El lobo, el trono de Heredia y las piezas de oro: una historia de equilibrismo en México

Mapa aéreo del Templo Mayor. Los números señalan las 16 ofrendas con oro encontradas en 39 años de excavaciones. El 39 y el 34 están justo donde se erigía la capilla al dios sol. A su derecha, la capilla de Tláloc. La 174 está debajo, a unos metros de las escaleras. MICHELLE DE ANDA CORTESÍA PTM

Lo bueno del subsuelo es que hay más tierra que tuberías. Aunque sea el subsuelo del centro de la Ciudad de México, una urbe construida sobre el lecho de un lago, una ciudad horadada para llevar la luz, el agua y el metro a todas partes. Hay tanta tierra bajo la gran capital que los arqueólogos siguen encontrando tesoros. Y algunos resultan sorprendentes, primero por lo que contienen y luego porque nadie los haya encontrado antes que ellos.

El último caso es el de la ofrenda 174 del Templo Mayor de Tenochtitlán, la vieja capital azteca. Pese a su nombre, la 174 ha resultado extraordinaria. Se trata de una bóveda de piedra, apenas mayor que una mesita de noche, excavada a los pies del viejo templo. Los arqueólogos dieron con ella hace unas semanas. Alejandra Aguirre y Antonio Marín, del Proyecto Templo Mayor, que el próximo año cumple cuatro décadas, encontraron varios trozos de coral rojo en la bóveda. Y debajo, sorpresa, 22 piezas de oro, todas únicas, finas láminas de oro labrado. Pegado a la pared, descubrieron el esqueleto de un lobo que al morir tenía ocho meses. También rescataron varios cuchillos de pedernal, conchas, caracoles y la mandíbula de un pez sierra.

Aguirre, que ha participado en el estudio de otras tantas ofrendas en el Templo Mayor, dice que quien fuera que colocara allí al lobo, lo puso mirando al oeste, cara a la puesta de sol. Marín, que el día que abrieron la ofrenda traía una playera del cenizo Cruz Azul, cosa que divierte mucho a sus compañeros, llama la atención sobre una de las piezas de oro, un chimali, el escudo de guerra de los aztecas.


Los arqueólogos calculan que los sacerdotes mexicas enterraron la ofrenda a finales del siglo XV o principios del XVI, bajo el reinado de Ahuítzotl, predecesor de Moctezuma, el emperador que trataría años más tarde con Hernán Cortés. Eso significa que nadie vio el oro en más de 500 años. Que pasó una guerra con los españoles y sus aliados, una colonia, otra guerra -de independencia-, la mano férrea de Porfirio Díaz, la revolución y casi un siglo de priismo, sin que nadie la encontrara.

Y no fue por falta de ocasiones. En 1900, el arquitecto Guillermo de Heredia y su esposa se instalaron en la casa que había justo encima, sobre la calle Guatemala. Por aquel entonces, la capital instaló un colector de aguas negras sobre el Templo Mayor. Nadie sabía que el centro ceremonial de los aztecas estaba allí. Muchos aún pensaban que yacía bajo la catedral metropolitana. El caso es que Heredia y su esposa bajaron una tubería de su escusado al colector. La tubería atravesó justo la ofrenda 174. Aguirre opina que los obreros no se dieron cuenta de lo que había allí, quizá por el coral, porque tapaba el resto de la ofrenda. "Heredia luego se haría famoso porque construyó el Hemiciclo a Juárez, el que hay en La Alameda", dice Leonardo López Luján, director del Proyecto Templo Mayor. El arqueólogo se refiere al famoso monumento que mandó construir Porfirio Díaz, en homenaje al presidente Benito Juárez, por el centenario de la independencia. "Pero eso fue después en 1900, el trono del señor Heredia desaguaba aquí", añade.

El subsuelo mexicano es rico en tierra, incluso en plata, pero pobre en oro. En el Templo Mayor, el centro ceremonial más importante de la civilización prehispánica preponderante en Mesoamérica, apenas han encontrado 600 gramos del preciado metal. En 205 ofrendas descubiertas junto al Templo Mayor en 39 años, solo 600 gramos. Una fruslería. "En número de piezas la ofrenda 174 ocupa el cuarto lugar de las 16 ofrendas que contenían objetos de oro. Pero el primerísimo lugar en cuanto a tamaño, diversidad y refinamiento técnico y estético de las piezas", dice López Luján.

Equilibrio a las tinieblas

Los arqueólogos piensan que algunas de las joyas vistieron al lobo, caso del chimali, quizá las manitas de oro, el disco sobre el pecho. No parece que haya demasiadas dudas sobre su simbolismo. El lobo y las joyas, su orientación hacia la puesta de sol, constituyen un homenaje al gran dios azteca, el dios Sol, Huitzilopochtli.

