La actividad minera y metalúrgica en la época romana ya causaba contaminación ambiental


Foto: Uno de los esqueletos hallados en 2016 en la necrópolis de A Lanzada, Pontevedra. DP

Vivían en el poblado romano de A Lanzada entre los siglos I y IV d.C., hace algo más de 1.700 años. Y lo hacían muy alejados de cualquier gran explotación minera para la extracción de oro, donde se solía emplear mercurio o plomo para separar el preciado mineral. Pero en sus esqueletos se ha encontrado la presencia de estos dos metales pesados. Es la primera prueba documentada de contaminación ambiental y acaba de ser constatada por investigadores del grupo EcoPast de la Universidad de Santiago en un artículo que se ha publicado en la revista científica Science of the Total Enviroment. El estudio ha sido liderado por Olalla López Costas junto con Noemí Álvarez Fernández y Antonio Martínez Cortizas.

De izquierda a derecha: Noemí Álvarez Fernández, Olalla López Costas, Antonio Martínez Costas.

«Nuestra hipótesis es que las partículas de mercurio y plomo llegaron por vía aérea en un episodio de contaminación atmosférica similar a los que vivimos hoy en día», explica López Costas. Uno de los hechos más llamativos es que las partículas de estos metales se encontraron en esqueletos de la época romana de la necrópolis de A Lanzada, mientras que en las muestras que se tomaron de individuos de la época medieval del mismo yacimiento, el período inmediatamente posterior y correspondiente a entre los siglos V y VII, apenas se detectaron trazas de los metales tóxicos.

«Los habitantes de la época romana tenían contenidos de plomo y mercurio dos veces superiores a los de la época medieval», constata la antropóloga. O, lo que es lo mismo, cuando desaparecieron las explotaciones mineras impulsadas por los romanos se extinguió también la contaminación.


La investigación permitió confirmar las conclusiones de un trabajo previo del mismo grupo a partir del estudio de las trazas de plomo preservadas en las turberas de O Xistral, en Lugo: el período romano representó un clímax en la contaminación atmosférica debido a la intensa actividad minera y metalúrgica que tuvo lugar en el noroeste de España. De hecho, un equipo de edafólogos liderado por Antonio Martínez Cortizas desveló hace cuatro años que la contaminación por la actividad metalúrgica se inició en Asturias hace unos 5.000 años. El yacimiento de La Molina ofreció la evidencia más antigua de la extracción de minerales en el norte de la península ibérica, aunque en este caso principalmente por cobre.

«La historia que se reflejaba con el estudio de las turberas se ha visto ahora también reflejada en los humanos que vivían en A Lanzada», explica Olalla López Costas, quien destaca la «espectacularidad» del yacimiento pontevedrés, ya que la necrópolis romana tiene contigua la medieval. «Ha sido un descubrimiento impresionante. Estamos muy contentos», subraya.

Necrópolis de A Lanzada. Pontevedra.

Fuente: lavozdegalicia.es | 21 de enero de 2020

Los humanos emplearon cráneos para fabricar cuencos durante más de 15.000 años

Cráneos copa procedentes de la Cueva del Mirador en Atapuerca - Palmira Saladié/IPHES

El uso de cráneos humanos para celebrar rituales se ha documentado en numerosos yacimientos arqueológicos de diferentes cronologías y zonas geográficas. Su práctica pudo estar relacionada con la decapitación para la obtención de trofeos de guerra, con la producción de máscaras como elementos decorativos (incluso con grabados), o lo que se conoce como cráneos copa. De hecho, algunas sociedades pretéritas consideraron que los cráneos humanos poseían poderes o fuerza de vida, y en ocasiones se recogían como prueba de superioridad y autoridad en confrontaciones violentas.

Diferentes señales que se han conservado sobre los huesos nos ayudan a reconocer posibles prácticas ceremoniales. Las modificaciones más comunes relacionadas con el tratamiento ritual de los cráneos son las producidas con los cuchillos de piedra o metal, es decir, marcas de corte durante la extracción del cuero cabelludo. Entre los paleo-indios americanos, por ejemplo, esta práctica está bien documentada arqueológicamente y se han identificado señales de este tipo en disposición circular alrededor de la cabeza. En Europa, los cráneos copa han sido identificados en conjuntos que van desde el Paleolítico superior, de unos 20.000 años de antigüedad, hasta la edad del Bronce, hace unos 4.000 años.

Localización geográfica de los yacimientos incluidos en el estudio (IPHES).

La fracturación meticulosa de estos cráneos sugiere que no está únicamente relacionada con la necesidad de extraer el cerebro con fines nutricionales, sino que fueron producidos de manera concreta e intencional como contenedores o vasos. Así se constata en un estudio que ha llevado a cabo un equipo de investigadores integrado por miembros del IPHES (Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social), de la URV (Universidad Rovira i Virgili de Tarragona) y del Museo de Historia Natural de Londres (NHML), que han desarrollado un análisis estadístico para evaluar si las marcas de corte sobre fragmentos de cráneo del nivel TD6.2 de Gran Dolina, en Atapuerca, Gough’s Cave (Gran Bretaña), Fontbrégoua (Francia), Herxheim (Alemania), y la Cueva de El Mirador, también en Atapuerca, responden a una elaboración sistemática.

