Australopitecos de Manhattan y otras leyendas urbanas

Portada del libro “El chico de la Gran Dolina”, Planeta, Barcelona.

Se acaba de reeditar mi primer libro, publicado en 2002: El Chico de la Gran Dolina, Crítica, Barcelona. Es un libro que me trae muy buenos recuerdos. Fue un trabajo arduo, tanto por la complejidad del tema como por mi inexperiencia en la divulgación científica. Me hace ilusión ver de nuevo la flamante portada del libro, ilustrado de manera excelente por mi buen amigo Mauricio Antón y tan bien cuidado en todos sus detalles por la editorial. La nueva edición lleva un prólogo adicional, en el que comento algunos acontecimientos de estos últimos 15 años. Quizá lo más importante es constatar que la tesis principal del libro sigue vigente, aunque se hayan matizado muchos de los trabajos de investigación realizados desde 1985. Este es un año clave, cuando los entonces jóvenes investigadores Timothy Bromage y Chris Dean publicaron un artículo en la revista Nature concluyendo que la interpretación de la biología de australopitecos, parántropos y los primeros representantes del género Homo podía estar equivocada.

Han transcurrido nada menos que 32 años desde aquella publicación. Chris Dean ya se ha jubilado, aunque sigue con un puesto honorífico en la University College de Londres. Tim Bromage sigue en activo, aunque sospecho que no tardará en retirarse. Pero lo harán con la satisfacción de haber aportado un aspecto muy importante en la interpretación de la biología de los homininos del pasado. Aquel trabajo fue para mi una verdadera inspiración y, de manera modesta, realicé algunos trabajos en esa línea de trabajo. También tengo la satisfacción de saber que uno de mis últimos doctorandos (Mario Modesto) defenderá en 2018 una tesis sobre esta línea de investigación. Por supuesto, la publicación de aquel libro en 2002 fue el resultado de la fascinación que me produjo la publicación de Tim Bromage y Chris Dean en 1985 y todo lo que vino después.

Hasta ese momento, todos los expertos admitían que las especies de los géneros Australopithecus y Paranthropus tenían un desarrollo similar al nuestro, con sus 18 años de crecimiento, niñez prolongada, adolescencia, etc. Tal es así, que la teorías sobre la forma de vida de estos homininos respondía a modelos similares a los de los humanos actuales. Recuerdo bien la frase de un trabajo de Tim Bromage, publicado en 1987, cuya traducción libre era más o menos: si los Australopithecus crecían y se desarrollaban como humanos modernos ¿por qué no eran iguales a nosotros?

Una buena pregunta, que nadie se había planteado. Los expertos (la mayoría norteamericanos) se imaginaban a estos homininos tan arcaicos viviendo en familias nucleares, como las de algún barrio de Manhattan. Los machos se dedicaban a procurar el sustento a la madres y a las crías, mientras que las mamás cuidaban del hogar. Tim Bromage remataba su frase diciendo (traducción libre): los Australopithecus tenían ese aspecto, porque crecían y se desarrollaban como Australopithecus. Así de simple. No había más secretos. El desarrollo de aquellos humanos del pasado terminaba hacia los 10 u 11 años y las hembras podían ser madres hacia los 12-13 años, como sucede en los simios antropoideos. Y los recién nacidos serían tan precoces como los pequeños chimpancés del Gombe.
En la actualidad toda la comunidad científica dedicada al ámbito de la evolución humana admite que aquellos humanos del Plioceno, y aún los primeros Homo del Pleistoceno Inferior, tenían un patrón de crecimiento y desarrollo mucho más parecido al de los chimpancés o al de los gorilas. La visión de nuestros ancestros cambió de manera radical en 1985 y años sucesivos. Los métodos y técnicas de estudio han mejorado mucho desde entonces y se han matizado muchas investigaciones, por supuesto. Pero la tesis principal de aquel trabajo de 1985 y la del libro del Chico de la Gran Dolina sigue vigente. Tim Bromage y Chris Dean dieron un pequeño paso de gigante, dejando atrás lo que se ha dado en llamar “la frontera del conocimiento”.

Vía: QUO

La humedad impulsó la extinción de la megafauna de la Edad de Hielo

Reconstrucción de mamuts lanudos, que desaparecieron hace 10.000 años, en su entorno / Mauricio Antón.
 
