Una sequía extrema provocó el colapso de la civilización maya

Ruinas de Edzná, Campeche. En la imagen la Pirámide de los Cinco Pisos, de 31 metros de altura, ubicada en la Gran Plaza. Crédito: Nick Evans

La civilización maya, nacida en torno al año 2.000 antes de Cristo alrededor de la península de Yucatán, alcanzó su máximo esplendor alrededor de los siglos III y VIII después de Cristo. Fue en ese momento cuando esta sociedad construyó muchas de sus florecientes ciudades-estado y de sus impresionantes monumentos. Su florecimiento intelectual y artístico le llevaron a importantes avances en el campo de las matemáticas, la astronomía y la arquitectura. Pero la inestabilidad política, en parte generada por el enfrentamiento entre rivales (como los poderes enfrentados reflejados en los yacimientos de Tikal y Calakmul), llevó a que, en el siglo IX, los mayas sufrieran un auténtico colapso. En un plazo de tiempo no muy prolongado, las principales dinastías desaparecieron y las ciudades más importantes fueron abandonadas a su suerte. Aunque los mayas sobrevivieron, su poder económico y político fue desde entonces una triste sombra de tiempos mejores.

Un estudio que se acaba de publicar en Science, y elaborado por investigadores de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) y Florida (EE.UU.), ha confirmado algo que se ha venido sospechando desde hace tiempo: que una dura sequía, ocurrida hace alrededor de un milenio, sacudió a los mayas en el mismo momento en que su poder estaba declinando. El análisis de isótopos de oxígeno en los depósitos de yeso de antiguos lagos ha sugerido que la península de Yucatán fue el escenario de largos y extremos periodos de sequía. Esto sugiere que el clima pudo tener un importante impacto económico y social sobre los mayas al golpear la producción de maiz, un cultivo clave para ellos.

«Estudiando el yeso del lago Chichancanab –al noroeste del estado de Quintana Roo, en México– hemos podido reconstruir el clima durante el periodo en el que la civilización maya clásica ocupó las planicies de la Península de Yucatán», ha explicado a ABC Fernando Gázquez Sánchez (izquierda), investigador en la Universidad de San Andrés (EE.UU.) y anteriormente investigador en la de Cambridge y coautor del estudio.

«Nuestras reconstrucciones paleoclimáticas ponen de manifiesto que durante este periodo se produjo un descenso en la cantidad de lluvia anual de un 40 al 55 por ciento, con picos de hasta el 70 por ciento, y una reducción de la humedad ambiental de hasta un 7 por ciento, en comparación con la actualidad», ha enumerado este investigador. «Estas sequias fueron sin duda de las más severas en términos de intensidad y duración de los últimos 10.000 años en esta zona».


Hay muchas teorías para tratar de explicar qué pudo causar el colapso de la civilización maya. Se ha sugerido que las guerras, el declive de las rutas comerciales o la decadencia del medio ambiente pudieron ser la puntilla. Pero desde 1990, una investigación realizada por David Hodell (derecha), autor senior de esta investigación, sugirió que una larga y extrema sequía pudo estar detrás del ocaso de los mayas.

La pista, en los isótopos del yeso

Hodell obtuvo las primeras evidencias de dicho fenómeno en 1995. Pero en esta ocasión, los autores han ideado un nuevo y robusto método para reconstruir el clima pasado. «Nuestro método está basado en el análisis de isotopos estables de oxígeno e hidrógeno en moléculas de agua contenidas en yeso, un mineral que se forma en algunos lagos durante periodos relativamente secos debido a la intensa evaporación», ha explicado Gázquez. «El yeso nos permite reconstruir las características que tenía el lago y las condiciones climáticas que predominaron cuando se formó este mineral».


El lago Chichancanab (México), donde se han obtenido las muestras - Mark Brenner

Este nuevo método es especialmente relevante porque permite aportar nuevos datos para tratar de resolver el debate de qué causó el colapso de los mayas. «El papel del cambio climático en el colapso de la civilización maya es controvertido, porque los registros obtenidos hasta ahora están limitados a reconstrucciones cualitativas», ha dicho en un comunicado Nick Evans (izquierda), primer autor del estudio e investigador en la Universidad de Cambridge. «En este sentido, nuestro estudio representa un avance sustancial, porque proporciona estimaciones robustas, desde el punto de vista estadístico, de las precipitaciones y la humedad durante la época en la que ocurrió el colapso maya».

