El misterio de la peste que se alió con los guerreros espartanos para aniquilar a miles de hoplitas atenienses

Detalle de la "La peste de Atenas", (Michael Sweerts, 1652).

La «Peste de Atenas» para unos, la «Peste del Peloponeso» para otros. Si hay una enfermedad que aúna a la perfección misterio y crueldad, esa es la epidemia que se propagó entre los atenienses en el segundo año de la Guerra del Peloponeso (430 a.C.). Una dolencia de origen enigmático que se llevó la vida de aproximadamente 100.000 personas (entre ellas, más de cuatro millares de hoplitas y unos tres centenares de jinetes) y que impactó tanto a la sociedad de la época que sus efectos fueron narrados por el mismísimo historiador Tucídides en una de sus obras más famosas.
En siglo V a.C., así pues, los guerreros espartanos se vieron favorecidos por un mal que diezmó las filas de sus enemigos de forma mucho más eficaz que un gigantesco contingente versado en decenas de batallas.

Dos mentalidades

El origen de esta peste hay que buscarlo en el siglo V a.C. Por entonces el mundo griego se dividía entre dos potencias: Atenas y Esparta. Ciudades sumamente avanzadas y tradicionalmente enfrentadas debido a sus divergencias políticas y militares. «Esparta representaba la oligarquía gobernada por unos pocos, mientras que Atenas representaba la democracia, gobernada por la decisión de la mayoría. Además, y a nivel militar, Esparta representaba la lucha por tierra, mientras que Atenas representaba la lucha por mar», explica el historiador clásico J. B. Salmón en el reportaje «Las guerras del Peloponeso».

Ni siquiera la alianza que ambas ciudades mantuvieron durante las Guerras Médicas entre el 490 a.C. y el 478 a.C. (contienda en la que Atenas y Esparta expulsaron a los invasores persas y que se hizo famosa por la popular batalla de las Termópilas) logró apagar el fuego de su enemistad. De hecho, la tensión entre ambas ascendió a cotas tales que -apoyadas por sus respectivas aliadas- iniciaron en el año 461 a.C. la Primera Guerra del Peloponeso. Un enfrentamiento que se destacó más por pequeñas escaramuzas y asaltos a urbes clave del contrario, que por su carácter general. Hubo que esperar más de 15 años para que llegase la ansiada paz previa a la contienda que provocó la peste.
«Los hechos de guerra no terminaron hasta el 445 a.C., en que firmaron un pacto según el cual ni Esparta ni Atenas atacarían ciudades griegas», explican los autores de «Ideas y formas políticas. De la antigüedad al renacimiento».

El tratado resultó efectivo durante nada menos que veintisiete años. Sin embargo, todo cambió en el 431 a.C. Y es que, fue entonces cuando comenzó el que sería uno de los enfrentamientos más cruentos entre ambas potencias, la llamada Guerra del Peloponeso. «Esparta, que lideraba la liga del Peloponeso, invadió el Ática en el año 431 a.C., iniciando así una brutal lucha fraticida que duraría veintisiete años y que cambiaría con el mundo griego y la civilización antigua», destaca Jorge Dagnino en su dossier «¿Qué fue la plaga de Atenas?».


"The Plague At Ashdod" (Nicolas Poussin, 1631)

Aquella contienda no fue como las anteriores. No se basó en pequeñas batallas aisladas. Con su avance sobre territorio enemigo, la envidiosa Esparta (que ansiaba la gloria y el crecimiento económico de su enemiga Atenas) inició un período de conflicto masivo. Así lo explicó el historiador ateniense Tucídides (siglo V a.C.) en su popular obra «Historia de la Guerra del Peloponeso». Un texto en el que señala que todos los pueblos tomaron partido por uno u otro bando, ya que «ésta resultó ser la mayor convulsión que afectó a los helenos, a los bárbaros y, bien se podría decir, a la mayor parte de la Humanidad».

El historiador Donald Kagan es de la misma opinión en su obra «La Guerra del Peloponeso»: «Desde la perspectiva de los griegos del siglo V a. C., fue percibida en buena manera como una guerra mundial, a causa de la enorme destrucción de vidas y propiedades que conllevó, pero también porque intensificó la formación de facciones, la lucha de clases, la división interna de los Estados griegos y la desestabilización de las relaciones entre los mismos, razones que ulteriormente debilitaron la capacidad de Grecia». Como bien explica el autor, los gobernantes de la época desconocían que la contienda iba a provocar una de las plagas más enigmáticas y masivas de la historia antigua.

