El poblamiento de América estuvo marcado culturalmente por el desierto, dice la experta Leticia González Arratia

La arqueóloga Leticia González Arratia

El poblamiento de América, señaló la reconocida arqueóloga Leticia González Arratia, fue marcado culturalmente por el desierto. Lo anterior, aseveró, se refleja en la existencia de sitios arqueológicos con características muy similares como lo son sus materiales textiles situados en cavidades visibles, lo mismo en California que en Utah (Estados Unidos), en la Cueva de la Candelaria, en Coahuila o en el Valle de Tehuacán y su Cueva de Coxcatlán.

La investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) refirió que debe retrocederse varios miles de años para situarse en las primeras migraciones que bajaron del Estrecho de Bering, y las múltiples generaciones que fueron dispersándose en Norteamérica.

En su opinión, dadas las glaciaciones del Pleistoceno, "estos grupos no podían venir por las altas montañas, por ejemplo, las Rocallosas (Canadá) y continuar por la Sierra Madre Occidental (suroccidente de Estados Unidos y oeste mexicano), sino que lo hicieron al pie de esas cordilleras".
“Entonces, van explorando y atravesando territorios como Cuatro Ciénegas (donde están localizados tres grupos de huellas humanas fosilizadas, las cuales se estima tienen ocho mil años de antigüedad) y el centro-norte de lo que hoy es México. ¿Cómo sobreviven?, comiendo tunas y los frutos del mezquite y del huizache, asando los corazones de los magueyes".

“La dispersión de estos grupos humanos trazó una especie de ‘lengua’. El Desierto de Chihuahua se va yendo hacia el Altiplano Central y llega al Valle de Tehuacán, en Puebla, donde —a inicios de los 60— el arqueólogo estadounidense Richard S. MacNeish excavó cinco cuevas en las que obtuvo restos arqueológicos de plantas de maíz de aproximadamente cinco mil años de antigüedad”.

De acuerdo con González Arratia, la existencia de sitios arqueológicos con características muy similares por sus materiales textiles en cavidades como la propia cueva de Coxcatlán, “sugiere que el poblamiento de América siguió este rumbo y, por tanto, fue marcado culturalmente por el desierto”.

Foto: Cráneo encontrado en Cueva de la Candelaria. Porta un tocado de fibras vegetales y cuentas de concha marina.

La investigadora, que durante décadas ha estado en contacto con los materiales recuperados en la cueva mortuoria de La Candelaria, una sierra relativamente cercana a la Comarca Lagunera, propone además que los grupos de cazadores-recolectores que ocuparon el actual territorio del norte de México, fueron clave para el desarrollo de la agricultura en Mesoamérica debido a que construyeron un eficiente modelo de explotación de recursos naturales.

Sostiene que la proximidad con la colección arqueológica del recién reestructurado Museo Regional de la Laguna (Murel) le ha permitido teorizar, “plantear hipótesis distintas a las propuestas por los arqueólogos en general” sobre la trascendencia de lo que llama ‘las culturas del desierto’.
“Tal vez no sea del agrado de los ‘mesoamericanistas’ pero, considero que, gracias a las culturas del desierto, a su tecnología y conocimientos de supervivencia —el cual conjugaba la geografía y la estacionalidad de plantas, y del agua, con sus necesidades de reproducción social e ideológica—, es que pudo surgir la agricultura en Mesoamérica”.

La especialista del Centro INAH Coahuila resalta que, para comprender esta hipótesis, es necesario observar la distribución del Desierto de Chihuahua, el más grande del norte del continente, el cual comprende tres estados del sur de Estados Unidos: Arizona, Nuevo México y Texas, una considerable extensión del estado mexicano homónimo, y se extiende al sur en parte de las entidades de Nuevo León, Coahuila, Zacatecas, Durango, San Luis Potosí e Hidalgo.

Mencionó que el discurso museográfico del Murel recupera este dilatado poblamiento del norte de México, en particular de la región noreste, donde la presencia de grupos nómadas dedicados a la caza, pesca y recolección, se fue dando hace más de 11.000 años. Indicó que, para su supervivencia, les fue imprescindible desarrollar un conocimiento profundo de la ubicación del agua, como los manantiales de los cerros; así como de los hábitos de los animales y del periodo del florecimiento de las plantas. Así, la consolidación de las culturas del desierto tardó, al menos, cuatro milenios y medio, del año 5100 a. C. al año 600 d. C.

Dijo que ese modelo de civilización no requirió “grandes transformaciones”, pero sí de un movimiento continuo, en parte, a las necesidades de producción y reproducción física de los habitantes, y por exigencias rituales, religiosas y de reafirmación de los lazos sociales, de parentesco y políticos de esos diferentes grupos del desierto. Destacó que las cuevas mortuorias son parte de esa tradición, pues los antecedentes de ocupación de estos espacios van desde el año 600 a. C. al año 1350 d. C. Ahí, las poblaciones del desierto depositaron los cadáveres en posición fetal, como una referencia simbólica a la Madre Tierra, representando con ello el retorno al útero materno.