De acuerdo a la cosmovisión mexica, al principio todo fue oscuridad, una gran noche. Un día Coatlicue, diosa de la vida y la muerte, quedó embarazada por acción y gracia de una bola de plumas. El gran dios Sol empezó a crecer en su panza, aguardando el momento de traer la luz al mundo. Enteradas, las hijas de Coatlicue -la Luna y las estrellas- corrieron celosas a impedir su nacimiento. Pero Coatlicue dio a luz y Huitzilopochtli llegó al mundo ya crecido. El dios Sol mató a la Luna y desterró a las estrellas, dando equilibrio a las tinieblas y creando así el día.
El equilibrio entre la noche y el día resulta fácil de explicar comparado al de la vida y la muerte. Baste decir que el inframundo mexica es un laberinto tremendo, compartimentado por tipo de muerte y muerto. En el caso de los guerreros, los aztecas pensaban que, al morir, acompañaban al dios Sol camino a su casa, un verdadero honor. Y allí quedaban, en un paraíso solar que compartían con las mujeres que perecían al dar a luz.

Huitzilopochtli fue el primer guerrero azteca, vencedor en su batalla contra la oscuridad. De los 18 meses que componían el calendario mexica, el decimoquinto se lo dedicaban a él, coincidiendo con el solsticio de invierno. López Luján piensa que la ofrenda del lobo encaja justo ahí. Fue probablemente, dice, un rito en conmemoración del dios del Sol. Por eso el lobo apareció mirando al oeste, al ocaso, un recordatorio de su victoria frente a la Luna y las estrellas.
Igual que los católicos recuerdan a Cristo comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre, los sacerdotes mexicas, explica el arqueólogo, recordaban así a Huitzilopochtli, con un lobo ataviado de guerrero, junto a otras joyas típicas de sus hermanas vencidas -una nariguera y unas orejeras de oro-, un lobo mirando a occidente.

Fuente: elpais.com| 14 de julio de 2017

Excavan una villa en Itálica con una construcción única en la península

Este agosto se cumplirán diecinueve siglos del fallecimiento de Trajano y la llegada al poder de Adriano, los dos emperadores béticos que tuvo el imperio romano. Las administraciones públicas no han aprovechado la fecha para dar un salto cualitativo con objeto de fomentar el conocimiento de los emperadores, mediante alguna actividad, como por ejemplo, una exposición, ni para avanzar en el estudio de sus figuras, organizando, por ejemplo, algún simposio internacional. El único lo organizó Civisur, que promueve la candidatura a Patrimonio de la Humanidad de Itálica.

El Seminario de Arqueología de la Universidad Pablo de Olavide (UPO) sí ha aprovechado la efeméride y ha puesto en marcha su primer proyecto de excavaciones en el conjunto arqueológico de Itálica, que persigue, en una de sus dos intervenciones, la huella del emperador Adriano en la ciudad bética.

Se trata de la excavación que están realizando durante todo el mes de julio en la Casa de la Cañada Honda, en cuyo patio hay una construcción prácticamente única en España, pues solo se conserva otra similar en la península ibérica en la Villa del Ruedo de Almedinilla (Córdoba).
Esta construcción es un lecho de banquetes denominado «stibadium», diferente del habitual «triclinium», por cuanto aquel distribuye los divanes que lo forman de forma radial respecto a una fuente, mientras este los sitúa en forma de «U», explica el director de la excavación y profesor de Arquelogía de la UPO Rafael Hidalgo.


Lo que hace único a este «stibadium», explica Hidalgo, «es que es muy difícil de ver antes del Bajo Imperio (siglos III y IV d. C.). Los únicos que había en época de Adriano (siglos I y II d. C.) son los que se conservan en la Villa Adriana, en Tívoli, uno en el Canopo y otro en el Palazzo, que excavamos hace un año».

Lo que trata de probar este equipo con este proyecto es si el «stibadium» de Itálica es de la época del emperador. «Creemos que la casa de Itálica, situada en el barrio Adrianeo, una zona de casas nobles, pertenecía a un rico patricio con casa en Roma y que pudo, tras estar en la villa de Adriano, construirse un “stibadium” similar».

Para poder probar esta teoría, se están tomando muestras de los morteros romanos para analizar la composición química de las argamasas y a partir de ahí comprobar si son de la misma época las de Itálica y Villa Adriana, explica la estudiante de doctorado, Rocío Durán, mientras trabaja en la Casa de la Cañada Honda, sobre la que, además, prepara su tesis. La comparativa la podrán hacer cuando concluyan las excavaciones que el Seminario de Arquelogía realizará en la Villa Adriana en agosto y septiembre.

Trabajos todo el mes de julio

Durán forma parte del equipo que excava en Itálica durante todo julio bajo la dirección de Hidalgo, en jornadas de siete y media de la mañana a las dos de la tarde. En total, están sobre el terreno cuatro arqueólogos, un topógrafo y una treintena de alumnos —de distintos grados de Humanidades y de doctorado d e la UPO—, que trabajan en turnos diarios de quince estudiantes. «Excavar en estos meses es muy duro, pero es la mejor época para hacerlo, ya que la lluvia es tu peor enemigo».

