Un gran edificio de hace 2.500 años abre los secretos de la cultura tartésica

El objeto con forma de bañera de la imagen es uno de los hallazgos más insólitos de la excavación tartésica del Turuñuelo, en Badajoz. / CARLOS MARTÍNEZ

Investigadores del CSIC excavan en las Vegas del Guadiana la construcción más grande y mejor conservado hallada hasta ahora de la mítica civilización prerromana

7 de octubre de 2016
En mitad de un paisaje amarillo y polvoriento de finales de septiembre, entre campos de tomates y de maíz trabajados por modernas máquinas que se pueden controlar a distancia, dos arqueólogos del CSIC rascan pacientemente la tierra con pequeños paletines. Pero, al contrario de lo que suele pasar en esta clase de excavaciones —esta de la comarca de las Vegas del Guadiana (Badajoz) corresponde a una gran construcción de hace 2.500 años—, no tienen que esperar mucho para que vayan apareciendo contornos que acaban resultando ser puntas de lanza, vasijas, anzuelos, hasta una insólita parrilla y un gigantesco caldero de bronce…

La habitación que se está excavando estos días destaca precisamente por “la cantidad de bronces”, explica el investigador del CSIC y director del Instituto de Arqueología de Mérida, Sebastián Celestino. Acaba de desenterrar una pieza metálica decorada en un extremo por dos palomas que flanquean una piel de toro, símbolos divinos típicos de la cultura de Tartesos, esa civilización prerromana que ocupó el suroeste de la Península Ibérica y cuyas incógnitas sobre su nacimiento, su desarrollo a lomos del comercio de minerales con los fenicios y su misteriosa desaparición (quizá arrasada por sus enemigos, por un cataclismo o, simplemente, por su declive económico) han sido rellenadas durante largo tiempo por mitos y leyendas. Pero la ciencia, aunque poco a poco y seguramente con menos alharacas, también las va contestando, y este yacimiento del Turuñuelo, que corresponde al edificio más grande (algo más de una hectárea) y mejor conservado de aquella época, tendrá sin duda mucho que aportar.

Entre los siglos VI y V antes de Cristo, tres edificios distintos se cionstruyeron uno sobre otro, a medida que el santuario necesitaba crecer. El altar, en la foto, siempre se mantenía en el mismo lugar.

“Estamos al final de la época tartésica, en el siglo V antes de Cristo”, empieza Celestino. “El núcleo central está en el Guadalquivir y Huelva, pero después de una crisis económica en el siglo VI, hay un gran movimiento de población hacia el interior. Y esa gente que se instala en el Guadiana construye estos enormes edificios”, continúa. Habla de tres: el santuario de Cancho Roano (en Zalamea de la Serena, que el propio Celestino excavó durante más de dos décadas); La Mata (en el municipio de Campanario), que tenía un perfil más económico; y este del Turuñuelo, cuya función aún se desconoce porque los trabajos no han hecho más que empezar; han desenterrado menos del 10%. “De momento, podemos decir que tiene un sentido de culto clarísimo”.

Un violento final

Lo que sin duda comparten los tres edificios, aparte de la época, es un violento final: fueron destruidos por sus propios moradores, incendiados y después sellados con arcilla. “A finales del siglo V, principios del IV a. de C., empiezan a llegar los pueblos del norte, de etnia céltica, así que los destruyen para preservarlos de las invasiones, para que pasen a la posteridad sin que sean violados”, explica Celestino.

Y no solo ocurrió con esas grandes construcciones, pues el resto de las documentadas en el Valle Medio del Guadiana “parece que también cuentan con este nivel de incendio”, asegura la codirectora de la excavación del Turuñuelo, Esther Rodríguez. “El hecho de que se abandonasen a la vez indica que forman parte de un mismo sistema político. Parece que el territorio en esta época se organizaba alrededor de estos edificios como el Cancho Roano o el Turuñuelo y que a partir de ellos se articulaba la explotación del entorno. Existía, además, un yacimiento de mayor envergadura, el Tamborrio, en Villanueva de la Serena, que tendría una capacidad política mayor; lo que todavía es complicado de determinar es qué relación existía entre unos y otros centros”, añade.

