Tras las huellas de Marco Polo en Omán

Las ruinas arqueológicas de Al Baleed, en Salalah

Las ruinas arqueológicas de Al Baleed han sido reconocidas como Patrimonio Mundial de la Unesco

Abrazando la costa sur de la Península Arábiga, la provincia de Dhofar se erige como un mundo aparte de Omán. Separada del resto del sultanato por más de mil kilómetros de desierto pedregoso, su historia e identidad también han crecido siempre de manera autónoma, despertando el interés de historiadores y arqueólogos todavía en la actualidad.

La región meridional del país se gestó en su día un nombre propio gracias al gran potencial comercial que la vinculó a la India, China, Yemen, Egipto, Irak y Europa, a las que exportaba caballos y sobre todo incienso, uno de los negocios más rentables de la región y que le ha valido el nombre de Frankincense Land, la tierra del incienso.

Al Baleed, cuyos dos kilómetros cuadrados de ruinas arqueológicas constituyen Patrimonio Mundial de la Unesco, fue precisamente una de las ciudades portuarias más importantes a través de las que, entre el siglo VIII y XVI, se intercambiaban bienes con el resto del mundo.


En su firme convicción por resucitar lo que en su día constituyó una de las culturas más cosmopolitas de Arabia, el sultán Qaboos bin Said dio luz verde ocho años después de derrocar a su padre a las excavaciones que desde 1978 han reconstruido parte de la muralla y que con la ayuda de la Universidad de Pisa, entre otros, investigan ahora las ruinas del parque arqueológico, dejando al descubierto los restos de un cementerio, la ciudadela, el puerto y algunas casas residenciales. «Se pueden apreciar unas leves diferencias en el material de la muralla, abajo el antiguo, arriba el más nuevo», asegura Abdullah Al Mahri, supervisor del Frankincense Land Museum, que capitaliza actualmente los antiguos vestigios con una pinacoteca en el recinto.

Situada al este de Salalah, con vistas al mar y un «khor» (reserva de agua dulce), su épica atrajo al explorador marroquí Ibn Battuta o al famoso mercader veneciano Marco Polo, que reseñó su paso por la urbe que linda con el Océano Índico en 1285, describiéndola como «una ciudad próspera y uno de los principales puertos, además de un centro comercial en pleno auge», explica Al Mahri. 


Pero estos no fueron los únicos que se asombraron con la envergadura del asentamiento, rodeado de una muralla con tres puertas. El viajero chino Ene Jokao también escribió sobre la importancia del incienso para la ciudad, e investigaciones a las que alude Al Mahri hacen referencia a la ciudad china de Quanzhou, a la que «habría exportado 174.337 kilos de la resina». El entomólogo H. J. Carter alabó, por su parte, su arquitectura rectangular y «su gran mezquita», un gran edificio que en su día estuvo rodeado de balcones y del que ahora solo se conservan columnas. 

Pero ni siquiera la protección de la fortaleza impidió los continuos ataques, que la destruyeron parcialmente durante el siglo XIII. Doscientos años después, los cambios radicales que la modernidad impuso en los patrones de comercio, sustituyendo la hegemonía de la Ruta del Incienso oriental por el auge de los itinerarios comerciales en naciones europeas como Portugal, sentenciaron el destino de la ciudad.

Las ruinas de la que fuera una de las urbes más importantes de Oriente se extienden ahora por la región camufladas con el color arena del resto de la provincia de Dhofar. Los recuerdos de lo que un día fue único, como las piedras y argamasilla de sus murallas, yacen deterioradas con el paso del tiempo. El estandarte de la Ruta del Incienso y de la cultura cosmopolita árabe, relegado a un monumento a la memoria.

Fuente: ABC

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León rescata la Legio VI

Los restos de barracones en la trasera de la Casona de Puerta Castillo que se han limpiado. SECUNDINO PÉREZ -

El solar arqueológico de Santa Marina será visitable en breve. Un viejo proyecto guardado en el cajón desde hace años que pronto verá la luz. La parcela, que aloja en su interior restos de la Legio VI, la Legio VII y la antigua iglesia de Santa Marina, se ha librado de maleza. El Ayuntamiento ha invertido aquí 100.000 euros para acometer los trabajos de limpieza.

Hasta ahora, parte del yacimiento permanecía tapado para asegurar la buena conservación de los restos romanos. Tras restaurar todo el solar está previsto que se acristale con el fin de mostrar con toda dignidad los restos de parte de los tres campamentos que las legiones VI y VII asentaron en la ciudad. El primero se construyó a finales del siglo I antes de Cristo; el segundo —también conocido como Julio Claudio— permaneció en la zona hasta el año 70 después de Cristo —momento en que la Legio VI se marchó de Hispania—; y el tercero —ya de la Legio VII— mantuvo su actividad hasta finales del siglo IV.

