Teutoburgo: La "Guerra de Vietnam" de las legiones romanas

Foto: Soldados romanos en el bosque de Teutoburgo en un espectáculo de reconstrucción histórica en Kalkriese.

Recorrido por el campo de batalla de Teutoburgo de la mano de Valerio Manfredi, autor de una novela sobre la derrota de las tropas de Augusto por los germanos.
Valerio Manfredi se arrodilla y deposita sentidamente una rosa sobre la hierba (una rosa, por cierto, que le han prestado en una cafetería cercana). Aquí y en los alrededores, de hecho a todo lo largo de una ruta infernal de unos 50 kilómetros a través de los espesos bosques de Germania, cayeron millares de legionarios romanos, compatriotas del novelista (Castelfranco Emilia, 1942), hace dos milenios, masacrados a lanzazos y espadazos por las tribus enfurecidas de los queruscos, brúcteros y angivaros, entre otros. La peor derrota de Roma junto a Cannas, Carras y Adrianópolis. Manfredi suspira y agita la leonina cabeza orlada de cabello blanco mientras con porte de centurión musita un fragmento de Velleius Paterculus sobre el combate, en latín.

Estamos en uno de los escenarios estelares de la batalla de Teutoburgo, una de las mayores y de más trascendencia de la Antigüedad, pues acabó con el sueño de romanizar Germania y convertirla en provincia del imperio (lo que hubiera ahorrado muchos problemas futuros, aunque quizá también nos habría privado de Beethoven, Kant y Beckenbauer). Junto al lugar de la genuflexión del escritor se ha reconstruido parte del terraplén que en su día, en aquel tempestuoso y sangriento final de verano del 9 después de Cristo, levantaron con insólito sentido de la estrategia los guerreros germanos para, tras varios días de acosarlas, estrechar el ya difícil paso de las legiones, embotellarlas entre montaña y pantanos y diezmarlas con hierro. Esto es el “Varusschlacht”, el lugar del desastre de Varo, la gran trampa al pie de la colina de Kalkriese, al noroeste de Alemania, por encima de Bonn y Colonia, el único espacio identificado arqueológicamente hasta ahora de la famosa batalla de Teutoburgo. En ella, desarrollada a lo largo de varias jornadas de enfrentamientos salvajes, culminados un (otro) infausto 11 de septiembre, se desangraron hasta la aniquilación completa tres legiones enteras, el orgullo de Roma, las numeradas XVII, XIIX (el 18 lo escribían así) y XIX, junto con sus correspondientes tropas auxiliares, hasta un total de unos 17.000 combatientes, más la impedimenta y seguidores civiles, un concepto que incluía desde comerciantes y familiares de los militares a prostitutas que marchaban animosamente detrás del ejército.

Foto: Legionarios romanos en un acto de reconstrucción histórica en Kalkriese.

Manfredi ha dedicado su última y muy emocionante novela, Teutoburgo (Grijalbo, 2017), a narrar las causas y el desarrollo de esa batalla, remontándose a la juventud del artífice de la victoria germana, el caudillo y príncipe querusco Arminio, al que el relato le imagina una estancia como rehén en Roma, donde aprende el funcionamiento y las tácticas de las legiones, lo que le permitirá luego –después de formar parte del mando de ellas, lo que sucedió en la realidad- destruirlas (el clímax de la novela).
Si la llegada de las tropas romanas al matadero de Teutoburgo, mandadas por un inepto y arrogante general, Publio Quintilio Varo –amigo del emperador Augusto-, fue un Via Crucis, la nuestra a esta zona de Baja Sajonia no ha sido menos complicada (salvando las distancias). El trayecto desde Colonia, a altas horas de la noche, con un automóvil alquilado que no conseguíamos arrancar y cuyo sistema de navegación solo informaba en alemán, resultó complejo. Además, la reserva en el hotel de Gütersloh, donde debíamos pernoctar había sido hecha por error para el mes siguiente. Así que tuvimos que refugiarnos durante unas horas en un tronado bar regentado por armenios y frecuentado por seguidores del Olympiakos griego, antes de conseguir in extremis una única habitación en otro hotel, que compartimos con alivio (“dalle stalle alle stelle”, se exclamó el novelista) y gran sentido de la camaradería, lo que permitió la excepcional visión del célebre autor de Alexandros en calzoncillos.

