El Museo del Prado y Auckland Castle Trust colaboran en la creación de un centro de arte español en Durham

De izquierda a derecha, Óscar Fanjul, vicepresidente de la Fundación Amigos del Museo del Prado; Miguel Zugaza, director del Museo del Prado; José Pedro Pérez-Llorca, presidente del Real Patronato del Museo del Prado; Jonathan Ruffer, presidente del Consejo de Administración del Auckland Castle Trust; Christopher Ferguson, director de Comisariado, Conservación y Exposiciones del Auckland Castle Trust; y, Miguel Falomir, director adjunto de Conservación e Investigación del Museo del Prado, tras la firma del Convenio de colaboración entre el Museo del Prado y el Auckland Castle Trust. Foto © Museo Nacional del Prado.

El Museo del Prado y el Auckland Castle Trust suscribieron ayer un convenio de colaboración en virtud del cual se establecerá un programa para desarrollar actividades conjuntas para el estudio y la investigación del arte español y la cultura, mediante la creación de un programa de becas y una galería de arte español.

La serie de “Jacob y sus doce hijos” de Zurbarán que, desde hace más de 250 años, se custodia en el Palacio de los Príncipes Obispos de Durham en Inglaterra es el punto de partida del Auckland Castle Trust, una Fundación Benéfica que incluye entre sus proyectos la creación de un centro para el arte español y latinoamericano -el Centro Zurbarán en colaboración con la Universidad de Durham y con una nueva Cátedra- cuyo objetivo es vincular la investigación académica con la conservación y la programación expositiva de la Auckland Castle Spanish Gallery.

Madrid, 7 de octubre de 2016.- José Pedro Pérez Llorca, presidente del Real Patronato del Museo del Prado, Jonathan Ruffer, presidente del Consejo de Administración del Auckland Castle Trust, Miguel Zugaza, director del Museo del Prado, y Christopher Ferguson, director de Comisariado, Conservación y Exposiciones del Auckland Castle Trust, suscribieron ayer un convenio de colaboración en virtud del cual el Museo del Prado ofrecerá asesoramiento histórico-artístico a Auckland Castle en aquellos aspectos derivados del plan de creación del centro para el arte español y latinoamericano, y colaborará en la planificación del programa expositivo de la Auckland Castle Spanish Gallery.

De izquierda a derecha, Óscar Fanjul, vicepresidente de la Fundación Amigos del Museo del Prado; Miguel Zugaza, director del Museo del Prado; José Pedro Pérez-Llorca, presidente del Real Patronato del Museo del Prado; Jonathan Ruffer, presidente del Consejo de Administración del Auckland Castle Trust; Christopher Ferguson, director de Comisariado, Conservación y Exposiciones del Auckland Castle Trust; y, Miguel Falomir, director adjunto de Conservación e Investigación del Museo del Prado, tras la firma del Convenio de colaboración entre el Museo del Prado y el Auckland Castle Trust. Foto © Museo Nacional del Prado.

Por su parte, el Auckland Castle Trust financiará la Beca Museo del Prado-Auckland Castle, por un año de duración siendo prorrogable a tres, para el desarrollo de los proyectos comunes entre las dos entidades.

Ambas instituciones establecerán un programa, como mínimo de tres años de duración, para planificar y determinar propuestas de exposiciones que contextualicen las colecciones del Auckland y actividades que puedan incluirse en programas académicos, exposiciones, investigaciones y publicaciones.

Auckland Castle

Auckland Castle es el Palacio de los Príncipes Obispos de Durham situado en el noroeste de Inglaterra. Durante más de 250 años ha custodiado y expuesto en su amplio comedor (“the Long Dining Room”) la serie “Jacob y sus doce hijos” de Francisco de Zurbarán.

El Auckland Castle Trust es una Fundación Benéfica creada en 2012 con el fin de asegurar la permanencia de las obras de Zurbarán y cuyo objetivo es usar la herencia histórica, cultural y artística para la regeneración, el progreso y la educación, convirtiendo el Palacio de los Obispos y el conjunto de edificios anejos y relacionados en un foco de atracción del patrimonio cultural, patrimonial y turístico.

