Las abuelas “erectus”

Las abuelas de los bosquimanos pueden hacerse cargo de sus nietos. Fuente: www.pbs.org.

James F. O´Connell es en la actualidad profesor emérito de la Universidad de Utah (USA). Su interés primordial ha sido siempre comprender los aspectos biológicos de la evolución de los homininos y las razones del éxito de nuestra especie. Como muchos otros colegas, O´Connell han tratado de dar una explicación al hecho de que los humanos tengamos un desarrollo prolongado y una longevidad notablemente más larga que la de los simios antropoideos. En el centro de todos los debates, como el de O´Connell, está la evidente certeza de que la selección natural ha favorecido el éxito evolutivo de Homo sapiens.

En el post anterior hablé de los cambios en la dieta de las primeras poblaciones del género Homo y de las ventajas que suponía conseguir la carne y grasa de animales para apoyar un destete más temprano que el de chimpancés, gorilas y orangutanes. Para O´Connell y sus colaboradores el papel de los machos cazadores fue secundario en el éxito de las poblaciones del género Homo. En cambio, el papel de las hembras en la alimentación de las crías pudo ser mucho más importante, gracias a la recolección de todo tipo de alimentos tanto de origen animal (huevos, pequeños vertebrados, etc.) como vegetales (frutos, raíces, tubérculos comestibles, etc.). Además, la selección natural habría favorecido a las hembras con mayores expectativas de vida o, lo que es lo mismo, habría favorecido la existencia de una vida post-menopaúsica.

Las hembras de más de treinta años podrían haber llegado a ser abuelas, considerando que hace dos millones de años la madurez sexual se alcanzaba a la misma edad que en los simios antropoideos. Puesto que el tiempo de desarrollo se fue prolongando en el género Homo, hace medio millón de años las hembras podrían ser madres hacia los 15-16 años, de manera que la posibilidad de llegar a ser abuelas era elevada. Las abuelas “erectus” (como las llama O´Connell) se habrían encargado no solo de ser buenas recolectoras, sino de ser buenas cuidadoras de las crías de sus hijas o las de otros parientes. De ese modo, las hembras jóvenes habrían tenido tiempo de ocuparse mejor de sus crías lactantes, mejorando de este modo el éxito reproductor del grupo y, por ende, el de la especie. Esta reflexión de O´Connell es lo que se ha denominado “la hipótesis de la abuela”. La selección natural habría favorecido la vida postmenopáusica de las hembras y una mayor longevidad de los homininos.
O´Connell presta sus servicios en un Departamento Universitario donde, entre otras líneas de trabajo, se investiga la biología y el comportamiento de las sociedades cazadoras y recolectoras que aún persisten en el planeta. O´Connell y sus colegas de la Universidad de Utah trasladan el modelo de vida de estos grupos al pasado y extraen conclusiones. Este método, que denominamos “actualismo”, tiene que ser utilizado con mucha precaución. Lo que se observa en los cazadores y recolectores actuales puede no ser válido para las especies que vivieron hace dos millones de años. Ni tan siquiera podemos aplicar con absoluta confianza un modelo actualista a poblaciones relativamente recientes, como los neandertales.

Enseguida encontramos un fallo muy evidente en la “hipótesis de la abuela”. O´Connell se olvida de que una hembra de la especie Homo erectus todavía podría ser madre a los 30-35 años. Aunque esas hembras llegaran a ser abuelas, se habrían tenido que ocupar de sus propias crías. En mi opinión, el cuidado a los más pequeños habría sido cosa de todo el grupo y no solo de las posibles abuelas. Así que la propuesta de O´Connell tendría forzosamente que contemplar la posibilidad de que un número relativamente elevado de hembras de aquellas especies del Pleistoceno alcanzaran y superaran con bastante holgura los 40 años, cuando decaía la capacidad de sus posibilidades reproductoras.