Paralelamente se están llevando a cabo los trabajos de restauración de la cara interna de la muralla, desde este enclave hasta el convento de las clarisas, un lienzo de unos 900 metros cuadrados. Cuando se acceda a la muralla, en el futuro tramo paseable del adarve —de unos 88 metros de longitud—, los visitantes ya no verán maleza, sino unos restos limpios donde en su día se asentaron los barracones de la Legio VI. Uno de los enclaves más ricos desde el punto de vista arqueológico.

Los restos tal y como se encontraban hace unos meses. SECUNDINO PÉREZ

Lucy, “desde el cielo con sus diamantes”


Corría el mes de noviembre de 1974 cuando el paleoantropólogo Donald Johanson encontró los restos fósiles de un pequeño hominino en el antiguo cauce de un arroyo de la localidad de Hadar, en Etiopía. No fue el único hallazgo. Aquel año, el equipo de Johanson obtuvo una colección impresionante de fósiles de homininos en los sedimentos del valle del río Awash, en el llamado triángulo de Afar. La cronología del nivel geológico fosilífero se estimó en torno a los 3,2 millones de años. La colección de fósiles obtenida por el equipo de Johanson se combinó con los hallados por el equipo de Timothy White en la localidad de Laetoli, en Tanzania, para formar una nueva especie: Australopithecus afarensis. Esta especie se publicó tres años más tarde, tras un estudio complejo y no pocos debates. Se trataba de los homininos más antiguos de la genealogía humana descubiertos hasta ese momento.

Los restos encontrados por Johanson en el cauce de aquel arroyo representaban aproximadamente el 40% de los huesos del esqueleto de un individuo de poco más de un metro de estatura, identificado con las siglas A.L 288-1. Su peso no habría superado los 30 kilogramos. Gracias a las características de la pelvis, el individuo fue catalogado como una hembra de su especie. Como sabe todo el mundo, aquel esqueleto parcial pasó a la historia de la ciencia con el nombre de Lucy, uniendo su hallazgo a la letra de una las canciones clásicas de los Beatles. Siendo entonces uno de los restos fósiles más antiguos de nuestra genealogía, Lucy fue calificada como la “madre de la humanidad”.

Aunque la antigüedad de la especie Australopithecus afarensis ha sido superada con holgura por otras especies de homininos, Lucy nunca dejará de ser uno de los grandes hitos de la paleoantropología. Ni tan siquiera el hecho de que esta especie haya sido considerada como el origen de las especies del género Paranthropus ha restado interés al fósil A.L. 288-1. Recordemos que los parántropos representan un linaje separado del tronco principal de la genealogía humana, extinguido hace aproximadamente un millón de años. Así que Lucy y los suyos no estarían en la línea directa que condujo hacía la humanidad actual.

En 1981, Donald Johanson y el periodista científico Maitland Edey publicaron un libro titulado “Lucy. The Beginnings of Humankind”, que en 1982 se tradujo al castellano con el título de “Lucy. El primer antepasado del Hombre”. Aquel libro consiguió mezclar perfectamente los datos científicos con las aventuras de quienes encontraron los fósiles en las duras condiciones de los cálidos y secos parajes africanos del cauce del río Awash. La publicación de este libro fue un verdadero revulsivo para la divulgación de los orígenes de la humanidad e hizo famosa a la vieja Lucy. Los restos de A.L. 288-1 no pueden faltar en ninguna exposición sobre evolución humana y cualquier estudio de este hominino despierta un enorme interés.


El paleoantropólogo Donald Johanson, junto a los restos fósiles de A.L. 288-1 (Lucy), que recuperó en 1974 en Hadar, Etiopía. Tomada de www.forbes.com.

Es por ello que la revista Nature ha recogido en sus páginas la investigación sobre las posibles causas de la muerte de Lucy. El investigador John Kappelman (Universidad de Texas) ha liderado un estudio con las modernas técnicas de microtomografía computerizada (micro-CT), aprovechando que los restos de Lucy habían viajado a los Estados Unidos para una exposición. Era la oportunidad para analizar de nuevo los fósiles de Lucy con imágenes de altísima resolución, que han permitido observar lo que el ojo humano no puede ver a simple vista. Aunque los huesos de Lucy presentan roturas producidas durante los más de tres millones de años que estuvieron enterrados, Kappelman y sus colaboradores han localizado fracturas en varios de los huesos fosilizados, presuntamente producidas en el momento de la muerte de Lucy (fracturas perimortem).