La humedad que surgió a partir del derretimiento del permafrost y de los glaciares causó un aumento generalizado de pastos para ser rápidamente reemplazados por turberas y pantanos, fragmentando poblaciones de grandes herbívoros.
Una investigación, dirigida por el Centro Australiano de ADN Antiguo (ACAD, por sus siglas en inglés) en la Universidad de Adelaida (Australia), publicada hoy en la revista Nature Ecology and Evolution, revela que los huesos fósiles de megafauna conservan la evidencia bioquímica directa de variaciones ambientales que se pueden rastrear a través del tiempo.

Utilizando 511 huesos datados con radiocarbono de animales como bisontes, caballos y llamas, el equipo pudo investigar el papel del cambio ambiental en las misteriosas extinciones de la megafauna, durante el Pleistoceno tardío, que incluye a la vasta mayoría de grandes animales terrestres existentes en la Edad de Hielo, como los perezosos gigantes o los tigres dientes de sable.

"No esperábamos encontrar señales tan claras de que el aumento de la humedad ocurriera de forma tan amplia en toda Europa, Siberia y América", dice el profesor Alan Cooper, director de ACAD.

"El momento en el que sucedió varió entre regiones, pero coincide con el colapso de los glaciares y el permafrost. Es decir, ocurre justo antes de que la mayoría de las especies se extinguieran”, añade.

El estudio muestra que un pico de humedad se produjo entre el momento de la fusión de las capas de hielo y la invasión de nuevos tipos de vegetación, como las turberas (datos mostrados de Canadá y el norte de Estados Unidos).

El equipo internacional de investigadores, que incluye a las universidades de Fairbanks Alaska (EE UU), de Oslo (Noruega), al gobierno de Yukón (Canadá) y a otros paleontólogos rusos y canadienses, midieron los isótopos de nitrógeno de los huesos y dientes de estos animales, recuperados de zonas de permafrost y cuevas en Europa, Siberia y América. Como resultado de este análisis encontraron señales bioquímicas distintivas que reflejan aumentos masivos de la humedad en el paisaje.

"La megafauna de pradera era fundamental para la cadena alimenticia. Actuaron como surtidores gigantes que desplazaron los nutrientes alrededor del entorno", dice el autor principal del estudio Tim Rabanus-Wallace (derecha), de la Universidad de Adelaida.

"La idea de que las extinciones fueron impulsadas por la humedad es realmente emocionante porque también puede explicar por qué África es tan diferente, con una tasa mucho menor de extinciones de megafauna que ha sobrevivido en muchos casos hasta la actualidad", explica Cooper.

Matthew Wooller (izquierda), de la Universidad Fairbanks de Alaska concluye: "Descubrimos que en los diferentes continentes los cambios climáticos ocurrieron en diferentes momentos, pero todos coincidieron con el momento en el que la humedad aumentaba masivamente justo antes de la extinción.

La aportación realmente importante de este estudio es que proporciona evidencias directas de los propios fósiles. Estas criaturas extintas nos están informando sobre el clima que experimentaron y que condujo a sus propias desapariciones".


Fuente: SINC| 18 de abril de 2017

Los tesoros que dejó atrás el «saqueador de tumbas» en Deir el Bahari

Vista del estado de la excavación, en Deir el Bahari - A.Alamillos

La expedición liderada por el español Antonio Morales trabaja, desde 2015, en una necrópolis de más de 4.000 años

Entre los siglos XIX y XX, decenas de arqueólogos y aventureros envueltos en una pátina de romanticismo, desde Belzoni a Howard Carter, se acercaban como moscas a un Egipto que se dibujaba, en el imaginario colectivo europeo, preñado de tumbas, pirámides, momias y tesoros faraónicos, buscando el reconocimiento de un descubrimiento tras otro. Sin embargo, la egiptología como ciencia arqueológica, años después, es mucho más que llegar y besar el santo, como demuestra la expedición liderada por el español Antonio Morales, que desde 2015 investiga y cataloga los tesoros científicos menospreciados por los pioneros de la egiptología en dos tumbas de más de 4.000 años de antigüedad en la necrópolis de Deir el Bahari.