Los trabajos en Itálica los retomará la UPO el próximo octubre, fecha en la que excavarán por primera vez en la muralla tardoantigua de la ciudad, en un tramo situado en las proximidades del «Traianeum». «No se ha excavado nunca, solo se conoce su ubicación gracias las prospecciones geofísicas. Esta excavación puede aportarnos datos para conocer la evolución histórica de Itálica más allá del imperio romano», señala.

Con estas palabras, este arqueólogo hace referencia al hecho de que Itálica continuó siendo habitada en época visigoda. «La muralla o es del siglo IV o,más probablemente, del siglo VI, construida durante el conflicto entre Leovigildo y Hermenegildo», que enfrentó a padre e hijo por haberse convertido este último al catolicismo.

Esta segunda fase contará con la colaboración de un equipo de arqueólogos de la universidad alemana de Marburg, dirigidos por el profesor Max Teichner, que se encargarán de realizar las prospecciones geofísicas previas a la excavación de la muralla y colaborarán también en los trabajos.

Jornadas de puertas abiertas

Estas excavaciones se desarrollarán, como mínimo, durante el próximo curso, aunque «con toda probabilidad se extenderán un año más. En ese tiempo, la investigación se complementará con el desarrollo de la actividad docente en la UPO, pues todas las prácticas del Seminario de Arqueología se trasladarán a allí. Creo que estaremos dos años y que tendremos una monografía con resultados medio año después».

Esa unión de la investigación al proyecto docente es un aspecto que valoran los alumnos de Humanidades que participan en la excavación, como Laura Cantos. «La arqueología es algo que veía como muy lejano, como algo que se veía en la tele. Pero cuando vi el anuncio en la facultad me apunté y me cogieron. Es un trabajo pesado, pero cuando encuentras, por ejemplo, una «lucernita» (pequeña lámpara romana) y estucos, eso es un mundo».

Algo de la emoción que supone desenterrar piezas que hablan del pasado romano e imperial de la actual Santipoce pueden sentirlo los visitantes que quieran acercase a la excavación, pues el equipo organiza todos los viernes jornadas de puertas abiertas a las diez de la mañana y con explicaciones en cuatro idiomas: español, francés, inglés e italiano. Una oportunidad de buscar la huella de Adriano el año del XIX aniversario.

Fuente: ABC.es | 16 de julio de 2017

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Más de la mitad de la superficie de Itálica está por excavar


Las excavaciones arqueológicas en Itálica están ahora en un momento excepcional, con tres proyectos en marcha, uno de la UPO y otros dos de la Universidad de Sevilla. «Es algo excepcional, porque desde los años ochenta se habían reducido mucho en Itálica. Ahora hay una buena coyuntura, por cuanto el actual director del conjunto arqueológico, Antonio Pérez Paz, está propiciando que se desarrollen proyectos como estos», explica el profesor de la UPO Rafael Hidalgo.

La necesidad de excavar en la ciudad romana es vital, por cuanto puede aportar datos que amplíen los actuales conocimientos que se tienen sobre ella. De hecho, más del 50% de su superficie está aún por desenterrar. «En Itálica hay muchísimo por hacer, a pesar de que se ha trabajado e investigado mucho. Hoy la única forma de progresar en el conocimiento de la ciudad es hacer excavaciones, porque lo que conocemos ya está muy estudiado. Necesitamos nuevos datos que nos planteen nuevas preguntas y problemas por resolver».

Esta pretensión choca, sin embargo, con la escasa disponibilidad presupuestaria que tienen las administraciones públicas para desarrollar trabajos arqueológicos. De hecho, la financiación de la excavación que realiza la UPO sale de los fondos de un proyecto de investigación de la propia universidad.

«En total, el coste de la excavación es de unos 3.000 euros, aparte de los gastos de personal. No conseguimos financiación para las excavaciones ni de las administraciones ni de las empresas privadas», se lamenta Rafael Hidalgo mirando, desde la Casa de la Cañada Honda, la llanura que se extiende hasta Santiponce, bajo la que se encuentra el barrio adrianeo, donde tenía sus casas la más alta aristocracia bética y que está en su mayor parte aún por desenterrar.

Fuente: ABC.es| 16 de julio de 2017

Santiago Jiménez, Embajador de la Fundación Atapuerca

Yacimientos de la sierra de Atapuerca, 16 de julio de 2017. Santiago Jiménez, director del Museo de Arnedo en La Rioja y gran valedor de Atapuerca desde hace más de 30 años, ha sido nombrado “Embajador de la Fundación Atapuerca” en los yacimientos de la sierra de Atapuerca.