Las palomas y la piel de toro extendida son símbolos típicos de Tartesos. / CARLOS MARTÍNEZ

Pero ese final autoinfligido no solo da pistas sobre la organización política, sino que ha conservado formidablemente su interior en esa especie de urna de arcilla. “Conocer la cultura tartésica es bastante complicado por todas las incógnitas que giran en torno a esta, pero sí es verdad que los restos materiales del Valle Medio del Guadiana nos permiten documentarla por su buen estado de conservación”, asegura Rodríguez. De ese modo, los vestigios de toda esa zona ayudan a conocer mejor cómo fue aquella cultura que floreció en torno al Guadalquivir desde el siglo X antes de Cristo: “Podemos concluir que serán estas poblaciones […] las únicas herederas de la cultura tartésica una vez que se desdibuja su presencia en el Bajo Guadalquivir a partir del siglo VI a. C.”, dice la tesis de la arqueóloga, defendida hace unos pocos meses. Pero, además, esos restos “permiten entender el regionalismo de cada territorio, pues cada uno mantiene elementos que son propios del lugar”. En este caso, una rica mezcla formada por el choque de tradiciones procedentes del Atlántico con las mediterráneas que llegan desde el Guadalquivir.

Los arqueólogos encontraron juntos este inusual plato de cerámica de un solo asa y dos anzuelos.

Celestino y Rodríguez (con la inestimable colaboración de Melchor, un obrero especializado en este tipo de trabajos desde hace dos décadas), desbordados por los constantes hallazgos, están a punto de terminar la segunda acometida a la excavación del Turuñuelo (la primera fue el pasado año y entonces contaron con la ayuda de alumnos de varias universidades españolas). Tras descubrir una habitación principal de 70 metros cuadrados, han encontrado un gran pasillo, que da a una serie de habitaciones, de las que han excavado una.

Ahora, preparan un plan para ver qué inversión se necesita para seguir adelante cuando se acaben los fondos que les ha aportado este año el Plan Nacional de Investigación y la Junta de Extremadura, teniendo en cuenta “que hay que reservar un dinero importante para los diferentes análisis y para restaurar todo lo que está saliendo, que es muchísimo”, señala Celestino. Completar la excavación de un yacimiento tan grande puede tardar años. “Estamos hablando de mucho tiempo, dependiendo de la inversión. Si es fuerte, pues serán menos años”, remata.

SEMILLAS, PLATOS, ANZUELOS, ‘BAÑERAS’… DE HACE 2.500 AÑOS

Un gran caldero de bronce hallado en el Turuñuelo. / CARLOS MARTÍNEZ

El yacimiento del Turuñuelo ya ha empezado a dar sorpresas a los investigadores. No solo por una riqueza tal que los desborda (acabados los contenedores que llevaban, han tenido que empezar a usar cajas recicladas de helados o de gominolas que les acaban de dar en el bar del pueblo), sino por lo sorprendente de algunos descubrimientos. Junto a vasijas y platos de imitación (los lugareños remedaban las vajillas llegadas a través del comercio fenicio desde Grecia o Etruria), semillas, restos de alfombras de esparto y otros tejidos, han hallado, por ejemplo, una parrilla de bronce y un caldero del mismo material tan enorme como único.

Además, han encontrado una rarísima bañera de 1,70 metros de largo. “Lo llamamos bañera o sarcófago por su forma. Está hecho con un material extraño a base de cal y no sabemos qué contenía; no tiene ningún orificio de salida y, por lo tanto, puede ser para contener agua, para hacer algún tipo de ritual que se nos escapa”, explica el investigador Sebastián Celestino. La encontraron en uno de los tres ámbitos en los que se divide la habitación principal, en cuyo centro se levantó un altar de adobe en forma de piel de toro extendida.

Fuente: J. A. AUNIÓN > Madrid  |  EL PAÍS

El Bronce de Lascuta: la joya gaditana que guarda el Louvre

Es la inscripción en latín más antigua hallada en España, uno de los más importantes documentos escritos que atestiguan la presencia romana en la provincia de Cádiz. Miles de españoles visitan cada año el edificio que alberga esa joya arqueológica. Pero muy pocos reparan en ella. El Bronce de Lascuta ve pasar a su lado a cientos de personas procedentes de su tierra, de la tierra sobre la que habla. No le echan cuenta. Incluso gentes muy cercanas, que llegan a París desde Jerez y desde La Janda, recorren las salas del Museo del Louvre sin saber que en el ala Sully, en el primer piso, en la sala número 32, la Salle des Bronzes, en la vitrina M6, les espera esa pieza que alguien encontró hacia 1866 en la localidad gaditana de Alcalá de los Gazules.