El yeso, un mineral de aspecto blanquecino y anodino, ha sido la llave que ha abierto una nueva puerta para resolver este misterio. El motivo es que, cuando se forma, este mineral incorpora en su matriz de cristales moléculas de agua. Pero no siempre son las mismas. En largos periodos de sequía, la evaporación de los lagos se lleva las moléculas de agua más ligeras, compuestas por los isótopos (átomos de un mismo elemento químico con distinta cantidad de neutrones) más ligeros de oxígeno e hidrógeno. Por eso, el agua de un lago sometido a una larga sequía está compuesta por moléculas ligeramente más pesadas (ricas en isótopos de oxígeno-18 e hidrógeno-2).

Imagen del núcleo de sedimento utilizado en este estudio, en comparación con la profundidad debajo del fondo del lago. Las capas de sedimentos consisten en capas oscuras que están compuestas de depósitos ricos en materia orgánica y capas de color claro que están compuestas del mineral de yeso (sulfato de calcio dihidratado, CaSO4 · 2H2O). El yeso se forma cuando el nivel del lago se reduce en tiempos de sequía. El agua de hidratación en el yeso se utilizó en este estudio para reconstruir los cambios en las precipitaciones de la región. El panel de la derecha muestra el registro de densidad de sedimentos del núcleo. Los períodos de precipitación del yeso están indicados por valores de densidad de> 1.1 g / cm3. El intervalo de 165 a 125 cm abarca el tiempo desde ~ 620 a ~ 1100 d.C. Las capas de yeso entre 154 y 125 cm corresponden aproximadamente al tiempo del declive de la civilización maya clásica. Crédito: Perfil de densidad del sedimento de Hodell et al. (2005).

Otra de las claves que ha hecho posible esta investigación ha sido un pequeño detalle: «Por suerte pudimos encontrar una semilla que había quedado atrapada en el yeso», ha recordado Gázquez. Gracias a eso, pudieron emplear la técnica de datación del carbono-14, y situar el origen de los depósitos de yeso del lago Chichancanab en los años 780 a 990 después de Cristo.

Relieve dedicado a Chaac, dios de la lluvia muy venerado en la arquitectura maya - Mark Brenner

¿Se ha resuelto el misterio?

Sin embargo, los latidos de la civilización maya no pueden reconstruirse solo a través de lo que quedó reflejado en el yeso. «En ningún caso se puede establecer una relación totalmente directa entre intensidad de las sequias y su impacto en la sociedad maya. Por el momento, desconocemos la capacidad de adaptación que pudo tener este pueblo ante unos eventos tan bruscos y extremos, ni la relación causa-efecto entre la disminución en los recursos hídricos y las disputas sociopolíticas, documentadas durante ese periodo».

Las dataciones hechas ahora no permiten evaluar cambios climáticos en una escala pequeña, como por ejemplo, en décadas, pero en conjunto permiten concluir que el Yucatán estuvo dominado por un clima seco entre los años 600 y 1.100 después de Cristo, y que el clima alcanzó cotas máximas de aridez al mismo tiempo que ocurrió el colapso maya.

Perforación en el lago Peten-Itza, Guatemala, utilizando la plataforma de perforación GLAD 800 (R / V Kerry Kelts).

A continuación, los investigadores emplearán esta misma técnica en otros lagos de India, Bolivia, Centroamérica y España para reconstruir el clima pasado. Además, esperan analizar los depósitos de yeso que se formaron en un periodo pasado en el que el Mar Mediterráneo se desecó casi por completo. Y no solo eso. Fernando Gázquez Sánchez ha sugerido que esta tecnología podría aprovecharse en Marte, donde se han detectado también importantes acumulaciones de yeso y donde la superficie estuvo cubierta de agua en algunas zonas hace miles de millones de años.

Fuente: abc.es | phys.org | 2 de agosto de 2018

Los actuales pigmeos de la isla de Flores no descienden de los «hobbits»

Muestra de un pueblo pigmeo moderno, Rampasasa (izquierda); en el centro, un pigmeo Rampasasa con el tradicional turbante de la cabeza. La ropa se yuxtapone a la cara de una reconstrucción de Homo floresiensis. A la derecha, elefantes pigmeos juegan en la cueva de Liang Bua, donde se encontraron los fósiles de Homo Floresiensis en 2004. / Ilustración de Matilda Luk (Universidad de Princeton).

En el año 2004, un pequeño esqueleto fósil (de apenas un metro de estatura) hallado en una cueva en la Isla de Flores, Indonesia, resultó ser una especie humana hasta entonces desconocida. Apodado como el «hobbit» (oficialmente Homo floresiensis), sigue siendo en la actualidad una especie misteriosa y cuyas relaciones con los humanos modernos son desconocidas.

Curiosamente, entre los habitantes actuales de Flores también existe una población de pigmeos que vive en un pueblo cerca de la cueva Liang Bua, donde se encontraron los fósiles. Dos poblaciones pigmeas, pues, en la misma isla tropical, aunque separadas por una distancia de decenas de miles de años. La pregunta es inmediata: ¿Están ambas relacionadas? Una cuestión aparentemente simple, pero cuya respuesta ha necesitado de más de una década de investigación.