Leticia González no deja de reconocer la “visión” que tuvieron los prehistoriadores Pablo Martínez del Río y Luis Aveleyra Arroyo de Anda, quienes excavaron la Cueva de Candelaria entre 1953 y 1954. Con cuidado extrajeron los cerca de 300 bultos mortuorios que guardaba en su interior, acompañados de textiles, cestos, instrumentos de madera y hueso, pieles de venado… preservados gracias a la sequedad del espacio.

Por al menos 350 años, entre 1000 y 1350 d.C., estos nómadas bajaron por el complicado tiro de nueve metros que antecede a la bóveda, para devolver a la tierra a hombres, mujeres y niños que perdieron la vida en el horizonte sin límites del desierto. Sus cuerpos preservados y los objetos con que fueron acompañados, son testimonio de su vida hasta antes de la presencia española. El cambio en sus sistemas de vida, las enfermedades contraídas (desconocidas en América) y la muerte por el trabajo forzado en minas de plata cercanas a esta región, produjeron una elevada mortalidad. Para principios del siglo XVII los nómadas habían desaparecido.

Fuentes: lajornadadeoriente.com.mx | milenio.com| 16 de abril de 2020

El análisis del genoma de individuos neolíticos de la actual Suiza revela la existencia de sociedades paralelas


Restos humanos encontrados 'in situ' en el Dolmen de Oberbipp (Suiza).

La investigación genética en toda Europa muestra evidencias de cambios drásticos en la población cerca del final del período Neolítico, como lo prueba la llegada de ancestros relacionados con los pastores de la estepa Póntico-Caspio. Pero el momento de esos cambios y el proceso de llegada y mezcla de estos pueblos, particularmente a Europa Central, sigue estando poco claro. Pero ahora, en un nuevo estudio publicado en Nature Communications, un equipo de investigadores proporciona nuevas ideas sobre la ascendencia de los europeos modernos tras haber analizado 96 genomas antiguos.

Con asentamientos neolíticos que se hallan por todas partes, desde las orillas de los lagos y entornos pantanosos hasta los valles alpinos interiores y puertos de alta montaña, el rico registro arqueológico de Suiza lo convierte en un lugar privilegiado para los estudios de la historia de la población en Europa Central.

Hacia el final del período Neolítico, la aparición de hallazgos arqueológicos de grupos pertenecientes al complejo cultural de la Cerámica Cordada coincide con la llegada de nuevos componentes ancestrales de la estepa Póntico-Caspio, pero exactamente cuándo llegaron estos nuevos pueblos y cómo se mezclaron con los indígenas europeos continúa estando confuso.

Vista aérea del Dolmen de Oberbipp al comienzo de la excavación. Crédito: Archäologischer Dienst des Kanton Bern (Suiza), Urs Dardel.

Para descubrirlo, un equipo internacional dirigido por investigadores de la Universidad de Tübingen, la Universidad de Berna, y el Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana (MPI-SHH) llevó a cabo la secuenciación de los genomas de 96 individuos de 13 yacimientos del periodo Neolítico y de la Edad del Bronce temprano en Suiza, el sur de Alemania y la región francesa de Alsacia. Se detectó la llegada de nuevos pobladores hacia el 2800 a. C., lo que sugiere que la dispersión genética fue un proceso complejo que implicó la mezcla gradual de sociedades paralelas y altamente estructuradas genéticamente. Los investigadores también identificaron a uno de los europeos más antiguos, el cual era tolerante a la lactosa y que data aproximadamente del 2100 a. C.

La rotación genética lenta indica sociedades altamente estructuradas

"Sorprendentemente, identificamos a varias mujeres sin ascendencia relacionada con las estepas hasta 1000 años después de que esta llegara a la región", dice la autora principal, Anja Furtwängler (izquierda), del Instituto de Ciencias Arqueológicas de la Universidad de Tubinga.
La evidencia del análisis genético y de los isótopos estables sugiere la existencia de una sociedad patrilocal, en la que los hombres se quedaban en el lugar donde habían nacido y las mujeres provenían de familias lejanas que no tenían ascendencia esteparia.

Estos resultados muestran que los grupos de la cultura de la Cerámica Cordada eran poblaciones relativamente homogéneas que ocuparon gran parte de Europa Central a principios de la Edad del Bronce, pero también muestran que las poblaciones sin ascendencia relacionada con las estepas coexistieron de modo paralelo a los grupos anteriores durante cientos de años.


"Dado que los padres de las mujeres que emigraban de su grupo tampoco pudieron haber tenido ascendencia relacionada con las estepas, queda por demostrar dónde estaban presentes en Europa Central tales poblaciones, y la conclusión es que posiblemente residían en los valles de las montañas alpinas, los cuales estaban menos conectados con las tierras bajas", dice Johannes Krause (izquierda), director del Departamento de Arqueogenética de MPI-SHH y autor principal del estudio.