Hacerle de auriga a Manfredi, que decidió no conducir en todo el trayecto y dedicarse a recitar los clásicos, resulta muy ameno. El escritor va desgranando tanta información sobre la antigüedad que uno ya no sabe si está a la altura de Osnabrück o en un desvío al reino de los marcomanos, adonde Arminio envió la cabeza de Varo, que se suicidó durante la batalla (el rey de los marcomanos, Marbod, se la mandó a su vez a Augusto, por quedar bien: así acaso el emperador pudo decirle a la cara aquello de “¡Varo, devuélveme mis legiones!”). Manfredi explica que en una ocasión se vio involucrado en un acto de recreación histórica de la batalla de Teutoburgo en la que participaban entusiastas italianos caracterizados de legionarios y empeñados en ganar a sus rivales alemanes. Un profesor de Heildeberg les hizo ver lo inadecuado e inexacto de su testaruda actitud y solo entonces se dejaron masacrar, pero con desgana.


Un letrero de “Teutoburger Wald” (Bosque de Teutoburgo) nos hace saltar de entusiasmo en la autopista. Luego vemos un MacDonald’s. Al poco llegamos por carreteras secundarias al Varusschlacht Museum und Park de Kalkriese, el moderno centro creado en 2002 para explicar los hallazgos arqueológicos de la batalla de Teutoburgo. Entramos en tromba, como los galos de Astérix. Del edificio de admisión, con las taquillas y tienda de recuerdos (desgraciadamente con la mayor parte de los libros en alemán), se accede a través de un espacio abierto, en el que unos niños están formando una cohorte bajo el entusiasta mando de una profesora, al museo propiamente dicho, que es un cubo con una alta e intimidatoria torre revestida de hierro oxidado. Es evidente que alude al armamento y a las atalayas de vigilancia de la frontera del Rhin. La panorámica en lo alto es espectacular.

En las salas se despliegan una pormenorizada y muy didáctica explicación de la historia de la batalla, con dispositivos multimedia (Arminio, de 26 años, y Varo de 51, en 3D se materializan para darte sus versiones de lo ocurrido) y los hallazgos arqueológicos que atestiguan que una parte sustancial de la contienda tuvo lugar aquí. Las excavaciones en los alrededores las inició el voluntarioso cazatesoros, entusiasta del detector de metales y oficial británico estacionado en Osnabrück Tony Clunn, reconocido descubridor en 1987 del lugar de la batalla, un enigma durante siglos aunque la localización en Kalkriese había sido ya propuesta por el gran Mommsen hacia 1880.

Foto: Manfredi, con una réplica de la máscara de caballería romana hallada en Kalkriese.

Los trabajos arqueológicos han permitido desenterrar un material tan fascinante como elocuente y que prueba sin lugar a dudas que hubo en el sitio un choque espectacular entre las legiones y los bárbaros germanos en las fechas exactas que atestiguan las fuentes clásicas (Tácito, Patérculo –esencial para Manfredi, que recuerda que el historiador era legado en Germania en la época de la batalla), Dion Casio y Floro, principalmente). Millares de objetos, más de seis mil –piezas de equipo militar, armas, proyectiles (piedras o plomos de honda con “SMS” como “culum pete”, “dale en el culo”), restos humanos, monedas, hasta sandalias-, la mayoría hechos trizas, reflejan la enormidad e intensidad del combate. Aquella, recalca Manfredi, fue una lucha feroz, despiadada, una “batalla de aniquilamiento” que culminó en una matanza salvaje de romanos, incluido luego el terrible sacrificio de prisioneros a los dioses germanos. Un soporte de penacho de un casco de centurión apareció junto a un trozo de mandíbula, un cráneo mostraba espeluznantes heridas de espada. Incluso se encontraron (y se exhiben), restos de las acémilas que empleaban las legiones aniquiladas, así como testimonios de la vida cotidiana de los soldados.