Los resultados concluyen que estas marcas ciertamente responden a un patrón concreto en los yacimientos de cronologías más recientes, y en un modo de tratar los cráneos que se perpetuó más de 15.000 años. Los resultados de esta investigación han sido publicados en la prestigiosa revista Journal of Archaeological Science. La investigación ha sido liderada por Francesc Marginedas (izquierda), que actualmente está cursando el Master Erasmus Mundus en Arqueología del Cuaternario y Evolución Humana que se imparte en la URV y paralelamente desarrolla su trabajo de investigación en el marco del IPHES bajo la dirección de la Dra. Palmira Saladié.

“Es difícil saber si ha habido una ritualización de los elementos: los sentimientos no dejan un registro fósil. Pero esta metodología nos permite de alguna forma relacionar o identificar un procesado diferente al que sería simple consumo”, explica Francesc Margineda.

El estudio ha considerado el hueso como un mapa sobre el que se pueden distribuir las modificaciones de la superficie y se ha valorado si era posible identificar un patrón específico para la fabricación de cráneos copa, comparando evidencias de los diferentes conjuntos antes mencionados. Así se han identificado modificaciones específicas relacionadas con el comportamiento humano y se ha descrito estadísticamente la importancia de la localización de las marcas de corte en zonas concretas de los cráneos. Se trata de las estrías hechas con herramientas de piedra, que se realizaron principalmente durante la extracción del cuero cabelludo y de la carne de forma meticulosa y de manera reiterada, actuaciones que nos indican la limpieza intensa de cráneos en los casos específicos de Gough’s Cave, Fontbrégoua, Herxheim y La Cueva del Mirador. Sin embargo, este modelo no ha sido observado sobre los restos de Homo antecessor procedentes del nivel TD6.2 de Atapuerca.
Al examinar las marcas hechas con herramientas líticas en el interior de los cráneos el equipo pudo reconocer evidencia potencial de prácticas ceremoniales. En la imagen, marcas en una calavera encontrada en Gough's Cave, en el Reino Unido. Las marcas de corte se muestran en azul, mientras que las coloraciones naranja y verde representan áreas de fijación muscular.

“En todos estos yacimientos hay canibalismo, pero para el mismo no es necesario toda esta cantidad de marcas o cortes. Los que identificamos es una limpieza intensiva y lo relacionamos con el uso ritual porque es un elemento ya conocido”, explica Marginedas.

La fabricación sistemática de los cráneos copa comenzaba con la extracción del cuero cabelludo y continuaba con la extracción del tejido muscular. Finalmente, la elaboración de los cráneos finalizaba con la fracturación para preservar la parte más gruesa de la bóveda craneal. Actualmente, aun no se conoce el uso que se les daba a estos huesos con forma de recipiente. La repetición de este patrón, proporciona nuevas evidencias de la preparación de los cráneos para practicas rituales, asociadas en la mayor parte de los casos al canibalismo humano durante la Prehistoria reciente.

Fuentes: iphes.com | lavanguardia.com | dailymail.co.uk| 20 de enero de 2020

Un estudio de ADN antiguo confirma el origen del ‘Homo sapiens’ en cuatro linajes

El refugio de rocas Shum Laka en Camerún, hogar de una población antigua que tiene poca semejanza genética con la mayoría de las personas que viven en la región hoy en día.

África es la cuna del Homo sapiens y alberga la mayor diversidad genética humana que cualquier otra parte del planeta. Los estudios de ADN antiguo de sus yacimientos arqueológicos pueden arrojar luz sobre los orígenes más antiguos de la humanidad. Sin embargo, siguen siendo escasos, en parte debido al desafío que supone extraer ADN de esqueletos degradados en ambientes tropicales.
Ahora, un equipo interdisciplinar e internacional con la participación del Instituto de Biología Evolutiva (IBE), un centro mixto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y de la Univesidad Pompeu Fabra (UPF) en Barcelona, ha reconstruido el genoma antiguo completo de cuatro niños enterrados en el refugio rocoso Shum Laka en Camerún, hace entre 8.000 años y 3.000 años, durante la transición de la Edad de Piedra a la Edad de Hierro. Esa región se considera la cuna de las lenguas bantúes, el grupo más diverso y extenso de lenguas africanas.

El estudio, publicado en la revista Nature y con la participación del investigador del IBE Carles Lalueza-Fox (izquierda), demuestra que hubo al menos cuatro linajes importantes en la historia de la humanidad, hace entre 300.000 y 200.000 años. Esta ramificación no se había identificado previamente a partir de datos genéticos.

El hallazgo refuerza el argumento recientemente formulado por arqueólogos y genetistas de que los orígenes humanos en África pueden haber involucrado a poblaciones profundamente divergentes y geográficamente separadas.
Los resultados sugieren que los linajes que conducen a los cazadores-recolectores de África central, los del sur de África y todos los demás humanos modernos divergieron en una sucesión cercana hace unos 250.000 y 200.000 años.