Los investigadores esperan que más estudios de este tipo ayuden a iluminar las interacciones culturales que precipitaron la transición del Neolítico al Bronce temprano en Europa Central.

Fuente: phys.org | 20 de abril de 2020

Los íberos incluían cabezas cortadas de mujeres entre sus trofeos

“Siempre se había dicho que pertenecían a guerreros vencidos en la batalla o personas significadas. Aunque aún no sepamos exactamente cuál era el simbolismo que rodea estas cabezas cortadas, lo que está claro es que también había cráneos de mujeres”, explica a La Vanguardia la investigadora Eulàlia Subirà.

El trabajo de la profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), en colaboración con Carme Rovira, del Museo de Arqueologia de Cataluña (MAC), ha permitido reescribir algo que se daba por sentado desde hace más de un siglo, cuando el abogado e historiador Ferran de Sagarra y de Císcar descubrió en 1904 un asentamiento íbero fortificado en sus terrenos del Puig Castellar, en Santa Coloma de Gramenet.

Este sitio, conocido popularmente como Turó del Pollo y que estuvo ocupado por los íberos entre los siglos V y II a. C., era uno de los principales poblados del área layetana (el territorio de la costa de Barcelona entre los ríos Llobregat y Tordera). "Desde allí se controlaba una amplia, fértil y bien comunicada zona que abarcaba la desembocadura del río Besós, el llano barcelonés y partes del Maresme y el Vallés gracias a su posición privilegiada en la Cordillera Litoral”, escriben en un artículo publicado en la revista Trabajos de Prehistória.

Cráneo del individuo PC-388 de Puig Castellar (Santa Coloma de Gramanet). Arriba a la izquierda norma lateral en la que se observan las marcas en el frontal y la preparación del agujero. A la derecha norma anterior en la que se aprecia la sutura metópica. En la parte inferior, a la izquierda norma inferior del cráneo en la que se observa la rotura de la base. A la derecha, TAC donde se observa la fragmentación del clavo y la no emergencia de los caninos (en color en la versión electrónica).

Entre los restos, De Sagarra halló algo macabro: un cráneo entero con un clavo de hierro de más de 20 centímetros de largo, otro cráneo agujereado y fragmentos que el historiador asignó a cinco individuos más. Basándose en las fuentes clásicas, los clasificó como trofeos bélicos, evidencias de un ritual guerrero de las poblaciones celtas, que consistía en exponer públicamente cerca de la puerta del poblado, clavadas en una estaca, las cabezas cortadas de los enemigos caídos en la batalla. Argumento que fue apoyado tiempo después por otros arqueólogos europeos.

“Múltiples culturas han considerado a lo largo del tiempo que la cabeza humana concentra los valores esenciales del individuo. Por ello, desde el Neolítico, se constata una dualidad: las cabezas de ciertas personas destacadas han sido conservadas como reliquias protectoras, mientras que, en ocasiones, a los miembros de otros grupos se les arrebataban como trofeo y quienes las atesoraban en la antigüedad, a menudo creían estar apropiándose también de la energía vital de las víctimas”, asumen las especialistas.

Los últimos hallazgos realizados en 2012 en el poblado íbero d’Ullastret, sin embargo, estaban a punto de cambiar la historia. “Me llamaron por si podía ayudarles con nuevos análisis a estudiar las evidencias en el laboratorio, por si podíamos encontrar otro punto de vista para analizar unos objetos que acababan de salir del campo y que aún estaban envueltos en tierra”, recuerda Subirà (izquierda).

Análisis de nuevos restos

Para contextualizar los descubrimientos, pensaron en compararlos con los de Puig Castellar. Y cuando acudieron al MAC, donde están guardados, "encontramos dos cajas cerradas, que nadie había estudiado y que contenían las piezas descubiertas por Ferran de Sagarra". Cien años después de ser excavadas, ya era hora que alguien las analizara a fondo.

“El estudio antropológico lo llevamos adelante prácticamente sin financiación. Fue un empeño personal de Carme Rovira y mío. Nos pareció muy interesante y por eso continuamos. Buena parte de la investigación que se realiza hoy en día se hace sin becas, haciendo un gran esfuerzo”, apunta la profesora de la UAB a La Vanguardia.
Cráneo del individuo PC-389 de Puig Castellar (Santa Coloma de Gramanet). A la izquierda de la imagen, norma superior del cráneo en la que se observan las líneas de fractura y la fisura. A la derecha, arriba, detalle del agujero y de las marcas del elemento de soporte. Debajo, detalle del corte en el occipital (en color en la versión electrónica).

