La Cova Negra de Valencia

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Durante estas últimas semanas se han publicado trabajos muy interesantes, que no podía dejar de comentar en este blog. Pero es momento de seguir escribiendo sobre los yacimientos con restos neandertales de la península Ibérica. Entre ellos, y con todos los honores, está el que rellena una gran parte de la Cova Negra de Xátiva (Valencia).

La Cova Negra se localiza entre la Serra de Creu y la cordillera de Solana. En la actualidad se alza a unos 150 metros sobre el nivel del mar y cuenta con la proximidad de las aguas del río Albaida. Un paraje extraordinario para la vida de nuestros ancestros. La cueva apenas tiene unos 20 metros de profundidad y parte de su visera se ha desprendido durante los últimos 50.000 años. Sin duda fue el abrigo perfecto en el que acampar y protegerse de los vientos del norte.

La primera excavación del yacimiento de la Cova Negra fue dirigida por Gonzalo Viñes entre 1928 y 1933. En esos años, el hallazgo de un parietal humano, junto con restos de diferentes especies de mamíferos marcó para siempre la importancia del lugar, que ha pasado por diferentes episodios de investigación. La fauna recuperada por Viñes incluía restos de elefantes (Palaeloxodon antiquus), al menos dos especies de rinoceronte (Dicerorhinis kirchbergensis y D. hemitoechuus), caballo (Equus caballus), así como restos de bóvidos, cérvidos, carnívoros (Panthera spelea y P. pardus), osos (Ursus arctos), zorros, linces, varias especies de aves, roedores, etc. He citado algunas especies, que son características del Pleistoceno Superior. Simplemente por ese motivo podemos inferir que la cueva fue visitada por los llamados neandertales clásicos.

Tras un largo período de inactividad, el yacimiento de la Cova Negra fue nuevamente excavado entre 1950 y 1957 bajo la dirección de Francisco Jordá. En este período se encontró un incisivo superior permanente humano, que daba todavía más valor al yacimiento. Pero tuvieron que pasar algunos años hasta que las excavaciones fueron abiertas de una vez más, esta vez bajo la dirección del catedrático de Prehistoria de la Universidad de Valencia, Valentín Villaverde. Desde entonces, las excavaciones han sido muy fructíferas, contando con los métodos y técnicas actuales de excavación. Durante este período, el número de restos humanos se ha incrementado, hasta completar un mínimo de siete individuos: dos adultos, un adolescente y cuatro infantiles, representados sobre todo por dientes y restos craneales.


VALENTIN VILLAVERDE BONILLA CATEDRATICO DE PREHISTORIA DE LA UNIVERSITAT DE VALENCIA. FOTO MIGUEL LORENZO.

Este yacimiento me trae muy buenos recuerdos, por la invitación que recibimos de Valentín Villaverde quienes componíamos en los años 1980s el primer equipo de paleoantropología del proyecto Atapuerca: Juan Luis Arsuaga, Ana Gracia, Ignacio Martínez, Antonio Rosas y quién escribe estas líneas. Se estaba reabriendo el yacimiento y parecía razonable realizar un estudio de los fósiles humanos. En 1973 la profesora Marie Antoinette de Lumley había publicado un extensa monografía, que incluía la mayor parte de los fósiles humanos del sur de Francia y de la costa mediterránea española. En esa monografía el parietal de Cova Negra había sido clasificado como “anteneandertal”, un nombre que sugería de manera informal una datación mucho más antigua del yacimiento de la Cova Negra. Valentín Villaverde no estaba de acuerdo con esa clasificación, a juzgar por las características de la industria lítica y de las especies de mamíferos recuperadas en el yacimiento. Valentín Villaverde estaba comenzando una nueva etapa en Cova Negra y quería hacerlo con ideas claras y con una nueva valoración del registro recuperado en épocas anteriores. Aquel viaje a Valencia y el estudio que realizamos de los fósiles humanos permanece imborrable en nuestra memoria.

El estudio de los fósiles nos llevó a la conclusión de que habían pertenecido a la población neandertal y que parecían ser mucho más recientes de lo que se podía inferir del estudio de la profesora de Lumley. Todos los estudios y dataciones recientes han llegado a esta misma conclusión. Fue un buen trabajo en equipo, que culminó con la presentación de una ponencia en nuestro primer congreso internacional, celebrado en Turín en 1987. En aquellos años no era habitual que los españoles participáramos en congresos internacionales. Claro que las condiciones de nuestro viaje a Italia, tras un periplo de casi 20 horas en una vieja furgoneta, y nuestras comidas a base de bocadillos en un parque de Turín merecerían un capítulo aparte. Salir fuera de nuestro país no era sencillo, no solo por cuestiones económicas, sino porque todos los ámbitos científicos habían sufrido una ralentización durante varias décadas. Pertenecíamos a lo que llamamos, la “periferia de la Ciencia”, un calificativo que lamentablemente nos resistimos a perder.

Por José María Bermúdez de Castro

Historia y Arqueología

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