Alejandro Jiménez: «El expolio es una realidad en Egipto y en Andalucía»

Alejandro Jiménez, en una excavación en Egipto - ABC

El egiptólogo Alejandro Jiménez, descubridor de uno de los mayores hallazgos de los últimos años en Asuán, la momia de una poderosa mujer de la nobleza, defiende el legado de la civilización del país del río Nilo en la Europa actual. También resalta la riqueza arqueológica andaluza, al tiempo que lamenta la incidencia del expolio tanto en Egipto como en el sur de la Península ibérica.

- En la civilización occidental Egipto seduce, pero Roma prevalece. ¿Se debe a que es una cultura superior?

- No, Roma es a su vez deudora de Egipto. La mayor parte de nuestras letras son latinas, pero originariamente parten del jeroglífico. Lo que somos hoy se lo debemos a las culturas antiguas. Está claro que la romana es la que más ha incidido sobre nosotros, como demuestra nuestra lengua, pero Roma asume aspectos de otras civilizaciones.

- Entre ellas, ¿la egipcia era la más avanzada?

- En cierto modo, sí, pero sólo con respecto a la mayoría de las culturas mediterráneas de la época. Egipto estaba más desarrollada porque utilizaba la escritura y se articulaba en una administración compleja. Los aspectos legales, administrativos, políticos y literarios que estudiamos nos hablan de una sociedad sofisticada.

- Las excavaciones que su equipo ha desarrollado en Asuán le han convertido en un referente internacional de la arqueología, ¿qué han descubierto?

- Nuestro mayor hallazgo ha sido la momia de la madre de los gobernadores de Elefantina, miembro de una de las familias más importantes de Egipto hace 4.000 años. Esta mujer es un personaje clave en la historia de esa civilización.

- Regresemos a la nuestra. En el Egipto antiguo había una clase dominante y una clase dominada. Como ahora. No parece que hayamos cambiado mucho.

- Bueno, ahora existe una clase media y antes no. En Egipto el 2% de la población pertenecía a la clase dirigente y el resto de la población eran agricultores o pastores. Quizás sólo un pequeño número de artesanos y comerciantes podría acercarse a nuestro concepto de clase media. Otra diferencia es que hoy podemos elegir el modo en que queremos que nos gobiernen.

- Tal vez los egipcios no tengan eso tan claro. Hay atentados, violencia...

- Egipto es un país seguro. Las medidas de seguridad han aumentado muchísimo desde la primavera árabe. Personalmente, me siento más seguro en Egipto que en otros países.

- Aunque la relevancia sea menor, ¿Egipto y Andalucía son equiparables por su riqueza arqueológica?

- El sur de la Península ibérica es una de las zonas arqueológicas más importantes de Europa. La presencia de fenicios, griegos y romanos, atraídos por su riqueza minera, lo convirtió en un área de introducción de elementos artísticos y de pensamiento que proceden del Mediterráneo oriental. En este sentido, Andalucía está más cerca de Egipto que otros territorios españoles.

- ¿Hay también similitudes por la incidencia del saqueo en los yacimientos?

- Desgraciadamente, el saqueo de los bienes arqueológicos es una realidad en Egipto y en Andalucía. Es preciso aprobar una legislación mucho más severa contra los expoliadores. Porque nos roban a todos. Es cierto que evitarlo es también una cuestión educativa, que es preciso sensibilizar a la población sobre el valor de la arqueología, pero hace falta una ley dura para frenar el expolio patrimonial.

Conferencia en el Louvre

De la importancia del egiptólogo jiennense Alejandro Jiménez da cuenta la invitación que le ha cursado el museo del Louvre, uno de los centros más prestigiosos del mundo en el ámbito del estudio del antiguo Egipto, para que el próximo 24 de octubre diserte sobre los últimos hallazgos descubiertos en Asuán por el equipo de investigación coordinado por la Universidad de Jaén, donde imparte clases de historia antigua.

Bajo su dirección, 38 investigadores de diversas nacionalidades llevarán a cabo desde enero a marzo de 2017 excavaciones en Asuán en 2 cámaras funerarias en las que esperan encontrar a más personajes relevantes, según explica Jiménez, quien agradece al Ministerio de Economía y Competitividad que finacie el proyecto.

Fuente: ABC

La Indiana Jones del espacio que descubre tesoros con un satélite

Sarah Parcak, la 'arqueóloga espacial', en el yacimiento de Tanis (Egipto)

Sus ojos se han acostumbrado a buscar la aguja en el pajar. Después de años entrenando sus pupilas, Sarah Parcak es capaz de hallar tesoros faraónicos -huellas de templos, tumbas y ciudades enteras- que han permanecido ocultos e inaccesibles a las excavaciones convencionales. Le basta con lanzar un simple vistazo a los pliegues de una imagen captada desde un satélite remoto. No en vano la llaman la Indiana Jones del espacio. «Es una nueva disciplina, la arqueología espacial», explica a PAPEL la directora del departamento de Observación Global de la Universidad de Alabama. «Nuestro trabajo consiste en usar diferentes técnicas para localizar yacimientos arqueológicos a partir del uso de datos y algoritmos».