Los resultados sorprendieron a Eulàlia Subirà. Donde se creía que había solo restos de cinco personas había, en realidad, hasta 12 individuos representados. Había dos cráneos enclavados, tres con signos de desollamiento y diversos fragmentos craneales y mandibulares con evidencias de lesiones por arma blanca. “Dos de los cráneos pertenecían a mujeres – una tenía entre 30 y 40 años cuando murió y la otra, entre 17 y 25- y otro correspondía a un joven de sólo 15 años”, indica.
Todas las cabezas fueron manipuladas muy poco tiempo después de morir para poder clavarlas y evitar su rotura. Los íberos las separaron del resto del cuerpo, levantaron el cuero cabelludo, trataron las partes blandas y el hueso, fijaron el cráneo y lo perforaron, demostrando unos complejos conocimientos anatómicos.

Puig Castellar (Santa Coloma de Gramenet): A1 y A2. fragmento craneal PC 392 y mandíbula PC 397 del mismo individuo; B. fragmentos frontales PC 393 y 394 de un mismo individuo; C. mandíbula PC396; D1 y D2. mandíbula PC 398 y un detalle del corte a nivel de sínfisis mandibular; E. mandíbula quemada PC 402; F. mandíbula quemada PC 403 (en color en la versión electrónica).

En el MAC

Una de las hipótesis que barajan las investigadoras es que esos trofeos de la Edad de Hierro podrían ser fruto de “razias”, un tipo de ataque rápido, violento y por sorpresa que practicaban entre comunidades íberas para apropiarse de bienes y posiblemente también de personas. “Parece factible que se exhibieran las cabezas de los vencidos de otros poblados, sin distinción de sexo o edad, como muestra de valentía y superioridad sobre los rivales”, escriben las autoras.

Al comparar los restos con los de Ullastret se dieron cuenta que, además de que en el asentamiento de Girona no aparecían evidencias de mujeres ni adolescentes, los huesos de Puig Castellar presentaban una mayor prevalencia de una forma leve de osteoporosis en la cavidad de los ojos llamada cribra orbital y que está asociada al déficit nutricional o a algún proceso infeccioso crónico.


Fuente: lavanuguardia.com | 21 de abril de 2020

Hallan en Schöningen (Alemania) una arma de caza de madera de unos 300.000 años de antigüedad

Descubierta en el yacimiento de Schoningen, en el norte de Alemania, esta arma de caza (una especie de lanza pequeña o bastón) es una de las más antiguas de la humanidad (con su uso probado como tal).

Podríamos estar ante el arma de caza más antigua de la humanidad: una especie de bumerán, un bastón ligeramente curvado de 64’5 centímetros de longitud, fabricado hace alrededor de 300.000 años, más bien plano por un lado y más bien redondo por el otro, que pudo emplearse en el Paleolítico inferior para matar (o al menos aturdir) piezas de caza.

Apareció en el yacimiento de Schöningen, en el norte de Alemania, que no sólo es una vieja mina de carbón, sino que es también una mina arqueológica. Incluye 18 yacimientos diferenciados de épocas diversas, y tiene alrededor de seis metros de datos de una época tan remota como el Paleolítico.
El bastón salió a la luz en diciembre de 2016, y desde entonces ha sido estudiado y analizado por un equipo multidisciplinar codirigido por los arqueólogos Nicholas Conard y Jordi Serangeli (con ascendientes catalanes) los cuales han presentado el hallazgo a través de un artículo en la revista Nature Ecology and Evolution.

La singularidad del artefacto consiste en ser uno de los más antiguos de la historia de la humanidad que con plena seguridad fue empleado como arma de caza, aunque se estima que otros objetos hallados en otros yacimientos podrían ser incluso anteriores, pero no existe hoy por hoy certeza al respecto.

En el mismo yacimiento de Schöningen aparecieron otras lanzas y bastones (con una datación por termoluminiscencia entre 337.000 a 300.000 años), once en total, junto a los restos de 25 caballos, restos de cáscaras de huevos e incluso restos de tigre de dientes de sable, de modo que todo apuntaba que esas habían sido las armas utilizadas. Lo que ahora se presenta es la certeza de que también ese pedazo de abeto, de la especie Picea abies, fue moldeado por la mano humana con una herramienta de sílex para cazar.

Recreación del uso de armas (bastones o lanzas pequeñas arrojadizas) para cazar aves u otras presas.

El material

En sus 64,5 centímetros, los arqueólogos han podido apreciar el trabajo de moldeado, con un total de 21 cortes y ramitas laterales eliminadas para favorecer el vuelo del arma. La pieza pesa 264 gramos, con toda seguridad un poco más que lo que pesaba en su estado seco original. Esa es la clave de su conservación: el estado de humedad del subsuelo, en una zona pantanosa de turba y humus, que ha permitido ese fabuloso viaje en el tiempo.

