¿Quién fue el culpable del fraude de Piltdown?

El pasado 10 de agosto de tuvimos ocasión de leer la enésima versión sobre el caso del fraude de Piltdown en la revista británica Royal Society Open Science. El articulo estaba firmado por un numeroso grupo de científicos, encabezado por Isabelle De Groote. Siendo una revista abierta es posible acceder al contenido de este trabajo, que recomiendo a quienes tengan interés por este caso.

En enero de 2015 escribí dos posts sobre el fraude de Piltdown en este mismo blog, que resumían todo el asunto desde el hallazgo de los restos hasta la enorme decepción por el engaño. El hallazgo de Piltdown tuvo una enorme importancia en la paleoantropología de la primera mitad del siglo XX, a pesar de que más de un siglo después las conclusiones de quienes realizaron el estudio nos parezcan pueriles. La autoría del engaño ha sido siempre un enigma, porque los posibles culpables fueron falleciendo incluso antes de que se detectara la falsificación en los años 1950s.

En 1912 los expertos en evolución humana (la mayoría europeos) recibieron con estupor y entusiasmo el hallazgo de varios fósiles de vertebrados, entre los que destacaba un cráneo parcial humano, en la cantera de Piltdown, en el condado de Sussex y no lejos de Londres. El hallazgo fue realizado por los obreros de la cantera. Todo entraba dentro de lo normal, puesto que los hallazgos de aquella época siempre eran fruto de la casualidad y no de una búsqueda bien organizada y con método científico. Los restos fueron entregados a Charles Dawson (1864-1916), aficionado a la arqueología y la paleontología, pero con un reconocido curriculum científico. Las primeras exploraciones en la cantera fueron dirigidas por él. A tenor de la posible importancia del hallazgo, muy pronto se implicaron en la excavaciones y en las investigaciones varios profesionales. Los figuras más importantes unidas al nombre de Piltdown fueron el antropólogo sir Arthur Keith (1866-1955), que se ocupó de la descripción de los fósiles humanos, el paleontólogo y conservador de geología del Museo Británico, sir Arthur Smith Woodward (1864-1944) y el arqueólogo y anatomista australiano sir Grafton Elliot Smith (1871-1937), que ocupaba su cargo en el “University College” de Londres. También se unieron a los trabajos de excavación y estudio el jesuita Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) y Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930), cuyo domicilio estaba muy próximo a la cantera de Piltdown y que formaba parte de la misma Sociedad de Arqueología que Charles Dawson. Por uno u otro motivo, todos ellos han sido considerados sospechosos del fraude.


Recordemos que el cráneo humano de Piltdown estaba formado por la perfecta combinación entre un neurocráneo moderno y una mandíbula de aspecto muy primitivo, que resultó pertenecer a un orangután. Sir Arthur Keith bautizó este hallazgo con el nombre de Eoanthropus dawsoni en honor de Charles Dawson. Aquel fósil representaba el perfecto eslabón perdido, tan buscado desde finales del siglo XIX. También recordaremos que en los años 1950s se descubrió el enorme fraude, bien guardado en la caja fuerte del Museo Británico y a salvo de quienes habían querido revisar los fósiles. Pero el avance de la paleoantropología había sido rápido y quienes se oponían a la revisión estaban ya retirados y a punto de fallecer. El cráneo de Pildown no encajaba bien en los esquemas evolutivos de los años 1950s y el mito del eslabón perdido se había derrumbado.

Isabelle De Groote y sus colegas ha realizado un nuevo análisis de los restos, empleando técnicas modernas, que incluyen el análisis de ADN, mediciones de alta precisión, espectroscopia y antropología virtual. Sus conclusiones apuntan a un único falsificador, y son contrarias a la hipótesis de la conspiración organizada. Para estos investigadores el principal sospechoso es Charles Dawson, que parecía tener los conocimientos y la habilidad necesaria para preparar el engaño. Dawson era conocido por su ambición, que le llevó a realizar otras falsificaciones. Su muerte prematura en 1916 dejó el material encontrado en manos de los profesionales.

En el trabajo firmado por Isabelle De Groote y sus colegas parece que la paleoantropología y la arqueología británicas quedan a salvo de toda culpa. Pero si las conclusiones de estos investigadores son correctas, los profesionales de aquella época no quedan muy bien parados, tanto por haber caído en la trampa, como por haberla mantenido viva hasta el final. No sería extraño pensar que sir Arthur Keith o sir Arthur Smith Woodward llegaran a tener firmes sospechas del fraude y lo dejaran pasar para evitar la vergüenza que suponía haber aceptado un engaño tan burdo.