Esta mañana Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell, vicepresidentes de la Fundación y codirectores de las excavaciones de Atapuerca, le han hecho entrega de un diploma acreditativo de su nombramiento, de una tarjeta de acreditación y de una insignia, frente al yacimiento de la Galería en los yacimientos de la sierra de Atapuerca, en plena campaña de excavación. Además, le han agradecido en nombre de la Fundación y del Equipo de Investigación de Atapuerca su compromiso, con el que respalda el Proyecto Atapuerca.

La Fundación Atapuerca creó la figura de “Embajador de la Fundación Atapuerca" para reconocer y fomentar la implicación personal en el apoyo al Proyecto Atapuerca, y en darle mayor visibilidad pública. La Fundación considera esencial para la continuidad de este proyecto científico de prestigio mundial implicar en su divulgación a personas que por distintas razones puedan contribuir a que el Proyecto Atapuerca consolide el amplio respaldo social de que goza. Cada año la Fundación nombrará un máximo de 4 Embajadores.

En 2017 la Fundación Atapuerca ha nombrado Embajadora a Olvido Gara, Alaska, (que excavó en Atapuerca hace años) y Embajadores a Juan Antonio Corbalán (cardiólogo y novelista, relevante jugador de baloncesto de los 70 y los 80, y colaborador del Periódico de Atapuerca), a Santiago Jiménez (director del Museo de Arnedo en La Rioja y eficaz valedor de Atapuerca desde hace más de 30 años) y a Alberto Velasco (de Mahou San Miguel, cuya implicación desde hace décadas en Atapuerca es especialmente destacada).

Santiago Jiménez García (Préjano, 1942). Con tan solo 14 años se traslada a Vizcaya para estudiar y trabajar de aprendiz y comienza la preparación de Facultativo de Minas. En 1975 crea en la central Térmica de Santurce, la Sección de Mineralogía y Paleontología de Iberduero (hoy Iberdrola). A petición del Consejo General Vasco crea el “Museo itinerante” que durante 25 años ha recorrido todas las comunidades. Esta colección donada por Iberdrola y por Santiago Jiménez al Ayuntamiento de Arnedo, constituye desde mayo del año 2000 el Museo de Ciencias Naturales de Arnedo. En 1970 descubre las huellas de dinosaurio de Valdeté. A partir de entonces investiga en yacimientos paleoicnológicos riojanos con el equipo de paleontólogos de las Universidades de Madrid y Salamanca.


En 1978 organizó la 1ª Exposición Internacional de Minerales y Fósiles de Bilbao que hoy día sigue celebrándose. Ha contribuido para que las huellas de La Rioja se conozcan y valoren. Le han publicado centenar de trabajos de investigación y es autor y coautor de varias obras. Además es Consejero de la Federación Europea de Sociedades Mineralógicas y Paleontológicas; Director del Museo de Ciencias Naturales de Arnedo; miembro fundador de una decena de sociedades y asociaciones relacionadas con las Ciencias de la Tierra y fue alcalde en su pueblo natal durante 8 años.

Teutoburgo: La "Guerra de Vietnam" de las legiones romanas

Foto: Soldados romanos en el bosque de Teutoburgo en un espectáculo de reconstrucción histórica en Kalkriese.

Recorrido por el campo de batalla de Teutoburgo de la mano de Valerio Manfredi, autor de una novela sobre la derrota de las tropas de Augusto por los germanos.
Valerio Manfredi se arrodilla y deposita sentidamente una rosa sobre la hierba (una rosa, por cierto, que le han prestado en una cafetería cercana). Aquí y en los alrededores, de hecho a todo lo largo de una ruta infernal de unos 50 kilómetros a través de los espesos bosques de Germania, cayeron millares de legionarios romanos, compatriotas del novelista (Castelfranco Emilia, 1942), hace dos milenios, masacrados a lanzazos y espadazos por las tribus enfurecidas de los queruscos, brúcteros y angivaros, entre otros. La peor derrota de Roma junto a Cannas, Carras y Adrianópolis. Manfredi suspira y agita la leonina cabeza orlada de cabello blanco mientras con porte de centurión musita un fragmento de Velleius Paterculus sobre el combate, en latín.