La cueva de Liang Bua, Indonesia, donde científicos australianos descubrieron fósiles de una antigua especie humana que ahora se conoce como 'el Hobbit'. Universidad de Nueva Inglaterra / AAP

El principal problema es que hasta ahora nadie ha conseguido recuperar ADN directamente de los fósiles de Homo floresiensis, así que ha sido necesario crear una herramienta totalmente nueva para encontrar secuencias genéticas arcaicas en el ADN moderno. Una técnica que fue desarrollada por científicos del laboratorio de Joshua Akey, profesor de ecología y biología evolutiva y del Instituto Lewis-Sigler para Genómica Integrativa en la Universidad de Princeton.

Con esa herramienta en sus manos, un equipo internacional de científicos ha secuenciado y analizado los genomas de 32 personas pertenecientes a la población pigmea actual. El análisis reveló cambios evolutivos asociados con la dieta y baja estatura, pero ni una sola evidencia de elementos genéticos que pudieran proceder de Homo floresiensis. Los resultados se acaban de publicar en Science.

El genoma desconocido

«En mi genoma, y en el suyo -explica Serena Tucci (izquierda), investigadora en el laboratorio de Joshua Akey y primera firmante del artículo en Science-, hay genes que heredamos de los neandertales. Algunos humanos modernos heredaron también genes de denisovanos (otra especie extinta de humanos), que nosotros podemos verificar porque tenemos información genética sobre ellos. Pero si quieres buscar otra especie, como Homo floresiensis, no tenemos nada con qué comparar, así que tuvimos que desarrollar otro método: "pintamos" trozos del genoma basados en la fuente. Escaneamos el genoma y buscamos después en él fragmentos que vinieran de diferentes especies: neandertales, denisovanos... o algo desconocido».

«Definitivamente -prosigue la investigadora- los pigmeos actuales de la isla de Flores tienen un montón de Neanderthal y un poco de denisovanos. Esperábamos eso, porque sabíamos que hubo una migración que fue de Oceanía a Flores, por lo que era de esperar cierta ascendencia compartida de estas poblaciones».

Pero ni rastro de fragmentos cromosómicos de origen desconocido, que son los que hubieran apuntado directamente a Homo floresiensis, a pesar de que un artículo publicado en 2006 sugería lo contrario.

«Si hubiera habido alguna posibilidad de conocer genéticamente al "hobbit" a partir de los genomas de humanos vivientes, lo habríamos hecho», explica Richard E. Green (derecha), profesor asociado de ingeniería biomolecular de la Universidad de California en Santa Cruz y uno de los autores del estudio. «Pero no vimos nada. No hay ninguna indicación de un posible flujo de genes del 'hobbit' a los pigmeos que viven hoy en día».

Los cambios de los pigmeos

Lo que sí encontraron los científicos fue una serie de cambios evolutivos asociados con la dieta y la baja estatura. La altura es muy hereditaria, y los genetistas han identificado hasta ahora muchos genes con variantes relacionadas con la estatura. Así que Tucci y sus colegas compararon los genomas de los pigmeos de Flores con los genes asociados con la estatura identificados en europeos, y encontraron una alta frecuencia de variantes genéticas asociadas con la baja estatura.
«Suena a resultado aburrido -dice Green-, pero en realidad es bastante significativo, porque quiere decir que esas variantes genéticas estuvieron presentes en un ancestro común de los europeos y los pigmeos actuales de Flores. Se volvieron bajos a causa de los mecanismos de selección actuando sobre esta variante permanente que ya estaba presente en la población, por lo que hay poca necesidad de que los genes de un homínido arcaico expliquen su pequeña estatura».
El genoma de los pigmeos actuales de Flores también mostró evidencias de selección en genes de enzimas involucradas en el metabolismo de ácidos grasos, llamadas enzimas FADS (desaturasa de ácidos grasos). Estos genes se han asociado con adaptaciones dietéticas en otras poblaciones que consumen pescado, incluidos los esquimales en Groenlandia.

Una altura de 106 centímetros

Por otra parte, la evidencia fósil indica que Homo floresiensis era significativamente más pequeño que los modernos pigmeos de Flores, con una altura de aproximadamente 106 centímetros, mientras que los pigmeos modernos tienen una altura media de 145 centímetros. Según Tucci, Homo floresiensis también se diferenció de Homo sapiens y Homo erectus en sus muñecas y pies, probablemente debido a la necesidad de trepar a los árboles para escapar a la voracidad de los dragones de Komodo.

Foto: Reconstrucción de mujeres Homo sapiens, Homo neanderthalensis y Homo floresiensis.