El proyecto, que conformará Auckland Castle como centro de excelencia de la Historia del Arte Español y de la cultura española en el Reino Unido, incluye la restauración del Palacio de los Obispos, la ampliación del ala de Escocia, el Jardín amurallado, el Centro de Bienvenida y el centro para el arte español y latinoamericano.

Cómo reconocer y conservar metales arqueológicos

En museos como los de la Alhambra existe una importante colección de metales históricos y arqueológicos. Estas piezas a menudo sufren un proceso de degradación natural, tanto debido a la propia naturaleza de los materiales como al haber estado en ambientes no óptimos para su conservación. El cuidado de estas piezas implica reconocer el tipo de metal ante el que nos encontramos y las posibles problemáticas presentes para asegurar los procesos óptimos de conservación y tratamiento.

En este artículo compartimos con vosotros una pequeña guía para poder reconocer este material metálico e identificar cuándo tiene procesos activos de corrosión que implican peligro para la preservación futura del objeto.

Entre los distintos tipos de piezas de metal las más estables son sin duda las que están realizadas en metales nobles, como el oro y la plata. A diferencia de otros metales, estos a penas reaccionan químicamente, lo que los hace muy resistentes a la corrosión. Objetos de oro y plata de época nazarí se conservan hoy prácticamente igual que cuando se crearon y los tratamientos de restauración sobre este tipo de piezas suelen limitarse a limpiar los restos de tierra o suciedad adheridos, o a eliminar la fina capa que en ocasiones oscurece y empaña la plata, como se ve en este dirham.

Ni el oro ni la plata presentan por tanto graves problemas de conservación y resultan fáciles de reconocer al tener aspecto similar a cualquier otro objeto actual realizado con estos materiales. Hay que tener presente, no obstante, que en ocasiones la plata suele estar en aleación con otros materiales como el cobre y si la proporción de éste es alta puede presentar problemas de conservación similares a los que se observan en el bronce.

Este arete de oro y este dirham de plata son dos ejemplos de piezas realizadas en estos materiales.

Metales que sí presentan mayores problemas para reconocerlos y conservarlos son el cobre (de tono pardo/rojizo) y el bronce (de color marrón/anaranjado). En general, el cobre no es un material que se suela encontrar en objetos modelados más allá de la prehistoria, ya que con el bronce (aleación de cobre y estaño)  se obtenían piezas más estables y duraderas, por lo esta aleación se utilizó preferentemente para fabricar armas y objetos. Es por ello por lo que nos centraremos en este segundo.

A pesar de que el tono original del bronce es anaranjado, las piezas históricas no tienen habitualmente este color y el bronce arqueológico presenta una pátina, producida por el óxido de cobre, de tonalidad gris acerado, rojiza amorronada o verde oscuro.  Estas pátinas finas y lisas, que reproducen fielmente la superficie original del objeto, nos dan la clave para reconocer el material.  Este revestimiento de óxido no debe ser eliminado al ser estable o pasivo y ayudar a preservar la pieza. Cuanto más uniforme, adherida y lisa sea esta pátina más estable será el objeto.

Esta hebilla y este anillo nazarí realizados en bronce son dos ejemplos que muestran esta pátina verde oscura  de óxido que recubre el material y que es estable. Por debajo de ella estaría el color anaranjado propio del bronce, pero sería un error tratar de eliminar la tonalidad verde para restaurar el tono original, ya que incidiría directamente en la conservación del objeto.

