La tumba del faraón Tutankamón podría esconder "el mayor hallazgo arqueológico" de la historia: la tumba intacta de la bella y gran reina Nefertiti.
Nefertiti es uno de los personajes más legendarios del Antiguo Egipto y ahora un investigador de la Universidad de Arizona, Nicholas Reeves acepta el reto de demostrar al mundo de que la tumba de nefertiti se encuentra en la KV62, junto a la de su hijo Tutankamón.
La penetración y el control militar de la Península: campañas de Tariq, Musa, Abd al-Aziz: Podemos comentar que todo este período plantea temibles problemas de interpretación, tanto por la ambigüedad de los textos cronísticos -latinos y árabes- como por las adherencias ideológicas que, de forma más o menos consciente, han configurado una determinada toma de posición ante el hecho de la conquista y de la consiguiente pérdida de España. No es de extrañar así que tanto los propios acontecimientos como sus protagonistas sean objeto de vivas polémicas: desde el carácter que revistieron los pactos con los hijos de Witiza hasta la ruta seguida por los contingentes árabo-beréberes, pasando por la ubicación exacta de la «batalla de Guadalete», el destino de Rodrigo, la enigmática personalidad del conde don Julián o la interpretación tradicional de lo que podríamos llamar onomástica de la conquista (Tarifa, Tariq, Guadarranque, AI-Andalus ... ). Con anterioridad a noviembre del 709, el conde don Julián (jefe de los beréberes Gumara, de la región de Tánger, que supo mantener buenas relaciones con bizantinos y visigodos, gracias a su condición de mercader; si es que no cabe considerarlo de estirpe goda y gobernador de Cádiz, como postulan otros autores), realizó un pacto con Musa ibn Nusayr, wali de Ifriqiya y del Magrib, a quien describió la Península y estimuló a conquistarla tal y como lo relatan los Ajbar Maymua. Musa respondió al proyecto de Julián enviando, en julio del 710, al beréber Tarif ibn Malluk al frente de unos 400 hombres, que en cuatro navíos desembarcaron en Tarifa. Tras esta primera expedición, Tariq ibn Ziyad, mawla (cliente) de Musa y gobernador de Tánger, pasó el estrecho con unos 7.000 hombres (después, aumentados hasta 12.000), en su gran mayoría beréberes. De Gibraltar (jabal Tariq: monte de Tariq; aunque quizá sea esta expresión puramente literaria y no designe a la persona real del conquistador), este contingente de tropas pasó a Algeciras y, en julio del 711, tuvo lugar, junto a Wadi Lakka(tradicionalmente, y después reafirmado por Sánchez-Albornoz, río Guadalete; según E. Lévi-Provençal, río Barbate; según J. Vallvé, río Guadarranque), la batalla donde fue derrotado el ejército visigodo. Según Ibn al-Qutia, esta victoria fue posible por la defección de los hijos de Witiza, quienes, antes de la batalla, habían pactado con Tariq prestarle su ayuda, a cambio de que les fueran reconocidas las 3.000 aldeas que su padre poseía en Hispania. Por encima de circunstancias anecdóticas, los sucesos -seguramente cruciales- de los años 709-711 deben interpretarse en el contexto amplio de la expansión islámica (con su lógica interna y sus propios métodos) y de la crisis del Estado visigodo. En efecto, aunque la llamada de auxilio de los visigodos a una fuerza externa (en este caso los árabo-beréberes) fuese una práctica utilizada con frecuencia en Hispania, como han vuelto a subrayar recientemente A. Barbero y M. Vigil, no es menos cierto que, como ha mostrado M. Barceló, tres series de fulus (monedas de cobre o bronce), acuñados entre el 709 y la primavera del 711 en la zona más occidental del Magrib, parecen mostrar la intencionalidad inicial de la penetración. Desde este último punto de vista, Tariq no sería un simple auxiliar del bando witizano, sino el jefe de una expedición de conquista; y, por ello mismo, los primeros pactos de los árabo-beréberes con Julián y con los hijos de Witiza habría que entenderlos, no como un hecho accidental y fortuito, sino como la manifestación del método normal seguido por los musulmanes en sus conquistas, tanto en Oriente como en Ifriqiya y en el Magrib: la negociación con los poderes