El egiptólogo Herbert Winlock (1884-1950) pasó como un torbellino por las tumbas de la colina de Deir el Bahari en la orilla occidental de Luxor, junto a la antigua Tebas, dirigiendo una expedición del Metropolitan de Nueva York en los años 20. Casi un siglo después, el trabajo que queda en la necrópolis es ingente: «Winlock excavó muchas tumbas, pero publicaba muy pocos datos. Tenía muy buen estilo escribiendo. A lo mejor publicaba un artículo de seis páginas, y dos eran sobre detalles mundanos como la visita de la señora tal o cual, y sólo dos se dedicaban a la información arqueológica extraída de las tumbas. Se dedicaba a la épica más que al trabajo científico», explica a ABC el egiptólogo sevillano.

El equipo de Morales, con 20 profesionales internacionales de diferentes disciplinas (desde geólogos a expertos en momificación) sigue los pasos de Winlock en las tumbas de Ipi (TT 315) y Henenu (TT 313), visir y tesorero real del reinado del faraón Mentuhotep II y su sucesor Amenemhat I. «Aquí queda mucha arqueología por hacer», asevera.

Veinte profesionales internacionales forman parte del equipo de Morales- ABC

Pese a lo poco publicado por Winlock sobre estas dos tumbas, que datan del periodo conocido como Reino Medio (hacia el 2000 a.C.), su arquitectura y organización se utilizan como referentes de estudio de sepulcros de periodos posteriores (el Reino Nuevo). Sin embargo, las investigaciones del equipo de Morales, auspiciadas este año por primera vez por la Universidad de Alcalá de Henares, están cambiando esos paradigmas a cada piedra que extraen. «Como apenas se sabía nada, todo lo que sacamos está cambiando lo que creíamos conocido. Por ejemplo, se pensaba que la estructura estándar es una zona pública con un patio muy extenso, de unos 100 metros, seguido de la zona privada. Sin embargo, en el sepulcro del visir Ipi hemos visto que los arquitectos cortaron la roca madre para hacer una rampa central en el patio», sostiene Morales mientras pelea con la burocracia egipcia por obtener los permisos para que visitantes puedan acceder al yacimiento.

Decenas de tumbas

El invierno apenas ha acabado, pero el sol cae a plomo sobre Deir el Bahari. Un empinado sendero serpentea por la ladera de la colina que, como un queso gruyer, fue perforada durante siglos para construir decenas de tumbas. En las TT 315 y TT 313, separadas unos 150 metros, nadie comienza a trabajar hasta que el «mudir» (jefe, en árabe) da la orden. Un puñado de trabajadores locales, ataviados con su galabeya tradicional, hacen cadena para descender a la zona inferior de la colina los cascotes y rocas que van extrayendo de las tumbas y que disponen sobre una malla verde.

El equipo se divide en dos: los primeros investigan la tumba de Ipi, cuyo amplio patio -una zona pública- precede a un pasillo y a una cámara de culto, de planta cuadrada. Como muchas otras tumbas, la TT 315 fue saqueada y reutilizada como cantera. El expolio de las paredes de la cámara y las losas de piedra que recubrían la estancia descubrió bajo la solería un pasillo oculto que llevaba a la cámara funeraria donde descansaba el cuerpo del visir. Dentro, al equipo de Morales le esperaba un magnífico sarcófago de caliza con un peso estimado de ocho toneladas, tallado en una sola pieza y ricamente decorado. «Se trata de un sarcófago muy especial, pues es el único que tiene escrituras en la base», explica el egiptólogo doctorado de la Universidad de Pensilvania.

El sepulcro de Henenu

Unos metros más allá, el resto del equipo se afana en el sepulcro de Henenu, un importante personaje cargado de títulos «muy rimbombantes». El encargado de «la pezuña, el cuerno, la balanza y la pluma», de «toda ave que flote, vuele o se pose» y el «supervisor de lo que es y no es» fue enterrado en una tumba más larga, de cuarenta metros de profundidad y diversas galerías que se pierden en el interior de la montaña. Sin apenas ventilación y casi en la oscuridad, una arqueóloga del equipo se adentra en uno de los nueve pozos encontrados en el complejo funerario, de más de más de 5,5 metros de profundidad.

Allí, se han encontrado nuevas salas, decoraciones e incluso restos de cuerpos humanos. Fuera de la tumba y al pie de la colina, donde los sacerdotes prefirieron construir una pequeña capilla de adobe para el culto diario, seguramente intentando evitar la perspectiva de subir diariamente hasta la puerta del sepulcro, Morales se muestra confiado: «Henenu nos va a dar más información original», asevera. Este año, dos profesores de la UAH parte del equipo multidisciplinar -financiado por las fundaciones Gaselec de Melilla y Palarq de Barcelona- comenzarán además con la digitalización 3D de las tumbas, lo que facilitará nuevos estudios de forma remota sobre la arquitectura y geografía de los sepulcros construidos para ambos personajes.