Pero el bronce precisa de un proceso de trabajo para convertir el mineral que originalmente se encuentra en la naturaleza en el metal con el que se elaboran los objetos, esto hace que de forma inherente el propio material tienda a volver al estado mineral primigenio y que por tanto sea inestable en si mismo y proclive a los procesos de corrosión. Elementos como el agua, la luz o el aire favorecen mucho más esta corrosión del bronce, por lo que para su conservación precisa estar en un ambiente con humedad y temperatura controladas que ayuden a su preservación. En contextos arqueológicos las condiciones no son las idóneas para estos materiales, y es habitual que muchos de ellos sufran importantes procesos de corrosión. En ocasiones las piezas de metal se mantienen en un punto estable con el medio y es cuando se excavan y se cambian estas condiciones cuando esos procesos de degradación que estaban latentes se activan o aceleran, de ahí la importancia de tratar estos objetos inmediatamente cuando llegan al museo.

Hay algunos indicios que nos indican que las piezas de bronce presentan procesos de corrosión activos y deben ser tratadas con urgencia para evitar su degradación o incluso, si no se frenan, la desintegración total y la pérdida del objeto. Los principales productos de corrosión del bronce y los más dañinos son las sales o cloruros, que exteriormente se manifiestan a través de una tonalidad verde brillante o negruzco (atacamita), verde claro (paratacamita) o blanco sucio y de textura cerúlea (nantoquita). Estos cloruros pueden estar de forma generalizada por toda la pieza o limitarse a unos pequeños puntos localizados. En ocasiones están latentes bajo la patina pudiendo intuirse por las costras o deformaciones en el bronce, en la textura pulverulante que pueden generar o en la baja adhencia de la pátina.

El ataque por sales se conoce como “enfermedad del bronce“. En el caso de que se perciba la presencia de estos cloruros, aunque sea de forma puntual, se debe someter la pieza a un proceso de estabilización, que retire de forma superficial estas sales y frene el proceso interno de degradación. Este dedal de bronce, por ejemplo, presenta un proceso muy activo de corrosión por sales, que pueden identificarse fácilmente por el tono verde claro y blancuzco verdoso que corroe toda la pátina verde oscura.

Los bronces también pueden presentar carbonatos superficiales que se originan en los suelos, como la malaquita (de tono verde oscuro) y la azurita (de color azul), deformando la superficie de las piezas. Aunque menos dañinos que los cloruros, los carbonatos también han de ser eliminados en los procesos de restauración de los objetos de metal.

Otro de los minerales  que de forma histórica se han trabajado para realizar objetos ha sido el hierro. Al igual que pasa con las aleaciones de cobre el hierro debe someterse a un proceso de fabricación que permita convertirlo en metal y por tanto tiende igualmente a degradarse de forma natural y volver a su origen mineral. El hierro tiende a oxidarse rápidamente, hecho que se acelera por la presencia de oxígeno en ambientes húmedos.

Las piezas de hierro son fáciles de reconocer por el tono marrón muy oscuro producido por una capa de magnetita. En el caso de piezas restauradas este tono marrón puede parecer casi negro debido a los procesos de estabilización con taninos a los que se somete a los objetos.

Una pieza de hierro estable presenta una capa superficial lisa y sin deformaciones, como se ve en esta argolla y este clavo. Esta capa, como se puede observar, es mucho más gruesa que la pátina que hemos visto se genera en los bronces, ayudando a identificar uno y otro material.

Los procesos de corrosión en el hierro (por óxidos, hidróxidos, carbonatos…) se caracterizan porque generan grandes deformaciones en la piezas, haciendo que en ocasiones sea dificil percibir cómo era el objeto original. Por ejemplo, bajo la capa de corrosión de esta pieza de hierro vagamente puede intuirse la llave que una vez fue y que hoy ha perdido su forma y contornos. Los tratamientos de restauración de las piezas de hierro, además de buscar la estabilización de los objetos, inciden especialmente en eliminar estas deformaciones y hallar la superficie original de las piezas. Una limpieza mecánica elimina estas capas generadas y le devuelven su imagen original.

Esta hebilla es un ejemplo de pieza arqueológica realizada en bronce y en hierro. Los tonos verdosos de uno (bronce) y los marrones de otro (hierro) nos permiten identificar fácilmente ambos metales. También se observa las deformaciones que en el hierro se generan.