El Bronce de Lascuta, una pequeña placa de 25 centímetros por 14, contiene un resumen de un decreto promulgado en el año 189 antes de Cristo por el general romano Lucio Emilio Paulo. El decreto libera a los habitantes de la Torre Lascutana, ubicada en Alcalá de los Gazules, de la servidumbre a la que estaban sometidos por Asta Regia, ciudad situada muy cerca de Jerez, en la actual Mesas de Asta. Es un gesto de agradecimiento a los lascutanos por su ayuda para aplastar la rebelión de los astenses contra la dominación romana.

Una interpretación muy abierta y actualizada vendría a explicar que el Bronce de Lascuta es como la carta fundacional como municipio independiente de Alcalá de los Gazules, el decreto por el que esa localidad se segrega de Jerez. Hace dos mil doscientos cinco años.

Cualquier pueblo querría conservar una joya así, un vestigio tan valioso de su pasado. Cualquier país querría recuperar esa pieza histórica. Por eso en los años ochenta, el Ayuntamiento de Alcalá de los Gazules trató de lograr que el bronce regresase a su tierra. Gabriel Almagro, que fue concejal de Alcalá y delegado de la Junta de Andalucía en Cádiz, era técnico municipal entonces, cuando desde la localidad jandeña se pusieron en contacto con el Museo del Louvre para reclamar el bronce. De aquello recuerda que no se encontraron con la negativa que preveían. Pero sí con una propuesta que no hubo modo de cumplir en ese momento.

Los responsables del museo les plantearon permutar esa pieza arqueológica por otro objeto francés que poseyese el Estado español. Los alcalaínos se dirigieron al ministerio de Cultura y explicaron la situación. Y la respuesta, si es que la hubo, sí que fue negativa. No obstante, algo sí que consiguió Alcalá en ese intento. Desde el Louvre les enviaron una réplica exacta del Bronce de Lascuta que desde entonces está expuesta en el salón de plenos del Ayuntamiento.

Quien posa para el fotógrafo con la reproducción del bronce es Ismael Almagro (izquierda), hermano de Gabriel y estudioso de la historia de Alcalá. Hace dos años, Ismael quiso saber por qué y cómo perdió su pueblo esa pieza arqueológica tan importante, cómo llegó a París. Espoleado por las contradictorias y erróneas versiones que leía acerca de esos hechos, decidió emprender una investigación de la que da cuenta detallada en tres entradas de su blog Historia de Alcalá de los Gazules.

Es un relato muy interesante porque además de despejar incógnitas y aportar datos inéditos y significativos sobre lo que sucedió cuando apareció el Bronce de Lascuta, muestra una vez más el buen resultado que da acudir a fuentes primarias, preguntar e hilar acontecimientos.

Lo que Ismael Almagro sostiene, tras investigar a fondo sobre el descubrimiento, es que el bronce no fue encontrado en la Mesa del Esparragal ni vendido por unos carboneros a un cónsul belga (y mucho menos en 1840), como señalan varios autores que han escrito sobre el hallazgo, sino que fue hallado en Alcalá durante unas obras en la iglesia parroquial: durante el ensanche de las capillas del baptisterio y del Santo Entierro en un terreno obtenido en 1863.

El indicio más sólido que sustenta esa versión es una anotación en el libro que recoge los gastos e ingresos de la parroquia entre 1827 y 1909. Entre los ingresos del segundo semestre de 1866 figura una entrada de 500 reales "por la mitad del hallazgo que se encontró en la obra nueva que pertenece a esta Parroquia". ¿Qué objeto apareció entonces por el que alguien pagó 1.000 reales? ¿A quién le correspondió la otra mitad?, se preguntó Almagro. Él intuye que una parte del dinero se lo embolsaron los albañiles que encontraron el bronce y que el cura párroco, Francisco de Paula Castro y Moreno, se encargó de hacer de intermediario o de vendérselo a M. Ladislas Lazeski, un ingeniero polaco que andaba por la zona, ocupado con los planes de una carretera.