“Nuestro análisis indica la existencia de al menos cuatro grandes linajes humanos profundos que contribuyeron a las poblaciones actuales, y que divergieron entre sí hace unos 250.000 y 200.000 años”, dice David Reich (derecha), de la Facultad de Medicina de Harvard y responsable del estudio.

El cuarto linaje era una población “fantasma” previamente desconocida que contribuyó con una pequeña cantidad de ascendencia tanto al oeste como al este de África. “Esta radiación cuádruple, incluida la posición de un linaje humano moderno fantasma profundamente dividido, no se había identificado antes a partir del ADN”, continúa Reich.
Según Carles Lalueza-Fox, el análisis genómico de poblaciones antiguas y actuales africanas desmiente las conclusiones de trabajos previos basados únicamente en el análisis del ADN mitocondrial, y demuestra que el origen de nuestra especie fue un fenómeno mucho más complejo de lo que pensábamos.

Un raro linaje de herencia paterna

En la región donde se encuentra el yacimiento, los investigadores sospechan que se originaron las lenguas y culturas bantúes, el grupo de idiomas más extendido y diverso en África en la actualidad. Se cree que la difusión de las lenguas bantúes y los grupos que las hablaron en los últimos 4.000 años explican por qué la mayoría de las personas de África central, oriental y meridional están estrechamente relacionadas entre sí y con los africanos occidentales y centrales.

Si bien los hallazgos del trabajo no hablan directamente de los orígenes del idioma bantú, sí arrojan luz sobre las múltiples fases de la historia más antigua del Homo sapiens. Los investigadores examinaron el ADN de los niños de Shum Laka junto con el ADN publicado de antiguos cazadores-recolectores del este y sur de África, así como el ADN de muchos grupos africanos actuales. Combinando estos conjuntos de datos, pudieron construir un modelo de linajes divergentes en el curso del pasado humano.

Sorprendentemente, el ADN antiguo secuenciado de los cuatro niños revela una ascendencia muy diferente a la de la mayoría de los hablantes de bantú en la actualidad. En cambio, son más similares a los cazadores-recolectores de África central.

Uno de los individuos de la muestra de Shum Laka, un varón adolescente, portaba un raro haplogrupo de cromosoma Y (A00) que no se encuentra casi en ninguna parte fuera del oeste de Camerún en la actualidad. A00 está mejor documentado entre los grupos étnicos Mbo y Bangwa que viven cerca de Shum Laka, y esta es la primera vez que se encuentra en el ADN antiguo.
Se trata de un haplogrupo profundamente divergente, que se separó de todos los demás linajes humanos conocidos hace unos 300.000 años. Esto muestra que este linaje más antiguo, conocido de varones humanos modernos, ha estado presente en el centro y oeste de África durante más de 8.000 años, y tal vez durante mucho más tiempo.

“El resultado sugiere que los hablantes de bantú que viven hoy en Camerún y en toda África no descienden de la población a la que pertenecían los niños de Shum Laka”, indica Mark Lipson (izquierda), de la Facultad de Medicina de Harvard, autor principal del estudio. “Esto subraya la antigua diversidad genética en esta región y señala a una población previamente desconocida que contribuyó solo con pequeñas proporciones de ADN a los grupos africanos actuales”, añade.
La propagación de la agricultura y el pastoreo en África, como en otras partes del mundo, estuvo acompañada por muchos movimientos poblacionales. “Si echas la vista 5.000 años atrás, prácticamente todos los habitantes al sur del Sáhara eran cazadores-recolectores”, comentan los autores. “Pero si los buscas hoy, verás que son muy pocos y están dispersos entre ellos”, recalcan.

Este estudio contribuye a un creciente cuerpo de investigación de ADN antiguo que podría descifrar la diversidad genética antigua y la estructura de las poblaciones que han sido borradas por los cambios demográficos que acompañaron la propagación de la producción de alimentos.

“Los resultados destacan cómo el paisaje humano en África hace unos pocos miles de años era profundamente diferente de lo que es hoy, y enfatizan el poder del ADN antiguo para despejar el pasado humano detrás de los movimientos de las poblaciones”, concluye Reich.

Fuentes: agenciasinc.es | sciencedaily.com | 22 de enero de 2020
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Hallada una “población fantasma” en los orígenes de nuestra especie

Excavaciones en el refugio de Shum Laka, en Camerún, en una imagen de archivo de 1994. ISABELLE RIBOT

Por Carles Lalueza-Fox

En un viaje por África durante el cual ascendí con mi hermano al Kilimanjaro (que es, con sus 5.895 metros, la montaña más alta del continente), contratamos en Nanyuki un guía local que nos llevara al Parque Nacional del Monte Kenia. Al día siguiente, mientras lo esperaba con las mochilas en la esquina convenida, vi a nuestro hombre bajar del jeep y ponerse a hablar con un tipo rubio y de ojos azules, con pinta de sueco, que estaba unos metros más allá; cuando descubrió que se había confundido de persona, me confesó que él "veía a todos los blancos iguales". Para entonces había descubierto que a mí me pasaba lo mismo con los africanos; de forma que me parecía asombroso que nuestro conductor pudiera distinguir a simple vista si una persona era kikuyu, kamba o luo, y no digamos somalí.

