Ante la avalancha de comentarios y reacciones al
supuesto descubrimiento de «fósiles alienígenas» en dos meteoritos por parte de un reputado científico de la NASA, la Agencia Espacial Norteamericana ha hecho público un comunicado en el que
se desmarca de la investigación y deja solo a su experto ante las críticas. Numerosos investigadores han expresado también sus opiniones y, por otra parte, han empezado a llegar a
Journal of Cosmology, la revista donde apareció el polémico artículo, los comentarios solicitados por su editor a más de cien científicos para que juzgaran el trabajo.
Pero repasemos la historia, que se está convirtiendo en un auténtico «culebrón científico». El pasado domingo se dio a conocer un artículo de Richard Hoover, del Centro Espacial Marshall, en el que afirmaba que «los complejos filamentos y estructuras» hallados en el interior de dos meteoritos «son los restos de microfósiles indígenas de cianobacterias y otros procariotas».
«Estas bacterias fósiles -decía Hoover- no son contaminantes terrestres, sino restos fosilizados de
organismos vivientes que existieron en los lugares de origen de estos meteoritos, por ejemplo cometas, lunas y otros cuerpos celestes». Hoover acompañaba sus conclusiones con
extensos análisis y numerosas fotografías en las que se podían ver estructuras de apariencia orgánica, muy parecidas a ciertas bacterias terrestres.
Desde la noche del domingo, ABC se hizo eco de la noticia, no sin antes advertir a sus lectores de que el trabajo de Hoover, igual que otros similares, «han suscitado ya agrias polémicas entre los investigadores» y remitiéndose a las futuras valoraciones de la comunidad científica antes de despejar las dudas sobre el sensacional anuncio.
Ataques contra el artículo de Hoover
Las reacciones, sin embargo, no se hicieron esperar. Paul Myers, biólogo de la Universidad de Minnesota y autor de un prestigioso blog científico, fue de los primeros en atacar con dureza tanto el artículo de Hoover como a la revista que lo había publicado, una página web mantenida por «un pequeño grupo de académicos chiflados y obsesionados con las ideas de Hoyle y Wickramasinghe de que la vida se originó en el espacio exterior y simplemente llovió sobre la Tierra».
Por su parte, Carl Pilcher, director del Instituto de Astrobiología de la NASA declaraba a Associated Press que «no hay nadie en la comunidad científica, y ciertamente nadie en la comunidad de análisis de meteoritos, que haya apoyado estas conclusiones. La explicación más sencilla para los resultados del señor Hoover es que estuvo analizando microbios de la Tierra». Microbios que contaminaron los meteoritos después de su llegada a nuestro planeta.
Además, otras informaciones señalaban que el mismo trabajo de Hoover había sido presentado con anterioridad a revistas científicas de prestigio, que lo habían rechazado. ABC decidió entonces modificar su información y recoger las críticas al trabajo del astrobiólogo de la NASA.
La NASA no puede apoyar este hallazgo
La propia agencia espacial, presionada por los acontecimientos,
hizo público un comunicado, firmado por Paul Hertz, director científico del Science Mission Directorate de la NASA en Washington, en el que decía que la agencia «no puede estar detrás, o apoyar un hallazgo científico
a menos que haya pasado el proceso de «revisión por pares» o haya sido examinado a conciencia por otros expertos cualificados».
«Este artículo -prosigue el comunicado- fue enviado ya en 2007 al
International Journal of Astrobiology. Sin embargo, el proceso de revisión por pares no se completó. La NASA desconoce por completo la reciente presentación del artículo a Journal of Cosmology y su consiguiente publicación. Otras preguntas y cuestiones deberán ser dirigidas al autor del artículo».
Apenas unas horas después intervenía también Rocco Mancinelli, el editor de International Journal of Astrobiology (la revista a la que Hoover había presentado su trabajo en 2007) para corregir el comunicado de la NASA y asegurar que el artículo sí que había pasado el proceso de revisión por pares, y que había sido rechazado.
Sin embargo, y a pesar de las críticas recibidas, los espectaculares resultados anunciados por Richard Hoover no pueden descartarse sin más. Y si bien es cierto que su trabajo no ha sido publicado por revistas científicas de primer nivel, también lo es que tampoco existe ninguna investigación «seria» que aporte pruebas de que Hoover no tenga razón.
Al contrario, durante los últimos años, se han sucedido numerosos descubrimientos (debidamente publicados y aceptqados por la comunidad científica internacional) que demuestran la existencia de numerosos compuestos orgánicos en el espacio, desde aminoácidos a moléculas de carbono. Pequeños pasos que apuntan decididamente a que la vida es posible «ahí fuera».
La propia NASA, que ahora se desmarca de uno de sus investigadores, está gastando miles de millones de dólares para encontrar vida fuera de la Tierra, y
actualmente centra sus esfuerzos en Marte y en varias lunas de Júpiter y Saturno, como Encelado, Europa o Titán.
Ningún científico serio, además, duda de que esa «vida extraterrestre» es posible, y que estamos muy cerca de encontrarla. Pero la importancia de un hallazgo de tal categoría hace necesario que, antes de hacer un anuncio global,
no quede ni la menor sombra de duda sobre la autenticidad del descubrimiento.
Los astrobiólogos (y la propia
NASA) tienen la triste experiencia de haber realizado ellos mismos un «anuncio oficial» que
después tuvo que ser desmentido. Fue en verano de 1996, y entonces la agencia espacial norteamericana proclamó a los cuatro vientos que se habían encontrado restos de vida orgánica en el interior de un meteorito procedente de Marte, el
ALH84001.
La NASA se había equivocado
El propio presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, pronunció
un discurso «histórico» el 7 de agosto de aquél año para celebrar el acontecimiento. «Este es el producto -dijo entonces Clinton- de años de exploración y meses de estudios intensivos por parte de algunos de los científicos más prestigiosos del mundo». Menos de dos años después, la revista Science publicaba un estudio que
demostraba que la NASA se había equivocado y que una buena parte de los restos detectados en el meteorito marciano eran producto de la contaminación por parte de organismos terrestres.
Se necesita, pues, más investigación y menos ansias de protagonismo. Algunos investigadores han empezado ya a publicar sus comentarios y mensajes en Journal of Cosmology. Y no todos son críticos. Es el caso de Michael Engel, de la Universidad de Oklahoma, quien afirma que «dada la importancia de este hallazgo, resulta esencial seguir buscando nuevos criterios más robustos que la similitud visual (en la que se basa el trabajo de Hoover) para clarificar el orígen de estas notables estructuras».