Estamos en uno de los escenarios estelares de la batalla de Teutoburgo, una de las mayores y de más trascendencia de la Antigüedad, pues acabó con el sueño de romanizar Germania y convertirla en provincia del imperio (lo que hubiera ahorrado muchos problemas futuros, aunque quizá también nos habría privado de Beethoven, Kant y Beckenbauer). Junto al lugar de la genuflexión del escritor se ha reconstruido parte del terraplén que en su día, en aquel tempestuoso y sangriento final de verano del 9 después de Cristo, levantaron con insólito sentido de la estrategia los guerreros germanos para, tras varios días de acosarlas, estrechar el ya difícil paso de las legiones, embotellarlas entre montaña y pantanos y diezmarlas con hierro. Esto es el “Varusschlacht”, el lugar del desastre de Varo, la gran trampa al pie de la colina de Kalkriese, al noroeste de Alemania, por encima de Bonn y Colonia, el único espacio identificado arqueológicamente hasta ahora de la famosa batalla de Teutoburgo. En ella, desarrollada a lo largo de varias jornadas de enfrentamientos salvajes, culminados un (otro) infausto 11 de septiembre, se desangraron hasta la aniquilación completa tres legiones enteras, el orgullo de Roma, las numeradas XVII, XIIX (el 18 lo escribían así) y XIX, junto con sus correspondientes tropas auxiliares, hasta un total de unos 17.000 combatientes, más la impedimenta y seguidores civiles, un concepto que incluía desde comerciantes y familiares de los militares a prostitutas que marchaban animosamente detrás del ejército.

Foto: Legionarios romanos en un acto de reconstrucción histórica en Kalkriese.

Manfredi ha dedicado su última y muy emocionante novela, Teutoburgo (Grijalbo, 2017), a narrar las causas y el desarrollo de esa batalla, remontándose a la juventud del artífice de la victoria germana, el caudillo y príncipe querusco Arminio, al que el relato le imagina una estancia como rehén en Roma, donde aprende el funcionamiento y las tácticas de las legiones, lo que le permitirá luego –después de formar parte del mando de ellas, lo que sucedió en la realidad- destruirlas (el clímax de la novela).
Si la llegada de las tropas romanas al matadero de Teutoburgo, mandadas por un inepto y arrogante general, Publio Quintilio Varo –amigo del emperador Augusto-, fue un Via Crucis, la nuestra a esta zona de Baja Sajonia no ha sido menos complicada (salvando las distancias). El trayecto desde Colonia, a altas horas de la noche, con un automóvil alquilado que no conseguíamos arrancar y cuyo sistema de navegación solo informaba en alemán, resultó complejo. Además, la reserva en el hotel de Gütersloh, donde debíamos pernoctar había sido hecha por error para el mes siguiente. Así que tuvimos que refugiarnos durante unas horas en un tronado bar regentado por armenios y frecuentado por seguidores del Olympiakos griego, antes de conseguir in extremis una única habitación en otro hotel, que compartimos con alivio (“dalle stalle alle stelle”, se exclamó el novelista) y gran sentido de la camaradería, lo que permitió la excepcional visión del célebre autor de Alexandros en calzoncillos.

Hacerle de auriga a Manfredi, que decidió no conducir en todo el trayecto y dedicarse a recitar los clásicos, resulta muy ameno. El escritor va desgranando tanta información sobre la antigüedad que uno ya no sabe si está a la altura de Osnabrück o en un desvío al reino de los marcomanos, adonde Arminio envió la cabeza de Varo, que se suicidó durante la batalla (el rey de los marcomanos, Marbod, se la mandó a su vez a Augusto, por quedar bien: así acaso el emperador pudo decirle a la cara aquello de “¡Varo, devuélveme mis legiones!”). Manfredi explica que en una ocasión se vio involucrado en un acto de recreación histórica de la batalla de Teutoburgo en la que participaban entusiastas italianos caracterizados de legionarios y empeñados en ganar a sus rivales alemanes. Un profesor de Heildeberg les hizo ver lo inadecuado e inexacto de su testaruda actitud y solo entonces se dejaron masacrar, pero con desgana.


Un letrero de “Teutoburger Wald” (Bosque de Teutoburgo) nos hace saltar de entusiasmo en la autopista. Luego vemos un MacDonald’s. Al poco llegamos por carreteras secundarias al Varusschlacht Museum und Park de Kalkriese, el moderno centro creado en 2002 para explicar los hallazgos arqueológicos de la batalla de Teutoburgo. Entramos en tromba, como los galos de Astérix. Del edificio de admisión, con las taquillas y tienda de recuerdos (desgraciadamente con la mayor parte de los libros en alemán), se accede a través de un espacio abierto, en el que unos niños están formando una cohorte bajo el entusiasta mando de una profesora, al museo propiamente dicho, que es un cubo con una alta e intimidatoria torre revestida de hierro oxidado. Es evidente que alude al armamento y a las atalayas de vigilancia de la frontera del Rhin. La panorámica en lo alto es espectacular.

En las salas se despliegan una pormenorizada y muy didáctica explicación de la historia de la batalla, con dispositivos multimedia (Arminio, de 26 años, y Varo de 51, en 3D se materializan para darte sus versiones de lo ocurrido) y los hallazgos arqueológicos que atestiguan que una parte sustancial de la contienda tuvo lugar aquí. Las excavaciones en los alrededores las inició el voluntarioso cazatesoros, entusiasta del detector de metales y oficial británico estacionado en Osnabrück Tony Clunn, reconocido descubridor en 1987 del lugar de la batalla, un enigma durante siglos aunque la localización en Kalkriese había sido ya propuesta por el gran Mommsen hacia 1880.