Cuando Almagro escribió al Louvre para recabar datos sobre el bronce, le respondieron que en los archivos había poca información: apenas que había sido descubierto en Alcalá de los Gazules, que había sido adquirido por el museo en 1868 a Lazeski y que éste lo había presentado un año antes a la Academia de las Inscripciones y Bellas Letras. Un rastreo por hemerotecas llevó al investigador a una noticia de 1867 en una revista: Lazeski donaba el bronce a la academia.

La noticia recoge un relato del ingeniero sobre el hallazgo que incurre en numerosas inexactitudes geográficas y errores al nombrar las localidades. Almagro comprobó que no hay ninguna prueba de que el bronce fue encontrado en la Mesa del Esparragal. Y expone una posible explicación: que Lazeski no mintió sino que, al comprar la pieza, recibió una información deliberadamente equivocada que trataba de despistar sobre el verdadero lugar del hallazgo. Probablemente el cura, dice Almagro, al ver que el bronce no tenía nada que ver con la iglesia ni con la religión católica, decidió venderlo, pero proporcionó datos erróneos para evitar cualquier complicación.

La teoría de Almagro viene a situar la Torre Lascutana, mencionada en el bronce, en Alcalá y no en la Mesa del Esparragal, como sostienen otros investigadores. En el Esparragal hay restos de una torre (izquierda) y otros vestigios que, con la disposición del terreno, indican que probablemente hubo allí una población: Lascuta. Lo que Almagro plantea es que pudieron existir ambas ciudades: que el lugar que ocupa Alcalá también fue una auténtica urbe romana, no una torre vigía. Se apoya en la cantidad de importantes restos romanos que siguen apareciendo en el casco urbano y que así lo indican. Al fin y al cabo, además, 'lascut' significa pedregal o peñascal. Torre Lascutana sería castillo de los pedregales, lo que enlaza con el topónimo árabe, ya que una de las acepciones de 'gazul' remite a pedregal o peñascal.

Alcalá de los Gazules, propone Almagro, sería la heredera de la Turris Lascutana, asentada sobre el gran monte rocoso de la Coracha. "Lo que sí está claro es que el Bronce de Lascuta, del que se conserva una réplica en el Ayuntamiento de Alcalá y otra en el Museo Arqueológico de Jerez, se ha convertido en nuestro auténtico DNI romano que nos legitima como pueblo con una antigüedad al menos dos mil doscientos cinco años".

La réplica del bronce expuesta en Jerez (derecha) la donó en 2012 la Asociación de Amigos del Museo. La placa comparte espacio desde entonces con otras piezas procedentes del otro lugar al que hace referencia la inscripción romana, Asta Regia.
A pocos kilómetros de Jerez, en dirección a Trebujena, el yacimiento arqueológico de Asta Regia, uno de los más importantes de Andalucía, esconde los restos de un enclave en el que se asentaron tartesios, turdetanos, romanos y árabes. Todo eso está bajo un campo de propiedad privada, oficialmente protegido, pero hasta hace no mucho un sitio del que han salido muchos objetos valiosos. En la época a la que remite el Bronce de Lascuta, cuando los romanos están colonizando la Península Ibérica, Asta Regia era una ciudad que resistía ante Roma, un reino turdetano que había dominado gran parte del territorio del Bajo Guadalquivir y del que dependían la ciudad, las tierras y los habitantes de la Torre Lascutana.

Más adelante, Asta Regia y Lascuta fueron ciudades romanas, la segunda en una ubicación estratégica, a mitad de camino con Carteia. Hoy, los lugares en los que se levantaron comparten la ausencia de un ambicioso plan de excavaciones que muestre lo que fueron; y que aporte cultura y empleo. No debe ser ajeno a ello que el Bronce de Lascuta, la joya arqueológica que las nombra, se encuentre en el Louvre y aquí haya que conformarse con réplicas.

Fuente: diariodecadiz.es | 18 de septiembre de 2016

El Museo del Prado y Auckland Castle Trust colaboran en la creación de un centro de arte español en Durham

De izquierda a derecha, Óscar Fanjul, vicepresidente de la Fundación Amigos del Museo del Prado; Miguel Zugaza, director del Museo del Prado; José Pedro Pérez-Llorca, presidente del Real Patronato del Museo del Prado; Jonathan Ruffer, presidente del Consejo de Administración del Auckland Castle Trust; Christopher Ferguson, director de Comisariado, Conservación y Exposiciones del Auckland Castle Trust; y, Miguel Falomir, director adjunto de Conservación e Investigación del Museo del Prado, tras la firma del Convenio de colaboración entre el Museo del Prado y el Auckland Castle Trust. Foto © Museo Nacional del Prado.

