Descubren un diente de neandertal en la Sima de las Palomas (Murcia)

Restos óseos encontrados en la Sima de las Palomas en la actual campaña.

Desde que un naturalista se encontrara en 1991 con los primeros restos de un neandertal, la Sima de las Palomas (Murcia), situada en la montaña conocida como Cabezo Gordo (Torre Pacheco), ha sido una auténtica mina de oro para los arqueólogos. Las investigaciones de los últimos años han confirmado que los neandertales ocuparon ese lugar en el Paleolítico, y que además lo hicieron mucho antes de lo que se pensaba.

El coordinador de las investigaciones, el británico Michael Walker, explicó que este verano han encontrado un molar perteneciente a esa época, a tal profundidad que es indudable que su procedencia se remonta a más de 100.000 años de antigüedad.

Con este diente, son ya 15 los restos pertenecientes a distintos individuos del Homo neanderthalensis, «una cifra bastante elevada para lo habitual», según Walker, profesor emérito de la Universidad de Murcia, que trabaja junto a la Universidad de Oxford en estas exploraciones que se iniciaron hace más de 25 años.


En esta campaña, señala el informe, la excavación ha avanzado hasta una profundidad respetable y ha alcanzado los dos metros bajo tierra, y algo más de seis bajo la misma visera rocosa a la que había llegado el relleno de sedimento de la sima cuando se iniciaron las exploraciones.

La presencia de restos a tanta profundidad confirma su antigüedad, que se corresponde con el último periodo interglaciar. «Estos niveles profundos tienen, no ya 50.000 años como los esqueletos famosos de los neandertales, sino que pueden llegar a una antigüedad de entre 100.000 y 130.000 años», señala Michael Walker. En 2018 también encontraron un molar, en 2017 un fragmento mandibular y en 2016 dos incisivos, por lo que se confirma la presencia de los neandertales en esta época anterior.

La zona donde están investigando está separada de los esqueletos articulados neandertales a través de un conglomerado durísimo que se consolidó hace más de 65.000 años, por lo que es imposible que correspondan a una época posterior.

Foto: Exposición de las investigaciones de este verano en la Sima de las Palomas. Iván J. Urquízar

Ya utilizaban el fuego

Otra novedad del hallazgo de este año es que el diente hallado estaba alterado por la combustión. Hacía unos veinte años que no encontraban algo así. Los indicios apuntan a que los restos de la Sima de las Palomas corresponden a un lugar donde los neandertales enterraban a sus fallecidos. En general, no presentan signos de haber sido incinerados, pero en esta caso sí sucede así.

Otra conclusión que se puede extraer de ello es que los neandertales utilizaban el fuego antes de lo que se pensaba. En esta capa de más de 65.000 años de antigüedad han encontrado útiles paleolíticos y huesos de animales con señales de combustión. «No hemos podido detectar empedrados o socavones que pudieran implicar un hogar delimitado; pero los indicios de la preparación y el asado de la carne abundan en toda el área bajo investigación», señala el informe de la campaña de excavaciones.

Además, este verano se han descubierto huesos que podrían pertenecer a un animal de importantes dimensiones, como una hiena o un león de las cavernas, una especie extinta que solo se conoce por las pinturas rupestres y por restos fósiles como estos. Esta capa en la que están trabajando es extraordinariamente rica en restos de animales, desde la tortuga y el conejo hasta caballos, ciervos, uro, rinoceronte, hiena, lobo, puercoespín, etcétera.

También explican que la excavación de numerosos restos quemados de caballo silvestre podría apoyar la conjetura de que procedieran de esta capa otros tantos recuperados hace años por los propios investigadores junto con fragmentos quemados de cráneos neandertales.
En los últimos tres años han identificado huesos y dientes de una hiena, un carnívoro grande, caballo, ciervo, etc. Así pues, creen que es posible que las capas profundas en vías de excavación correspondan al vertedero de un campamento neandertal situado alrededor de la boca de la sima en una pequeña terraza que luego fue eliminada por la erosión.

Fragmento de una mandíbula de un niño neandertal hallada en la Sima de las Palomas en 2017.

Sospechan que se alimentaban de materia vegetal

Según han comprobado en la campaña de excavaciones paleontropológicas en la Sima de las Palomas, además de la carne, «es verosímil que el Hombre de Neandertal, que habitaba esta zona, se alimentase con productos de origen vegetal».

El profesor Walker, coordinador de los trabajos, es coautor con Amanda Henry y Robert Power, investigadores del prestigioso Instituto Max-Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, de un nuevo artículo científico sobre la presencia de fitolitos en el sarro de dientes neandertales de la Sima de las Palomas y otros yacimientos de la franja mediterránea de España.

«Los fitolitos demuestran que comían plantas, con toda probabilidad las semillas de gramíneas», explican los investigadores. Actualmente, están esperando los resultados de un estudio sobre las muestras tomadas de dientes de rumiantes excavados en el yacimiento de la Sima de las Palomas. Dicha investigación se desarrolla de la Universidad de Tubinga, en Alemania.

Fuente: laopiniondemurcia.es | 8 de agosto de 2019

Excavan en la Cueva del Bolomor (Valencia) para hallar restos neandertales de hace 250.000 años

Un grupo de arqueólogos busca restos en la Cova del Bolomor de Tavernes (Valencia) en una campaña anterior. / LP

Un grupo de 25 arqueólogos inicia este martes una nueva campaña de excavaciones en la Cueva del Bolomor de Tavernes de la Valldigna (Valencia). La intención es hallar restos neandertales de hace 250.000 años, así como otros de fauna o herramientas de trabajo, pero también se confía en que puedan aparecer restos de homínidos, como ya ha ocurrido en alguna ocasión anterior. Los trabajos se llevan a cabo cada verano en esta cavidad desde el año 1989.