Manfredi, que recorre la exhibición sobrecogido, recuerda que los objetos son solo lo que quedó tras el minucioso pillaje de los vencedores. Y señala que la escasez de material propiamente germano se explica porque su equipo era más somero (era tradición combatir desnudo, empuñando la temible framea, la lanza germana) y los que portaban equipamiento Premium es porque éste era precisamente de factura romana (arrebatados en los puestos de vigilancia sobre el territorio). En una vitrina se muestra la famosa e inquietante máscara de jinete romano hallada en las excavaciones y que, multiplicada en reproducciones y postales, se ha convertido en el omnipresente icono del museo y de la batalla de Teutoburgo. La Historia misma parece mirar a través de sus ojos vacíos. Originalmente estaba revestida de una capa de plata que le fue arrancada. “Generalmente se usaban para ejercicios de equitación, no sabemos por qué la llevaría un combatiente”, apunta Manfredi, que hace aparecer la máscara en su novela y que se ha probado una réplica en la tienda. Richard Helmer, experto en reconstrucción facial (identificó los huesos de Mengele) ha realizado un molde del rostro que se escondía tras la máscara.

Foto: Manfredi, en la terraza del museo de Kalkriese.

En el centro de la sala principal se despliegan las tres legiones en miniatura para que te hagas un efecto de cómo era el inmenso ejército de Varo en formación de marcha: una columna de 20 kilómetros de largo: cuando los últimos salían de un campamento los primeros ya estaban construyendo el siguiente. Mantener la capacidad operativa y las comunicaciones con esa extensión en un paisaje accidentado, sufriendo ataques sorpresa y con mal tiempo (hubo grandes tormentas, “horribile caelum”, dice Manfredi citando a Tácito), resultó tarea imposible, incluso para los romanos. Varo pagó el exceso de confianza, considera Manfredi, al dejar en manos de los auxiliares germanos, mandados por el propio Arminio la misión de explorar y detectar posibles peligros para las legiones, lo que era como confiar al zorro el cuidado de las gallinas. El general creía que Germania estaba ya pacificada, y no solo sometida, y se fiaba completamente del príncipe querusco romanizado, que hablaba latín y hasta poseía el rango ecuestre. No se dio cuenta de que se metía en una trampa.

“En formación de marcha y en ese terreno, boscoso y embarrado por las lluvias, la máquina de guerra de las legiones no pudo desplegarse y se vio atascada”, explica Manfredi, al corro que se ha formado espontáneamente a su alrededor; “una fuerza invencible en orden abierto se convirtió en muy vulnerable”.

Foto: Las legiones de Varo en miniatura en el Museo de Kalkriese.

El museo barre un poco para casa (al cabo la batalla ha sido uno de los elementos míticos de la construcción del imaginario del nacionalismo alemán) al enfatizar cómo los germanos lograron resistir y hasta vencer al imperio romano, que entonces contaba con 38 legiones, 11 flotas, 7.000 ciudades, 100.000 kilómetros de calzadas, y 70 millones de habitantes, una tercera parte de la humanidad. Pero Arminio, el gran líder pangermánico, aunque parte de la historiografía alemana lo ha reivindicado como un libertador y Hitler lo calificó de “el gran arquitecto de nuestra libertad”, no deja de ser un personaje complejo. “Es un héroe difícil de manejar”, recalca Manfredi. “Se lo puede ver como un traidor doble, primero a los suyos, a los que combatió como oficial de las tropas auxiliares romanas, y luego a sus camaradas de las legiones: es un ciudadano romano que crea una emboscada fatal a su propio ejército”. A Manfredi, pese a convivir con él toda una novela, no le es muy simpático el querusco.