“A través de estas lanzas podemos observar la inteligencia de sus creadores”, explica por teléfono a La Vanguardia el arqueólogo Serangeli (izquierda), “la gente va a ver la Mona Lisa, pero nadie se interesa por el cráneo de Leonardo da Vinci, y para mí estas lanzas son como la Mona Lisa. La planificación de la acción explica la inteligencia de sus creadores. Los pájaros usan herramientas, pero aquí usan sílex para modelar una lanza, detrás intuimos una estrategia sofisticada de planificación”.

En el yacimiento han aparecido armas de diferentes tipos, que indican distintos usos. Con bumeranes como este (no pensemos en los de forma curvada de culturas australianas que retornan, este iba en línea más o menos recta hacia la presa) se podían abatir aves y aturdir otras especies como conejos, zorros, castores, martas o corzos, o herir otras mayores, acaso caballos, a los que se podía matar seguidamente con otras lanzas más específicas para ello, y que también se han hallado en Schöningen.

También pudieron emplearse para dirigir a las presas hacia lugares sin escapatoria, donde podían ser abatidas con mayor facilidad. Se calcula que estos 'bumeranes' podían ser eficaces hasta cien metros de distancia.

Los investigadores han analizado instrumentos similares empleados por pueblos contemporáneos en África, América del Norte y Australia. El equipo de Serangeli ha hecho pruebas con material similar. “Lo que puedo decir es que no soy un atleta… ”, ríe el investigador.

Distintos aspectos del arma de caza encontrada en Schöningen.

Estructura social

En todo caso, el hallazgo de Schöningen denota una estructura social y una organización de la caza altamente sofisticada asociada a la especie Homo heidelbergensis. “Los animales tienen dientes, uñas y fuerza en extremo, cosa que nosotros no tenemos, por lo que desde el punto de vista filosófico este descubrimiento, con la antigüedad que tiene, es muy interesante y revelador”, añade Serangeli.

“A un kilómetro del yacimiento estuvo la frontera que dividía las dos Alemanias: ¿eso es moderno? Para algunas cosas, el 'Homo heildelbergensis' era más moderno que nosotros. Solemos pensar que la modernidad somos nosotros, pero aquí demostramos que eran iguales que nosotros”, añade el arqueólogo.

Los estudios en Schöningen no han podido determinar que estos grupos humanos dominasen la tecnología del fuego, aunque posiblemente así era. Se estima que las temperaturas en la región eran entre dos y tres grados inferiores, de promedio, a las de la actualidad, con inviernos muy severos.

Las lanzas Schöningen, las armas de madera más antiguas y totalmente conservadas de la humanidad, se exhiben en el centro de investigación y experiencia de Palaeon.

Medio hostil

También señala que aquellos grupos humanos sabían en qué época y en qué lugar exactamente maduraba tal o cual fruta (y cuáles eran comestibles), y en qué momentos y lugares aparecía la pesca y la caza. Las excavaciones en Schöningen empezaron a principios de los años 80 en una mina que ocupaba alrededor de seis kilómetros cuadrados, bajo la dirección del gobierno de la Baja Sajonia, con sede en Hannover.

En 1992 aparecieron los primeros artefactos de madera y dos años más tarde uno que se consideró como el primer palo de lanzar, pero este extremo no pudo probarse.

Entre 1995 y 1999 se hallaron 10 lanzas y otras maderas trabajadas, incluida la que se conoció como “palo para asar”, pensando que pudo emplearse como “pinchito” para asar. Desde 2008, la investigación es compartida entre el gobierno de la Baja Sajonia y la Universidad de Tübingen y desde 2013 los hallazgos más importantes se muestran en el Forschungsmuseum Schöningen.
Desde 2016, el Centro Senckenberg para la Evolución Humana y el Paleoambiente (SHEP) dirige las excavaciones en este lugar.

Vista aérea del sitio de excavación en Schöningen en el distrito de Helmstedt (Baja Sajonia). Los arqueólogos todavía continúan buscando nuevos hallazgos en torno a la ubicación de las lanzas Schöningen. Foto: Julian Stratenschulte.

Fuentes: lavanguardia.com | welt.de | 20 de abril de 2020

Arqueólogos israelíes pueden haber resuelto el misterio de los esferoides de piedra prehistóricos

Diferentes lados de un esferoide pétreo encontrado en la Cueva de Qesem, Israel. © Foto de Isabella Caricola; Assaf E. et al. PLOS ONE

Los artefactos de piedra cuidadosamente elaborados como esferoides formaron parte de la vida cotidiana de los primeros humanos durante más de dos millones de años, y han sido desenterrados por los arqueólogos en África Oriental, el hogar ancestral de la humanidad, al tiempo que se han encontrado en enclaves prehistóricos a lo largo de toda Eurasia, desde el Medio Oriente hasta China e India. Sin embargo, los expertos han estado desconcertados en cuanto a su función desde los primeros días de la investigación de nuestra historia evolutiva.