El Museo del Prado y el Auckland Castle Trust suscribieron ayer un convenio de colaboración en virtud del cual se establecerá un programa para desarrollar actividades conjuntas para el estudio y la investigación del arte español y la cultura, mediante la creación de un programa de becas y una galería de arte español.

La serie de “Jacob y sus doce hijos” de Zurbarán que, desde hace más de 250 años, se custodia en el Palacio de los Príncipes Obispos de Durham en Inglaterra es el punto de partida del Auckland Castle Trust, una Fundación Benéfica que incluye entre sus proyectos la creación de un centro para el arte español y latinoamericano -el Centro Zurbarán en colaboración con la Universidad de Durham y con una nueva Cátedra- cuyo objetivo es vincular la investigación académica con la conservación y la programación expositiva de la Auckland Castle Spanish Gallery.

Madrid, 7 de octubre de 2016.- José Pedro Pérez Llorca, presidente del Real Patronato del Museo del Prado, Jonathan Ruffer, presidente del Consejo de Administración del Auckland Castle Trust, Miguel Zugaza, director del Museo del Prado, y Christopher Ferguson, director de Comisariado, Conservación y Exposiciones del Auckland Castle Trust, suscribieron ayer un convenio de colaboración en virtud del cual el Museo del Prado ofrecerá asesoramiento histórico-artístico a Auckland Castle en aquellos aspectos derivados del plan de creación del centro para el arte español y latinoamericano, y colaborará en la planificación del programa expositivo de la Auckland Castle Spanish Gallery.

De izquierda a derecha, Óscar Fanjul, vicepresidente de la Fundación Amigos del Museo del Prado; Miguel Zugaza, director del Museo del Prado; José Pedro Pérez-Llorca, presidente del Real Patronato del Museo del Prado; Jonathan Ruffer, presidente del Consejo de Administración del Auckland Castle Trust; Christopher Ferguson, director de Comisariado, Conservación y Exposiciones del Auckland Castle Trust; y, Miguel Falomir, director adjunto de Conservación e Investigación del Museo del Prado, tras la firma del Convenio de colaboración entre el Museo del Prado y el Auckland Castle Trust. Foto © Museo Nacional del Prado.

Por su parte, el Auckland Castle Trust financiará la Beca Museo del Prado-Auckland Castle, por un año de duración siendo prorrogable a tres, para el desarrollo de los proyectos comunes entre las dos entidades.

Ambas instituciones establecerán un programa, como mínimo de tres años de duración, para planificar y determinar propuestas de exposiciones que contextualicen las colecciones del Auckland y actividades que puedan incluirse en programas académicos, exposiciones, investigaciones y publicaciones.

Auckland Castle

Auckland Castle es el Palacio de los Príncipes Obispos de Durham situado en el noroeste de Inglaterra. Durante más de 250 años ha custodiado y expuesto en su amplio comedor (“the Long Dining Room”) la serie “Jacob y sus doce hijos” de Francisco de Zurbarán.

El Auckland Castle Trust es una Fundación Benéfica creada en 2012 con el fin de asegurar la permanencia de las obras de Zurbarán y cuyo objetivo es usar la herencia histórica, cultural y artística para la regeneración, el progreso y la educación, convirtiendo el Palacio de los Obispos y el conjunto de edificios anejos y relacionados en un foco de atracción del patrimonio cultural, patrimonial y turístico.

El proyecto, que conformará Auckland Castle como centro de excelencia de la Historia del Arte Español y de la cultura española en el Reino Unido, incluye la restauración del Palacio de los Obispos, la ampliación del ala de Escocia, el Jardín amurallado, el Centro de Bienvenida y el centro para el arte español y latinoamericano.

Cómo reconocer y conservar metales arqueológicos

En museos como los de la Alhambra existe una importante colección de metales históricos y arqueológicos. Estas piezas a menudo sufren un proceso de degradación natural, tanto debido a la propia naturaleza de los materiales como al haber estado en ambientes no óptimos para su conservación. El cuidado de estas piezas implica reconocer el tipo de metal ante el que nos encontramos y las posibles problemáticas presentes para asegurar los procesos óptimos de conservación y tratamiento.