A sus 37 años, esta egiptóloga catapultada a la fama se ha convertido en la principal eminencia de un campo desconocido hasta ahora cuya denominación empleó por vez primera la NASA hace tan sólo una década. «No soy la pionera. Hay cientos de académicos especializados», esboza Parcak, nieta de un paracaidista curtido en la fotografía aérea durante la II Guerra Mundial. «He pasado los últimos 15 años centrada en esto. He dedicado más de 10.000 horas de mi vida a contemplar y estudiar imágenes por satélite hasta llegar a comprender lo que observaba».


Impermeable a la fatiga, Parcak escudriña las instantáneas de los lugares más recónditos que proporciona la mayor compañía de imágenes por satélites del planeta. «Rastreamos un área hasta determinar lo que oculta su paisaje, topografía o geología. Resaltamos las diferencias añadiendo diferentes colores a la tierra cultivada, las estructuras urbanas, la vegetación, el agua o los lugares arqueológicos. En todo este tiempo hemos hallado tantas pistas e identificado tantos objetos que confirmar todos los descubrimientos sobre el terreno me llevaría los años de vida que no tengo», bromea.


La tecnología ha comenzado a desvelar porciones de tierra vírgenes de miradas. Primero fueron los fogonazos en alta resolución arrojados por el satélite los que trazaron el complejo mapa de Tanis, una ciudad del Antiguo Egipto plantada en el delta del Nilo. El rastro de los muros de adobe, las calles y los grandes edificios residenciales que durante 3.000 años habían sobrevivido bajo las ruinas afloró en el análisis de Parcak. Luego fue el turno de los trazos de un anfiteatro romano localizados en una tierra de cultivo próxima al aeropuerto Fiumicino de la capital italiana. Su último acierto fue en junio, cuando su equipo anunció el hallazgo de una gigantesca plataforma rectangular enterrada en la villa nabatea de Petra, en el sur de Jordania. Las fotografías de drones y las imágenes por satélite -incluidas aquellas con infarrojos, usados para medir la radiación de energía- obraron el descubrimiento.


«Los fotogramas nos ayudan a concentrar nuestro trabajo, a saber exactamente donde se debe excavar. Por eso colaboramos con colegas de otras misiones arqueológicas y les cedemos el uso de las imágenes para que puedan confirmar nuestras pistas. Estamos ahorrando una gran cantidad de dinero y tiempo», celebra la especialista, consciente de que su aventura es una carrera contra el reloj. «Basta mirar lo que está sucediendo en Egipto, con la presión demográfica y el desarrollo urbanístico, o en Siria e Irak con el expolio y la destrucción del patrimonio. Si uno observa un mapa de Egipto de hace 10 años, se da cuenta de que muchos yacimientos han quedado completamente arrasados. Si no los encontramos ahora, desaparecerán para siempre», arguye Parcak, que colabora con las autoridades locales auscultando la tierra de los faraones y levantando acta de los lugares engullidos por el ladrillo y el pillaje. «La gente cree que el expolio comenzó tras la primavera árabe en 2011, pero lo que demuestra el mapa es que el robo de antigüedades arrancó dos años antes, coincidiendo con la crisis económica mundial. Es un fenómeno global cuya dimensiones desconocemos».

Un saqueo que amenaza el vasto tesoro que guardan las arenas del país más poblado del mundo árabe. «Calculo que los arqueólogos han descubierto y excavado menos del 1% de los vestigios del Antiguo Egipto», admite Parcak, volcada estos días en modelar su proyecto más ambicioso.


A principios de 2017 lanzará Global Xplorer, una plataforma financiada con el premio de un millón de dólares que le entregó hace un año el foro TED y que permitirá a cualquier internauta del mundo descubrir a vista de pájaro nuevos lugares arqueológicos o denunciar las marcas de un robo reciente. «Es una herramienta que puede cambiar la arqueología tal y como la conocemos. Hemos decidido comenzar en Perú porque es un país con una arqueología increíble y una muy buena cobertura satelital. El objetivo es democratizar el proceso de descubrimiento de lugares arqueológicos y convertir a los internautas en arqueólogos. Será una base de datos pero también un juego», detalla su artífice.



Y, mientras Parcak canta las bondades de la carrera espacial, el satélite ya campa a sus anchas por las expediciones que, asidas aún a la estampa de tumultuosas cuadrillas de obreros, horadan el terruño egipcio. «Por unos cientos de euros cualquier misión puede contar con estas instantáneas», explica la arqueóloga. «La calidad de los satélites está mejorando muy rápido, lo que nos permitirá en un futuro próximo visualizar mejor los potenciales hallazgos. Será una herramienta extremadamente poderosa. Vamos a ser testigos de los descubrimientos más formidables. Esto acaba de empezar. Justo ahora estamos aprendiendo a usar el satélite para detectar nuevos emplazamientos. Nos queda por hallar lo mejor de la historia de la humanidad. En Egipto, Perú y en cualquier rincón del planeta».