Salimos del museo hacia la Killing zone. Seguimos un pequeño sendero en el bosque empedrado con planchas de metal cuadradas que sugieren escudos romanos o lápidas. De los árboles penden algunas cuerdas para trepar y columpiarse, a fin de amenizar la visita a los niños, pero que causan un efecto perturbador; crees ver a los germanos emboscados o los cadáveres de los prisioneros romanos ofrecidos a Wotan colgados de las ramas. Manfredi no resulta muy tranquilizador evocando la matanza. “Había una tempestad, caían árboles derribados por los rayos, el suelo estaba enfangado. De repente surgió el clamor de los bárbaros escondidos en la colina”. Es como visionar las primeras escenas de La caída del imperio romano o Gladiator. Pero aquí los germanos ganan por goleada. Los soldados se vieron atacados por el flanco, desde la altura, apelotonados en el estrecho paso que dejaba el muro disimulado con vegetación en un lado y los pantanos en el otro”.

Hoy el lugar, el campo llamado Oberesch, está muy cambiado. Hace solete y canta un petirrojo. Los pantanos de antaño son una amable y extensa planicie cubierta de hierba y diente de león, excepto una pequeña porción que, con cañas e inundada artificialmente, permite imaginar cómo era el terreno en el que lucharon y murieron los romanos. Nos acercamos al talud germano reconstruido. Frente a él se indica el lugar del hallazgo de una asombrosa cantidad de elementos, incluida la máscara, trozos de armas, y restos humanos. Los legionarios, apunta Manfredi, probablemente trataron de escalar el letal terraplén componiendo la testuto valaria, la tortuga para escalar muros, protegiéndose con los escudos y subiendo una fila de soldados sobre los de los compañeros (espero que no quiera que lo probemos: seguro que me toca a mí debajo). En todo caso, no sirvió. El autor evoca in situ, de manera impresionante -como en su novela- a las tropas romanas diezmadas, apretados los legionarios escudo con escudo, hombro con hombro, los gladios en la mano, protegiendo sus enseñas alzadas, resplandecientes fugazmente los golpeados y ensangrentados cascos y corazas por la iluminación fugaz de un relámpago. “No les quedaba más que coraje”.

Foto: Restos humanos con marcas de heridas de armas en el Museo de Kalkriese.

En el cielo vuelan muy alto tres rapaces. ¿Serán las águilas perdidas de las legiones? Los germanos capturaron las preciosas insignias, incluida la que trató de esconder sumergiéndola en el pantano su portador. “Se tardó años en recuperarlas las tres, y con ellas el honor de Roma”, recuerda Manfredi. “Los germanos las habían depositado en los altares de sus dioses”.

Tras hacer Manfredi su ofrenda floral y picarme yo con una ortiga (¡herido en Teutoburgo!) al tratar de coger lo que me parecía un denario romano y que resultó ser una chapa de cerveza, regresamos cabizbajos. Como reliquia me he llenado los bolsillos con tierra del lugar, tierra que una vez estuvo empapada de sangre, me parece más emotivo que un pin. “Esto fue el Vietnam de Roma”, comenta el novelista. “Y el fin de un sueño de imperio universal, Augusto no buscaba llevar la frontera hasta el Elba, 600 kilómetros al este del Rin, sino más allá, hasta el confín del mundo conocido”. Manfredi acaba el paseo como su libro: “Con la batalla de Teutoburgo Roma perdió Germania, y Germania perdió Roma”.

Fuente: Jacinto Antón | El País, 16 de julio de 2017

Pillan a un turista español CAGANDO en las ruinas de Pompeya

Casa de Menandro. El baño, al fondo a la derecha.

Un turista español de 80 años fue sorprendido por los vigilantes de la Casa de Mendrano, uno de los domus mejor conservados de las ruinas de Pompeya, mientras defecaba tras el parapeto de su esposa, colaboradora necesaria en la tropelía, según informa el diario italiano Il Matino di Napoli.

‘Shock en Pompeya: turista se siente mal y hace sus necesidades en un domus’, titulaba la noticia el rotativo napolitano, que ilustra la crónica con una remilgada imagen pixelada del cuerpo del delito. “La avanzada edad del hombre (80 años), que sufre de incontinencia, unido al calor sofocante y al almuerzo ingerido, no precisamente ligero” provocó que el hombre se viera obligado a evacuar urgentemente, y no encontró mejor lugar que a la sombra de los frescos de la Casa de Menandro, llamada así por la imagen del poeta griego que decoraba la casa.

