La Pompeya del Paleolítico: dos científicos españoles mecen la Cuna de la Humanidad

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Un posible huesecillo de 'Homo habilis', prueba de la riqueza del yacimiento. (Foto: Antonio Pérez Henares)

Allá donde las inmensas llanuras, que hoy llamamos del Serengeti, y que se extienden por Tanzania y Kenia, van a dar con la cadena de volcanes que entonces presidía el gigantesco Gorongoro, en un territorio de lluvias aún muy copiosas, cruzadas por abundosos aunque someros ríos y pespunteadas por anillos de lagos, en lo que ahora se conocen como las gargantas de Olduvai, habitaron hace unos dos millones de años los primeros seres a los que la ciencia ha considerado acreedores de enmarcarse en el género Homo.

Unos más antiguos, que existieron desde esos más de 2 millones de años hasta hace 1,6, pequeños, entre 1,20 -1,30 de estatura, de 600 cm3 de cerebro, bípedos aunque todavía con capacidades arborícolas fueron los autores de la primera industria lítica, el Modo 1, rudimentario, piedras de gran dureza a las que se rompía para utilizar sus filos y a los que por ello se bautizó como Homo habilis.
Otros ya algo más cercanos hace un 1,9 millones de años y que sobrevivieron hasta al menos hace 1,3 millones, cuya capacidad craneal alcanzó los 900 y hasta rondaba los 1000 cm3, ya plenamente bípedos y adaptados para la marcha y la carrera, de buena estatura, hasta más de 1,70, con una industria lítica más desarrollada con la que fabricaban hachas, las famosas bifaces, lascas para corte, hendedores y picos, que son conocidos como Homo erectus o ergaster y que realizaron la impresionante y trascendental hazaña de salir del continente africano y extenderse por buena parte del mundo, hasta los más lejanos confines de Asia y también por nuestra Europa.

No estaban solos, antes y hasta con ellos, por allí anduvieron otros parientes, aunque no del género Homo, como los australopitecos, la famosa Lucy, con mas de 3,5 millones de años, descubierta en Etiopía, en territorio de los afar, y cuyas huellas y huesos han aparecido por aquellas colinas y también alguno que se creyó que tenía mas que ver incluso con la "familia" y que coexistió con los homínidos, aunque luego se destapó como más alejado y exclusivamente herbívoro, el Paranthropus boisei o 'Robusto', por sus potentes quijadas para romper nueces y triturar semillas. Australopitecos y Parantropos, ya podían caminar sobre dos patas, habían abandonado el árbol pero volvían a él con mucha frecuencia y su capacidad craneal oscilaba entre los 450 cm3 de los primeros a los 530 de los segundos.

Gargantas de Olduvai, Tanzania. (Foto: Antonio Pérez Henares)

Pero ¿qué sucedió allí para que desde hace casi ya un siglo, desde 1930 en que Louis Leakey descubriera aquellas primeras herramientas de piedra, se tenga aquel lugar como referente trascendental y depositario de los secretos para descifrar la evolución humana? La respuesta está en los volcanes. Hace 1,74 millones de año, una brutal erupción tuvo lugar. El gigantesco Gorongoro colapsó y se desplomó sobre sí mismo, dando lugar al ahora maravilloso cráter, icono y santuario de fauna africana, y la tremenda nube de cenizas cayó como una gruesa y letal alfombra sobre el territorio colindante, tapando y sellando el territorio colindante. Mató a todo lo que no pudo escapar de su abrazo, pero el tiempo lo preservó para siempre. Intacto lo mantuvo para que ahora podamos conocerlo. Como muchísimo tiempo después iba hacer un día, ya muy cercano a nosotros, el Vesubio con la ciudad romana de Pompeya, cuando ya los 'jóvenes' sapiens, nuestra especie, llevaba aproximadamente unos 200.000 años dominando la tierra.

Los ríos allí, aunque menos caudalosos y sometidos a estiajes, siguieron fluyendo cientos y cientos de miles de años, y al acercarse a los volcanes escarbaron en el paisaje donde se formaron poderosas fallas y profundas gargantas. Rompieron en estos lugares la costra de cenizas petrificadas y los fósiles comenzaron a surgir y a hacerse visibles. Fue cuando los Leakey los encontraron, la historia del género humano comenzó a desvelarse y Olduvai, así conocida por la dura y espinosa planta que señorea el lugar, se convirtió en el lugar donde buscar el "santo grial" de la paleoantropología.