Al abrigo de los muros

Cuando la guerra arribó a sus fronteras, los atenienses acababan de elegir por décimo tercera vez consecutiva al sexagenario Pericles como estratego (gobernador). Y este político, sabedor de la potencia de los hoplitas espartanos en combate terrestre, decidió optar por esconder a sus fuerzas en ciudades amuralladas y evitar la batalla en campo abierto. Así lo señala la catedrática en Historia Antigua María José Hidalgo de la Vega en su obra «Historia de la Grecia Antigua»: «Frente a las tropas enemigas, los efectivos que Atenas y sus aliados podían movilizar eran cuantitativamente inferiores. […] Por ello, el plan estratégico de Pericles era, pues, mantenerse a la defensiva en tierra contando con que la ciudad de Atenas y el Pireo estaban preparadas adecuadamente para resistir cualquier ataque».

Lo cierto es que no le faltaba razón a Pericles ya que, aunque los atenienses podían poner sobre el mar un total de 300 naves con tripulaciones más que versadas en la navegación, poco podían hacer ante la potencia militar espartana.

Esta teoría la corrobora el mismo Kagan en su extensa obra al afirmar que «los espartanos que tenían la ciudadanía no necesitaban ganarse el sustento, y se dedicaban exclusivamente al entrenamiento militar». El experto se atreve incluso a afirmar que, gracias a este sistema de entrenamiento, «pudieron desarrollar el mejor ejército del mundo heleno, una formación de ciudadanos-soldado con entrenamiento y habilidades profesionales sin parangón alguno».

"El rey Leónidas en la Termópilas" (Jacques Louis David. 1814)


De la misma opinión es el académico británico Paul Cartledge. Según afirma en su obra «Los espartanos, una historia épica», los ciudadanos de esta ciudad eran unos combatientes más que excepcionales: «Los varones espartanos adquirieron fama de ser los marines de todo el mundo griego, una fuerza de combate excepcionalmente profesional y motivada».
No obstante, para mantener esta casta guerrera recurrían a auténticas barbaridades. «Solo permitían vivir a las criaturas físicamente perfectas, y a los muchachos se les separaba del hogar a los siete años para que se entrenasen y se endurecieran en la academia militar hasta alcanzar los veinte años de edad. De los veinte a los treinta vivían en barracones y ayudaban, a su vez, a entrenar jóvenes reclutas», completa -en este caso- Kagan.

Así pues, y sabedor de que solo le esperaba la derrota en el campo de batalla, Pericles prefirió esconder a los ciudadanos tras los muros de Atenas para evitar que fuesen masacrados por los crueles espartanos. «Con su aplastante superioridad terrestre, su plan estratégico consistía ante todo en arrastrar a Atenas a una gran batalla en campo abierto. Y consideraron que el proceso para lograrlo era arrasar las cosechas y destruir las propiedades de los atenienses para forzarles a salir en su defensa», explica Hidalgo de la Vega.

La cruel peste

Mientras espartanos y atenienses dirimían sus diferencias a base de estrategia y lanzazos, una epidemia nació en los muros de Atenas. Una enfermedad que, según narra el propio Tucídides en su obra, «se originóen tierras de Etiopía, que están en lo alto de Egipto; y después ascendió de Egipto a Libia; se extendió largamente por las tierras y señoríos del rey de Persia; y de allí entró en la ciudad de Atenas».

El propio Tucídides afirma en su obra que la epidemia se contagió entre los ciudadanos debido a la falta de espacio en la ciudad. Teoría que, a día de hoy, corrobora el propio Dagnino: «La población de Atenas se había cuadriplicado con los refugiados, muchos de los cuales vivían hacinados en precarias chozas improvisadas».

Con todo, los historiadores coinciden en que el mejor testimonio para explicar esta epidemia es Tucídides, quien habitó la región por entonces y quien sufrió la enfermedad en su propia piel.
El historiador clásico empieza, de esta guisa, su descripción de la enfermedad (tan destacable que le dedica incluso un capítulo): «Sobrevino a los atenienses una epidemia muy grande, que primero sufrieron en la ciudad de Lemnos y otros muchos lugares. Jamás se vio en parte alguna del mundo tan grande pestilencia, ni que tanta gente matase. Los médicos no acertaban el remedio, porque al principio desconocían la enfermedad, y muchos de ellos morían los primeros al visitar a los enfermos. No aprovechaba el arte humano, ni los votos ni plegarias en los templos, ni adivinaciones, ni otros medios de que usaban, porque en efecto valían muy poco; y vencidos del mal, se dejaban morir».