Fuente: QUO.es

Al-Ándalus llora a sus epigrafistas

La arabista de la Universidad de Málaga María Antonia Martínez Núñez alerta de la desaparición de la epigrafía como disciplina científica por falta de relevo generacional

La epigrafía que decora el salón de recepciones de Medina Azahara alude por primera vez al califa como el imán. Nunca antes los omeyas habían utilizado ese título. ¿Por qué entonces? Fundamentalmente para situar su estatus ante el imaginario colectivo a la misma altura de los fatimíes, contra los que luchaban en el Mediterráneo. Más allá de las pretensiones estéticas, la epigrafía jugó un papel propagandístico esencial del poder político en al-Ándalus. Desvelar sus significados ha permitido recomponer la historia, sus fechas, etapas, tendencias y ambiciones. Sin embargo, como disciplina científica languidece por falta de relevo generacional.

Su dificultad intrínseca se suma a la falta de oportunidades que ofrece la investigación a los jóvenes. El resultado es que en España solo quedan cuatro expertos que se dedican a desentrañar el alma de al-Ándalus tallada en la piedra de sus palacios, cementerios y monumentos: José Miguel Puerta Vílchez, profesor del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Granada y experto en la epigrafía de la Alhambra aunque desde la perspectiva artística, Carme Torres y Ana Labarta, catedráticas del área de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Valencia, y María Antonia Martínez Núñez, profesora de la Universidad de Málaga.

María Antonia Martínez reconoce que esta disciplina siempre ha sido muy minoritaria por su dificultad. "La epigrafía lapidaria es muy difícil de leer", puntualiza. El sistema gráfico cúfico del árabe clásico solo utiliza 17 grafemas, frente a los 28 del árabe utilitario, "un grafema puede corresponder hasta a seis fonemas, y además no siempre se escribe igual". Cada dinastía, incluso cada monarca tenía su propia grafía, convertida, por tanto, en un elemento de distinción de cada época y de complejidad para los expertos. El resultado es que "te mandan una inscripción y la puedes leer o no. Puede que veas enseguida su significado o pasar muchísimo tiempo intentado averiguar qué dice y no lo consigas".

Ese carácter minoritario se ha reforzado, además, por el hecho de que en España tampoco existe una línea formativa clara en las universidades. Los arabistas que saben leer las epigrafías de al-Ándalus en gran medida se han formado de manera autodidacta.

A todos estos obstáculos se suma ahora la falta de oportunidades que las universidades y centros de investigación tienen para los jóvenes. "No se les puede ofrecer nada", concluye María Antonia Martínez. El resultado de estos dos factores es una inquietante falta de relevo generacional. Las tres profesoras que investigan esta área en España desde una perspectiva histórica, política e ideológica se jubilarán a medio plazo y no hay garantías de que la disciplina, que necesariamente se tiene que liderar desde España, tenga continuidad.

María Antonia Martínez reconoce que la falta de expertos en epigrafía y específicamente en su función propagandística e ideológica en al-Ándalus han acabado convirtiendo su despacho de la Facultad de Filosofía y Letras en un consultorio al que acuden desde el Museo del Louvre (París) al Victoria and Albert (Londres), pasando por gran parte de las universidades y centros de investigación de España. "En realidad trabajo hay muchísimo", puntualiza, porque sus conocimientos son de gran valor no solo para los historiadores, sino también para los arqueólogos.

Trabaja desde hace años en los proyectos que dirige Eduardo Manzano en el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha participado en investigaciones financiadas por la Unión Europea, es la epigrafista de cabecera de Medina Azahara, ha estudiado las inscripciones de la Casa del Gigante de Ronda y de la Alcazaba de Málaga, y elaborado el catálogo del Museo Arqueológico de Málaga. También se ocupó de catalogar los fondos epigráficos árabes de la Real Academia de la Historia, institución del siglo XVIII depositaria del patrimonio histórico nacional hasta la creación de los grandes museos españoles.

En la actualidad se encarga de la lectura de las inscripciones de las piezas que formarán parte de la colección permanente del Museo Arqueológico de Málaga una vez que se reabra en sus nuevas instalaciones del Palacio de la Aduana, analiza para un proyecto de I+D del CSIC cómo se reflejó en las inscripciones decorativas la pugna entre los califatos omeyas y fatimí, asunto que le llevará en septiembre a un congreso en Londres, y forma parte de la plantilla docente del máster en restauración del patrimonio islámico que imparte la Universidad de Granada.