Fuente: Francisco Carrión | El Mundo, 21 de octubre de 2016

LA INDUSTRIA FENICIA DEL VIDRIO

En el campo de la artesanía no puede olvidarse el vidriado. Los vasos de vidrio así como los amuletos y objetos de adorno fabricados con la pasta vítrea son muy abundantes, y parece que la invención de este material debe ser atribuida a los fenicios. En sus centros comerciales de Oriente, en Gadir o Cartago, o como simples artesanos al servicio de cortes extranjeras, nuestros hombres fabricaron grandes cantidades de objetos de este tipo en los diversos hornos de vidriero que construían a tal efecto.

Inicialmente se tuvo en cuenta la arena, algo que a primera vista nada tiene de noble y refinado. De esta opinión sólo son aquellos que ignoran que en muchos casos -por ejemplo el montuoso Líbano- la arena contiene gran cantidad de cuarzo, que es ácido silícico puro en forma cristalina, y precisamente el ácido silícico constituye el elemento más importante del vidrio. Un vidrio normal de ventana contiene más del 70 %, y un cristal de plomo no menos del 60%. Luego, si se mezcla este subproducto del mar con bicarbonato sódico, como se le encuentra en las aguas carbonatadas de los lagos egipcios o en las cenizas de las plantas marinas y esteparias salíferas, si se le añaden substancias alcalinas en forma de piedra caliza, mármol o creta y se calienta la mezcla hasta unos 700 u 800 grados centígrados, entonces se obtiene, con fuerte producción vesicular, aquel producto viscoso y rápidamente solidificable que puede transformarse fácilmente en pequeñas perlas, o, por medio de un núcleo de arcilla, en frascos, o mediante soplado, en hermosos recipientes abombados y trasparentes.


Los egipcios conocieron ya este proceso de elaboración en el cuarto milenio a.C. Con ingrediente como arena, cenizas vegetales, salitre y creta producían un vidrio opaco y opalino que difundieron por todos los países del mundo en forma de recipientes para líquidos y como artículos de lujo, tales como esmaltes vítreos para imitar piedras o recubrir objetos de orfebrería.

De un modo u otro lograrían descubrir los fenicios este secreto de fabricación que, como es de suponer, estaría celosamente guardado, y lo utilizaron para montar su propia industria cristalera. Pero al hacerlo no se limitaron a una imitación servil, sino que unieron al ingenio su tenacidad en un intento por hacer transparente la masa lechosa. Por fin, después de una serie de pruebas y fracasos, lograron el éxito apetecido.

En Tiro y Sidón, en esta última ciudad sobre todo, se montaron pequeñas vidrierías, de cuyos hornos salieron los primitivos trasparentes de la historia. De modo que el invento del vidrio no fue obra de los egipcios, sino del pueblo que habitaba en el Líbano. Esto es tanto más cierto cuanto que, más tarde, también fueron probablemente los fenicios quienes desarrollaron además la técnica del soplado del vidrio.


Tan espectacular como el descubrimiento del vidrio de fue igualmente su manera de comercializarlo. En efecto, no se limitaron a ofrecer el vidrio como objeto de lujo a precios elevados, sino que organizaron cadenas comerciales para distribuirlos a gran escala. El vidrio, fundido, prensado o tallado se ofrecía en Tiro, Sidón o Gadir a precios tan sumamente baratos, que incluso podían adquirirlos los desheredados de la fortuna; y así fue empleándose más y más para vasos y copas en lugar del metal o la arcilla. Los fenicios inundaron literalmente con sus vasijas, botellas y perlas todo el mundo conocido, y con razón puede considerárselas como los iniciadores de la fabricación en serie.

Por: Juan Antonio Cerpa Niño

LA INDUSTRIA FENICIA DE LA PÚRPURA


Por: Juan Antonio Cerpa Niño

Paralelo al desarrollo de otras industrias como la vítrea surgió una segunda rama de producción con un artículo que no era menos revolucionario que la anterior: la fabricación tiro-sidónica de púrpura. En este caso el material básico lo hallaron los fenicios a dos pasos de sus casas: en las aguas del mar de bajura del Mediterráneo y el Atlántico.

En nuestros días la química puede fabricar púrpura, como derivado del índigo, más hermosa que la de los fenicios de antaño, que obtenían el colorante, cuya composición química desconocían, naturalmente, tan solo de la segregación de las glándulas de un pequeño molusco gasterópodo del genero purpura que se da en casi todos los mares cálidos.

 El proceso es bien sencillo. Se frota un trozo pequeño de lana contra la parte trasera del animalito donde se encuentran las glándulas segregadoras y se obtiene una mancha amarillenta, que cuando se rocía con zumo de limón, poco a poco se vuelve azul, luego rojo y, finalmente, queda de un rojo subido muy intenso, aunque, la mancha es diminuta. Y para ello se necesitan mas de una veintena de caracoles antes de que el extremo del paño pequeño de lana llegue a quedar como punteado de rojo.
Estos moluscos de los que se extraía la púrpura eran pescados mediante unas reducidas cestas en las que se colocaban, a modo de carnada, pequeños mejillones, almejas y restos de pescados, que una vez sumergidos en el agua, atraían a los preciados caracoles.