¿Cuánto vivían nuestros ancestros?, ¿Cuál era su longevidad máxima? Son preguntas necesarias antes de proponer hipótesis como la de O´Connell y sus colegas. Si utilizamos a los chimpancés como referencia, podríamos asegurar que la longevidad de Homo habilis, Homo ergaster y Homo erectus (por citar algunas especies del Pleistoceno Inferior y Medio) pudo llegar a ser de hasta 40, quizá 50 años en las más especies más recientes. Pero, ¿cuántos individuos alcanzaban esas edades? Cuando se examina el registro fósil solemos encontrarnos con restos de individuos jóvenes, de tal vez no más de 30 años ¿Se trata de un sesgo del registro fósil?, ¿o quizá los humanos de aquellos períodos solían fallecer antes de cumplir esa edad? En realidad se trata de una cuestión probabilística. Sin duda, algunos individuos (machos y hembras) alcanzaban edades más avanzadas. Pero su número era tan reducido que la probabilidad de encontrar sus restos fosilizados en un yacimiento es muy baja.

Si el registro fósil no nos engaña, la probabilidad de llegar a ser abuela o abuelo en el Pleistoceno Inferior era mínima y, en todo caso, los posibles abuelos no disfrutaban durante mucho tiempo de sus nietos. Tampoco parece que esa probabilidad fuera mucho mayor en ninguna de las genealogías conocidas del Pleistoceno Medio. Así que la hipótesis de O´Connell tendría que aplicarse a épocas mucho más recientes del Holoceno, cuando los humanos pudimos pasar con holgura (aunque muchas veces con achaques propios de la edad) la barrera de los 50 años.
En el próximo post abordaré las consecuencias de una estructura demográfica como la que se presume para las especies del Pleistoceno.

Fuente: quo.es | 18 de octubre de 2016

El dilema del destete: ¿por qué hemos acortado el tiempo de lactancia?

La investigadora Gail E. Kennedy, en su despacho de la Universidad de California.

Se conocen datos muy bien contrastados sobre el destete de los simios antropoideos. En chimpancés y gorilas la edad en la que las crías dejan de tomar la leche de sus madres se ha estimado entre 4,5 y 5,5 años, mientras que los orangutanes baten todas las marcas, con una edad de destete que llega a los 7,5 años.

Teniendo en cuenta que el período de fertilidad de las hembras de estas especies (caso de que sobrevivan hasta el final de su época reproductora) no supera en ningún caso los treinta años, el número de crías que cada hembra puede llegar a sacar adelante es muy bajo. Las hormonas del hipotálamo (GnRh) y la pituitaria (prolactina) inhiben la ovulación de las hembras durante su lactancia intensa y a demanda. Esta “estrategia reproductora” hace que el crecimiento demográfico de las poblaciones de simios antropoideos permanezca muy estable en condiciones normales. Considerando la presión humana que sufren nuestros primos hermanos, tanto por la caza incontrolada como por la pérdida de extensión de sus hábitats naturales, sus expectativas de supervivencia como especies de la biosfera son ahora muy bajas.

En las poblaciones humanas de cazadores y recolectores que no controlan la natalidad la duración de la lactancia llega en algunos grupos hasta los 3-4 años. El promedio del comienzo del destete de todos estos grupos se ha estimado entre los dos y los tres años. Como bien sabemos, la lactancia es la manera más eficaz de alimentar a las crías de los mamíferos, incluyendo por supuesto a nuestros hijos. No solo se asegura una crianza adecuada para cada momento del crecimiento, sino que permite un desarrollo exitoso del sistema inmunitario de los niños. En ese sentido y gracias a una lactancia muy prolongada los simios antropoideos consiguen que sus crías lleguen a su fase juvenil en condiciones óptimas tanto en lo que concierne a sus capacidades locomotoras, como a su sistema inmunitario. Caso de no tener que sufrir la presión humana, los chimpancés, gorilas y orangutanes tendrían un futuro halagüeño.