Otro metal habitual en los yacimientos es el plomo, si bien no han sido muchos los objetos creados con este material por su ductilidad si se utilizó para hacer cañerías, sellos, grapas, etc. El plomo es quebradizo y se deforma con facilidad, por lo que es habitual que  las piezas arqueológicas realizadas en este material presenten roturas y deformaciones como consecuencia de la presión del terreno El plomo es uno de los minerales más sencillos de identificar por su gran peso y por la pátina protectora de óxido de plomo, de tonalidad gris mate, que sobre él se genera.

El plomo es bastante estable y no suele sufrir grandes procesos corrosivos. Fundamentalmente le afecta la carbonatación, que se produce en los suelos ácidos y húmedos, de la que se puede proteger en una atmósfera estable y controlada. En las piezas de plomo suele aparecer manchas de color marrón o rojo oscuro que aunque no son graves para la conservación del objeto si alteran su imagen. Al ser un metal muy dúctil y maleable los procesos de limpieza no suelen ser mecánicos, porque pueden arañar su superficie y dejar marcas, optándose por limpiezas electrolíticas que permitan recuperar su capa grisacea y darle a la superficie un aspecto más uniforme. En este fragmento de plomo se pueden ver las deformaciones de este material y las manchas rojizas que alteran su pátina.

En los museos en general, y en el Museo de la Alhambra en particular, los metales son piezas que se preservan con especial cuidado prestando atención al ambiente en el que se exponen o almacenan, para asegurar que las condiciones favorecen su conservación preventiva. También se está alerta a cualquier cambio en su superficie que pueda indicar procesos activos de corrosión que implicarían que las piezas fueran enviadas a los restauradores que procederían a realizar los distintos procesos de inhibición y estabilización.

Vía: Alhambra Patronato

La enigmática mandíbula de Bañolas

Mandíbula de Bañolas, todavía con el travertino adherido a la superficie interna del hueso.

Han transcurrido casi 130 años del hallazgo de la mandíbula de Bañolas y su posición taxonómica sigue estando en debate. Este fósil fue localizado por un trabajador de la cantera de El Llano de la Formiga, cerca del lago de Bañolas, en Gerona, y propiedad de la familia Alsius. Desde entonces, la mandíbula ha continuado bajo la custodia de la familia Alsius-Suñer-Ferrer. Las investigaciones sobre su morfología y su datación han sido continuas desde entonces. El individuo propietario de la mandíbula pudo fallecer a una edad avanzada (seguramente más 40 años), a juzgar por el intenso desgaste de la corona de todos los dientes.
El último estudio de revisión sobre esta mandíbula ha sido realizado por Almudena Alcázar de Velasco, con el apoyo de varios compañeros del equipo de Atapuerca. La investigación, publicada en 2011 en el Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural, nos dejó menos dudas que los trabajos realizados con anterioridad, si bien no pudo responder a todos los enigmas que ha generado este fósil.

A pesar de que la mandíbula se localizó en el siglo XIX, el lugar del hallazgo está perfectamente localizado gracias al travertino adherido durante mucho tiempo en la parte interna de la mandíbula. Los métodos de datación siguen mejorando cada día, pero no son ajenos a los problemas de las señales, diversas y posiblemente engañosas, que emiten los sedimentos. Es la única manera de explicar que la datación del travertino realizada por dos científicos de manera independiente tenga un rango entre 17.000 años (método del C-14) y unos 45.000 años (método de las series del uranio). La señal dejada por la dentina de uno de los dientes (series del uranio) llega hasta los 67.000 años, mientras que otras dataciones de formaciones geológicas próximas llegan hasta los 110.000 años. De manera conjunta, las dataciones han llevado a varios expertos a la conclusión de que esta mandíbula perteneció a la población Neandertal.

Parece una contradicción, pero cuando se dispone de un dato geocronológico aparentemente fiable, la morfología del fósil resulta una evidencia secundaria. Hace 100.000 años los neandertales estaban bien establecidos en Europa. Aunque la morfología de un determinado fósil nos haga dudar sobre su atribución, el dato geológico es el que manda. Es el caso de la mandíbula de Bañolas. Su aspecto no encaja de manera clara con la morfología característica de los neandertales, pero las dataciones son incompatibles con estas observaciones.