Ambos fueron funcionarios clave en uno de los periodos más interesantes del Antiguo Egipto, cuando tras una guerra civil que enfrentó al norte y al sur una familia de nobles en Tebas se embarca en la reconquista del país del Nilo y se nombraron faraones. «Mentuhotep II -a quien Henenu servía- fue el primer monarca de la reunificación. Fue un antes y un después en la historia de Egipto», relata Morales, quien destaca la oportunidad de estudiar las tumbas de dos funcionarios «con impacto directo en la política del momento».

El descubrimiento más sorprendente

Pero el descubrimiento más sorprendente, que según adelanta Morales (a la espera de que el Ministerio de Antigüedades de luz verde a la publicación de la información más detallada) lo han encontrado junto a la entrada a la tumba del visir Ipi. Un pozo de metro y medio de profundidad lleno de bolsas y ánforas con material de momificación que se descubrió en 2016 y que está ofreciendo mucho más de lo que esperaban. « Como no son ‘puros’, no pueden ir en la cámara del sarcófago, pero al haber sido utilizadas para la momificación de alguien que irá al más allá, tampoco se pueden tirar sin más», explica el egiptólogo español.

Decenas de paños, todos utilizados en la momificación de Ipi y llenos de restos de sangre y otros materiales biológicos, incluso un órgano pendiente de identificación, conforman el descubrimiento que Winlock dejó a un lado. «Sólo se llevó 4 jarras. Buscaba más bien el valor estético, no lo científico», explica Morales, que destaca que el descubrimiento «permitirá estudiar el proceso técnico de momificación de un visir». Ataviados con mascarillas y guantes, los egiptólogos de Morales extraen los paquetes de paños impregnados en natrón, un tipo de sal empleada para desecar el cadáver, y que, más de 4.000 años después, «pica en los ojos, en las manos. Es un peñazo».

Pese a los más de 800 kilómetros que los separan, las noticias del atentado contra dos iglesias en el norte de Egipto llegan rápido, aunque no los amilanan: ellos no son turistas, que huyen en desbandada del país de los faraones. Para los próximos años, Morales ha solicitado ya al Ministerio la concesión de otras tres tumbas, que prolongarán los trabajos de esta misión española.

Vía: ABC

La fuente del ‘caldarium’ de las termas de Torreparedones (Baena, Córdoba), aparece en su lugar original

La excavación de las llamadas termas orientales, el tercer complejo de baños romanos descubierto hasta la fecha en el yacimiento de Torreparedones, razón por la cual algunos investigadores consideran que aquella fue una ciudad balneario, ha puesto al descubierto al fuente del caldarium. Está tallada en una sola pieza en piedra calcarenita local, muy bien pulida y se conserva, aproximadamente, un tercio de la misma, suficiente para su reconstrucción cuando se proceda a la puesta en valor de las termas. Era una fuente de agua fría en la que los bañistas podrían refrescarse. El labrum es de grandes dimensiones pues tiene un diámetro de 2 metros de perfil abierto y escaso fondo, típico de las fuentes de edificios termales. Como apunta el arqueólogo municipal del consistorio baenense, José Antonio Morena, la singularidad de este hallazgo es que «se trata de una de las pocas fuentes de termas encontradas in situ», es decir, en su lugar original, pues en otros muchos casos este tipo de piezas están descontextualizadas, como el labrum de Baelo Claudia, que fue reutilizado siglos después, o el hallado en el antiguo campamento de la legio VII Gemina de León, cuyos fragmentos se habían reaprovechado en una cloaca romana.


Con respecto a las termas orientales, que constituyen uno de los edificios de este tipo mejor conservados de la península, hasta la fecha se han documentado tres grandes salas de planta rectangular, distribuidas en sentido este-oeste. En primer lugar, la sala fría que dispone de un pavimento musivo con grandes teselas de color blanco y con su correspondiente piscina de agua fría de planta cuadrada, con varios peldaños y un asiento, que se adentra en la siguiente sala que es la templada.