Foto: Manfredi, con una réplica de la máscara de caballería romana hallada en Kalkriese.

Los trabajos arqueológicos han permitido desenterrar un material tan fascinante como elocuente y que prueba sin lugar a dudas que hubo en el sitio un choque espectacular entre las legiones y los bárbaros germanos en las fechas exactas que atestiguan las fuentes clásicas (Tácito, Patérculo –esencial para Manfredi, que recuerda que el historiador era legado en Germania en la época de la batalla), Dion Casio y Floro, principalmente). Millares de objetos, más de seis mil –piezas de equipo militar, armas, proyectiles (piedras o plomos de honda con “SMS” como “culum pete”, “dale en el culo”), restos humanos, monedas, hasta sandalias-, la mayoría hechos trizas, reflejan la enormidad e intensidad del combate. Aquella, recalca Manfredi, fue una lucha feroz, despiadada, una “batalla de aniquilamiento” que culminó en una matanza salvaje de romanos, incluido luego el terrible sacrificio de prisioneros a los dioses germanos. Un soporte de penacho de un casco de centurión apareció junto a un trozo de mandíbula, un cráneo mostraba espeluznantes heridas de espada. Incluso se encontraron (y se exhiben), restos de las acémilas que empleaban las legiones aniquiladas, así como testimonios de la vida cotidiana de los soldados.

Manfredi, que recorre la exhibición sobrecogido, recuerda que los objetos son solo lo que quedó tras el minucioso pillaje de los vencedores. Y señala que la escasez de material propiamente germano se explica porque su equipo era más somero (era tradición combatir desnudo, empuñando la temible framea, la lanza germana) y los que portaban equipamiento Premium es porque éste era precisamente de factura romana (arrebatados en los puestos de vigilancia sobre el territorio). En una vitrina se muestra la famosa e inquietante máscara de jinete romano hallada en las excavaciones y que, multiplicada en reproducciones y postales, se ha convertido en el omnipresente icono del museo y de la batalla de Teutoburgo. La Historia misma parece mirar a través de sus ojos vacíos. Originalmente estaba revestida de una capa de plata que le fue arrancada. “Generalmente se usaban para ejercicios de equitación, no sabemos por qué la llevaría un combatiente”, apunta Manfredi, que hace aparecer la máscara en su novela y que se ha probado una réplica en la tienda. Richard Helmer, experto en reconstrucción facial (identificó los huesos de Mengele) ha realizado un molde del rostro que se escondía tras la máscara.

Foto: Manfredi, en la terraza del museo de Kalkriese.

En el centro de la sala principal se despliegan las tres legiones en miniatura para que te hagas un efecto de cómo era el inmenso ejército de Varo en formación de marcha: una columna de 20 kilómetros de largo: cuando los últimos salían de un campamento los primeros ya estaban construyendo el siguiente. Mantener la capacidad operativa y las comunicaciones con esa extensión en un paisaje accidentado, sufriendo ataques sorpresa y con mal tiempo (hubo grandes tormentas, “horribile caelum”, dice Manfredi citando a Tácito), resultó tarea imposible, incluso para los romanos. Varo pagó el exceso de confianza, considera Manfredi, al dejar en manos de los auxiliares germanos, mandados por el propio Arminio la misión de explorar y detectar posibles peligros para las legiones, lo que era como confiar al zorro el cuidado de las gallinas. El general creía que Germania estaba ya pacificada, y no solo sometida, y se fiaba completamente del príncipe querusco romanizado, que hablaba latín y hasta poseía el rango ecuestre. No se dio cuenta de que se metía en una trampa.

“En formación de marcha y en ese terreno, boscoso y embarrado por las lluvias, la máquina de guerra de las legiones no pudo desplegarse y se vio atascada”, explica Manfredi, al corro que se ha formado espontáneamente a su alrededor; “una fuerza invencible en orden abierto se convirtió en muy vulnerable”.

Foto: Las legiones de Varo en miniatura en el Museo de Kalkriese.

El museo barre un poco para casa (al cabo la batalla ha sido uno de los elementos míticos de la construcción del imaginario del nacionalismo alemán) al enfatizar cómo los germanos lograron resistir y hasta vencer al imperio romano, que entonces contaba con 38 legiones, 11 flotas, 7.000 ciudades, 100.000 kilómetros de calzadas, y 70 millones de habitantes, una tercera parte de la humanidad. Pero Arminio, el gran líder pangermánico, aunque parte de la historiografía alemana lo ha reivindicado como un libertador y Hitler lo calificó de “el gran arquitecto de nuestra libertad”, no deja de ser un personaje complejo. “Es un héroe difícil de manejar”, recalca Manfredi. “Se lo puede ver como un traidor doble, primero a los suyos, a los que combatió como oficial de las tropas auxiliares romanas, y luego a sus camaradas de las legiones: es un ciudadano romano que crea una emboscada fatal a su propio ejército”. A Manfredi, pese a convivir con él toda una novela, no le es muy simpático el querusco.