De hecho, hace sólo unos meses tuvieron lugar unos actos de conmemoración por las tres décadas de investigación y trabajos arqueológicos con abundantes hallazgos. Bolomor es una de las cavidades más relevantes de toda la península..., ya que en ella se han encontrado tanto restos de homínidos, como de fauna y hogares, además de miles de herramientas líticas. El año pasado, fueron 7.000 las piezas arqueológicas recuperadas que en conjunto superan ya más de 300.000.
Pero, sobre todo, la singularidad de esta cueva radica en que se han encontrado evidencias de fuego controlado, de hace 230.000 años, un gran avance para la humanidad. Es justo esto lo que hace que la cavidad, junto a otras muchas aportaciones, sea un atractivo para los estudiosos de las diferentes etapas de la Prehistoria en la vertiente mediterránea.

El director de los trabajos es el arqueólogo Josep Fernández (izquierda), quien tutela al equipo de 25 profesionales que estarán este año durante varias semanas en Bolomor. La intervención se lleva a cabo por el Museo de Prehistoria de Valencia, con el permiso de la Dirección General de Patrimonio de la Consejería de Cultura, y acabará el próximo 9 de septiembre. Fernández explicó que los 25 profesionales realizarán sus trabajos en dos zonas de la cavidad.

Por un lado se excavará en la parte norte de la cueva, donde se lleva años trabajando en el nivel XIII, correspondiente a una etapa cálida de hace 250.000 años, es decir del Pleistoceno medio. De este nivel quedan unos 10 cm y la intención es finalizarlo para dar paso al nivel XIV en posteriores campañas. Fernández comentó que en años anteriores este área ha sido muy relevadora. En la campaña anterior aparecieron «numerosas herramientas líticas y restos de fauna», precisó el responsable de los. Pero recordó que uno de los años más fructíferos fue 2016, cuando aparecieron 15.000 herramientas líticas y más de 150 restos de fauna procesadas por los neandertales.

En la campaña de 2016 estuvieron en el yacimiento 80 profesionales durante dos meses. Por otra parte, las excavaciones también buscarán piezas en el sector occidental de la cavidad, una zona algo más reciente que corresponde con un pasado de 100.000 años, aquí se actuará en el nivel III. La cueva tiene un total de 17 niveles o estratos, por lo que tiene por delante muchas campañas. La población que habitó en los niveles más recientes la cueva fue la de neandertales que se extinguieron hace unos 35.000 años, pero no se descarta hallar restos de otros homínidos más antiguos que les precedieron.

Fuente: lasprovincias.es | 9 de agosto de 2019

Hallan en la Cueva Karain (Antalya, Turquía) un hacha de hace 350.000 años

Un equipo de arqueólogos ha hallado en la Cueva de Karain, en Antalya, Turquía, la que podría ser la segunda hacha más antigua del mundo, con una antigüedad estimada de unos 350.000 años.
La Cueva de Karain, una gruta natural que fue usada por los humanos prehistóricos, y que constituye un importante yacimiento del Paleolítico, está situada a las afueras del pequeño pueblo turco de Yagca, a menos de 30 kilómetros de la ciudad mediterránea de Antalya, un conocido destino turístico de Turquía.

Fragmentos de cráneos de neandertal descubiertos en el pasado en esta cavidad evidenciaban presencia humana desde hace al menos 200.000 años.


Harun Taskiran, profesor del departamento de arqueología de la Universidad de Ankara, dijo que durante el proceso de excavación, encontraron, en los sedimentos del Paleolítico medio, un hacha afilada por los dos lados cuyo tamaño equivale al de una mano humana. Según Taskiran, el hacha debió haber sido utilizada para cazar, y ya el pasado año se encontró otra hacha similar.
La presencia de hachas y herramientas ratifica que la cueva fue un espacio vital donde los antiguos humanos fabricaban herramientas. También se demuestra que habían descubierto el fuego y que separaban la carne de los animales que cazaban con todo tipo de herramientas.


Las excavaciones en la Cueva Karain comenzaron en 1946, y se cree que el área tiene una antigüedad de 500.000 años.

Taskiran añadió que restos óseos de neandertales, hipopótamos, rinocerontes y elefantes también se hallaron en la cueva.

Fuentes: hurriyetdailynews.com | ntv.com.tr | 8 de agosto de 2019

Los humanos ya conquistaron la alta montaña hace más de 40.000 años

El refugio de Fincha Habera, en las montañas Bale de Etiopía, sirvió de hogar a varios grupos humanos durante milenios GÖTZ OSSENDORF

Hace algo menos de 70.000 años, desde África partió una migración que transformó el mundo. Los participantes en aquel viaje eran Homo sapiens, una especie que ya había salido de este continente en varias ocasiones, pero que en ninguna oleada anterior había conseguido transformar el mundo como lo hizo en la última. Aquellas nuevas generaciones tenían algo especial. En pocos miles de años, se expandieron por todo el mundo y se convirtieron en la única especie humana viva sobre la tierra.