Los cambios dramáticos de tamaño en animales aislados en islas son un fenómeno común, a menudo atribuido a recursos alimenticios limitados. En general, las especies grandes tienden a hacerse más pequeñas, y las especies pequeñas tienden a crecer. En la época de Homo floresiensis, Flores era hogar de elefantes enanos, de enormes dragones de Komodo, de pájaros y ratas gigantes... Y todos ellos dejaron huesos en la cueva de Liang Bua.
«Las islas son lugares muy especiales para la evolución -afirma Tucci-. Este proceso, el enanismo insular, dio como resultado mamíferos más pequeños, como hipopótamos y elefantes, y también humanos más pequeños».
Los resultados de la investigación, pues, muestran que el enanismo insular surgió de forma independiente al menos dos veces en la Isla de Flores: primero en Homo floresiensis y mucho después, de nuevo en los pigmeos modernos.

Algo que, para Tucci, resulta realmente intrigante, porque significa que, desde el punto de vista evolutivo, no somos tan especiales. «Los humanos somos como los demás mamíferos, y estamos sujetos a los mismos procesos», ha dicho el investigador.

Fuentes: abc.es | agenciasinc.es |smithsonianmag.com | theconversation.com | 4 de agosto de 2018

Por fin sabemos cómo sonaba la antigua música griega

Detalle de una copa ática. Muchacho tocando el aulós. 460 a. C. Museo del Louvre. Wikipedia.

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En 1932 el musicólogo Wilfrid Perrett informó a un público de la Real Asociación Musical de Londres sobre las palabras de un profesor de griego anónimo con inclinaciones musicales: "Nadie ha llegado a la cabeza o a la cola de la antigua música griega, y nadie lo hará nunca. 'De esa manera miente la locura' (Shakespeare, 'El rey Lear')".

De hecho, la antigua música griega ha planteado desde hace mucho tiempo un enigma enloquecedor. Ahora bien, la música era omnipresente en la Grecia clásica, con la mayoría de la poesía de alrededor del 750 a.C. al 350 a.C. -las canciones de Homero, Safo y otros- compuesta y ejecutada como música cantada, y a veces acompañada de danza. Los textos literarios proporcionan abundantes y específicos detalles sobre las notas, escalas, efectos e instrumentos utilizados. La lira era una característica común junto con los populares aulós, dos pipas de doble lengüeta tocadas simultáneamente por un solo intérprete para que sonaran como dos oboes poderosos tocados en concierto.

A pesar de esta gran cantidad de información, el sentido y el sonido de la antigua música griega han resultado increíblemente elusivos. Esto se debe a que los términos y nociones que se encuentran en las fuentes antiguas (modo, enarmonía, diesis, etc.) son complicadas y poco familiares. Y si bien la música anotada existe y puede interpretarse de manera fiable, es escasa y fragmentaria. Lo que podía reconstruirse en la práctica a menudo sonaba bastante extraño y desagradable (véase vídeo abajo), por lo que la antigua música griega se consideraba por muchos como un arte perdido.


Pero investigaciones recientes han revertido de manera emocionante esta sombría evaluación. Un proyecto para investigar la antigua música griega, en el que he estado trabajando desde 2013, ha generado asombrosas ideas sobre cómo los antiguos griegos hacían música. Mi investigación incluso me ha llevado a poder representarla (véase vídeo abajo) y con suerte, en el futuro, veremos muchas más reconstrucciones de este tipo.


Nuevos enfoques

La situación ha cambiado en gran parte porque en los últimos años algunos aulós, muy bien conservados, han sido reconstruidos por técnicos expertos como Robin Howell e investigadores asociados al European Music Archeology Project. Interpretados por flautistas altamente calificados como Barnaby Brown y Callum Armstrong, proporcionan una guía fiel sobre el rango del tono de la música antigua, así como sobre los tonos, timbres y afinaciones propios de los instrumentos.
La clave de la canción antigua eran sus ritmos, y los ritmos de la antigua música griega pueden derivarse de los metros de la poesía. Estos se basaban estrictamente en la duración de las sílabas de las palabras, que crean patrones de elementos largos y cortos. Si bien no hay indicaciones del 'tempo' para las canciones antiguas, a menudo está claro si un metro debe cantarse rápido o lento (hasta la invención de cronómetros mecánicos, el 'tempo', en cualquier caso, no fue fijo, y estaba destinado a variar entre actuaciones). Establecer un 'tempo' apropiado es esencial para que la música suene bien.