Estatua que representa a Tucídides

En palabras de Tucídides, los síntomas de la que actualmente es conocida como la «Peste del Peloponeso» o «Peste de Atenas» empezaban con «un fuerte y excesivo dolor de cabeza». Era lo menor de aquella dolencia ya que, posteriormente, a los enfermos «los ojos se les ponían colorados e hinchados; la lengua y la garganta sanguinolentas, y el aliento hediondo y difícil de salir, produciendo continuo estornudar».

La siguiente fase escalaba todavía más en peligrosidad: «La voz se enronquecía, y descendiendo el mal al pecho, producía gran tos, que causaba un dolor muy agudo; y cuando la materia venía a las partes del corazón, provocaba un vómito de cólera, que los médicos llamaban apocatarsis, por el cual con un dolor vehemente lanzaban por la boca humores hediondos y amargos; seguía en algunos un sollozo vano, produciéndoles un pasmo que se les pasaba pronto a unos, y a otros les duraba más».

El historiador señala además en «Historia de la Guerra del Peloponeso» que, a partir de entonces, a los enfermos les empezaban a salir unas pústulas pequeñas y «por dentro sentían un gran ardor» casi imposible de mitigar. «El mayor alivio era meterse en agua fría, de manera que muchos que no tenían guardas, se lanzaban dentro de los pozos, forzados por el calor y la sed», explica. Esta era la etapa clave de la enfermedad, pues era en la que más personas fallecían. «Algunos morían de aquel gran calor, que les abrasaba las entrañas a los siete días, y otros dentro de los nueve conservaban alguna fuerza y vigor. Si pasaban de este término, descendía el mal al vientre, causándoles flujo con dolor continuo, muriendo muchos de extenuación», completa el testigo.

No había remedio para tal mal. Tan solo cabía esperar que el cuerpo lo rechazase. Aunque, en palabras de Tucídides, aquellos que no morían podían sufrir otro tipo de consecuencias: «Algunos perdían [los brazos]; otros perdían los ojos, y otros, cuando les dejaba el mal, habían perdido la memoria de todas las cosas, y no conocían a sus deudos ni a sí mismos». Al parecer, la dolencia era tan grave que ni las aves carroñeras se acercaban a los cuerpos sin sepultar ya que, «si algunas los tocaban, morían».

La futura «Peste del Peloponeso» era, según el mismo historiador clásico, desesperante. No ya porque causara la muerte, sino porque aquellos que la padecían sabían que no había cura para acabar con ella.

Pericles, estratego de Atenas

«No se hallaba medicina segura, porque lo que aprovechaba a uno, hacía daño a otro. Quedaban los cuerpos muertos enteros, sin que apareciese en ellos diferencia de fuerza ni flaqueza; y no bastaba buena complexión, ni buen régimen para eximirse del mal», destaca en su obra el historiador clásico.

Atenas pronto se llenó de cadáveres que se amontonaban en casas, templos, estancias y albergues. Según Tucídides, esto provocó una falta de respeto por la muerte que jamás se había visto en la urbe. Así pues, no era raro ver cómo una familia arrojaba el cuerpo de un fallecido a una pira o un enterramiento ajeno. Algo impensable hasta entonces.

Y, por si todo esto fuera poco, «la desesperanza de los ciudadanos les llevó a actuar sin ninguna vergüenza» y como si el mundo estuviese a punto de acabar. Algo que provocó un caos terrible en la ciudad. «Los pobres que heredaban los bienes de los ricos, no pensaban sino en gastarlos pronto en pasatiempos y deleites, pareciéndoles que no podían hacer cosa mejor, no teniendo esperanza de gozarlos mucho tiempo, antes temiendo perderlos en seguida y con ellos la vida», finaliza Tucídides en su obra.

La cruel «Peste del Peloponeso» terminó extendiéndose durante cuatro años y llevándose consigo -según las estimaciones de Diagnino- unas 100.00 personas. Entre un cuarto y un tercio de la población de la región en la época.