En este artículo compartimos con vosotros una pequeña guía para poder reconocer este material metálico e identificar cuándo tiene procesos activos de corrosión que implican peligro para la preservación futura del objeto.

Entre los distintos tipos de piezas de metal las más estables son sin duda las que están realizadas en metales nobles, como el oro y la plata. A diferencia de otros metales, estos a penas reaccionan químicamente, lo que los hace muy resistentes a la corrosión. Objetos de oro y plata de época nazarí se conservan hoy prácticamente igual que cuando se crearon y los tratamientos de restauración sobre este tipo de piezas suelen limitarse a limpiar los restos de tierra o suciedad adheridos, o a eliminar la fina capa que en ocasiones oscurece y empaña la plata, como se ve en este dirham.

Ni el oro ni la plata presentan por tanto graves problemas de conservación y resultan fáciles de reconocer al tener aspecto similar a cualquier otro objeto actual realizado con estos materiales. Hay que tener presente, no obstante, que en ocasiones la plata suele estar en aleación con otros materiales como el cobre y si la proporción de éste es alta puede presentar problemas de conservación similares a los que se observan en el bronce.

Este arete de oro y este dirham de plata son dos ejemplos de piezas realizadas en estos materiales.

Metales que sí presentan mayores problemas para reconocerlos y conservarlos son el cobre (de tono pardo/rojizo) y el bronce (de color marrón/anaranjado). En general, el cobre no es un material que se suela encontrar en objetos modelados más allá de la prehistoria, ya que con el bronce (aleación de cobre y estaño)  se obtenían piezas más estables y duraderas, por lo esta aleación se utilizó preferentemente para fabricar armas y objetos. Es por ello por lo que nos centraremos en este segundo.

A pesar de que el tono original del bronce es anaranjado, las piezas históricas no tienen habitualmente este color y el bronce arqueológico presenta una pátina, producida por el óxido de cobre, de tonalidad gris acerado, rojiza amorronada o verde oscuro.  Estas pátinas finas y lisas, que reproducen fielmente la superficie original del objeto, nos dan la clave para reconocer el material.  Este revestimiento de óxido no debe ser eliminado al ser estable o pasivo y ayudar a preservar la pieza. Cuanto más uniforme, adherida y lisa sea esta pátina más estable será el objeto.

Esta hebilla y este anillo nazarí realizados en bronce son dos ejemplos que muestran esta pátina verde oscura  de óxido que recubre el material y que es estable. Por debajo de ella estaría el color anaranjado propio del bronce, pero sería un error tratar de eliminar la tonalidad verde para restaurar el tono original, ya que incidiría directamente en la conservación del objeto.

Pero el bronce precisa de un proceso de trabajo para convertir el mineral que originalmente se encuentra en la naturaleza en el metal con el que se elaboran los objetos, esto hace que de forma inherente el propio material tienda a volver al estado mineral primigenio y que por tanto sea inestable en si mismo y proclive a los procesos de corrosión. Elementos como el agua, la luz o el aire favorecen mucho más esta corrosión del bronce, por lo que para su conservación precisa estar en un ambiente con humedad y temperatura controladas que ayuden a su preservación. En contextos arqueológicos las condiciones no son las idóneas para estos materiales, y es habitual que muchos de ellos sufran importantes procesos de corrosión. En ocasiones las piezas de metal se mantienen en un punto estable con el medio y es cuando se excavan y se cambian estas condiciones cuando esos procesos de degradación que estaban latentes se activan o aceleran, de ahí la importancia de tratar estos objetos inmediatamente cuando llegan al museo.

Hay algunos indicios que nos indican que las piezas de bronce presentan procesos de corrosión activos y deben ser tratadas con urgencia para evitar su degradación o incluso, si no se frenan, la desintegración total y la pérdida del objeto. Los principales productos de corrosión del bronce y los más dañinos son las sales o cloruros, que exteriormente se manifiestan a través de una tonalidad verde brillante o negruzco (atacamita), verde claro (paratacamita) o blanco sucio y de textura cerúlea (nantoquita). Estos cloruros pueden estar de forma generalizada por toda la pieza o limitarse a unos pequeños puntos localizados. En ocasiones están latentes bajo la patina pudiendo intuirse por las costras o deformaciones en el bronce, en la textura pulverulante que pueden generar o en la baja adhencia de la pátina.

