Amenhotep II, el conquistador implacable

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Cazador, atleta y poderoso guerrero, el faraón Amenhotep II consolidó las conquistas de su padre Tutmosis III en el Próximo Oriente, pero a diferencia de éste no mostró clemencia con los vencidos.

Cuando ciñó la doble corona de Egipto, a la muerte de su padre Tutmosis III, Amenhotep II recibió la mayor herencia jamás otorgada a ningún otro faraón. Tutmosis III, el auténtico forjador del Imperio Nuevo, protagonizó diecisiete victoriosas campañas militares que le permitieron ampliar enormemente las fronteras de Egipto y convertirlo en el país más poderoso de su época. Su imperio se extendía desde Nubia, en el actual Sudán, hasta Palestina, territorio que Tutmosis logró conquistar en la decimocuarta campaña de su reinado.
Amenhotep II fue hijo de Hatshepsut Merire, segunda esposa de Tutmosis III, y fue asociado al trono por su padre, dos años antes de su muerte. Al igual que su padre, Amenhotep II fue un faraón guerrero, que se jactaba de la formación militar que había adquirido en Menfis, así como de sus hazañas en las múltiples expediciones de caza que se complacía en organizar. De hecho, consiguió pasar a la posteridad como un aguerrido y atlético rey, con tanta fuerza física que, según sus propias palabras, grabadas en la piedra, nadie fue capaz de tensar su arco. Un bajorrelieve de Karnak, expuesto hoy en el museo de Luxor, nos muestra a Amenhotep II como arquero, disparando flechas sobre un blanco de cobre, con las riendas de su tiro de caballos atadas a la cintura.

Primeras campañas

Desde su acceso al trono, Amenhotep se propuso consolidar el imperio recién conquistado por su progenitor y, lo más importante, defenderlo frente a las amenazas exteriores, particularmente del tradicional enemigo de Egipto en ese período, Mitanni, un reino situado en los límites de la actual Armenia que realizó numerosos ataques a posiciones egipcias en Siria. El nuevo faraón llevó a cabo tres campañas bélicas en suelo sirio. La primera incursión tuvo lugar en el tercer año de su reinado con el objetivo de sofocar un levantamiento secesionista por parte de una coalición de príncipes asiáticos del sur de Siria. Aunque poseemos escasos detalles de esta campaña, se consideró una victoria fácil, a juzgar por el escaso número de enemigos capturados.

La siguiente campaña, iniciada en el año séptimo de su reinado, tuvo como finalidad aplastar nuevos levantamientos en suelo sirio. El choque inicial con el enemigo tuvo lugar más allá de las riberas del río Orontes. Según se relata en las inscripciones de dos estelas halladas en Menfis y Karnak, tras cruzar el río, Amenhotep vio que se aproximaban unos jinetes asiáticos procedentes de la ciudad de Katma. El faraón se lanzó sobre ellos atacando al jefe con su hacha, «igual que Montu en su hora» (Montu era el dios egipcio de la guerra). Los asiáticos huyeron en desbandada y Amenhotep capturó sus armas y caballos; luego ató al cabecilla en el extremo de su carro de guerra.
Tras rechazar este ataque de la caballería asiática, el ejército egipcio tomó la ciudad de Niy, que se rindió sin condiciones. Pero no por ello terminaron los combates. La estela de Menfis menciona dos rebeliones inmediatamente posteriores. Primero, la población de Ugarit se alzó contra la guarnición egipcia destacada en la ciudad, y a continuación varias tribus nómadas se sublevaron también contra el dominio egipcio. Tras acabar con ambos levantamientos, Amenhotep II se dirigió de nuevo hacia el Orontes, saqueando por el camino las poblaciones de la región de Mindjatu. De este modo pudo conquistar las ciudades de Hetera, Ynek y Qadesh. El rey de esta última ciudad, así como sus hijos, juraron fidelidad al faraón y éste hizo un regreso triunfal al país del Nilo.