Desde ésta, a través de una estrecha puerta de la que se conserva parte del arco, se accede a la tercera sala que es el caldarium o sala caliente que se conserva con una altura de más de dos metros y con numerosas taquillas. Esta sala funcionaba como una auténtica sauna al tener un suelo radiante y una pequeña piscina o alveus de agua caliente adosada al muro sur y también un ábside en el centro del muro oeste que se puede identificar con la schola labri, que estaba cubierta con un gran arco de medio punto y media cúpula decorada en forma de venera y pintada en parte de color rojo, a la que se le ha colocado una estructura metálica de acero para asegurar su estabilidad. Resulta de gran interés la localización en esta schola labri del correspondiente labrum o fuente que estaría colocada sobre un basamento de obra en su parte central, que se ha conservado parcialmente. Estas termas orientales debieron construirse en la primera mitad del siglo I d.C.

Fuente: MARILUZ ARIZA | Diario de Córdoba, 17 de abril de 2017
Fotos por gentileza de Torreparedones Parque Arqueológico

El circo romano de Cástulo

 Gracias a la tecnología LiDAR, y mediante su aplicación para el análisis del entorno de la ciudad íbero-romana de Cástulo, ha sido posible identificar la localización del circo romano de la ciudad, una gran estructura fosilizada en la topografía actual de aproximadamente 400x100 metros.

www.estresd.com

LiDAR-PNOA cedido por ©Instituto Cartográfico Nacional

Musica: Alexandr Ossipov - Your Traces Anywhere At Home


La hipótesis sobre la ubicación del circo romano de Cástulo al norte de la ciudad amurallada de este yacimiento de Linares (Jaén) ha protagonizado la celebración del Día Internacional de los Monumentos y Sitios en la provincia, dentro de las actividades organizadas por la Consejería de Cultura para conmemorar esta efeméride, que este año lleva por lema 'Patrimonio cultural y turismo sostenible'. La delegada del Gobierno andaluz, Ana Cobo, junto a la delegada territorial de Turismo, Cultura y Deporte, Pilar Salazar, y el alcalde, Juan Fernández, fue la encargada de presentar la conferencia 'Hipótesis de localización del circo romano de Cástulo: Tecnología LiDAR aplicada a la arqueología', que ofrecieron este martes por la tarde Francisco Arias de Haro, arqueólogo y coordinador del Centro Arqueológico de Cástulo, y José Carlos Gutiérrez Roldán, topógrafo del proyecto Forvm MMX. Según informa la Junta en un comunicado, Cobo ha recordado que la celebración de esta efeméride fue propuesta por el Comité Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS) el 18 de abril de 1982 y aprobada por la Asamblea General de la UNESCO en 1983, "con el fin de promover la toma de conciencia acerca de la diversidad del patrimonio cultural de la humanidad, de su vulnerabilidad y de los esfuerzos que se requieren para su protección y conservación".

De este modo, el Gobierno autonómico se suma a la conmemoración de este día con propuestas lúdicas dirigidas a la población en general en todas las provincias andaluzas. El Museo de Jaén, por ejemplo, acogió actividades didácticas con escolares y un concierto de violín, mientras que en Linares se asistió a "una conferencia sobre las conclusiones de un estudio arqueológico que aplica un sistema de medición con láser que para nuestra sorpresa podría localizar el circo romano". "Por otros estudios se sabía de su posible existencia, aunque no se conocía donde se ubicaba", ha explicado. Tras apuntar que el pasado año el Instituto Geográfico Nacional hizo públicos los datos LiDAR para Andalucía, la delegada ha destacado el excelente trabajo de investigación realizado en el yacimiento linarense con una primera exploración de esos datos para la zona arqueológica de Cástulo, observando distintas anomalías que ha permitido la detección de arquitecturas soterradas en el interior de la ciudad y su entorno, y que a partir de ahora podrán ser investigadas con los métodos arqueológicos convencionales Por su parte, el alcalde de Linares ha puesto de releve "la aplicación de tecnología de vanguardia que confirman sospechas sobre el yacimiento, elementos por descubrir y que ponen un camino por delante de nuevos retos". Para Francisco Arias las conclusiones del estudio ponen sobre la mesa otras hipótesis como la ubicación del anfiteatro. "Supone un avance para Cástulo y la arqueología en general, que dará muchas sorpresas no sólo en Cástulo, sino en otros yacimientos. Algunos dudaban de la existencia de un circo, pero con esto, casi no se deja lugar a dudas", ha afirmado.