Apolo toca la lira. Wikimedia Commons

¿Y los tonos, la melodía y la armonía? Esto es lo que la mayoría de la gente quiere decir cuando afirman que la antigua música griega antigua se ha perdido. Miles de palabras sobre la teoría de la melodía y la armonía sobreviven en las escrituras de autores antiguos como Platón, Aristóteles, Aristóxeno, Ptolomeo y Arístides Quintiliano; y unas pocas partituras fragmentarias con notación musical antigua salieron a la luz en Florencia a fines del siglo XVI. Pero esta evidencia de la música de aquellos tiempos no proporciona un sentido real a las riquezas melódicas y armónicas que aprendemos de las fuentes literarias.

Más documentos con anotaciones antiguas en papiro o piedra han salido a la luz intermitentemente desde 1581, y en la actualidad existen alrededor de 60 fragmentos. Cuidadosamente compilados, transcritos e interpretados, por eruditos como Martin West y Egert Pöhlmann, nos dan una mejor oportunidad de entender cómo sonaba tal música.

Fragmento musical del "Orestes" de Eurípides. Wikimedia Commons

Interpretación de la antigua música griega

El primer documento musical sustancial, hallado en 1892, conserva parte de un coro del drama trágico de Eurípides "Orestes", del 408 a.C. Su interpretación hace tiempo que plantea problemas, debido principalmente al uso de intervalos de un cuarto de tono, los cuales parecen sugerir una sensibilidad melódica extraña. La música occidental funciona con tonos enteros y semitonos; cualquier intervalo más pequeño nos suena como si una nota se estuviera reproduciendo o cantando fuera de tono.
Pero mi análisis del fragmento de "Orestes", publicado a principios de este año, dio lugar a ideas sorprendentes. Primero, demostré que los elementos de la partitura indican claramente el 'color de las palabras': la imitación del significado de las palabras por la forma de la línea melódica. En este sentido, hallamos una cadencia decreciente ajustada a la palabra "lamento" y un gran intervalo ascendente que acompaña a la palabra "saltar".
En segundo lugar, mostré que si los cuartos de tono funcionaban como "notas de paso", la composición era de hecho tonal (enfocada en un tono al que la melodía regularmente revierte). Esto no debería ser muy sorprendente, ya que semejante tonalidad existe en todos los documentos de la música antigua de siglos posteriores, incluyendo los "Himnos Délficos" a gran escala conservados en piedra.

Con estas premisas a la vista, en 2016 reconstruí la música del papiro de "Orestes" para su realización coral con acompañamiento de aulós, estableciendo un ritmo rápido según lo indicado por el medidor y el contenido de las palabras del coro. Este pasaje del "Orestes" fue interpretado por un coro y un intéprete de aulós en el Ashmolean Museum, Oxford, en julio de 2017, junto con otras partituras antiguas reconstruidas.

Me queda por descubrir, en los próximos años, unas pocas docenas de partituras antiguas, muchas extremadamente fragmentarias, y representar un drama antiguo completo con música históricamente informada en un teatro antiguo como el de Epidauro.
Mientras tanto, se puede sacar una conclusión emocionante. La tradición occidental de la música clásica a menudo se dice que comienza con la canción gregoriana del siglo IX. Pero la reconstrucción y representación de la antigua música griega han demostrado que la misma debe ser reconocida como la raíz de la tradición musical europea.

Fuente: laconversation.com | 31 de julio de 2018

Encuentran en Treviño (Burgos) el pico minero más antiguo de la península

El equipo científico que ha trabajado durante casi un mes en la excavación de una mina de sílex prehistórica en Pozarrate, en Treviño (Burgos), ha encontrado un pico minero completo que estiman que tiene casi 6.000 años de antigüedad, lo que le convierte en el más antiguo encontrado en la península ibérica, ha afirmado hoy el geólogo del Centro Nacional de Investigación Humana y miembro del equipo Andoni Tarriño.

Se trata de una pieza de 35 centímetros de longitud, redondeado por el uso, y que tiene un agujero en el extremo en el que se introducía un rascador que hacía de martillo que se utilizaba para extraer el sílex de la mina a cielo abierto de Pozarrate. En el yacimiento se han encontrado también ocho fragmentos de asta de ciervo que se utilizaban como herramientas para la extracción del mineral, que completan el que se encontró hace cinco años, un fragmento de asta de unos 20 centímetros que se ha datado y tiene una antigüedad de algo más de 5.700 años.

Tarriño (izquierda) ha explicado que el complejo minero de sílex de Treviño es el mayor de la península y uno de los más importantes de Europa, con una longitud de siete kilómetros y dos kilómetros de anchura. En esta campaña se ha confirmado que los "mineros" utilizaban el fuego para facilitar la fragmentación del mineral de sílex, que sacaban con mazas de ofita, un mineral muy duro que extraían de otra cantera situada a unos siete kilómetros. Se trataba de una mina de referencia porque se han encontrado fragmentos de sílex de esa zona en una franja de territorio que va desde Las Landas (Francia) hasta Oviedo (Asturias).