Muerte de hoplitas

Ni siquiera el ejército se vio libre de la peste. El contagio masivo entre los hoplitas hay que buscarlo en el año 430. Por entonces, Pericles había decidido usar su potencia naval para atacar por mar Esparta mientras sus tierras eran arrasadas por el enemigo. Aquella feliz idea no le salió demasiado bien ya que, tras ser rechazados, se vieron abocados a regresar a la contagiada ciudad.

«La expedición llegó a la ciudad transcurrida la primera mitad de junio, cuando la peste ya llevaba más de un mes en Atenas», añade Kagan. En un intento de que el ejército no se contagiase, Pericles envió a la carrera a sus hombres en una nueva expedición. Un nuevo error.

«En este mismo verano, Hagnón, hijo de Nicias, y Cleopompo, hijo de Clinias, que eran compañeros de Pericles en el mando de la armada, partieron por mar con el mismo ejército que Pericles había llevado y traído, para ir contra los calcídeos, que moran en Tracia, y hallando en el camino la ciudad de Potidea, que aún estaba cercada por los suyos, hicieron llegar a la muralla sus aparatos y la combatieron con todas sus fuerzas para tomarla. Mas todo aquel nuevo socorro y el otro ejército que estaba antes sobre ella no pudieron hacer nada, a causa de la epidemia que se propagó entre ellos, traída por los que vinieron con Hagnón», añade Tucídides.

Cuando Hagnón regresó había perdido 1.050 hoplitas de los 4.000 que habían partido junto a él. Todos ellos víctimas de la epidemia. Desde entonces los militares se vieron atacados también por la epidemia hasta tal punto que, cuando la peste desapareció en el año 427 a.C., ya «habían muerto más de cuatro millares de hoplitas y trescientos jinetes», en palabras de Kagan.

Fuente:ABC.es| 2 de noviembre de 2017

Por fin abren al público en Egipto 5 tumbas del Cementerio de los Trabajadores de las pirámides en Guiza

Egipto ha abierto este miércoles al público por primera vez cinco tumbas ubicadas en el Cementerio de los Trabajadores, descubierto en 1990 y en el que están enterrados los obreros e ingenieros que levantaron las pirámides de Guiza, además de miembros de la familia reinante y siervos del faraón.
El Ministerio de Antigüedades ha informado de que los sepulcros que se podrán visitar a partir de ahora son los de Beti, Betah Shibsis, Nafar Ziz, Jufu Ha Ef y Sishem Nafar 4. Beti era el supervisor de los obreros que construyeron las pirámides y en su tumba hay textos para ahuyentar a posibles saqueadores, según un comunicado del departamento.


La tumba de Betah Shibsis es la primera que fue descubierta en la zona en los años 90, mientras que la de Nafar Ziz pertenece al supervisor del palacio real y sus pinturas están muy bien conservadas. El sepulcro de Jufu Ha Ef corresponde al hijo del rey Keops, que reinó entre 2605 a.C. y 2580 a.C. y da nombre a una de las tres pirámides.


La de Sishem Nafar 4 es de entre finales de la dinastía V y principios de la dinastía VI y su dueño fue apodado «el guardián de los secretos del rey».

El Cementerio de los Trabajadores

El jefe del Departamento de Antigüedades Egipcias, Ayman Ashmaui, ha detallado en la nota que las tumbas se abren al público tras haber sido restauradas y preparadas para las visitas con carteles explicativos en árabe e in...


El Cementerio de los Trabajadores, descubierto en 1990 por el arqueólogo egipcio Zahi Hawas, está junto a las pirámides de Guiza, ubicadas en una meseta donde se han encontrado otros monumentos funerarios, ya que en su momento era la principal necrópolis de la antigua Menfis.

Fuente: EFE | ABC, 1 de noviembre de 2017
Fotos por gentileza del Ministerio de Antigüedades Egipcio

Un nuevo estudio afirma que los neandertales estaban condenados por la entrada constante de humanos modernos desde África

Foto: Un grupo de visitantes toman fotos de modelos femeninos que representan al Homo floresiensis (Hobbit), al Homo neandertalensis y Homo sapiens en el "Musée des Confluences", un nuevo museo de ciencia y antropología abierto en Lyon, Francia, en 2014.

¿Qué causó la desaparición del Hombre de Neandertal? Es una gran discusión, pero un estudio nuevo dice que, cualquiera que fuese la causa, estaba condenado a desaparecer. Nuestros primos cercanos en la escala evolutiva habitaron Europa y Asia durante mucho tiempo, pero desaparecieron hace unos 40.000 años cuando arribaron los seres humanos modernos desde África.