El prestigio de España

El que dos españoles sean ahora los directores de las excavaciones da prueba significativa del prestigio mundial y el reconocimiento que nuestra ciencia en este campo. Tiene que ver en ello, desde luego, el impacto de los yacimientos de Atapuerca, pero también el resto de los equipos que trabajan sobre nuestro impresionante e inigualable patrimonio prehistórico al que se suma el hecho de que fuera en el sur de la península ibérica el lugar donde la "otra" especie humana que en el mundo ha sido, los neandertales, se extinguiera hace tan solo unos 28.000.

En el caso concreto de Olduvai, la figura de Manuel Domínguez-Rodrigo, que recientemente ha conseguido la cátedra de Prehistoria en la Universidad de Alcalá de Henares tras haber sido profesor en la Complutense y en Harvard, con enorme prestigio internacional y en particular en Tanzania donde lleva ya cuatro lustros trabajando, es la que ha posibilitado en gran medida esta situación. Ha excavado en multitud de lugares, desde el lago Natrón hasta el Manjara, en las condiciones más inauditas, duras y peligrosas, logrando importantes hallazgos y tiene una reputación ganada a pulso tanto en los niveles más altos del Gobierno como en las 'bomas' más apartadas de los masái.

Enrique Baquedano y Manuel Domínguez-Rodrigo en Olduvai. (Foto: Antonio Pérez Henares)

Durante cinco años estuvo embarcado también en una apasionante aventura que a punto estuvo, en más de una ocasión, de costarle el pellejo. Quería ver, comprobar, datar y archivar para la ciencia las marcas de los colmillos de los carnívoros en sus presas y luego contrastar estas con las que aparecen en los fósiles. En ese empeño, en soledad y con un Susuki-Santana seguía a las manadas de felinos y dormía en él y en su cercanía para no perderlos y llegar hasta su presa cuando las fieras la abandonaban para extraer los datos y documentarlo todo para su estudio y registro. En tales tareas hubo de enfrentarse a situaciones límites como con la leona aficionada a subirse y aposentarse en el capo de su coche, con sus fauces separadas por tan solo un cristal, empañado por su respiración, o aquella otra a la que no vio entre las hierbas pensando que toda la familia ya se había retirado del cadáver y, cuando estaba en cuclillas, fue "avisado" con un cavernoso gruñido de que estaba apenas a tres metros de un viejo macho de cuya presencia no se percató y que iba apenas unos pasos delante suyo cuando caminaban ambos hacia la misma carroña.

Salió con vida, con bien y con provecho, y hoy su registro es de continuo utilizado por los científicos de todo el mundo. Pero él buscaba también conocer, además de quién había sido el autor ancestral de las marcas —si león, leopardo o hiena—, también si habían sido previas o posteriores a la marca de la herramienta de piedra del homínido. Porque aquello le daría la clave y le acercaría a lo que ahora persigue y ya toca, junto a su amigo Enrique Baquedano, codirector del proyecto: saber si aquellos 'Homos' de Olduvai -y en qué medida, el habilis y el ergaster-, eran carroñeros o carnívoros. Y les adelanto que ambos lo tienen cada vez más claro. Cazadores ante todo, mucho más que carroñeros, y también, por supuesto, recolectores. Desde luego, y en grado impactante y temible, los ergaster, pero parece que igualmente, aunque menor medida, los habilis. Las presas de estos eran más pequeñas, con el listón puesto en los 100 kilos, pero los ergaster fueron avanzando hacia capturas cada vez de mayor tamaño hasta alcanzar presas de 300 kilos, para terminar dando un salto definitivo y acabar depredando incluso a los grandes herbívoros, incluido el elefante.

Cazar en tiempos remotos

Y ello a pesar de carecer del fuego y de no haber llegado a elaborar puntas de piedra para sus lanzas. ¿Dónde y cómo cazaban entonces? Pues donde más afluencia y seguridad de animales había, en las cercanías de los ríos y cauces fluviales, en los abrevaderos y sus pasos hacia ellos. Utilizando la emboscada o la trampa excavada en la tierra, subiéndose a los árboles para así ser mas difícilmente captable por el fino olfato de sus presas y haciéndolo en hordas numerosas, mucho más de lo que se pensaba, que acorralaban y herían hasta conseguir abatirlas con sus varas puntiagudas de la más dura madera y sus piedras. Según sus estudios y constataciones trasladaban luego sus capturas, o al menos las partes más transportables, a campamentos ribereños donde todo el clan las descuartizaba y las consumía. Son precisamente lugares de reunión de los homínidos los que ahora, y ello he podido comprobarlo con mis propios ojos, están poniendo al descubierto y donde la cantidad de fósiles que de continuo afloran resulta verdaderamente impresionante.