Pero, ¿qué sucede con nuestra especie? La lactancia intensa se ha reducido casi a la mitad con respecto a la de los chimpancés y, además, nuestro desarrollo se ha prolongado en seis años. En condiciones naturales sin el apoyo tecnológico de las sociedades modernas, los miembros de nuestra especie y tal vez los de especies próximas (por ejemplo, los neandertales) nos hemos enfrentado a una situación muy diferente a la de los simios antropoideos. Destetamos a nuestros hijos cuando aún no han completado plenamente el desarrollo de su sistema inmunitario y cuando su capacidad neuromotriz todavía está muy lejos de ser óptima. Es evidente que en condiciones naturales todavía existe un riesgo muy importante para su integridad (enfermedades, patógenos, predadores, accidentes, etc.). Es lo que la investigadora Gail E. Kennedy (en la actualidad profesora emérita de la Universidad de California) denominó el “dilema del destete”.

Gail Kennedy defiende que hace unos 2,5 millones de años la selección natural dio un giro importante en las especies de la genealogía humana. El incremento progresivo de las capacidades cognitivas habría sido desde ese momento más importante para la supervivencia (y, por tanto, para conseguir reproducirse) que la protección de una lactancia muy prolongada. Nuestro cerebro estaba creciendo en tamaño y complejidad, aunque su pleno desarrollo cada vez se alcanzaba más tarde. La duración de la lactancia se habría ido acortando, permitiendo así la disminución del intervalo entre nacimientos y el consiguiente crecimiento demográfico. El resultado de este cambio lo conocemos bien. No solo nos expandimos por toda África y Eurasia, y mucho más tarde por las Américas y Australia, sino que ahora somos cerca de 7.000 millones de individuos en el planeta. Sin duda, el incremento sustancial de las capacidades cognitivas ha sido clave en esa expansión y en el éxito momentáneo de nuestra especie.

Pero, ¿como conseguimos reducir el tiempo de lactancia sin comprometer la supervivencia de la crías? Para Gail Kennedy no hay otra explicación que el consumo de alimentos con suficiente potencial calórico como para dar continuidad a los beneficios de la lactancia.

Las posibilidades para conseguir carne y grasa de animales tuvo que ser decisivo en esa transición. Esta es la hipótesis que defiende Kennedy. Recordemos que el destete no es un suceso puntual en nuestra vida, sino un proceso. Llegada una determinada edad, los homininos pudieron complementar la lactancia con alimentos muy calóricos procedentes de la caza de animales y tal vez de la pesca, como hemos defendido en un post reciente. Esto es lo que hacemos en la actualidad con nuestros hijos, por lo que no parece ningún secreto ni un gran descubrimiento científico.

Para completar el escenario de Gail Kennedy, es conveniente recordar que la crianza de nuestros hijos en el pasado dejó de ser un trabajo individual de cada madre (como sucede en los simios antropoideos), para convertirse en un trabajo colectivo. Incluso, ese cuidado de las crías tuvo que llegar a tener un alto componente de tipo aloparental, en el que participa una buena parte del grupo y no solo los padres. Así que el cambio de dieta y la socialización en el cuidado de las crías posiblemente jugaron un papel primordial en que hoy en día seamos lo que somos.

Fuente: quo.es | 13 de octubre de 2016

Descubren los orígenes del bisonte europeo a través del ADN y el arte rupestre

Los paleontólogos lo apodaron graciosamente "bisonte de Higgs", un juego de palabras relacionado con las famosas partículas subatómicas (bosón de Higgs), porque era muy misterioso. No se habían dado cuenta de que la criatura había sido documentada decenas de miles de años atrás por humanos prehistóricos que pintaban en las paredes de las cavernas.

El largamente buscado ancestro del bisonte moderno de Europa era una especie de raro híbrido que deambulaba por el continente y por Asia durante la segunda mitad del Pleistoceno, señaló un grupo de científicos este pasado martes en la revista Nature Communications.

