Los primeros homínidos de Atapuerca también se alimentaban de vegetales

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Foto: Ana Mateos

Un equipo de científicos del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), liderado por los doctores Ana Mateos y Jesús Rodríguez, acaba de publicar un artículo en la revista Journal of Anthropological Archaeology donde demuestra que la recolección de bellotas en los ecosistemas mediterráneos de hace alrededor de 300.000 años, resultaba más eficaz, energéticamente hablando, que el aprovechamiento de los recursos animales.



Para llevar a cabo su investigación, los autores de este artículo diseñaron un estudio de energética experimental con mujeres en el entorno de la Sierra de Atapuerca (Burgos). Las voluntarias simulaban la recolección de bellotas en dos localizaciones: una, en el entorno de Cueva Mayor, y otra, en las orillas del río Arlanzón.

Otra parte del estudio se llevó a cabo en el Laboratorio de BioEnergía del CENIEH, donde se observó que el tamaño corporal de la muestra de mujeres participantes se correspondía con la estimada para la población femenina del yacimiento de la Sima de los Huesos.

La actividad de recolección de unos 3 kilogramos de bellotas en una hora apenas supone un gasto energético de unas 300 kilocalorías, en una actividad física de carácter moderado. El retorno calórico de estos nutritivos frutos representa, aproximadamente, unas 11.600 Kcal y sería suficiente para cubrir las necesidades de cuatro personas durante un día.

“Para las poblaciones humanas del Pleistoceno, que dependían de su entorno para sobrevivir, una explotación eficiente de los recursos resultaba esencial para mantener un buen balance energético entre la ingesta de alimentos y el gasto energético de sus actividades diarias”, explica Ana Mateos.

Abundante y fácil de almacenar

Además de su aporte calórico y de sus virtudes nutricionales, las bellotas, en particular la bellota dulce producida por la encina (Quercus ilex rotundifolia), resultarían muy atractivas para las poblaciones paleolíticas al poder ser consumidas sin ningún procesado previo, por su abundancia en un ecosistema adehesado como el que, probablemente, existía en Atapuerca hace 300.000 años, y por ser de fácil almacenaje durante los meses de invierno.

Otra ventaja de este recurso frente al consumo de carne sería el escaso riesgo que supondría su obtención, en comparación con la caza o el carroñeo de grandes animales. “Este estudio no viene a cuestionar la importancia del consumo de carne, grasa y otros productos de origen animal para las poblaciones paleolíticas, pero sí pretende poner en evidencia la importancia de los recursos vegetales en la dieta de los homínidos del Pleistoceno, unos alimentos que no suelen ser considerados en este tipo de estudios porque su consumo no deja huella en el registro arqueológico”, comenta Jesús Rodríguez.

Fuente: rtvcyl.es | 16 de enero de 2017

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