Los naturalistas han podido averiguar, mientras tanto, que la obtención de un solo gramo de púrpura costaba la vida a más de diez mil moluscos de los géneros Murex brandaris y Murex trunculus.
Para obtener obtener tan preciada sustancia, los moluscos capturados eran partidos y abiertas sus carnes para serles sacadas las vesículas que contenían la púrpura. Dichas vesículas, después de puestas en sal y dejarlas durante tres días en maceración, se vertían en grandes calderos. Por cada quinientos gramos de esta masa salada y purpúrea se añadían veintiséis litros de agua.
Los calderos no se ponían en contacto directo con el fuego, sino que la masa se calentaba con vapor, mediante un ingenioso sistema de conducción de aire. Asombroso sistema si se tiene presente que estos trabajos se realizaban nada menos que hace tres mil años.


Una vez que aquella masa de sal y vesículas comenzaba a hervir, entonces, con una espumadera, se iban sacando cuidadosamente los pedacitos de carne que flotaban en la superficie.Luego de unos días de cocción, aquella especie de papilla quedaba reducida y muy espesa.Llegado este momento se introducía en el espeso líquido del caldero un trozo de lana sin color, y si el resultado del colorido era satisfactorio, es cuando se depositaban en el recipiente los géneros que se iban a teñir.En este baño, que debía cubrir totalmente todas las piezas, éstas permanecían durante cinco horas como mínimo.
Al sacar las telas de los calderos no eran bellos los colores, y solo cuando los géneros se hubieran secado al sol cobraban la belleza que les hacia valiosos y preciados. La púrpura, al principio, aparece de un color verdoso, pero al contacto con el aire y el sol su color iba cambiando. Del verde oscuro pasaba al violeta; en algunas ocasiones al azul, malva o violáceo, y, finalmente, se tornaba rojo, rojo violáceo o violado.

Los talleres de los tintoreros exhalaban un hedor tan penetrante que el papiro "Salónico", que fue escrito en la época del faraón Ramsés II, se lee lo siguiente sobre tan desagradable olor: "Las manos de los tintoreros apestan a peces podridos, y los hombres llegan a aborrecer totalmente las telas teñidas por este procedimiento". Estrabón cuenta en su época, la del emperador Augusto, que las callejuelas de Tiro eran todavía focos de pestilencia.

Así se comprende que la industria fenicia de la púrpura, contrariamente a la del vidrio, jamas se destinara al gran público y que solamente estuviera al alcance de unos cuantos potentados. Las telas rojas procedentes de Tiro y Sidón fueron siempre artículos de lujo manifiesto, y así vemos que durante mucho tiempo la púrpura estuvo reservada a los reyes, en Roma a los senadores, y posteriormente a los más fieles servidores del culto y del gobierno. Un galón de púrpura fue siempre distintivo de alta graduación, y el color en sí era símbolo de máximo poderío.
En realidad la púrpura no les olía mal a los fenicios, por los mismos motivos que "tampoco el dinero tiene olor". Se enriquecieron gracias a ella, y lo que es más aún, la púrpura los hizo famosos. Se supone que la palabra griega Phoinike proviene de porphira, púrpura, o sea que Fenicia podría significar "país de la púrpura". Como también Canaán pudiera significar "país de los rojos".
Y como en este mundo todo es pasajero, así también llegó un día en que el uso y el valor de la púrpura se extinguió. El dominio de la púrpura finalizó por completo en el año 1453, cuando los árabes conquistaron Constantinopla.


UN ENIGMÁTICO AJUAR FUNERARIO DE CRISTAL DE ROCA EN LA NECRÓPOLIS DE CÁDIZ


Por: Juan Antonio Cerpa Niño

A mediados del otoño de 1997, realizamos dos intervenciones arqueológicas de urgencias en la calle Escalzo. La zona, localizada en extramuros de la ciudad de Cádiz, deparó la localización de un grupo de enterramientos fechados entre los siglos IV a.C., y el cambio de Era. Dentro de todos ellos, los más importantes correspondieron a un conjunto romano, fechado en época del emperador Augusto, formado por la alineación de siete estructuras macizas (una de ellas, fuera de los límites de intervención, fue excavada en una segunda fase) realizadas con un mortero compacto (opus caementicium), en cuya parte inferior se localizaban una cista principal a las que se adosaban nichos secundarios. Todas ellas presentaban un voraz saqueo, localizándose en su entorno los fragmentos de dos urnas de alastro.