El ataque por sales se conoce como “enfermedad del bronce“. En el caso de que se perciba la presencia de estos cloruros, aunque sea de forma puntual, se debe someter la pieza a un proceso de estabilización, que retire de forma superficial estas sales y frene el proceso interno de degradación. Este dedal de bronce, por ejemplo, presenta un proceso muy activo de corrosión por sales, que pueden identificarse fácilmente por el tono verde claro y blancuzco verdoso que corroe toda la pátina verde oscura.

Los bronces también pueden presentar carbonatos superficiales que se originan en los suelos, como la malaquita (de tono verde oscuro) y la azurita (de color azul), deformando la superficie de las piezas. Aunque menos dañinos que los cloruros, los carbonatos también han de ser eliminados en los procesos de restauración de los objetos de metal.

Otro de los minerales  que de forma histórica se han trabajado para realizar objetos ha sido el hierro. Al igual que pasa con las aleaciones de cobre el hierro debe someterse a un proceso de fabricación que permita convertirlo en metal y por tanto tiende igualmente a degradarse de forma natural y volver a su origen mineral. El hierro tiende a oxidarse rápidamente, hecho que se acelera por la presencia de oxígeno en ambientes húmedos.

Las piezas de hierro son fáciles de reconocer por el tono marrón muy oscuro producido por una capa de magnetita. En el caso de piezas restauradas este tono marrón puede parecer casi negro debido a los procesos de estabilización con taninos a los que se somete a los objetos.

Una pieza de hierro estable presenta una capa superficial lisa y sin deformaciones, como se ve en esta argolla y este clavo. Esta capa, como se puede observar, es mucho más gruesa que la pátina que hemos visto se genera en los bronces, ayudando a identificar uno y otro material.

Los procesos de corrosión en el hierro (por óxidos, hidróxidos, carbonatos…) se caracterizan porque generan grandes deformaciones en la piezas, haciendo que en ocasiones sea dificil percibir cómo era el objeto original. Por ejemplo, bajo la capa de corrosión de esta pieza de hierro vagamente puede intuirse la llave que una vez fue y que hoy ha perdido su forma y contornos. Los tratamientos de restauración de las piezas de hierro, además de buscar la estabilización de los objetos, inciden especialmente en eliminar estas deformaciones y hallar la superficie original de las piezas. Una limpieza mecánica elimina estas capas generadas y le devuelven su imagen original.

Esta hebilla es un ejemplo de pieza arqueológica realizada en bronce y en hierro. Los tonos verdosos de uno (bronce) y los marrones de otro (hierro) nos permiten identificar fácilmente ambos metales. También se observa las deformaciones que en el hierro se generan.

Otro metal habitual en los yacimientos es el plomo, si bien no han sido muchos los objetos creados con este material por su ductilidad si se utilizó para hacer cañerías, sellos, grapas, etc. El plomo es quebradizo y se deforma con facilidad, por lo que es habitual que  las piezas arqueológicas realizadas en este material presenten roturas y deformaciones como consecuencia de la presión del terreno El plomo es uno de los minerales más sencillos de identificar por su gran peso y por la pátina protectora de óxido de plomo, de tonalidad gris mate, que sobre él se genera.

El plomo es bastante estable y no suele sufrir grandes procesos corrosivos. Fundamentalmente le afecta la carbonatación, que se produce en los suelos ácidos y húmedos, de la que se puede proteger en una atmósfera estable y controlada. En las piezas de plomo suele aparecer manchas de color marrón o rojo oscuro que aunque no son graves para la conservación del objeto si alteran su imagen. Al ser un metal muy dúctil y maleable los procesos de limpieza no suelen ser mecánicos, porque pueden arañar su superficie y dejar marcas, optándose por limpiezas electrolíticas que permitan recuperar su capa grisacea y darle a la superficie un aspecto más uniforme. En este fragmento de plomo se pueden ver las deformaciones de este material y las manchas rojizas que alteran su pátina.

En los museos en general, y en el Museo de la Alhambra en particular, los metales son piezas que se preservan con especial cuidado prestando atención al ambiente en el que se exponen o almacenan, para asegurar que las condiciones favorecen su conservación preventiva. También se está alerta a cualquier cambio en su superficie que pueda indicar procesos activos de corrosión que implicarían que las piezas fueran enviadas a los restauradores que procederían a realizar los distintos procesos de inhibición y estabilización.