Subraya que el epigrafista debe ser capaz de ver más allá de la mera lectura de los textos para poder alcanzar la totalidad de su mensaje: "Una epigrafía explica cómo se concebía el poder o las relaciones con los enemigos o aliados". Por ejemplo, la escritura ornamental utilizada en Medina Azahara no solo determina las fechas de construcción y los nombres de los soberanos con sus diferentes títulos, sino también cómo se incorporó el Corán con intenciones apologéticas. Comparaban la fundación de la ciudad con el paraíso coránico, porque los omeyas no necesitaban acudir a la religión para dar legitimidad a su dinastía, de ahí que el factor religioso estuviera muy atenuado. Sin embargo, para los almohades, ya en el siglo XII, la religión sí era la base de su legitimidad, porque ellos ya no podían esgrimir argumentos como sus orígenes o sus vínculos con la familia del profeta. En cualquier caso, tanto para unos como para otros la palabra escrita era sobre todo "un instrumento al servicio del poder".

Vía: www.malagahoy.es

Empiezan las prospecciones para confirmar la existencia de campamentos romanos en el occidente


Los arqueólogos buscan evidencias físicas de dos campamentos descubiertos hace menos de dos años

RTPA

Las primeras prospecciones para confirmar la existencia de campamentos romanos en el occidente se han producido esta mañana en el lugar conocido como La Mesa, en el concejo de Teverga.
Los arqueólogos buscan evidencias físicas de dos campamentos romanos descubiertos hace menos de dos años mediante técnicas que permiten el escaneo aéreo del terreno. Tratan de hallar principalmente restos metálicos, pero también aspiran a definir mejor los yacimientos, en particular, cómo están trazadas las defensas.
Junto a los descubrimientos de La Carisa, estos campamentos confirman que realmente hubo resistencia local a la ofensiva militar romana. Todos estos restos también permitirán saber con detalle cómo se desarrolló la ocupación.
En los trabajaos participan arqueólogos del Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit), del CSIC, y de las Universidades de Oviedo y Santiago de Compostela. La prospección continuará durante toda esta semana










Un nido de abeja fósil revela un hábitat del 'Austrolopithecus africanus'

CRÉDITO DE LA IMAGEN: PARKER ET AL (2016)

El análisis del primer nido de abeja fósil del Plio-Pleistoceno de Sudáfrica sugiere que el ancestro humano Australopithecus africanus vivió en un ambiente de sabana seca.

Es la conclusión de un estudio publicado en PLoS ONE por Jennifer Parker (izquierda) del University College de Londres, y sus colegas.

Hay poca información paleoecologica disponible para el yacimiento en el sur de África donde el primer Austrolophitecus africanus fósil-- conocido como el 'Niño de Taung'-- fue descubierto. Sin embargo, los fósiles relacionados con los insectos, abundantes en el sitio, pueden ayudar a comprender el paleoambiente.
Las abejas, por ejemplo, tienden a construir sus nidos característicos en condiciones determinadas. Parker y sus colegas analizaron con escáner CT un nido de abeja fósil que fue descubierto cerca del sitio del 'Niño de Taung' (derecha) para determinar su estructura interna y por lo tanto los tipos de abejas que lo construyeron.

El nido fósil estaba excepcionalmente bien conservado, y la estructura de sus células y túneles sugiere que fue hecha por una abeja solitaria que anidaba en el suelo. Estas abejas suelen anidar a la intemperie expuestas al sol, lo que refuerza otra evidencia reciente de que el Austrolopithecus africanus vivió en sabanas secas.
Los fósiles relacionados con los insectos son comunes, pero se les pasa por alto en gran medida en los sitios donde vivían los antepasados humanos, según los investigadores, por lo que su trabajo pone de relieve la contribución que tales fósiles pueden aportar a la comprensión de los entornos en los que vivían los antepasados humanos.

"Cuando Raymond Dart publicó su descripción del 'Niño de Taung' en 1925, cambió profundamente nuestra comprensión de la evolución humana", dice el coautor del estudio Philip Hopley (izquierda). "En los 90 años siguientes a su descubrimiento, la atención de los antropólogos se ha trasladado a otros sitios y especímenes africanos, y la investigación en Taung se ha visto obstaculizada por la compleja geología y la datación incierta. La nueva investigación en Taung está ayudando a reconstruir el entorno en el que esta enigmático homínido vivió y murió".

Fuente: la vanguardia.com | 30 de septiembre de 2016

Svante Pääbo, el genetista que quiso ser Indiana Jones

El profesor Pääbo. FRANK VINKEN

Cuando era adolescente, Svante Pääbo buscó en la egiptología el camino para adentrarse en una vida de aventuras. La idea era convertirse en una especie de Indiana Jones nórdico. Pero catalogar restos de vasijas y estudiar jeroglíficos no coincidía con su concepto de la diversión. Pronto supo que buscaba otra cosa. Tras estudiar Medicina, comenzó a investigar las posibilidades del ADN. Y, a principios de los ochenta, tuvo la loca idea de aplicar la biología molecular a las momias que tanto le habían fascinado. Tres décadas más tarde logró reconstruir la secuencia del genoma neandertal, un hito que revolucionaría lo que el ser humano sabe sobre sus orígenes. Precisamente esa “locura” que llevó a Pääbo a un camino nunca antes recorrido es la característica que él considera que nos define como especie.