La lista de investigadores que han examinado la mandíbula no es corta. Desde el primer estudio realizado por Pere Alsius, el fósil ha estado en las manos de expertos de gran renombre: Hugo Obermaier, Hernández Pacheco, Santiago Alcobé y Marie Antoinette de Lumley, entre otros. Las conclusiones casi siempre se han decantado por asignar la mandíbula a la especie Homo neanderthalensis. Incluso, algunos se han atrevido a concluir que la mandíbula de Bañolas perteneció a la especie Homo heidelbergensis.

Alcázar de Velasco y sus colegas resumieron perfectamente la diversidad de opiniones y examinaron todos y cada uno de los caracteres. Su conclusión es muy clara. En conjunto, la morfología de la mandíbula de Bañolas encaja muy bien con la de Homo sapiens. Por primera vez se ponen en duda las conclusiones de los expertos que examinaron la mandíbula con anterioridad. En efecto, muchos de los caracteres estudiados no se encuentran en los Neandertales y si en cambio en las primeras poblaciones de Homo sapiens que llegaron a Europa hace unos 40.000 años. Esta conclusión es problemática, caso de que las dataciones fueran correctas. Pero es una conclusión valiente, ajena a la tiranía de las dataciones.

Esa conclusión tiene dos posibles lecturas: 1. las poblaciones de Homo sapiens llegaron a Europa mucho antes de lo que se pensaba; y 2. las dataciones podrían estar equivocadas. Así pues, habrá que esperar a nuevas investigaciones sobre la cronología de este fósil, del que se habla poco pero que tiene un enorme interés para conocer lo que sucedió durante la sustitución de la población neandertal por la población de nuestra especie.

Fuente: quo.es | 7 de octubre de 2016

Las excavaciones del castro de Montealegre sacan a la luz una escultura antropomorfa de 60 centímetros

Foto: La figura representa una persona sentada y la cabeza se perdió // FdV

El castro de Montealegre de Domaio, con dos partes sometidas a una excavación arqueológica desde mediados de mayo para rescatar y sacar a la luz los restos de zonas que se verán afectadas por la ampliación del túnel en el desdoblamiento del Corredor, cuenta ya con una pieza que protagonizará sin duda los escritos y estudios que se hagan en el futuro sobre este asentamiento. Se trata de una escultura antropomorfa de unos 60 centímetros de altura que el equipo de 15 personas dirigido por el arqueólogo Miguel Vidal encontró hace unas dos semanas. La figura es de granito y no conserva la cabeza. Representa un humano sedente con los brazos pegados al cuerpo. El gran valor de la pieza reside, entre otros aspectos, en que fue encontrada en el propio contexto arqueológico, pues muchas esculturas de este tipo aparecen muy desplazadas y extraer información sobre su origen es muy complicado.

En este caso, los estratos inferiores del castro sobre los que trabajan los expertos, están datados en el llamado "cambio de era", con una supuesta ocupación continuada entre el siglo I a.C. y el siglo I d.C. La pieza se encuentra ya en fase de estudio y el arqueólogo reconoce que el trabajo por delante es intenso, y es que todavía se desconoce si es un hombre o una mujer o si tenía un significado simbólico o meramente práctico. Lo que parece claro es que no se trata de la representación de un guerrero, cuya función simbólica en los accesos a distintos castros se descubrió en diferentes yacimientos de Galicia y el norte de Portugal.


Las excavaciones se están realizando sobre una superficie de 700 metros cuadrados en la cara oeste del monte y sobre unos 400 metros cuadrados en el este. Esta segunda zona todavía se encuentra en una fase inicial de los trabajos y su excavación se intensificar hasta noviembre, cuando está previsto que concluya la intervención sobre el terreno.