Ahora, un equipo internacional de arqueólogos de la Universidad de Tel Aviv ha publicado un trabajo de investigación en la revista PLOS ONE en el que muestran que estos enigmáticos artefactos fueron utilizados para un propósito muy específico: romper los huesos de grandes animales para extraer la nutritiva médula que hay en su interior.

El estudio destaca cómo esta solución tecnológica, que permitió a los homínidos aumentar su ingesta calórica, perduró durante cientos de miles de años y continuó utilizándose incluso cuando nuestros antepasados desarrollaron nuevas técnicas y herramientas y crearon sociedades más complejas.

Los investigadores analizaron los esferoides encontrados en la Cueva de Qesem, un yacimiento prehistórico justo al este de la moderna ciudad de Tel Aviv, el cual estuvo habitado entre hace 400.000 y 200.000 años. El descubrimiento de alrededor de 30 de estos artefactos en esta cueva fue un rompecabezas envuelto en un enigma para los arqueólogos. No sólo la función de los esferoides permanecía oscura, sino que su presencia allí se considera anacrónica, dado que los mismos se encuentran normalmente en sitios arqueológicos mucho más antiguos.

Muestras de esferoides caracterizadas por el uso y el desgaste. Para cada muestra, se presentan tres superficies (la línea blanca indica el lado de la rotación progresiva).

El dominio del fuego
La Cueva de Qesem fue descubierta durante unas obras en una carretera en el año 2000. Desde entonces, las excavaciones dirigidas por los arqueólogos de la Universidad de Tel Aviv, Avi Gopher y Ran Barkai, han descubierto un tesoro de cientos de miles de herramientas de sílex y huesos de animales, así como 13 dientes de homínidos pertenecientes a un grupo aún no identificado que vivía en la cueva.

Quienesquiera que fueran, estos lejanos antepasados nuestros estaban relativamente adelantados a su tiempo respecto al comportamiento que mostraban, dicen los expertos. Los homínidos de la Cueva de Qesem (cuyo nombre moderno significa “magia” en hebreo) fueron unos de los primeros en dominar el fuego para cocinar carne, al tiempo que aprendieron a conservar la comida. También fueron capaces de producir sofisticadas herramientas de piedra y transmitir sus conocimientos a la siguiente generación, educando a los niños en el arte de tallar el pedernal.

"Inicialmente, los arqueólogos se sorprendieron un poco por la presencia en Qesem de esferoides de piedra, los cuales, por lo general, se asocian con un capítulo anterior de nuestra evolución", explica la arqueóloga Ella Assaf (izquierda), quien ha dirigido el estudio.
Estos objetos esferoides aparecen por primera vez en África en yacimientos que tienen casi 2,6 millones de años, a menudo en asociación con el Homo erectus. Fueron encontrados, entre otros, en excavaciones llevadas a cabo en el desfiladero de Olduvai, en Tanzania, por Mary Leakey, la renombrada arqueóloga británica.

En un libro de 1971, Leakey sugirió que estos artefactos podrían haber sido utilizados como bolas primitivas para cazar animales, mientras que otros investigadores han especulado que podrían haber servido como proyectiles, piedras de martillo o herramientas de molienda.

En Oriente Medio, los esferoides aparecen en sitios que datan de entre 1,4 millones y 500.000 años atrás. Así que, para cuando los homínidos de la Cueva de Qesem entraron en ella por primera vez, estos artefactos habían 'pasado de moda' en la región en al menos 100.000 años.
Ahora bien, su presencia está vinculada a otro comportamiento que los investigadores han observado en la Cueva de Qesem: el reciclaje. Sus residentes, así como otras poblaciones de homínidos se habían dedicado a recolectar, retocar y reutilizar herramientas líticas del pasado, posiblemente hechas por grupos de homínidos aún más antiguos.

Vista parcial de la Cueva de Qesem, Israel.

“En Qesem vemos un patrón regular de recogida de cosas más allá de la cueva para su reutilización”, dice la arqueóloga Assaf. "En otras palabras, los esferoides de piedra no fueron hechos en la Cueva de Qesem, sino que fueron realizados en sitios prehistóricos cercanos, probablemente mucho más antiguos –y de los cuales hay varios conocidos por los arqueólogos de la zona– y traídos de vuelta a la cueva. Sabemos esto porque la composición de los esferoides son de dolomita o piedra caliza, tipos de piedra que no están presentes en las inmediaciones de la cueva", explica.

Los artefactos también tienen una pátina, una capa de nácar que se forma en los mismos como resultado de las reacciones químicas que se producen cuando se exponen a los elementos, y que es distinta de otras herramientas que se han encontrado en la cueva. Esto significa que los esferoides fueron expuestos a un ambiente diferente durante mucho tiempo antes de ser traídos a la Cueva de Qesem.