Ante la monumentalidad de las estructuras, se decidió ir desmantelando cada una de ellas por si los saqueadores, como así sucedió, hubiesen podido dejar olvidado alguno de los nichos adosados.
Fue la tumba 25 la que nos ofreció la sorpresa de presentar una oquedad intacta en la que cabía destacar, una urna de plomo que contenía, junto a los huesos pertenecientes a una incineración, como único ajuar, el tesoro formado por un lote de recipientes anfóricos, moluscos e insectos realizados en cristal de roca, una hydria en de ágata y diversos objetos de oro, plata y ámbar que formaban el conjunto de piezas de este material más importante descubierto hasta la fecha no solo en la ciudad de Cádiz, sino en todo el mundo conocido.

Este impresionante ajuar funerario, de una calidad y valor incalculable, formaba parte de los enseres depositados como ofrendas en la tumba de una niña perteneciente, con toda seguridad, a una rica familia patricia de la ciudad de Gades que vivió en el siglo I d.C. Lo asombroso de esta magnifica colección de 14 piezas de cristal de roca, es la calidad en su elaboración. Como realizaron y tallaron los diversos tipos de ánforas, jarritas, moluscos e insectos siguen siendo para mí todo un enigma.

A finales de 1997 y por expreso encargo de la Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía, solicité al Departamento de Química Física de la Universidad de Cádiz, un estudio y análisis de cuatro de las piezas pertenecientes a dicho ajuar. Para ello, fue designado un equipo compuesto por D. Joaquín Martín Calleja, María Jose Felíu y M. C. Edreira, que planteó a este respecto dos hipótesis de trabajo; la primera consistía en que dichas piezas fueron realizadas a partir de bloque de cuarzo de escasa coloración con un arduo trabajo de talla, y la segunda, estar construidas a partir de cuarzo fundido (vidrio de cuarzo) para, por técnicas de soplado, obtener una morfología aproximada y finalizar con un trabajo de talla y pulido. Esta hipótesis, implicaría poseer una tecnología para fusión de grandes masas de cuarzo y hornos capaces de alcanzar más de 1800 grados de temperatura.

Abundando en esta hipótesis, hemos de considerar que, debido a la elevada temperatura de fusión del cuarzo, históricamente se le consideró hasta el año 1839 como un material no fundible, por lo que el caso de admitir la hipótesis segunda y al ser unas figuras cuya datación se sitúa en el siglo I d.C., implicaría la existencia de un paréntesis de 1700 años en el conocimiento. Ante la imposibilidad de la existencia de una tecnología en aquella época capaz de fundir cristal de roca, el equipo dio la primera hipótesis como la mas plausible, es decir, que las piezas son el resultado de un laborioso trabajo de talla a partir de grandes trozos de cuarzo cristalino.
Aceptar esta hipótesis supondría considerar el uso y utilización de herramientas con puntas de diamantes para poder trabajar sobre la dureza del cristal de roca (7 en la escala de Mohs). Aun siendo así, se me plantean un sinfín de preguntas, ¿como vaciaron el interior de algunas de las piezas pequeñas? ¿que tipo de artefactos utilizaron para ello? ¿utilizaron algún tipo de tecnología hoy perdida?. El tiempo y nuevos descubrimientos, quizás me den la respuesta.


UN ARCHIPIÉLAGO LLAMADO GADIR


Por: Juan Antonio Cerpa Niño

Las fundaciones fenicias, dejando a un lado las debidas a los fenicios cartagineses levantadas en época posterior, pueden ser fechadas entre los siglos X y IX a.C. En efecto, los hallazgos arqueológicos de las últimas décadas en Cádiz y el área de su bahía, han modificado lo que hasta hace unos años se consideraba como la fecha habitual el siglo VIII a.C. Y ha sido, naturalmente la arqueología la que nos ha proporcionado la lente de gran angular que nos permite abarcar fechas más tempranas en el horizonte fenicio.

Los textos y tradiciones antiguas tienen un denominador común a la hora de establecer fechas muy tempranas a los orígenes de la expansión colonial fenicia en el Mediterráneo y sus primeras arribadas atlánticas. Estrabón afirma que los fenicios fundaron colonias fuera de las columnas de Hércules poco después de la guerra de Troya, cuya caída se fecha tradicionalmente en el 1184 a.C. Veleyo Paterculo cuenta como unos ochenta años después de la caída de Troya, la flota de Tiro que dominaba los mares fundó Gadir junto a las Columnas de Hércules y que Utica, en el litoral norteafricano, fue fundada poco después. Plinio por su parte remonta la antigüedad de Utica a mil ciento setenta y ocho años antes de aquel en el que él escribía (77 d.C.) lo que concuerda con las informaciones anteriores. Finalmente Pseudo Aristóteles mantiene que la fundación de Utica acaeció doscientos ochenta y siete años antes que la de Cartago. Como la fecha tradicional de la fundación de ésta se establece en el 814 a.C., ello nos remonta hasta 1101 a.C., para la fecha de la fundación de Utica, lo que, como se aprecia, coincide muy de cerca con lo afirmado en otras fuentes.