Al contrario que en Europa, la diversidad externa de los africanos se corresponde con una enorme diversidad genética. Si tomamos un europeo y comparamos su genoma, por ejemplo, con el de un aborigen de Nueva Guinea, éstos son más parecidos entre sí que cualquiera de ellos con un africano. Esto es debido a que los habitantes del resto de continentes derivamos de uno o varios grupos de humanos modernos que salieron de África hace menos de 100.000 años; pero obviamente no representaban toda la diversidad existente en ese continente en aquel momento. Es por este motivo que los linajes más antiguos de marcadores genéticos, como el ADN mitocondrial —que se transmite por línea materna— o el cromosoma Y —que se transmite de padres a hijos— se hallan siempre en África. Hace tan sólo seis años se descubrió el "Adán" genético que vivió hace cientos de miles de años en el oeste de África, aunque la primera pista de su existencia llegó desde América.

Hay compañías privadas que proporcionan un test de ancestralidad a sus clientes; en el caso del cromosoma Y, analizan una batería de posiciones cromosómicas que definen los principales linajes actuales como si fueran las ramas de un árbol que se hubieran diversificado a partir de un tronco ancestral. En 2013, genotiparon a un cliente afroamericano y se encontraron con la sorpresa que mostraba las mutaciones ancestrales para toda la batería. Es decir, tenía un linaje del cromosoma Y que era anterior a todos los descritos hasta el momento y que se ha denominado A00. El estudio subsiguiente de esta persona demostró que su linaje del cromosoma Y tenía una antigüedad de unos 250.000 a 300.000 años. Su genealogía familiar se remontaba hasta un esclavo de Carolina del Sur llamado Albert Perry (de ahí que a veces se le conoce como "cromosoma Perry"). Pero al cabo de pocos años, se descubrió que existe también en algunas poblaciones del oeste de África, aunque solo en Camerún se halla en frecuencias apreciables.

Esta zona de África es más interesante de lo que se creía. Por una parte, la zona de Camerún parece ser el origen de la denominada expansión de los pueblos de habla bantú. Se trata de una serie de grandes migraciones que tuvieron lugar hace entre 3.000 y 2.000 años y que pueden trazarse por la diversificación de lenguajes con una raíz común y por la expansión de la ancestralidad de estos emigrantes por todo el este y el sur del continente. La expansión de los pueblos de habla bantú está relacionada con el desarrollo de la agricultura y el uso del hierro y representa un paso hacia la uniformización genética del continente similar al que tuvo lugar en Europa con la agricultura en el Neolítico.

Pero África conserva poblaciones muy diversas entre sí, y no hace mucho todavía debían de serlo más. En Nigeria, por ejemplo, se encontró hace décadas un cráneo muy primitivo —llamado Iwo Eleru— que ha resultado tener tan sólo 13.000 años.

El cráneo de Iwo Eleru (centro), junto a un cráneo primitivo (izquierda) y otro moderno.

En el trabajo que publicamos hoy en Nature hemos analizado el genoma de cuatro esqueletos procedentes de la cueva de Shum Laka, en Camerún, dos de ellos datados en hace 8.000 años y los otros dos en hace 3.000. A pesar de su localización cercana al origen de la migración bantú, no tienen relación con ellos; son algo distinto. Uno de ellos presenta un cromosoma paterno A00, o Perry, y es la primera vez que se encuentra en una muestra antigua. Lo que es más interesante de estos individuos es que presentan en parte una ancestralidad que no existe en la actualidad, y que hace tres años se había detectado también en el genoma actual de los Mende de Sierra Leona. Cuando se hallan señales genéticas de una población distinta de las actuales, pero ningún individuo perteneciente a ésta, se denomina población "fantasma".

Con el análisis conjunto de poblaciones actuales y restos antiguos, se ha podido modelar la diversidad africana de hace unos 100.000 años en cuatro grandes grupos: los cazadores recolectores de Sudáfrica —los conocidos como san, antes mal llamados bosquimanos—, los africanos del este con los derivados de su salida de África —es decir, nosotros—, los cazadores-recolectores de las selvas ecuatoriales —llamados pigmeos— y una población "fantasma" que debía de estar situada hacia el oeste del continente y que ha dejado rastros en algunas poblaciones actuales de la región y en Shum Laka. Quizás el cráneo de Iwo Eleru era uno de sus representantes. Estas cuatro ancestralidades han interaccionado y se han mezclado en proporciones distintas.