La búsqueda de una explicación ha generado numerosas teorías, como el cambio climático, las epidemias o la incapacidad de competir con el ser humano moderno, que los aventajaba mental o culturalmente. El nuevo estudio no discute esos factores, sino que intenta demostrar que no son necesarios para explicar la extinción, dijo Oren Kolodny (izquierda), de la Universidad de Stanford.

Kolodny y su colega Marcus Feldman (derecha) presentan su posición en un estudio publicado el pasado martes en la revista Nature Communications.
Basan sus conclusiones en una simulación informática que representa a pequeños grupos de neandertales y humanos modernos en Europa y Asia. Esas poblaciones locales fueron escogidas al azar para su extinción y su reemplazo por otra población escogida al azar, sin tener en cuenta si representaba a la misma especie.

En la simulación matemática a ninguna especie se le otorgó una ventaja inherente, pero sí se estableció una diferencia crucial: al contrario que los neandertales, los seres humanos modernos recibían refuerzos provenientes de África. No en una gran oleada, sino como “un goteo de pequeñas bandas”, dijo Kolodny.

Esto fue suficiente para inclinar la balanza contra los neandertales. Generalmente acababan por extinguirse tras más de un millón de simulaciones bajo una serie de hipótesis. "Si la supervivencia era un juego de azar, estaba amañado por el hecho de la migración recurrente”, afirma Kolodny. “El juego estaba condenado a finalizar con la derrota de los neandertales".


Kolodny dijo que hay indicios, más que pruebas concretas, de que hubo tales migraciones, las cuales difícilmente dhabrían dejado un rastro arqueológico.

Expertos en el origen de los humanos dijeron que el estudio ayudaría a los científicos a precisar los diversos factores que condujeron a la extinción de los neandertales, y es congruente con otros intentos de explicar dicha extinción sin dar por sentado que existían diferencias de conducta entre los neandertales y nuestros antepasados, dijo Wil Roebroeks (izquierda), de la Universidad de Leiden en Holanda. La existencia de tales diferencias ha sido en gran medida refutada, añadió.
Katerina Harvati (derecha), de la Universidad de Tubinga en Alemania, dijo que si bien el estudio puede ser útil para explicar la extinción, no intenta responder por qué los seres humanos se dispersaron desde África hacia Europa y Asia. Es importante descubrir el motivo de ese fenómeno, dijo.

Fuentes: 20minutos.com | AJC.com | 31 de octubre de 2017

El Museo Arqueológico Nacional y Wikimedia España organizan una jornada de edición en Wikipedia el 4 de noviembre de 2017

Próxima jornada de edición colaborativa en Wikipedia para mejorar los contenidos sobre termas romanas en Hispania

Museo Arqueológico Nacional y Wikimedia España promueven un evento participativo donde las termas romanas podrán ser documentadas y puestas en valor a través de la aportación de todos los participantes. 
La jornada tendrá lugar el sábado 4 de noviembre de 2017, entre las 10 y las 18 horas ininterrumpidamente, en la biblioteca del Museo Arqueológico Nacional, situado en la Calle Serrano, 13 (Madrid).

30 de octubre de 2017.-  El baño, las prácticas deportivas, la curación, la limpieza o la relajación, serán algunos de los protagonistas del editatón dedicado a las termas romanas en Hispania que Wikimedia España, junto con el Museo Arqueológico Nacional, celebrarán de forma virtual y presencial en la sede del museo este sábado 4 de noviembre, con el objetivo de mejorar los contenidos sobre termas romanas en Wikipedia y de poner en valor el patrimonio histórico y cultural.

#EditatónTermas permitirá la participación ciudadana en la construcción del conocimiento y en la visibilidad a través de Wikipedia de los conjuntos termales, institución básica del mundo romano, tanto para la higiene como las relaciones sociales, y fundamentales testimonios de nuestro patrimonio cultural dada la monumentalidad de muchas de las construcciones. La actividad pretende aportar nuevos contenidos o mejorar la escasa información ya existente en los artículos dedicados a las termas dentro de la enciclopedia virtual.