Esferoides frágiles

¿Por qué estos homínidos visitaban sitios antiguos y se llevaban a la cueva estos esferoides de piedra que pesan hasta un kilo cada uno? ¿Era, quizás, porque se sentían atraídos por la artesanía y belleza simétrica de sus formas esféricas?
Mientras que investigaciones anteriores de la profesora Assaf han sugerido que a los homínidos de Qesem les gustaba coleccionar piedras brillantes y coloridas sólo por su valor estético, esto no es el caso para los esferoides hallados, concluyen los investigadores.

Guijarros brillantes y coloridos hallados en la Cueva de Qesem.

Los artefactos no tienen una forma esférica perfecta, obviamente, sino que sus creadores mantuvieron intencionadamente algunas crestas ásperas en ellos, y alrededor de las mismas se concentran signos de desgaste junto con residuos de grasa, colágeno y hueso, según el análisis microscópico realizado por las investigadoras de la Universidad La Sapienza, en Roma, Isabella Caricola y Emanuela Cristiani. "Esto sugiere que los esferoides fueron utilizados para romper grandes huesos (como los de los elefantes) y extraer su médula", aduce Assaf.

Para verificar esta hipótesis, Javier Baena (izquierda), de la Universidad Autónoma de Madrid, reprodujo versiones modernas de los esferoides de piedra, y Jordi Rosell (derecha), del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social, en Tarragona, España, los probó rompiendo huesos de animales actuales. El equipo verificó que los residuos y signos de desgaste en las reproducciones de los esferoides coincidían con los observados en los originales.
El experimento también puso de manifiesto por qué los homínidos de Qesem reciclaban o reutilizaban los esferoides que buscaban en otro lugar en vez de hacer los suyos propios, indica Assaf.

“Javier podía romper los huesos, pero había que esforzarse en hacerlo bien. Se comprobó que era muy difícil hacer tales objetos”, dice Assaf. “Un pequeño error y el esferoide podía romperse por la mitad, o bien las crestas se desgastaban y volver a resaltarlas implicaba que podías terminar haciendo un esferoide más pequeño e inútil”, añade Baena.

Las crestas de los esferoides son un aspecto importante, pues los hacían más precisos en orden a abrir los huesos con una rotura limpia y sin aplastar el precioso tejido esponjoso del interior.

Ensayo del posible uso de un esferoide para romper un hueso.

No hay necesidad de reinventar la rueda

Assaf no descarta que la simetría de los esferoides fuera considerada estéticamente agradable por quienes los empuñaban, o que el hecho de coleccionar herramientas antiguas pueda haber sido también una muestra de respeto hacia los lejanos antepasados que las crearon. Lo más probable es que el interés por estos artefactos mezclara forma y función.

“Los homínidos de Qesem utilizaban técnicas avanzadas e innovadoras, tenían un amplio conjunto de herramientas, pero a veces tener conocimientos y habilidades significa también recoger algo viejo y reutilizarlo, dado que todavía puede ser útil”, argumenta Baena. “Ser inteligente significa reconocer que aquellos que vinieron antes que tú eran igualmente inteligentes: no tienes que reinventar la rueda cada vez”.
Al estar compuesta principalmente de grasa, la médula ósea era una importante fuente de calorías para las poblaciones prehistóricas, y la misma podía preservarse fácilmente dentro del hueso que la contenía para los tiempos en que escaseaban los alimentos, lo que, como han demostrado investigaciones anteriores, los homínodos de Qesem probablemente sabían hacer.

“El fenómeno de los esferoides es un gran rompecabezas que no entendemos, y ha habido muy poca investigación sobre su función”, dice Ofer Marder (izquierda), un arqueólogo de la Universidad Ben-Gurion, en Be’er Sheva, asi como experto en herramientas prehistóricas. “La combinación del análisis de residuos y desgaste con la arqueología experimental es un gran avance en la determinación de la conexión entre estas herramientas y su uso”.

"Tampoco podemos descartar que los esferoides puedan haber sido utilizados también para otros fines, como el procesamiento de material vegetal", señala Marder, que no participó en el trabajo de investigación.
“La mayoría de las herramientas prehistóricas se parecen más a una especie de navaja del ejército suizo y no tenían una única función”, añade Marder. “Es necesario seguir investigando para comprender si tales herramientas tenían otras funciones, posiblemente más complejas, y si las conclusiones de este estudio pueden aplicarse a los esferoides que se han hallado en otros lugares”.

La evidencia de que los esferoides de piedra funcionaban como extractores de médula es, estrictamente hablando, sólo aplicable al yacimiento de la Cueva de Qesem, una conclusión con la que Assaf está de acuerdo. En otras palabras, no hay pruebas directas de que sus fabricantes originales las destinaran al mismo propósito, o que otros esferoides encontrados a través de África y Eurasia fueran usados de esta manera.

No podemos estar seguros todavía, pero mi suposición es que esta fue siempre su función principal, pues son muy eficientes cuando se usan para este propósito específico, arguye Assaf, añadiendo que ya se está planeando probar esta hipótesis con otros esferoides líticos de diferentes lugares.