Se cree que uno de los últimos espacios conquistados por aquellos humanos fueron las montañas más elevadas, a partir de 2.500 metros de altitud. Allí, la falta de oxígeno dificulta la vida de los humanos, que además deben enfrentarse a las bajas temperaturas, la aridez del terreno o la intensa radiación ultravioleta de las alturas. Sin embargo, algunos descubrimientos recientes sugieren que los humanos ya habían seguido hacía tiempo la llamada de las montañas.

En mayo de este año, la revista Nature publicó el hallazgo de la mandíbula de un denisovano en la cueva china de Karst Baishiya, a 3.280 metros de altitud, en la meseta tibetana (derecha). Con 160.000 años de antigüedad, los restos de este pariente cercano, encontrados por un monje budista, serían un indicio de que aquella especie humana se había adaptado a las alturas mucho antes que los sapiens, cuyos restos más antiguos en alta montaña rondan los 40.000 años. Este hallazgo explicaría además que esta especie cuente con una variante genética que facilita la adaptación a la altitud.

Sin embargo, según critica Mark Aldenderfer (izquierda) esta semana en la revista Science, la mandíbula china no está acompañada por restos arqueológicos que demuestren una adaptación de aquellos humanos a la vida en altura. La llegada de aquel individuo a la altura de Karst Baishiya pudo ser circunstancial, según el investigador de la Universidad de California en Merced (EE UU). “Los datos no apoyan la afirmación de que el yacimiento representa una adaptación exitosa a altas elevaciones antes de la llegada a la región de los 'Homo sapiens' modernos”, añade.

Esta semana, Science publica también los resultados de un equipo internacional de científicos en el que sí se aportan evidencias arqueológicas que apoyan la idea de un asentamiento prolongado a una altitud elevada, en este caso en las montañas Bale, en el sur de Etiopía. Hace 45.000 años, cuando los valles que rodeaban la región aún eran demasiado secos para la supervivencia, en el refugio de Fincha Habera, a 4.000 metros de altura, era posible salir adelante, sobre todo gracias a un gran roedor que también cazaban las hienas.

El Tachyoryctes macrocephalus, una rata topo de más de medio kilo de peso, era una fuente de alimento abundante y principal como muestra que el 93,5% de los restos animales encontrados en aquellos yacimientos humanos pertenecen a este animal. Los huesos quemados sugieren además que solían asarlos al fuego. En la misma zona y a la misma altitud, los investigadores encontraron varios afloramientos de obsidiana, que aquellos humanos utilizarían para elaborar las herramientas de piedra que, junto a trozos de cerámica o una cuenta de cristal, se encontraron en los yacimientos.


Mandíbula de la rata topo 'Tachyoryctes macrocephalus', el alimento básico de aquellos primeros colonizadores de la alta montaña GÖTZ OSSENDORF

Según cuentan los autores, Fincha Habera fue usado como residencia por distintos grupos de Homo sapiens durante milenios. La gran cantidad de herramientas encontradas, los restos característicos de las fogatas y del uso de la cueva como hogar, la ingente cantidad de heces humanas o las pruebas de que allí se preparó comida con frecuencia muestran que aquel lugar, a unos cientos de metro por debajo de los glaciares, fue, pese a la dureza del clima, un buen refugio.
El yacimiento etíope ofrece una idea de cómo podía ser la vida de aquellos primeros colonizadores de las montañas, pero los hallazgos recientes muestran que esta parte de la historia de la humanidad aún debe completarse y que puede haber muchas sorpresas. Pese a que las elevadas altitudes tengan muchas características hostiles, en algunos momentos de la historia de la evolución humana y del planeta las montañas pudieron ser un buen hogar para nuestros ancestros.

Fuentes: elpais.com | aaas.org | 8 de agosto de 2019

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Hace 45.000 años hubo poblaciones viviendo en las montañas Bale, en Etiopía, a unos 4.000 metros de altitud

Vista del refugio de rocas Fincha Habera (Montañas Bale) que ha servido como lugar de residencia de recolectores de la Edad de Piedra Media / Götz Ossendorf

La vida a gran altitud impone una serie de limitaciones y estrés sobre el cuerpo humano. Debido a esto, se creía que el asentamiento de poblaciones en entornos a gran altitud –más de 2.500 metros sobre el nivel del mar– era algo reciente en la historia de la humanidad.

Los restos hallados en un refugio a 4.000 metros de altitud en un refugio rocoso en las montañas de Bale, en Etiopía, parecen demostrar lo contrario. La investigación, que se publica en la revista Science, revela a través de análisis arqueológicos, biogeoquímicos y cronológicos de restos fósiles, que en esos yacimientos vivieron poblaciones de recolectores de la Edad de Piedra, hace unos 45.000 años.

Foto: Vista exterior e interior de Fincha Habera.

“Los habitantes prehistóricos de la zona eran cazadores-recolectores, lo que significa que eran altamente móviles, no sedentarios, y vivían de la comida que obtenían para alimentarse. Constituían pequeños grupos y usaban el lugar como una especie de campamento base”, declara a Sinc Götz Ossendorf, científico de la Universidad de Colonia (Alemania) y coautor del trabajo.
El yacimiento fue descrito por primera vez por un equipo ruso en 2013 mientras realizaban trabajos paleoecológicos (polen y esporas) en el refugio de rocas para reconstruir el entorno de los últimos 16.000 años. “Nosotros fuimos los primeros en descubrir los depósitos arqueológicos que datan entre 47.000 y 31.000 años atrás”, añade el investigador.