La deposición fue posible gracias a la complicidad de la esposa del turista incontinente, que bloqueó la entrada al domus al resto de los turistas del grupo, alegando excusas incoherentes. Esta actitud resultó sospechosa para el vigilante de seguridad del resto arqueológico que irrumpió en la estancia y halló esta “desagradable escena”, según el Il Matino: “El anciano con los pantalones a media asta y en cuclillas”, en inequívoca postura de alivio. “Incrédulo y asqueado”, el guardia avisió a los agentes del puesto militar de Scavi, encargado de salvaguardar las valiosas ruinas.

Los carabinieri creyó en un primer momento que se trataba de un malentendido. Sin embargo, “la prueba maloliente” no hizo sino constatar la consumación del delito. La desagradable escena tuvo lugar horas antes de la llegada a Pompeya de los ministros Dario Franceschini y Claudio De Vicenti con motivo de la inauguración de la nueva ruta bajo la luz de la luna ‘Una noche en Pompeya’ (y un mojón). El hombre ha sido denunciado por atentar contra un monumento nacional.

Por suerte, la erupción del Pompeya no pilló al abuelo cagando porque si no hubiera pasado a la posteridad con tanta gloria como este anónimo (y dudoso) onanista:


Visto en Il Matino di Napoli, vía L’arte di guardare l’Arte.

Descubren nuevos indicios de canibalización en Atapuerca

Dos investigadoras clasifican las piezas encontradas en la excavación. - RAÚL G. OCHOA

Bajo la cueva sepulcral del Calcolítico que se ha excavado en los últimos años en el yacimiento de El Mirador, en Atapuerca, se ha encontrado un nuevo proceso de canibalización. «Estamos excavando estos días, bajo la cueva sepulcral, un nuevo nivel con restos humanos canibalizados», señalaba al respecto el responsable de la excavación, Josep María Vergés. Se trata del cuarto fenómeno de canibalización que se ha podido determinar en Atapuerca.

El más antiguo se refiere a las piezas de Homo sp, de 1,3 millones de años, que aparecieron en Sima del Elefante. Las piezas canibalizadas más señeras de Atapuerca son las de Homo antecessor que se encontraron en Gran Dolina con entre 900.000 y 800.000 años de antigüedad. Entre los fósiles encontrados había muchas piezas de ejemplares inmaduros. En el sondeo vertical que durante años se realizó en Mirador habían aparecido unos restos de cráneos con la calota, la parte superior de la cabeza, cortada. Además los huesos de estos cráneos habían sido hervidos en un proceso que entienden ritual. Estos procesos se llevaron a cabo hace 3.900 años, en la Edad del Bronce Antiguo.

Mil años después, o un poco más a la espera de contar con dataciones y estudios de laboratorio sobre los restos que ahora se están excavando, se sitúa este segundo proceso de canibalismo en Mirador.
«Lo que estamos encontrando son restos de todo el esqueleto que no recibieron un trato especial, se trataron como restos de consumo y aparecen junto a otros restos de consumo, pero creemos que, como los cráneos, tiene que haber algo de ritual», señaló Vergés (izquierda). En concreto aparecen huesos canibalizados de ejemplares inmaduros, alguno niño de entre dos y tres años, pero la mayoría se encuentran entre los 10 y los 12, dado que la epífisis no aparece soldada y es un fenómeno que se produce a los 16 años. «Todo apunta a que son inmaduros, pero para conocer algo más hay que esperar los estudios de los especialistas para saber el género, la edad...», destacó el responsable de la excavación.

