad de Stanford.

Kolodny y su colega Marcus Feldman (derecha) presentan su posición en un estudio publicado el pasado martes en la revista Nature Communications.
Basan sus conclusiones en una simulación informática que representa a pequeños grupos de neandertales y humanos modernos en Europa y Asia. Esas poblaciones locales fueron escogidas al azar para su extinción y su reemplazo por otra población escogida al azar, sin tener en cuenta si representaba a la misma especie.

En la simulación matemática a ninguna especie se le otorgó una ventaja inherente, pero sí se estableció una diferencia crucial: al contrario que los neandertales, los seres humanos modernos recibían refuerzos provenientes de África. No en una gran oleada, sino como “un goteo de pequeñas bandas”, dijo Kolodny.

Esto fue suficiente para inclinar la balanza contra los neandertales. Generalmente acababan por extinguirse tras más de un millón de simulaciones bajo una serie de hipótesis. "Si la supervivencia era un juego de azar, estaba amañado por el hecho de la migración recurrente”, afirma Kolodny. “El juego estaba condenado a finalizar con la derrota de los neandertales".


Kolodny dijo que hay indicios, más que pruebas concretas, de que hubo tales migraciones, las cuales difícilmente dhabrían dejado un rastro arqueológico.

Expertos en el origen de los humanos dijeron que el estudio ayudaría a los científicos a precisar los diversos factores que condujeron a la extinción de los neandertales, y es congruente con otros intentos de explicar dicha extinción sin dar por sentado que existían diferencias de conducta entre los neandertales y nuestros antepasados, dijo Wil Roebroeks (izquierda), de la Universidad de Leiden en Holanda. La existencia de tales diferencias ha sido en gran medida refutada, añadió.
Katerina Harvati (derecha), de la Universidad de Tubinga en Alemania, dijo que si bien el estudio puede ser útil para explicar la extinción, no intenta responder por qué los seres humanos se dispersaron desde África hacia Europa y Asia. Es importante descubrir el motivo de ese fenómeno, dijo.

Fuentes: 20minutos.com | AJC.com | 31 de octubre de 2017