concretos que podrían ofrecer resistencias a la ocupación. Quizá una comparación más estricta entre lo que había ocurrido en Oriente y en el norte de Africa y los pormenores de la conquista de Hispania permitiría dejar de considerar este último acontecimiento como excepcional. Tras la victoria de Wadi Lakka, Tariq se dirigió a Toledo siguiendo un itinerario harto discutido y últimamente precisado por E. Santiago, a la luz del texto de Ibn al-Sabbat. La ruta parece que fue la siguiente: Medina Sidonia, Morón, Carmona, Sevilla, Ecija, Córdoba y Toledo. Mientras esto ocurría, Musa ibn Nusayr desembarcaba en Algeciras con 18.000 hombres, en su mayoría árabes, en neto contraste con el contingente masivamente beréber que paso a Hispania con Tariq. Musa dedicó su actividad a la ocupación del suroeste peninsular: Niebla, Beja, Mérida ... hasta reunirse con Tariq cerca de Toledo. Entre los años 714 y 716 se ocuparon Zaragoza, Amaya, León, Astorga y, un poco más tarde (ya en la época de Abd al-Aziz, sucesor de Musa), Pamplona, Tarragona, Barcelona, Gerona y Narbona, así como las regiones de la actual Andalucía oriental (Málaga, Granada y, probablemente, Jaén). A los cinco años del desembarco de Tariq, gran parte de la Península Ibérica era controlada, aunque de manera desigual, por los árabe-beréberes.
Las capitulaciones
Como se ha subrayado recientemente, la rapidez de la conquista habría que explicarIa, en parte, por la habilidad de los musulmanes al ofrecer pactos y/o al aceptar una rendición condicional, cuando les era ventajoso hacer lo. En efecto, la política seguida por los árabo- beréberes se limitaba a aplicar, de forma rutinaria, las prácticas largamente experimentadas en Siria, Iraq, Mesopotamia, Egipto e Ifriqiya. M. Barceló ha subrayado el objetivo fiscal de aquellos tratados: su finalidad era afianzar el control de las tierras ocupadas, mediante la creación de dependencias fiscales, medida que se acompañaba de la acuñación de moneda para pagar a los contingentes tribales que habían llegado a la Península. Naturalmente, para completar el cuadro que explique la rapidez de la conquista, debemos añadir a las consideraciones anteriores el grado de descomposición del aparato estatal visigodo, que permitía la realización de pactos aislados con una aristocracia hispano-goda semi-independiente y, sobre todo, la desafección de importantes sectores sociales respecto a las clases dirigentes, lo que hacía viable la capitulación en las condiciones que ofrecían los musulmanes. Aunque es un tema no suficientemente investigado, existen indicios para pensar que la ocupación musulmana produjo, en sus inicios, una cierta nivelación social, que debemos poner en relación con los efectos desprivatizadores de la tierra que implica la propiedad superior de la umma o comunidad islámica. La pasividad, cómplice de la población indígena, puede explicarse si, como recuerda P. Chalmeta, la conquista supuso no sólo la desamortización total de los bienes de la Iglesia. sino también la redistribución de la propiedad de casi toda la aristocracia visigoda. Es posible concluir, a la luz de las últimas investigaciones, que Hispania no fue conquistada por los musulmanes por la fuerza de las armas, sino que capituló. Entre otras cosas, ello quiere decir que, en los territorios sometidos mediante capitulación, los ocupantes de las tierras conservaron sus derechos, a cambio del pago de una contribución territorial (jaray). estipulada en las condiciones concretas del pacto. Así ocurrió en Sevilla, Ecija, Córdoba, Mérida, Lisboa, Toledo, Lérida, Pamplona, etcétera. El caso más conocido es el de la región de la futura Murcia; su jefe, Teodomiro, pactó con Abd al-Aziz un tratado cuyo texto se nos ha conservado. Dice así: En el nombre de Dios. Clemente y Misericordioso. Este es el escrito que Abd al-Aziz ibn Musa dirige a Teodomiro ibn Gandaris, en virtud del cual queda convenido el estado de paz bajo promesa y juramento ante Dios, sus profetas y enviados, de que obtendrá la protección de Dios -alabado y ensalzado sea- y la protección de su profeta Muhammad -concédale Dios la