Crueldad con el enemigo

Dos años más tarde, Amenhotep emprendió su última campaña en Palestina. Se trató, como en las dos contiendas anteriores, de una expedición de castigo contra varias localidades palestinas deseosas de sacudirse el yugo egipcio. Las estelas de Menfis y Karnak cuentan que Amenhotep llegó a la ciudad de Apek, enclave cercano a la vía de acceso al Líbano. Se desprende del texto que la ciudad se rindió sin luchar cuando avistó al ejército egipcio. También se grabó en la estela de Menfis un sueño que tuvo Amenhotep II, en el que el dios Amón se presentó ante él para darle su fuerza y otorgarle su protección. Continuando su marcha triunfal, Amenhotep llegó a la ciudad de Yehem, asolando por el camino los emplazamientos de Repesen y Jetetchen, al oeste de Saka.
Al contrario que su padre, que tendió a mostrarse compasivo con el enemigo derrotado, el comportamiento de Amenhotep en sus expediciones, según consta en dos estelas levantadas en suelo nubio y en la de Karnak, fue brutal y sanguinario. A siete príncipes enemigos derrotados en la última campaña en Siria los llevó a Egipto en su barco, colgados cabeza abajo en la proa. No contento con ello, ordenó cortarles las manos y a seis de ellos hizo que los ahorcaran frente a las murallas de Tebas; el séptimo «miserable», según el texto, fue enviado a Napata, en Nubia, para que, pendiendo de la muralla de la ciudad, sirviera de aviso al pueblo nubio. Esta tercera campaña duró siete días, tras los cuales Amenhotep regresó a Egipto, probablemente tras embarcar en el puerto de Jopa.

Amenhotep el constructor

Por lo demás, el reinado de Amenhotep II fue en su mayor parte pacífico y marcado por la estabilidad. Ello permitió al faraón desarrollar una intensa labor constructiva a lo largo y ancho del país. Continuó los trabajos que su padre iniciara en Amada, el templo nubio dedicado a los dioses Amón y Re-Horakhty. Entre sus intervenciones en Karnak destaca su templo del jubileo, levantado en la vía de acceso lateral al templo de Amón. De su templo funerario, construido en la orilla occidental de Tebas, apenas quedan vestigios, pero dejó otros monumentos en casi todos los centros de culto antiguos, sobre todo en el Alto Egipto, como El Kab, Elefantina, Armant, Gizeh, Gebel el-Silsila, Gebel Tingar, Tod, Dendera y Heliópolis, así como en Qasr Ibrim, Sehel, Buhen y Kumma, en la región de Nubia.
Sin embargo, el monumento mejor conservado de Amenhotep II y, por ello, el más visitado en la actualidad es su tumba. Fue excavada en la roca virgen del Valle de los Reyes y quedó emplazada al fondo de un wadi (cauce seco) que desemboca en el centro del Valle; lejos, por tanto, del sepulcro del padre de Amenhotep, Tutmosis III.

La morada eterna del faraón

El trazado de la tumba de Amenhotep II, con su eje principal quebrado, sigue el modelo de la sepultura de Tutmosis III, al igual que su decoración mural, que tiene como principal motivo el Libro del Amduat, el viaje nocturno del dios sol Re. Ciertas «faltas de ortografía» y lagunas del texto de Amenhotep II se repiten en la tumba de su padre, lo que demuestra que ambas inscripciones procedieron de un único papiro original que, deteriorado en algunos puntos, hizo que el pintor se equivocara.
El sarcófago de Amenhotep se colocó en la cámara funeraria, en un suelo rebajado que forma una cripta. Allí localizó la momia del faraón en 1898 el arqueólogo Victor Loret, el descubridor de la tumba KV35, como se la denomina. Sin embargo, el hallazgo de la momia del titular del sepulcro no es lo que hace que el descubrimiento de Loret sea considerado como uno de los más importantes del Valle de los Reyes. En su exploración, el arqueólogo francés descubrió, en una estancia a la derecha de la cámara funeraria, otras tres momias destapadas, colocadas una al lado de la otra; de una de ellas hoy sabemos que corresponde a la reina Tiy.
Además, en la estancia de la cripta, Loret pudo ver, a través de un orificio en un muro, un espacio en el que se disponían nueve sarcófagos, que él pensó que corresponderían a miembros de la familia real. Más tarde comprobó que se trataba de las momias de diversos miembros de la realeza egipcia: Tutmosis IV y Amenhotep III, hijo y nieto respectivamene de Amenhotep II, así como Seti II, Siptah, Sethnakht, Ramsés IV y Ramsés V. También se halló la momia del sumo sacerdote de Amón de época de Tutmosis III. En efecto, la tumba de Amenhotep II había sido habilitada en la Antigüedad como escondite para proteger de los saqueadores varias momias faraónicas, un escondite real parangonable con el de Deir el-Bahari, descubierto unos años antes, en 1881, por Émile Brugsch.

Vía: www.historiayarqueologia.com

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