Tarriño ha destacado la especialización de los que trabajaban en esta cantera de sílex, que sacaron mineral haciendo una trinchera lineal con un frente de más de tres metros de altura y después siguieron sacando mineral cavando "mordidas" con forma de media luna de 12 metros de ancho y seis de altura. El científico ha estimado que les quedan unos dos años de trabajo en la zona donde están excavando actualmente, aunque el complejo minero es mucho mayor y se seguirá investigando después.


Fuente: cadenaser.com | 3 de agosto de 2018

Un tesoro histórico ignorado del siglo IX o por qué el ajedrez debería ser Marca España

Las cuatro piezas de San Genadio, del siglo IX, guardadas en un lugar de la comarca de El Bierzo (León). BIERZO PRERROMÁNICO

Las cuatro piezas de San Genadio, escondidas en la comarca de El Bierzo, son probablemente las más antiguas de Europa. Todo indica que anacoretas mozárabes las llevaron de Al Ándalus a León a principios del siglo IX. Ello demuestra que los musulmanes trajeron el ajedrez desde el principio de su invasión de la península Ibérica, en el siglo VIII. Y refuerza la evidencia de que España es fundamental para la historia de ese juego milenario. Pero casi todos sus ciudadanos lo ignoran.
El rey Alfonso X, El Sabio, dejó muy claro en su Libro de los juegos de acedrex, dados e tablas (Sevilla, 1283; el manuscrito se conserva en la Biblioteca de El Escorial) que el ajedrez era una magnífica herramienta para la buena convivencia de musulmanes, judíos y cristianos. Las piezas de San Genadio indican que eso ocurrió desde el principio: los monjes mozárabes (cristianos residentes en zonas ocupadas por los musulmanes) las copiaron y se las llevaron consigo cuando decidieron emigrar hacia el norte. Además, el ajedrez encajaba muy bien con la ascética vida de los eremitas.
Dos siglos después, justo cuando España empezó a conocerse con ese nombre, durante el reinado de los Reyes Católicos, el ajedrez moderno (con las reglas casi idénticas a las actuales) nació en Valencia (el historiador José Antonio Garzón ha dedicado gran parte de su vida a intentar demostrarlo) o en Salamanca (como sostiene Joaquín Pérez de Arriaga). La principal diferencia con el arábigo era la incorporación de la dama como la pieza más potente del tablero en cuanto a sus movimientos, quizá como homenaje a la reina Isabel (como defiende Govert Westerveld). En todo caso, no hay duda de que los españoles lo llevaron a América y a buena parte de Europa. El primer campeón del mundo oficioso fue el clérigo extremeño Ruy López de Segura (siglo XVI), a quien se supone próximo a Felipe II porque en su corte se jugaba mucho al ajedrez.

Partida de ajedrez entre López de Segura y Da Cutri en la corte española, por Luigi Mussini (1886). Wikipedia.

Habría, pues, argumentos de gran peso para que el ajedrez, cuya imagen está muy ligada a la inteligencia, formase parte de la Marca España, el organismo dedicado a promover la imagen del país en el mundo. Y las cuatro piezas de San Genadio (dos torres, una de ellas rota en dos pedazos; un caballo; y un alfil) son el primero de esos argumentos si los ponemos en orden cronológico. Las mundialmente conocidas piezas de Lewis (que se conservan en museos de Londres y Edimburgo, y aparecen en una de las películas de Harry Potter) son del siglo XII. Y la que se encontró en 2002 en el palacio romano de Butrint (Albania), datada en el año 465, difícilmente puede ser de ajedrez porque no encaja con los datos conocidos, que sitúan los indicios más antiguos sobre el juego en India y Persia hacia el siglo VI.

Muestra de la piezas de ajedrez de San Genadio. YOUTUBE

Por tanto, la afirmación de que las piezas de San Genadio son las más antiguas de Europa es bastante sólida. Pero ese hallazgo apenas ha sido difundido en España, excepto brevemente durante la exposición de 'Las Edades del Hombre' en Astorga (León), en 2000. ¿Ocurriría ese mismo desdén si las piezas fueran británicas, francesas o alemanas? Es improbable: las piezas de Lewis pueden verse en el British Museum de Londres y en la National Gallery de Edimburgo.