paz-, que a él nadie se le impondrá ni a cualquiera de los suyos se les despojará de nada que posean, con maldad; no se les reducirá a ese/avitud, no serán separados de sus mujeres ni de sus hijos; se respetarán sus vidas, no se les dará muerte y no se quemarán sus iglesias, tampoco se les prohibirá el culto de su religión. Se les concederá la paz mediante la entrega de siete ciudades, a saber: Orihuela, Mula, Lorca, (Balantala», Alicante, He/lln y Elche, en tanto que no se quebrante ni se viole lo acordado. Todo aquel que tenga conocimiento de este tratado deberá cumplirlo, pues su validez requiere un previo conocimiento, sin ocultamos cualquier noticia que sepa. Sobre Teodomiro y los suyos pesará un impuesto de capitulación que deberá pagar; si su condición es libre; un dinar, cuatro almudes de trigo, cuatro almudes de cebada, cuatro «qist/s» de vinagre, dos de miel y uno de aceite; todo esclavo deberá pagar la mitad de todo esto ( ... ). (Según el texto de al-Udri, traducido por E. Molina López.) Entre los múltiples problemas que plantea este texto -y otros como él que debieron realizarse en AI-Andalus- no es el menor aquel que hace referencia a la posible continuidad o consolidación de un proceso de feudalización iniciado en la Península con anterioridad a la conquista islámica. (714-h. 740) Este periodo viene marcado esencialmente por la continuación de las conquistas en el norte de la Península, el afianzamiento de los procesos fiscales y los conflictos entre los árabo-beréberes en torno a las tierras ocupadas.
Por lo que respecta a las conquistas, en la época de Abd al-Aziz (714-716) continuó, como hemos visto, la ocupación de las regiones septentrionales y de Andalucía oriental. Más tarde, en tiempos del wali al-Hurr continuó la expansión por la Narbonense y la Hispania Ulterior. Sin embargo, el avance musulmán sufriría un primer revés cuando, en el año 732, el wali Abd al-Rahman al-Gafiqi encontró la muerte cerca de Poitiers luchando contra los francos de Carlos Martel.
El afianzamiento del control fiscal en esta oscura época ha sido investigado muy recientemente por M. Barceló. Aparece señalizado por ciertos hechos, tales como el establecimiento del registro fiscal de los cristianos de Córdoba por al-Hurr, la acuñación de dinares epigráficos en la época de al-Samh (720) o la propia consolidación de la capital en Córdoba ... Por otra parte, la reconstrucción del puente de esta ciudad, la reparación de sus muros y la erección del cementerio del Arrabal aparecen como signos inequívocos del progreso de la fiscalidad, como, por otra parte, afirma explicitamente el propio Ibn al-Qutyya.
Ahora bien, todos estos intentos de control fiscal repercutirían de una forma directa en los derechos contraídos por los primeros ocupantes de la Península, lo que nos conduce al tercer -y capital- problema del periodo: la lucha por la ocupación de las tierras. En el fondo se trata de una cuestión de correlación de fuerzas entre el Estado omeya de Damasco (que defiende el punto de vista según el cual las tierras y bienes inmuebles pasarian indivisos a la comunidad islámica) y los conquistadores, quienes consideran todo lo ocupado como botín, del que sólo abonarían el quinto (jums) al Estado. Al igual que había sucedido en el Jurasan, la lejanía del territorio respecto a Damasco y el débil control del Estado omeya sobre AI-Andalus impusieron la claudicación final de aquél. A partir de cierto momento, se inició una lucha sorda entre los conquistadores, que deseaban conservar unas tierras a todas luces ilegales y algunos walil es que, representando los intereses del Estado, pretendían privarlos de ellas. No otro es el intento de al-Samh cuando realizó una descripción catastral de AI-Andalus por orden del califa para conocer los derechos de cada uno de los ocupantes. Las protestas de éstos quedaron satisfechas cuando el propio califa ordenó a al-Samh que confirmase el usufructo de las aldeas a sus conquistadores (Ajbar Maymua). Las tierras quedaron, pues, en un estado de semilegalidad que habría de durar hasta la llegada de los sirios de Baly (741).