En este próximo editatón pueden participar de manera gratuita, tanto personas que conozcan la edición en la enciclopedia libre online, como las que nunca hayan tenido oportunidad de hacerlo, ya que se proporcionará ayuda durante todo el proceso de forma presencial. El Museo Arqueológico Nacional facilitará recursos y bibliografía para redactar los artículos a los participantes y el equipo de Wikimedia España les  ayudará a dar sus primeros pasos en la edición de la enciclopedia libre. Tan solo será necesario inscribirse, abrir una cuenta en Wikipedia previamente, y llevar su propio equipo informático.

400 millones de personas de todo el mundo aportan su granito de arena a la difusión de conocimiento a través de la enciclopedia colaborativa. Esta será una ocasión excepcional, a través del Museo Arqueológico Nacional y Wikimedia España, para unirse a esta gran comunidad y contribuir en el tema de los conjuntos termales, ayudando a poner en valor estos importantísimos testimonios de la civilización romana.

Página del evento en Wikipedia: 
https://es.wikipedia.org/wiki/Wikipedia:Encuentros/Editat%C3%B3n_termas_romanas

La nariz de los neandertales revela cómo respiraban

Reconstrucción en 3D de cráneos de neandertales. / A. Balzeau (Musée de l'Homme, Paris, France). Los neandertales poseían narices distintas a las de los humanos modernos por su forma y tamaño, pero su capacidad de adaptarse a climas fríos y secos no era tan diferente. Así lo demuestra la primera reconstrucción en 3D de la cavidad nasal interna de nuestros 'primos' ya extintos, que ha permitido comparar con simulaciones la dinámica de la respiración en ambas especies.

Heladas profundas, climas hostiles. ¿Cómo sobrevivieron los humanos a la última glaciación? Respirando. Si bien la respuesta parece obvia, un estudio publicado por la prestigiosa revista científica PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences), asegura que la anatomía interna de la nariz de los humanos y de los neandertales, especies que ocuparon paisajes extremadamente fríos y secos, les permitió calentar y humedecer el aire inspirado. Estos resultados son la clave para comenzar a entender cómo nuestro linaje humano pudo resistir duras condiciones climáticas durante su dispersión a través de Eurasia, al final de la era pleistocénica.

Según indica el estudio, esta aclimatación nasal garantizó el buen funcionamiento del aparato respiratorio y protegió al organismo de infecciones.

“Comprender las adaptaciones que pudieran haber ocurrido en la morfología nasal nos permite descubrir qué mecanismos evolutivos ocurrieron en el momento en que nuestros primos cercanos (Homo neanderthalensis) y algunas poblaciones de nuestra especie (Homo sapiens) ocuparon los climas más fríos del continente euroasiático durante la última glaciación”, asegura Soledad de Azevedo, investigadora asistente del CONICET del Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas (IPCSH CONICET-CENPAT).

Para realizar esta investigación se cooperó con el Dr. Osvaldo Velán, especialista en diagnóstico por imágenes del Hospital Italiano de Buenos Aires. Se reunió una colección de imágenes de tomografías computarizadas de seres humanos actuales, que incluía tanto inmigrantes de China y Corea como argentinos con antepasados que vivieron en el sur de Europa.

Las imágenes permitieron entender cómo varía la forma de la mucosa nasal y la estructura ósea que la contiene, según se trate de poblaciones que evolucionaron en climas fríos (los del norte de Asia) o en climas templados (los del sur de Europa). A partir de esta colección se reconstruyó cómo habría sido la mucosa en los neandertales, específicamente en los restos de La Chapelle-aux-Saints (de 60.000 años de antigüedad) y La Ferrassie (entre 68.000 y 74.000 años de antigüedad). Estos fósiles fueron hallados en Francia, en 1908 y 1909 respectivamente.

Foto: recreación de un rostro neandertal. Museo de Historia Natural de Londres.

“Nuestro objetivo fue comparar cómo funcionan los tres modelos de narices, el sureuropeo, el norasiático y el neandertal, utilizando técnicas de Dinámica Computacional de Fluidos, una suerte de túnel de viento generado por computadora y que simula la respiración de esas tres narices virtuales en distintas condiciones climáticas”, explica de Azevedo.

Gracias a las simulaciones de las respiraciones de neandertales, asiáticos y europeos, los investigadores detectaron algunas diferencias entre las muestras. Los modelos asiático y neandertal acondicionan el aire más rápidamente que el europeo, y lo hacen en el tracto respiratorio inferior (tráquea, bronquios, bronquiolos y alvéolos). Sin embargo, el modelo europeo lo hace en el tracto respiratorio superior (nariz, boca, faringe y laringe).