Lo que resulta evidente es que todavía queda mucho por conocer de la historia de África, tanto a nivel genético como arqueológico y paleontológico. Hace unos meses, el mayor estudio de ADN mitocondrial de poblaciones khoisán, pueblos africanos con un estilo de vida nómada basado en la caza y la recolección, sugirió que nuestra especie —Homo sapiens— se originó en un idílico humedal situado al norte de Botsuana hace unos 200.000 años. Era una afirmación demasiado sencilla como para ser totalmente cierta. Nuestro trabajo, basado en ADN nuclear, que aporta mucha más información de ambas ramas, la materna y la paterna, dibuja una imagen mucho más compleja con una humanidad que tuvo al menos cuatro poblaciones originales, incluida la “fantasma”. La realidad es siempre mucho más complicada e interesante.

Fuente: elpais.com | 22 de enero de 2020

Que en el Neolítico te enterraran en un dolmen o en una cueva no dependía de tu estatus social, sino de la cultura

Tumba megalítica Chabola de la Hechicera, uno de los yacimientos empleados en el estudio (Teresa Fernández-Crespo / UPV/EHU)

La coexistencia de diferentes identidades culturales y su interacción es un tema fundamental en las ciencias sociales. Pero supone una cuestión nada fácil de abordar en la prehistoria. Si bien en estudios actuales los científicos pueden realizar trabajos de campo y observar directamente la realidad, para épocas pasadas se sirven muchas veces de las diferencias en cómo enterraban a los muertos.
Según una nueva investigación, la presencia de comunidades con distintos estilos de vida y orígenes culturales son la razón principal de la variabilidad en la ubicación de las tumbas durante el Neolítico tardío en Europa Occidental.

Estos resultados proporcionan una evidencia temprana de la distinción entre “ellos” y “nosotros”. Tal diferenciación podría haber desempeñado un papel en el desarrollo de estructuras de desigualdad socioeconómica y, en ocasiones, de conflictos violentos.

Las muestras para el estudio, publicado en la revista Science Advances, se obtuvieron de yacimientos ubicados en la Rioja Alavesa, en el País Vasco. Se sabe que en esta región el uso de cuevas como lugares emplazamientos funerarios durante el Neolítico tardío, hace entre 5.500 años y 4.900, se solapó con el de tumbas megalíticas, que comenzó unos siglos antes y continuó unos siglos después.


Ubicación de los sitios de entierro del Neolítico tardío de la región de Rioja Alavesa y distribuciones de probabilidad sumadas de las fechas disponibles de radiocarbono del Neolítico tardío / Calcolítico temprano de los sitios funerarios en estudio, agrupados por la ubicación del entierro.
Ubicaciones (arriba): 1, Las Yurdinas II; 2, Los Husos I; 3, Los Husos II; 4, Peña Larga; 5, La Peña de Maranón; 6, La Cascaja; 7, El Montecillo; 8, Layaza; 9, El Sotillo; 10, San Martín; 11, Alto de la Huesera; 12, Chabola de la Hechicera; 13, El Encinal; 14, Los Llanos; 15, Longar. Las fechas de radiocarbono (abajo) se modelan utilizando OxCal 4.2.2.

Tal entorno espacio-temporal es excepcional en el registro europeo, donde existen pocas oportunidades para hacer una comparación entre los individuos enterrados en tumbas megalíticas y no megalíticas. Además, la evidencia de conflictos interpersonales regulares hace de la región incluso un mejor “laboratorio” para el estudio de las enmarañadas relaciones socioeconómicas, culturales y, tal vez, étnicas basadas en comunidades con diferentes prácticas funerarias.

Para explorar si los adultos enterrados en tumbas de piedra eran simplemente miembros más privilegiados de la misma comunidad que los enterrados en cuevas, o si estos representan dos grupos culturales distintos, la autora principal Teresa Fernández-Crespo (izquierda), de la Universidad de Oxford (Inglaterra), y sus colegas partieron datos de isótopos prehistóricos de la zona.

El equipo midió estos átomos con diferentes carga de neutrones de varios elementos, entre ellos de nitrógeno y carbono, de la dentina de los molares de 32 adultos coetáneos. Con ello los investigadores querían rastrear tanto la dieta como la historia de vida de los antiguos pobladores y determinar la edad a la que los grupos comenzaron a exhibir diferencias.

Según explican en el artículo, aunque 32 individuos pueda parecer una muestra pequeña, es importante enfatizar que la diferencia entre cuevas y megalitos ya ha sido demostrada con un gran número de individuos adultos y adolescentes. “Estamos buscando la razón detrás de esta diferencia”, apuntan los autores.

Los resultados muestran diferencias significativas en las prácticas de crianza de bebés y niños, y en las estrategias de subsistencia en función de los emplazamientos para el entierro. Los individuos hallados en tumbas de piedra parecían comer más plantas cuando eran niños y también tenían más caries, tal vez por consumir estos alimentos pegajosos y azucarados. Los enterrados en cuevas parecían haber sido destetados antes, pues tenían más calcio en el esmalte de sus dientes.


Tumba megalítica del Alto de la Huesera (País Vasco), uno de los sitios analizados en el estudio (Javier Ordoño).


Por otro lado, se observa un uso diferente del paisaje entre ambos grupos, con una mayor movilidad entre los varones enterrados en cuevas que sugiere la explotación de un paisaje más diverso. Mientras, los varones enterrados en los megalitos muestran una movilidad realmente restringida, generalmente asociada con un sistema de residencia patrilocal y, quizá, derechos sobre la tierra, continúa Fernández-Crespo.