Foto: Paisaje del valle de Harcha caracterizado por bloques de piedra depositados por un glaciar durante la glaciación Würm.


Las fechas de radiocarbono del yacimiento sugieren que la ocupación comenzó durante el Pleistoceno tardío. El entorno permitió estadías a largo plazo en el área conocida como Fincha Habera durante varios miles de años de forma repetida, aunque los científicos desconocen si esta ocupación fue permanente.

Esto se debe a que esta región durante la última glaciación estaba más allá del borde de los glaciares. Por tanto, había cantidad de agua suficiente disponible, ya que se derretían en fases.

Inhóspito para vivir, ideal para investigar

Las montañas de Bale están en una región bastante inhóspita y con un bajo nivel de oxígeno en el aire. Las temperaturas fluctúan bruscamente y llueve mucho. En este entorno, los arqueólogos hallaron evidencias de que estas personas cazaban ratas topo gigantes, extraían obsidiana a 4.200 metros sobre el nivel del mar para fabricar sus herramientas y usaban agua derretida de los glaciares cercanos.
“Encontramos muchos huesos de ratas-topo gigantes que tenían marcas de corte y la mayoría estaban carbonizados, por lo que estamos seguros de que la gente las comía”, apunta a Sinc Bruno Glaser (izquierda), autor principal del estudio en la Universidad Martin Luther Halle-Wittenberg (Alemania). Estos animales eran fáciles de cazar y proporcionaron suficiente carne, suministrando así la energía necesaria para sobrevivir en un terreno muy abrupto.

Además de estos fósiles, hallaron miles de artefactos de piedra de obsidiana (derecha) típicos de la Edad de Piedra Media, restos de fauna que los humanos prehistóricos cazaban, entre ellos antílopes y un solo fragmento de cascarón de huevo de avestruz. “Estas aves no viven en estas altitudes, por lo que los humanos prehistóricos deben haberlas traido de las tierras bajas”, dice Ossendorf.

Las duras circunstancias de las montañas Bale presentan condiciones ideales para el trabajo de los científicos, ya que el suelo solo ha cambiado en la superficie durante los últimos milenios. Dichos análisis solo pueden realizarse en áreas naturales con poca contaminación, de lo contrario, el perfil del suelo cambiaría demasiado por el impacto más reciente.

Por este motivo, los científicos desarrollaron un nuevo tipo de paleotermómetro que podrá usarse para rastrear el clima en la región, incluida la temperatura, la humedad y la precipitación.

Foto: Excavación y muestreo de los depósitos arqueológicos de la Edad de Piedra Media en Fincha Habera. Götz Ossendorf

“Utilizamos un paleotermómetro existente que emplea la cantidad de lípidos producidos por las bacterias del suelo en función de la temperatura. Además, desarrollamos un paleohigrómetro basado en un enfoque de isótopos estables acoplados de lípidos y azúcares de cera vegetal. Actualmente, ambos métodos solo se utilizan para la reconstrucción del paleoclima”, explica Glaser.

Capacidad de adaptación

Según el equipo de investigación, este estudio no solo proporciona nuevas ideas sobre la historia de los asentamientos humanos en África, sino que también da información importante sobre el potencial humano para adaptarse física, genéticamente y culturalmente a las condiciones ambientales cambiantes. Un ejemplo de ello son los grupos de personas que viven en las montañas etíopes hoy en día, que pueden lidiar fácilmente con bajos niveles de oxígeno en el aire.

El trabajo liderado por la Universidad Martin Luther Halle-Wittenberg (Alemania) también ha contado con la cooperación de las universidades alemanas de Colonia, Rostock y Marburgo, así como las de Berna (Suiza) y Addis Abeba (Etiopía).

Fuentes: agenciasinc.es | 8 de agosto de 2019

El falso mito de la pacífica civilización maya: también usaron tácticas de guerra total

Foto: Guerreros mayas en pleno combate. Reconstrucción de la sala de la guerra del templo de los Murales en el yacimiento de Bonampak. National Geographic. DAGLI ORTI / DEA / ALBUM

Una antigua inscripción maya econtrada en un yacimiento de la actual ciudad de Naranjo (Guatemala) reza: en «el 21 de mayo del 697 –3 Ben, 16 Kasew, en el calendario maya–, Bahlam Jol –la actual Witzná– "ardió" por segunda vez».

Tal como un grupo de arqueólogos y geólogos acaba de concluir, en un artículo publicado en Nature Human Behaviour, este mensaje, junto al hallazgo de antiguas cenizas, demuestran que los mayas no fueron una civilización tan pacífica como se solía considerar hasta ahora. Según lo que se ha averiguado, arrasaron y quemaron ciudades, y parece ser que lo hicieron desde mucho antes de lo pensado. Es decir, al igual que hicieron romanos o cartagineses, los mayas recurrieron a estrategias de guerra total.

«Por primera vez tenemos una imagen del impacto que tuvo un ataque maya durante el periodo clásico», ha explicado a ABC David Whal (izquierda), investigador en la Universidad de California, en Berkeley (EEUU), y primer autor del estudio. «Podemos ver cómo las tácticas usadas tuvieron unas consecuencias negativas para la población que cambiaron para siempre la trayectoria de un asentamiento».