El hecho de que la humidificación y calentamiento del aire fueran más rápidos en los neandertales y asiáticos que en los europeos demuestra que ambas especies desarrollaron diferentes adaptaciones al frío y que la morfología nasal evolucionó de manera independiente en neandertales y humanos modernos.

Los grupos asiáticos actuales del Ártico poseen un rendimiento respiratorio que mejora en climas fríos y secos, como los neandertales; sin embargo, sus narices han evolucionado hasta asemejarse más a la forma de los europeos.

Los resultados indicaron que el modelo humano del norte de Asia es el que mejor se desempeña en bajas temperaturas, ya que al inspirar calienta rápidamente el aire en la parte delantera. A pesar de las grandes diferencias óseas, la nariz neandertal también funciona de manera eficaz en climas fríos.

Reconstrucción de la anatomía nasal interna de asiáticos nororientales (izquierda), europeos suroccidentales (centro) y neandertales (derecha) donde se aprecia el intercambio de temperatura a través de la parte vestibular de la nariz. / PNAS

“Desde el punto de vista evolutivo, esto sugiere que los neandertales y los humanos “resolvieron” adaptativamente el problema del acondicionamiento de aire frío y seco a partir de cambios convergentes en la mucosa: aun cuando la 'caja ósea' sea diferente entre ambas especies, es la anatomía interna y la mucosa lo que permite un buen desempeño al respirar. Cada especie desarrolló su 'radiador' óptimo de manera independiente, pero ambos con eficacia termodinámica”, concluye la científica.

Este trabajo interdisciplinario, que realizaron investigadores, ingenieros, antropólogos, paleontólogos, biólogos y médicos, no solo permitió reconstruir y entender el funcionamiento de la mucosa nasal de los neandertales, sino que también abre una línea de posibles aplicaciones en la salud.

“La simulación respiratoria desarrollada por el equipo será adaptada para su uso en la práctica clínica, con el fin de estudiar con métodos no invasivos el impacto de fármacos o cirugías tendentes a mejorar la respiración (y por ende la calidad de vida) en pacientes con patologías vinculadas al funcionamiento del tracto nasal (apneas, ronquidos, inflamaciones, traumas, etc.)”, afirma Rolando González-José, investigador Principal y Director del Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas (IPCSH CONICET-CENPAT).

Fuentes: adnsur.com.ar | SINC | 30 de octubre de 2017

Peñas de Cabrera (Málaga): vida figurada entre las piedras

La sierra de Casabermeja contiene la mayor colección de pinturas rupestres esquemáticas de la provincia.

Leídos en serie, como si formaran parte de un libro y no de un paisaje, podrían parecerse a los poemas visuales de Henri Michaux. Una serie de símbolos, de figuras mínimas, recorriendo la piedra, descubriendo líneas tan aparentemente impenetrables como atractivas, posibles muestras de un alfabeto olvidado, de un grafismo misterioso, más cerca de los cánones actuales del arte contemporáneo que de lo que muchas veces se presume acerca del hombre primitivo.
En 1974, cuando un grupo de pastores que paseaban por la sierra los descubrieron no tuvieron ninguna duda; aquello, fuese lo que fuese, era algo de lo que había que dar la voz de alerta, valioso en un sentido museístico, destinado acaso a perdurar entre los elementos del bosque.

Remiforme situado en el abrigo nº 12.

A diferencia de otros grandes enclaves arqueológicos de la provincia, los abrigos montañosos de Peñas de Cabrera no precisan de aval científico alguno para remarcar el entorno. Aunque ligeramente resguardados por la naturaleza, su belleza es de adjudicación instantánea. Cuesta creer que durante tantos siglos nadie, ningún cabrero, ningún centinela despistado, reparase en su existencia, ni siquiera al modo destructor y de sustitución radical con el que los grupos de poder suelen despachar sus relaciones con el pasado.

Casi seis mil años después las pinturas y grabados de Casabermeja se encuentran en un estado de conservación admirable. Se siguen distinguiendo sin interferencias sus variaciones líquidas en rojo, el idioma parcialmente codificado con el que los pueblos del Neolítico, hábiles en el uso del óxido de hierro, embadurnaban las paredes. La colección es inmensa. Una de las más importantes y singulares de Andalucía. Dotada, además, de una suficiencia estética que impresiona por partida doble: por un lado, las ondulaciones del monte, las garitas naturales, pero también las señales, las geometrías melladas y sugerentes.