La crisis de mediados del siglo VIII Por tanto, en AI-Andalus, como antes en Oriente, también se produjo el inevitable conflicto entre Estado y conquistadores, así como el enfrentamiento entre los llegados en primer lugar y las, sucesivas olas de inmigrantes, Conflictos más agudos, si cabe, en AI-Andalus, ya que, dadas las peculiaridades de la conquista (la mayor parte de las tierras quedaron en poder de sus antiguos ocupantes mediante tratados de capitulación), hubo relativamente pocas tierras que repartir entre los árabo-beréberes, Este problema, ligado con otros de raíz étnica, provocarían la gran crisis de los años 740-755.
Pero veamos antes el número y la distribución geográfica de los contendientes, esto es, de los beréberes y de los árabes.
El número de inmigrantes árabes y norteafricanos a la Península ha sido objeto de polémica, teniendo siempre presente las limitaciones de las fuentes a nuestra disposición. Así, Claudio Sánchez-Albornoz admite un número no superior a 40.000 hombres, que, en consecuencia, serían pronto fagocitados por la masa indígena. P. Guichard, por su parte, propone una cifra de contingentes árabes en torno a 60.000 (incluyendo los sirios que desembarcarían en AI-Andalus en el 741), teniendo en cuenta, además, que los 400 notables que pasaron con al-Hurr, vendrían acompañados de su Qawm o grupo tribal. Dejando al margen los 12.000 beréberes que pasaron con Tariq, el número de norteafricanos es mucho más dificil de evaluar; sin embargo, parece que fue netamente superior al de árabes, como habría ocasión de comprobar durante la revuelta beréber del 740. Con todas las reservas que se quieran, nos parece verosímil registrar en la España del siglo VIII, un mínimo de ciento cincuenta mil a doscientos mil guerreros árabes y beréberes. reagrupados en su mayoría en conjuntos tribales y clánicos ... (P. Guichard).
Los grupos tribales árabes yemeníes -seguimos los recientes análisis de P. Guichard- ocuparon dos grandes zonas. Andalucía sudoccidental (desde Archidona y Málaga hasta Beja) y la Marca Superior, es decir, el valle del Ebro. La franja central de AI-Andalus (desde Mérida a las zonas montañosas de Levante) nos ofrece un poblamiento árabe menos abundante, pero con predominio qaysí (árabes del norte. Andalucía oriental (de Málaga a Tudmir o región murciana) fue también una zona de masiva ocupación árabe, aunque sin neto predominio de ninguno de los dos grandes grupos étnicos. Frente a la teoría tradicional, la región valenciana nos presenta el caso de un territorio casi vacío de poblamiento árabe.