Vía: Alhambra Patronato

La enigmática mandíbula de Bañolas

Mandíbula de Bañolas, todavía con el travertino adherido a la superficie interna del hueso.

Han transcurrido casi 130 años del hallazgo de la mandíbula de Bañolas y su posición taxonómica sigue estando en debate. Este fósil fue localizado por un trabajador de la cantera de El Llano de la Formiga, cerca del lago de Bañolas, en Gerona, y propiedad de la familia Alsius. Desde entonces, la mandíbula ha continuado bajo la custodia de la familia Alsius-Suñer-Ferrer. Las investigaciones sobre su morfología y su datación han sido continuas desde entonces. El individuo propietario de la mandíbula pudo fallecer a una edad avanzada (seguramente más 40 años), a juzgar por el intenso desgaste de la corona de todos los dientes.
El último estudio de revisión sobre esta mandíbula ha sido realizado por Almudena Alcázar de Velasco, con el apoyo de varios compañeros del equipo de Atapuerca. La investigación, publicada en 2011 en el Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural, nos dejó menos dudas que los trabajos realizados con anterioridad, si bien no pudo responder a todos los enigmas que ha generado este fósil.

A pesar de que la mandíbula se localizó en el siglo XIX, el lugar del hallazgo está perfectamente localizado gracias al travertino adherido durante mucho tiempo en la parte interna de la mandíbula. Los métodos de datación siguen mejorando cada día, pero no son ajenos a los problemas de las señales, diversas y posiblemente engañosas, que emiten los sedimentos. Es la única manera de explicar que la datación del travertino realizada por dos científicos de manera independiente tenga un rango entre 17.000 años (método del C-14) y unos 45.000 años (método de las series del uranio). La señal dejada por la dentina de uno de los dientes (series del uranio) llega hasta los 67.000 años, mientras que otras dataciones de formaciones geológicas próximas llegan hasta los 110.000 años. De manera conjunta, las dataciones han llevado a varios expertos a la conclusión de que esta mandíbula perteneció a la población Neandertal.

Parece una contradicción, pero cuando se dispone de un dato geocronológico aparentemente fiable, la morfología del fósil resulta una evidencia secundaria. Hace 100.000 años los neandertales estaban bien establecidos en Europa. Aunque la morfología de un determinado fósil nos haga dudar sobre su atribución, el dato geológico es el que manda. Es el caso de la mandíbula de Bañolas. Su aspecto no encaja de manera clara con la morfología característica de los neandertales, pero las dataciones son incompatibles con estas observaciones.

La lista de investigadores que han examinado la mandíbula no es corta. Desde el primer estudio realizado por Pere Alsius, el fósil ha estado en las manos de expertos de gran renombre: Hugo Obermaier, Hernández Pacheco, Santiago Alcobé y Marie Antoinette de Lumley, entre otros. Las conclusiones casi siempre se han decantado por asignar la mandíbula a la especie Homo neanderthalensis. Incluso, algunos se han atrevido a concluir que la mandíbula de Bañolas perteneció a la especie Homo heidelbergensis.

Alcázar de Velasco y sus colegas resumieron perfectamente la diversidad de opiniones y examinaron todos y cada uno de los caracteres. Su conclusión es muy clara. En conjunto, la morfología de la mandíbula de Bañolas encaja muy bien con la de Homo sapiens. Por primera vez se ponen en duda las conclusiones de los expertos que examinaron la mandíbula con anterioridad. En efecto, muchos de los caracteres estudiados no se encuentran en los Neandertales y si en cambio en las primeras poblaciones de Homo sapiens que llegaron a Europa hace unos 40.000 años. Esta conclusión es problemática, caso de que las dataciones fueran correctas. Pero es una conclusión valiente, ajena a la tiranía de las dataciones.

Esa conclusión tiene dos posibles lecturas: 1. las poblaciones de Homo sapiens llegaron a Europa mucho antes de lo que se pensaba; y 2. las dataciones podrían estar equivocadas. Así pues, habrá que esperar a nuevas investigaciones sobre la cronología de este fósil, del que se habla poco pero que tiene un enorme interés para conocer lo que sucedió durante la sustitución de la población neandertal por la población de nuestra especie.

Fuente: quo.es | 7 de octubre de 2016