Fuente: Europa Press | La Vanguardia, 19 de abril de 2017

El enigma de Roanoke sigue sorprendiendo a los arqueólogos

UN OBJETO DESCUBIERTO HACE 20 AÑOS RESULTA NO SER LO ESPERADO

Es uno de los misterios arqueológicos más extraños y que ha motivado, incluso, ser el origen para una de las temporadas de la serie American Horror History.

Es uno de los misterios arqueológicos más extraños y que ha motivado, incluso, ser el origen para una de las temporadas de la serie American Horror History. Ahora, una pieza de joyería encontrada hace 20 años muestra, tras un nuevo estudio, que la supuesta información que se tenía sobre uno de los primeros asentamientos de los colonos ingleses en Norteamérica ha cambiado.

Hace 20 años, un grupo de arqueólogos que se encontraban trabajando en el asentamiento de la Isla de Hatteras en Carolina del Norte descubrieron un extraño anillo que mostraba la figura de un león rampante. Esta figura heráldica, junto con las declaraciones de un experto local en joyería, al que los arqueólogos llevaron la pieza para su identificación, manifestando que el anillo estaba hecho de oro, llevó a los investigadores a pensar que esta pieza formaba parte del tesoro de la familia Kendall, una de las familias implicadas en los viajes coloniales a Roanoke organizados por sir Walter Raleigh, tal y como declaró el experto en heráldica británica consultado.

De este modo, los historiadores y arqueólogos atribuyeron al descubrimiento ser una prueba del asentamiento inglés en la zona, tras las expediciones de Raleigh, y que podría ayudar a esclarecer el enigma de la súbita e inexplicable desaparición de los 115 colonos de lo que se conoce como la Colonia Perdida de Roanoke.

Pero una nueva investigación sobre la pieza llevada a cabo por el arqueólogo Charles Ewen, que llevó el anillo a que fuera examinado a través de una exploración por rayos X en el laboratorio de la Universidad de Carolina del Este descubriendo que el anillo estaba realizado de una aleación de latón, y no reveló ninguna traza de oro.

El investigador responsable del análisis, Erik Farell, encontró altos niveles de cobre, zinc, plata, hojalata y níquel, la aleación que produce el latón desde períodos relativamente modernos. También afirma que el anillo no ha recibido ningún tipo de baño ni de proceso de dorado que contuviera oro, lo que ha puesto en duda las conclusiones sobre el mismo realizadas en 1998. Para Ewen el anillo es una pieza de bisutería producida en masa en los periodos en los que el comercio con los nativos era habitual, mucho después de la desaparición del asentamiento.

De todos modos, no todos los investigadores están de acuerdo con la postura de Ewen, lo que ha hecho que de nuevo, se reabra el debate sobre la Colonia Perdida de Roanoke y su enigmática leyenda. Los colonos de Roanoke llegaron en 1587, liderados por John White, y establecieron un fuerte en la isla de Roanoke a 50 millas al norte de la isla de Hatteras, abandonada previamente por un grupo previo de colonos. En el grupo de White, se encontraba su propia hija Eleanor, que dio a luz a la primera americana nacida de padres ingleses, Virginia Dare. White marchó de nuevo a Inglaterra a por más suministros, pero la recién iniciada guerra con España, motivó que su vuelta a Roanoke fuera pospuesta. Cuando finalmente logró volver, tres años más tarde, descubrió que el asentamiento estaba totalmente desierto. La única pista dejada, se supone que por los colonos, fue la palabra Croatoan tallada en un poste. Croatoan era el nombre de una tribu nativa aliada con los ingleses y el nombre que los nativos daban a la isla de Hatteras.

El anillo fue encontrado por el arqueólogo de la universidad de Carolina del Este, David Phelps, mientras tomaban muestras de un antiguo pueblo indio, fue Phelps el que se puso en contacto con el joyero local Frank Riddick que le dijo que pensaba que el anillo era de oro de 18 quilates. Riddick confirmó que no realizó ningún test de ácido para determinar la presencia de oro ya que Phelps tampoco quería que el objeto sufriera ningún tipo de daño.