Utilizando análisis de ADN y fechas radiométricas, pudieron dilucidar el complicado árbol familiar del los gigantescos bovinos, que son el resultado del entrecruzamiento entre el ganado antiguo de uros y el gigantesco bisonte de la estepa. La reconstrucción genética sugiere que las especies ancestrales eran más pequeñas y más equilibradas que su "primo" más conocido, y que prosperaron cuando el continente se volvió especialmente frío.

El dibujo en la cueva Chauvet-Pont d’Arc en Ardèche, Francia. El cuerno largo y la joroba marcan la diferencia del linaje del bisonte europeo (Carole Fritz y Gilles Tosello – The Washington Post)

Llevaron sus resultados a expertos franceses en prehistoria, a quienes consultaron si esto cuadraba con el registro arqueológico. La respuesta fue un rotundo sí. Durante años, los investigadores que estudiaron las pinturas de cavernas notaron que había dos tipos extintos de bisontes grabados en las paredes de las cuevas. Siempre atribuyeron esto a cuestiones artísticas, pero quizás había algo más detrás. Al investigarlo se dieron cuenta de que la variación temporal en las pinturas de las cuevas se correspondía perfectamente con la línea de tiempo genética que los científicos habían construido para el bisonte de la estepa y las especies ancestrales, que apodaron Clado X. Clado es el término científico para agrupar a una misma especie.

"Nunca imaginamos que los artistas de las cavernas habían pintado amablemente ambas especies para nosotros", indicó Julien Soubrier (izquierda), de la Universidad de Adelaide y director del equipo de investigación.

Los paleontólogos han estado buscando el Clado X por más de una década. Los análisis genéticos de los modernos bisontes europeos indican que no son descendientes directos de ninguna de las especies existentes durante el Pleistoceno. Su ADN nuclear muestra similitudes con el bisonte de Estados Unidos (que es a menudo llamado coloquial y erróneamente búfalo), pero su ADN mitocondrial (heredado a través de la hembra) sugiere una relación más cercana.
Reproducción de un bisonte de la estepa en la cueva Chauvet-Pont d’Arc, en Francia
Pintura de un bisonte en la cueva de Pergouset, hecha hace 17.000 años

Para complicar aún más las cosas, está el hecho de que todos los bisontes europeos vivos descienden de tan sólo 12 individuos, los únicos sobrevivientes de una continua matanza continental que llevó a la especie al borde de la extinción en la década de 1920. Hoy en día hay unos pocos miles vagando por los bosques de Europa del Este. Pero tienen tan poca diversidad genética que se hace extremadamente difícil analizar su ADN para encontrar pistas sobre su profundo pasado.

Sin embargo, Soubrier y sus colegas trataron de descifrar el ADN de las especies de bisontes vivas y ancestrales. Al secuenciar el ADN núclear y mitocondrial de varias docenas de especímenes que abarcan decenas de miles de años de historia, pudieron identificar el momento en que los bisontes europeos emergieron como especie 120.000 años atrás. No se le veía como el bisonte estepario familiar, sino como algo distinto: el bisonte de Higgs.

Un bisonte europeo en un bosque de Polonia (Rafal Kowalczyk – The Washington Post)

Dado que el ADN mitocondrial tiene mucho más parecido con el Clado X, los científicos creen que la especie es producto de un entrecruzamiento entre un bisonte de estepa macho y un uro hembra. No está claro si esta hibridización ocurrió una vez o repetidamente a lo largo de un período de tiempo, pero eventualmente la descendencia de las hembras de esta relación dio lugar al linaje de bisonte europeo (en la actualidad, los intentos de cruce de bisonte con bovinos da como resultado machos estériles).