El castigo de la reina

En concreto, una serie de evidencias arqueológicas, junto a datos estratigráficos, entre los que hay cenizas fosilizadas, muestran que en el año 697 los mayas incendiaron la ciudad de Bahlam Jol, la actual Witzná. Desde entonces, esta quedó habitada por un número mucho más bajo de personas. Todo apunta a que la reina de la actual Naranjo, madre del rey niño Kahk Tilew, emprendió una campaña de castigo para restablecer su poder entre otras ciudades-estado.


Esto cambia por completo el paradigma según el cual los mayas no adoptaron este tipo de guerra hasta el periodo Clásico Terminal, en el que experimentaron su caída, en torno al siglo X, y que, de hecho, la guerra tuvo un papel destacado en su colapso. «La presencia de esta guerra tan destructiva, y de modo tan temprano, socava la asunción de que estuvo limitada al Clásico Terminal. Por eso, ponemos en entredicho una de las teorías más importantes sobre el colapso de la civilización maya», ha explicado Wahl.

Foto: Modelos tridimensionales de dos estelas mayas de un sitio ubicado en lo que ahora es Guatemala. Una de las estelas contiene escritura con referencia a la "segunda quema" de Bahlam Jol. Crédito: A. Tokovinine.

La civilización maya, nacida en torno al año 2.000 antes de Cristo alrededor de la península de Yucatán, alcanzó su máximo esplendor entre los siglos III y VIII. Fue en ese momento cuando esta sociedad construyó muchas de sus florecientes ciudades-estado, dirigidas por dinastías, y de sus impresionantes monumentos. Su apogeo intelectual y artístico llevó a importantes avances en el campo de las matemáticas, la astronomía y la arquitectura.

Sin embargo, en un periodo de tiempo no muy prolongado, alrededor del siglo IX, las principales dinastías desaparecieron y las ciudades más importantes fueron abandonadas a su suerte. Aunque los mayas sobrevivieron, su poder económico y político fue desde entonces una triste sombra del pasado.

El investigador David Wahl, de pie, recogiendo muestras de sedimentos en el Lago Ek'Naab, al noreste de Guatemala - Francisco Estrada-Belli, Tulane.

¿Qué causó la caída de la civilización maya?

¿Por qué ocurrió esto? Una de las explicaciones más aceptadas es que una larga y extrema sequía pudo estar detrás del ocaso de los mayas. En medio de una situación de escasez de recursos comenzó un periodo de inestabilidad social, económica y política. En teoría, esto llevó a un cambio en la forma de hacer la guerra: se pasó de una guerra ritual, en la que no se arrasaban las ciudades y solo se sacrificaba a enemigos cautivos, a una estrategia más indiscriminada, en la que sí se arrasaban campos y ciudades.

El estudio publicado ahora sugiere que no hubo tal cambio. «Lo revolucionario de esto es que vemos esta forma de hacer la guerra desde mucho antes», ha dicho en un comunicado Francisco Estrada-Belli, investigador en la Universidad de Tulane y coautor del estudio.
«No fue una guerra en la que la nobleza se retase, tomando y sacrificando cautivos para aumentar la popularidad de los captores. Por primera vez, vemos que esta guerra tuvo un impacto general en la población».

En este estudio, los científicos investigaron tanto las pistas dejadas por los sedimentos como por los restos arqueológicos. Extrajeron testigos de sedimentos de siete metros de largo del lago Ek´Naab, situado en la llanura donde se encontraba la antigua Witzná, suficientes para reconstruir 1.700 años de actividad humana. En dichos sedimentos buscaron indicios de perturbaciones y examinaron los granos de polen de gramíneas a fin de estudiar la actividad agrícola pasada y, finalmente, varias capas de cenizas.

El trágico destino de la ciudad de Witzná

Una de las capas de cenizas, acumuladas entre el año 690 y el 700, coincide con el ecuador del Periodo Clásico maya y con la inscripción según la cual la ciudad de Witzná fue arrasada en el año 697. Además, los sedimentos muestran cómo después de ese momento la ciudad quedó casi despoblada.

«Parece que quemaron toda la ciudad e incluso todos los alrededores», ha dicho Wahl. «Después, vemos una caída en la actividad humana, lo que sugiere que al menos hubo un importante impacto en la población. No podemos saber si todo el mundo fue asesinado, si se movieron o si sencillamente emigraron, pero sí que la actividad humana cayó muy drásticamente justo después de ese evento».


Foto: Los mayas concedían gran valor a capturar con vida a sus enemigos. Ataviados con sus mejores galas y con sus estandartes de guerra, llevaban a los cautivos al sacrificio, como se ve en esta representación de un vaso maya en el Museo Kimbell de Fort Worth. ART RESOURCE / SCALA.

Esto no demuestra que los mayas recurrieran a la guerra total durante los 650 años que duró su Período Clásico, según Estrada-Belli. Sin embargo, estos indicios encajan con las cada vez más numerosas evidencias que muestran que su comportamiento era belicoso, como la presencia de fosas comunes, ciudades fortificadas y la posesión de grandes ejércitos.

Además, los investigadores han encontrado otras referencias de la quema de ciudades como Komkom (la actual Buenavista del Cayo), K´an Witznal (hoy Ucanal) y K´inchil (cuya ubicación es desconocida), lo que sugiere que estas también fueron arrasadas.

Un fragmento quemado de una estela de piedra, la mitad inferior de la estela 4 de Witzna, que data del Período Clásico tardío, comprendido entre 650 y 750 d.C. (Foto cortesía de Francisco Estrada-Belli, Tulane).

¿Fueron rituales las guerras mayas?