Fuentes: noticiasisrael.com | livescience.com | 15 de abril de 2020

Documentan la dieta de los pastores de África Oriental (con fuerte dependencia de la leche) en un marco temporal de unos 4.000 años

Muestras de restos cerámicos analizados en el estudio.Crédito: Kate Grillo.

Un equipo de científicos, dirigido por la Universidad de Bristol, con colegas de la Universidad de Florida, ha proporcionado las primeras evidencias de la dieta y las prácticas de subsistencia de los antiguos pastores de África Oriental.

Se sabe que el desarrollo del pastoreo ha transformado las dietas y las sociedades humanas en los pastizales de todo el mundo. El pastoreo de ganado ha sido (y sigue siendo) la forma de vida dominante en las vastas praderas del este de África durante miles de años.
Tal circunstancia está indicada por los numerosos conjuntos de huesos de animales grandes y altamente fragmentarios encontrados en sitios arqueológicos en toda la región, los cuales demuestran la importancia que ha supuesto el ganado bovino, ovino y caprino para estos pueblos antiguos.
Hoy en día, las personas en estas áreas, como los masái y samburu de Kenia, viven de la leche y los productos lácteos (y, a veces, sangre) de sus animales, obteniendo del 60 al 90 por ciento de sus calorías de la misma. La leche es crucial para estos pastores y su escasez durante las sequías o las estaciones secas aumenta el riesgo de desnutrición y da como resultado un mayor consumo de nutrientes de carne y médula.

Pastores masái cuidando sus rebaños. Los masáis suelen detectar correctamente nueve de cada diez enfermedades de su ganado.

Sin embargo, no tenemos evidencias directas sobre cuánto tiempo la gente en África Oriental ha estado ordeñando su ganado, cómo los pastores preparaban su comida o en qué otra cosa pudo haber consistido su dieta.

Ahora bien, sabemos que han desarrollado el alelo de persistencia de la lactasa C-14010, lo cual es resultado del consumo de leche entera o productos lácteos que contienen lactosa. Esto sugiere que tuvo que haber existido una larga historia de dependencia de los productos lácteos en el área.
Para abordar esta cuestión, los investigadores examinaron restos de cerámicas antiguas de cuatro sitios arqueológicos de Kenia y Tanzania, cubriendo un marco temporal de 4.000 años (entre 5.000 a 1.200 a. C.), conocido como Neolítico Pastoral, mediante la utilización de un enfoque químico e isotópico combinado, a fin de identificar y cuantificar los residuos de comida encontrados dentro de las cerámicas. Esto implica extraer e identificar los ácidos grasos, es decir, los residuos de grasas animales absorbidos en las paredes de los recipientes cerámicos durante la cocción.

Pastores del pueblo Samburo estabulando su ganado.

Los resultados, publicados en la revista PNAS, mostraron que, con mucho, la mayoría de los restos cerámicos analizados arrojaron evidencias de procesamiento de carne, huesos, médula y grasa de rumiantes (ganado, ovejas o cabras), y algo de cocción de plantas, probablemente en forma de guisos.
Esto es completamente consistente con los conjuntos de huesos de animales que se tomaron como muestras. A lo largo de todo el período de tiempo analizado, los recipientes cerámicos que preservaban residuos de leche estaban presentes en bajas frecuencias, pero ello es muy similar a lo que ocurre con los grupos de pastores modernos, como los Samburu, que, aunque dependen en gran medida de la leche, cocinan la carne y los huesos en recipientes cerámicos, pero ordeñan su ganado en calabazas y cuencos de madera, los cuales rara vez se conservan en los enclaves arqueológicos.

En un sentido amplio, este trabajo proporciona información sobre el desarrollo a largo plazo de los canales de alimentación de los pastores de África Oriental y la evolución de los sistemas de cría de ganado centrados en la leche. El marco temporal de los hallazgos, con niveles menores de procesamiento de la leche, proporciona un período relativamente largo (alrededor de 4.000 años), en el que la selección del alelo de persistencia de la lactasa C-14010 pudo haber ocurrido en múltiples grupos en África Oriental, lo que respalda las estimaciones genéticas. El trabajo futuro se ampliará a los estudios de otros enclaves dentro de la región.

La Dra. Julie Dunne (izquierda), de la Facultad de Química de la Universidad de Bristol, que dirigió el estudio, dijo: "Es muy emocionante poder utilizar técnicas químicas a fin de extraer miles de particulas alimenticias de los recipientes cerámicos de hace muchos años y descubrir qué es lo que estaban cocinando los pastores africanos del este de África".

"Este trabajo muestra la dependencia de los pastores modernos que ostentan vastos rebaños de ganado sobre los productos a base de carne y leche, lo cual tiene una historia muy larga en la región".

Fuente: Universidad de Bristol | 13 de abril de 2020