“En los 400.000 años que vivieron, los neandertales no fueron capaces de cruzar el mar. Ni siquiera llegaron a Madagascar, que no estaba tan lejos. El hombre moderno ha ido a todos los sitios imaginables en solo 100.000 años. Esa es nuestra gran diferencia: la inconsciencia de querer ver qué hay al otro lado. Aunque sea peligroso”, asegura en su despacho, plagado de papeles por el suelo, del Instituto de Antropología Evolutiva de Leipzig (izquierda).

Para entender los logros de Pääbo (Estocolmo, 1955) y su equipo, es imprescindible hablar de este alargado edificio que en los últimos meses convive con las tiendas de campaña de un campo de refugiados improvisado a pocos metros. Este instituto forma parte de la Sociedad Max Planck, la red de 83 centros de investigación financiada este año con 1.800 millones de euros (dinero principalmente público). ¿Cómo se explica el éxito de este organismo de la Alemania Oriental? El científico —camisa estampada, bermudas, chanclas y calcetines— esboza algunos motivos: con una financiación a largo plazo sin la presión de publicar artículos cada año; la formación de grupos multidisciplinares donde colaboran desde genetistas hasta psicólogos; y la propia historia de Alemania. “Tras la reunificación, el Estado quería invertir en el Este. Además, por el trauma del nazismo, la genética había quedado muy relegada. Así que no partíamos de una tradición previa y fuimos muy libres para diseñar el centro”.

Pero quizás la mejor síntesis del Instituto Max Planck lo dé la catalana Aida Andrés (derecha): “La clave está en la combinación de una persona con una visión muy clara y un sistema científico que premia esa visión; que otorga todos los medios a las personas en las que se confía”, asegura Andrés. Ella y Sergi Castellano, que dirigen dos de los seis grupos del departamente de Genética Evolutiva, y dejan aquí a la ciencia española en muy buen lugar. Pääbo insiste también durante la entrevista en la importancia de su colaboración con los paleontólogos españoles Juan Luis Arsuaga y Antonio Rosas.

Una hora de conversación con Pääbo —pronúnciese peebo, apellido herencia de su madre estonia­— da para plantearse preguntas fascinantes. Por ejemplo, ¿qué habría pasado si los neandertales no hubieran desaparecido? “¿Estarían en los zoos o en los suburbios de las ciudades? Y si aún conviviéramos con ellos, ¿no existiría esa línea de separación tan clara entre hombres y animales o, por el contrario, seríamos aún más racistas?”, lanza al aire.

A este hombre considerado como fundador de la paleogenética le parece “triste” que el Homo sapiens no conviva con otras especies de humanos primitivos. “No hace tanto tiempo que estamos solos, tan solo unas 1.500 generaciones, asegura. Y otra duda más: ¿cómo desaparecieron nuestros tatarabuelos lejanos? No lo sabe con certeza, pero la lógica le lleva a pensar que debemos buscar la respuesta en nosotros mismos. “No sé si los matamos, les quitamos los recursos o qué pasó. Pero si hoy los orangutanes se extinguen, es por el hombre. Es razonable pensar que con el Neandertal ocurrió lo mismo”, concluye.

Pääbo no es un científico al uso. No solo por la foto colgada en la sala del café donde se le ve vestido de esmoquin abrazando sonriente a la cantante Christina Aguilera. La imagen fue tomada cuando recogió el Breakthrough, el premio creado por Mark Zuckerberg con el que recompensa a los grandes investigadores con tres millones de dólares. La heterodoxia se palpa en su libro El hombre de Neandertal. En busca de genomas perdidos ­—otra vez la referencia indianojonesca—, en el que no se limita a enumerar experimentos con palabras esdrújulas.

El texto narra sus avances como si de una novela de aventuras se tratara. Y se moja con intimidades como que fue el hijo secreto de un científico al que solo veía los sábados, cuando la familia oficial creía que el padre, un respetado premio Nobel, estaba en el trabajo. También habla de su propia bisexualidad. ¿Por qué incluir una información tan personal en un libro sobre los neandertales? “Empecé a escribirlo y me di cuenta de que hasta yo me aburría. Lo retomé pensando que, aunque no lo leyera nadie, quería que ayudara a mis hijos a conocerme mejor. También fue una reacción a mi padre: fue un buen hombre, pero llevó una vida secreta hasta que murió. Y eso me parece muy triste”.

Fuente:elpais.com | 27 de septiembre de 2016