"Encontrar que un hecho de hibridización condujo a una especie totalmente nueva resultó una verdadera sorpresa, ya que esto no pasa entre los mamíferos", dijo Alan Cooper (izquierda), coautor del estudio y director del Centro Australiano de ADN Antiguo de la Universidad de Adelaide, en un comunicado.
La datación mediante radiocarbono de los especímenes indica que el linaje del bisonte europeo (que incluye el Clado X y al bisonte europeo moderno) dominó entre 50.000 y 34.000 años atrás. "Los restos óseos estudiados revelaron que nuestra nueva especie y el bisonte de la estepa intercambiaron el dominio de Europa varias veces, en consonancia con los cambios ambientales sucedidos por los cambios climáticos", explica Soubrier.

Pinturas del 'bisonte de Higgs' en la cueva de Niaux, Francia, cuya datación es de hace 17.000 años, durante el periodo Magdaleniense.

Estos intercambios reflejan las transiciones vistas en las pinturas de las cavernas. Algunas imágenes muestran claramente al más familiar bisonte de la estepa, con su espalda jorobada, largos cuernos y un cuerpo desproporcionado. Mientras que los animales que aparecen más pequeños, con cuernos menos largos y delicados, son miembros del linaje de los bisontes europeos. El animal que los científicos estuvieron buscando durante más de una década estuvo en esas paredes pintadas todo el tiempo.

Fuente: larazon.com | The Washington Post | 18 de octubre de 2016

Eudald Carbonell impartirá dos conferencias sobre Atapuerca esta semana en Burgos y en Menorca

Eudald Carbonell, codirector de los yacimientos de Atapuerca y vicepresidente de la Fundación Atapuerca, imparte esta semana dos conferencias sobre los yacimientos de la sierra de Atapuerca.

La primera tendrá lugar el próximo miércoles 19 de octubre en Burgos. Esta conferencia se incluye en el ‘Encuentro entre amigos Travel Advisors’ que tiene lugar del 18 al 21 de octubre en Burgos. El encuentro reúne a 150 participantes, entre directores generales de las agencias asociadas a Travel Advisors, comerciales o delegados de los principales proveedores del sector así como prensa especializada. Los yacimientos de la sierra de Atapuerca son una parada obligatoria para todo aquel visitante que quiera conocer los secretos de la evolución humana. Carbonell dará a conocer a los asistentes la historia y los valores de estos yacimientos burgaleses.

Travel Advisors Guild es una asociación de agencias de viajes cuya misión es la representación, defensa y promoción de los intereses profesionales, sociales, económicos y culturales de sus asociados. Tiene la aspiración de ser el principal referente sectorial de las agencias de viajes independientes con una acentuada especialización en los viajes corporativos.

Encuentro entre amigos Travel Advisors.
Eudald Carbonell Roura
‘Una visión general de Atapuerca’
Fecha: miércoles 19 de octubre de 2016.
Hora: 17:15h.
Lugar: Fórum Evolución, en la Sala de Ensayos (Burgos).

La segunda conferencia tendrá lugar el próximo viernes 21 de octubre en Menorca y es abierta al público. Esta conferencia está incluida en el ciclo anual de conferencias que organiza el Ateneu de Maó junto con el consell insular de Menorca bajo el título ‘¿Qué significa ser Patrimonio mundial?’. La iniciativa surge, con motivo de la candidatura de la Menorca Talayótica para ser declarada patrimonio mundial por la UNESCO, para concienciar a la población isleña de la importancia de este reto. En las conferencias se analizan cómo ha afectado a diferentes enclaves de España y Cerdeña haber recibido esta denominación de la UNESCO. El ciclo consta de ocho conferencias y dio comienzo el pasado mes de abril y se alargará hasta abril del próximo año. Dos de estas conferencias tratan sobre los yacimientos de la sierra de Atapuerca, una impartida por Eudald Carbonell y la otra por el secretario del patronato de la Fundación Atapuerca, José Mª R-Ponga. Asimismo, Carbonell con esta conferencia inaugurará el curso académico 2016/2017 del Ateneu de Maó (Menorca).
Carbonell explicará el caso de los yacimientos de la sierra de Atapuerca, declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2000. El trabajo desarrollado durante cuarenta años por el Equipo de Investigación de Atapuerca -que nació con el profesor Emiliano Aguirre y que ha continuado creciendo bajo la dirección de Arsuaga, Bermúdez de Castro y Carbonell- ha proporcionado numerosos hallazgos que han sido clave para el estudio de la evolución humana. Carbonell hará un repaso por la historia de este Proyecto, desde sus inicios hasta la actualidad.
‘La Fundación Atapuerca elemento crucial para un sitio Patrimonio de la Humanidad’ será la próxima conferencia de este ciclo, impartida por José Mª R-Ponga.