Tampoco debemos ignorar el contenido de otros textos como los bíblicos.Recurriendo a los libros apócrifos del Antiguo Testamento, entre los cuales existe uno denominado "Libro de los Jubileos" y donde el nombre de Gadir aparece citado tres veces.Este texto ha llegado completo en su versión etiópica, que procede de un original hebreo a través de una versión griega.En cuanto a su contenido, la crítica ha sostenido que parece ser una especie de comentario a los dos primeros libros de Moisés. Transmite, y qui reside su importancia, el ámbito geográfico contenido en un antiguo planisferio de tipo comercial y por ello los sitios por los que se movían los mercaderes fenicios de su tiempo.Las citas son las siguientes:

Y va hacia el norte, hasta el limite con Gadir, y viene de las costas de las Aguas del Mar (estrecho de Gibraltar) a las costas del Gran Mar (mar Mediterráneo), hasta que alcanza el río Gihon (río Nilo) hasta alcanzar el lado derecho del Jardín del Edén (colocado en Etiopía).                                                    (Jubileos 8,23)
Y se extiende hacia el norte y va a las montañas del Kelt (los Alpes) hacia el norte y al mar Mauk (el Océano), y va hacia el oriente de Gadir hasta el lado de las Aguas del Mar.                                     (Jubileos 8,26)
Y para Mesech viene como sexta parte toda la orilla más allá de la tercera lengua (la Península Itálica), la que alcanza hasta el oriente de Gadir.                                                                                                                  (Jubileos 9,12)

Los primeros visitantes -griegos micénicos- la citan como ta Gadeira o, en variante jónico, tá Gédeira, en plural neutro. Herodoto la llama, por excepción, pero en forma plural también, Gédeiroi. Esto acaso se deba, al hecho de que a Cádiz, en la antigüedad se la pudo considerar, más que como a una isla, como un conjunto de ellas, de las cuales las más importantes eran, quizás, la propia Cádiz (conocida por los primeros navegantes griegos como Kotinoussa) y la Isla de León, llamada también en los textos antiguos Erytehia y Aphrofisías y, por los indígenas, Ínsula Junionis, según Plinio.
En época romana siempre fue considerada como un grupo de islas, la describe así Pomponio Mela en su Chorigrafía (libro III): "Cerca del litoral que acabamos de costear en él ángulo de la Beática, se hallan muchas islas poco conocidas y hasta sin nombre; pero, entre ellas, la que no conviene olvidar es la de Gades, que confina con el estrecho y se halla separada del continente por un pequeño brazo de mar semejante a un río. Del lado de tierra firme es casi recta; del lado que mira al mar se eleva y forma, en medio de la costa, una curva terminada en dos promontorios, en uno de los cuales hay una ciudad floreciente del mismo nombre que la isla, y en el otro, un Templo dedicado a Hércules, célebre por sus fundadores, por su veneración, por su antigüedad y por sus riquezas..."
Otros aspectos tratados por las fuentes clásicas nos dan a conocer diversos aspectos referentes a la ubicación, topografía, religión, y economía de Gadir, como reflejan Avieno (360), Heródoto (IV,8), Justino (XLIV,5, 2,), Diodoro (V, 20, 1-2), Tito Livio (XXVIII, 23, 6), Ferécides (frag. 18b), Plinio (II, 167-169, 214, 242-244, IV, 116, 119-121, VI, 202, 214, IX, 62, XIX, 4, 63), Mela (III, 46, 90), Filostrato (VA, V5), Arriano (16, 1-4), Apiano (451) y Arnobio (1, 3, 6).

Estos escritos nos describen varias islas o islotes de distintas dimensiones, de las que nos interesan en particular tres de ellas, Erytehia, Kotinoussa y Antípolis. La isla Erytehia sería la situada al norte del Canal Bahía-Caleta, donde, según la tradición, se instalaron los primeros habitantes fenicios. Otra Kotinoussa, era la mayor de todas, en tanto Antípolis correspondería a la zona de la actual ciudad de San Fernando.

También se citan varios santuarios: uno de ellos, dedicado a Astarté, se sitúa en Erytehia; otro, a Kronos, el llamado Kronión, en Kotinoussa, y un último, El famoso Herakleión, consagrado a Herakles-Melkart, al sur de la misma.
Sea como fuere, Cádiz y todas las demás islas que se levantaban en su bahía con diáfana perfección, debieron ofrecer un mundo de seducción a aquellos intrépidos navegantes. Muy pocos de los visitantes de esta bahía, incluso los más fatigados marineros, escaparon a esa seducción o dejaron de volver si les era posible. Su inmejorable situación permitió la proliferación de ciudades (Cádiz, Chiclana, El Puerto de Santa María, San Fernando, etc.) y puertos que albergaban las flotas de todas las rutas comerciales en occidente.