Los beréberes, es decir, el grupo más numeroso de los conquistadores, procedían del Magrib occidental, pero también los había de Ifriqiya. Los grupos más representados eran los Magila, Miknasa, Zanata, Nafza, Hawwara, Masmuda y SinhaYa. Su concentración en diversas zonas de AI-Andalus es inversamente proporcional a la intensidad del poblamiento árabe: hubo pocos beréberes en el valle del Ebro, Andalucía Oriental, Sevilla, zona costera de Málaga, etcétera. En cambio, fueron zonas profundamente berberizadas la región levantina y el extremo occidental de la cordillera Bética y serranía de Ronda, así como ciertos islotes del valle del Guadalquivir (Carmona, Morón, Osuna, Ecija ... ). La tercera gran zona berberizada es la región central, excepto el paréntesis indígena de Toledo: abundan los beréberes en Guadalajara, Medinaceli, Ateca, Soria ... e incluso más al norte, en Castilla, nombre probablemente impuesto por beréberes de Túnez en recuerdo de su Qastilya natal (J. Oliver Asín). Al sur de Toledo, era importante la población beréber (representada por el grupo tribal de los Nafza), así como en el Fahs al-Ballut (o «Campo de las encinas», en Los Pedroches), donde era más numerosa que la población árabe. Un artículo de Aitor Manuel Vacas Carrillo
Patiño, ayer, junto a dos anclas líticas. // R. Grobas
Una investigación de Ramón Patiño cataloga 150 piezas usadas para fondear barcos que prueban el intenso tráfico marítimo en el siglo VI a.C. entre las Rías Baixas y el Mediterráneo
A. Otero
La nueva investigación del arqueólogo Ramón Patiño (Coia, 1953) arroja como en la mayoría que lleva su firma conclusiones controvertidas. Resumida en el libro "Anclas líticas en las Rías Baixas", aporta una exhaustiva catalogación de 150 anclas de la época púnica localizadas en aguas del sur de Galicia para demostrar, en contra de la versión más extendida en los últimos 20 años, de que todas nuestras influencias estaban relacionadas con los celtas, con el Norte, "que hubo una influencia si no mayor sí muy fuerte del Mediterráneo, de los pueblos semitas, púnicos, rota posteriormente con la llegada de los romanos". "En realidad los romanos se aprovecharon de las comunicaciones marítimas ya existentes", zanja.
Para reforzar esta argumentación habla de las últimas excavaciones realizadas en las Rías Baixas donde aparecieron restos púnicos, fenicios, "de un gran valor" . Solo en la Ría de Vigo en dos yacimientos se estudiaron e identificaron presencia púnica "de alto grado" en Toralla y Castro da Punta do Muiño do Vento (en el Museo del Mar). Dos zonas estas con muestras de comercio y visitas de mercaderes del Mediterráneo, "gente que vivía con los castreños y que vivían y tenían zonas de religiosidad como prueban los altares aparecidos en estas zonas", añade Patiño.
Con la contundencia que la caracteriza, quien todos señalan como el padre de la arqueología subacuática en Galicia defiende que en Galicia "hubo un enorme flujo e intercambio de relaciones entre el Mediterráneo y las Rías Baixas a través de esos mercaderes y navegantes y estos pueblos participaron en el desarrollo de la cultura castreña hasta la llegada de los romanos". Una tesis que detalla en 210 páginas donde aporta multitud de fotografías y otras pruebas documentales en torno al verdadero hilo conductor de su investigación: esas piezas labradas en piedra que se empleaban en el siglo VI antes de Cristo para fondear las embarcaciones.
Buena parte de las anclas catalogadas permanecen bajo las aguas y otras tantas se reparten entre museos de Vigo y Pontevedra o en el interior de viviendas y jardines particulares. "Habrá quien tenga en casa alguna de estas piezas y no saben que tienen un pedazo de historia antigua", sugiere. Patiño matiza que estas piedras tenían la función de facilitar la maniobra, "no es que las 150 pertenezcan a barcos hundidos. Las usadas para el fondeo eran de similares características pero de mayor tamaño, y constituían el sistema de anclaje prioritario en la época púnica. "Esta etapa de la historia está vinculada con pueblos que se desarrollaron en el Atlántico mientras existieron los cartaginenses, herederos de los fenicios, y estos en realidad, y no lo romanos, fueron los que comenzaron a explorar, a comercializar en la costa noroeste de la Península Ibérica e incluso llegaron hasta la Bretaña francesa", añade.