Ciclo de conferencias sobre otros lugares que han conseguido el reconocimiento por la UNESCO. ‘¿Qué significa ser Patrimonio mundial?’

Eudald Carbonell Roura
La cuenca arqueológica de Atapuerca
‘Atapuerca, conocimiento y patrimonio de la evolución humana’
Fecha: viernes 21 de octubre de 2016.
Hora: 20h.
Lugar: Sala Victory del Ateneo de Maó (Menorca).

José Mª R-Ponga
‘La Fundación Atapuerca, elemento crucial para un sitio Patrimonio de la Humanidad’
Fecha: viernes 11 de noviembre de 2016.
Hora: 20h.
Lugar: Sala Victory del Ateneo de Maó (Menorca).

La infancia descubierta. Retratos de niños en el Romanticismo español

Imagen en sala de la exposición “La infancia descubierta”. Foto © Museo Nacional del Prado / Exhibition galleries © Museo Nacional del Prado

La sala 60, “Sala de presentación de colecciones del siglo XIX”, creada para mostrar de forma rotatoria conjuntos de obras de esta centuria elegidos entre sus amplios fondos por su interés y calidad, presenta ahora una selección de de ocho retratos infantiles del período isabelino. Entre ellos destaca el retrato de Raimundo Roberto y Fernando José, hijos de S.A.R. la infanta Josefa Fernanda de Borbón, obra de Antonio María Esquivel adquirida recientemente y que resulta realmente singular en el panorama de la pintura romántica.

Federico Flórez y Márquez. Federico Madrazo y Kuntz (1815-1894). Óleo sobre lienzo, 178,5 x 110 cm. 1842. Madrid, Museo Nacional del Prado. Adquirido en 1952.

Madrid, 18 de octubre de 2016.- El Museo del Prado reúne una selección de ocho obras, fechadas entre 1842 y 1855, que han sido elegidas entre los numerosos retratos infantiles del período isabelino que conserva en sus colecciones, para mostrar al visitante dos de los núcleos más importantes del Romanticismo en España: Madrid y Sevilla. La presentación de esta selección servirá también para presentar por primera vez al público del Museo el apenas conocido retrato de Esquivel incorporado a sus fondos recientemente.

Manuel y Matilde Álvarez Amorós. Joaquín Espalter y Rull (1809-1880). Óleo sobre lienzo, 159 x 126 cm. 1853. Madrid, Museo Nacional del Prado. Adquirido en 1991.

El conjunto de retratos refleja diferentes interpretaciones de la infancia, tema que,durante el Romanticismo, se convirtió en asunto predilecto de los artistas conforme a los nuevos intereses de su clientela.

La idea iniciada en la Ilustración acerca de la infancia como edad con valor en sí misma, y no solo como proyecto de futuro, alcanzó su máxima expresión con el Romanticismo, ya que encarnaba cualidades muy apreciadas como la inocencia, la  proximidad a la naturaleza y la sensibilidad no contaminada. Razones por las cuales, las pinturas de niños se convirtieron en encargos frecuentes de la clientela burguesa.

Luisa de Prat y Gandiola, luego marquesa de Barbançon. Vicente López Portaña (1772-1850). Óleo sobre lienzo, 104 x 84 cm. h. 1845. Madrid, Museo Nacional del Prado. Legado de Daniel Carballo Prat, conde de la Pradère, 1933.