Esto sugiere que el uso de según qué lugar para los enterramientos no dependía del estatus social de un individuo dentro de una misma comunidad que empleaba tanto las cuevas como los megalitos. Más bien se trató de comunidades culturalmente distintas que usaron diferentes lugares para enterrar a sus muertos. Los autores sugieren que las diferentes creencias y estilos de vida podría haber sido una fuente de tensión y competencia, en ocasiones estallando en episodios violentos.

Para la investigadora de Oxford, este trabajo apunta a la existencia de un nivel de complejidad social y división cultural no previamente apreciado en el registro europeo, "dando respuesta a más de un siglo de debate sobre el motivo detrás del uso diferencial de cuevas y de tumbas megalíticas como lugares funerarios durante el Neolítico final".

Fuentes: lavanguardia.com | eldiario.es | 22 de enero de 2019

Los excepcionales hallazgos en Córdoba de la guerra civil romana en la que combatió Julio César

Vista aérea del Cerro de la Merced. Grupo Investigación Polemos


En el año 46 a.C., una de las terribles guerras civiles del final de la República romana se libraba también en el sur de Hispania. El imbatible Julio César, triunfador en la decisiva batalla de Farsalos (Farsalia), después de asegurar el trono egipcio para Cleopatra, tenía que abatir el último reducto de fuerzas leales a Pompeyo, su gran némesis y a quien le habían cortado la cabeza en Alejandría dos años antes. Estas tropas estaban ahora lideradas por sus hijos Cneo y Sexto. Antes de vencerlos definitivamente en Munda en mayo del 45 a.C., el dictador se enfrentó a sus enemigos en varios puntos de la actual provincia de Córdoba.

Uno de estos choques se registró en Ulia, lo que hoy en día es Montemayor. La ciudad fue asediada por las tropas de Cneo Pompeyo mientras Julio César sitiaba la localidad de Córdoba, en poder de Sexto, el hermano menor. Pero el poderoso militar envió un efectivo contingente al mando de Lucio Vibio Pacieco para socorrer la plaza que desde el principio se había aliado con su causa. De la batalla de Ulia dan testimonio las fuentes clásicas —que relatan, asimismo, otro asedio previo en el año 48 a.C.—, pero ahora también los excepcionales hallazgos arqueológicos realizados por un proyecto de investigación sobre la Cultura Ibérica y su integración en el mundo romano.

"Hemos encontrado más de un centenar de proyectiles de honda, numerosas puntas de flecha, la lengüeta de hierro de una jabalina pesada romana (pilum), proyectiles de artillería para lanzar con la balista, un arma para los asedios, clavos de botas militares e incluso monedas, entre las que destaca un quinario de plata acuñado entre 80-40 a.C.", explica el arqueólogo Javier Moralejo (izquierda), director de las prospecciones en Montemayor. "Todos estos elementos testimonian la dureza de los combates y las vías de ataque a la ciudad que estamos localizando al norte y al sur", añade.

No obstante, el hallazgo más espectacular se registró en el Cerro de la Horca: los restos de un carro ibérico del siglo IV a.C. Se trata de "un espectacular depósito ritual" formado por un lote de cuatro ruedas de hierro y originalmente madera, dos de ellas más grandes y de más de un metro de diámetro, que fueron apiladas sobre un yugo con apliques y pasarriendas de bronce y dos bocados de caballo. El conjunto estaba mezclado con cenizas y huesos de animal que probablemente procedían de un banquete celebrado en las inmediaciones, y se rellenó con cantos rodados.

Los arqueólogos excavando el carro ibérico de Ulia. Grupo Investigación Polemos

En el área cercana de Las Cabezas del Rey también se han hallado puntas de flecha tipo Alesia, las características de las tropas cesarianas que emplearon en el asedio de la Galia, o la punta de una lanza. Sigue siendo una incógnita la localización exacta de los campamentos de los dos contingentes enfrentados. Y eso es lo que tratarán de desenterrar los investigadores en la próxima fase de actuación.


Glandes de honda y puntas de flecha romanas desenterradas en Montemayor. Grupo Investigación Polemos

Tres yacimientos

Pero las excavaciones en Ulia/Montemayor son solo una de las tres patas del proyecto que el Grupo de Investigación Polemos de la Universidad Autónoma de Madrid desarrolla en el sur de la provincia de Córdoba, y aúna los esfuerzos de medio centenar de expertos de varias universidades. Bajo el nombre de 'Ciudades y complejos aristocráticos ibéricos en la conquista romana de la Alta Andalucía', los trabajos están aportando "una ingente documentación nueva" sobre la cultura ibérica, su arquitectura y vida diaria, su violenta etapa final y las guerras civiles de Roma. Un periodo que abarca desde el siglo V al I a.C.