Estos trabajos se realizan en la zona derecha del yacimiento donde se ha excavado un sepulcro durante las últimas campañas. Aún en la presente aparecen restos de cráneos apilados en las paredes de la cueva, porque «lo que hacían era colocar el cadáver en el centro de la cavidad con su ajuar y al resto los apartaban a los bordes de la cueva». De ahí que aún aparezcan restos.
De forma paralela también se bordean los 5.000 años en la excavación situada a la izquierda. Allí se encuentran en la actualidad analizando restos de estiércol quemado. «Era algo habitual en aquellos tiempos, cuando aún no se aprovechaba el estiércol para abonar los campos, lo tienen como residuo y lo que buscan es eliminarlo lo más rápido posible, quemándolos se reducen en un 90%», destaca.

Foto: Entrada de la Cueva El Mirador.

De forma paralela a la investigación se busca abrir la cueva. En la parte derecha se gira hacia el exterior de las cavidades donde todo parece indicar que hay una cueva colmatada más antigua. En el lado izquierdo prosiguen hasta el interior del sistema kárstico de la sierra, llegando a alguna de las cavidades no colmatadas hasta el techo que puedan dar lugar a nuevos espacios de uso de Homo heidelbergensis o neandertales.

Fuente: elcorreodeburgos.com | 14 de julio de 2017

Las Termas de Diocleciano exhiben desde hoy el relieve completo del "Mitra Tauroctonos"

Las romanas Termas de Diocleciano exhiben desde hoy un relieve del siglo III d.C que representa al dios Mitra matando a un toro, una pieza ahora recompuesta gracias al hallazgo de las últimas partes extraviadas.

El relieve fue expuesto hoy al completo, después de que los Carabineros (policía militarizada) entregara al Museo Nacional Romano la última pieza desaparecida, que corresponde a la mano izquierda de la deidad y al morro del animal.

Se trata de un relieve en mármol de Carrara descubierto en 1964 durante unas obras en el municipio romano de Tor Cervara pero dividido en 57 fragmentos, explicaron los Carabineros en un comunicado.

Una vez que los expertos y las autoridades recompusieron la pieza arqueológica llegaron a la conclusión de que representaba al dios Mitra mientras mata a un toro. Esto a pesar de que en la composición faltaba la cabeza de la divinidad y el morro del animal.

Así, incompleto, fue ubicado en 1965 en las Termas de Diocleciano de la capital italiana hasta que se descubrió que una exposición en el museo de la ciudad alemana de Karlsruhe (sudoeste) en 2013 tenía una pieza de mármol que podría pertenecer al relieve de Tor Cervara.

Era la cabeza del dios que, tras confirmarse su procedencia y gracias a una serie de acuerdos entre las autoridades italianas y alemanas, fue devuelta a Roma e integrada a la composición.

Por último, en febrero de este mismo año, los Carabineros se incautaron de una serie de bienes en un anticuario de Cagliari (isla de Cerdeña), entre ellos un relieve marmóreo en el que se apreciaba el morro de un animal y una mano izquierda.

Finalmente se descubrió que se trataba de la última pieza del relieve descubierto en 1964 y, tras su incautación, las autoridades investigan si el dueño del anticuario incurrió en un delito de encubrimiento de bienes.

El "Mitra Tauroctonos", que representa a dicho dios de origen persa y vinculado al sol, cuenta con unas dimensiones de 2,5 metros de ancho por 2,20 metros de alto y tiene un valor estimado de unos dos millones de euros, según el cuerpo policial italiano.

Fuente: EFE, Roma | El Diario, 14 de julio de 2017

Los teatros griegos ya disponían de una moderna escenografía hace más de 2.000 años

Foto: Teatro de la antigua Mesene [Credito: © Oleg Znamenskiy/Shutterstock]

Los antiguos griegos son los padres del teatro tal y como lo conocemos. Pero, poco a poco, se va descubriendo que algunos de los adelantos técnicos que están presentes en los modernos escenarios, tampoco eran ajenos para ellos. Así se desprende de un estudio realizado por arquitectos de la Universidad Kumamoto, en Japón y, según el cual, algunos teatros helenos ya disponían de escenarios móviles.

Foto: Plano y foto del teatro de Mesene. Kumamoto University

Los autores de la investigación han estado estudiando las ruinas del teatro de la antigua ciudad griega de Mesene, y han descubierto una extraña hilera de piedras que también está presente en otro teatro situado en el territorio de la antigua Esparta.