El lugar escogido para el desembarco no fue fruto de la casualidad. Obedecía a una estrategia perfectamente organizada llena de requisitos. Si buscásemos un símbolo de lo que Fenicia iba a ser en su expansión colonial, no encontraríamos nada mejor que el reflejo sobre el terreno que el de sus propias ciudades metrópolis, porque encarnarían la tendencia de huir mar adentro y de confiarse lo menos posible a la tierra. Son evidentes los motivos que a ello le indujeron. Por una parte, la decadencia de Egipto después de la invasión de los Pueblos del Mar había privado a las ciudades costeras del Líbano de la única potencia con la que podían contar para protegerles, y por la otra, las escasas fuerzas de que disponían, jamás se hubieran podido defender contra la codicia de las grandes potencias de tierra firme. O sea que, prácticamente, no le quedaba más remedio que poner el mar por medio entre ellos y sus posibles enemigos potenciales, siempre que ello resultara factible, y aliarse íntimamente a un elemento del que realmente eran dueños absolutos.

Téngase en cuenta que en realidad no fue solo Gadir la única ciudad fenicia que se refugió en el mar, pero sobre las demás tenía la gran ventaja de su inmejorable situación -fiel reflejo de la propia Tiro-, al disponer en su costa dos líneas o promontorios rocosos de las que tanto provecho supieron sacar.
Se trataba de espacios costeros ante los cuales cualquier colono lo habría pensado dos veces antes que sentar allí su campo: faldas empinadas de colinas, peñas resbaladizas y ensenadas sembradas de espolones rocosos y arrecifes traidores, de las que solo se conservan las marcas de cantería. Terrazas pétreas que tan pronto desaparecen bajo las aguas como emergen nuevamente, con peligro mortal, incluso para nadadores experimentados, con tan incesante oleaje y remolinos. Un lugar así no parece adecuado para intenta el asalto o el amarradero, y sin embargo los fenicios instalaron precisamente aquí una de sus escalas o bases mas importantes de la época, que permitieron posteriormente la expansión hacia las costas norteafricanas por mar, y por el interior hacia Extremadura y Portugal, Andalucía central y la costa levantina en los siglos VII y VI a.C.

Con seguridad excavaron y vaciaron en la roca una dársena, peraltaron las partes salientes que quedaban, probablemente por medio de una muralla o de un dique, así crearon puertos en una inmensa bahía en los que al abrigo de vientos y marejadas podían pasar tranquilamente las noches y los días innumerables barcos.

A espaldas de estas construcciones portuarias se elevaban colinas o cerros sobre las cuales se asentaban recias murallas, en cuyo interior se ubicaban las casas. Desde lejos podía advertirse la llegada de cualquier enemigo para, si se consideraba necesario, alzar el vuelo mar adentro, donde podían ponerse a salvo.

Por supuesto que era muy elevado el precio que debían pagar por esta seguridad en el mar, pues no solo la construcción, sino el mantenimiento de tales refugios marinos exigían una pericia técnica considerable.

Así, en estos cerros los fenicios disponían de manantiales abundantes pozos y cisternas que aprovechaban el agua de lluvia, de modo que en lo tocante al preciado líquido -que tanta controversia había creado en algunos ignorantes investigadores gaditanos-, para los fenicios de Gadir posiblemente sería un problema menor.

No podía dejar pasar sin incluir, de manera muy sintetizada, los últimos descubrimientos arqueológicos en los que, al menos en alguno de ellos, he Tenido la suerte de estar presente de manera activa, intentando añadir luz a un tema tan controvertido y polémico entre los investigadores que estudian la colonización fenicia, como es el de la cronología de sus orígenes.

En Cádiz, las recientes investigaciones arqueológicas han venido a facilitarnos nuevos datos sobre la controvertida fecha de la fundación de Gadir. Tras las excavaciones efectuadas en el solar del Cine Cómico, en pleno centro del casco histórico, calle Cánovas del Castillo, en los alrededores del anterior, ha quedado suficientemente constada la existencia de un hábitat de carácter oriental antes del siglo VIII a.C., anulando así algunas teorías que afirmaban con rotundidad la inexistencia de éstas no más allá del siglo VIII a.C., fecha que sí correspondería con la ocupación de algunos poblados situados en el entorno de la bahía.

La cuestión parece estar cerca de ser zanjada definitivamente, máxime si tenemos en cuenta la publicación hace unos años de una serie de dataciones de carbono 14, realizadas en yacimientos fenicios como indígenas del mediodía peninsular, que han ofrecido una cronología del siglo IX a.C.
Parece que las primeras arribadas fenicias que nos relatan los textos y que hemos descrito con anterioridad, se empiezan a vislumbrar o, al menos, ya no nos parecen tan descabelladas. La aparición e identificación de una potente ocupación en pleno centro de la capital gaditana, fechada en época fenicia arcaica, extensibles desde finales del siglo IX a.C., hasta la segunda mitad del siglo VI a.C., en la que se documentan varios periodos arquitectónicos bien definidos y un abundante material cerámico y epigráfico han confirmado que es la isla Erytehia situada al norte del Canal Bahía-Caleta, donde, según la tradición y fuentes literarias, se instalaron los primeros habitantes fenicios.
Sabíamos que tras una implantación calcolítica y del Bronce Antiguo y Medio, se habían detectado niveles fenicios de carácter urbano que alcanzaban, a lo sumo, el siglo VII a.C. (Casa del Obispo), salvo en la calle Concepción Arenal, donde se localizaron restos de viviendas de planta cuadrada, algunos hogares y materiales fenicios junto a otros de producción autóctona, todo ello fechado en el siglo VIII a.C. La mayoría de los restos urbanos se limitaban, hasta entonces, a una serie de viviendas o estancias de escasa potencia que bien poco tenían que ver con la afamada y trimilenaria ciudad de Gadir.

