La 'mini Troya' íbera de Lleida

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Imagen digital de la fortaleza de Els Vilars. JOSEP RAMON CASALS

No fue un mito, aunque sigue siendo un misterio para los arqueólogos. La fortaleza de Els Vilars d'Arbeca (Lleida), construida hace 2.800 años, era tan inexpugnable como la Troya de Homero y es un yacimiento íbero único al norte del Ebro. Con murallas de seis metros de ancho y hasta nueve de altura y un foso de agua que podría ser doble, la fortaleza de Els Vilars fue un insólito reducto defensivo y de poder en el campo de Lleida, habitado durante cinco siglos y posteriormente abandonado. Las excavaciones arqueológicas han descubierto algunos extraños rituales que no se han conocido en ningún otro asentamiento íbero, como el entierro de un feto de caballo bajo el pavimento de la casa. En la cultura íbera (así llamaron los griegos a los habitantes del Levante y el sur de la península, custodios de unas tradiciones ancestrales distintas a las del interior), el caballo era un animal primordial, sinónimo de aristocracia y acompañante al más allá.

Fotografía aérea del yacimiento de Els Vilars.

El descubrimiento de esta fortaleza, en 1975, empieza con una caja de zapatos. Todos los payeses de la zona sabían que en Arbeca había unas piedras extrañas, del pasado, con las que sus tractores solían encallar y les dificultaban el cultivo. Los niños solían jugar ahí y los cazadores iban en busca de conejos.

«Un día, un vecino de Arbeca que entonces hacía el servicio militar en Tarragona se presentó en la clase de arqueología ibérica que impartía en el museo con una caja de zapatos llena de restos de cerámica», recuerda Emili Junyent (izquierda), que entonces estaba acabando su tesis doctoral (hoy dirige el Grup d'Investigació Prehistòrica de la Universitat de Lleida). Pero la falta de recursos impidió que en los 70 se iniciara la excavación.

Habría que esperar 10 años. En 1985 por fin se autorizó una intervención de urgencia. «La Generalitat era consciente de que se estaban destruyendo las ruinas e hicimos una intervención que, en principio, iba a durar un par de años. Parecía que estaba todo arrasado», recuerda Junyent. Y aunque las primeras excavaciones fueron decepcionantes, gracias a las indicaciones de un payés apareció la muralla. Así empezó la historia de una campaña arqueológica de 30 años que ha descubierto un inusual poblado, construido en el siglo VIII a.C. y que ahora se muestra en el Museu d'Arqueologia con la exposición La fortalesa dels Vilars d'Arbeca, que se puede ver hasta el 30 de abril.

Entre las llanuras y los campos de Lleida, Els Vilars emerge como una ruina circular con las calles perfectamente delimitadas y, en el centro, una plaza con un pozo/cisterna (un elemento clave para subsistir en caso de sequía o de asedio, derecha). El origen del poblado se remonta a la primera Edad de Hierro y en los cinco siglos que estuvo habitado su urbanismo evolucionó, aunque siempre en anillos concéntricos. Al principio, toda la fortaleza estaba rodeada por un chevaux-de-frise, un círculo de piedras en vertical, de un metro, cual estacas, para impedir cualquier asalto por sorpresa. «Es un sistema de defensa desmesurado para un poblado ya amuralldo. Además, el chevaux-de-frise fue habitual en la Europa central o en la Hispania céltica, pero no en el mundo íbero. Es una idea muy antigua, que ya aparecía en La Ilíada, pero en el mundo íbero no se conocía», explica Junyent.

Y sigue con las comparaciones homéricas. «Troya no necesitaba defensas. Sus murallas eran inexpugnables. En cambio, el campamento aqueo sí estaba rodeado por un foso y una estacada. Las fortalezas sólo podían tomarse por una treta, por una traición o por un largo sitio».

Reconstrucción virtual del interior del poblado.

A pesar de la magna fortificación de Els Vilars, el poblado era un núcleo pequeño, con 150-170 habitantes. «El 80%de la superficie construida la ocupaban las defensas. Existe una desproporción inmensa con el espacio habitado. Lo que demuestra que era una arquitectura del poder y de la ostentación: todo está teatralizado. El poblado era la residencia del jefe de algún linaje en una sociedad cada vez más compleja La fortaleza tiene una dimensión ideológica, es un elemento identitario y cohesionador del grupo», cuenta el historiador.

«Hay un millar de yacimientos íberos en Cataluña, pero ninguno como éste. Entre los siglos VIII y IVa.C. el territorio estaba fragmentado en pequeñas unidades políticas. A partir del siglo V a.C. se fueron descomponiendo para crear poblaciones más grandes, siendo Iltirta (Lleida) la más grande, con 170.000 habitantes y 9.500 kilómetros cuadrados de extensión», apunta Junyent. Ya en el siglo III a.C. los íberos se verían envueltos en las Guerras Púnicas que enfrentaron a las dos potencias del Mediterráneo, Roma y Cartago.

Vino, caballos y rituales

En Els Vilars se bebía vino, se comían cereales (principalmente trigo)y viandas (desde cabras y ovejas hasta cerdos y vacuno), sin contar las piezas de la caza. Fundada en el siglo VIII a.C., antes de que los griegos llegaran a Empúries (575 a. C.), esta fortaleza presenta el urbanismo típico de la cultura íbera: un poblado circular con el epicentro en una plaza. Y un pozo/cisterna es el núcleo de la población, con calles estrechas en anillos concéntricos, de apenas 1,7 metros y con incipientes aceras.

Esta comunidad de agricultores llegó a desarrollar una tecnología hidráulica y metalúrgica, con hornos y molinos rotatorios. Pero además, también fue un pueblo dedicado a la cría de caballos. Y aquí aparece uno de los rituales más insólitos:se han encontrado fetos de caballo enterrados bajo las casas. En una costumbre extendida, los nonatos (ya fuese por nacer muertos o abortos) se enterraban bajo el perímetro de la casa, no en la necrópolis.

«Obedecía algún tipo de práctica religiosa. Pero no se conoce ningún otro lugar en que se hiciera con los caballos: le daban el mismo trato que a los bebés humanos. Es un ritual dirigido a alguna divinidad relacionada con la fecundidad o la protección», apunta Emili Junyent.

Fuente: elmundo.es| 13 de febrero de 2017

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