Salimos del museo hacia la Killing zone. Seguimos un pequeño sendero en el bosque empedrado con planchas de metal cuadradas que sugieren escudos romanos o lápidas. De los árboles penden algunas cuerdas para trepar y columpiarse, a fin de amenizar la visita a los niños, pero que causan un efecto perturbador; crees ver a los germanos emboscados o los cadáveres de los prisioneros romanos ofrecidos a Wotan colgados de las ramas. Manfredi no resulta muy tranquilizador evocando la matanza. “Había una tempestad, caían árboles derribados por los rayos, el suelo estaba enfangado. De repente surgió el clamor de los bárbaros escondidos en la colina”. Es como visionar las primeras escenas de La caída del imperio romano o Gladiator. Pero aquí los germanos ganan por goleada. Los soldados se vieron atacados por el flanco, desde la altura, apelotonados en el estrecho paso que dejaba el muro disimulado con vegetación en un lado y los pantanos en el otro”.

Hoy el lugar, el campo llamado Oberesch, está muy cambiado. Hace solete y canta un petirrojo. Los pantanos de antaño son una amable y extensa planicie cubierta de hierba y diente de león, excepto una pequeña porción que, con cañas e inundada artificialmente, permite imaginar cómo era el terreno en el que lucharon y murieron los romanos. Nos acercamos al talud germano reconstruido. Frente a él se indica el lugar del hallazgo de una asombrosa cantidad de elementos, incluida la máscara, trozos de armas, y restos humanos. Los legionarios, apunta Manfredi, probablemente trataron de escalar el letal terraplén componiendo la testuto valaria, la tortuga para escalar muros, protegiéndose con los escudos y subiendo una fila de soldados sobre los de los compañeros (espero que no quiera que lo probemos: seguro que me toca a mí debajo). En todo caso, no sirvió. El autor evoca in situ, de manera impresionante -como en su novela- a las tropas romanas diezmadas, apretados los legionarios escudo con escudo, hombro con hombro, los gladios en la mano, protegiendo sus enseñas alzadas, resplandecientes fugazmente los golpeados y ensangrentados cascos y corazas por la iluminación fugaz de un relámpago. “No les quedaba más que coraje”.

Foto: Restos humanos con marcas de heridas de armas en el Museo de Kalkriese.

En el cielo vuelan muy alto tres rapaces. ¿Serán las águilas perdidas de las legiones? Los germanos capturaron las preciosas insignias, incluida la que trató de esconder sumergiéndola en el pantano su portador. “Se tardó años en recuperarlas las tres, y con ellas el honor de Roma”, recuerda Manfredi. “Los germanos las habían depositado en los altares de sus dioses”.

Tras hacer Manfredi su ofrenda floral y picarme yo con una ortiga (¡herido en Teutoburgo!) al tratar de coger lo que me parecía un denario romano y que resultó ser una chapa de cerveza, regresamos cabizbajos. Como reliquia me he llenado los bolsillos con tierra del lugar, tierra que una vez estuvo empapada de sangre, me parece más emotivo que un pin. “Esto fue el Vietnam de Roma”, comenta el novelista. “Y el fin de un sueño de imperio universal, Augusto no buscaba llevar la frontera hasta el Elba, 600 kilómetros al este del Rin, sino más allá, hasta el confín del mundo conocido”. Manfredi acaba el paseo como su libro: “Con la batalla de Teutoburgo Roma perdió Germania, y Germania perdió Roma”.

Fuente: Jacinto Antón | El País, 16 de julio de 2017

Pillan a un turista español CAGANDO en las ruinas de Pompeya

Casa de Menandro. El baño, al fondo a la derecha.

Un turista español de 80 años fue sorprendido por los vigilantes de la Casa de Mendrano, uno de los domus mejor conservados de las ruinas de Pompeya, mientras defecaba tras el parapeto de su esposa, colaboradora necesaria en la tropelía, según informa el diario italiano Il Matino di Napoli.

‘Shock en Pompeya: turista se siente mal y hace sus necesidades en un domus’, titulaba la noticia el rotativo napolitano, que ilustra la crónica con una remilgada imagen pixelada del cuerpo del delito. “La avanzada edad del hombre (80 años), que sufre de incontinencia, unido al calor sofocante y al almuerzo ingerido, no precisamente ligero” provocó que el hombre se viera obligado a evacuar urgentemente, y no encontró mejor lugar que a la sombra de los frescos de la Casa de Menandro, llamada así por la imagen del poeta griego que decoraba la casa.