Durante este período, los mejores retratos se realizaron en la corte madrileña. Vicente López en su retrato de Luisa de Prat y Gandiola, luego marquesa de Barbançon reproduce aún el modelo clasicista representando a la niña como mujer a pequeña escala aunque la evocación de la naturaleza como lugar asociado a la niñez resulta moderna, lo mismo que en Rafael Tegeo. Sin embargo, este, en Niña sentada en un paisaje, se muestra más fiel a la condición infantil de la retratada. Federico de Madrazo, que alude a los modelos históricos de Velázquez en el retrato de Federico Flórez Márquez, y Luis Ferrant, que recoge la tradición española del Siglo de Oro en Isabel Aragón Rey, por su parte, adaptan este estilo con maestría a las fórmulas académicas del Romanticismo. En el caso de Carlos Luis de Ribera y de Joaquín Espalter la representación de sus modelos se realiza al modo burgués europeo, en parques, el primero en Retrato de niña en un paisaje, y el segundo en Manuel y Matilde Álvarez Amorós.

Retrato de niña en un paisaje. Carlos Luis de Ribera y Fieve (1815-1891). Óleo sobre lienzo, 116 x 95 cm. 1847. Madrid, Museo Nacional del Prado. Donación de María Ascensión Elvira Villanueva e Idígoras, 1915.

Otro núcleo importante del Romanticismo español fue Sevilla, donde se formaron artistas como Antonio María Esquivel y Valeriano Domínguez Bécquer influenciados por la tradición de Murillo y sus atmósferas doradas, sobre las que podían destacar las calidades de sus rostros y manos infantiles, y el retrato británico y su predilección por las actitudes graciosas y fondos naturales.

Niña sentada en un paisaje. Rafael Tegeo Díaz (1798-1856). Óleo sobre lienzo, 111 x 81,5 cm. 1842. Madrid, Museo Nacional del Prado. Adquirido en 1992.

Nueva incorporación a las colecciones del Prado Raimundo Roberto y Fernando José, hijos de S.A.R. la infanta Josefa Fernanda de Borbón, 1855 Antonio María Esquivel (1806-1857) Óleo sobre lienzo. 145 x 103 cm. Adquirido en 2016.

 Raimundo Roberto y Fernando José, hijos de S.A.R. la infanta Josefa Fernanda de Borbón. Antonio María Esquivel y Suárez de Urbina (1806-1857). Óleo sobre lienzo, 145 x 103 cm. 1855. Madrid, Museo Nacional del Prado. Adquirido en 2015.

Se trata una obra apenas conocida que se presenta ahora por primera vez al público tras su adquisición en 2016.

Una obra singular en el panorama de la pintura romántica que encarna por sí sola los ideales liberales, de raíz rousseauniana, acerca de la educación libre –adjetivo que aparece inscrito en el collar del perro- defendida por el padre de los niños retratados, el escritor y periodista cubano José Güell (1818-1884), quien en su libro Lágrimas del corazón dedica a su hijo Raimundo un poema, algunas de cuyas estrofas podrían haber inspirado la composición de esta obra: “No te importe vivir en la pobreza./Si puedes aspirar al aire puro./Y ver la luz del sol y la grandeza/De la noche que llena el cielo oscuro/[…] Y no adornes tu frente con laureles./Ni que la luz del sol nunca te vea, /Ridículo, vestido de oropeles/Ni del poder llevando la librea.”

Los protagonistas aparecen representados como pastores arcádicos, vestidos solo con pieles y convertidos en la proclama del liberalismo por su acción de poner en libertad a unos jilgueros.

Ejecutado con un claro sentido escultórico, propio de los últimos años de la trayectoria de Esquivel, este retrato fue elegido por el artista para tomar parte en 1856 en la primera de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes.

Imagen en sala de la exposición “La infancia descubierta”. Foto © Museo Nacional del Prado