Ello está siendo la gran aportación española a Olduvai, amén de haber sufragado un Museo que se ha abierto recientemente y donde se exponen los descubrimientos allí realizados en el último siglo. Haber vuelto a dar con la veta buena, con el estrato de terreno que se creía ya agotado y perdido, justo por debajo, bajo esa capa de cenizas de la gran erupción volcánica. En suma, encontrar de nuevo el tesoro sellado, esa Pompeya Primigenia de la Humanidad que puede contarnos toda nuestra historia sobre cómo era la vida y fue la evolución de nuestros ancestros. El artífice de ello ha sido un joven y ya avezado geólogo, David Uribelarrea del Val que ha encontrado ya en varios lugares el filón y donde Manuel Domínguez y Enrique Baquedano han logrado dar y situar varios campamentos de despiece y consumo de los homínidos, donde los fósiles aparecen en cantidades inauditas y han estado perfectamente preservados "in situ", algo esencial para su datación y estudio.

Dos masáis observan en Olduvai un panel de los yacimientos puesto por los españoles. (Foto: Antonio Pérez Henares)

"Los leones se comen a los blancos"

Los territorios del Gorongoro y la cadena volcánica que lo escoltan, las fallas y gargantas de Olduvai junto con las inmensas planicies del Serengeti, tanto por el lado tanzano como por el keniata son en buena medida territorios masái. Y ahí siguen ellos con sus rebaños, pastores neolíticos, en sus bomas de espinos, sangrando a sus vacas para alimentarse de ellas, con sus lanzas, sus mantas tan características (aunque en eso han cambiado, pues antes vestían cueros), sus orejas horadadas, las mujeres con abalorios y pulseras que ellas mismas fabrican, aunque las cuentas sean chinas, y los hombres con sus machetes enfundados en cueros rojos, aunque los puñales sean de marca brasileña. Pero masáis siempre.

Los cuales aparecen desde la nada y caminan hacia la otra nada, apareciendo y desapareciendo con su paso tan característico e incansable por las inmensas llanuras del Serengeti o por las gargantas de Olduvai bajo la cadena de volcanes donde un día estalló el Gorongoro, a donde bajan con sus burros a recoger agua que extraen de pozos en la arena. Conmueven especialmente los niños, que cuidan los ganados cuando apenas levantan cinco palmos del suelo y puede que acaben de cumplir esos años.

Bomas, las construcciones tradicionales de Kenia


Niños tan niños que inspiran compasión. Pero que crecen valientes y orgullosos. En una de sus expediciones Manuel Domínguez observó que una leona seguía muy de cerca a un rebaño guardado por uno de estos niños que no llegaba a los diez años. Se acercó con su Suzuki y le invito a subir para que se protegiera del felino. El niño masái se negó con una risa.
"No te preocupes —le dijo en swahili, lengua que Manuel habla perfectamente—, los leones solo se comen a los blancos".

Y, ciertamente, los leones suelen guardarse muy mucho de atacar rebaños masai. Saben que los masai tienen lanzas y que siempre han cazado leones, aunque ahora lo tengan prohibido.
Neolíticos, pero con móvil. Se lo vi usar primero a una mujer que iba con su hijo y hablando con él mientras arreaba a unas vacas cerca de donde excavábamos. Luego comprobé que lo llevaban casi todos. Y una escena se me quedo grabada. Un atardecer observe que un guerrero con su hijo ya crecido, de unos 12 años, se dirigían al panel que el equipo español ha puesto en un yacimiento donde vienen recreaciones de los homínidos y de la fauna que entonces habitaba aquel espacio. Llegados al lugar, ambos lo contemplaron con mucho detenimiento, el padre le hizo una foto y luego le dio el móvil a su hijo y posó ante el cuadro para que el muchacho lo retratara. Es la primera vez en mi vida, desde luego, que he visto a un masái haciendo turismo como un japonés cualquiera.

Fuente: elconfidencial.com | 31 de agosto de 2019

Aníbal Clemente

Historia y Arqueología. Divulgando la Historia desde 1998. Bienvenidos a la Cultura.

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