A la vista de todo esto: «Necesitamos replantearnos el paradigma de que la guerra maya antigua estaba centrada en capturar cautivos y conseguir tributos», ha dicho en un comunicado Alexandre Tokovinine (izquierda), arqueólogo de la Universidad de Alabama y coautor de este trabajo.
David Whal ha añadido que el conocimiento que se tiene sobre la guerra ritual maya se basa en las pocas evidencias que quedan, sobre todo centradas en monumentos de roca y cerámica y que, además, reflejan mejor a la élite de la sociedad. También ha recordado que el clima tropical acelera la degradación de materia orgánica, con lo que destruye la mayoría de las pistas: «Creo que la ausencia de cualquier evidencia real sobre cómo era la guerra durante el Periodo Clásico ha llevado a nuestra narrativa de que la guerra era limitada y ritualizada».

A continuación, estos científicos seguirán trabajando como detectives de eventos traumáticos ocurridos en las ciudades-estado mayas. Ya han encontrado otras cinco evidencias que concuerdan con momentos de alta actividad militar, pero carecen de registros escritos con los que relacionarlos. Mientras buscan alternativas también trabajan en reconstruir el clima de la región para saber qué papel pudo tener la sequía en el ocaso de los mayas.

Fuentes: abc.es |news.berkeley.edu | 8 de agosto de 2019

La primera forma de escritura, un código visual secreto, pudo haberse desarrollado en Israel hace unos 6.000 años

Foto: Réplica de un cetro de bronce del tesoro de Nahal Mishmar exhibido en el Museo Hecht, Haifa, Israel.

Un conjunto de artefactos de cobre fabricados hace unos 6.300 años puede contener un código secreto utilizado por los antiguos trabajadores metalúrgicos levantinos, lo que supondría que fuera una de las primeras formas de escritura primitiva del mundo. Esa es la nueva y controvertida teoría de un investigador israelí que cree haber descifrado el significado de los espléndidos artefactos de cobre -pero aún enigmáticos- que se descubrieron hace décadas en una remota cueva del desierto de Judea.
En 1961 se encontraron más de 400 objetos de cobre envueltos en una estera hecha jirones en una caverna en las laderas casi inaccesibles de Nahal Mishmar, una corriente fluvial estacional que desemboca en el Mar Muerto.

El llamado tesoro Nahal Mishmar fue uno de los mayores hallazgos prehistóricos realizado en Israel y en el mundo. El mismo reveló una sofisticación -previamente insospechada- y un conocimiento avanzado de la metalurgia entre las gentes que habitaron el Levante durante la Edad del Calcolítico o del Cobre.

Artefactos encontrados en Nahal Mishmar, realizados hace más de 6.000 años Clara Amit, IAA

El tesoro pertenecía a una cultura que los arqueólogos han denominado Ghassulian, no porque se tuviera alguna idea de cómo se llamaban estas personas, sino porque se identificó por primera vez en un lugar de Jordania llamado Teleilat Ghassul.

La datación mediante carbono 14 de la estera que contenía los artefactos demostró que el tesoro se remonta a alrededor de 4300 a.C., y muchos de los objetos, en forma de cuencos, mazas, coronas y cetros, muestran un nivel de artesanía que se creía impensable para ese periodo.
La mayoría de los artefactos se produjeron utilizando la técnica de cera perdida, un proceso complejo que requiere habilidad y mucho tiempo. Aún más sorprendente, los análisis han demostrado que estaban hechos de aleaciones, en aquel entonces únicas, de cobre con arsénico, antimonio y otros metales, los cuales habrían tenido que obtenerse en Anatolia o en el Cáucaso.

Foto del descubrimiento del tesoro de Nahal Mishmar en 1961.

Aunque la mayoría de los investigadores están de acuerdo en que los objetos tenían algún tipo de propósito ritualista, el tesoro ha permanecido como un misterio para los arqueólogos, quienes tienen dificultades para explicar cuál fue el uso exacto de los artefactos, o qué significado puede atribuirse a los motivos que los decoran.
Parte del enigma proviene del hecho de que el pueblo de la cultura Ghassulian vivió en un tiempo en el que no existía la escritura, y, por tanto no dejaron información sobre ellos mismos.

¿O lo hicieron?

Las representaciones de animales con cuernos, pájaros, narices humanas, y otros motivos que se encuentran en los artefactos no son solo decoraciones aleatorias o imágenes simbólicas, afirma Nissim Amzallag (izquierda), investigador del Departamento de Estudios Bíblicos y Arqueología del Antiguo Oriente Próximo en la Universidad Ben Gurion.

Amzallag, que ha centrado su interés en los orígenes culturales de la metalurgia antigua, mantiene la opinión de que estas representaciones forman un código tridimensional rudimentario en el que cada imagen simboliza una palabra o frase y comunica un cierto concepto.
En otros términos, el tesoro de Nahal Mishmar debería verse como un precursor de los primeros sistemas de escritura que surgirían siglos más tarde en Egipto y Mesopotamia, dice Amzallag.

El investigador ha publicado recientemente un estudio al respecto en la revista Antiguo Oriente, una publicación revisada por pares del Centro de Estudios de Historia Antigua del Próximo Oriente en la Pontificia Universidad Católica de Argentina.
Un artefacto redondo, perteneciente al tesoro Nahal Mishmar, denominado 'corona' y decorado con dos cabezas de un animal con cuernos. Clara Amit, IAA

No es tan fácil como A-B-C

En su trabajo, Amzallag analiza varias piezas clave del tesoro y especula sobre la posible semántica de su iconografía. Muchas de las representaciones pueden interpretarse como logogramas, es decir, símbolos gráficos que representan una palabra o una frase en particular. Los logogramas formaron la base de los primeros sistemas de escritura, como los jeroglíficos egipcios y la escritura cuneiforme sumeria. En su forma más simple, los logogramas podían significar una palabra al parecerse al objeto físico que debían representar, como un buey o un tallo de trigo.