Y si las piezas de San Genadio son conocidas al menos por los estudiosos de la evolución del ajedrez es gracias al incansable periodista e historiador leonés Miguel Ángel Nepomuceno (izquierda), quien empezó a seguir su pista desde 1958, hasta que por fin logró verlas, tocarlas y fotografiarlas 34 años después, en 1992, gracias al cura Carlos Fernández, en la iglesia de Santiago de Peñalba (comarca de El Bierzo). Las cuatro piezas en cinco trozos de hueso (cuerno de cabra) se guardan hoy celosamente en otra iglesia de la zona cuyo nombre no quiere desvelar Nepomuceno “por motivos de seguridad”. El sentido común indica que esas piezas deberían ser reproducidas por un ebanista especializado —como ya propuso Nepomuceno a la Diputación de León y al Obispado de Astorga— para exponer el original o su copia en León, por un lado, y en algún museo español muy importante, por el otro. Pero ningún organismo ha emprendido ese proyecto hasta ahora.

Algo más de realce han merecido las piezas en cristal de roca fatimí de Celanova, del siglo X, que se conservan en la catedral de Ourense. También hay evidencias de que el ajedrez llegó en el siglo X hasta el área pirenaica de Cataluña —en concreto, al condado de Urgel—, y a San Millán de la Cogolla (La Rioja), y es muy probable que unas piezas similares a las de San Genadio que se conservan en el Museo del Louvre (París) y en el Metropolitan de Nueva York procedan de los siglos X u XI. De hecho, el historiador español Manuel Gómez Moreno (1870-1970) data las piezas leonesas asimismo en el siglo X, pero Nepomuceno sostiene con fuerza que son del IX: “O incluso ligeramente anteriores porque se desconoce si las piezas fueron hechas por los monjes en El Bierzo o ya las traían del Sur. De cualquier modo, mi opinión es que por su similitud con otras fatimís del S.IX, las de San Genadio pertenecen a esa época”.

El menosprecio de los españoles hacia su propio (y riquísimo) patrimonio cultural e histórico es ya secular, y corre parejo al desdén por la ciencia (“Que inventen ellos”). Un ejemplo que une ambas desgracias, y a través del ajedrez precisamente, es el de Leonardo Torres Quevedo (1852-1936), uno de los inventores más importantes del mundo en la primera mitad del siglo XX, mucho más reconocido en los ambientes científicos británicos, alemanes o franceses que en España. Además del primer ordenador analógico que jugaba al ajedrez (mal guardado, sin restaurar, en la Universidad Politécnica de Madrid), el matemático e ingeniero cántabro inventó el primer mando a distancia, el transbordador de las cataratas del Niágara y la tecnología de los globos Zeppelin, entre otras maravillas.

Dado que España es, desde 1988, el país del mundo que organiza más torneos internacionales de ajedrez, y desde hace unos diez años la vanguardia mundial en ajedrez educativo, social y terapéutico, realzar y difundir las piezas de San Genadio podría ser un modesto primer paso hacia la autoestima en el ámbito histórico y cultural.

Fuente: elpais.com | 2 de agosto de 2018

Un reciente estudio arroja nueva luz sobre las gentes que construyeron Stonehenge

El equipo de excavación alrededor del Aubrey Hole 7 después de las excavaciones realizadas en 2008 Crédito: Adam Stanford, Aerial-Cam Ltd.

A pesar de pasar más de un siglo de intenso estudio, todavía sabemos muy poco sobre las personas enterradas en Stonehenge o cómo llegaron hasta allí. Ahora, una nueva colaboración de investigación de la Universidad de Oxford, publicada en Scientific Reports, sugiere que varios de los individuos que fueron enterrados en el monumento de Wessex habían emigrado hasta allí, y posiblemente también transportaron las piedras azules utilizadas en las primeras etapas de construcción de Stonhenge, provenientes de las montañas Preseli, al oeste de Gales.

Realizado conjuntamente con colegas de la UCL, la Université Libre de Bruxelles / Vrije Universiteit Brussel, y el Museo Nacional de Historia Natural de París, la investigación combinó dataciones mediante radiocarbono con los nuevos desarrollos sobre análisis arqueológico iniciados por el autor principal, Christophe Snoeck (izquierda) durante su investigación doctoral en la Escuela de Arqueología de Oxford.

Si bien se ha especulado mucho sobre cómo y por qué se construyó Stonehenge, la cuestión sobre "quiénes" fueron los artífices ha recibido mucha menos atención. Parte de la razón de este descuido es que muchos de los restos humanos encontrados en el lugar fueron incinerados, por lo que era difícil extraer información útil de ellos. Sin embargo, Snoeck pudo demostrar que los huesos cremados conservaban fielmente su composición de isótopos de estroncio, lo que abrió el camino para investigar en qué lugar habían vivido tales personas durante la última década de sus vidas.

Con el permiso de Historic England y English Heritage, el equipo analizó huesos del cráneo de 25 individuos, a fin de comprender mejor las vidas de aquellos que fueron enterrados en el emblemático monumento. Estos restos fueron excavados originalmente en una red de 56 pozos en la década de 1920, los cuales estaban colocados alrededor de la circunferencia interior y la denominada zanja de Stonehenge, y que son conocidos como "Aubrey Holes".