Hasta ahora se han extraído y clasificado más de 20.000 piezas. Con la colaboración de expertos de la Universidade da Coruña comenzó ya el trabajo para reconstruir el modo de vida del castro de Montealegre a partir de los elementos con valor histórico recuperados. Una vez que acaben las excavaciones el arqueólogo tiene 6 meses más de trabajo, entre el que destaca la reconstrucción digital en 3D de las piezas.
Además de la escultura antropomorfa, han aparecido elementos muy interesantes desde el punto de vista histórico.

El más llamativo es el vial de entrada al castro con enlosado. Se conservan en perfecto estado más de 10 metros de esa vía. Miguel Vidal explica que no se conservan muchos en Galicia, pues las excavaciones parciales de castros suelen centrase en las cimas de los montes, en donde se dan los asentamientos más antiguos, mientras que la entrada está en la parte baja.

Foto: Un gran número de fíbulas metálicas

En este caso no está previsto que se excave la cima, pues quedará sobre el túnel y no estará afectada por las obras. Se identifican claramente en la vista los restos de hogares castrexos y el arqueólogo habla de que en su máximo apogeo el castro de Montealegre alcanzó las 3 hectáreas de superficie y se calcula que residieron en él unas 300 personas.

Las piezas de cerámica son las que más encuentran. Sobre todo restos de ánforas y de recipientes y utensilios de cocina. Las ánforas denotan un posible comercio con productos que llegaban de la zona de Gibraltar. "Era común que trajeran al noroeste peninsular vino, aceite y productos de salazón como pescado o la salsa Garum (muy común en la antigua Roma)", explica el experto. Es posible que se intercambiaran por otros productos como estaño, que era muy abundante en todo el área de población castrexa.

Las más de 20.000 piezas encontradas hasta la fecha no son solo elementos cerámicos o piedra, sino que también han aparecido distintos objetos fabricados en metal como dos anzuelos de bronce, fíbulas de distintas formas para sujetar las capas y agujas para los recogidos del pelo confeccionadas en bronce y con una detallada ornamentación.

Hogares

En la zona oeste del yacimiento excavado, el personal trabaja en una ladera con estructuras de habitación que se levantan en unos 30 metros de pendiente, con una inclinación del 55%, dificultando mucho las tareas. Hasta cinco estructuras construidas se encontraron, con buena parte de los muros perfectamente conservados bajo tierra y que ahora se reproducirán digitalmente mediante fotografías y técnicas en tres dimensiones para su posterior estudio, pues esta área periférica del castro desaparecerá con la construcción de la futura autovía.

Cerca de la vía de acceso los expertos entienden que las primeras estructuras acogían dentro de sus muros zonas de taller y de almacenamiento. En la parte más alta es claramente identificable un hogar con un pequeño vestíbulo en el que se conservan restos de una zona de combustión con varias piedras, que se pudo haber utilizado para cocinar o para otras tareas.

Foto: Un asta de ciervo con 2.000 años

La intervención en la zona este ya desveló los restos de al menos una estructura de piedra, así como un enorme conchero colectivo, en donde los restos de moluscos denotaban la tremenda importancia de éstos en la dieta de la época.

Las conchas de moluscos permitieron conservar también restos orgánicos de las especies de animales que comían, entre las que destaca un asta de ciervo con 2.000 años de antigüedad. Apareció también una moneda con la efigie del emperador romano Tiberio (14-37 A.C.).

Fuente: Fran G. Sas, Moaña | Faro de Vigo, 6 de octubre de 2016

LOS ARQUEÓLOGOS CREEN QUE HAY UN CUARTO CAMPAMENTO DEL EJÉRCITO ROMANO EN LENA/ALLER



Esperanza Martín ofrece una charla en Carraceo, en la vertiente allerana de la Carisa.

Un posible cuarto campamento en Lena/Aller tras los de Curriechos, Llagüezos y Carraceu.


Los arqueólogos creen que hay un cuarto campamento romano en la Carisa, en Aller

La estrategia que siguieron los legionarios para conquistar Asturias apunta a un amplio despliegue de construcciones para ocupar el territorio