La deposición fue posible gracias a la complicidad de la esposa del turista incontinente, que bloqueó la entrada al domus al resto de los turistas del grupo, alegando excusas incoherentes. Esta actitud resultó sospechosa para el vigilante de seguridad del resto arqueológico que irrumpió en la estancia y halló esta “desagradable escena”, según el Il Matino: “El anciano con los pantalones a media asta y en cuclillas”, en inequívoca postura de alivio. “Incrédulo y asqueado”, el guardia avisió a los agentes del puesto militar de Scavi, encargado de salvaguardar las valiosas ruinas.

Los carabinieri creyó en un primer momento que se trataba de un malentendido. Sin embargo, “la prueba maloliente” no hizo sino constatar la consumación del delito. La desagradable escena tuvo lugar horas antes de la llegada a Pompeya de los ministros Dario Franceschini y Claudio De Vicenti con motivo de la inauguración de la nueva ruta bajo la luz de la luna ‘Una noche en Pompeya’ (y un mojón). El hombre ha sido denunciado por atentar contra un monumento nacional.

Por suerte, la erupción del Pompeya no pilló al abuelo cagando porque si no hubiera pasado a la posteridad con tanta gloria como este anónimo (y dudoso) onanista:


Visto en Il Matino di Napoli, vía L’arte di guardare l’Arte.

Descubren nuevos indicios de canibalización en Atapuerca

Dos investigadoras clasifican las piezas encontradas en la excavación. - RAÚL G. OCHOA

Bajo la cueva sepulcral del Calcolítico que se ha excavado en los últimos años en el yacimiento de El Mirador, en Atapuerca, se ha encontrado un nuevo proceso de canibalización. «Estamos excavando estos días, bajo la cueva sepulcral, un nuevo nivel con restos humanos canibalizados», señalaba al respecto el responsable de la excavación, Josep María Vergés. Se trata del cuarto fenómeno de canibalización que se ha podido determinar en Atapuerca.

El más antiguo se refiere a las piezas de Homo sp, de 1,3 millones de años, que aparecieron en Sima del Elefante. Las piezas canibalizadas más señeras de Atapuerca son las de Homo antecessor que se encontraron en Gran Dolina con entre 900.000 y 800.000 años de antigüedad. Entre los fósiles encontrados había muchas piezas de ejemplares inmaduros. En el sondeo vertical que durante años se realizó en Mirador habían aparecido unos restos de cráneos con la calota, la parte superior de la cabeza, cortada. Además los huesos de estos cráneos habían sido hervidos en un proceso que entienden ritual. Estos procesos se llevaron a cabo hace 3.900 años, en la Edad del Bronce Antiguo.

Mil años después, o un poco más a la espera de contar con dataciones y estudios de laboratorio sobre los restos que ahora se están excavando, se sitúa este segundo proceso de canibalismo en Mirador.
«Lo que estamos encontrando son restos de todo el esqueleto que no recibieron un trato especial, se trataron como restos de consumo y aparecen junto a otros restos de consumo, pero creemos que, como los cráneos, tiene que haber algo de ritual», señaló Vergés (izquierda). En concreto aparecen huesos canibalizados de ejemplares inmaduros, alguno niño de entre dos y tres años, pero la mayoría se encuentran entre los 10 y los 12, dado que la epífisis no aparece soldada y es un fenómeno que se produce a los 16 años. «Todo apunta a que son inmaduros, pero para conocer algo más hay que esperar los estudios de los especialistas para saber el género, la edad...», destacó el responsable de la excavación.

Estos trabajos se realizan en la zona derecha del yacimiento donde se ha excavado un sepulcro durante las últimas campañas. Aún en la presente aparecen restos de cráneos apilados en las paredes de la cueva, porque «lo que hacían era colocar el cadáver en el centro de la cavidad con su ajuar y al resto los apartaban a los bordes de la cueva». De ahí que aún aparezcan restos.
De forma paralela también se bordean los 5.000 años en la excavación situada a la izquierda. Allí se encuentran en la actualidad analizando restos de estiércol quemado. «Era algo habitual en aquellos tiempos, cuando aún no se aprovechaba el estiércol para abonar los campos, lo tienen como residuo y lo que buscan es eliminarlo lo más rápido posible, quemándolos se reducen en un 90%», destaca.

Foto: Entrada de la Cueva El Mirador.

De forma paralela a la investigación se busca abrir la cueva. En la parte derecha se gira hacia el exterior de las cavidades donde todo parece indicar que hay una cueva colmatada más antigua. En el lado izquierdo prosiguen hasta el interior del sistema kárstico de la sierra, llegando a alguna de las cavidades no colmatadas hasta el techo que puedan dar lugar a nuevos espacios de uso de Homo heidelbergensis o neandertales.

Fuente: elcorreodeburgos.com | 14 de julio de 2017