De gran importancia son también los descubrimientos realizados en el Cerro de la Cruz, en el municipio de Almedinilla: un oppidum de urbanismo complejo, fechable entre los siglos III y II a.C., con anchas calles rectilíneas, casas de doble planta y azoteas, almacenes, cisternas y una plaza central. La salvaje destrucción a la que fue sometido en torno a 140 a.C., en época de las guerras de Viriato, ha permitido una espléndida conservación de la mayoría de los vestigios.

Estancia con las ánforas del Cerro de la Cruz. Grupo Investigación Polemos


En una de las estancias, de poco más de doce metros cuadrados, ha salido a la luz un almacén con 42 ánforas destinadas a la conservación de cereales como la cebada o el trigo, y más de un centenar de otros objetos en el piso alto como platos, cuencos, vasos de beber, telares, instrumentos agrícolas, cuchillos y recipientes de plomo. El masivo derrumbe de la estructura, provocada por un incendio, y su consecuente sellado, ha favorecido su preservación.

"Este cerro proporciona el mayor y más completo repertorio de cultura material conocido en un hábitat en toda Andalucía", según señala el arqueólogo Fernando Quesada (izquierda), director del proyecto.

Sin embargo, lo más llamativo que los investigadores han encontrado en este yacimiento son hasta siete esqueletos humanos o partes de ellos, salvajemente mutilados, con tajos en tibias, peronés, omoplatos o fémures, abandonados sobre el suelo de las calles o entre los escombros de las viviendas. La matanza se habría desarrollado durante las campañas del cónsul romano Serviliano en la zona.

Cadáveres mutilados del Cerro de la Cruz.


El tercer ámbito de actuación del proyecto se ha llevado a cabo en el Cerro de la Merced, ubicado sobre el paso natural que une la Campiña cordobesa y la cordillera Subbética, una antigua ruta que todavía en la actualidad conecta la localidad de Cabra con Carcabuey y Priego. Sobre la cima de este cerrete, cuya cumbre es bañada por el sol naciente, se edificó inicialmente, entre el siglo V y el IV a.C. un santuario o monumento conmemorativo decorado con relieves y sillares de cornisa de gola. Este primer monumento fue sustituido en el siglo III a.C, por orden de algún reyezuelo o señor ibérico, por un complejo palacial aristocrático.

El gran edificio de planta cuadrada y dos alturas contaba con muros ciclópeos exteriores de hasta cuatro metros de espesor y una decena de habitaciones de medidas muy precisas. Y también tenía una pequeña capilla, almacenes y suelos enlosados con grandes losas de piedra. El palacio estaba además rodeado por una terraza perimetral contenida por otro muro masivo. La comunicación entre ambas zonas se hacía mediante una escalinata monumental de piedra.

La cubierta recién instalada en el Cerro de la Merced. Mateo Olaya


Este complejo fue destruido de forma sistemática y cuidadosa —las cuatro esquinas quedaron demolidas, lo que impedía su reconstrucción— durante la época del general cartaginés Aníbal, a finales del siglo III a.C., en un saqueo probablemente enmarcado en la segunda guerra púnica. En la actualidad, el cerro ha sido protegido con una cubierta para cuya colocación se ha necesitado una grúa de más de cien metros de largo y se hará visitable próximamente.

"Los tres yacimientos forman un todo único para la comprensión del iberismo y romanización en la Alta Andalucía", concluye Quesada. "Todas las actuaciones se integran en un plan coherente que abarca desde el siglo V al I a.C., y casi todo lo aportado es nuevo e inédito, por lo que estamos multiplicando exponencialmente la información sobre esta región".

Fuente: elespañol.com | 16 de enero de 2020

La verdadera función de los verracos, las extrañas esculturas celtas únicas de la Península

Los Toros de Guisando. Luis Berrocal


Ni las crónicas romanas, ni las visigodas, ni las islámicas sobre la Península Ibérica repararon en unas extrañas esculturas de granito que representaban toros, cerdos o jabalíes y abundaban al oeste de la Meseta. Hubo que esperar hasta finales de la Edad Media para que un texto —el Fuero de Salamanca, redactado en torno al siglo XIII— hiciese referencia a una de estas figuras conocidas como verracos.

En dicha compilación de leyes, la talla de un toro de piedra, situada en el puente romano que salva el cauce del río Tormes a su paso por la ciudad salmantina, adquirió una función de carácter jurídico, de enclave delimitador. Si algún ladrón o delincuente lograba alcanzar aquel punto, sus perseguidores deberían abandonar la persecución bajo pena de pagar un maravedí de multa en caso de no hacerlo, a menos que fueran autoridades del concejo.

El problema es que esa competencia modernista del verraco no se correspondía en absoluto con su significado original. La génesis de estas esculturas —hay unas 400 documentadas en España y 20 más en Portugal—, talladas principalmente en la Segunda Edad del Hierro y halladas en la zona de la Meseta noroccidental, entre las cuencas del Duero y el Tajo, se circunscribe al pueblo celta de los vetones, quienes habrían adoptado esta tradición escultórica de los íberos del sureste peninsular, bien relacionados con los griegos y fenicios y que labraron imágenes de animales mitológicos en caliza y areniscas. No obstante, se trata de una cultura que se siguió desarrollando en época romana hasta el siglo II.