Los análisis realizados demuestran que esas piedras eran usadas como apoyos para transportar diversos escenarios, que se situaban sobre el principal. Existían documentos escritos que apuntaban a esa posibilidad, pero hasta ahora, nunca se había encontrado una prueba material de que fuera realmente así.
Foto: Localización de Mesene. Kumamoto University

Los investigadores han llegado a la conclusión de que tanto el escenario como el llamado proscenio (una pieza situada entre el escenario principal y el foso de la orquesta), eran móviles. Y, aunque todo indica que disponían de ruedas, debió ser necesario un gran despliegue de fuerza para poder moverlos.


Fuente: EurekAlert | Vicente Fernández | Quo.es, 13 de julio de 2017

La arqueología reescribe el mito de los habitantes de Isla de Pascua

Un nuevo estudio asegura que contrariamente a las historias que se cuentan antes de la llegada de los europeos en el siglo XvIII, los isleños cultivaban y pescaban con más eficacia de lo que se creía.

Cuando los europeos arribaron a la Isla de Pascua en el siglo XVIII, encontraron un paisaje estéril. La historia dice que para transportar y elevar a los moais, los habitantes derribaron la mayoría de los árboles del lugar para usarlos como rodillos y utilizaron el resto como combustible, dejando a las tribus en una lucha interna por los pocos recursos disponibles.

Así, además de los moais, la Isla de Pascua se hizo conocida por el mito de una civilización aislada que se destruyó a sí misma a través de la imprudencia y el mal uso de los recursos naturales. Sin embargo, un nuevo análisis arqueológico podría reescribir la historia.

“Tradicionalmente se cuenta que con el tiempo, la gente de Rapa Nui consumió sus recursos y empezó a quedarse sin comida”, afirma Carl P. Lipo, coautor del estudio y antropólogo de la Universidad de Binghamton. “Uno de los recursos que supuestamente utilizaban eran los árboles que crecían en la Isla. De éstos se fabricaban canoas, y como resultado de la falta de canoas, comenzó a sucumbir la pesca. Por ello empezaron a depender de la tierra, y la productividad disminuyó por la erosión del suelo, derivando en una catástrofe con las cosechas”.

Para obtener una mejor comprensión del alimento empleado por los antiguos isleños, un equipo de la Universidad de Binghamton analizó restos humanos, animales y vegetales de 1400 dC. El análisis de los isótopos de carbono y nitrógeno del colágeno en los huesos pudo revelar la dieta de aquél entonces, y se comparó con un proceso similar de las plantas marinas, buscando conocer de dónde venía su comida.

La investigación, publicada en el American Journal of Physical Anthropology demostró que aproximadamente la mitad de las proteínas que consumían los Rapa Nui provenían de fuentes marinas, lo que implica que pescaban más consistentemente y por un período más largo de lo que se creía. Al mismo tiempo, los alimentos que cultivaban en la tierra eran más productivos de lo que se pensaba, y los análisis ambientales mostraron que sabían cómo mejorar los suelos poco fértiles.

“Descubrimos la existencia de una importante dieta marina, lo que evidencia que no sólo obtenían sus alimentos de los recursos terrestres”, afirma Lipo. “También aprendimos que lo obtenido de los recursos terrestres provino de suelos muy trabajados, y que los isleños enriquecían los suelos para los cultivos”, agregó.

“Esto reafirma estudios anteriores que señalaban que estas personas enriquecían los suelos mediante la adición de sus propios fertilizantes, y que la pérdida de los bosques no fue realmente una catástrofe”, sentencia.

No se trata del úncio estudio relacionado a la isla antes de la llegada de los europeos en 1722. En febrero de 2016, una investigación también realizada por el mismo equipo de antropólogos afirmó que en ningún caso sus habitantes estuvieron en guerra por los recursos, y que la gran cantidad de piedras triangulares encontradas a lo largo de toda la isla, conocidas como “puntas de flecvha”, en realidad eran utilizadas para la agricultura y no como armas.

Fuente: Newswise