Pero cuando tenían que transmitir conceptos más abstractos, los antiguos sistemas de escritura recurrían a lo que los lingüistas llaman el "principio pro rebus", esto es, el uso de un carácter o fonograma cuya palabra correspondiente suena muy similar a la idea compleja que el escritor está tratando de comunicar.

Este artificio todavía se emplea comúnmente en acertijos creados con lenguajes modernos. Por ejemplo, en inglés, el pronombre "I" también se puede escribir dibujando la imagen de un ojo (eye).
La misma lógica funciona en el código de Nahal Mishmar, dice Amzallag. Por ejemplo, uno de los motivos decorativos más recurrentes en los artefactos es la representación de un animal con dos o cuatro cabezas con cuernos, posiblemente un íbice (derecha).

Si bien no existe una conexión particular entre los íbices y la metalurgia, la palabra semítica occidental utilizada para los animales ungulados suena muy similar a los términos ingleses "dust" (polvo, tierra) y "ore" (mineral) (en hebreo "ofer" es un ciervo joven y "afar" es "dust", polvo, tierra). Por lo tanto, es posible que los íbices fueran un fonograma destinado a nombrar el mineral que formaba estos artefactos, y los cuerpos fusionados de los animales representaban la necesidad de representar la mezcla de dos o más minerales para crear las aleaciones utilizadas en el tesoro de Nahal Mishmar, según sugiere Amzallag.

Para dar otro ejemplo, la representación frecuente de una nariz humana ("nose", en inglés), "anp" en los primeros lenguajes semíticos, podría estar relacionada con su uso como una raíz verbal para expresar el incremento de un fuego al soplarle aire, una acción que era clave en el proceso de fundición, dice el investigador en su artículo. Además, Amzallag ve un vínculo semántico entre las representaciones de las aves que anidan y la artesanía del metal trabajado en sí mismo, dado que el término para anidar en los primeros lenguajes semíticos es similar a "qayin", una designación arcaica de la metalurgia.

No todos los símbolos que el profesor Amzallag afirma haber descifrado siguen el "principio pro rebus", y algunos son representaciones más mundanas de fenómenos físicos. Así, por ejemplo, postula que casi cada vez que se hace o se crea individualmente un globo esférico de metal como parte de un objeto, está destinado a representar el sol.

Globos de cobre que Amzallag cree que representarían el sol. Imagen vía Wikimedia.

El tesoro de Nahal Mishmar incluye 432 objetos ornamentados de cobre, bronce, marfil y piedra: 240 cabezas de mazas, unos 100 cetros, 5 coronas, cuernos utilizados como recipientes, herramientas y armas. Algunos de los objetos aparecen en esta fotografía. (Hanay/Wikimedia Commons)

Si aún no lo han adivinado, los 16 significantes que Amzallag dice haber descifrado tienen un significado relacionado con la fundición de cobre y el trabajo con metales. En última instancia, en su artículo de investigación se aventura a "traducir" la iconografía de varios de los artefactos, en lo que resulta ser algo parecido a una serie de recetas simples sobre cómo hacer los objetos que componen el tesoro de Nahal Mishmar: tomar una cierta cantidad de minerales diferentes, aplastarlos, colocarlos en un fuego muy caliente y moldear con herramientas el metal fundido.
Pero, ¿por qué los súper hábiles trabajadores metalúrgicos de la cultura Ghassulian necesitaban, ¡ejem!, "escribir" instrucciones tan básicas?

Ese momento o proceso de calentar rocas y extraer el metal de las mismas era visto como una actividad mágica, casi divina, explica Amzallag, y aquellos que participaban en este proceso se habrían sentido cerca de estar descubriendo los secretos del universo.

"El sol, por ejemplo, se parece mucho a una esfera de metal fundido, por lo que habrían sentido que entendían lo que es el sol, y, en consecuencia, podían hacer un pequeño sol", dice Amzallag a Haaretz. "Pensaron que entendían de qué estaba hecho el universo y se habrían sentido como dioses".

El conocimiento de este oficio divino se habría mantenido dentro de un estrecho círculo de personas, es decir, se habría compartido con solo unos pocos individuos, señala.
"Era una ocupación misteriosa cuyos secretos no se aprendían fácilmente: requería una iniciación y varios ritos de paso, y disponer de un código visual constituía parte de ello", dice Amzallag. "No pretendían crear la escritura, pretendían comprender y representar lo que estaban haciendo".


Dos íbices sobre una pieza globular. Clara Amit, IAA

Tal vez es solo una cabra

Amzallag no es exactamente un investigador convencional y es conocido por sus teorías poco ortodoxas. Tal como se informó en Haaretz el año pasado, levantó cierto revuelo al publicar un estudio en el que afirmaba que el término YHWH, el Dios de los israelitas en la Biblia, se originó como una deidad en el panteón cananeo adorado inicialmente por trabajadores del metal de finales de la Edad del Bronce y principios de la Edad del Hierro.