Posteriormente un experto en heráldica determinó que la figura mostrada en el sello del anillo era un león rampante que podría relacionarse con la familia Kendall de Devon y Cornualles. Esto tenía lógica ya que un miembro de esta familia tomó parte en el primer intento de colonización de la zona en 1585 y, posteriormente, en 1586, otro Kendall llegó a Croatoan con la flota de sir Francis Drake. Pese a que no hubo ningún tipo de confirmación arqueológica, el anillo recibió el nombre de anillo Kendall.

Así, estas dos evidencias fueron las que llevaron a Phelps a considerar al anillo como una prueba documental de que los colonos estuvieron allí, no de una forma total, sino como una pieza que empieza a mostrarnos pistas que autentifican el asentamiento y la presencia de colonos de los primeros asentamientos en Roanoke.

Muchos investigadores pusieron en duda desde el principio la conexión entre el anillo de Kendall y Roanoke, ya que este anillo apareció junto con una serie de artefactos y piezas datados en el periodo que va desde 1670 a 1720, 100 años después de los viajes del periodo isabelino. Además se han encontrado muestras parecidas de este tipo de anillos de latón en otros asentamientos nativos a lo largo de la costa este de los Estados Unidos.

Para el arqueólogo de la Universidad de Bristol esto tampoco excluye que el anillo perteneciera a algún colono de Roanoke. Para Horton, el latón empieza a realizarse en esa época, tal y como muestran algunos otros ejemplos de bisutería y podría haberse encontrado en excavaciones posteriores ya que, muchas veces, anillos y otras piezas de joyería, se pasaban de padres e hijos como forma de legado familiar, algo que podría haber ocurrido con el anillo. Horton afirma esto tras haber descubierto en las excavaciones realizadas en Hatteras, gracias a la Sociedad Arqueológica Croatoan, varias piezas del período isabelino como el guardamanos de una espada ropera y piezas metálicas que servían como enganches y adornos para la ropa, lo que sigue mostrando arqueológicamente la presencia de colonos en Croatoan. Para Horton, si los colonos de Roanoke se trasladaron a Croatoan, como el nombre en el poste indica, se llevarían con ellos sus objetos de valor. Después de varias generaciones y una vez asimilados con los nativos, las posesiones de sus ancestros podrían haber sido arrojadas por gastadas e inservibles. "Oh, ahí está la vieja espada del abuelo oxidándose", dice Horton. "¿Por qué seguimos conservándola?", del mismo modo que hacemos hoy en día con las cosas antiguas a las que no damos valor.

Horton mantiene esta teoría tras haber encontrado evidencias en Hatteras de que los nativos cazaban con rifles ya en 1650, lo que les provocó un cambio en la dieta, que pasó a incluir más carnes rojas y menos pescado y marisco como anteriormente cuando sólo disponían de arcos y lanzas. Este avance tecnológico tan temprano puede dar indicios de que hubo presencia inglesa previa a la segunda ola de colonización a finales del siglo XVII, ya que el salto tecnológico va más allá de una generación.

Para el arqueólogo Charles Heath, que estuvo con Phelps durante el descubrimiento del anillo, la teoría de Horton está un poco forzada, ya que objetos como esos podrían haber sido usados, intercambiados, usados como objetos de comercio, perdidos o lanzados por sus propios dueños durante muchos años, lo que no indica que la aparición de uno de ellos sea la prueba de que se haya encontrado a la Colonia Perdida de Roanoke. Horton afirma que parte de lo que dice Heath podría ser cierto y que los nativos Croatoan podrían incluso haber adquirido piezas de Jamestown, la colonia posterior en Virginia, al norte de Croatoan. Casquillos, monedas y trozos de cristal encontrados en la excavación tienen indicios de formar parte de ahí, pero eso no le hace abandonar la búsqueda de la pieza de confirmación que muestre el paradero de la Colonia Perdida, algo que hasta ahora parecía revelar el anillo Kendall.

Así, las investigaciones por descubrir a la Colonia continua con los trabajos de un grupo de expertos a 50 millas al oeste de la isla de Roanoke que han afirmado haber descubierto objetos de cerámica y de metal que podrían asociarse a la Colonia Perdida. Estas excavaciones se iniciaron cuando se descubrió en 2012 un parche de tela que mostraba la imagen de un fuerte en un mapa atribuido a John White. Este descubrimiento tampoco es resolutivo ya que no es descartable que perteneciera a asentamientos posteriores realizados durante la segunda ola.

Vía: Columna Cero