Toda esa impecable combinación tuvo que impresionar a la fuerza a los primeros investigadores. Y más en el periodo en el que se produjo el descubrimiento, justo cuando la arqueología recuperaba su esplendor, tras las largas décadas de interrupción franquista. El de Peñas de Cabrera fue el primer gran yacimiento aportado por la provincia a la regeneración académica de España. Arqueólogos como Cecilio Barroso, Bartolomé Ruiz, Francisca Medina Lara o Rafael Maura se lanzaron con entusiasmo a una carrera sucesiva y complementaria de catas, calcos, prospecciones, hipótesis teóricas. Sin dejar en ningún momento de tener presente el valor de lo que estaban viendo: un conjunto de una treintena de abrigos con centenares de pinturas esquemáticas. Figuras que representan ritos, escenas de la vida cotidiana. Incluso signos que a fuerza de repetirse señalan hacia la existencia de una versión atávica de algo parecido a la escritura, al lenguaje.

El arqueólogo Pedro Cantalejo traza una panorámica que, por el paso del tiempo y la irregularidad del terreno, resulta actualmente imposible de captar con una cámara fotográfica. El dolmen del Tajillo (izquierda), localizado en la zona, con los esqueletos desperdigados de tres personas. Y el resto del paisaje sazonado por más de 70 estructuras de refugio, con casi la mitad tiznadas por los grabados y las pinturas rupestres. Los investigadores advirtieron incluso un semicírculo hecho con grandes piedras. Una especie de aforo para reuniones, quizá provisto de un sentido folclórico. Está claro que Peñas de Cabrera no era un lugar al que se acudía a dormir o a guarecerse del frío y de las bestias. Su papel era otro. Cantalejo está convencido de que tanto las pinturas como los cercanos dólmenes de Antequera fueron concebidos con una intención monumental, que se escapaba de las urgencias de las funciones básicas y de lo provisorio. Había un interés en construir algo que perdurase, no tanto por una clara conciencia del futuro como por el hecho de que se trataba de la única manera de aleccionar a las nuevas generaciones en el oficio de la supervivencia y sus relaciones con la vida y con la muerte.

Durante muchos años las pinturas de Peñas de Cabrera se consideraron parte de un espacio mayoritariamente sagrado. La aureola misteriosa todavía sigue vigente, si bien en una acepción de la religiosidad que tiene menos que ver con el misticismo chamánico y los aquelarres que con las ceremonias folclóricas ligadas a los dioses que todavía hoy continúan formando parte de la cultura mediterránea. Pedro Cantalejo se apoya para explicarlo en Julio Caro Baroja, que situaba el origen de la romería, su importancia para la cohesión de la comunidad, para el establecimiento de la paz y de las nuevas parejas, en época prehistórica. «Las escenas cotidianas indican que era un lugar, sobre todo, de encuentro social un núcleo de la vida comunitaria», indica.
No es ningún secreto. La pintura esquemática tiende a lo narrativo. Y en los abrigos de Casabermeja, situados a pocos kilómetros del Guadalmedina, junto a figuras de jinetes, de árboles y hasta una mujer de parto, se dan también relatos. «Nos falta encontrar nuestra piedra roseta», exclama el arqueólogo.

Peñas de Cabrera, con su semidescubierto bosque, su proximidad al río, ofrecía todo lo que necesitaban las comunidades de alrededor para convertirse en un sitio fijo de peregrinaje. El hombre del Neolítico aumentaba sus necesidades, se hacía sedentario, comenzaba a talar la misma vegetación que poco antes le había servido de cobijo para responder a sus nuevas intenciones agrícolas. En esos tiempos, ahora tan remotos, comenzó la transformación. Con su factura de sedimentos y sus consecuencias en el dibujo de la línea del mar. Los seres humanos abandonaban la huida permanente y empezaban a contar su vida, a juntarse par dejar de temer a la muerte, para dejar de temer a los otros.

El recuento en Peñas de Cabrera, según el inventario, supera las doscientas figuras. Toda una enciclopedia bosquejada de lo que fuimos, a poca distancia de donde rugen los coches hambrientos de ciudad, de luces, de comodidades. En Casabermeja, en tantos siglos, nadie pintó encima de los dibujos. Pero sí hubo quién los remarcó. No querían que se borraran.

Fuente: laopiniondemalaga.es | 28 de octubre de 2017