Tres de los fragmentos craneales cremados utilizados en el estudio. Crédito: Christie Willis, UCL

El análisis de pequeños fragmentos de huesos humanos cremados, pertenecientes a una fase temprana de la historia del enclave de Stonehenge, alrededor del 3.000 a.C., cuando se usaba principalmente como un cementerio, mostró que al menos 10 de 25 personas enterradas no habían vivido cerca de Stonehenge antes de su muerte. Al contrario, encontraron que las proporciones más altas de isótopos de estroncio en sus restos eran consistentes con una residencia en el oeste de Gran Bretaña, una región que incluye el oeste de Gales, el lugar de origen de las piedras azules de Stonehenge. Aunque las proporciones de isótopos de estroncio por sí solas no pueden distinguir entre lugares con valores similares, esta conexión sugiere que Gales occidental es el origen más probable de al menos algunos de estos individuos.

Afloramiento de Piedras Azules en una de las canteras identificadas recientemente en Carn Goedog, Pembrokeshore, oeste de Gales. Crédito: Adam Stanford, Aerial-Cam Ltd

Si bien la conexión con Gales de las piedras azules era conocida, el estudio muestra que tales gentes también se habían movido entre el oeste de Gales y Wessex en el Neolítico tardío, y que algunos fueron enterrados en Stonehenge. Los resultados del estudio enfatizan, en este sentido, la importancia de las conexiones interregionales, las cuales involucran el movimiento de materiales y personas en la construcción y uso de Stonehenge, proporcionando una visión poco común de la gran escala de contactos e intercambios acontecidos durante el periodo Neolítico, esto es, hace 5000 años.

El 'Aubrey Hole' número 7 durante la excavación realizada en 2008. Crédito: Christie Willis, UCL.

El autor principal, Christophe Snoeck, dice al respecto: "El reciente descubrimiento de que cierta información biológica había sobrevivido a las altas temperaturas alcanzadas durante la cremación de los restos óseos (hasta 1000 grados Celsius), nos ofreció la emocionante posibilidad de estudiar el origen de los individuos enterrados en Stonehenge".

John Pouncett (izquierda), autor igualmente del artículo y Oficial de Tecnología Espacial de la Escuela de Arqueología de Oxford, dijo: "La poderosa combinación de isótopos estables y la tecnología espacial nos da una nueva visión sobre las comunidades que construyeron Stonehenge. Los restos cremados de los enigmáticos "Aubrey Holes", así como el mapeo actualizado de la biosfera, nos sugieren que las gentes de las montañas Preseli no solo suministraron las piedras azules utilizadas para construir el monumental círculo de piedra, sino que se movieron junto con ellas y también fueron enterradas allí".

Rick Schulting (derecha), autor también de la investigación y profesor asociado en el Departamento de Arqueología Científica y Prehistórica de Oxford, afirma: "Para mí, lo realmente notable de nuestro estudio es la capacidad que demuestran los nuevos desarrollos en ciencia arqueológica para extraer tanta información nueva de los pequeños -y poco prometedores- fragmentos de huesos quemados. Algunos de estos restos humanos mostraron señales de isótopos de estroncio consistentes con el oeste de Gales, la fuente de las piedras azules que ahora se consideran que marcan la primera fase monumental del lugar".

Al comentar sobre cómo llegaron a desarrollar semejante técnica innovadora de análisis, la profesora Julia Lee-Thorp (izquierda), directora de la Escuela de Arqueología de Oxford y autora también del artículo, dijo: "Este nuevo desarrollo se ha producido como consecuencia de una serendipia, es decir, gracias al interés del Dr. Snoeck en estudiar los efectos del calor intenso sobre los huesos, y nuestra constatación de que ese calentamiento efectivamente 'selló' algunas firmas isotópicas".

Dicha técnica podrá usarse en el futuro para mejorar nuestra comprensión del pasado utilizando antiguas colecciones óseas previamente excavadas, afirma el Dr. Schulting: "Nuestros resultados resaltan la importancia de volver a visitar estas antiguas colecciones óseas. Los restos cremados de Stonehenge fueron excavados por primera vez por el coronel William Hawley en la década de 1920, y aunque no fueron trasladados a un museo, el coronel Hawley tuvo la precaución de volver a enterrarlos en un lugar conocido del monumento de Stonhenge, circunstancia por la cual les fue posible a Mike Parker Pearson (del UCL Institute of Archaeology) y a su equipo volver a recuperarlos y aplicarles varias métodologías analítícas".

Fuente: phys.org.com| 2 de agosto de 2018