Como siempre que cierra una investigación, el miembro del Instituto de Estudios Vigueses aprovecha esta de las anclas líticas para expresar el deseo de que continúe. "Yo lo que hago es una catalogación, recopilar la información más interesante. Pero debería ser un punto de partida para seguir investigando, ampliando el conocimiento sobre la influencia de esta época en Galicia". A su juicio este estudio y tantos otros llevados a cabo en Galicia tendrían garantizada la continuación si existiese un centro de arqueología subacuática. "Hay material suficiente para justificar su existencia. Galicia, ya lo dije en este mismo periódico, carece de un centro de estas características. Sería lo idóneo porque lo que estamos demostrando los que hacemos investigación por nuestra cuenta es que la riqueza patrimonial es grande y mucha de ella terminará desapareciendo por no prestarle atención en su momento", alerta.
El viernes presentó el libro
Esta temática que parecería de interés casi exclusivo para los historiadores Patiño la desarrolla con ese particular lenguaje que sin perder un ápice del rigor académico divulga y entretiene, el mismo que empleó en la presentación el pasado viernes de su libro en el Museo del Mar de Alcabre.
Buscaban gansos en Skaftárhreppur, pero unos cazadores islandeses se encontraron algo bien diferente y, posiblemente, más valioso que las aves:una espada vikinga que data de hace mil años. La espada, que probablemente pertenece al siglo X, estaba tendida en el suelo arenoso cerca del lago Eldvatn y se cree que ha sido lavada en una inundación reciente, informa «ABC News».
«Simplemente yacía allí, a la espera de ser recogida», ha afirmado Rúnar Stanley Sighvatsson al medio local «Monitor». Su compañero Árni Björn Valdimarsson ha publicado una foto del arma en Facebook: «Íbamos a cazar gansos pero terminamos encontrando una espada que creo que ha sido propiedad del colono islandés Ingólfur Arnarson».
Todavía no ha sido posible determinar si la espada pertenece al legendario vikingo, considerado junto a su mujer el primer habitante permanente de Islandia y fundador de su capital, Reikiavik, pero el hallazgo es de por sí épico.
De hecho, diez minutos después de colgar la foto en Facebook, Valdimarsson recibió una llamada del director de la Agencia de Patrimonio Cultural de Islandia, asegurando que las espadas de esa época no se habían podido encontrar ya que el deterioro del tiempo las había hecho añicos y porque, incluso, «es habitual encontrar solo una parte de la empuñadura». «Por eso es emocionante encontrar una espada casi completa», ha declarado.
Uggi Ævarsson, uno de los arqueólogos de la agencia islandesa, reconoció en «Iceland Reivew» que «se trata de un rompecabezas, porque es muy raro encontrar una espada tendida en la arena, completamente expuesta y no percibir rastro alguno de actividad humana. Eso es muy inusual», pero sí confirmó que se remontaba a la época de los vikingos.
Fuente: ABC.es, 8 de septiembre de 2016, ver vídeo aquí.
Documental que busca respuestas a muchas preguntas sobre los orígenes de la civilización durante el Neolítico con nuevas investigaciones que plantean varias incógnitas.
El documental profundiza en el arte, la pintura, la navegación antigua o el nacimiento de la arquitectura y descubre enigmas de ese período de la Historia en la Península Ibérica.
Un trabajo que indaga en los orígenes de la civilización (¿cómo y cuándo empezó realmente?), y muestra las pinturas rupestres de barcos más antiguas del mundo, o el abrigo de Laja Alta, Jerez, uno de los más representativos del arte sureño.
La investigación da a conocer la excavación de nuevos yacimientos del neolítico antiguo casi desconocidos como el de Campo de Hockey en San Fernando, Cádiz, las Tinajas o la Hedionda.
Además, el documental hace hincapié en la posible difusión del neolítico por vía marítima y aporta un novedoso punto de vista y una perspectiva general de los paradigmas de la Prehistoria. Los espectadores verán también un análisis de los dólmenes de Antequera, seleccionados como Patrimonio Mundial de la Humanidad.
La muestra se puede disfrutar en el Museo de Arqueología e Historia de Elche “Alejandro Ramos Folqués” y está organizada en colaboración con...
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