La ausencia de estructuras de forma consolidada con visos de un hábitat permanente, provocó la aparición de cierta hipótesis, consistente en la ubicación de la ciudad de Gadir en un montículo artificial, o tell, de unos 35 m sobre el nivel del mar, en la Sierra de San Cristóbal, en las proximidades del río Guantelete. Dicho cerro estuvo situado en principio en plena costa, hasta que las aportaciones sedimentarias aluviales fueron alejándola  posiblemente ya desde los siglos IV-III a.C. Este poblado, conocido como Doña Blanca, ocupó una extensión aproximada de 6 Ha, albergando una población de unos 1.500 habitantes, rodeados de un sistema fortificado consistente en una recia muralla y un foso que alcanza los 20 m de ancho y cuatro de profundidad. Quedando la ciudad de Cádiz, como lugar de culto, santuario y necrópolis.

Esta hipótesis, descartada por muchos investigadores desde los inicios de su planteamiento, fue variando y amoldándose a los constantes hallazgos arqueológicos que el centro urbano de la capital gaditana ha ido sacando a la luz en los últimos años, quedando en la actualidad con escasa o nula credibilidad.

Uno de los motivos importantes es la excavación arqueológica efectuada en el solar de la calle San Miguel, sede del futuro Teatro Cómico, donde se han podido documentar diez periodos cronológicos que abarcan desde el siglo IX a. C., hasta nuestros días. Dicha excavación, aún inconclusa por llegar a la cota de la rasante del sótano , no descarta ocupaciones más antiguas que quizás se remonten a época prehistórica.

También en Chiclana de la Frontera (Cádiz), desde 2006 hasta 2010, se llevaron a cabo una serie de intervenciones, en las que tuve la suerte de estar presente, que han aportado hallazgos significativos e importantes que nos amplían nuevos conceptos de lo que era Gadir y su bahía hace tres mil años. Se localizaron restos de una ciudad fenicia amurallada, cuyo origen se sitúa entorno al siglo VIII a.C. De ella se conservan cimientos y pavimentos de viviendas y dependencias. Junto a estas casas aparecen hornos de pan, fogones y canalizaciones de agua. En el interior de las estancias se recuperaron utensilios y objetos perteneciente a la cultura fenicia: ánforas, vasijas, platos, cuencos, piedras de molino, cuchillos, etc.




La actual ciudad de San Fernando se halla situada en plena bahía de Cádiz, en una de las islas que configuraron el archipiélago de Gadir de los textos antiguos que hemos mencionado con anterioridad, probablemente la Antípolis de la que nos habla Estrabón (Geo III, 5, 3). Su fisonomía actual en nada se parece a la que ofrecía en las primeras incursiones a los navegantes fenicios. Los aluviones fluviales, la erosión marina y una constante acción del hombre durante siglos, han ido alterando de manera considerable su primitivo aspecto, hasta el punto de transformar un grupo de islas en una península integrada en tierra firme.

Al sur de la ciudad, en su punto más alto, sobre un terreno de inclinación suave hacia el norte se halla uno de los lugares más importantes desde el punto de vista arqueológico. La zona de Camposoto y su entorno es un área con una densa ocupación desde el Bronce Medio hasta época romana, destacando, por el tema que nos interesa, los enterramientos de época fenicio-púnica excavados por Pelayo Quintero en los años 1932 y 1933 y el extraordinario taller alfarero fechado entre los siglos VI-V a.C. Se excavaron un total de siete hornos para la producción de diverso material cerámico de uso común.


En otros puntos cercanos, dentro del recinto militar de Camposoto y como consecuencia de unas obras de ampliación en edificios de uso militar realizadas a finales de los años 70, se detectaron lo que parecían ser tumbas de pozo del tipo Laurita (Almuñecar), con  abundante material cerámico como platos de engobe rojo, lucernas de un solo pico, jarritas, oinocoes y dos ánforas R-1 de saco, unidas a cierto número de objetos que correspondían al ajuar funerario. Desgraciadamente todos los objetos aparecidos, de los que tuve la suerte de ver en gran parte, pasaron a manos de particulares con cierto rango militar; hoy día el destino de las mismas es desconocido.

No me cabe ninguna duda de que San Fernando formó y ocupó un lugar importante en el conjunto de Gadir, por su situación estratégica tan privilegiada. Gran parte de su historia se encuentra aún en el subsuelo de una gran zona de uso militar que el tiempo y la arqueología sacarán a la luz. Será preciso por tanto, un tiempo de espera.