La montaña de la basura junto a la Cumbre de la Tierra.

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En lo alto de un tranquilo cerro rodeado de manglares en la periferia de Río de Janeiro uno se olvida del ruido de la Cumbre de la Tierra. Esta montaña no destaca por su altura, unos 60 metros del nivel del mar, pero sí por todo lo que significa. Justo aquí debajo, cubierto por una capa de 50 centímetros de arcilla, está el que fuera el mayor vertedero de Latinoamérica: el Gramacho. Esto es lo que queda de los 60 millones de toneladas de residuos que se estima fueron descargados en esta parte de la bahía de Guanabara entre 1978 y 2012.
Cerrado el pasado 3 de junio, antes de que comenzase Río+20, aquí se vertían 11.000 toneladas de basura al día y vivían removiendo entre los desechos 1.709 personas, a las que en Brasil se denomina "catadores" (recolectores). “Por este camino pasaban todos los días unos 900 camiones con residuos de Río de Janeiro y otros municipios, descargaban basura las 24 horas del día”, cuenta Lucio Vianna, que después de 14 años trabajando en el vertedero, sigue ahí coordinando ahora el proyecto de restauración. “Los 'catadores' también estaban siempre sacando residuos, aunque fuese de noche, se les veía a oscuras con pequeñas linternas”.
Son varios los documentales sobre el vertedero de Jardím Gramacho, como el que rodó Marcos Prado sobre “Estamira” (2004), una recolectora de basura de 63 años, o el de Lucy Walker, con el artista Vik Muniz, “Lixo Extraordinário” (2010). Era la visión más brutal de las desigualdades humanas: mientras los camiones iban vomitando los desechos generados por el consumo de la gran ciudad, los más desdichados debían rebuscar entre ellos todo aquello que aún tuviera valor para venderlo. “Gramacho genera en mí muchos sentimientos, aprendí a respetar a esas personas a las que se consideraba también como basura, aprendí mucho de ellos”, cuenta Vianna. “Me respetaban. Si veía a algún niño, agarraba al mayor que estuviera con él y lo sacaba del vertedero. No le dejaba entrar en varios días: No se volvía a ver a los niños”.
Creado en la época de la dictadura junto a una bahía con agua sin ningún estudio de impacto, sin impermeabilización del suelo, ni control de los líquidos filtrados o de los gases emanados, este basurero mastodóntico constituía una aberración para el medio ambiente y la salud. A partir de 1996 se fueron realizando una serie de mejoras importantes, pero aún así el Gramacho seguía siendo un problema. Cerrarlo implicaba un desafío tan grande como la montaña de desechos que no dejaba de crecer: había que buscar qué hacer con la basura, pero también con todos los 'catadores' que vivían de ella.
Este ejército de recolectores cumplía a su vez una labor fundamental en la gestión de los residuos. En una región en la que se está muy lejos de la cultura del reciclaje de Europa, ellos rescataban del vertedero cualquier material que pudiese reaprovecharse: plásticos, cartón, latas de aluminio, férricos… Como explica Vianna, se calcula que cada día sacaban de Gramacho 200 toneladas de material reciclable. Es mucho, aunque no lo parezca tanto en comparación con las 11.000 toneladas que entraban. Una vez que se consiguió crear un registro de ellos, muchos no tenían otra identificación que el chaleco con su número de 'catador'. Por eso se sabe que al cierre de Gramacho eran, exactamente, 1.709. Como detalla el responsable del vertedero, un 'catador' podía ganar rebuscando en la basura entre 1.500 y 2.000 reales al mes (entre 580 y 780 euros). “Desde 1978 a 2012 sacaron del vertedero más de que lo descargaban los camiones en un año”.
Hoy este basurero se ha transformado en una colina de tierra que ocupa 130 hectáreas. Por encima de ella discurren 40 kilómetros de pistas y ya se han perforado 120 pozos de gas de los 330 previstos. En los próximos 15 años, se extraerá el metano generado en el interior de la montaña, a la vez que se monitorean y tratan los líquidos que se filtran (lixiviado) y se vigila geotécnicamente todo el macizo. Para el año 2027, el antiguo vertedero tendría que ser un parque y la zona de alrededor tendría que haber recuperado los manglares destruidos. Mientras tanto, como cuenta Vianna, “Gramacho es ahora una industria de gas”. Se estima que los pozos abiertos generarán cada hora 20.000 m3 de biogás. De estos, 10.000 m3 se quemarán de forma controlada y los otros 10.000 serán purificados para ser comercializados. Para ello, a partir de octubre debe empezar a funcionar en el complejo una nueva planta de purificación de metano. “Será la mayor planta de purificación de biogás del mundo y la única de Brasil”, asegura con orgullo el brasileño.
Vertedero de Gramacho restaurado
Por supuesto, en este país queda todavía mucho por avanzar en gestión de los residuos, pues la principal opción sigue siendo el vertedero y la generación de basura sigue aumentando. Como se ha puesto de manifiesto en esta cumbre de Río+20, el problema está en el consumo de los humanos. Aún así, cerrar Gramacho supone todo un hito. Los residuos de Río de Janeiro se mandan hoy a un nuevo basurero “sanitario” mucho más moderno y seguro. Además, hay proyectadas seis plantas de separación de residuos en la ciudad para mandarlos a reciclar. Como explica Claudia Fróes, coordinadora de Residuos Sólidos del Ayuntamiento de Río, hasta ahora se realiza colecta selectiva puerta a puerta en 40 barrios de 162 posibles. Esta consiste en que una vez por semana se recoge una bolsa con todos los materiales reciclables juntos (vidrio, papel y cartón, plásticos, metales). “Esta colecta ahora no es precisa, pero queremos ampliarla y mejorarla”, comenta esta funcionaria. “Lamentablemente, esto no da votos, llevar agua o electricidad, sí, pero mejorar la recogida selectiva, no”.
¿Qué ha pasado con los 'catadores'? Se les ofreció un plan de reorientación durante 15 años, pero prefirieron coger todo el dinero de la indemnización de una vez, 14.000 reales (unos 5.400 euros). Muchos se han pasado al sector de la construcción y otros seguirán trabajando con residuos, ahora en las plantas de separación. “La nueva Política Nacional de Residuos Sólidos del país no permite que siga habiendo catadores, con el cierre de Gramacho, ya no quedan en el municipio de Río, y la tendencia es que vayan desapareciendo en todo el país”, incide Fróes.
Toda la transformación de Gramazo supone una inversión de unos 400 millones de reales en 15 años, financiada a partir de los fondos de carbono creados por la comunidad internacional en las conferencias mundiales de los últimos años como la que termina ahora en Río. Todo será financiado con el dinero que se percibirá por los 70 millones de toneladas de CO2 que se dejarán de emitir al año por el cierre del vertedero y el aprovechamiento del metano. 


Fuente: google.es

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