Su nuevo estudio sobre el tesoro de Nahal Mishmar es "altamente especulativo" y se basa en suposiciones que son difíciles de probar o refutar, dice Dina Shalem (izquierda), arqueóloga del Kinneret College y miembro de la Autoridad de Antigüedades de Israel.
El primer problema, que el propio Amzallag reconoce en su documento de investigación, es que el análisis solo funciona si estamos de acuerdo en que las gentes de la cultura Ghassulian hablaban un idioma semítico, y que nosotros podemos descifrar el supuesto simbolismo de la iconografía calcolítica usando palabras similares a las que aparecen cientos o miles de años después en textos semíticos de las Edad del Bronce y del Hierro.

"No sabemos lo suficiente como para decir qué idioma hablaban", dice Shalem, quien ha excavado e múltiples yacimientos calcolíticos en Israel. "Arqueológicamente hablando, los principales cambios culturales ocurrieron en el Levante durante la transición entre la Edad del Cobre y la Edad del Bronce", señala. "Las costumbres funerarias, así como la arquitectura, son completamente diferentes, y aunque algunas cosas muestran cierta continuidad, es difícil saber si esto se aplica al lenguaje".
Al profundizar en el estudio, Shalem argumenta que podría haber otras interpretaciones igualmente válidas de la iconografía de la cultura Ghassulian. Por ejemplo, las figuras que Amzallag ve como representaciones de ibis jóvenes podrían ser cabras. Y la frecuente duplicación o cuadruplicación de los cuerpos puede no estar conectada a las aleaciones y la fundición, ya que es un motivo figurativo que aparece también en contextos no vinculados a la metalurgia, tal como en los osarios.

"En períodos anteriores encontramos figuras antropomórficas de dos cabezas", dice ella. "Duplicar algo puede ser simplemente una forma de enfatizar su importancia".

Sin embargo, otros colegas están más inclinados a darle al estudio el beneficio de la duda. Si bien no están de acuerdo con algunas interpretaciones específicas, la teoría en su conjunto es sólida, dice Daniel Sivan (derecha), profesor emérito de lenguas semíticas en la Universidad Ben-Gurion.

"Anzallag hace algunas afirmaciones muy audaces y controvertidas, pero hay algo interesante en esta teoría de que los orígenes de la escritura están relacionados con la metalurgia", dice Sivan a Haaretz. "Es un concepto nuevo y curioso que merece ser publicado".

¿La primera protoescritura?

Pero suponiendo que existiera un código visual secreto, ¿es correcto identificarlo como la forma más temprana de protoescritura, tal como sugiere Amzallag en su artículo? ¿Y está conectado a los sistemas de escritura que se desarrollaron más tarde en el Próximo Oriente?
Hay varios hallazgos muy controvertidos que son aún más antiguos que el tesoro de Nahal Mishmar y que llevan símbolos que algunos expertos han afirmado que podrían ser los primeros ejemplos conocidos de escritura. Entre estos se incluyen la tablilla Dispilio (izquierda), una tablilla de madera grabada que se encontró en un lago de Grecia y que data de alrededor de 5200 a. C., así como las tablillas de Tartaria (derecha), artefactos grabados encontrados en una aldea neolítica en Rumanía.
Pero la interpretación y datación de estos y otros hallazgos es muy discutida. La mayoría de los expertos están de acuerdo en que los primeros intentos de escritura se desarrollaron en Mesopotamia y Egipto en los albores de la Edad del Bronce, alrededor de 3.200 a.C., más de un milenio después de que el tesoro de Nahal Mishmar fuera escondido por razones desconocidas.
No hay similitudes obvias entre los ideogramas bidimensionales de las tablillas cuneiformes o de los jeroglíficos y el supuesto código visual tridimensional de Nahal Mishamar. Esto es cierto tanto en su forma como en su función. Si bien el código desarrollado por los trabajadores metalúrgicos del Levante habría sido un equivalente elaborado de un apretón de manos secreto, los primeros sistemas de escritura comprobados de la antigüedad probablemente se crearon por razones financieras derivadas de necesidad de registrar cantidades de bienes y transacciones comerciales.

Corona con repreentación de buitres perteneciente al tesoro Nahal Mishmar.

Aún así, dado que las aleaciones únicas de los artefactos de Nahal Mishar muestran que ya en el Calcolítico había una red comercial que permitía la transferencia de bienes y conocimiento a grandes distancias, es posible que ideas como las derivadas del "principio pro rebus" fueran desarrolladas por primera vez por los trabajadores metalúrgicos ghassulianos y luego adoptadas por otras civilizaciones de la región, especula Amzallag.

"La eventualidad de una relación entre el código visual desarrollado primero entre gentes de la cultura Ghassulian, y posteriormente en Egipto y en Mesopotamia, no debería descartarse", concluye Anzallag en su artículo.

Pero, si bien no debe descartarse, también hay poca evidencia que respalde tal afirmación, ya que es escasamente probable que los trabajadores del metal, los supuestos poseedores de este código secreto, viajaran tan lejos para difundirlo, contrarresta la profesora Shalem.

"Cuando se observa el comercio y la importación de materias primas, como los metales procedentes de Turquía, las cosas se mueven de mano en mano, de un comerciante a otro", dice ella. "No fue una sola persona la que viajó a Anatolia para adquirir los productos, y ciertamente no fueron los propios trabajadores del metal quienes hicieron el viaje".

Fuentes: haaretz.com |ancient-code.com | 6 de agosto de 2019