Al carecer prácticamente de contexto histórico y originario —muchas de las figuras han aparecido en espacios posteriores, como los famosos Toros de Guisando, que dan nombre al tratado que nombró a Isabel la Católica heredera al trono de Castilla— y elaborarse a lo largo de seis siglos, el estudio de los verracos ha sido uno de los grandes quebraderos de cabeza de historiadores y arqueólogos. Sobre todo la dificultad de dar respuesta a la pregunta de con qué misión crearon los celtas, y luego los romanos, estas figuras.

Verraco del puente romano de Salamanca. Luis Berrocal

Precisamente eso es lo que ha tratado de analizar durante seis años un proyecto de investigación de la Universidad Autónoma de Madrid dirigido por Luis Berrocal-Rangel y Gregorio Manglano, del Departamento de Prehistoria y Arqueología; y Rosario García-Giménez, del de Química y Geoquímica. Los resultados sobre lo que los expertos califican como "un 'unicum' del mundo celta porque no hay nada igual fuera de las fronteras de España y Portugal" —de hecho, reclaman a las autoridades una protección legal específica para evitar su destrucción y su reconocimiento como bienes Patrimonio de la Humanidad— son muy valiosos y aclaratorios.

Tres funciones protectoras

Teniendo en cuenta las interpretaciones previas que habían clasificado a los verracos en tres grupos según sus localizaciones, esta investigación se encaminó a abrir puertas hacia un análisis multidisciplinar para comprender los contextos hasta entonces desconocidos. "La primera aproximación fue de naturaleza morfoestuctural, con la que logramos identificar tres formas de tallar los verracos relacionadas con tres funciones", explica Luis Berrocal.

El primer grupo se caracterizaba por su mayor tamaño y realismo: eran fundamentalmente toros —en aquella época sus medidas reales eran sensiblemente inferiores a las actuales— y habían sido tallados en el lugar con mazas de canteros o cinceles.

Las esculturas de la segunda categoría, de envergadura media y formas más sencillas, representaban a jabalíes o suidos en actitud de ataque —el cerdo era un animal sagrado para los celtas— y algunos ya presentaban la peculiaridad de haber sido esculpidos en talleres distantes;
Los verracos de tercer tipo eran muy pequeños, contaban con inscripciones romanas y fueron labrados con instrumentos característicos de la romanización.

Y del mismo modo que sucede con su forma, las funciones de estos animales de piedra también son diferentes: los del grupo A se habrían tallado como protección del ganado y los recursos naturales de la zona; los del B como defensa de la comunidad y de sus valores étnicos —estos comienzan a aparecer a finales del siglo III a.C., en una época de conflictividad social muy fuerte por la amenaza de las guerras cartaginesas—; y los de clase C estarían destinados a un uso individual, a proteger las almas de los muertos.

Verraco hallado en Ávila y tallado en torno a los siglos IV-II a.C. Miguel Ángel Otero.

Utilizando doce variables estadísticas, los expertos analizaron un total de 158 verracos. Gracias a un programa informático de la Universidad de Oslo, pudieron confirmar tres agrupamientos de las esculturas según su tipología morfoestructural. "La sorpresa fue mayúscula cuando vimos que los verracos de Guisando, de gran tamaño, no pertenecían a la serie A sino a la B", revela Berrocal. Entonces, para una mejor comprensión simbólica y funcional de este misterioso y característico arte, recurrieron a otra disciplina: la geoquímica.

Rosario García-Giménez, especialista de la UAM en dicho campo, condujo distintos análisis mineralógicos que identificaron varias clases de feldespato en los granitos utilizados para la elaboración de las figuras. Al mismo tiempo, se realizaron campañas de prospección de materiales en bruto en las inmediaciones del hábitat de los verracos, que llegarían a ser distribuidos a decenas de kilómetros de distancia, para tratar de establecer las canteras a las que recurrieron los artesanos celtas y sus sucesores romanos. Se han relacionado 84 verracos con 34 canteras.

Lo que sucedió en el castro de las Merchanas, situado en el municipio de las Lumbreras (Salamanca), ejemplifica a la perfección los rendimientos de esta metodología. Desde el siglo XIX, dos verracos, uno en actitud hierática con una base reconstruida de cemento, y otro en posición de ataque, ocupaban sendas plazas del pueblo. Durante las excavaciones en el oppidum se descubrió una peana que los trabajos de geoquímica relacionaron con la primera escultura. "Al restaurarla, el verraco cambió a posición de ataque como su compañero. Eran gemelos. Probablemente estuvieran situados a la entrada del poblado para protegerlo", expone Rosario García-Giménez.

"Gracias a la estadística pudimos confirmar que los tres tipos de verracos corresponden a distintas finalidades, desde los más naturalistas hasta los romanos", concluye Luis Berrocal. "Unos estaban destinados a la defensa de los recursos naturales, otros a la del 'oppidum' y otros a las almas de los difuntos, pero todos tenían la misma función: la de proteger". Misterio resuelto.

Fuente: elespanol.com | 20 de enero de 2020