El estudio ha sido realizado con una minuciosidad propia de los forenses más famosos de las series televisivas. El texto del artículo publicado en Nature explica con todo lujo de detalles la localización de las fracturas, su naturaleza y el posible orden en el que se produjeron. Todo ello permite a los autores presentar un escenario plausible de los hechos que causaron el fallecimiento de Lucy. Para estos investigadores, Lucy murió tras una caída desde cierta altura. Las últimas fracturas se produjeron en la cabeza de los húmeros y en la escápula derecha cuando Lucy trataba de amortiguar el golpe. También se fracturó la mandíbula en el último golpe de su cabeza al chocar contra el suelo.

Tras esa descripción, Kappelman y sus colaboradores recuerdan estudios previos sobre el paisaje que se podía ver en la región de Hadar hace tres millones de años. Los datos paleoecológicos han señalado siempre la existencia de bosques frondosos durante el Plioceno en esa región del este de África. Aunque el bipedismo de la especie Australopithecus afarensisestá perfectamente demostrado, su esqueleto postcraneal todavía presenta adaptaciones que sugieren capacidades trepadoras. En efecto, Lucy podría trepar con enorme facilidad gracias a esas adaptaciones y a su tamaño y peso tan reducidos. Seguramente podía buscar alimento en las copas de los árboles y, como sugieren los autores del trabajo, los miembros de Australopithecus afarensis pudieron dormir entre la ramas más altas como hacen otros primates.

El trabajo de Kappelman y sus colaboradores es impecable. No obstante, estos autores terminan por presentar sus resultados como una evidencia adicional de la existencia de bosques frondosos y de árboles elevados en aquel tiempo y en aquella región. El escenario imaginado precisa esos elementos si ó si. Así que su magnífico trabajo forense acaba por diseñar el escenario perfecto para explicar la muerte de Lucy. Este final es comprensible, porque permite redondear la investigación con una salida espectacular. Pero, cuidado, la presunta caída de Lucy desde las alturas no es una evidencia paleoecológica. Aunque los autores utilizan siempre el condicional, todos nos quedamos con la idea de que Lucy se cayó de un árbol mientras comía o se echaba una buena siesta.

Por otro lado, la revista Nature publica aquellas investigaciones que mueven las fronteras del conocimiento. Apenas un 2% de los trabajos que se envían a esta revista terminan por ser aceptados tras una minuciosa revisión. La magnífica investigación de las posibles causas de la muerte de Lucy es muy interesante y puede ser motivo de un nuevo libro. Pero las fronteras del conocimiento no se han movido con este trabajo. Pero Lucy siempre puede dar una buena publicidad a una editorial científica que, lo queramos o no, también es un gran negocio.

Fuente:quo.es | 6 de septiembre de 2016

Arqueólogos chinos restauran una valiosa corona de 1.400 años de antigüedad


Un equipo de arqueólogos chinos ha restaurado una corona real de hace 1.400 años que perteneció a la esposa de Yang Guang, también llamado Emperador Yang de Sui, el segundo y último monarca de la breve dinastía Sui (581-618).

La corona se encontró en 2012 en la tumba de la reina, conocida como emperatriz Xiao, situada en Yangzhou, en la provincia oriental de Jiangsu.

Se trata de la corona de reina más antigua hallada en China.

Los arqueólogos la descubrieron en una caja de madera podrida próxima al ataúd de la reina y la enviaron a un laboratorio de restauración de reliquias dependiente de Instituto de Protección de Reliquias Culturales de la provincia noroccidental de Shaanxi.

Yang Junchang, profesor de la Universidad Industrial del Noroeste y director del proyecto de restauración, explicó que su equipo apartó cuidadosamente los filamentos de cobre de la corona, centímetro a centímetro, para recuperar 13 motivos decorativos en forma de flor.
Las flores están hechas de alambres bañados en cobre, son muy delicadas y muestran nítidamente tallos, pétalos y estambres. La decoración es de color dorado y titila con el movimiento.
La corona está hecha de diversos materiales, entre ellos alambre de bronce, oro, perlas, algodón y seda.

Shu Jiaping, director del Instituto de Arqueología de Yangzhou, indicó que el estudio en el laboratorio ayudó a redescubrir los materiales y las antiguas técnicas empleadas para facturar la corona real.

Fuente: XI'AN, 6 de septiembre de 2016 (Xinhua)